O9: Doubts and Wishes.
Mientras caminaban hacia el comedor, Sana se sentía extrañamente ligera. Había algo en esa risa de JiHyo que resonaba en su mente, una melodía que no podía sacarse de la cabeza. El pasillo seguía adelante, pero su mente estaba atrapada en ese momento, en la sensación de los dedos de la azabache entrelazados con los suyos, y la suavidad de su sonrisa, algo tan raro y precioso que no podía evitar sentirse atraída.
No era algo nuevo para Minatozaki el desear ser cercana a alguien, tener amigos de verdad, claro aparte de MiYeon, pero había algo diferente en cómo se sentía en torno a la azabache. Tal vez era la forma en que la coreana la desafiaba, la manera en que la hacía ver más allá de la superficie, o cómo se dio cuenta que la hacía reír con solo una palabra o un gesto. Y mientras lo pensaba más, se daba cuenta de que la atracción que sentía hacia ella no era solo el deseo de ser amigas.
Era algo más profundo y, más complicado.
Mientras seguían caminando por los pasillos, Sana se preguntaba si esa chispa en su interior era solo una curiosidad, o si estaba empezando a ver a JiHyo de una manera diferente. La imagen de la azabache, con su expresión vulnerable momentos antes de que DaHyun las interrumpiera, seguía apareciendo en su mente. El ligero temblor en su voz cuando aceptó intentar ser amigas, el suspiro que dejó escapar cuando la castaña le tomó la mano... ¿Era todo esto una señal de algo más?
Mientras avanzaban, la enfermera seguía adelante, tarareando suavemente una melodía desconocida, ajena al tumulto de pensamientos que asaltaba a Minatozaki. La castaña no podía evitar robar miradas de reojo a JiHyo, tratando de descifrar lo que estaba sintiendo. Pero la azabache parecía tranquila, incluso con esa sonrisa juguetona en sus labios.
Sana se mordió el labio, preguntándose si tal vez se estaba imaginando cosas, o si realmente había algo más en sus sentimientos. ¿Podía ser que, en su deseo de ser mejor, de cambiar, estuviera empezando a ver a JiHyo como algo más que una amiga? El simple pensamiento hizo que su corazón latiera un poco más rápido y que un cosquilleo nervioso se extendiera por su pecho.
Y entonces, cuando estaban a punto de llegar al comedor, Minatozaki lo admitió para sí misma.
Le gustaba JiHyo.
No solo como amiga, no solo como alguien a quien admiraba por su fortaleza y vulnerabilidad, sino como alguien a quien deseaba conocer en un nivel más profundo, más íntimo. No sabía cómo manejar ese sentimiento, ni siquiera si JiHyo sentía algo similar, después de todo apenas tenían la oportunidad de conocerse mejor, pero por primera vez, no tenía miedo de lo que eso significaba.
El pensamiento la asustaba y emocionaba al mismo tiempo.
¿Qué significaría para ellas?
¿Cambiaría algo entre ellas si alguna vez lo admitía en voz alta?
Mientras observaba la forma en que JiHyo movía un mechón de cabello detrás de su oreja, Sana decidió que, por ahora, estaba bien no saberlo todo. Tal vez lo mejor era dejar que las cosas fluyeran, permitirse sentir sin miedo y, sin apurar las cosas.
Cuando entraron al comedor, el bullicio de voces y risas las envolvió. DaHyun las dirigió a una mesa vacía, y mientras se sentaban, Sana se dio cuenta de que, aunque su vida había sido una serie de máscaras y expectativas, tal vez, con JiHyo, podría encontrar algo real.
La azabache la miró un momento, sus ojos grises brillando bajo la luz cálida del comedor, y la castaña le devolvió la mirada, sonriendo suavemente. Sí, decidió, lo que sentía por JiHyo era más que simple amistad. Y aunque no sabía qué haría con ese sentimiento, sabía que no podía ignorarlo.
No podía evitar sentir que algo había cambiado, y aunque el camino adelante era incierto, estaba dispuesta a explorarlo, a explorar lo que sentía por la coreana, sin importar adónde la llevara.
JiHyo caminaba por los pasillos del hospital, aun sintiendo el leve cosquilleo en la palma de su mano, donde hace unas horas había estrechado la de Sana. No entendía bien qué había cambiado en la castaña, pero algo en la manera en que la miraba ahora, la vulnerabilidad en sus palabras había desarmado su defensa habitual. Y aunque había aceptado darle otra oportunidad, su corazón seguía lleno de dudas.
