9. La chica de los secretos

Me despierto por una serie de sonidos. No lo hago de forma brusca, sino calmada y enciendo la luz para así mirar a todos lados. El ruido parece ser una especie de golpe, pero no logro encontrar cuál es el causante. De todas formas, en mi habitación no hay nada. Una cama y una silla que da a la mesa. Sobre ella hay un peluche de un dróguera, un animal muy blandito y amistoso. Tienen dos orejas alargas acabadas en un algodón, con manitas llenas de garras para cavar en la tierra.

Noto que el ruido sigue, pero no parece venir de mi habitación. Al descubrir que es constante la intriga puede conmigo y decido salir, supongo que será Egan, pues las casas vecinas no están pegadas a esta. Cuando enciendo las luces y miro por todas partes descubro que Egan sigue durmiendo. No hay nadie en el salón ni la cocina, incluso la puerta de su cuarto está cerrada.

Me mantengo frente a ella durante un momento, mientras sigo escuchando el ruido. ¿Qué es? ¿De dónde viene? Pero me centro más en pensar si debería despertar a Egan y pedirle que me ayude a descubrir que es el ruido o si no debería molestarle. Sí, lo mejor es dejarle en paz, porque ya ha hecho mucho por mí todo este tiempo. En realidad, parte de mí sabe que le da algo de miedo despertarle y decirle lo que pasa.

Agobiada porque el sonido sigue y no para, empiezo a mirar por todas partes. Hacerlo me ayuda, mantenerme activa hace que me calme y sé que no podré dormir. ¿Habrá en este planeta fantasmas? O peor, ¿y si es alguna criatura sobrenatural que no conozco? Seguro que es eso.

Me asomo por la ventana de la cocina primero, pero en el patio de atrás no encuentro nada. Me asomo por la del salón, pero en el jardín tampoco encuentro nada. Desde aquí el sonido se escucha peor, así que a lo mejor no viene de este lugar. Llego un punto al que, tal es la ansiedad, que me calzo los zapatos y salgo al exterior. Hace un frío tremendo, gélido. Doy gracias a que la zeurixi llegará en cuanto acabe el mes y podré tener temperaturas más templadas.

Por aquí no hay nieve, a pesar de que todo parece muerto. Ir en pijama no ha sido buena idea, el aire se me cuela por dentro y se me mete por el cuerpo. Es entonces cuando doy un chillido.

Justo en el tejado hay una silueta; se mueve dando vueltas. Seguro que ella es el causante del ruido: las pisadas. Mi corazón da un vuelco del susto; no me esperaba nada de esto. Intento ahogar un grito, pero este se escapa siendo seco y corto. Me encuentro algo mareada como si todo estuviera borroso, pero eso no es lo peor.

Estoy tan horrorizada que no sé qué hacer, ¿qué es lo que hay ahí arriba? ¿Cómo ha llegado hasta ahí? Por si fuera poco, parece que se ha percatado de mi presencia, haciendo que todo se vuelva más horrible de lo que ya es. Va escalando la casa hacia el jardín y yo intento correr al patio de fuera. Siento que es un monstruo que va a matarme de alguna forma horrible, y de no serlo tampoco me importa.

Tengo tanto miedo que estoy al borde de las lágrimas, y lo único que puedo hacer es salir corriendo para que no me atrape. Decido no mirar atrás mientras mis piernas parecen moverse solas y guiarme por algún punto que desconozco, pues estoy perdida. Un momento, no conozco esta ciudad, ¿y si nunca encuentro el camino a casa? Pero eso no importa, porque sea lo que sea que estaba en el tejado parece haberse perdido. Sigo entre las calles pasando por una a otra mientras mis pasos resuenan con un eco. Al verme sola decido frenar.

Mis pasos dejan de sonar, el eco no lo hace.

Giro hacia todas partes, viéndome muerta. A mi derecha hay un parterre en la acera con un árbol y un matorral, aquí las calles están torcidas y se unen en una más larga y ancha. A mi espalda hay casas y, en frente, pisos. No encuentro ningún lugar seguro ni a nadie que esté conmigo. Justo entonces, sobre los tejados de los edificios veo a la misma silueta de antes, esta avanza hacia mí, pero ahora no grito.

