043
Holii! Aquí os dejo con uno de los últimos capítulos 🤭, pero primero que nada quería advertir que algunas escenas pueden resultar poco agradables, os recomiendo no leer si estáis ingiriendo algo.
Besitosss 🩷 cuidaros mucho.
Eros
El tumulto de gente y las dos ambulancias es lo primero en lo que me fijo antes de posar mis ojos en el fuego que empieza a consumir el edificio. Las voces no dejan de elevarse y un par de cuerpos salen tumbados en camillas por el camino que los policías han dejado libre, pero nada de eso importa cuando mis sentidos parecen guiarse por el único instinto que conozco ahora mismo.
De alguna manera consigo camuflarme con la multitud y esquivar a los policías que se encargan de vigilar el perímetro, no dejando entrar a nadie. Para cuando se dan cuenta de mi intrusión estoy cruzando los pasillos a punto de consumirse por las llamas que lejos de serme una molestia son mi motor principal para encontrarla lo antes posible.
El calor no es más insoportable que el dolor que deja en mi pecho la velocidad a la que van mis latidos y el miedo me consume más rápido que el fuego que amenaza con destrozar todo a mi paso.
Mi vista se empaña y no sé si es por el humo del lugar o por la desesperación que siento al abrir la segunda clase y no encontrar ni un rastro de ella. Mis gritos clamando su nombre comienzan a ser irregulares y la tos se interpone entre ellos.
El mundo y las llamas parecen detenerse a mí alrededor cuando al final de un pasillo vislumbro una puerta ligeramente abierta. Mis pies comienzan a moverse por si solos sin importar que el calor abrasador que me rodea empiece a llenarme la piel de sudor.
—¡Aubrey! —exclamo con una voz rota al ver su cuerpo inconsciente cerca de uno de los cubículos del baño.
No soy capaz de prestarle atención a otra cosa que no sea su pulso cuando la tengo entre mis brazos, sintiendo un alivio que me deja respirar otra vez con normalidad al revisar que sus pulsaciones son más o menos estables.
Luego me fijo en la sangre que mancha sus ropas y sus manos, observándola con pánico mientras busco de donde proviene la herida, hasta que no encuentro nada y me doy cuenta de que la sangre no es suya.
Mis ojos vuelan al gran trozo de cristal ensangrentado que hay cerca de nosotros y al espejo roto que hay sobre los lavabos. Siguiendo la pista de pequeñas motas de rojo carmesí encuentro el cuerpo de otra mujer bajo un enorme charco de sangre que proviene de una herida en su cuello y en su costado izquierdo. Es su madre.
El orgullo que arropa mis entrañas hace que la apriete más entre mis brazos con cuidado de no ser muy brusco. Después mi vista empieza a poder enfocarse un poco más y caen en la sangre que no es suya y adorna sus labios.
—Te sacaré de aquí. —murmuro con una voz áspera tras estampar mis labios en los suyos, importándome poco si los mancho de rojo o no.
Después me impulso hacia arriba apretándola aún más contra mi pecho.
Fuera las llamas se han expandido y se han apoderado del pasillo por el que vine, así que no me queda otra opción que buscar otras salidas. De vez en cuando le doy leves miradas de reojo, asegurándome de que su pecho siga moviéndose.
Mis pulmones comienzan a arder por la falta de oxígeno y la tos es cada vez más firme, pero eso no hace que pronto encuentre las grandes puertas que dan con la salida de emergencia, teniendo que esquivar primero las llamas y los muebles destrozados del lugar.
Estando fuera doy una larga inhalación que es interrumpida por la constante tos que sigo teniendo. Parpadeo varias veces para poder deshacerme un poco del humo que ha estado rodeándonos.
Luego dejo su cuerpo sobre el césped y acerco mis dedos a su cuello, supervisando la regularidad de sus latidos.
Cuando acerco mi boca a la suya y estoy a punto de comenzar la respiración boca a boca para hacer que despierte unos pasos a lo lejos me interrumpen. Al levantar la cabeza lo primero que veo son unas zapatillas con las que tengo más de un recuerdo.
—Ni siquiera sabes cómo usarla. —digo ignorando el cañón que apuntan directamente a mi frente.
—¿No? —responde en un tono irónico antes de apuntar a algún lugar a mis espaldas y presionar el gatillo.
