50. Mala sensación
“Es preciso estar siempre presto a declarar la guerra, para que no nos veamos obligados a la desgracia de tener que aceptarla.”
–François Fenelon.
Eylen
—París me prestó ropa, otra vez —aviso entrando a la habitación —Esto es muy vergonzoso.
—Bueno, entonces deberás traer más ropa —Harry se burla.
Ya se encuentra totalmente vestido, jeans negros, una camiseta negra con el logo de la banda Green Day y sus Vans negras.
—Supongo que sí —hago un puchero y Harry acorta la distancia entre nosotros para dejar un beso sobre mis labios.
—Estaré abajo. Creo que mi tía comenzó a cocinar el almuerzo, veré si necesita ayuda.
—Sin quemar la casa, por favor —le pido con una sonrisa burlona.
—Me ofendes.
—Claro —me rio y me aparto para ir al baño. Siento una nalgada en el proceso. Ahogo un grito ante la sorpresa. Volteo a ver Harry y me regala una sonrisa de ángel antes salir de la habitación.
Se siente extraño creer que ahora Harry es mi novio y somos una pareja oficial.
El día de ayer no terminó de la mejor manera, luego de que Wesly amenazara deliberadamente a Alice, Harry decidió darle fin a nuestra estadía en el parque de diversiones.
Cómo Tokio y París habían venido en el auto de Tokio, ellos llevaron a Max a su casa.
Alice le dijo a Harry que dormiría en casa de Erick así que juntos los llevamos y al final Harry prefirió dormir en casa de Tokio ya que después de todo este siempre ha sido su hogar.
Salgo de la ducha vestida y con la toalla en la cabeza para intentar secar un poco el cabello ya que me lo he lavado.
El celular de Harry comienza a vibrar en el escritorio. No soy entrometida, estando con Ben jamás le revisé el celular, pero esta vez no puedo evitarlo, los mensajes caen de forma insistente. Niego, no voy a ser esa clase de novia, no puedo serlo, me rehúso. Me quito la toalla de la cabeza y vuelvo al baño para acomodarla en su lugar.
Peino un poco mis rulos frente al espejo para salir de la habitación. Paso frente al escritorio y el aparato sigue vibrando.
Me detengo, veo la pantalla iluminada y leo:
Megan Black 12 mensajes nuevos
Papá 1 mensaje nuevo
Max "idiota" Jones 2 mensajes nuevos
Tomo el celular en la mano para llevárselo a Harry, no abro ningún mensaje y salgo de la habitación. A mitad de pasillo, en dirección a las escaleras empieza a vibrar nuevamente, pero esta vez es una llamada entrante.
El nombre Megan Black y la selfie de una hermosa rubia de rostro delicado y ojos claros alumbra la pantalla.
Toma todo de mí no contestar y lo que hago es bajar las escaleras a toda velocidad sin apartar la vista de la pantalla y la foto de Megan.
—¡Harry! —lo llamo —¡Tu celular está sonando!
—¡Estoy en la cocina, nena!
Llego al final de las escaleras y voy a donde me dijo. La señora Snyder se encuentra revolviendo algo en el sartén de la estufa y Harry está sentado en una de las sillas altas de la isla con un cuchillo en la mano y con una tabla de picar llena de lechuga y tomates.
—Toma —le tiendo el celular, pero la llamada ya se perdió.
Harry deja de cortar el tomate y pone el cuchillo a un lado.
—Gracias —dice y desbloquea el celular —Oh, era Megan, también me ha estado escribiendo. Discúlpame un momento, iré a devolverle la llamada —me da un beso en la frente y se aleja para ir a la puerta trasera de la cocina que da al patio.
Me siento en la silla donde él estaba, tomo el cuchillo y comienzo a cortar el tomate que Harry dejo a medias.
—¿Hambre? —me pregunta la señora Snyder cuando se gira a verme.
—Un poquito —suspiro y miro por la puerta donde Harry salió.
—Tranquila, en quince minutos comienzo a servir.
Le regalo una sonrisa y dejo el cuchillo a un lado al ya haber terminado de cortar el tomate y no había nada más que hacer.
Anoche Harry nos presentó, se puso muy contenta cuando Harry le dijo que yo era su novia, ella dijo que jamás en los más de diez años de que conoce a Harry le había conocido una novia, me sentí especial por eso. Estando en la habitación Harry me dijo que nunca le presentó a ninguna porque su familia es algo sagrado para él y la chica que traiga debe ser digna de merecerlo.
—Hola —Tokio entra a la cocina y va directamente a su mamá para darle un beso —¿Ya está la comida? —pregunta observando todo y estira su mano para robar un trozo de tomate y meterlo a su boca.
—Casi —le responde su madre. Toma la tabla de picar y se gira para poder preparar la ensalada —Tokio Thadeo. ¿A qué hora llegaron anoche?
