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Eros


Mi móvil vibra con la noticia de un mensaje nuevo sobre la mesita de noche. Abandono su pelo y extiendo mi brazo para cogerlo, teniendo cuidado de no mover mucho el cuerpo de Aubrey que descansa sobre el mío.

Luego desbloqueo la pantalla, encontrándome de lleno con el mensaje de Vanya en el chat grupal.

Vanya: Tengo información nueva.

Suelto un suspiro desviando mi atención a su rostro ligeramente iluminado por la lámpara de la mesita y la aprieto más hacía mi no queriendo dejarla ir ni siquiera por la noticia de Vanya.

Cuando los minutos pasan y nadie ha escrito nada otro mensaje suyo aparece.

Vanya: Sé que estáis despiertos. Me sale el mensaje con los palitos azules, lo que indica que lo habéis leído de lleno, a menos que seáis sonámbulos (cosa que no sois ninguno), así que más os vale estar en la sala en cinco minutos.

El nombre de Nik aparece junto a unos puntos suspensivos, pero antes de que llegue siquiera a enviar el mensaje Vanya se le adelanta.

Vanya: No. No voy a hacer jodidas palomitas Nik.

Vanya: Y tú @Eros mueve el culo. No pienso esperar toda la noche a que bajes.

Apago el móvil y lo hago a un lado con un resoplido descontento. Difícilmente logro alejarme de ella y levantarme de la cama.

—Regresaré pronto... —murmuro al acariciar su mejilla con mis dedos a pesar de que está dormida y no puede oírme.

Mis pies descalzos apenas terminan de tocar el suelo al caminar hasta la puerta. Allí giro el pomo lo más despacio posible y cierro la puerta en un pequeño clic.

No me molesto en encender las luces de los pasillos que atravieso hasta llegar al gran salón, pues mis ojos están más que acostumbrados a la oscuridad del lugar y a pesar del gran tamaño del palacio me sé los caminos casi de memoria. Al menos los que más suelo pisar por las noches.

—¿Qué hay de nuevo? —pregunto queriendo ir directamente al asunto en cuanto cruzo el gran portón que separa uno de los tantos salones con la sala de juegos.

Solo han pasado quince minutos desde que nos separamos y mi cuerpo ya tiene ese hormigueo desagradable que aparece cuando mi serenidad está a punto de irse a la mierda. No me gusta estar alejado.

Nik me hace un hueco entre él y Adrik en el sofá, palmeando el asiento con una sonrisa.

—No soy un perro. —mascullo entre dientes con una mirada poco amigable.

Su sonrisa se ensancha y abandona lo que sea que fuera a decir clavando los dientes en su labio inferior.

Termino por sentarme junto a Vanya que teclea unas cosas en su MacBook. Al notar el sillón de dos plazas hundirse con mi peso su atención pasa de la pantalla hacia mi con una diversión palpable detrás de la neutralidad que siempre transmiten sus ojos.

—Vaya. Has venido pronto.

—Tengo prisa. ¿Qué has encontrado?

—Espera un momento. Falta pasar este archivo aquí y fragmentar esto...

—Pensé que lo tenías listo. —replico moviendo una ceja.

—Con paciencia y saliva entró al hoyo la hormiga. —suelta Adrik con su mirada al frente y su mente absorta en algo.

Nik a su lado lo mira de reojo con una mueca confusa en los labios.

—¿Hay algo que quieras compartir con nosotros, Adrik? —habla Vanya con una mirada expectante hacia él.

Al escuchar su nombre pestañea un par de veces y sacude la cabeza con una respuesta negativa.

Luego se acomoda en el sofá, poniendo un cojín sobre su regazo.

—¿Nos vas a decir ya qué pasa? Son las dos de la puta mañana. Tengo sueño.

—Joder. Un momento... —murmura Vanya arrugando aún más su ceño sin apartar la vista de la pantalla.

La puerta principal por la que entramos se abre de un momento a otro con un ruido que que toda nuestra atención gire hacia el lugar.

—Hola, perros. Ya estoy aquí. ¿Para qué soy bueno?

Al verlo mi cuerpo se relaja y alejo mi mano de la pistola que estuve a punto de usar. En la situación dada no soy el único en estar alerta ante cualquier cosa que se mueva. 

—Hola. —murmura Vanya sin prestarle demasiada atención.

Mis labios se estiran en una corta sonrisa a la vez que muevo la cabeza a modo de saludo y Nik se levanta para unirse en un abrazo fraternal con él.

Adrik hace lo mismo siendo mucho menos afectuoso. Su hermano a veces es como un koala que se engancha a la rama de un eucalipto.

