Tri-Col-Trí Jalouín
Tri-Col-Trí Jalouín
La risa contagiosa de los niños al correr por las estrechas callejuelas adoquinadas era un cántico melodioso a la inocencia infantil. Los pequeñines ataviados en sus humildes disfraces elaborados en casa representaban de una manera caricaturesca las emblemáticas figuras de ángeles, fantasmas, brujas, demonios piratas y otras tantas criaturas nocturnas de esas que suelen dar miedo en las noches isleñas. Se les oía cantar en coros altisonantes el puertorriqueñizado 'Tri-col-trí Jalouín, dame chavos, no maní' mientras tocaban de puerta en puerta en cada casa de la Calle Norzagarai. Las calles pavimentadas en baldosas azules estaban cubiertas con miles de pedacitos cuadrados de papel de estraza y celofán, papeles que una vez envolvieron los marrayos, dulces de papaya y coco y toda variedad de confites típicos que les eran obsequiados tras recitar el regionalizado 'trick or treat'.
Y es que fue que junto con la llegada de la gringos invasores a la isla hacía poco más de una década que una vorágine de costumbres y tradiciones convergieron en la cultura insular. Las profundas raíces católicas que a la fuerza habían forjado la sociedad boricua actual, aborrecían y renegaban estas celebraciones paganas traídas por los americanos, pero a su vez se sentían tan atraídos hacia ella por su colorido y alegría en la última noche de un octubre otoñal. En especial los niños quedaron prendidos de la idea de vestirse como sus personajes favoritos para espantar los males que habían traído con sigo los gringos a la isla y aún en su tono de disparate españolizado, todos pedían truco o dulce no importa si creían en vírgenes, en santos o en espíritus.
Cuentos de chiquitines corrían de arriba hacia abajo por las diferentes plazas de la ciudad amurallada, seguidos de cerca por sus amorosos y cautelosos padres. Se despedían alegres y orgullosos de los botines obtenidos en la ya tradicional noche de brujas al sol irse poniendo en el horizonte caribeño. Los tropicales tonos escarlata y naranja se desvanecían poco a poco y dejaban paso a los índigos y purpúreos colores de la noche. Las estrellas centelleaban vivarachas en el firmamento nocturno y una luna llena y platinada iluminaba tenuemente con su luz blanquecina desde los callejones estrechos en la cuidad hasta el antiguo cementerio donde nadie se aventuraba a pedir ni trucos ni golosinas, dinero o maní tan cercano al lugar donde los muertos descansaban.
Las siempre pintadas de blanco tumbas, criptas, nichos, lápidas y mausoleos en el Cementerio del Viejo San Juan eran el patio de la última morada de los resonantes ilustres de la isla. Solo los ricos y famosos fenecidos miembros de las familias élite de Puerto Rico eran enterrados en ese lugar. Así que aún después de muertos disfrutaban de codearse con la crema innata de la sociedad isleña.
En las aceras cercanas El Sereno encendía los faroles de las calles un poco más temprano de la hora acostumbrada esa noche, especialmente en las áreas circundantes al Castillo del Morro y al antiguo camposanto. Se decían demasiadas historias de terror que tenían como protagonistas los fantasmas de fenecidos gobernantes españoles, soldados caídos en guerra o piratas capturados y torturados en los calabozos húmedos y malolientes de la fortificación. Los espíritus andaban a sus anchas por los patios exteriores del Morro y los locales simplemente no se arriesgaban a caminar por las noches. Los guardias, dentro del precinto echaban suertes sobre a quién le tocarían los turnos de guardia nocturnos.
Dentro de la garita, un guardia temblaba mientras trataba de cargar con pólvora el barril de su mosquete. Tragaba hondo el nudo hecho de miedo en su garganta y las gotas de su dor caían al suelo desde su frente para mezclarse con el sucio y el orín en el piso del hediondo puesto de vigilancia.
En la distancia, la brisa marina traía consigo el sonido hueco de unos tambores y las graves voces masculinas que entonaban cánticos prohibidos a la noche. El gringo dejaba por un momento el espacio encerrado y oscuro de la garita y se dirigía a su ronda en el atrio abierto de los cañones. Con su rifle en mano tiraría a matar a cualquier cosa que se moviera frente a sus ojos en esa noche cuando precisamente se creía los muertos saldrían de sus tumbas a atormentar las pobres almas de los vivos. Aún allí podía escuchar las espeluznantes melodías, tal y como todos lo hacían, pero ningún guardia se atrevería a poner un pie en el cementerio, no cuando el mal se pavonearía sobre las tumbas de los fieles difuntos.
Allá en el camposanto ya era media noche y la luna brillaba alta en el cielo, más entre las lápidas y criptas un manto de oscuridad cubría el lugar. Un grupo de hombres vestidos con vaporosas túnicas blancas y llevando en sus cuellos colgando coloridos collares de santería tocaban los tambores al ritmo caótico de la música afroantillana.
Las mujeres con sus exuberantes pechos al descubierto usaban largas faldas blancas voluminosas. Los collares de caracoles y piedras coloridas apenas cubrían sus senos que vacilaban con el vaivén cadencioso de la música ritual. En sus cabellos grifos llevaban tocados de perlas imitando el vestuario de la diosa Yemayá. Y al ritmo de los frenéticos tambores batían sus faldas mientras danzaban descalzas sobre las tumbas.
