16: The Weight of Freedom.
"Han pasado siete meses desde que ingresé al hospital psiquiátrico. Es increíble pensar en lo rápido que ha pasado el tiempo y, a la vez, lo eternas que han sido algunas de las noches aquí. Al principio, no creía que fuera a lograrlo. Sentía que cada día me hundía más en un pozo del que no había forma de salir. Pero aquí estoy, escribiendo estas líneas, recordando cómo todo ha cambiado.
JeongYeon fue dada de alta hace un tiempo. NaYeon viene con ella cada vez que nos visita. Ver a JeongYeon sonreír de nuevo, libre de todo lo que la atormentaba, es un recordatorio constante de que hay esperanza para todas nosotras. Me dio una gran noticia hace poco: había encontrado a la tía de JiHyo. Parece que cuando den de alta a JiHyo, podrá ir a vivir con ella. JiHyo aún no lo sabe, pero creo que le alegrará.
Mina... bueno, Mina hizo algo increíble. Reunió el valor para hablar sobre lo que la trajo aquí: su homosexualidad. Sus padres la internaron porque pensaban que estaba enferma, como si amar a alguien del mismo sexo fuera una enfermedad. Pero no lo es, y con la ayuda de los especialistas y su novia, ChaeYoung, lograron hacer que sus padres lo entendieran. La última vez que la vi, se despidió con una sonrisa en el rostro. Se fue a casa, libre, y sus padres le pidieron perdón. Ahora, solo quedamos JiHyo y yo. JiHyo... mi JiHyo.
He cambiado mucho desde que llegué aquí. He ganado peso, no solo físicamente, sino emocionalmente. Ya no me siento la misma chica rota que entró por esas puertas. Y JiHyo... ella también ha cambiado. Antes era tan cerrada, tan reservada con sus emociones, pero ahora, gracias a nuestra relación, se ha permitido sentir más, expresarse más. Y me siento afortunada de ser parte de eso."
Después de tantos meses en el hospital psiquiátrico, Sana sentía que algo había cambiado dentro de ella, algo profundo y transformador. Cuando había ingresado, se sentía rota, vacía, como una cáscara que apenas podía sostenerse en pie. Pero ahora, después de incontables días de terapia, conversaciones difíciles y momentos de soledad, había empezado a reconstruirse. Aun así, mientras terminaba de escribir en su cuaderno esa tarde, algo en su interior seguía incompleto. La tinta en el papel no podía expresar plenamente la mezcla de emociones que la consumía.
Cerró el cuaderno con un suspiro, dejándolo sobre la mesa junto a su cama. Afuera, el sol comenzaba a descender, tiñendo la habitación de un suave tono dorado. A pesar del calor acogedor de la luz, un frío inquietante se asentaba en su pecho.
Un leve golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos, sacándola de su burbuja. DaHyun asomó la cabeza con una sonrisa amable, esa sonrisa que siempre le transmitía serenidad, pero que ahora, por alguna razón, parecía cargar un peso invisible.
—Sana, ¿puedo pasar? —preguntó suavemente.
La castaña asintió. La coreana entró y cerró la puerta detrás de ella, creando un pequeño mundo privado entre ambas, donde las palabras que se dirían cambiarían todo.
—Tengo algo que contarte —dijo DaHyun, manteniendo su mirada firme sobre la chica que había visto luchar cada día desde su llegada—. Mañana te darán el alta.
Sana sintió cómo el mundo se detenía por un segundo, como si el aire mismo se hubiera congelado a su alrededor. Las palabras de DaHyun resonaron en su cabeza, repitiéndose una y otra vez hasta que finalmente encontró la fuerza para procesarlas.
Se iría.
Después de todo lo que había pasado, de todos los miedos y las lágrimas derramadas, por fin sería libre de marcharse. Pero en lugar de la alegría que esperaba sentir, una ola de emociones contradictorias la invadió.
Alegría, sí, pero también un miedo profundo, una tristeza que no podía explicarse.
—¿De verdad? —susurró, su voz temblorosa, como si temiera que la noticia no fuera cierta.