Sigo corriendo hacia atrás, ya me da igual si me pierdo, al menos lo haré con vida. Sin embargo, algo cae delante haciendo que retroceda tan fuerte que caiga de rodillas al suelo. Levanto la vista, esperando ver a un monstruo, pero en su lugar encuentro a una chica. Tiene el pelo ligeramente ondulado sobre los hombros, a la luz de la farola puedo ver que es negro, con unos ojos que me juzgan. Sí, lo hacen, porque tiene una mueca de odio, de disgusto hacia mi persona.

Cuando me levanto veo que parece ir preparada para ir por la noche de tejado en tejado, porque lleva ropa ajustada y unas botas que, supongo, sirven para agarrarse.

—Mil gracias —dice, pero parece que está siendo sarcástica—. Ahora por tu culpa parecen seguirme.

—¿C-cómo dices?

—Nada —responde, dándome la espalda—. Eso no es lo importante.

Todo se vuelve peor cuando, por sorpresa, unas voces irrumpen. Son dos personas (si es que las puedo llamar así) vestidas de uniforme: el mismo que vi en la capital. Es decir, son guardias. Mi pulso vuelve a acelerarse, porque no quiero que vean que soy humana. Nos miran a las dos, amenazantes y apuntando un objeto cilíndrico.

—¡Alto! ¡Quietas las dos! —grita uno de ellos.

La chica parece mirarles en tono de burla, como si tuviera en frente a dos hormigas que puede aplastar si quieren. Mantienen la distancia, perfecto para volver a correr, pero tampoco quiero hacer eso. Ya estoy cansada y ello podría empeorarlo.

—¿O si no qué? —responde esta, con sorna.

—Tú ya lo sabes, y una chiquilla como tú dudo que sea capaz de huir de nosotros —responde el mismo oficial, a quien parece ofuscarle el tono de mofa de la chica.

—Lo que me digas me lo paso por la aleta derecha del coño que no tengo —escupe ella, es increíble porque, con una voz tan dulce, jamás habría imaginado que sería capaz de decir algo así.

—Que te lo pasas ¿por qué? —inquiere el otro, anonadado. Me parece que no ha entendido nada de la frase y, en parte me alegro.

La chica ríe y, en vez de responder, da media vuelta y empieza a correr en dirección contraria. Tal es el miedo que, sin saber muy bien qué hacer, opto por ir tras la chica. Son muchas cosas que se juntan: que sospechen de mí, el hecho de no pertenecer a este mundo y el miedo de empeorarlo. Toda mi vida ahora mismo depende de un hilo muy fino.

La muchacha parece sorprenderse de que me encuentre a su lado, a pesar de que no nos conozcamos de nada. Sin embargo ella expulsa de cada muñeca una especie de liana que sale disparada hacia la antena de un tejado alto. Pero antes de hacerlo ella me echa un vistazo, se queda paralizada y gira la cabeza hacia atrás.

—¡Agárrate! —grita y yo obedezco sin pensármelo.

Siento la adrenalina subir por mi cuerpo hasta la garganta justo cuando mis pies dejan de tocar el suelo. Aguanto un chillido y cierro los ojos; los vuelvo a abrir cuando noto que estoy sobre una superficie y me siento a salvo. Es increíble, pero todo ha pasado en unos pocos segundos. Desde aquí puedo ver a ambos guardias mirando a todas partes, mientras la chica me empuja hacia atrás para que, según ella, pueda camuflarme desde la oscuridad.

—Gracias —digo, casi sin aliento. Ahora que me siento más calmada puedo notar que estoy sudando y tengo bastante calor.

—Da igual, debemos ayudarnos entre nosotros.

No entiendo lo que quiere decir, así que me callo y asiento. Después la chica se gira y sigue caminado, dejándome sola. Yo me levanto del suelo, queriendo ir tras ella, pues no tengo otra cosa. ¿Ahora cómo vuelvo a casa sin que me pillen?

—¿Sí? ¿Qué quieres? —me pregunta.

—Tengo que volver a casa —digo, como si con ello pudiera hacer que ella me ayudara.

—Estupendo, ¿y? —Por la forma tan borde de contestar puedo asegurarme de que no planea ayudarme, es más, le da igual. Eso me hace sentir mal e incluso más angustiada. ¿Y ahora qué hago yo?

—No soy de aquí, me he perdido. —Estoy casi a punto de llorar y me llevo las manos al pelo, angustiada.

—Ya lo veo, pero no grites —dice, asomándose al borde. Parece que le importan más esos guardias que yo. ¿Por qué me ha ayudado entonces? Seguro que sería para evitar problemas.

