09
Aubrey
Regreso al apartamento tras leer el mensaje de Alana que dice que está en casa, después de buscarla la encuentro profundamente dormida en su cama, siendo lo más cuidadosa posible cierro la puerta y voy a la mía con las lágrimas empañando mi vista.
En el taxi me las había aguantado no queriendo que el conductor viera mi estado deplorable, pero en mi casa los recuerdos se me echan encima. Ahora que lo pienso no he pagado el taxi. Bueno mierda, el hombre tampoco me dijo nada, así que ese dinero que me ahorro supongo.
No es hasta que me dejo caer sobre el colchón de la cama cuando las gotas saladas empiezan a brotar por mis mejillas como un río sin fin en un intento de deshacerme del peso que cae sobre mis hombros. Pasados unos minutos limpio el rastro de lágrimas con la palma de mi mano y me levanto, sé que llorar no es la solución, pero siempre encuentro algo reconfortante en hacerlo. Masoquista.
Me quito la ropa y la dejo en el canasto de la ropa sucia para lavarla mañana. Todavía sigue teniendo su olor, en mi piel y debajo de mis fosas nasales, como si él estuviera aquí conmigo. Necesito un jodido baño.
Mientras espero a que la bañera se llene del agua caliente dejo las lentillas a un lado del lavabo y esparzo la mascarilla de carbón por toda mi cara. En un momento dado tropiezo con el reflejo de mis ojos, pronto mi visión se vuelve una más borrosa, la longitud de mi pelo se acorta y mis rasgos rejuvenecen diez años, apareciendo en ellos las mismas cicatrices que tenía en ese entonces.
Por más que pestañeo la imagen nunca desaparece, así que cierro los ojos con tanta fuerza que los párpados me empiezan a doler. Estás maldita. Dice una voz deformada trayéndome un dolor de cabeza. No haces más que darnos problemas. Clavo mis dedos en el lavabo, a cada frase que escucho el dolor se agudiza hasta el punto de arrancarme un jadeo adolorido.
Luego algo húmedo toca mi tobillo y me hace abrir los ojos de sopetón.
—¡Mierda! —exclamo viendo el agua que sale de la bañera hasta mis pies.
Dejo que la toalla que tengo envuelta alrededor del cuerpo caiga al suelo cuando voy corriendo a cerrar el grifo, y con una mirada cansada veo toda el agua que tengo que limpiar antes de emprender mi camino a la cocina, donde están los instrumentos de limpieza.
Después de limpiar hasta la ultima gota me sumerjo en el agua sin importarme que ya no esté tan caliente como antes, tampoco me preocupo en arrojar las sales de baño que suelo usar, estoy malditamente cansada.
Cierro los ojos y dejo la cabeza en el borde de la tina forzando mis músculos tensos a relajarse y a mi mente olvidarse de sus lentillas rojas. Cinco minutos más tarde sus guantes y su máscara se unen a mi martirio. Lo que en un principio es un pasatiempo por saber quién es la persona que está detrás de esa sudadera ahora se convirtió en una pesadilla de la que no sé cómo escapar.
Sabiendo que no conseguiría nada permaneciendo dentro del agua abro los ojos y me doy prisa en enjabonarme. Muevo la esponja por mi piel con desespero haciendo que unas marcas adornen mi piel, pero poco me importa ahora mismo, lo único que quiero es terminar con todo y dormir, así por lo menos puedo tener unas horas de calma hasta que las pesadillas dieran comienzo. Aunque lo cierto es que hasta dormir me da terror, me asusta la idea de irme a dormir y soñar con alguno de ellos dos, o despertar al día siguiente y encontrar más sorpresas.
De vuelta a mi habitación apenas toco el suelo con la punta de mis dedos, conteniendo la respiración bajo el pomo de la puerta, suelto una exhalación del susto cuando escucho un chirrido de la puerta, y con rapidez me adentro al dormitorio cerrando la puerta detrás de mí en un clic.
