Capítulo 9: Amor, dinero y desconocidos.


Aylin.

A mi corta edad supe que me gustaban las cosas lindas más que los demás. Las cosas finas, caras, difíciles de conseguir. Moños, zapatos altos, maquillaje.

Había muchos problemas en ello, pero el único que me importó fue el costo. Lo demás, lo que las personas me decían y mi familia pensaba, no me importaba. La primera vez que hice una locura huí de casa.

También me enamoré de un chico que no me amó de la misma forma y me rompió en pedazos sin saberlo. Tal vez se vaya a la tumba sin haberlo oído de mí.

—Hablo en serio, Aylin. Quiero una relación contigo. Algo formal.

La voz del hombre —de quien siempre olvido su nombre— estaba al otro lado de la línea. Por el amor de los cielos, era insistente y mi gran dolor de cabeza. Si las personas se enamoraban en una semana, solo habían tres palabras que podían acertar en sus sentimientos: perdedores, idiotas o mentirosos.

—Ya te he dado mi respuesta sobre eso... —suspiré, cubriéndome más con el casillero para que el ruido no interviniera—. No me hagas eliminarte de mis contactos. También deja de exagerar y sigámonos viendo, ambos sabemos que no quieres una relación.

—No entiendo porque eres así. Me llamas en las noches y me dejas. Solo dame una oportunidad...

Estás agotando mi paciencia.

—Hm, ya veo —carraspeé—. Entonces piérdete.

Su número fue bloqueado de inmediato, obligándome a dejar el celular dentro del casillero. Tenía un camerino pequeño y privado por ser quien portaba la "corona" del sitio. Carl siempre era comprensivo, y me apreciaba en sobremanera.

Aún recuerdo de quien me enamoré.

Marshall Cook, quien me hizo tocar un teclado por primera vez, me enseñó a no robar y me dibujó más de las veces que puedo contar. Pero no, no me quería de esa manera. A ambos nos gustaban los juegos, un juego que hasta hoy no terminaba.

Una canción que no podemos cantar.
Un amor no correspondido.

—¡Aylin, saca ese trasero de ahí y ayuda en la mesa 4! —Oí los gritos de Arlene golpeando mi puerta.

—Tranquila, amorcito. Que no te salgan las canas verdes, eres muy joven. —Balbuceé, saliendo del camerino mientras acomodaba mi mandil oscuro.

—Deja de usar esa palabra de mierda —pidió, volviendo a las demás mesas sin apartar la vista de Stella en la barra.

Arlene era una chica complicada, de sangre fría y una mirada cortante. Ella también se había enamorado, y ahora es su segunda vez pues perdió al primero. Nunca ha aprendido como enamorarse, ni de quien. En ese aspecto éramos iguales.

El amor dolía, pero no porque amar fuera doloroso. Las personas que lo portaban solían confundirlo, por eso dolía.

Alguien que solo confundía las melodías del corazón y no sabía cómo cantar.

—Princesa, jeje, recoge el pedido de la cocina.

Mirt servía felizmente en la barra. Digo feliz, pero que jodido dolor estar soportando a los clientes alrededor que se burlaban y decían cosas crueles sobre su aspecto. Odiaba que todos fueran tan metiches si de apariencia se trataba.

Vístete como quieras vestirte. No jodas a los demás ni dejes que te jodan.

Me dirigí a la cocina para recoger el pedido de las manos de Sade, notando el cansancio en su rostro.

—Debería descansar un poco, ya cerramos la cocina y aún está en servicio —rodé los ojos, levantando la charola—. ¡Váyase ya igual que Aleshka! Unas monedas extra no cubren su salud.

—Te daré una nalgada si insistes tanto —bufó—. Ya, ya entendí. Fue mi último pedido después de las 12:30.

Se retiró el gorro blanco que contrastaba con su piel oscura, sonriendo y haciendo más evidente la delgadez en sus rasgos. Era una mujer bella, soltera e independiente. Aplausos para ella.

