O8: Light in the Darkness.
Al día siguiente, Sana caminaba por los pasillos del hospital, aun en busca de la azabache. La conversación con JeongYeon le había dado una nueva perspectiva, pero eso no quitaba el peso de la culpa que sentía en su pecho. Tenía que encontrarla, aunque no estaba segura de qué esperar.
Finalmente, llegó a una zona del hospital que apenas era transitada, un ala casi olvidada del edificio. Las luces eran más tenues, y las paredes mostraban signos de desgaste, como si el tiempo hubiera pasado sin que nadie se molestara en reparar los daños. JeongYeon le había dicho que Park solía buscar estos rincones para estar sola, para alejarse de las miradas curiosas y las preguntas incómodas.
Cuando giró una esquina, la vio.
JiHyo estaba sentada en la barandilla de una ventana, su mirada estaba perdida en el exterior, ajena al mundo que la rodeaba. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros estaban caídos, que le decía a Minatozaki que la coreana no estaba bien.
Quizás no lo había estado durante mucho tiempo.
Tomo un respiró profundo mientas se acercaba lentamente y sus pasos resonando suavemente en el suelo. No quería asustarla, pero tampoco podía permitirse dudar. —JiHyo —dijo suavemente, deteniéndose a unos pasos de ella.
La azabache levantó la vista, y por un momento, sus ojos grises mostraron sorpresa antes de endurecerse nuevamente. Se enderezó, su expresión al instante se volvió fría y distante, como si intentara levantar una barrera entre ella y la más baja.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con voz áspera y claramente irritada— Si vienes a "disculparme" como la última vez, mejor vete. No tengo tiempo para tus juegos, Minatozaki.
La castaña sintió el pinchazo de las palabras de JiHyo, pero no retrocedió. Sabía que merecía ese trato, pero no por eso iba a rendirse.
Esta vez, no.
—Cállate —dijo con firmeza, sorprendiéndose a sí misma por el tono decidido en su voz.
La azabache la miró con incredulidad, claramente no esperaba esa reacción. Estaba a punto de decir algo, pero Sana levantó una mano, indicándole que la dejara hablar. —Cállate y escúchame —repitió, su voz era más suave esta vez.
El silencio que siguió fue tenso, pero JiHyo no se movió. Sus ojos grises se clavaron en los orbes color miel de Minatozaki, esperando lo que tuviera que decir.
—Sé que fui una idiota —comenzó, manteniendo su mirada— Fui cruel y grosera. Me dejé llevar por lo que los demás esperaban de mí, por la imagen que creía que debía mantener. Y te traté horrible e incluso te hice sentir mal, algo que no tenía derecho a hacer.
La más baja parpadeó, su expresión suavizándose apenas, pero no dijo nada, permitiendo que Sana continuara.
—No puedo cambiar lo que pasó —admitió, sintiendo el nudo en su garganta apretarse— Pero quiero que sepas que lo siento, de verdad. He estado pensando mucho en lo que pasó entre nosotras, y me di cuenta de que, si sigo siendo tan grosera, nunca seré tan buena persona como tú. Nunca seré alguien de quien pueda estar orgullosa.
JiHyo soltó una risa amarga, sin humor. —¿Y ahora vienes a disculparte porque te diste cuenta de que no eres perfecta? Qué conmovedor.
—No es eso —replicó Sana, dando un paso hacia ella— No se trata de mí, se trata de ti. Me hiciste ver cosas que no quería ver en mí misma, y aunque en su momento lo odié, ahora me doy cuenta de que te lo debo. Me mostraste lo que realmente soy, y aunque duele admitirlo, tenía que escuchar esa verdad.
Park desvió la mirada, cruzando los brazos sobre su pecho como si intentara protegerse. La frustración aún estaba ahí, tangible en la tensión de sus hombros, pero también había algo más, algo más suave que Im no había visto antes.
—No soy buena, Sana —murmuró la azabache, su voz cargada de tristeza— No soy alguien a quien deberías admirar. Ni siquiera puedo controlarme a mí misma, ¿cómo podría ayudarte a ser mejor?
Sana se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras de JiHyo se asentaran. Sabía que la coreana estaba luchando contra sus propios demonios, y que ese era un dolor que no desaparecería fácilmente. Pero había aprendido algo importante de JeongYeon: las personas que te importan no te abandonan, incluso cuando no estás bien.