El silencio en el que está sumido el departamento tiene a mi corazón latiendo con más fuerza de lo normal y a mis oídos con un pitido desagradable, con pasos vacilantes me acerco a la ventana y aparto un poco las cortinas. Él no está, pero no quiere decir que no vaya a venir después.
Cerrando las cortinas me aseguro de que la ventana esté cerrada con seguro, también me aseguro de que la puerta principal tenga todos los cerrojos y esté bien cerrada. Hago lo mismo con la de mi dormitorio antes de sentarme en la cama con las piernas cruzadas, después enciendo la lámpara de la mesita de al lado y coloco el diario en mi regazo.
Mis mejillas se tiñen de rojo y un escalofrío aparece en todo mi cuerpo al recordar que alguien más ha descubierto los pensamientos que tanto me costó esconder, incluso de Alana.
Tomando una bocanada de aire abro el pequeño cuaderno por una página cualquiera, al ver que están todas y no destrozó ninguna suspiro aliviada, hasta que me fijo en las palabras subrayadas y las pequeñas notas que hay en las hojas alrededor de lo que hay escrito, como si lo hubiera estado analizando.
Mis pulmones se encogen haciendo que fracase al respirar con normalidad mientras sus palabras se repiten en mi cabeza como un disco rallado. Por lo que parece él tiene una extraña fijación conmigo, lo cual es ridículo teniendo en cuenta que unos meses atrás me intentó eliminar del mapa.
Todavía tengo la parte del golpe sensible por las cicatrices de los puntos que me tuvieron que poner, y apuesto a que no le falta el dinero, así que la idea de que todo fue un robo a mano armada cobra cada vez menos sentido. Hay algo más, tiene que haberlo.
Todos estos meses intenté encontrar respuestas por mi cuenta, pero siempre llegaba a la misma conclusión; nada.
Frunzo el ceño al reparar en una x marcada junto al nombre de una de mis profesoras del instituto, en esa página describo mi última semana de clases, cuando la señora Murphy me suspendió la asignatura de matemáticas por menos de una décima, según ella lo hizo para que me esforzara más el curso siguiente. Pasando algunas páginas hacia atrás encuentro otra x al lado de Tyler, mi primer novio.
Mi estómago se sacude asqueado ante el recuerdo de los mensajes que le envió a sus amigos a través de un grupo burlándose de mi después de haberme follado. Si bien las primeras veces no solían ser agradables, la mía fue un infierno del que me acuerdo cada vez que veo su nombre escrito en mi diario, provocando que mi vientre bajo se encoja ante el recuerdo de lo doloroso que fue, casi como si mi sufrimiento lo hubiese excitado más y lo hubiera hecho adrede.
Cuando estoy a punto de retroceder a esos años que no quiero ni nombrar mis dedos se detienen y vuelvo a la primera página descubriendo un número de teléfono en una esquina. Apretando los dientes arranco la página y la arrugo entre mis manos antes de lanzar la pelota de papel a la basura, sabiendo perfectamente de quién es el número, ésta rebota contra el aro de metal y termina en el suelo.
Luego dejo el diario debajo de mi almohada y cojo un par de pastillas para dormir antes de meterme debajo de las sábanas con la luz de la lámpara encendida.
Cierro los ojos con fuerza esperando a que los martilleos de mi corazón se aplaquen antes de que se me salga por la boca. Empiezo a removerme buscando una posición cómoda en la que dormir. Veinte minutos después mis dedos aflojan el agarre de la almohada y me sumerjo en una oscuridad agradable, hasta que esa oscuridad se convierte en destellos de colores formando una cocina que reconocería a miles de kilómetros.
Eres un demonio, y los demonios pertenecen en el infierno. Susurra una voz grave segundos antes de que mi cuerpo caiga en un agujero sin salida.
