08
Aubrey
—Disculpa. ¿El baño? —pregunto a uno de los hombres que están de escolta dentro de la casa.
Él me responde con una amabilidad forzada y un tono poco agradable, casi rudo.
—Primera planta. Derecha.
—Ya. Gracias. —suelto al aire en un tono desdeñoso. El hombre por lo menos lo intenta.
Después de estar deambulando por las miles de salas que hay en la primera planta encuentro un baño más grande que toda mi casa junta con una pared separando el váter.
Quiero buscar el porqué de su tamaño si tan solo es el servicio para los invitados, pero mi vejiga no es muy entusiasta de ese plan. Sin embargo, no puedo evitar toquetear los botones que tiene el retrete, uno de ellos activa el chorro de agua que me pone en pie de un salto.
Después miro mi reflejo en uno de los espejos. Mi pelo sigue húmedo cayendo en cascada por mis hombros, el maquillaje sigue intacto y las lentillas permanecen en su sitio. En esos cinco minutos mi autoestima da un despegue considerable, pero al fijarme en un trozo de papel que está sobre la encimera me olvido de cómo me ve la gente en estos momentos. De cómo me ve él.
No como si me tenga que importar de todas formas, solo me gusta causar buena impresión y verme bien.
Desenvolviendo el papel arrugado una gota de sangre aparece en mi dedo pulgar como consecuencia de haberme cortado.
Segunda planta, gira a la izquierda, primera habitación.
Alana.
Leo con el corazón desbocado y mis dedos pegándose a la hoja por el sudor, luego humedezco mi labio inferior volviendo a leer. Que es su letra es indiscutible, la cuestión es para qué demonios me había citado allí.
Al salir del baño todos mis sentidos se ponen alerta mientras busco cualquier señal de peligro. La música de fondo ha cambiado a una canción cualquiera de Mayhem y las luces han sido sustituidas por una oleada roja, formando un ambiente más tétrico. Los demás continúan estando a su rollo ignorando el cambio tan repentino como si fuera algo normal, y yo estoy cada vez más segura del error que ha sido venir.
Un chillido de puro terror a lo lejos hace que me espante llevando mis ojos a unas manchas rojas que hay en el suelo. Un escalofrío incómodo me hiela la sangre en las venas, pero aún así consigo seguir caminando sin mirar atrás o prestar mucha atención a mi alrededor. A cada paso que doy siento esa sensación de pesadez apoderarse de mis piernas como una advertencia de que algo no va bien.
Subiendo las escaleras me sujeto de la barandilla como si eso me fuera a dar la fuerza suficiente para que mis rodillas dejen de flaquear. Una vez estoy en la segunda planta recuerdo las indicaciones que me ha escrito Alana echando a un lado las rápidas palpitaciones de mi corazón. Sin pensarlo demasiado abro la puerta de la habitación, dentro todo está oscuro y en un silencio sepulcral.
—¿Alana? —murmuro recibiendo como respuesta el sonido de unos zapatos arrastrarse por el suelo.
Con un resoplido burlesco doy un paso hacia delante cruzándome de brazos.
—Vámonos. No estoy de humor para tus jueguecitos. —reprocho barriendo la oscuridad de la habitación estrechando mis ojos.
Es entonces cuando alguien enciende unas luces rojas, más intensas que la del resto de la casa. Todo a mi alrededor deja de existir al ver el diario frente a mi, no le presto atención a nada más, solo corro hacia él queriendo sostenerlo y llevarlo conmigo. Esta vez me aseguraré de esconderlo mejor después de decapitar al que me lo hubiese cogido.
Pero al mis dedos rozar la tapa dura que lo cubre algo se agarra a mi pie y me eleva en el aire con un grito que me irrita la garganta. Muevo la cabeza haciendo un esfuerzo por buscar quién es la otra persona que está conmigo.
—¿Quién hay ahí?¡Bajadme de aquí, idiotas! No tiene ni puta gracia. —bramo balanceándome en el aire de un lado a otro por los bruscos movimientos que hago para liberarme.
