13: A Place of Peace.

El hospital estaba envuelto en un silencio sepulcral, solo interrumpido por el zumbido leve de las máquinas y el crujido ocasional de las viejas paredes. En medio de esa quietud, Sana yacía en su cama, pero el descanso era un lujo que no podía permitirse. Las sábanas, aunque suaves, parecían estar hechas de espinas, irritando su piel, recordándole cada segundo lo que acababa de hacer.

Se giró hacia un lado, después hacia el otro, intentando inútilmente encontrar una posición en la que pudiera descansar. Pero la culpa y la tristeza seguían pesando en su pecho como una piedra. Cada vez que cerraba los ojos, el reflejo en el espejo del baño la acosaba, mirándola con desprecio, como un juez implacable en un tribunal sin clemencia. No podía soportar más esa sensación.

No podía quedarse ahí, no en esa cama, no con esos pensamientos. Necesitaba escapar, de los demonios que la acechaban en la oscuridad de su mente.

Con el corazón latiendo desbocado, se levantó de la cama con cuidado, procurando no hacer ruido. Sabía que no debía deambular por los pasillos a esas horas, pero la desesperación la empujaba. Necesitaba algo, o más bien a alguien que la sacara de ese abismo en el que estaba cayendo.

Los pasillos del hospital parecían interminables, sumidos en la penumbra de la noche. Los pasos de Sana resonaban suaves, pero a sus oídos parecían ensordecedores. Finalmente, llegó a la puerta que había estado buscando. La duda la asaltó, haciéndola titubear un instante.

¿Qué estaba haciendo?

¿Realmente quería molestar a JiHyo en medio de la madrugada?

Pero sus pensamientos estaban tan enredados que necesitaba a alguien que la ayudara a desenredarlos, y la azabache era la única persona en la que podía pensar.

Tomando una respiración profunda, empujó suavemente la puerta y entró en la habitación. La oscuridad la envolvía, pero podía distinguir la figura de Park, tumbada en su cama. Su respiración era suave, rítmica, y por un momento, Sana se quedó inmóvil, simplemente escuchando, permitiendo que el sonido la calmara un poco.

—Hyo... — susurró con su voz temblorosa, apenas un murmullo en la oscuridad. No quería despertarla, pero al mismo tiempo, lo deseaba desesperadamente.

La mencionada se movió, girando lentamente hacia la castaña. Sus ojos, pesados por el sueño, parpadearon un par de veces antes de enfocarse en la figura que estaba junto a su cama.

—Sana... ¿Qué haces aquí? —preguntó JiHyo con su voz ronca por el sueño.

—¿Puedo quedarme contigo? — pidió Minatozaki con la voz quebrada, luchando por mantener el control.

La azabache no respondió con palabras. Simplemente se hizo a un lado en la cama, creando un espacio para que Sana se uniera a ella. La castaña se deslizó bajo las sábanas, sintiendo el calor del cuerpo de JiHyo a su lado, un contraste reconfortante con el frío que parecía emanar de su propio interior.

—No podía dormir — confesó, su voz apenas era un susurro.

JiHyo pasó un brazo por encima de ella, abrazándola con suavidad, como si con ese simple gesto pudiera ahuyentar todos los miedos de Sana. La castaña se sintió pequeña y frágil, pero al mismo tiempo, segura.

—Hyo... Yo... tengo bulimia. — admitió, la voz de Minatozaki se quebró al pronunciar esas palabras, como si con cada sílaba se liberara de una carga que había llevado durante demasiado tiempo.

JiHyo giró su cuerpo para mirarla, sus ojos grises estaban llenos de una comprensión tan profunda que Sana sintió que se ahogaba en ellos.

—Creo que es una de las razones por las que siempre he sido así — continuó, sin atreverse a sostener la mirada de la azabache — Siempre he sentido que tenía que ser perfecta, que tenía que ser la mejor en todo. Y cuando no lo lograba... cuando sentía que fallaba... recurría a eso para sentir que tenía control.