Miro la hora en el reloj que cuelga de una de las paredes, ya son casi la una de la tarde y apenas vamos bajando de las habitaciones.
—¡Mamá! —Tokio se queja —Hoy es mi día libre, merezco dormir más.
—Nada de dormir, te dije que hay que limpiar la piscina.
—¡Mamá, es domingo de flojera! No me hagas limpiar la piscina.
—Ningún, domingo de flojera. Vas a limpiar la piscina.
Me rio ante la cara de desesperación de Tokio. París entra en la cocina y en sus brazos trae a Chihuahua, toma asiento en la silla junto a mi sin prestar mucha atención la pelea de su madre y su hermano.
—¿Dónde está Harry?
—Afuera —señalo la puerta —Está hablando con Megan.
—Oh, Megan... —es lo único que comenta al respecto ya que Harry entra nuevamente a la cocina.
Va directo a mí y pasa sus manos por mis hombros aferrándome a su pecho.
—¿Todo bien? —le pregunto subiendo la mirada.
—Sí, Megan solo es necesitaba ayuda para ubicar un lugar aquí en Chicago.
—Para eso existe Google Maps —dice París de forma obvia.
Harry no le hace caso, en su lugar lo único que hace es detener la pelea frente a nosotros y nos concentramos en pasar de forma tranquila el resto de la tarde.
Aunque por dentro Megan Black sigue siendo una pequeña espina que pincha en mis celos.
Una vez Harry mencionó que en la academia tenía una compañera de cuarto llamada Megan, estoy segura de que es la que ha llamado hoy, antes me era fácil no determinar el hecho de su existencia, pero ahora que la desconocida tiene rostro y uno malditamente precioso no puedo dejar de lado la realización de que mi novio tiene chicas como esa en su círculo social.
❁❁❁
Alice
Un idiota se creyó más listo que los demás y ahora el narcotraficante más peligroso de Chicago está muerto. Mi jefe.
Estoy de pie en el salón principal de fiestas de la mansión Dallas. A mi alrededor hay otras doscientas personas, sé que este apenas es un corto porcentaje de todos los dealers que trabajamos para esta familia.
Sandra Dallas tiene el control, ahora es quien lleva las riendas de los negocios familiares. Está furiosa, lleva media hora diciendo las maneras en las que hará sufrir al idiota que acabó con la vida de su amado esposo.
Sandra repite una y otra vez que: «nadie le hace daño a un Dallas y vive para contarlo».
No soy una mujer que cree en la intuición o premoniciones, pero justo cuando Alison Dallas entra al salón con Wesly a su lado, sé que nada bueno puede salir de la combinación de esos dos juntos. Tengo una mala sensación, ahora más que nunca ya que anoche el que creí mi amigo me amenazó frente a todos y hoy está junto a la chica que juró no soportar en repetidas ocasiones.
—Individualmente cada uno hará una fila, hombres a la izquierda, mujeres a la derecha y le darán su nombre a mi hija y Wesly para que la mercancía de esta semana se les sea otorgada. —dice Sandra —Miguel no está, pero eso no significa que el negocio se detendrá, aquí seguimos adelante hasta el final.
Doy un suspiro cuándo en total silencio hacemos lo que pidió.
La fila de mujeres va a un salón completamente diferente y una a una entramos. Cuando es mi turno observo la gran cantidad de cajas, de todos los posibles tamaños, ordenadas perfectamente detrás de un escritorio. Alison está sentada sobre la superficie del escritorio, con las piernas cruzadas y con un portapapeles en su mano.
—Alice Meyers —dice cuando he cerrado la puerta y estamos solas.
—Siento muchísimo lo de tu padre —es lo que creo correcto decir.
—Ahórrate el pésame —responde y da un brinco del escritorio para rodearlo y poner su atención en las cajas —Alice, lo que mi padre más odiaba en este mundo era la falsa modestia. —me quedo en silencio viendo sus acciones. No está mirándome, solo camina mirando las cajas hasta que se detiene en una particularmente grande y la patea suavemente con su botín negro. —Cincuenta mil grandes para ti, y ciento ochenta mil para nosotros. —se gira a verme —Eso es lo que se tenía establecido para esta semana. Llevas poco en el negocio, pero al parecer mi padre ya estaba dispuesto a darte la confianza de otorgarte tan grande cantidad de mercancía —señala con la cabeza a la caja que había pateado —Creo que necesitarás ayuda con esto, querida. Debe pesar más que tú.
—Mi novio está esperando por mi afuera, él me puede ayudar —le aviso.
Alison me regala una sonrisa, aunque para mí es fingida.
—¿Sabes? Con tanta mercancía, prefiero que alguien del equipo te lleve todo a la puerta de tu departamento, así se estará más seguro. ¿Qué dices? Ya vi que cambiaste de dirección, puedo pasar yo misma a dejarte esto mañana por la tarde ya que estaré por la zona cobrando y entregando paquetes personales a otras personas.
