O5: The Weight of Pain.
JiHyo se encontraba sentada en su cama, observando la luz del atardecer filtrarse a través de las cortinas. El recuerdo del encuentro con Sana aún la atormentaba, cada palabra y cada gesto de la castaña resonando en su mente. La pelota antiestrés que había utilizado para calmarse descansaba ahora en su mano mientras sus dedos la apretaban con fuerza mientras intentaba controlar la furia que aún sentía.
Suspiró pesadamente, había logrado mantener durante semanas no tener ni un ataque de irá y ahora su esfuerzo se había desvanecido en un instante.
Cerró los ojos, intentando encontrar un poco de paz en medio del caos interno, entonces la puerta de su habitación se abrió lentamente, alertándola sobre alguien aproximándose, giró la cabeza y al notar los cabellos castaños que se asomaban, lanzó la pelota golpeando la pared y rozando la cabeza de la coreana qué la miraba con sorpresa. —Te dije que no quería saber sobre ti, vete.
— Si bueno. — Minatozaki se aclaró la garganta mientras se acercaba a la azabache. — Escucha JiHyo, lo de hace un rato fue algo exagerado y quiero decirte que, te perdonó.
—¿Qué? — La coreana miró a Minatozaki con una expresión confusa en su rostro. — Sana, vete de aquí. — musito llevando sus manos su rostro con frustración, esa niña no aprendía.
—No, escucha. Yo no sabía que eras una bruta qué le gustaba golpear a las personas, y bueno te perdono por tratarme así, la personas merecen segundas oportunidades y además, sigues siendo la persona más normal de aquí. ¿Amigas?
JiHyo sintió cómo la rabia subía por su garganta al escuchar las palabras de Minatozaki. Sin pensarlo dos veces, se levantó de la cama y avanzó hacia la castaña con pasos firmes.
—¿Amigas? —repitió con incredulidad mientras tomaba a Sana por el cuello de su bata de hospital, empujándola contra la pared. La mirada de la azabache era una mezcla de furia y desesperación. —Eres tan inmadura, Sana. Todo el mundo aquí tiene sus problemas y sus razones para estar en este lugar. ¿Crees que solo tú estás por encima de todos?
Sana intentó apartar las manos de la más alta mirándola con miedo. —¡Suéltame! —exclamó con su voz temblorosa.
—No, no te voy a soltar hasta que entiendas algo. —musito mientras apretaba aún más su agarre, y con sus palabras saliendo entre dientes. —No tienes ni idea de lo duro que puede ser estar aquí, de lo que hemos pasado cada uno de nosotros. Piensas que solo porque tienes un nombre y un estatus, eso te hace superior. Pero déjame decirte algo: aquí dentro, eres igual a todos nosotros. No, de hecho, eres incluso peor. Porque al menos nosotros reconocemos nuestras fallas y tratamos de mejorar. Tú solo te escudas en tu arrogancia y superficialidad.
Sana abrió la boca para replicar, pero no encontró las palabras. La intensidad de la mirada de JiHyo la dejaba sin aliento. —JiHyo, yo...
Park la interrumpió, soltándola bruscamente y dando un paso atrás. —Eres tú la verdadera fenómeno si crees que estás por encima de todos aquí. Tienes mucho que aprender, Sana. Y si no empiezas a cambiar tu actitud, no vas a sobrevivir en este lugar.
Minatozaki se quedó inmóvil, frotándose el cuello donde las manos de JiHyo habían dejado marcas rojas. Sus ojos se llenaron de lágrimas, no solo por el dolor físico, sino porque las palabras de la azabache la hicieron sentirse de alguna manera mal. —No... no sabía... —balbuceó, intentando contener las lágrimas.
JiHyo respiró profundamente, tratando de calmarse. —No es fácil para ninguno de nosotros. —dijo, su era voz un poco más suave. —Pero tenemos que aprender a convivir, a entendernos. No todo se trata de ti, Sana. Si quieres sobrevivir aquí, tienes que dejar de lado esa actitud y empezar a ver a las personas por lo que son, no por lo que aparentan.