Pronto la sangre empieza a acumularse en mi cabeza uniéndose a los latidos que retumban en mis oídos, a duras penas puedo tocar el suelo con la punta de mis dedos y algunos pelos se me ponen de por medio para ver unos zapatos que se acercan a mi con lentitud. Un fuerte olor a azufre me hace arrugar la nariz cuando lo tengo a tan solo unos pocos centímetros.
—Parece que he atrapado un pequeño ratón. —dice una voz más áspera de lo normal. Está distorsionada.
Mantengo mi cuerpo sin moverse para poder ver mejor quién es, pero su cara está oculta bajo la misma máscara que usó el hombre que me atacó varias noches atrás y su cuerpo cubierto por una camiseta manga larga y pantalones negros.
La máscara se asemeja a la calavera de una criatura demoníaca, dos cuernos se asientan en su cabeza y en los cuencos negros relucen dos orbes rojos en vez de ojos. Es él. Nunca dejó de seguirme, solo lo hizo menos obvio para que pensara que se había ido, pero eso nunca sucedió, él siempre ha estado cerca y yo me di cuenta tarde.
Una rabia desmesurada se presenta en mis venas opacando la perturbación que me transmite el lugar y su rostro. Quiero aprovechar que lo tengo más cerca para atacarlo, pero no tengo con qué y sé que al final será un acto de ridiculez.
—Cuando me baje de aquí te arrepentirás de haber nacido. —digo entre dientes teniendo la punta de sus botas a tan solo unos pocos centímetros de mis ojos.
Una carcajada espeluznante retumba en las paredes antes de que pueda escuchar su siniestra voz.
—¿Y puedo saber por qué?¿Qué me harás? —su dedo enguantado comienza a moverse por mi estómago, y, por más increíble que fuera al estar boca abajo, mi cara palidece. —Me muero de ganas por saberlo. —susurra con una voz más grave que la anterior.
Cuando siento su dedo trazar el valle de mis senos mi estómago se retuerce con una sensación que me hubiera deseado no sentir.
Todas las palabras malsonantes que tengo para él se quedan en el olvido al darme cuenta de que prácticamente estoy desnuda, mis bragas ahora son más que visibles y el top se me bajó dejando mi sujetador al descubierto.
—Y yo me muero de ganas por mostrártelo. Imbécil. —respondo entre dientes y con una falsa osadía.
No pienso mostrarme dócil ante él, si va a matarme o herirme le costaría hacerlo.
Un leve quejido se escapa de mis labios cuando presiona sus dedos a ambos lados de mi cara como si quisiera traspasarme la piel y se agacha quedando casi a la misma altura.
—Controla tu lengua. Sería una pena que te la cortara teniendo en cuenta los buenos planes que tengo para ella. —a cada palabra su aliento mentolado choca en mi frente.
Ni su amenaza ni su intento de amedrentarme son suficientes para evitar que mi escupitajo termine en su zapato, y acompañado de eso le doy una sonrisa cínica. Como respuesta recibo una bofetada que me hace soltar un chillido, más por lo inesperado del movimiento que por el dolor.
—Si me vas a matar hazlo de una jodida vez.
—Eres una ratoncita muy mal hablada, Aubrey.
Aprieto los dientes tragándome todas las desagradables sensaciones que escuchar mi nombre en sus labios me ocasiona.
Al mismo tiempo, esa vez en la que Eros había pronunciado mi nombre se me viene a la cabeza, haciendo que cuestione qué era eso que había hecho para llamar la atención de dos psicópatas. Aunque sé de sobra cuál es la razón. Siempre es la misma. Malditamente siempre.
—Esto no debería de estar aquí. No me gusta. —dictamina con una voz áspera a la vez que arranca el tampón que me había puesto sosteniendo el hilo con sus dedos.
La vergüenza cubre mis mejillas como si fuera una gruesa manta de invierno al ver un par de gotas manchar el suelo delante de mis ojos.
Después mi estómago se contrae con una arcada cuando entreabre la dentadura de la calavera y saca su lengua por el pequeño espacio para después limpiar cualquier rastro de mis flujos del tampón antes de lanzarlo lejos de mi vista.
A duras penas puedo contenerme el vómito cuando vuelve a sacar su lengua, esta vez para pasarla por el exterior de la dentadura inferior como si fuera algún tipo de demonio sediento de mi sangre. Luego acerca sus manos a mi diario sin quitarme la mirada de encima.