—Ojalá no estés mintiendo.

En la mesa cuatro habían unas chicas universitarias, quienes recibieron el platillo con alegría y les dije que no recibíamos más pedidos a partir de esa hora. El alcohol y Amber tocando el bajo para los comensales era lo que quedaba tras unas pocas horas de nuestra presentación en la media noche.

Yo podía descansar, igual que Arlene y Amber, pero cuando acabábamos las presentaciones nos gustaba estar al pendiente de detalles como limpiar las mesas cada 15 minutos. Al tener tantos jóvenes y un edificio grande, lidiábamos con taxis privados y muchas mesas. La música y algunos locos que bailaban fuera de la pequeña pista.

—¿Te sucede algo? No dejas de temblar desde hace rato y me estás poniendo de nervios. —Mascullé con mis manos deteniendo al encorvado Luna, quien parecía atravesar un viaje astral con las drogas que Mirt gozaba.

Bajó su charola vacía y con dolor susurró en mis oídos. El sonido de sus aretes era más fuerte.

—¿Recuerdas al tipo que me escribió la semana pasada? El raro de las trenzas. Lo vi anoche y me hizo lo peor que pudo hacerme un maldito hetero en su floración gay.

—¿Decirte que estaba comprometido? Ese no es un problema, yo salgo con casados la mayor parte del tiempo. —Me encogí de hombros.

Negó con la cabeza y bajo vigía pronunció—. No me dejó prepararme.

—Oh —divagué—. Ah... Oh, sí. ¿Eso fue? ¿Quieres hablar de...?

—NO. —Hizo varias muecas y siguió su camino indignado.

—Perdóname mi cielo por querer intentar una conversación íntima sobre algo doloroso que te está pasando y mostrar un mínimo interés pues compartimos el mismo dolor alguna vez. —Exageré mi queja, dándole la espalda para seguir con mi trabajo.

A lo lejos el nuevo, Aike, trabajaba con torpeza hacia los clientes. No, un poco de lentitud no, era estúpido. No estaba acostumbrado al trabajo a simple vista, pero reconocía que era alguien de buena personalidad. Su inocencia le rodeaba como un manto de estrellas, y eso era muy tierno.

Y si me preguntaran porqué podía reconocer a las personas buenas, es porque yo era todo, efectivamente todo, menos el estereotipo de "ángel".

—Aike —le llamé la atención—. El hielo.

Siguió de pie junto a la barra, intentando entender lo que decía. Señalé la bolsa en sus manos, haciendo que se asustara al ver el charco en el suelo. El tipo raro de cabellos celestes se rió de él mientras Mirt le ofrecía una toalla.

—Te entrené hace poco —suspiré, dándole unas palmadas—. Lindo niño, pórtate bien. Sino me harás comerte en cualquier momento aunque seas menor.

Se apartó con susto, riendo por la broma nervioso. Le dije que no se preocupara, que era una broma. Y de verdad estaba bromeando, alguien como él ni por mi cabeza cruzaría. Tenía el mal hábito de hacer chistes desagradables en medio de una conversación.

—Aylin. Hey, belleza. —Amber me llamó antes de continuar con la siguiente canción.

Caminé hasta el escenario, parándome tras bambalinas. No supe que mi vida estaba por cambiar, más bien, que Faded Song se convertiría en un caos por lo que iba a decirme era noche. Por las personas que estábamos todos por conocer y causarían problemas sin saberlo.

—Hay unos gemelos hoy, amigos de mi hermano. Uno de ellos tiene el corazón roto, tal vez le puedas dar compañía ahora que no estás haciendo mucho. El jefe nunca dice nada, eh —parloteó de la manera más chismosa que podía la famosa Amber, conocida por su modo de ser tan acosador—. Y te tengo una sorpresa, son los herederos del grupo Cold. Justo como te gustan.

¿Está hablando en serio?

—¿Grupo Cold...? ¿Los Cold? ¿Esos gemelos...? —La curiosidad me inundó, obligándome a girar la vista en búsqueda de ellos.