—Claro, gracias, no tengo problema con eso —asiento.
Nuevamente tengo esa mala sensación al estar juntas. Quizás sean mis bebés dentro de mi revolviendo todo mi sistema, pero Alison se ve demasiado calmada para alguien que encontró a su padre muerto anoche y me trata de forma muy amable a pesar de que su tan amado novio la terminó por nada más y nada menos que mi propia prima.
Me giro para irme, pero antes de hacerlo su voz vuelve a hablar.
—Alice —dice, no volteo a verla solo me detengo frente a la puerta con mi mano en el pomo —Sé que esta demás decirte esto, pero si falta un solo dólar a la hora de que vayamos a cobrar, tu cabeza será lo que tomaremos para saldar la cuenta. No es una advertencia y no creas que solo te estoy diciendo esto a ti, todo el que sale de esta oficina se va con la misma amenaza, mi padre ya no está aquí y por esa misma razón mi madre y yo nos encargaremos de que todo permanezca tal y como él lo dejó.
Giro el pomo de la puerta para salir.
Hace un año en mi clase de Filosofía a cada uno de los estudiantes se nos fue dada una pequeña frase célebre de autores y filósofos antiguos y actuales. La tarea era que, a partir de esa frase, hiciéramos una pequeña exposición de cinco minutos sobre lo que habíamos aprendido o entendido y si consideramos útil aquel mensaje.
A mí me tocó una de François Fenelon, la estudié tanto que me la memoricé: Es preciso estar siempre presto a declarar la guerra, para que no nos veamos obligados a la desgracia de tener que aceptarla.
Recuerdo que lo primero que pensé al leerla fue: «no subestimar el poder de la anticipación»
Llevo una de mis manos mi estómago mientras camino en busca de la salida.
Ahora más que nunca debo anticipar todos los posibles escenarios en donde mis bebés salgan lastimados aún si sea por propia paranoia y al final nada pase. Mi mamá solía decir que es mejor prevenir que lamentar y yo no puedo permitir que algo les pase, no es mi vida la que debo proteger, es la de estas pequeñas criaturas que se forman en mi vientre.
Al salir veo a Erick sentado en los escalones de la entrada principal de la mansión Dallas, está viendo publicaciones en Instagram de forma aburrida. Mi corazón late con fuerza al saber que si ignoro la anticipación a los hechos por creer que soy inocente de los errores de otros quizás él también salga herido.
Me siento a su lado y miro para el frente en dirección a la enorme cerca que rodea la casa.
—¿Y tú mercancía? —indaga.
—La llevarán a casa mañana después del colegio, es una caja muy grande, además es más seguro si ellos la llevan —respondo sin mirarlo.
—Cierto —dice —¿Ahora que hacemos? ¿Quieres ir a mi casa o vamos a tu departamento? Podemos ir a almorzar al centro comercial si tienes hambre.
Hago una mueca y lo observo fijamente, no puedo creer que esté a punto de soltar la siguiente pregunta. —Erick... ¿De casualidad tendrás el número de mi hermana?
Tal y como esperé, mi novio me da la mirada más confusa y sorprendida. Incluso lleva una de sus manos a mi frente y me dice: —¿Estás bien? No tienes fiebre, no creo que sea un delirio, pero debe serlo porque por un segundo creí oírte decir que-
—¿Tienes el número de mi hermana?
Se me vuelve a revolver el estómago, hace tanto que no decía esas dos palabras juntas «mi hermana». Aquello no es un secreto, pero es algo que no suelo mencionar. Jamás la he soportado y desde que nuestra madre murió y Alison se fue a vivir con la abuela no he tenido contacto alguno con ella. Actúo frente a otros como si fuera hija única, excepto cuándo a Eylen se le escapa frente a otras personas el decir aquel detalle solo para joderme porque sabe lo mucho que me enoja.
—Sí, claro que lo tengo —Erick me responde —Por lo menos una vez al mes le escribo para saber cómo se encuentran ella y tu abuela.
No me molesta, Erick siempre ha sido bueno y atento con cada familiar mío que conozca.
—Bien, necesito que me lo des.
—¿Por qué? ¿Qué vas a decirle?
—El baile de graduación está a la vuelta de la esquina y necesito un vestido que no sea de aquí. Quizás si le envío el dinero, me pueda ayudar con la compra de uno sumamente precioso que vi en una tienda que tiene varios locales por Madrid.
Erick se ríe —Quién diría que una emergencia de la moda sería la que hiciera que le hables la persona que más odias en este mundo.
Sonrío de lado, todo eso es inventado, me sorprende que Erick no sepa que hace ya más de un mes tengo mi vestido comprado. Creo haberlo comentado antes, pero cuando son cosas de ropa y compras no suele hacerme mucho caso.
Erick desbloquea su celular y se va a los contactos, no baja mucho ya que el numero registrado como Alison Meyers es uno de los primeros de la lista.
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