Astronautas a la deriva


Astronautas a la deriva

—Oooooh... ese estuvo bien cerca. ¿Lo viste, Johnny? Debe haber dejado un cráter bastante grande tras la colina... Vamos, a cazar meteoritos—, el
astronauta varado, dio u as palmadas en el casco de su colega y arrastró la carretilla cromada por la arena rojiza.

Subiendo y bajando las dunas marcianas, dejaba en su andar las huellas de sus pesadas botas y tras de él el par de serpenteantes líneas paralelas que marcaban los neumáticos de tracción del carrito, mientras conversaba en un tono jovial con su camarada.

—Claro que sí, Johnny. Una vez hallado el meteoro, nos lo llevaremos al domo. Es cierto, no debe ser tan grande. Senda estela que llevaba al caer. De seguro se redujo muchísimo su tamaño al entrar a la atmósfera— aseveraba el hombre toda vez que maniobraba para no resbalar al subir la colina.

Ya en la cima, el astronauta logró divisar la aún humeante roca. Como dedujo, su masa se había consumido con la llamarada que produjo al entrar en la historia atmósfera del planeta rojo. Sin problema podría levantarla y montarla en la plataforma.

—Oh, sí, tienes razón, Johnny. Ya habrá enfriado lo suficiente para poder tocarla cuando lleguemos allá abajo. De vuelta en el laboratorio ya podremos examinarlo con más calma.

Bajar se le hizo más fácil que subir, tomándole solo unos minutos llegar hasta el cráter. Ya cerca del meteorito y con el sol puesto sobre sus cascos, los ojos del astronauta brillaron llenos de emoción y orgullo. Entre sus gruesos guantes grises, cargó la roca celeste y se volteó para mostrárselo a su compañero. —Precioso, ¿no es así! Mira todas estas partículas brillosas en su superficie. Menuda colección de metales vamos a examinar en el laboratorio. Este hallazgo me huele a premio Nobel de Ciencia, Johnny, cuando volvamos a casa— doblándose un poco colocó el objeto en la carretilla, que con el peso de éste se tambaleó un poco, haciendo que el casco junto a ella rodara sobre sí, hasta casi caer del carro. —¡Te tengo! Lo siento amigo. Por poco y te tumbo— y con cuidado piso el casco derecho en la plataforma, dándole unas palmaditas. Tras el visor, un par de ojos desorbitados y purpúreos le miraban en blanco, mientras  debajo, unos labios hinchados y cianóticos dibujaban una escueta mueca en aquella cabeza desmembrada. 

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