Mientras avanzaba por los pasillos, JiHyo sintió cómo la tensión en su cuerpo se volvía más densa, como si el aire a su alrededor estuviera cargado de incertidumbre. Estaba acostumbrada a mantener a la gente a distancia, a no dejar que nadie viera sus debilidades. Pero Sana había comenzado a romper esas barreras, y eso la aterraba.
Entró en su habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un suspiro profundo. La soledad del cuarto le dio una sensación de alivio temporal, un espacio donde no tenía que fingir ser fuerte. Se sentó en el borde de su cama y se dejó caer hacia atrás, mirando el techo mientras sus pensamientos giraban en espiral.
— ¿Qué estoy haciendo? — pensó, llevándose una mano a los ojos para bloquear la luz que filtraba por la ventana. Había algo en Minatozaki que la atraía, una calidez inesperada que no sabía cómo manejar. Pero también había dolor, el dolor de haber sido herida por ella antes, y el miedo de que pudiera volver a suceder.
Los recuerdos de su pasado comenzaron a invadir su mente, nublando sus pensamientos. Recordó a las personas que la habían decepcionado, a las que había dejado entrar solo para ser traicionada.
Era más fácil construir muros, mantenerse fría y distante.
Era más fácil estar sola.
Pero Sana... ella era diferente.
Park había visto el esfuerzo en sus ojos, la lucha interna por cambiar, por ser mejor. Y eso la desconcertaba. — ¿Y si me equivoco? ¿Y si vuelvo a salir lastimada? — Se hacía esas preguntas una y otra vez, buscando una razón para no dejarse llevar.
Unos suaves golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos. Se sentó de nuevo, mirando la puerta con una curiosidad y precaución. Dudó por un momento antes de levantarse para abrirla.
Al otro lado estaba Mina, una chica linda y callada que apreciaba y cuidaba desde que la conoció. La pelinegra la miró con tranquilidad y una expresión neutral. —JiHyo, solo quería ver cómo estabas —dijo con su voz suave y pausada.
JiHyo se sorprendió por la preocupación, normalmente era ella quien se preocupaba por la menor. —Estoy... bien —mintió, intentando sonar convincente, aunque la vacilación en su voz traicionaba sus verdaderos sentimientos.
Mina ladeó la cabeza, observándola con una atención que hizo que JiHyo se sintiera expuesta. Finalmente, la más alta habló de nuevo. —Si necesitas hablar o simplemente alguien que escuche, estoy aquí. A veces, tener a alguien con quien compartir el peso ayuda... me lo dijo una azabache una vez cuando estaba muy mal.
—Gracias —murmuró, bajando la mirada, sintiendo cómo la emoción se enredaba en su garganta. No estaba acostumbrada a recibir esa clase de apoyo de alguien que no fuera JeongYeon.
Mina asintió y se retiró en silencio, dejando a la azabache sola en su habitación una vez más. Pero esta vez, la soledad no se sentía tan pesada.
JiHyo volvió a tumbarse en la cama, esta vez sin la sensación de ser abrumada por sus pensamientos. Recordó las palabras de Sana, la sinceridad en su disculpa, y cómo había confesado sus propios temores y errores.
Se dio cuenta de que la castaña también tenía sus propios demonios, y que tal vez, solo tal vez, podían ayudarse mutuamente. Minatozaki le había mostrado un lado de sí misma que nunca había revelado a nadie más, y eso le dio a JiHyo una pequeña chispa de esperanza.
Suspiró profundamente, permitiendo que sus emociones se calmaran un poco. Sabía que todavía quedaba un largo camino por recorrer, tanto para ella como para Sana. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no sentía que debía recorrerlo sola.
Finalmente, cerró los ojos, dejando que la tranquilidad la envolviera. Tal vez, a pesar de todas las dudas y miedos, había tomado la decisión correcta al darle una oportunidad a Sana. Porque, en el fondo, quería creer que las personas podían cambiar... que ella misma podía cambiar.
Y mientras se quedaba dormida, decidió que, pase lo que pase, intentaría seguir adelante, sin mirar atrás. Porque a veces, la esperanza más pequeña puede ser suficiente para iluminar hasta los días más oscuros.
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