Al despertar siento como si un camión me hubiera pasado por encima, poco a poco me voy incorporando, un estornudo hace que de repente mueva la cabeza y un leve dolor me atraviesa los lados arrancándome un jadeo ronco. Mientras me levanto me sorprendo de no oler ningún rastro de tabaco o la colonia que siempre uso, hasta que una gota de agua se desliza de mi fosa nasal.
Rápidamente cubro mi nariz a la vez que busco un paquete de pañuelos en los cajones de mi mesita de noche. Sacudiendo mi nariz me fijo en una pequeña bolsa verde de papel encima de la mesita, en seguida la sangre me empieza a correr con más rapidez haciendo que mi congestión nasal desaparezca.
Con dedos vacilantes abro la bolsa teniendo cuidado de no cortarme con el papel, dentro hay una serie de pastillas y medicamentos para el resfriado. Frunciendo el ceño meto la mano rebuscando entre las cajas hasta dar con un frasco de gominolas multi vitamínicas veganas.
Un ruido de fuera hace que desvíe mi atención a la puerta.
En la cocina está Alana barriendo unos trozos de cristal. Me siento en uno de los taburetes y sonrío, al menos eso se supone que intento hacer.
—Buenos días. —murmuro con una voz rasposa.
Alana levanta la cabeza con una mueca en los labios dejando sus ojos fijos en alguna parte de mi cara antes de hablar con una casta sonrisa.
—Oh mierda, creo que alguien está enferma. —muevo los hombros fingiendo que no le doy mucha importancia cuando en realidad me siento morir por dentro.
—Gracias por las medicinas. Parece que me harán falta. —respondo señalando mi cara con una mueca.
Ella tuerce los labios y me mira por un largo rato como si no supiera de qué le estoy hablando.
—Las medicinas que dejaste en la bolsita verde. —añado pronunciando las palabras con cautela. Ella niega sin deshacer el mohín de sus labios.
—Tal vez haya sido Trent. Vino esta mañana pero estabas durmiendo, así que le dije que podía esperarte en el salón. Cuando volví ya no estaba. Pensé que estaba contigo. —dice lo último moviendo las cejas de una forma sugerente.
Sacudo la cabeza mordiendo el interior de mi mejilla.
—No. No me dijo nada.
De hecho no me dijo nada desde ayer cuando me dejó plantada.
—Bueno. ¿Y qué tal te lo pasaste en la fiesta? Pensé que no vendrías. —su pregunta es como un puñetazo a la boca de mi estómago que me quita el poco aire que podía respirar.
Paso la palma de mis manos por mis muslos desnudos mientras busco las palabras correctas que decir, lo que me lleva un par de minutos por los latidos que retumban en mis oídos. Alana ladea la cabeza, me mira con las cejas levantadas y yo le sonrío otra vez para eliminar las sospechas de que algo hubiera pasado.
Si no lo digo en voz alta y dejo de pensar en eso puedo olvidarlo más rápido, y cuanto menos gente tenga conocimiento de lo que sucedió en esas cuatro paredes mucho mejor.
—Bien. Nada fuera de lo común. ¿Y tú?
Tal vez es impresión mía, pero siento que el ambiente se torna extraño, las comisuras de sus labios tienen un leve temblor mientras sostienen su sonrisa.
—Más de lo mismo.
—Al final no te encontré. —le digo recordando aquella nota.
El hombre enmascarado tiene que haber falsificado su letra de alguna forma, eso significa que ella también puede estar en su punto de mira, y tan horrible como suena haré todo lo posible para seguir manteniendo su atención en mí y la deje en paz, así me cueste mi estabilidad. De todas formas no es como si tuviera mucho de eso últimamente.
—No. Al final me fui antes. Lo siento, debí haberte avisado. —asiento con la cabeza dejando que la conversación llegara a su fin.
El timbre de la puerta retumba en mis oídos avisando de que alguien ha venido.
Mi estado de ánimo mejora al pensar que se trata de mis padres, apenas los había visto durante la cena esta semana y mi padre está más raro de lo normal, ya ni siquiera discute con mi madre cuando llegan del trabajo a altas horas de la noche, lo cual es bastante extraño.