—Te llamé hace una semana. —le reprocho en cuanto se separan con una mirada de soslayo.

—Si, lo sé. Estuve ocupado con el equipo. —mis ojos se clavan en él con una mirada de jódeme indicándole que me importa una mierda. —No me mires así, te juro que vine en cuanto pude.

Suelto un resoplido guardando mis puños para otra ocasión al ver que en sus ojos no hay un ápice de mentira. Tampoco tendría porqué mentir.

Gabriel y yo nos conocimos en el instituto cuando éramos unos niños, perdimos el contacto cuando sus padres fueron asesinados en un tiroteo y desde entonces no volví a saber nada suyo. Hasta un par de años atrás cuando me enteré de que empezó a trabajar para la DEA como agente especial.

Nadie de su equipo sabe sobre nuestra relación y lo involucrado que está con mi padre, manteniéndolo al tanto de lo que sucede dentro de la DEA y cuidando nuestras espaldas. El día que eso pase tengo seguro, por todos estos años en los que ha mostrado su lealtad con uñas y dientes, que sus labios estarán sellados. Al igual que nosotros haremos todo lo posible para protegerlo.

—Y bien. ¿Qué es lo que pasa?

—Eros se ha echado novia. —responde Adrik con una mirada burlesca hacia mí.

—No jodas. ¿Y quién es la víctima?

—Aubrey Jones, la novia cadáver golpea hijos. Ella también...

—Necesito la cabeza de Marco Ricci. La 'Ndrangheta tiene que caer. —hablo con palabras firmes interrumpiendo a Nik.

Gabriel arruga su ceño, observándome en silencio y con un dedo bajo su mentón.

—Eso no va a ser fácil, llevamos detrás de esa gente años. —recalca la última palabra con unas facciones incrédulas.

Me inclino hacia él fijando el cabreo de mis ojos directamente en los suyos al hablar en un tono que bien podría rozar lo agresivo.

—Lo sé, por eso te lo estoy pidiendo a ti.

Muchas organizaciones y criminales importantes han caído en manos de la DEA. La nuestra es mucho más que una simple organización. Es el motor de muchas campañas políticas reconocidas y de figuras de poder en el mundo de la industria musical, entre otras.

Aún así somos conscientes de la persecución que nos tienen la parte de la justicia que no controlamos y estamos más que preparados para cuando llegue nuestro derrumbamiento, si es que algún día llega.

—Pues pides mucho.

—Puede que esto te ayude. —Vanya irrumpe en la conversación dejando su ordenador portátil sobre la mesita frente a nosotros. —He encontrado la base de datos con la que trabajan desde Arizona. Parecen estar muy interesados en guarderías y colegios.

—¿Guarderías y colegios? —repito con incredulidad.

Vanya mueve sus hombros no queriendo decir nada más. La nueva información lejos de tranquilizarme hace que empiece a mover mi pierna en un tic nervioso mientras mi corazón golpea con fuerza y rapidez dentro de mi pecho.

—Primero cuéntame qué pasó y veremos qué podemos hacer. ¿Cómo es que se acabó la tregua que teníais con ellos? —sus ojos me miran curiosos cuando se acomoda entre Nik y Adrik, como si estuviera a punto de ver una buena película.


Sujeto su cara y la inmovilizo para que mis labios puedan seguir devorando los suyos haciendo caso omiso a sus pequeños golpes en mi hombro o los rostros pasmados del resto de estudiantes.

No es hasta que siento mis pulmones a punto de explosionar cuando dejo su boca en libertad.

—¡Casi me ahogas! —exclama lanzando un golpe a mi brazo.

El dolor que me quiso infligir se queda en unas cosquillas que apenas noto, y eso hace que quiera volver a perderme en sus labios con sabor a infierno.

—¿No sería esa la muerte más dulce de todas? —murmuro a escasos centímetros de sus todavía húmedos e hinchados labios. —Ahogado por tus besos.

Aubrey lleva su cabeza hacia atrás al notar mi intención de volverla a besar.

—Se me hace tarde. —habla con sus mejillas combinando a la perfección con el violeta de sus ojos.

Tuerzo mis labios en una mueca disconforme y alejo mis dedos de su piel.

—¿De verdad que no quieres que vaya contigo? —pregunto por quinta vez en estos veinte minutos en los que he intentado dejarla partir a su nueva facultad, con esperanzas de que ahora haya cambiado se opinión.

—Si, segura. Ve a tus clases, yo estaré bien. Lo prometo. —responde dejando un rastro de sus dedos en mi mejilla.