—No. —hablo en un hilo de voz queriendo atraparlo antes de que sea tarde, pero mis dedos siguen sin llegar al suelo. —Por favor.
—¿Por favor, qué? —pregunta con un atisbo burlesco en la voz mirándome desde arriba mientras en su mano sujeta mi diario como si fuera de su pertenencia.
Muerdo el interior de mi mejilla reuniendo la poca cordura y paciencia que me quedaba.
—Por favor, devuélvemelo. —él ladea la cabeza mirándome con ojos curiosos.
—¿Y qué ganaría yo a cambio?
—Que no te denuncie a la policía. —su risa vuelve a llenar la habitación antes de que pueda terminar.
—¿Debo recordarte lo que pasó la última vez que lo intentaste? —inquiere en una mofa antes de abrir mi diario y comenzar a leer. —Me encanta los dibujos que haces entre páginas. Muy originales.
La rabia que momentos atrás se había acumulado en mi sangre está a punto de hacerme explotar de la peor forma.
Paciencia Aubrey, no le sigas el juego.
—¿Qué quieres? —pregunto haciendo que aparte la mirada de las páginas.
Vuelve a mover la cabeza a un lado como si estuviera debatiendo en qué decir. Apuesto a que por dentro su sonrisa tiene que ser gigantesca.
—Me darás hasta el último suspiro antes de morir. —susurra inclinando su cabeza hasta tener su aliento mentolado muy cerca de mi oído. —Hasta la ultima gota de sangre que tu cuerpo produzca y hasta las últimas lágrimas que rueden por tus bonitas mejillas. —tiemblo al sentir su lengua ir desde la parte trasera de mi oído a mi mentón. —Me pertenecerás. —declara con una determinación férrea.
Un miedo que me paraliza hasta la respiración se asienta en la boca de mi estómago y aumenta en cuanto mi cuerpo cae al suelo en un golpe sordo. Sin dejarme tiempo de reaccionar me arrastra por la cuerda que sigue atada a mi tobillo hasta que apenas queda una distancia entre nosotros.
Su mano envuelve mi cuello en un rápido movimiento que apenas percibo sin quitarme la respiración, haciendo que suelte un jadeo y que mi cuerpo tiemble con anticipación. Luego me hace levantar la cabeza hasta que solo puedo ver las dos motas rojas flotando delante de mi, y antes de que pueda formular algo que pueda usar para hacerle daño la punta de su lengua acaricia mi labio inferior en una especie de beso extraño.
Creo que cierra los ojos porque por un momento dejo de ver las dos motas rojas. Cuando las vuelve a abrir junto a un grave lamento que sale de su garganta su mano aprieta ligeramente el agarre en mi cuello haciendo que vuelva a abrir los labios para dejar escapar un jadeo. Él aprovecha eso para introducir su lengua y acariciar la mía muy despacio, provocando un estremecimiento que va por la espina de mi columna.
Todo a lo que mi cuerpo puede prestarle atención es al nudo que se ha formado en mi vientre y amenaza en deshacerse en cualquier momento por el simple roce de su lengua con la mía. Es repulsivo, pero de alguna forma mi cuerpo consigue engañarme haciéndome creer que no lo es mientras busco acercarme más al calor de su boca.
Otro jadeo se me escapa de los labios cuando saca su lengua después de haber rozado mi campanilla con ella. Su mano se aleja de mi cuello y me cuesta estabilizar mi vista en su máscara por la niebla que se presenta ante mis ojos.
—Vete a la mierda. —escupo con mis ojos queriendo lanzar dagas a su cabeza al ya no tenerlo tan cerca una vez puedo ver con mayor claridad.
Otra bofetada va a parar a mi cara, esta vez en mi boca, aumentando la rabia que me sale por los poros. Rabia con él, pero sobre todo conmigo misma. Estúpida, jodida estúpida Aubrey.
—Esas no son formas de hablarme, malen'kaya mysh'. —habla en un bajo murmullo mientras que con su dedo traza mi mejilla haciendo que aparte la cara de un impulso. —La próxima vez que te lo repita no acabará bien para ti. —continua cambiando el tono de voz a uno más bajo, haciendo énfasis en lo siniestro y amenazante de sus palabras.
