• Preludio •


No podía ser yo.

Tomamos una pausa para refrescarnos en el estudio después de sacar un par de acordes y practicar con las canciones que tocaríamos esa noche en Faded Song, apartados de la realidad por una capa de angustias silenciosas que ni uno se atrevía a decir en voz alta.

Amber maldijo el calor, masticando una de las paletas que había robado Mirt de la cocina.

Tomé asiento en el banco de la esquina junto a la batería llena de calcomanías de bandas viejas de Arlene, abriendo una botella de agua, derramando un par de gotas. Bebí hasta saciar la sed y evitar molestar a los demás con mi voz seca. Estaba agotado, pero no pensaba decirlo. Los demás se cansaban rápido sí solo hablabas de ti mismo o dabas quejas; era mejor callarse.

Callarse. Callarse.

Recargué mi cabeza contra la pared recubierta de caoba, suspirando con los párpados apretados. Aylin me preguntó sí sucedía algo, le negué con la cabeza y solo sonrió diciendo que cualquier cosa que yo deseara estaba para ayudarme.

Lucía preocupada con los ojos en las profundidades de un estanque lejos del mar, aún con el maquillaje en sus ojeras era claro lo poco que había dormido. Sus ojos brillaban menos a comparación de la primera vez que nos vimos, su cabello ondulado se veía descuidado.

Mirt leía un libro que le habían encargado en su universidad, pasando las páginas lentamente mientras recibía iluminación por la luz del atardecer que ingresaba a través de la ventana como fuego cubriendo los instrumentos y las partituras en el suelo.

Aylin y yo estábamos perdidos, mirando a cualquier parte mientras escuchábamos las notas de Amber en el bajo.

Era una tarde poco ruidosa, pero mi mala suerte nunca me ayudaba en nada.

Arlene cruzó la puerta atando su cabello azulado en una coleta, vistiendo un overol de mezclilla sobre una camiseta amarilla que decía en grande: Let me live/Let me die. Los pasos ruidosos que dio hasta llegar a mí me daban la impresión de que el fuego del atardecer me quemaría sin dar señales de humo.

No recuerdo con claridad lo que sucedía. La profundidad del estanque apaciguó los gritos y solo algunos eran perceptibles, ruidos, decepcionantes.

Las cosas no habían salido de la forma que deseaba, nada salía así. Cuando más ponía esperanzas en ello el silencio creciente me ahogaba y daba vuelcos como sirenas haciéndome dormir.

Durmiendo con sirenas.

—¡¿Acaso me escuchaste?! —Replicó Arlene lanzando la caja de plumillas encima de Amber. Mirt ignoraba lo que sucedía, divagando en las letras de su historia—. ¡Este enfermo degenerado con quien hemos compartido nuestro departamento ha ganado el doble de nosotros por una puta estafa! ¡¿A eso le llamas confianza?!

Bramó con el dedo índice señalando mi rostro. Me puse de pie, temblando.

No podía acercarme del miedo, así que permanecí en esa esquina, con la cabeza dando vueltas y las desgraciadas ganas de desmayar.

—Yo... ¡Sabes, no me importa! —Alegó Amber, llevando sus manos a la cintura y peinando su cabello hacia atrás—. Todos tenemos alguna razón para actuar, ¿no crees? Tú no confías en nadie, ¡¿cómo quieres que alguien confíe en ti, Arlene?! Siempre decidiendo cosas por tu cuenta sin preguntarle a los demás, siempre volviendo a casa sola, ¡amándote solo a ti misma! ¡¿No recuerdas lo que el jefe nos ha dicho tantas veces?! Confíen en alguien, porque la primera confianza que perdemos es en nosotros.

—¿Pero mentirnos sobre la paga? ¿Quieres que confíe en alguien así? No me importa sí esa cosa no tiene un pene allí abajo —me señaló con desprecio, evitando hacer contacto visual—, el dinero con el que ha subsistido era lo que nosotros merecíamos por tener más tiempo aquí, pero por ser nosotras mismas no lo han negado. ¡¿Crees que ser mujer es divertido?! ¿Pues que has estado haciendo? Ganamos lo mismo que Mirt y él es un simple mesero.

Mirt rió levemente, ignorando sus palabras.

—¡Así son las cosas, Arlene, y ya deberíamos estar acostumbradas! Yo he vivido siempre de mi hermano, y eso me ha salvado más veces de las que tú te has decepcionado.

Protestó Amber nuevamente, también evitando cruzar miradas conmigo. Sus botines hacían más ruido que el amplificador o la leve risa de Mirt que se combinaba con el viento a través del cristal.

—Yo... de verdad lo... —tragué mis palabras.

A veces deseaba tener mi antigua apariencia, quizás de esa manera la confianza que había perdido volvería a mí como hojas apiladas de otoño.

—No, este fenómeno tendrá que buscar otro lugar donde vestirse de payaso y montar su circo —decretó Arlene apretando los puños contra sus uñas, dirigiéndose a mí con dureza—. La próxima vez que lo vea en el trabajo o renuncio yo o me aseguraré de que nun...

Incluso Mirt volteó a ver lo sucedido. El golpe había creado eco en la habitación cerrada, dejando una marca rojiza en la mejilla de Arlene y el labial nude fuera de lugar. Ella le devolvió una mirada furiosa a Aylin, quien le había dado una cachetada en el momento menos apropiado.

Confianza... estoy cansada de confiar en mí, suspiré, pensando en la realidad donde estaba atrapada. Donde era yo, no un chico, no alguien fuerte.

—Ah, ¿me golpeaste a mí? ¿Tú? —Rió con fuerza, resoplando—. Aylin, tú lo sabías, ¿cierto? ¡Tú lo sabías antes que nosotros! Por supuesto, ganas lo mismo que esa mujer y pareces estar en la preferencia. Todos ustedes son una completa mierda de mentiras.

Cuando vi la mano de Arlene levantarse quise caminar hasta ellas, pero en mi confusión tropecé contra la guitarra que usualmente tocaba, cayendo de centón. Mirt le hizo frente, sosteniendo la muñeca de Arlene para evitar el golpe a Aylin.

Desde mi llegada a ese lugar, nunca había visto a Mirt molesto o hablando seriamente. Me dio la esperanza de que estuviera soñando solo una parte de mi futuro para volver a comenzar.

—Sí levantas esa mano contra la princesa de Faded Song la única sin trabajo serás tú. —Decidió Mirt, dejando que Arlene se soltara de su agarre.

Ambas se miraron. Aylin no pudo soportar la mirada y cerró los ojos apartando la cabeza hacia la luz del sol, deseando que la otra desapareciera.

—Vale, lo entiendo. Lo entiendo perfectamente, Aylin, Amber... —me miró al fondo, sobre mi hombro—. No puedo confiar en nadie, pero ustedes no confían en sí mismos.

—Te equivocas, Arlene —corrigió Mirt, hablándole con esa sonrisa desagradable tan característica de él—. El problema dentro de estas paredes fue causado por personas que nunca confiaron en nosotros.

Nadie confió en mí, por eso yo ya no encuentro la partitura donde creo en mí.

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