Me gustaban las cosas caras, no costeables para mí. Pero sí para otros, a cambio de cosas simples. Fue un mal hábito heredado por una mala persona: el ladrón de corazones. Y desde hace años no podía dejar de caer en el mismo vicio.

—¿Me veo bien? —Acomodé mi cabello, recibiendo un buen gesto de ella—. Deséame suerte.

—Pero Aylin, ten cuidado. Uno es un pervertido y el otro es medio estúpido. Te recomiendo que después no te involucres mucho. —Se burló, volviendo a su bajo.

—Qué perra mi amiga.

Con unas señas y mi confianza en mi rostro por los cielos, me encaminé en búsqueda de la famosa mesa donde estaban. Bolsas, estilista, una televisión, podían darme mucho. Y si solo era algo de una noche, siempre olvidaban la ropa aunque les costara una fortuna.

—Disculpa, está muy ácida la limonada. —Me llamaron de una mesa.

Bingo, espermatozoide que no sacrificó a todos sus hermanos. Que demonios con mis comparaciones, necesito ayuda.

—Aike —clamé a la barra—. ¿Volviste a ponerle tres limones accidentalmente? Si quieres ayudar a Mirt fíjate en las medidas, te lo dejo pasar por los nervios.

—¡Lo siento mucho! —Corrió a la mesa para tomar la limonada.

—Voy a fumar. —Dijo uno de los gemelos al otro, levantándose con molestia.

Este es peligroso.

Miré al extraño aproximándose a la salida con un cigarrillo en sus manos y su otra mano en los bolsillos. Estaba molesto, pero no del tipo molesto por un corazón roto.

—¿Sabes? Mi hermano se enamoró de alguien a quien amaba —el aparente borracho gemelo del que había dejado el sitio intentó entablar una conversación conmigo, o con quien sea que estuviera cerca.

Elevé el dedo señalando la puerta para ver si se refería a él pero lo negó.

—Fue mi hermano menor. —Informó de mala gana con la mejilla puesta en la mesa.

Supongo que te encontré.

—Ah... la hermandad es complicada —di una vuelta alrededor de su mesa antes de tomar asiento—. Como un tacón delgado, luce bien pero es frágil. Y cuando se quiebra duele, solo tienes que enviarlo a reparar con un buen zapatero.

—No... hables de esa forma... —intentó buscar mi nombre en mi gafete—. ¿Aylin? Un gusto. Lindo cabello.

—El gusto es mío. —Estreché su mano—, ¿tú eres?

—Dante. Mi nombre es Dante.

—Es un placer Dante. ¿Necesita algún otro servicio, cliente?

El olor de zapatos nuevos me regodeó.

Mis manos fueron directamente a su espalda. No me gustaba aprovecharme de ebrios, pero muchas veces en esa situación era más fácil que cedieran. El tiempo en el que vivíamos separaba estos lugares por las horas; o buscas diversión propia o estás buscando a alguien con quién acostarte. No hay ciencia detrás de ello y mucho menos sentimientos profundos.

Eso siempre ha sido peligroso, pero me gusta correr riesgos.

~•~•~•~

Su boca concentraba el alcohol y se extendía de forma húmeda contra mis labios.

—Espera un momento —jadeé, intentando cerrar la puerta de mi apartamento.

Demonios. Apesta y está siendo un brusco.

Me acorraló en la pared del pasillo. No llevaba sus manos más lejos de mi cuello y mi rostro, eso me advirtió algo pero lo ignoré. Yo trataba de bajar mis manos pero seguían siendo detenidas por su desesperación.

Sudaba mientras los espasmos le recorrían. Sus expresiones eran horribles, de dolor.

¿Qué le pasa?

Balbuceó unas cosas mientras golpeaba sus labios contra mi cuello. Fue también la primera vez en que me di cuenta lo que era para los demás salir con alguien que estaba enamorado de otra persona.