Sus comisuras se eleven escasamente pretendiendo convencerme con aquel gesto.

—Está bien. Como sea. —replico con una mala cara.

Ella se pone de puntillas y estampa sus labios en los míos con tanta rapidez que no me da tiempo a sentirlo.

—Espera.

Antes de que pueda alejarse la sostengo del brazo y la giro hacia mi. Por su corta sonrisa puedo apostar a que no es la única en notar el brillo que intensifica el azul de mis ojos al mirarla.

—Estoy irremediablemente enamorado de ti. Hasta la médula. Y no sé manejar muy bien mi miedo a perderte, así que si tardas más de un minuto en salir no me culpes si entro a tu clase y te termino secuestrando y encerrando en mi habitación.

Aubrey suelta una risita que va a más al encontrarse con mis facciones serias.

—Está bien. Deja de preocuparte tanto. Mi dulce tormento. —murmura con un destello divertido en sus ojos antes de rodear mi cuello con sus brazos.

Nuestras lenguas se mueven en un baile sincronizado cuando ella vuelve a juntar nuestras bocas en un beso profundo del que no soy capaz de participar en mi totalidad. Pues mi cabeza todavía sigue navegando por sus últimas palabras con un cosquilleo que pasa por mis entrañas como un tornado, pero lo que dice después es lo que hace que me termine de derrumbar.

—Yo también te amo.

—Vale. —es lo único que sale de mi cuando soy capaz de regular los latidos que amenazaban con destrozar mi pecho y romper el trance en el que estaba.

Un calor se va implantando en mis mejillas al darme cuenta de lo que he dicho, pero es demasiado tarde para que lo intente cambiar con palabras.

La sensación sigue siendo algo nueva para mí, es por eso que cubro su cara con mi mano antes de girarla y empujarla al interior de la facultad alegando que llegará tarde.

Su cuerpo es como una simple hoja comparado con el mío, así que sus esfuerzos al intentar detenerse son nulos.

—Oye, puedo andar. No hace falta que me empujes. —se queja con un mohín en los labios.

El calor de mis mejillas se hace más que insoportable y al final termino por dejarla en mitad del pasillo, rechazando la idea de acompañarla hasta su aula.

—¿Qué te pasa? —musita al girarse con su ceño fruncido en una expresión confusa.

Antes de que pueda verme la cara me marcho sin siquiera gastar un segundo en ver su rostro. Si lo hago sé con certeza que va a ser peor.

—Bueno. Al menos intenta no matar a nadie hoy. ¿Quieres? —escucho que dice a mis espaldas en un bajo murmullo tras soltar un resoplido molesto.

El aire fresco que respiro al salir del edificio me ayuda eliminar un poco el calor de mis mejillas. Aunque pronto esa sensación es sustituida por mi ansiedad al saber que estará a unos kilómetros durante un tiempo que para mí será como una eternidad.

Al entrar a la clase de comercio distingo a Nik sentado en la primera fila, siendo fácil distinguirlo de entre el resto. Aún así él empieza a mover su mano de un lado a otro mientras grita mi nombre.

Cuando nuestras miradas se encuentran sonríe ampliamente y palmea el asiento vacío a su lado, haciendo sonidos con la boca como si estuviera llamando a alguna jodida cabra desorientada del campo.

—Haz eso otra vez y no te vuelvo a cocinar en la puta vida. —mascullo entre dientes dejando la mochila en el suelo y sentándome a su lado.

En estos días he cogido más interés por la repostería. El motor de eso fue ver la cara de Aubrey al comerse una tarta de manzana que había hecho nuestra chef. Así que he cogido a Nik como conejillo de indias para que pruebe todo lo que hago antes de dárselo a ella.

Él nunca rechaza comida gratis, y menos si es dulce.

La sonrisa se borra completamente de su cara, dándole el paso a un reflejo de terror que se va tan pronto como vino.

—Solo estaba bromeando. No es necesario que lo tomes tan en serio. ¿Sabes que te quiero, no? Al fin y al cabo somos mejores amigos para siempre. ¿No? —pregunta lo último con cautela ante mi silencio, como si con eso fuera suficiente para obtener una respuesta positiva de mi parte.

—Cállate. —replico con rudeza cuando en mi cabeza se reproduce la situación de antes con Aubrey.

Mi cara vuelve a enrojecerse y eso Nik lo nota rápidamente, estrechando sus ojos en ella.

—Tu cara está roja. ¿Tienes fiebre o alguna mierda así? —pregunta pegando su mano a mi frente. —Estás caliente.