—JiHyo, no tienes que ser perfecta para ser una buena persona —dijo finalmente, con una suavidad que no solía mostrar— Todos tenemos nuestras luchas, nuestras fallas, tu misma me lo dijiste esa vez. Lo importante es que sigamos adelante, que intentemos ser mejores, incluso cuando es difícil. Y eso es lo que veo en ti, alguien que sigue intentándolo, a pesar de todo.
JiHyo cerró los ojos, dejando escapar un suspiro tembloroso. Por un momento, la castaña pensó que la rechazaría de nuevo, que se cerraría completamente. Pero, en lugar de eso, la azabache asintió levemente mientras sus hombros se relajaban un poco.
—Solo... solo no esperes demasiado de mí, ¿de acuerdo? —murmuró, con una vulnerabilidad que hizo que Sana sintiera un nudo en el pecho.
—No espero perfección —respondió Minatozaki, con una pequeña sonrisa— Solo quiero que podamos intentarlo de nuevo, conocernos bien, sin máscaras, y sin groserías, lo prometo.
JiHyo la miró, y esta vez, sus ojos grises mostraban algo diferente. No era aceptación completa, pero había una chispa de esperanza, una señal de que, tal vez, las cosas podrían cambiar.
—Está bien —dijo finalmente, su voz apenas audible— Podemos intentarlo.
Sana sintió una oleada de alivio y gratitud. Sabía que aún tenían mucho camino por recorrer, pero este era un primer paso para lograr conectar con JiHyo.
Y, por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba en el camino correcto.
Juntas, en ese rincón olvidado del hospital, se dieron una oportunidad para empezar de nuevo, sabiendo que el camino no sería fácil, pero dispuestas a intentarlo.
Porque, a veces, todo lo que se necesita es una disculpa sincera y la voluntad de ser mejor.
Sana, aun sintiendo la calidez de ese momento, extendió su mano hacia JiHyo. La azabache la miró con sorpresa, su expresión mostraba un rastro de duda, pero finalmente tomó la mano que se le ofrecía. Era un gesto simple, pero significaba mucho más de lo que las palabras podrían expresar. Sus dedos se entrelazaron con suavidad, como si el simple contacto pudiera sellar la promesa de un nuevo comienzo.
Ninguna de las dos dijo nada, pero no hacía falta. Permanecieron así, mirándose a los ojos, dejando que el peso de todo lo que había pasado se desvaneciera lentamente. Todo parecía desvanecerse a su alrededor, dejando solo a las dos, conectadas en un instante de comprensión mutua.
Fue entonces cuando la enfermera apareció en la puerta, con una expresión de ligera sorpresa al verlas tan cerca. —Eh, chicas, es hora de comer —anunció, rompiendo el hechizo del momento.
Ambas se separaron rápidamente, casi con torpeza. La castaña, en su prisa por soltarse, tropezó con sus propios pies, tambaleándose hacia adelante. JiHyo, a pesar de todo, no pudo evitar soltar una carcajada, el sonido de su risa resonando en el pasillo. Sana se sonrojó al escucharla reír, sintiendo el calor subir a sus mejillas, mientras luchaba por mantener su dignidad.
—¡Oye, no te rías de mí! —protestó con un pequeño puchero, cruzando los brazos y mirando a la azabache con una fingida molestia. Pero el brillo en sus ojos delataba que, en realidad, no estaba enojada.
JiHyo negó con la cabeza, aun sonriendo, mientras se acercaba a Sana y le dio un pequeño empujón en el hombro. —No puedo evitarlo, eres un caso perdido, Minatozaki —respondió en tono de broma.
La más alta fingió estar ofendida, pero no pudo evitar sonreír también. Había algo liberador en esa pequeña interacción, en la ligereza de sus palabras. Era un pequeño destello de lo que podría ser si continuaban así.
—Vamos, no querrán quedarse sin comer, ¿verdad? —intervino DaHyun, observándolas con una mezcla de curiosidad y diversión.
Las dos chicas asintieron y comenzaron a seguirla por el pasillo. Mientras caminaban, Sana no pudo evitar mirar de reojo a JiHyo, quien caminaba a su lado, aún con esa pequeña sonrisa en los labios.
—¿Sabes? Si no hubieras reído, no me habría caído —dijo, tratando de mantener un tono casual mientras le daba un pequeño codazo.
—Claro, claro, lo que digas —replicó la azabache.
DaHyun, que iba un par de pasos adelante, no pudo evitar soltar una suave risa mientras escuchaba la conversación. Se dio cuenta de que, aunque fuera un pequeño paso, algo había cambiado entre ellas.
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