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, y las palabras fluían con una facilidad sorprendente, como si hubieran estado esperando toda su vida para ser dichas.

—Hace un rato... tuve una pesadilla. Era sobre todo eso. Y cuando me desperté... no pude soportarlo. Sentí que tenía que hacer algo para recuperar el control, y... recaí.

Sana se cubrió el rostro con las manos, abrumada por la vergüenza y la culpa. Pero antes de que el silencio se volviera insoportable, sintió las manos de JiHyo apartar las suyas con suavidad.

—Shiba... —dijo JiHyo en voz baja, con un tono lleno de ternura. — Está bien... fallar es parte del proceso. Lo importante es que sigas intentándolo. Que no te rindas.

Minatozaki tragó saliva, intentando contener el llanto, pero las palabras de JiHyo la hicieron sentir algo que creía haber perdido; esperanza.

— Además... —la azabache sonrió suavemente, acariciando la mejilla de Sana con el pulgar— ya eres hermosa tal como eres.

Sana la miró, sorprendida, sintiendo cómo su corazón se aceleraba y sus mejillas se ruborizaban.

—Tus ojos color miel son tan profundos, tan llenos de vida, incluso... cuando estás triste. Tus labios, esos labios pomposos que siempre están tan rojos, son preciosos. Y tú sonrisa es tan linda, tan preciosa, tan tú... Y esas adorables mejillas, incluso cuando están llenas de lágrimas, no hacen más que recordarme lo fuerte que eres. No tienes que ser perfecta para ser hermosa, Shiba. Ya lo eres.

JiHyo la abrazó con más fuerza, permitiendo que Sana soltara todo el dolor que había contenido durante tanto tiempo. Permanecieron así, en silencio, compartiendo un consuelo que solo ellas podían ofrecer.

—No necesitas ser perfecta —repitió JiHyo— Solo necesitas ser tú. Y te prometo que, mientras sigas intentándolo, estaré aquí contigo.

Sana se acurrucó más cerca de JiHyo, sintiendo una calidez en su pecho que no había sentido en mucho tiempo. Aunque el dolor y la tristeza seguían ahí, había algo en esas palabras que la hacía sentir que podía encontrar una manera de salir adelante fue entonces que no pudo evitar sonreír.

Era casi media mañana cuando DaHyun, habiendo terminado sus tareas matutinas, comenzó a notar la ausencia de Minatozaki. Al revisar la hora, se sorprendió al ver que ya eran las diez y aún no había visto a la nipona en ninguna parte.

Recorrió el comedor, la sala común, y finalmente se dirigió a las habitaciones para preguntarle a cierta azabache si tenía idea de donde podría estar la japonesa. Al llegar a la habitación, tocó suavemente la puerta antes de abrirla con cuidado. Al asomarse, se encontró con una escena que la hizo sonreír.

Sana y JiHyo estaban abrazadas en la pequeña cama, sus cuerpos entrelazados como si fueran dos partes de un todo. El cabello castaño de Sana estaba esparcido sobre la almohada, mientras JiHyo la sostenía cerca, como si temiera que pudiera desvanecerse.

DaHyun se quedó en la puerta por unos segundos, observando la paz en los rostros de ambas chicas. La escena era dulce, casi como sacada de un sueño. Sin querer interrumpir ese momento tan íntimo, cerró la puerta con suavidad y se alejó en silencio, decidiendo dejarlas descansar un poco más. Después de todo, cualquiera podía necesitar un respiro en medio de todo el caos que a veces significaba estar en ese lugar.

Con una sonrisa aún en los labios, la coreana se dirigió a la cocina para preparar un té, dispuesta a esperar pacientemente hasta que ambas despertaran. Mientras tanto, en esa pequeña habitación, había un recordatorio de que, a pesar de todo, siempre había espacio para empezar de nuevo.

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