—Por favor, ayúdame —imploro entre gimoteos.

Hay un momento de silencio que es, a decir verdad, angustiante. ¿Qué responderá? Si tarda en hacerlo es porque se lo está pensando, ¿no? Me siento muy insegura y estoy muy agobiada, notando que todo se me cae encima.

—De acuerdo, pero tengo que parar en un sitio antes.

—Lo que sea, haré lo que sea —me arrastro, viendo un haz de luz.

—Puedes llamarme Daenissam —añade, con una sonrisa. Es un nombre extraño, pero yo asiento y le digo mi nombre.

Lo más curioso es que, a continuación, no responde. Lo que hace es hacerme un gesto para que la siga y yo obedezco. Intenta ir por caminos en los que más o menos puedo ir, es decir, tejados cercanos unos a otros y, cuando llegamos a uno bajo, saltamos a la calle. No hay conversación entre nosotras. Daenissam está más centrada en vigilar el entorno que en otra cosa.

Decido seguir el consejo de Egan y ver que en la gente también puede haber bondad desinteresada a pesar de ser una desconocida. De todas formas, tampoco veo ninguna otra opción posible. Aunque es una chica un tanto extraña, ¿por qué huiría de aquellos guardias? ¿Qué oculta esta chica y de dónde sacó aquella frase?

Mi inseguridad aumenta cuando empezamos a entrar en una especie de suburbios. Hay casas abandonadas, pero ahora sí que no hay nadie, estando todo en ruinas, por lo que deduzco que lo más probable es que esto fuera una zona antigua de la ciudad.

—¿Dónde estamos? —pregunto, temerosa.

—Esto es un área abandonada —responde ella, dándole una patada a una piedra—. Ahora no entra nadie por el tema de que se invocan a demonios.

—¿¡Demonios!? —Me echo hacia delante de la impresión, pero no llego a abrir los ojos mucho por culpa del sueño Estoy algo cansada.

—Mira que se nota que no eres de aquí —suelta, lo dice de una forma tan brusca que me ha hecho un poco de daño, como si eso fuera malo—. Son solo rumores, gilipolleces que se inventa la gente.

—Supongo que tú te conocerás la ciudad... —susurro, más o menos sin venir a cuento. Espero que me diga que sí, pues quiero quedarme más tranquila en cuanto a eso.

—Por supuesto, más me vale. —Golpea una piedra, mira a todas partes y luego le da varias patadas a unos tablones, como si estuviera sola y yo no existiera—. Ah, farless, no encuentro la maldita entrada.

¿A qué entrada se refiere? Empiezo a preguntarme si de verdad fue buena idea seguirla. Pues claro que no, huía de la justicia, eso significa que trama algo malo. A lo mejor me mata, oh, no, ¿y si termina haciéndolo? No creo que sea de esas, pero tampoco la conozco.

Daenissam me toca el hombro y me pide que me dé la vuelta. Un escalofrío me recorre el cuerpo, una voz incluso me grita, no, me suplica, que no lo haga. Pero yo, como tonta, lo hago. Cuando la chica termina y me giro de nuevo veo una cueva que ha salido de la nada con un diminuto agujero por el que entrar. Al parecer, debo ir agarrada de la mano con ella y, tras pasar por una especie de barrera, terminamos en un tugurio.

Es una cueva, prácticamente. La única iluminación proviene de una lámpara roja que le da un aspecto siniestro. Hay como dos o tres habitaciones, todo metido bajo tierra y sin ventanas, con el techo bajo. Las paredes son de roca y hay unos sofás a mi izquierda, pero parecen algo desgastados. Cuando entramos la entrada desaparece y veo que da a una barra tras la cual hay un chico.

Tiene arañazos en la cara, con un pelo rojo alborotado y marcas de suciedad. Me echa una mirada mordaz, tan afilada como su rostro. Antes de que haga nada, Daenissam va hacia él y le susurra algo en el oído, a lo que él sonríe.

—Bueno, Daenissam, ¿ya tienes eso? —inquiere él. Tiene un vaso lleno de un líquido burbujeante, ¿será droga? No me siento muy cómoda aquí, temo por mi vida. Estoy intranquila y no hago más que moverme de un lado a otro para calmarme.