—¡Voy! —vocifera Alana soltando la escoba antes de que me pueda levantar del taburete.
Luego va casi corriendo a abrir la puerta.
—Pasa. —asomo la cabeza por la pared que me separa del pequeño espacio en el que se encuentra la puerta principal.
Allí está él limpiando sus zapatos con el felpudo y una mochila de cuero negra colgando en su hombro. Mis músculos se endurecen contra la tela suave del asiento y mi corazón empieza a palpitar expectante al momento de cuando nuestras miradas se fueran a encontrar, pero no pasa porque él nunca se gira a verme, mucho menos me dirige la palabra.
Me irrita que con tan solo su presencia cause cambios fisiológicos en mi persona, y el hecho de que actúe como si yo no existo solo hace que esa amarga sensación se quede ahí por más tiempo de lo deseado mientras intento ignorarlo cogiendo un cartón de leche de la nevera.
Olvidando por un momento la irritación de mi garganta echo los cereales sobre la leche sin calentar y voy a mi habitación reprimiendo la urgencia de mirarlo de reojo. Él ahora está sentado en una silla del comedor centrado en su móvil, esperando a que Alana salga de su dormitorio. Luego frunce el ceño a la vez que amplia la pantalla con sus dos pulgares y sonríe. No vi muchas sonrisas suyas, pero esta parece una sincera.
Una foto te dura más. Sacudo la cabeza antes de entrar a mi habitación con esa voz todavía reprochando mi pequeño momento de acosadora. Parece que se me están pegando algunas malas mañas de dicho acosador.
Con el bol de cereales en las manos me siento en la cama de tal manera que mi culo rebota en el colchón y la leche fría de los cereales me salpica en la cara y en las sábanas que acaba de poner limpias hace unos días. Mierda. Estoy un buen rato decantándome entre comer primero y limpiar después o al revés. Al final me decido por lo primero. De todas formas me queda suficiente leche como para comerme las pelotas. Ojalá fueran otras pelotas.
—Las de Trent. —clarifico en voz alta sin darme cuenta como si alguien hubiera podido escuchar mis pensamientos de antes.
Jodida mierda, tengo que cambiar de cereales. Me trago la primera cucharada con una mueca al sentir un pinchazo en la garganta, a la cuarta me canso de la tortura por la que tenía que pasar para alimentarme y dejo el bol en la mesilla. Mi vista enseguida se clava en la bolsa verde y pienso en Trent. Mentiría si digo que no lo echo de menos, pero el que hubiese venido a traerme las pastillas cuando seguía sin responder a mis mensajes no lo exculpaba de nada.
Además, si me las había traído es porque sospechaba que me había puesto enferma después de haberlo estado esperando bajo la lluvia.
Eso no hace que tenga menos culpa que yo por ser una idiota a veces, pero bueno, él también lo es a veces. Últimamente mucho. Como si lo hubiera invocado mi móvil vibra con una llamada entrante suya que tardo en coger a propósito para hacerme la digna.
—¿Hola? —respondo en una voz baja siendo incapaz de hablar más alto.
—Aubrey. Mierda joder, lo siento. Al final no pude ir, tuve un problema con el bar, pero prometo que te lo recompensaré para la próxima. ¿Te apetece quedar esta noche? —muerdo mi labio inferior sin estar muy satisfecha con su excusa.
Claro que ser uno de los responsables de un bar tiene que tener sus complicaciones, pero, ¿Tantas como para no dar señales de vida en un día?¿Tantas como para no gastar ni treinta segundos en escribir un mensaje? A otro gato con esa sardina.
—No puedo. No me encuentro bien.
—hablo sonando más suave de lo previsto. Del otro lado él suspira.
—Está bien. Otro día entonces. Mejórate cielo. —quiero sonreír ante su apodo. Él nunca me llama apodos.