El ruido que hace al disparar la bala y el ligero olor a pólvora me hacen sonreír.
—¿Pretendes que te aplauda?
—No me provoques, Eros. Llevo esperando esto durante años.
Se agacha hasta acercar su rostro al mío, sin alejar la pistola un centímetro lejos de mi sien.
—Por fin te voy a mandar a donde te mereces, y ella te acompañará por haberse abierto de piernas ante ti. —su vista cae en el cuerpo de Aubrey sobre el suelo con una mueca de desagrado al decir lo último.
Mi ceño se frunce dejando a un lado por un momento su estúpida amenaza.
—Ella te apreciaba. Te veía como a un amigo. —mascullo entre dientes con una mirada furiosa.
Si no hubiera sido por eso hubiera dejado de respirar hace tiempo.
—En su momento también me cayó bien. Hasta que se puso de vuestra parte. Y se lo advertí. Se lo advertí varias veces, pero la muy estúpida simplemente no escuchó.
—Lo primero que haré contigo será arrancarte la lengua. —murmuro con palabras firmes bajo la sonrisa divertida de su cara.
Cuando muevo mi mano alejándola de su cuerpo él entrecierra sus ojos y su agarre en la pistola es más firme.
—Un movimiento más y la próxima bala irá para ella. —su amenaza esta vez consigue endurecer los rasgos de mi rostro. —Levantate y pon todas tus putas armas en el suelo.
—¿Me muevo o no me muevo? Decídete. —respondo dejando la navaja y el arma de mis pantalones sobre el césped. Él todavía sigue apuntando a mi cabeza.
Después levanto la cabeza. Nuestras miradas se encuentran compartiendo una parte de los pensamientos que cruzan por nuestra mente ahora mismo. Aunque los suyos no son muy difíciles de adivinar teniendo en cuenta el temblor que la ira provoca en sus dedos.
Nunca pudo superar la muerte de su jodido hermana. Como si fuera culpa mía que se hubiera lanzado al vacío después de haberle mandado a la mierda por décima vez en esa semana.
—Eres hombre muerto, Henrik. —la comisura de mis labios se inclina ligeramente en una sonrisa nada amigable.
Aubrey
La única manera en la que puedo abrir los ojos es pestañear varias veces hasta terminar de abrirlos por completo. La superficie en la que estoy no deja de moverse y el lugar en el que estoy recibe poca luz. Estamos en la parte trasera de una furgoneta.
Algo duro está apretando mis muñecas y frente a mi un bulto se mueve.
—Eros. —quiero gritar cuando me encuentro con el azul verdoso de sus ojos, pero solo me sale un leve susurro.
Él mueve la cabeza de un lado a otro, pretendiendo hacerme una señal que no consigo entender.
Luego me fijo mejor en mis muñecas. Al igual que las suyas también están atadas con una cuerda.
—¿Qué pasa...?¿A dónde vamos?¿Por qué estamos atados? —mi voz suena entrecortada, siendo incapaz de hablar más alto, pero el pánico se mantiene ahí.
Él vuelve a sacudir su cabeza y formular algo con sus labios. No hables. Después mueve su cabeza a un lado, señalando la hoja de una cuchilla que sale de su bolsillo.
Aún sin entender bien qué sucede asiento con la cabeza, dejándome llevar por lo que me dice. Mi confianza en el ha crecido tanto después de aquella fiesta que soy capaz de poner mi vida en sus manos sin rechistar. En parte porque sé que hará lo posible por mantenerla a salvo.
Los recuerdos de lo que pasó en el baño antes de que sucumbiera al humo pronto golpean mi cabeza al percibir la pastosidad de mi lengua y el fuerte sabor a sangre junto a algunos restos de fibra carnosa entre mis dientes. De lo único que me arrepiento es de no haberlo hecho antes.
Sea lo que sea que esté sucediendo ellos no son.
Ya no pueden hacernos nada.Ya está muerta. Repito sin molestarme en esconder la sonrisa de mis labios. Eso consigue mantenerme con algo de calma, pero también hace que empiece a indagar en cómo conseguí salir de allí. ¿Qué pasó exactamente?¿Cómo he llegado hasta aquí?