—Sí, pero por culpa de esta tía gritona casi nos pillan —suelta ella sin reparos. A decir verdad, su forma de tratarme me hace sentir mal, como si yo no fuera nadie. Me duele porque sé que es cierto, que tampoco importo nada, pero no me gusta que me lo recuerden ni me marquen desprecios—. Igualmente ahora tengo que guiarla hacia su casa.

—Por supuesto, no creo que dé ningún problema.

No puedo evitar preguntarme por qué hacen esto. No, ellos no son como Egan, traman algo. ¿Seré yo ese objeto que buscan? Tal vez me utilicen como sacrificio humano, o puede que para otra cosa, está claro que mis orejas puntiagudas son falsas. Empiezo a hiperventilar e intento ocultarlo, necesito saber por qué les ha interesado que yo viniera hasta aquí.

Veo que, de la pequeña mochila que Daenissa llevaba a su espalda, saca algo brillante. A pesar de ser blanca, desprende un brillo verdoso. Es una pluma con diversos repliegues redondeados y el final ondulado hacia dentro. Sin embargo, veo que nace de algo dorado: es una llave. Tiene forma de eso, pues se nota el sobresaliente por donde se mete dentro de la ranura.

—Tú no has visto nada —me comenta el chico, giñándome un ojo.

—Tranquilo, no sé qué es eso —respondo, así me libraré de cualquier problema en el que me pueda meter. Miro a mi alrededor, pensando en si es buena idea sentarse. Tengo las piernas cargadas.

—Esto servirá para la Bruja del Crepúsculo —escucho decir a una voz de fondo, lo que me saca de mis pensamientos.

—¿Quién? —inquiero. Si se trata de brujas, algo dentro de mí me dice que no es bueno.

De repente, el rostro de ambos se pone serio. El chico frunce los labios, se lleva las manos a la frente y se repasa con ellas la cara. Ha dejado lo que creo que es una llave-pluma sobre la barra, luego hace una especie de mirada cómplice con Daenissam.

—Si a la nada no quieres llamar, su nombre no has de pronunciar —dice él, serio y tranquilo. Tiene un brazo sobre la barra, sujetando el objeto que Daenissam ha traído. En ese momento caigo en la cuenta de que lo ha debido de robar y por eso lo buscan. Eso es lo que ocultan: son ladrones—. Ocurrió hace mucho tiempo, una mujer emergió de las sombras. Escaló en el poder hasta que, un día, algo terrible hizo...

—Quiso matarnos a todos.

El chico mira a Daenissam con una mirada atroz, la misma con la que me ha recibido a mí. No, esta es distinta, en ella ahora no hay odio, ni siquiera es un cuchillo que te podrían clavar. Hay un fuego ardiente, como si quisiera castigar sus palabras, es un odio distinto, uno que acumulas en el interior. Lo sé porque así miraba yo a mi tío.

—¿Qué? —suelta la otra—. No hay más misterio, tampoco alimentemos cuentos y leyendas. No llamó a bestias ni quiso invadir al mundo en una completa noche, ni convertirnos en zombis. —Las palabras suenan como un escudo, como si no quisiera darle tanta importancia a esa mujer que vivió hace mucho tiempo. ¿Qué relación tiene con lo que han robado?

—Da igual, llévala a su casa —me señala—. Ella no tiene nada que ver con esto, no es su problema.

—Lo es —escupe la otra, poniéndose de puntillas para llegar a su altura. Si no fuera por lo desagradable y directa que puede ser, no me la tomaría en serio.

—No el suyo. —Menea la cabeza y ahí se acaba la conversación.

Daenissam, quien ya ha cumplido con su cometido, me explica que ahora puede llevarme a casa sin problemas. Así, tras esa breve visita a aquella cueva, me despido del joven tras la barra, sin hacer preguntas y largándome lo antes posible. Lo único que me hacen saber es que, bajo ningún concepto le cuente nada de esta noche a nadie. Yo asiento.

Volvemos a la ciudad, me siento más tranquila tras saber que ya he estado en estos sitios antes, esta misma noche. A decir verdad, no sé qué hora será, porque el sol todavía no ha aparecido, sigue haciendo frío (más que antes, creo) y todo sigue siendo oscuro y cerrado.