DaHyun asintió lentamente. — Has hecho un progreso increíble, Sana. Los médicos creen que es el momento adecuado para que continúes tu recuperación fuera de aquí. Tienes todo lo necesario para seguir adelante.
Sana tragó saliva, incapaz de hablar por un momento. Sabía que esto era lo que había esperado durante tanto tiempo, pero el miedo a lo desconocido pesaba más de lo que había imaginado. El pensamiento de abandonar ese lugar, su refugio durante los últimos siete meses, la llenaba de incertidumbre. Era su prisión y su santuario a la vez. Tendría que decirle adiós a la seguridad del hospital, a su rutina diaria, a las personas que la rodeaban... Todo eso pronto sería parte de su pasado. Y, por encima de todo, había una persona en particular que la mantenía aferrada a ese lugar.
—¿Y qué pasa con JiHyo? —preguntó con su voz apenas audible. Sus dedos se entrelazaron nerviosamente en su regazo—. No quiero dejarla sola.
La coreana la miró con suavidad, comprendiendo perfectamente lo que la atormentaba. —JiHyo también está progresando, Sana. Ambas tienen caminos diferentes que seguir, pero eso no significa que no puedan seguir caminando juntas. Su vínculo no depende de este lugar, es mucho más fuerte que eso.
Las palabras de DaHyun resonaron en su mente mientras la veía salir de la habitación, dejándola sola nuevamente. Sabía que tenía razón, pero la sensación de vacío seguía ahí.
Salió de su cuarto y caminó hacia el jardín, donde siempre encontraba a JiHyo al final del día.
La azabache estaba sentada en su rincón habitual, bajo un árbol que comenzaba a perder sus hojas. El cielo se teñía de tonos anaranjados y rosas mientras el sol descendía lentamente. La paz que transmitía su figura, siempre serena, siempre mirando más allá del horizonte, era lo que Sana necesitaba en ese momento. Se acercó con pasos lentos con su corazón latiendo con fuerza en su pecho.
—Hyo... —llamó suavemente, deteniéndose a unos pasos de ella.
JiHyo se giró, y al verla, una sonrisa cálida se extendió por su rostro. Sin embargo, algo en los ojos de la castaña hizo que su expresión cambiara. Se puso de pie rápidamente, acercándose a ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó, su voz llena de preocupación mientras acariciaba suavemente la mejilla de Minatozaki, notando la tensión en su cuerpo.
Sana respiró hondo, intentando encontrar las palabras correctas. — Mañana me dan el alta — dijo finalmente con su voz siendo apenas un susurro.
JiHyo se quedó inmóvil por unos segundos, dejando que la noticia se asentara en su mente. Una sonrisa se formó en sus labios, pero esta vez, la tristeza era innegable en sus ojos. —Eso es maravilloso, Shiba —respondió con su voz cálida, pero teñida de melancolía — Estoy tan feliz por ti.
Sana, sin embargo, no podía compartir esa felicidad plenamente.
Una opresión en su pecho la mantenía atrapada en sus miedos.
—Voy a dejarte aquí... No quiero que te quedes sola —murmuró, evitando mirarla directamente a los ojos.
La azabache, al notar la angustia en su novia, tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella, brindándole el consuelo que tanto necesitaba.
—Nay, has trabajado muy duro para llegar hasta aquí. Esto es lo que siempre has deseado, y no debes sentirte mal por ello. No estaré sola. Siempre te tendré a ti, y tú a mí.
La mirada de JiHyo se fijó en la de la castaña con una firmeza que le dio algo de consuelo.
—¿De verdad lo crees? —preguntó Sana con la voz rota, buscando desesperadamente alguna seguridad.
—Sí —afirmó JiHyo con una sonrisa suave—. Lo que tenemos es mucho más grande que este lugar. No importa dónde estemos, siempre vamos a estar juntas.
Sana sintió las lágrimas acumularse en sus ojos, pero esta vez no eran de tristeza.