La aparto de un golpe rápidamente, pero él de todas formas vuelve a ponerme los dedos encima, esta vez palpando el lateral de mi cuello.

—No. Me. Toques. —murmuro en una voz mordaz al atrapar su muñeca antes de alejarla bruscamente.

—Me preocupo por ti, Eros. Si estás enfermo dilo y llamaré a alguien para que te lleve a casa.

Él solo me llama por mi nombre cuando va en serio.

Las palabras terminan atascándose en mi garganta al querer hablar por la urgencia de desmentir su estúpida hipótesis y comienzo a toser. Nik da varias palmadas en mi espalda con una expresión más preocupada que la de antes.

—Estoy bien. Gracias. —respondo a regañadientes con una mirada de soslayo.

Él lejos de coger mi indirecta para dejar de tocarme pasa la palma de su mano por toda mi espalda.

Tengo que morderme la punta de la lengua para no soltar alguna grosería, sabiendo además que no sería suficiente para quitármelo de encima.

No es hasta que la profesora nueva entra cuando ocupa sus manos en abrir su iPad y buscar la página por la que estamos.

—¿Crees que va a volver? —pregunta después de un rato, refiriéndose a la antigua profesora.

Se había dado de baja por una supuesta depresión desde que encontró el perro que eliminé del mapa en la clase. Aunque bien podría haber contado como eutanasia. El animal seguramente estaba sufriendo bastante al tener que aguantar a esa mujer a diario.

Ni siquiera me acuerdo de porqué empecé a acostarme con ella. Pensé para mis adentros con una mueca asqueada.

—Lo dudo. —respondo en un tono burlesco.

La clase se torna jodidamente aburrida, y para cuando quiero darme cuenta ya estoy entrando a la aplicación que me conecta con la cámara que puse en el aula de Aubrey para tener alguna forma de calmar mi ansiedad. No funciona del todo, pero ayuda mínimamente.

Mis entrañas se apretujan entre ellas al notar su rostro más pálido de lo normal. Sus ojos están fijos en la pantalla de su móvil observando algo.

Pienso en escribirle un mensaje o hacerle una llamada para saber qué pasa, pero sé que no será suficiente. Me levanto de la silla ocasionando un leve chirrido. La profesora me da una mala mirada de reojo y continúa la clase fingiendo que no existo.

—¿A dónde vas? —pregunta Nik en seguida poniendo una arruga en su entrecejo.

—A cagar. Déjame en paz. —respondo en un deje irritado mientras me alejo.

La puerta no queda muy lejos de donde estamos y el camino a su facultad se reduce a cinco minutos por mis trotes rápidos.

Estando frente a su puerta doy un par de toques avisando de mi presencia, pero no espero a que alguien de dentro me responda para entrar y buscarla con ojos desesperados, ignorando la voz de su profesor.

—¿Qué pasa?¿Estás bien? —pregunto al estar frente a ella.

—No. Yo. Creo que algo le ha pasado a Alana. —responde con un titubeo mostrándome algo en la pantalla.

—Mierda... —susurro al ver la imagen con el mensaje adjunto.

A Adrik no le va a gustar esto. Me digo a mi mismo mordisqueando mi labio inferior.

Como lo intuí, a Adrik no le sentó nada bien. Ahora mismo estamos los tres en su habitación mientras él duerme en su cama después de los dos sedantes que tuvimos que inyectarle. Mi padre y Gabriel ya se han puesto en marcha desplegando todos sus hombres por la zona para encontrar el sitio donde la tienen retenida y Aubrey está con sus padres en la habitación de enfrente.

Cada vez que nuestras miradas se encuentran mis mejillas vuelven a sonrojarse y las palabras se atraviesan en mi garganta como si se tratase de miles de alfileres, por eso he optado a estar lo más alejado posible. Al menos hasta que pueda formular algo con sentido delante suya.

La puerta está ligeramente abierta, al igual que la puerta de la habitación de Adrik, así que de esa manera puedo verla a través de la pequeña ranura y aplacar un poco mi reciente pavor. Pavor que se ha intensificado por la reciente desaparición de Alana.

—¿Ha despertado ya? —escucho la voz preocupada de mi tío Jason a mis espaldas.

—No. Y no creo que lo haga hasta mañana. —responde Vanya sin apartar sus ojos de Adrik.

Mi tío suelta un suspiro y se sienta a  su lado, comenzando a acariciar sus mechas con una expresión consternada.