Cuando lo tengo lo suficientemente lejos como para dejar de oler su aroma a azufre exhalo el aire que estaba conteniendo, aunque es totalmente inútil viendo lo poco que cubren.
Recordar dónde estuvo su lengua me hace sentir más desnuda de lo que ya estoy, dándole más razones a mi vergüenza para que permanezca en mi cabeza más tiempo.
Pestañeo un par de veces haciendo que la perfecta imagen del diario aparezca frente a mi. Temiendo que vuelva a desaparecer lo cojo rápidamente y lo abrazo.
—Te veré muy pronto. —dice tras posar los dientes de la máscara en mi frente.
El cosquilleo que provoca ese gesto en mi frente me hace olvidar lo mucho que lo odio, pero tan rápido como vuelve a hablar una última vez aprieto los dientes, conteniéndome de decir alguna grosería que me provocaría otra bofetada o algo peor. Tampoco es que te disgusten mucho. Protesta esa voz en mi cabeza rememorando cuando tuve que juntar mis muslos para calmar a mi estúpida vagina. Estúpida como su dueña, aunque ella además de eso era muchas cosas más.
Al marcharse cierra la puerta de un leve portazo, y al estar sola el nudo que tengo en la garganta se expande al resto del cuerpo entumeciéndome los músculos y dificultando mi respiración a cada segundo en el que rememoro todo lo ocurrido esta semana como si fuera una película.
Alana me mintió, este curso no sería entretenido, sería un total infierno, pero ni mi intuición ni los rumores de la universidad podrían haberme preparado para lo que se vino después de aquella noche.
Eros
Después de dejarla en mi dormitorio voy a donde sé que él va a estar con una nueva vestimenta. Antes de enviarla a su casa tengo que hacerme cargo de ese hijo de puta. No lo quiero ni a cinco kilómetros de ella.
Ni a él ni a nadie en realidad. El simple hecho de pensar que hay gente respirando cerca suya y oliendo su aroma me hierve la sangre, así que mantengo esas ideas en mi cabeza prefiriendo eso a las cosquillas que mis labios y mi lengua siguen teniendo como un recordatorio de nuestro primer beso.
Tengo seguro como la mierda que a la hora de irme a dormir no voy a poder sacarme sus labios de mi cabeza.
Abriendo la puerta de la cocina encuentro a Trent poniendo su nariz sobre el polvo blanco de la encimera a la vez que Nik devora unos brownies de cannabis y lo mira entretenido. Esa probablemente es su tercera raya de la noche.
—¿Pasándolo bien? —suelto al aire con una sonrisa fingida.
No hizo falta que lo convenciera para venir, mucho antes de llegar yo él ya estaba aquí.
Mierda, cada vez me cuesta más reprimir las ganas que tengo de despellejarlo vivo.
—Joder si. Esta mierda es demasiado buena. —responde él echando la cabeza hacia atrás.
—Solo lo mejor para nuestros invitados. —Nik le da un par de palmadas en la espalda antes de coger una botella de vodka y darle un trago largo, pasándose por las pelotas la cantidad de veces que le he dicho que mezclar drogas con alcohol no es bueno.
—Pensé que no vendrías. —murmuro levantando ambas cejas. Quise borrarle la sonrisa estúpida que puso al escucharme de un puñetazo.
—Cambié de opinión a último momento. —muevo la cabeza hacia un lado, mis labios se curvan en una corta sonrisa.
—Si yo fuera tú no mantendría la correa tan larga. Se te podría escapar. —su cara enseguida cambia a una más seria, parece que no está tan drogado como para no entender de quién le estoy hablando.
Pero tan pronto como la droga golpea su cerebro parece olvidar todo lo que dije y ríe. No como si le fuera a servir de algo de todas formas, ella ya no es suya, de hecho nunca lo fue.
Tras un grito eufórico sale al jardín trasero y se lanza a la piscina con la ropa puesta creando una confusión en las chicas de su alrededor.
Sacudiendo la cabeza con una mueca aparto la mirada. No soporto a los drogadictos, pero al menos él consume nuestra mercancía. A eso lo llamo yo lealtad. Jodida mierda que hubiera tenido que apuntar con su polla a la chica equivocada.