Entrecierro los ojos, fijándome en los apenas perceptibles y rápidos movimientos que Eros está haciendo con los dedos detrás de su espalda. Su vista se mantiene clavada en la cristalera que nos separa de los asientos delanteros.
Al inclinar la cabeza hacia arriba consigo ver la cabellera y el perfil de un hombre. Mi corazón se detiene por un segundo al reconocerlo.
—Henrik... —susurro arrugando el ceño.
El miedo reanuda con ímpetu los latidos de mi corazón. También pasa por mi estómago, creando unas náuseas desagradables.
Cuando Eros termina de liberarse deja sus manos en la misma posición de antes, fingiendo que sus muñecas siguen atrapadas.
Vuelvo a subir la mirada, queriendo que solo haya sido una especie de ilusión. En ese momento él también se gira y me da una mirada de reojo. Sus labios unidos en una delgada línea y el rencor de sus ojos me son suficientes para entender que no lo estoy imaginando.
La traición se cierne sobre mis hombros con un peso que hace que me encoja en el sitio. Eros mueve su cabeza una vez más para llamar mi atención, pero no consigo descifrar lo que me quieren decir sus labios.
No sé cuánto pasa hasta que la furgoneta se detiene en algún lugar. La expectación y la incertidumbre queman mucho más que la ira que pronto surge de mis entrañas. Henrik sale de la camioneta con un portazo, sus zapatillas se escuchan cada vez más cerca, hasta que está al otro lado de la puerta.
Todo pasa demasiado rápido. Eros se abalanza sobre él en cuanto aparece, sin dejarle tiempo a pronunciar palabra o defenderse. Los dos caen al suelo y Eros se mantiene encima de él, esquivando todos sus intentos de golpearlo. Sus puños van a su cara una y otra vez, a cada golpe con menos piedad y más ensañamiento. Solo se detiene cuando lo deja inconsciente. O muerto.
Después viene hacía mi con una mirada turbada y sus nudillos ensangrentados, al igual que parte de su camiseta. Sus dedos se mueven con bastante precisión al liberar mis manos. Eso y su rapidez al liberarse de las cuerdas me hacen pensar que ha estado en una situación similar a esta en más de una ocasión.
—¿Estás bien? —pregunta acunando mi rostro entre sus manos ensangrentadas.
Su boca se posa sobre la mía evitando que pueda responder, pero el beso dura poco. Tal vez por lo desagradable que es la suciedad de mis labios.
—Estoy bien. —murmuro con un intento de sonrisa que no consigue calmarlo para nada.
Él vuelve a besarme, esta vez con más desespero, mientras acerca su cuerpo al mío. Su lengua se encarga de acariciar mis labios y limpiarlos de cualquier mancha antes de introducirla en mi boca.
Los aleteos inquietos de mi corazón esperan que se aleje en cualquier momento. Pues si bien conoce de mis gustos un tanto peculiares esto es ir más lejos, pero en vez de eso sujeta mi rostro con más ímpetu y clava sus dientes alrededor de mi lengua con fuerza. Eso consigue disipar mis miedos lo suficiente para que rodee su cuello y profundice el beso, olvidándome del cuerpo inconsciente de Henrik a nuestras espaldas.
La forma en la que sus ojos me observan al separarnos por falta de oxígeno crea un calor agradable en mi pecho.
—No vuelvas a asustarme así. —susurra acariciando mis mejillas con la yema de sus dedos.
La arruga de mi entrecejo es un reflejo de mi confusión ante toda la situación y él no tarda en notarlo.
—Me haré cargo de él. No volverá a intentar nada. —sus palabras firmes y la adrenalina que se ha desvanecido de mi cuerpo despejan mi cabeza dejándola con pensamientos claros.
Pero aún así no termino de buscar las respuestas del porqué. Éramos amigos y a él en ningún momento pareció importarle lo mío con Eros a pesar de su repentino distanciamiento.
Siempre que le hablaba para quedar después de clase me decía que estaba ocupado con exámenes, nunca tuve un indicio de que quisiera terminar nuestra amistad, mucho menos hacerme daño.
Las lágrimas pronto aparecen cubriendo mis párpados, pero él las aparta antes de que caigan por mis mejillas.
—No llores. No merece la pena. Él no era un buen amigo, ni siquiera se sabía tu cumpleaños. —levanto la cabeza y lo miro con una cara incrédula al escuchar lo que dice al final.