Solo es una noche entonces. Debería dejarme sus cosas de una vez.

Me comenzaba a desesperar. Como cuando me tomaban del cabello y me preguntaban porqué no lucía presente en el acto.

—¿Cómo era ella? —Solté, tomándolo del cuello para no dejarlo hablar con mi estorbosa boca..

Los nervios y la sangre que debía concentrarse tardó. No podía hacer nada en ese momento, por eso le intenté hablar para que fuera más lento y pudiera calmarse de la manera que quería. Aunque sus manos temblaban, no podía formular palabras sin divagar.

—No lo sé... —Me silenció de nuevo.

—¿Linda?

—Jodidamente.

Que cliché.

—Pero era un hombre.

—¿Y el problema es...? —Me detuve allí, mirándole con irritación. Se estaba burlando en definitiva.

—Que nunca me había gustado uno, solo él.

—¿Quieres llorar, cierto?

Era una pregunta problemática, pues en realidad él ya tenía tiempo llorando. Sus lágrimas eran saladas, sus ojos verdes me recordaban el campo en las pinturas de Marshall, y su cabello rubio eran los rayos de sol que el otro juraba estorbaban. Nunca me habían gustado rubios.

Deslizó sus manos por mi torso, pero todo terminó cuando mi teléfono comenzó a sonar.

Maldición, ¿por qué siempre se empiezan y nunca terminan?

—Ignóralo. —Me pidió, tratando de reanudar con las manos en mi cintura y los ojos en el suelo.

—Mejor te ignoro a ti. —Aparté su rostro y encendí la luz del pasillo.

Dio la vuelta con un quejido, mirando por el rabillo cómo rebuscaba por el teléfono en mi chaqueta. Era Arlene, nunca me llamaba.

Una emergencia.

—¿Qué sucedió?

—Un cliente ebrio entró en la cocina donde Sade le daba a cargar a Aike unas cacerolas de guisado caliente —su informe a medias me hizo asustarme más—. Le cayó sobre las piernas y necesita atención médica. El niñito no aguanta nada.

—No jodas con "niñito" —le reclamé, antes de colgar—. Voy de inmediato.

Mi preocupación en la quemadura era mayor a la excitación que emanaba Dante. Lucia perdido, por un momento me dio lástima. Pero en parte me sentí sin la carga de aprovecharme nuevamente de alguien solo por tener dinero.

Aunque de verdad quería esa televisión.

—Tengo que volver al restaurante. Soy solo yo quien tiene capacitación para estas cosas. —Le expliqué sin más, tratando de tomar las cosas que dejé caer al suelo y acomodando mi ropa de manera correcta.

—Sí... —Rascó su cabeza, sin prestar mucha atención.

—Puedes quedarte aquí. Tal vez vuelva dentro de un rato.

No se me puede escapar.

—Vale.

Sus piernas no soportaron su peso. Tambaleó hasta desvanecerse en la pared y caer al suelo. Me dio lástima, me recordó el día en que Marshall con una leve sonrisa me dijo: Lárgate, no quiero verte. No quiero ver a nadie hoy, ni mañana.

Y yo no quiero amarte, pero lo hago hoy y lo haré mañana.

—Haz lo que quieras. Volveré en una hora o menos. —Corté la charla, dejando el apartamento.

~•~•~•~

—¿Te duele aquí?

Mis ojos estaban corriendo a alta velocidad, recorriendo cada parte de sus piernas para asegurarme de que no tuviera heridas graves. Había unas diminutas de segundo grado, las demás eran de primero.

—Un poco, pero puedo soportarlo —rió con los ojos en el ventilador—. En realidad estoy acostumbrado a estas cosas.

—¿A sufrir?

—Seh, también. No olvides la rata en mi pie.

—Qué estúpido. —Reí, desinfectando.

Limpié la herida, apliqué ungüento y le vendé ambas piernas. Sus pantalones estaban desgastados, eso explicaba porque permanecía también horas extras. No me equivocaba, Aike era realmente extraño.