—Bueno. Mierda. No sé si alegrarme o preocuparme por eso. Por cierto, ¿Hay alguien encerrado en las catacumbas? Porque creo escuchar una voz proveniente de allí y no es un fantasma.

Abro los ojos más de lo normal al acordarme y salgo casi corriendo hasta allí. Con todo esto se me había olvidado que tengo al imbécil de Cody más que listo para nuestra quedada de clase.

Será rápido. Me digo constantemente al atravesar todos los pasillos hasta llegar al lugar para alentarme a no regresar junto a ella.

La puerta metálica se abre con un chirrido y él rompe en un llanto de puro terror al verme.

Su cuerpo está colgado desde el techo con unos enganches clavados en la parte de arriba de su pared. Toda la sangre que está cayendo de sus heridas hasta el recipiente de metal la usaré después para más cuadros que tengo pensado hacer.

—¿Sabes qué, Cody? Hoy no estoy de humor para tus lloriqueos, así que ayúdame a terminar con esto lo antes posible y ahórrame la molestia de tener que aguantar tus berridos. —le digo mientras busco un cuchillo lo suficientemente afilado como para ser capaz de cortar un cartílago sin mucho esfuerzo.

—No. Por favor. Ya te he dicho todo lo que querías saber. Por favor. —balbucea entre lloriqueos.

Sus lágrimas van por la piel en carne viva de sus mejillas que han sido esposadas de todo tipo de piel y la carne de sus muslos internos han desaparecido hasta dejar solo el hueso.

Fuera de eso no he tenido tiempo de hacer mucho más. Bueno. Sus manos desperdigadas por el suelo sobre un pequeño charco de sangre no cuentan. Él de todas formas iba a ser un pésimo cirujano.

—Mátame. ¡Mátame y termina con esto de una vez! —brama después borrando todo rastro de lágrimas en sus ojos y dándole paso a la ira.

Le doy una mirada de reojo, levantando las cejas en una expresión incrédula antes de hablar.

—Parece que alguien tiene problemas de bipolaridad aquí.

Mis ojos se fijan en las agujas del reloj y las palabras de Aubrey se asientan sobre mis planes, acabando con ellos. Todavía no son las doce.

—No. No te voy a matar. Al menos no ahora. Hagamos algo. —cojo una moneda cualquiera que encuentro en el bolsillo de mis vaqueros. Es un rublo.

Luego la pongo sobre mi palma y le miro sonriente.

—Te daré una oportunidad. Si cae cara mueres, y si cae cruz también, solo que morirás en un par de años más. Cuando me gradúe y ya no te necesite para hacer mis deberes de clase. ¿Trato?

Doy el silencio que se queda en la sala y su mirada conmocionada como una respuesta positiva y lanzo la moneda al aire.

Cuando la atrapo y la dejo sobre el dorso de mi mano veo con ojos recelosos que ha caído en cruz.

—Tu ganas. Ha caído cruz. —murmuro entre dientes.

Te estás volviendo blando. Me recrimino con irritación.

Si bien nunca tuve claro que el amor trajera cosas positivas, el hecho de que me esté ablandando a la hora de perdonarle la vida a los que no se la merecen no demuestra lo contrario. Pero aún así sé que es lo mejor que me ha pasado y que no me arrepentiría jamás de haber puesto mis ojos en ella aquella noche.

Quiero pasar el resto de mis días a su lado. El resto de toda mi eternidad.

—Nunca te enamores, Cody. —hablo liberando su espalda de los enganches que atraviesan su piel.

Él suelta un pequeño grito de dolor y hace una mueca adolorida cuando el otro se va deslizando fuera de sus carnes, dejando un rastro de sangre y trozos de carne desgarrada en el metal.

—El amor te hace débil. Si no me crees, mírame a mi. —termino por decir lanzando el cuchillo lejos y dejando que su cuerpo caiga al suelo en un golpe sordo.

Antes de ir a avisar a alguien para que lo deje en su casa paso por nuestra habitación. Ella sigue sin estar ahí.

Pensando que sigue en el cuarto de sus padres camino hasta allí preparándome mentalmente para no decir otra tontería, pero al no encontrar ni rastro de ella en el lugar mis nervios dejan un temblor en mis dedos que se hace más palpable a medida que atravieso las diferentes habitaciones de la casa y sigo sin encontrarla. Hasta que la encuentro junto a mi padre en una pequeña terraza no muy alejada de una sala de música.

Él parece estarle diciendo algo en voz baja y ella tiene sus ojos clavados en la punta de sus zapatos mientras se abraza, protegiéndose del frió o estando demasiado intimidada por la cercanía de mi padre.







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