¿Cómo sabe eso?¿Y qué tiene que ver ahora? Sacudo la cabeza alejando esos pensamientos.
Eros se sienta a mi lado y atrae mi cuerpo al suyo para rodearlo después en un abrazo que bien podría resultar asfixiante, pero no me importaría morir en sus brazos.
Su mano se dedica a acariciar mi espalda mientras yo empapo su camiseta. Las lágrimas salen de mis párpados como un río que desemboca en su pecho y ya ni siquiera sé si son de alivio o de tristeza. Tal vez de las dos. Alivio porque por fin puedo dejar ese amargo pasado atrás y tristeza por todo lo que aquello ha implicado a lo largo de estos meses, sin embargo mi corazón late con más fuerza que nunca al estar cerca del suyo. Nuestros latidos parecen coordinarse entre sí a la perfección.
—Mi padre vendrá pronto. —habla después de un rato con la vista clavada en mis lágrimas secas.
Me separo lo suficiente para poder limpiar mi cara y el resto de sangre en mis labios. No quiero que me vea así.
—¿Cómo sabe que estamos aquí?
—Tenemos rastreadores encima. Tu todavía no.
—¿Todavía? —repito en un tono incrédulo. Él asiente con vehemencia.
—Ahora formas parte de mi mundo y aquí nunca se está seguro del todo. Toda seguridad que puedas tener para mí es poca.
—Hablaremos de eso luego. —hablo al escuchar el ruido de un coche a lo lejos.
Cuando me dijo que su padre estaba de camino nunca esperé una legión de coches negros detenerse frente a nosotros. Algunos son camionetas con hombres corpulentos armados sentados en la parte trasera que no tardan en salir de los vehículos y empezar a revisar el perímetro con sus armas listas para disparar a cualquier amenaza.
Su padre no tarda en hacer lo mismo con una cara de muy pocos amigos dirigida a Eros. Él ahora está vestido con un chaleco antibalas y un uniforme parecido a uno militar que le hace ver mucho más amenazante de lo que ya es.
Al acercarse a nosotros lo primero que hace es coger la cara de Eros entre sus dedos enguantados y revisarla. No me sorprende que se haya interesado primero por su hijo teniendo en cuenta que yo me veo mucho peor. Para nadie es un secreto que pondría a su familia por encima de cualquier cosa, solo hace falta ver cómo cambia su cara al ver a su esposa o las muestras de afecto que les da y que, a diferencia de con el resto de personas, le salen con naturalidad.
Sus ojos después escanean su cuerpo y sus facciones se ablandan al no encontrar nada extraño en ella.
—Estoy bien. —farfulla Eros entre dientes apartando su cara.
—Voy a terminar por encerrarte en las mazmorras otra vez. —murmura su padre torciendo sus labios con desaprobación.
Eros sonríe con una mirada burlesca al hablar.
—Inténtalo. Sería divertido.
Con un resoplido molesto desvía su atención hacia mi y yo no indago en si de verdad lo llegó a encerrar en el sótano o no, aunque tampoco me sorprendería si así hubiera sido.
Su familia dista mucho de ser una convencional.
—Hola. —es lo único que soy capaz de decir bajo el escudriñamiento del azul de sus ojos.
Son demasiado azules. ¿Es eso siquiera humano?
La corta sonrisa de sus labios solo consigue inquietarme más. Es difícil acostumbrarse a sus extrañas muestras de amabilidad.
—Lo siento mucho, Aubrey. Mi gente tardó un poco más de lo esperado en ir a por ti y para cuando llegaron ya no estabas. —habla dándole una mala mirada de reojo a Eros al decir lo último.
—Está bien. No se preocupe señor. No fue nada muy serio. Estoy bien. —mis palabras salen casi atropelladas.
Él arruga su cara transformándola en una confusa.
—¿Señor? Por amor a Lucifer, no me hables de usted.
—Si, perd... —antes de terminar de hablar mi cuerpo acaba en sus brazos cubiertos de tela.
Un chillido queda atrapado en mi garganta cuando me levanta y me saca de la furgoneta, empezando a caminar conmigo hacia el tumulto de coches. Mis músculos se tensan ante ese acto, pero tampoco sé qué decir o hacer, así que solo aprieto los labios, esperando el momento en que me deje en el suelo.