Fue la primera persona que había conocido así. Tuve muchas primeras veces ese día.

—Toma esto mañana también. Y compra lo de la lista por si acaso, no queremos que sea grave. Si te duele mucho entonces recurre a alguien con mayor experiencia, ¿sí? —Le ofrecí las cosas en su mano, consiguiendo que las recibiera.

Fue cuando toqué sus dedos que lo sentí. Entonces estiré mis manos hasta su muñeca y le apreté en busca de una explicación.

—Qué carajos...

Juntó las cejas y contrajo los párpados, asustado por la cercanía de nuestros rostros. Era una mentira, no, imposible. La confusión me guió hasta su cuello donde también investigué aplastando.

—Oh, no, cariño. —Nuestras frentes chocaron.

—Qué... ¡¿Q-Qué haces?!... —Extrajo mi mano que intentaba escabullirse debajo de su pantalón. Dejó escapar un grito ahogado al recibir el ataque de nervios.

—¿Eres una chica?

Tenía tiempo sin ver esa mirada en alguien más que no fuera yo. Compartíamos muchas cosas en común, incluso el amor no correspondido. Cobardes en silencio.

—Por favor... no... —Sus ojos se tornaron llorosos, pero algo no le dejó quebrase allí.

—De verdad necesitas ese dinero, ¿no es así?

No es su culpa. No es su culpa.

—No tengo a donde ir. —Rompió en llanto, sosteniéndose de mis hombros mientras el cabello cubría sus ojos y la gorra parecía caerse—, así que por favor, no le digas a nadie más. Quiero y necesito seguir aquí. Así por favor no me hagas daño como los demás.

No me lastimes cómo los que me han rodeado.

—Aike, hey —le di una bofetada ligera, tratando de que fijara sus ojos en mí—. Mírame y veme un momento.

El moco se escurría de su nariz.

—Está bien. Si eres un chico o una mujer no es algo que a mí me incumbe, ¿lo entiendes? Sería estúpido que eso me importara —declaré con desdén haciéndola sentir más relajada—. Las cosas estarán bien, lo prometo.

—¿Me lo prometes? —Limpió sus lágrimas como una pequeña niña, ahogándose en su lástima—. G-Gracias. Por cierto, eres bellísima.

—Me acabas de incomodar, genio. —Empujé su hombros con confusión.

Platiqué unas cosas con ella, pero el tiempo se me iba y por nada del mundo podía dejar ir a alguien tan importante como el borracho. Le dije que me retiraba, que tuviera cuidado y no dejara que nadie se le acercara mucho. Agradeció por los consejos, pero me detuvo antes de salir.

—¿Qué hay de los demás...? ¿Qué debería...?

—Aike, te voy a dar otro consejo —tomé aire antes de salir a la entrada del restaurante—. No confíes el 100% en algo. Todos ocultamos cosas, y pueden ser más destructivas que tu pequeño secretito. No somos lo que ves y no ves lo que somos.

Creo que la asusté pues no hubo respuesta, solo una mirada de aflicción. Cuando crucé el umbral estaba a un lado el gemelo, reconociéndolo por la ropa supe que se trataba de Dante. Cruzado de brazos y con el alcohol abajo.

Me acaban de joder el plan.

—Ah, disculpa, dejé el lugar y vine a decirte que tengo que marcharme.

Mierda, nada sale hoy para mí.

—Debería volver otro fin de semana, cliente. Lo estaré esperando con ansias. —Extendí mi mano, ocultando la molestia que cargaba.

El la recibió, presumiendo su brillante reloj dorado y sus mangas de una marca costosa. Envidiaba esos lujos que poco me podía dar. Envidiaba su rostro y envidiaba su perfume.

—Sí, estaré cerca. Y tal vez nos podamos conocer en mejores condiciones.

Esto tomará más tiempo de lo pensado.

••••••••••••
Los gemelos han llegado.

~MMIvens.

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