Sin decir una palabra más, se lanzó a los brazos de JiHyo, abrazándola con fuerza. La azabache la sostuvo, acariciando su espalda con ternura, susurrando palabras de consuelo al oído de Minatozaki.
JiHyo levantó una mano, acariciando con suavidad la mejilla de Minatozaki, sus dedos recorriendo con delicadeza la piel cálida y suave de la castaña, como si quisiera memorizar cada detalle de su rostro. El pulgar de la azabache rozó el labio inferior de Sana, provocando un ligero temblor en su cuerpo.
Sin apresurarse, Park inclinó su rostro, acercándose lentamente, dándole a Sana todo el tiempo del mundo para retirarse si quería, pero la castaña no lo hizo. Al contrario, cerró los ojos y, con un suspiro suave, dejó que sus labios se encontraran.
El primer contacto fue tímido, casi como un susurro, pero la electricidad que corrió por sus cuerpos fue inmediata. Los labios de JiHyo eran suaves, cálidos, y al principio se movieron con una cautela casi considerada, como si cada segundo fuera precioso, como si el mundo fuera a detenerse y ese momento fuera eterno. Sana respondió con igual delicadeza, sus manos subiendo lentamente hasta el cuello de JiHyo, entrelazando sus dedos en aquel cabello oscuro que tanto le gustaba.
Conforme el beso avanzaba, el ritmo cambió. La timidez dio paso a una necesidad más profunda. El roce de sus labios se volvió más firme, más intenso, como si ambas intentaran transmitir todo lo que las palabras no podían decir. Era como si todo lo que había sido roto dentro de ella comenzara a sanar en ese mismo instante.
JiHyo inclinó un poco más la cabeza, profundizando el beso, sus labios entreabiertos buscando más contacto, más cercanía. Sus lenguas se encontraron brevemente, un toque suave y lleno de ternura que solo incrementó la conexión que ya sentían. Sana sentía que el mundo a su alrededor desapareció, y lo único que existía era JiHyo, su toque, su calor, su amor.
Cuando finalmente se separaron, lo hicieron con una lentitud casi dolorosa, como si romper ese contacto fuera lo más difícil que hubieran hecho. Ambas respiraban con dificultad, sus frentes apoyadas la una en la otra, compartiendo ese silencio que no necesitaba palabras.
—Siempre vamos a estar juntas, ¿verdad? —preguntó Sana con la voz ahogada, mientras lagrimas comenzaban a recorrer sus mejillas rosadas.
—Siempre —respondió JiHyo, abrazándola de nuevo. — Lo prometo.
Sana se aferró al calor de JiHyo, sintiendo cómo su propio cuerpo temblaba bajo el peso de tantas emociones. El beso había sido más que un simple gesto; era la culminación de meses de dolor, lucha y crecimiento. En ese instante, se dio cuenta de que no estaba huyendo del hospital ni de sus propios miedos. Estaba avanzando, por fin enfrentando el mundo exterior con la certeza de que no estaría sola.
JiHyo, susurró suavemente —Todo lo que hemos pasado aquí... no se quedará atrás. Seguiremos juntas, donde sea que estemos.
Sana cerró los ojos, dejando que esas palabras se filtraran en su alma. Era la seguridad que necesitaba, el ancla que la mantendría firme cuando todo lo demás pareciera incierto.
La castaña levantó la cabeza lo suficiente para mirar a JiHyo directamente a los ojos, esos ojos grises que tanto habían cambiado, que ahora reflejaban una comprensión y una ternura que nunca había visto. — Te amo, JiHyo. — Sus palabras salieron quebradas, como si cada una cargara años de sentimientos reprimidos.
JiHyo sonrió, una sonrisa pequeña pero sincera, mientras sus dedos acariciaban el rostro de Sana con la misma suavidad de siempre. —Yo también te amo, Shiba. Y no importa lo que pasé, siempre te amaré.
Ambas se quedaron así por lo que pareció una eternidad, abrazadas bajo el suave ocaso que envolvía el jardín. No importaba lo que el mañana trajera consigo; ese momento, esa promesa entre ellas, era lo único que necesitaban para seguir adelante.
Viva el amor
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