—¿Dónde está Alana? —suelto al aire poniéndole más atención al tabaco que envuelvo en el papel de liar que en la respuesta que obtendría.
Aubrey probablemente se estuviera yendo a su casa ahora mismo. El par de guardias que había puesto tras ella me lo confirmarían después.
—¿No estaba contigo? —habla Nik juntando las cejas.
—No. —respondo endureciendo mis facciones. —No me jodas que está con Adrik. —su silencio me sirve más que una respuesta. —¡Mierda! —exclamo soltando el cigarro en la isla.
Ambos corremos hasta su habitación sabiendo de lo que es capaz de hacer con ella si no llegamos a tiempo.
El espectáculo que hizo en la caja de cristal con la chica rubia fue una mínima demostración de lo jodidamente salvaje que puede llegar a ser. No me hubiera sorprendido si al final hubiéramos tenido que enterrar el cuerpo de la rubia o, esta vez solo acabó en el hospital con heridas no muy graves, pero nada evita que Alana sea su próxima víctima y no salga de su cuarto con vida.
Él realmente tiene problemas para contener sus impulsos a la hora de follar con alguien, es peor que un animal salvaje. Los demás lo saben, pero el deseo y el morbo les puede más que el miedo y acaban en sus garras sin ser realmente conscientes del peligro.
Una vez estamos frente a su dormitorio abro la puerta sin ningún tipo de cuidado. Mis ojos se estrechan en el cuerpo inconsciente de Alana tirado en el sofá, todavía sigue conservando su mini vestido verde brócoli. La chica tiene que estar perdiendo sus facultades si piensa que ese color es bonito para vestir.
—¡Jodido hijo de puta! Te dije que no la puto tocarás. —bramo acercándome a la cama, donde está él fumándose un cigarro con la cabeza apoyada en el espaldar. Reprime.
Él levanta las manos en son de paz y detrás mío Nik le revisa el pulso a Alana.
—¡Ni siquiera la toqué! Ella simplemente se desmayó.
—¿Pretendes que me crea esa mierda?¿Por qué está aquí entonces, eh?—hago una breve pausa al fijarme en las pequeñas motas de sangre de su camiseta y aprieto el puente de mi nariz.
Reprime. Vuelvo a repetir dentro de mi cabeza.
—No te quiero ver cerca de ella. Bajo ninguna puta circunstancia. —hablo haciendo énfasis en las últimas palabras.
Él tensa la mandíbula desechando lo que sea que fuera a decir y se dedica a mirar cómo Nik la coge entre sus brazos como si se tratase de una pluma. Si a Adrik le gusta Alana la chica está más que jodida, y el que hubiera aparecido en su habitación de la nada no era una bonita señal.
—Llévala a su casa. Yo iré a la farmacia. —muerdo mi lengua al reparar en que he hablado más de la cuenta. La cara de Adrik enseguida se enciende con una sonrisa burlesca.
—No hace falta hombre, todavía conservo las pastillas azules que te compré. —se mofa antes de abrir un cajón y lanzarme un paquete de pastillas que esquivo.
A modo de respuesta le saco el dedo de en medio mientras camino a la puerta dándole la espalda.
Tan pronto como me aseguro de que Nik realmente sigue mi orden de antes busco mi moto y me dirijo a la farmacia más cercana. Teniendo en cuenta las porquerías con las que se alimenta y lo destapada que estaba hoy lo más seguro es que pillara un resfriado de la mierda.
No tengo ni una jodida idea del porqué debe importarme hasta el punto de comprarle mierdas, pero si algo llega a pasarle me pondré jodidamente nervioso, y no sería bueno. Además, puedo usar eso como excusa para estar otra vez en su habitación que se había convertido en mi lugar favorito. Bueno, el segundo después de su boca, no pienso lavarme la lengua en años con tal de preservarla allí lo máximo posible.
Probar sus lágrimas ha hecho algo extraño en mi, tener su sangre en mi lengua solo hizo que ese algo creciera como si fuera un monstruo alimentándose de su presa.
Cuanto más lucho por mantenerla lejos de mi cabeza regresa con más fuerte, y las consecuencias de eso se hacen insoportables durante el día donde no puedo verla, tanto que mi piel arde con la amenaza de desatar el infierno.
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