Eros nos sigue desde detrás. Solo aparta sus ojos de nosotros cuando se encuentra el cuerpo de Henrik en el suelo.
Este empieza a despertarse poco a poco, pero antes de que pueda recuperar la conciencia Eros le da una fuerte patada en el rostro, haciendo que vuelva a desmayarse. Luego coge un puñado de su pelo y lo arrastra por el suelo hasta llegar a una camioneta donde está apoyado un hombre rubio con una cara sonriente. Es el mismo que insinuó que estaba embarazada.
—Te dejaré aquí. —murmura su padre dejándome sobre los asientos traseros.
—Gracias. —musito con mis mejillas tiñéndose de rojo, pero él parece ignorar eso, prefiriendo centrarse en ponerme el cinturón.
—¿Estás cómoda? —asiento con la cabeza.
Cuando se aleja para sentarse en el asiento del copiloto suelto toda la respiración que he estado reteniendo.
Eros no tarda en sentarse a mi lado con sus labios curvándose en una sonrisa que no llega a enseñar sus dientes y el asiento del piloto se ocupa con un hombre castaño. Creo que se llama Sergey.
Al ir a quitarme el cinturón y ponerme sobre su regazo la voz de su padre retumba por todo el lugar.
—Déjala en su sitio, ya tendrás tiempo de lanzarte sobre ella después. —sus ojos lo miran con recelo a través del espejo.
Eso no evita que Eros ignore sus palabras y me acurruque en su pecho bajo la mirada irritante de su padre.
Mis párpados pesan cada vez más. Lo último que siento antes de caer en un sueño son sus labios sobre los míos.
Le doy otro sorbo a la taza humeante con chocolate caliente. A mí lado mis padres no dejan de besar mis mejillas y hablar de algo con Alana y Eva. Hace rato perdí el hilo de la conversación, cuando Eros se fue con su padre a algún lugar que no me quiso decir.
—Voy un momento al baño. —murmuro apartando las gruesas mantas.
—¿Te encuentras bien? —pregunta mi madre con una mirada preocupada.
—Si. Solo necesito evacuar. Ahora vengo. —miento con una sonrisa que aparenta ser sincera.
Eva me mira con los ojos entrecerrados por un instante antes de guiñarme el ojo y reanudar la conversación con Alana.
Mis pies empiezan a moverse de forma casi automática a nuestra habitación. La frustración de no encontrarlo allí hace que suelte un resoplido.
¿Dónde demonios está? Pregunto para mis adentros mientras intento encontrar el camino al sótano, donde están las mazmorras.
No tardo mucho en encontrarla.
El silencio de las frías y oscuras paredes ya no me resulta tan espeluznante y mi atención está puesta en encontrarlo lo antes posible, sin fijarme en una puerta abierta que solo deja una muy pequeña ranura.
No me lo pienso dos veces antes de acercarme a ella y abrirla. La intensidad de las luces me deslumbra por unos segundos en los que me cuesta enfocar mis ojos en lo que tengo delante, sin embargo al hacerlo se abren más de lo normal.
Henrik está sentado en una silla con sus muñecas y sus tobillos atrapados por algo metálica. Su cara ya no se ve tan magullada y destrozada como antes y la rabia de sus ojos al verme no lo abandona ni siquiera por la situación en la que está.
—Henrik... —susurro sintiendo mis tripas apretarse entre si.
Un nudo atrapa el resto de palabras que tenía por soltar, pero aún así las más importantes se deslizan fuera de mi lengua con bastante seguridad.
—¿Por qué?¿Por qué lo has hecho? Eres un maldito mentiroso y un traidor. —mi garganta quema al decir lo último y mis ojos vuelven a empañarse con lágrimas.
Él solo sonríe, sacando a relucir sus dientes ensangrentados.
—¿Por qué? Eso es muy obvio, pero tú siempre fuiste muy estúpida como para darte cuenta... Estabas muy ocupada revolcándote con ese engendro de Satanás. —aprieto los puños a cada lado.
La lástima que le tuve unos segundos atrás se esfuma al escuchar su carcajada histérica.
—Él no tuvo la culpa. Tú hermana se quitó la vida. Vi el vídeo...
—¡Cállate! No sabes una mierda. —al interrumpirme su voz deja un eco desagradable por las cuatro paredes.