Sana asintió lentamente, sus lágrimas cayendo libremente por sus mejillas. —Lo siento... —susurró, con la voz quebrada.
JiHyo asintió, dando un paso atrás y dejándola espacio para respirar. —Está bien. Solo... piensa en lo que he dicho. —dijo antes de volver a sentarse en su cama, recogiendo la pelota antiestrés del suelo.
Sana se quedó un momento más en silencio, asimilando todo lo que había pasado. Luego, sin decir una palabra más, salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de ella con un suave clic.
—Sana, es hora de tomar tus medicamentos y... ¿qué diablos te pasó en el cuello? —DaHyun se acercó rápidamente, examinando las marcas rojas en la piel de la castaña— ¿Fue JiHyo? ¿Por qué fuiste a provocarla de nuevo?
—No es nada, estoy bien. — Minatozaki apartó las manos de la enfermera con un gesto brusco, su mente todavía anclada en la tensa conversación con la azabache — ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro —respondió DaHyun, fijando su atención en la castaña.
—¿Qué le pasó a JiHyo? —La voz de la coreana tembló ligeramente, pero había un tinte de genuina curiosidad en sus palabras.
DaHyun suspiró, tomando asiento en una silla junto a la cama mientras sacaba los frascos de medicamentos— No debería decirte esto, realmente no puedo hablar sobre los otros pacientes. Pero... —hizo una pausa, mirando las marcas en el cuello de la castaña — JiHyo no ha tenido una vida fácil. Su familia fue cruel con ella, especialmente un miembro en particular que la lastimó de muchas formas, tanto física como emocionalmente, haciéndole creer que no valía nada.
El rostro de Sana se tensó al escuchar eso, un nudo formándose en su estómago— ¿Y qué ocurrió después?
—JiHyo aguantó ese infierno durante años, hasta que un día no pudo más, toda esa furia que había guardado simplemente exploto y se defendió. Pero... —La coreana hizo una pausa, clavando su mirada en los ojos de la nipona — Esa persona aprovechó ese momento para internarla aquí. Lleva algunos meses con nosotros, y aunque suene contradictorio, ha dicho que es más feliz aquí que en su "casa". Aquí la cuidamos, le damos comida, y está rodeada de personas que realmente se preocupan por ella.
Sana se quedó en silencio, asimilando lo que DaHyun acababa de compartir. Un sentimiento incómodo de culpa comenzó a invadirla.
La enfermera le tendió un vaso de agua junto con las pastillas necesarias— Toma tus medicamentos, Sana.
Minatozaki asintió en silencio, tragando las pastillas con un sorbo de agua mientras la coreana observaba atentamente para asegurarse de que lo tomara.
—Bien —dijo DaHyun, satisfecha— Trata de descansar un poco, ¿sí? —añadió, levantándose para dirigirse hacia la puerta.
La castaña asintió de nuevo, sin decir una palabra más. Cuando Kim salió de la habitación, se quedó sola, sentada en su cama, mirando al vacío. Se sentía pequeña, insignificante, y un torbellino de emociones la envolvía.
Su mente seguía atrapada en pensamientos confusos, intentando comprender el dolor que JiHyo había soportado, y preguntándose si había algo que pudiera hacer por ella. Por alguna razón, JiHyo le importaba más de lo que quería admitir.
Sana se preguntaba por qué sentía esa extraña conexión con JiHyo, a pesar de su rechazo. Quizás no se trataba solo de querer su amistad, sino de algo más profundo. Por primera vez en su vida, la castaña empezaba a ver más allá de su propio reflejo, dándose cuenta de que las personas a su alrededor también tenían cicatrices y que tal vez, solo tal vez, estaba destinada a entenderlas.
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