Un círculo de velones rojos y blancos delimitaban el rito ceremonial y las pequeñas llamas se reflejaban en las paredes de los mausoleos dibujando horribles figuras en la penumbra. Las estatuas de mármol de ángeles y serafines tomaban el aspecto de demonios y gárgolas grotescas según la oscuridad y el amarillo tenue de las luminarias danzaban es su superficie.
—Okírì Òrúnmìlà.
Òrúnmìlà, Bara Agborinegum,
Adese omilese a -mo-kú
Ikuforiji Olineji Oba-Olofa.
Espíritu del destino y la fuerza desbordante,
Te invocamos por los más poderosos nombres—, los cánticos eran dirigidos a las deidades de la noche y el destino en Yoruba al ritmo cadencioso y oscuro de los tambores.
Un hermoso hombre negro con gruesas trenzas doradas y enormes ojos verdesostenia en sus manos una antigua daga dorada. Él estaba de pie sobre la cubierta de una tumba de marmol rectangular que es su lápida leía: 'Doña Leila Von Dorcha, viuda de Artuaga. Nacida en Austria en el 1636. Fallecida en San Juan en 1666. Descance en Paz'.
—...Asunlola nini-omo-Oloni Olubesan.
Erintunde Edu Ab' ikujigbo alajogun igbo.
Su poder resurge para defendernos de la muerte y la destrucción...
El sacerdote santero de aspecto casi divino caminó hacia una vestiste jaula de madera. De su interior sacó un gallo que violentamente se sacudía buscando zafarse de la mano de su captor como si supiera su suerte. Al fondo, las manos batían sobre los cueros con más vehemencia y las voces de los hombres y mujeres se mezclaban alcanzando un tono frenético.
Levantado en alto, el pobre animal aleteaba y cacareaba desesperado. De un solo golpe, fue apuñaleado en el estomago por el sacerdote y su sangre salía a borbotones de su cuerpo manchando de rojo la tumba. El hombre de brillantes ojos verdes bebió la sangre que quedaba en el cuerpo del AVE sacrificada para luego tirarla al suelo sin vida.
Con su mano limpió la sangre de su boca para dar la orden, —¡Traigan a la virgen!
Un moreno musculoso traía cargando sobre sus anchos hombros a una jovencita. La muchacha de piel trigueña parecía estar dormida o desmayada pues no se movía ni oponía resistencia. Sus piernas colgaban y sus rizados cabellos se movían con el vaivén del caminar del enorme negro.
—¡Rápido, átala al poste!— dijo el sacerdote.
La orden fue ejecutada y la niña fue amarrada de su cintura, piernas y tobillos a un madero detrás de la lápida de la Von Dorcha.
En ese momento, los cantos fueron decreciendo hasta casi alcanzar el tono y el volumen susurrante de una canción de cuna.
—Oba-igede para petu opitan-eluf e,
Amoranmowe da ara re Òrúnmìlà.
El poder de la transformación está con Òrúnmìlà,
Ya no hay extraños en el camino del destino.
Una gélida brisa sopló trayendo un fuerte olor a tierra húmeda, sangre podrida y rosas marchitas. Los tambores y las voces acallaron al unísono.
—Ella está aquí. Nuestra reina a llegado—, pronunció el líder santero.
El hombre se salió de sobre la tumba y se unió al grupo de los tambores y las mujeres. Con expectación todos miraban fijamente a la estrecha abertura entre dos mausoleos. Una niebla espesa cubría el lugar y el sonido chirriante de los murciélagos al salir por el portón corroído de acero de las capillas mortuorias llenó el aire.
Al comenzar a disiparse la neblina la curvilínea silueta de una mujer energía de las tinieblas. Al salir a la luz se pudo ver lo hermoso de sus facciones. Vestida con un bello vestido de seda de color vino intenso ella desfilaba en medio de las demás tumbas con sensualidad casi divina. Sus cabellos eran largos y lustrosos y sus ojos de ónice reflejaban la luz fulgurante de las velas.
Con su caminar pausado y elegante llego hasta el lugar donde el gallo fue sacrificado parándose encima del charco de sangre.
—Doña Leila—, habló el sacerdote, —esta noche le ofrecemos el cuerpo de esta virgen para así sellar el pacto entre los vivos y los muertos. Esperamos sea de su satisfacción.
Una sonrisa diabólica se dibujó en los labios de Leila mientras se acercaba a la mujer atada al poste. Un par de incisivos sobresalieron de su boca de carmín y en ese preciso instante, la desdichada joven despertó. Aún no se podía mover pues su cuerpo no le respondía aunque quisiese pues había sido drogada. Sus extremidades dormidas poco podían hacer para alejar a la muerte que le acechaba.
Una vez frente a la virgen, la Von Dorcha le tomó del rostro y la contemplaba. Una lagrima rodó por la mejilla de la jovencita quien le suplico en un murmullo, —No, por favor... No.
Un grito se ahogo en la garganta de la virgen cuando Leila enterró sus colmillos en el cuello de la mujer hasta drenarle la vida.
***Este cuento es escrito como parte de la convocatoria que hiciera la página oficial de WattVampiros y su certamen de cuentos cortos para Halloween. La historia tiene 1670 palabras de un límite de 5k y tenía que incluir dulces, Halloween y colmillos. Espero les agrade.
Adjunto una foto de Leila Von Dorcha para los que no han leído mi novela y un vídeo del tradicional baile de bomba similar al que se baila en el rito descrito en esta historia.
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