Después echa la cabeza hacia atrás, soltando otra carcajada.
—Tu madre tenía razón. Eres un demonio. Igual o peor que él.
Escuchar eso fue el detonante suficiente para que la cólera superara con creces la tristeza y la decepción.
—Voy a hacerte un favor y te mataré aquí mismo, antes de seguir sufriendo lo que sea que Eros tenga para ti. —hablo entre dientes buscando algo filado.
Cuando mis ojos encuentran un cuchillo ensangrentado sobre el suelo no dudo en cogerlo entre mis dedos.
Al acercarlo a su pecho empiezan a temblar y la firmeza con la que hablé antes se esfuma lentamente al tener sus ojos sobre mí.
—¿De verdad te crees capaz? No eres más que una cobarde, dejando que los demás se encarguen de solucionar tus problemas y protegerte el culo.
—¡Cierra la boca! —replico entre dientes afianzando mi agarre sobre el mango.
Después cierro los ojos y aguanto la respiración, empujando el cuchillo hacia su pecho.
Él no pone fuerzas en impedirlo, podría decir que incluso me facilita el trabajo por cómo ladea su cabeza, dejándome un buen ángulo de su cuello. Suelto un jadeo al sentir la hoja del cuchillo atravesar algo duro. Más sangre mancha su camiseta y mis ojos se fijan en ella con bastante interés. Más del que me gustaría.
Humedezco mi labio inferior en el intento de mantener esa voz en su lugar, pero eso solo hace que el deseo de querer humedecerlos con otra cosa crezca aún más.
Agacho mi cabeza acercando mi nariz a la herida de su pecho que ha dejado de moverse un par de minutos atrás. La punta de mi lengua saborea el líquido rojo, dejando un agradable cosquilleo en ella.
Lo próximo que hago es arrodillarme y sacar el cuchillo para volver a introducirlo debajo de su clavícula. Lo bajo hasta su ombligo sin apenas esfuerzo. El ruido de mi estómago es mayor que la fuerza que tengo que usar para desgarrar su torso con mis manos y apartar las costillas hasta tener una vista perfecta a su corazón. El cuchillo me sirve de ayuda para cortar las arterias y tenerlo por fin en mis manos con el rastro de una sonrisa.
Paso el dorso de la lengua por la piel que cubre lo de dentro. El intenso sabor a hierro hace que las ansías por tener más terminen por arrebatarme la poca paciencia.
Clavo los dientes por la parte de abajo en un intento de arrancar un trozo, pero la textura densa y fibrosa del músculo no me lo pone fácil.
Tengo que intentarlo un par de veces más antes de tener un pequeño trozo siendo masticado por mis muelas. El alto contenido de hierro se percibe en cada bocado de después y el dulzor no abandona mi paladar en ningún momento. El sabor es parecido al de la carne de cerdo, solo que esta es mucho más exquisita.
Cuando su corazón ya no me satisface lo dejo a un lado para centrarme en la piel desgarrada de su pecho. Es más fácil de masticar a pesar de su textura un poco gomosa y el sabor a carne cruda es menos intenso.
El ruido de unas botas y unas ruedas moverse al otro lado de la habitación me detienen de cortar otro trozo de carne de su brazo. Al darme la vuelta y encontrarme con Eros sus ojos me miran con sorpresa, pero esa sorpresa pronto se desvanece.
—Eres muy impaciente. —murmura con una sonrisa ladina.
Yo solo me dedico a meter mis dedos y limpiarlos bajo su atenta mirada que ahora parece oscurecerse ante ese gesto.
—Mierda. No hagas eso. —habla dejando la mesa auxiliar rodante de metal a un lado.
Fijándome en el bulto que comienza a crecer en sus pantalones esbozo una sonrisa sugerente y me levanto del suelo.
—¿Por qué no? —pregunto moviendo mi pelo a un lado.
Él acaba con la distancia y atrapa mi cuello para luego juntar nuestras bocas en un beso desenfrenado.
Sus manos se encargan de despojarme de toda la ropa y mis dedos acarician la piel ahora desnuda de su espalda cuando pretende dejarme sobre una mesa de metal y meterse entre mis piernas, olvidando lo que sea que fuera a hacer con los restos de Henrik.
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