La imagen de él en aquella fiesta pasa delante de mi como un destello, pero decido dejar ese tema para otro día, no quiero empezar una discusión y es mejor hablarlo en persona, así podría saber mejor si miente o no. Aunque una parte de mi ya le cree. No tiene motivos para mentirme. Él no es como tú. Trago con dureza y me fuerzo a centrarme en el resfriado y su desplante.
Necesito tener algo a lo que aferrar mi enfado con él antes de que el remordimiento me haga tirar por la borda lo único bueno que tiene mi existencia ahora mismo. Porque por más que aguarde la idea de que yo no lo besé, el que mi cuerpo no hubiera sentido el rechazo no es una buena señal. Mucho menos lo es que consiga volver a tener su sabor en mi boca cada vez que lo pienso.
—Adiós. —me apresuro a decir antes de colgar sin siquiera mencionar los medicamentos.
Paso los próximos minutos repasando la letra de mi última canción y con un cigarro entre los labios, ocupando mi tiempo lo máximo posible para no salir de mi cueva y verlo. Sin embargo, eso solo me dura hasta que mi caprichosa vejiga decide que es hora de mear, lo cual aprovecho para dejar el bol en la cocina y coger la fregona del cubo que ya está humedecida.
Una vez en el baño me hago el recordatorio mental de ponerme las lentillas antes de que sea tarde, pero el moratón que tengo en la curvatura de mi cuello hace que lo deje a un segundo plano. Doblo el cuello un poco más y paso mis dedos por ese lugar, es como una especie de mordida, una humana.
Los pelos de mi nuca se erizan al plasmar en mi cabeza la máscara y lo sucedido la noche anterior.
Mi estómago vuelve a sacudirse con una ola desagradable de remordimiento y estoy un rato debajo de ella hasta que de un momento a otro las paredes del baño se juntan sin dejarme apenas espacio para respirar. Depravada. Añado a la lista de pensamientos mortificantes mientras me apresuro en salir a la cocina escondiendo el moratón con mi pelo.
Intento distraerme con el dolor de mi vejiga y en echar lo restante de mi desayuno a la basura. Poniendo el cuenco en el lavavajillas escucho que alguien se acerca a mí, mirando por encima del hombro lo vi apoyado en el marco. Nuestra cocina no tiene puerta. Sus ojos se incrustan en mi nuca con una insistencia abrasante para que me de la vuelta, y no pienso hacerlo. Tal vez ya se lo hubiera intuido y por eso decide acercarse aún más.
Justo al momento de presionar el botón verde del lavavajillas me coge del brazo y me da la vuelta en un segundo, sus ojos van directos a los míos. Quiero girar la cabeza y empujarlo lejos, pero él rápidamente sujeta mis mejillas con dos de sus dedos sin importarle si me hace dos agujeros allí. Luego trago el nudo de mi garganta a la vez que me obligo a mi misma a enfrentarlo diciéndole un par de cosas.
El brillo que veo en sus ojos es lo que hace que desista de mis planes por recuperar mi espacio personal. Él entreabre sus labios soltando una espiración que termina en la punta de mi nariz trayendo consigo un olor a menta entremezclado con tabaco. En ningún momento pestañea o se mueve mientras sigue examinando mis ojos de forma extraña, está como ido.
Con el regreso de Alana de su dormitorio él me suelta el brazo lentamente manteniendo su cuerpo cerca del mío.
—Escóndelos del mundo entero, pero conmigo no tienes nada que ocultar, nada de lo que avergonzarte. —dice tan cerca de mi oído que sus labios están a punto de tocar mi lóbulo.
Luego se separa unos escasos centímetros y me mira.
—No es como si pudieras de todas formas. —murmura para sí mismo con una sonrisa corta antes de marcharse dejándome con la palabra en la boca.
De todas las cosas que me ha dicho lo único que rememoro aquella tarde es lo cerca que he estado de tener sus labios sobre mi piel, olvidando por un momento el gran cartel de peligro que lleva encima.
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