Pero vuelve a suceder un contratiempo, escuchamos varias pisadas. Parecen ir rápidas y no creo que sean niños jugando. Aquí no hay niños. Daenissam, que no parece muy convencida de que sea algo bueno, se va a una zona donde hay un terreno de tierra con varias plantas pequeñas. Entonces es cuando se convierte en flor y yo, asustada, me veo sola. ¿Qué hago? ¿Quién hay ahí? La chica ha parecido abandonarme a las primeras de cambio, sin importarle yo, igualmente, ¿cuándo lo ha hecho? Parece que todo esto lo hace por un motivo, ¿o no? Ya no lo sé.

Tras una esquina surgen varios guardias y el mundo se me viene encima. Me piden que me quede quieta, pero tampoco puedo hacer otra cosa, toda mi sangre ha ido a mis piernas y me pide correr, no puedo pensar en nada.

—¡Esta chica es la de antes! —grita uno—. Seguro que es la ladrona.

Una mujer, con un uniforme más lujoso y una estrella en el gorro me echa un vistazo, indagando. Yo estoy callada, con la cara pálida.

—No, aparte de no tener pinta de ladrona, no coincide con la descripción. —Se me acerca tanto que incluso invade algo de mi espacio personal, yo estoy muy incómoda y aterrada. Emito un sonido, como queriendo hablar, para después callarme—. No es ella, parece una ciudadana normal y corriente.

—¿Y qué hacía aquí? —recrimina, molesto. Todos me miran, esperando a que dé una respuesta.

—No podía dormir y fui a dar un paseo —balbuceo, encogiendo el cuerpo y dando un paso atrás.

—Esta mocosa no tiene pinta de ladrona —exclama otro civil.

—Yo vi dos siluetas.

—Muy bien —dice quien a mi parecer es la jefa—. Pues déjame decirte que, quitándonos a nosotros, yo solo siento una presencia. La chica está sola, además de asustada. No me extrañaría que viendo como te pones cualquiera saldría asustado.

—Juro que estaba con la ladrona —dice el mismo oficial, molesto y con la voz tensa.

—En ninguno de los incidentes se describió a una chica como ella. Ya te lo hemos dicho: actuaba sola —recrimina la mujer, exhausta—. No es más que una ciudadana asustada.

—La vi correr junto a ella.

—¿Es eso cierto?

Asiento con la cabeza, como sin poder controlarlo.

—S-sí, p-pero después fuimos en direcciones opuestas. No tengo nada que ver con ella —explico. Es como si ellos se pusieran sobre mí y yo tuviera que encogerme para dejarles espacio. Una gota de sudor cae por mi mejilla.

—De acuerdo, seguiremos cubriendo la zona inferior —dice la mujer al resto de guardias, con voz de orden. Luego se gira hacia mí—. Lamentamos los problemas que hayamos podido causarte.

Después se van sin decirme nada más y se despiden de mí. Supongo que, tras ver como actuaba han podido sospechar que decía la verdad. Además, creo que a esa «presencia» se refería a la de Daenissam y no a la mía. Cuando estamos solas ella vuelve a su forma normal y suspira aliviada.

—Muchas gracias por no chivarte.

—No es nada, gracias a ti por llevarme a casa.

Ella sonríe, pero parece incluso antinatural. No creo que esté hecha a sonreír, o a lo mejor es falsa porque no me aguanta y quiere librarse lo más pronto de mí. Sé que puedo llegar a ser un poco insoportable.

Al final, antes de que amanezca termino encontrando la casa de Egan; la puerta principal sigue abierta, cómo no, porque me olvidé de cerrarla antes de salir corriendo de miedo. Le vuelvo a agradecer a Daenissam lo que ha hecho por mí, puedo contemplar, a la luz de una farola, que tiene varias pecas y un rostro fino, pero tenaz.

—Recuerda el trato: esta noche no ha existido —dice, antes de expulsar una liana de sus muñecas y avanzar hacia un tejado. Antes de alejarse, añade—: para ninguna.

Así, hasta que no le pierdo la vista entro en casa, me descalzo, vuelvo a mi habitación y me tumbo sobre la cama. Egan no se ha enterado de mi ausencia, lo cual es bueno. Mirando al techo pienso en todo, en si Daenissam era de fiar, en qué tramaba y quién era esa supuesta Bruja del Crepúsculo. Pero, lo más importante. ¿sabía que yo era una humana?



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Aparición de nuevos personajes, nuevos misterios y ya empieza a olerse la trama. De momento este ha sido mi capítulo favorito, espero que vosotros también lo hayáis disfrutado.

¡Mil gracias por leer y por llegar hasta este punto de la historia!

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