039
Aubrey
—¿Lo ves? No hubo engendro. —habla a mí lado con una voz cargada de suficiencia.
Lo miro de reojo, intercambiando mi mirada con el papel que resume su autopsia y otros detalles de su muerte y el brillo peligroso de sus ojos.
Aprieto las piernas al sentir sus labios aproximarse a mí nuca y su prominente bulto detrás de sus pantalones presionar cerca de mi espalda baja.
—Eso es bueno. Supongo. —digo tragándome el gemido involuntario que estoy a punto de soltar.
Él rodea mi cintura y me gira, quedando los dos cara a cara. Me pongo de puntillas y atraigo su boca a la mía tirando de su cuello.
Los papeles de encima del escritorio quedan a un segundo plano cuando nuestros labios empiezan a devorarse con fiereza y nuestras manos exploran el cuerpo del otro con deseo, apartando los trozos de tela que se interponen en nuestro camino de compartir el calor de nuestro cuerpos.
Eros tira los papeles y todo lo que haya sobre el escritorio al suelo, clavando sus dientes en mi labio inferior al mismo tiempo que deja mi culo sobre la superficie de madera.
Después bajo sus calzoncillos y abro las piernas. Él no tarda en aceptar mi invitación y embestir contra mi interior de una estocada que me hace soltar un chillido. No se molesta en ir más despacio o no ser muy brusco, siendo cada vez más rudo al arremeter contra mi cuerpo mientras sus dientes succionan y muerden cada trozo de mi piel que se le ponga por delante.
Ahogo otro chillido cuando golpea uno de mis senos con la mano abierta con tanta fuerza que bien pudo haber dejado una marca en el. Aquel gesto hace que unos espasmos aprieten su falo con un orgasmo que aún no llega, y tras ese golpe llegan más, hasta tener mis dos senos enrojecidos y la mesa empapada con mi humedad.
El frío de la madera se encuentra con mi espalda al apoyarla en ella cuando siento mis músculos entumecidos por el placer desvanecerse poco a poco. Él aprovecha aquello para colocarse mejor sobre mi cuerpo y poner mis piernas sobre sus hombros. La respiración se me corta del todo al sentirlo golpear las paredes que separa mi útero de mi cavidad vaginal.
Abro la boca queriendo pronunciar su nombre, pero en vez de eso solo consigo soltar más gemidos y jadeos entremezclados con los suyos. Al tener su hombro en mi campo de visión no lo pienso dos veces al clavar mis dientes en el lugar con fuerza como una manera de poder controlar los espasmos incontrolables de mi vagina.
Eros suelta un gruñido ronco cerca de mi oído al estar expulsando su semen en mi interior. Para cuando dejo de sentir las palpitaciones de su pene he perdido la cuenta de los orgasmos que he tenido. En parte porque no me siento con fuerzas ni para quitar mis piernas de sus hombros, así que dejo que él lo haga con un quejido.
Lo que siento después es su mano limpiando el resto de nuestros fluidos con un trozo de tela. Luego mi cuerpo se eleva en el aire por sus brazos que me aprietan con cuidado, aferrándome a su cuerpo, y empieza a caminar a algún lugar.
Cierro los ojos dejando que su cuerpo se convierta en la manta en la que me acurruco para dormir mejor, hasta que cierra una puerta y me deja sobre un colchón que se amolda a mi cuerpo a la perfección. Hago el amago de abrir los ojos y moverme para buscar su calor.
—Descansa. Pronto estaré contigo. —habla muy cerca de mi oído mientras acaricia las hebras de mi cabello como si fueran de oro.
Eso y sus labios imprimiéndose por toda mi cara es lo que me ayuda a caer rendida por el sueño.
Eros
Cruzo los pasillos pasando por encima de los cuerpos inconscientes mientras araño las blancas paredes con la pistola eléctrica, dejando una línea apenas visible para el ojo común. Es lo único que pude conseguir después de que mis padres me quitarán todas las armas de las que disponía por miedo a que desatara un río de sangre y cabezas por el hospital.
No se equivocaron mucho en esa decisión, porque ahora mismo la rabia seguía navegando por mi sangre con una sed de venganza que es jodidamente difícil de saciar.
Al llegar frente a la puerta azulada no me molesto en tocar para avisar de mi presencia y simplemente entro. Del otro lado mi padre detiene su conversación con un grupo de hombres en el que están Denis y Sergey para enfocar sus ojos alarmados en mí.
—Vuelve a la cama, hijo... —habla escudriñando mi rostro hasta detenerse en la mano en la que tengo el arma.
Su ceño se frunce ligeramente al volver a encontrarse con mi mirada.
—¿De dónde has sacado eso?
—¿Qué habéis encontrado? —pregunto en un deje amenazante, guardando el arma en el bolsillo de mis pantalones vaqueros.
Mi padre suelta un resoplido y regresa a su asiento que pretende ser el sillón presidencial de la reunión, endureciendo los rasgos de su mandíbula antes de separar sus labios listo para hablar. Sin embargo Denis se le adelanta.
—Tras una investigación bastante profunda y precisa a manos de esta hermosura. —se señala a sí mismo con una sonrisita. —Hemos encontrado algunas pistas que indican que la 'Ndrangheta podría tener algo que ver.
—¿No se supone que estaban en tregua con la Cosa Nostra? —pregunto con en un tono que bien podría rozar lo agresivo.
La 'Ndrangheta había estado en guerra durante años con la Cosa Nostra. La organización del esposo de Eleanor y la razón por la que nuestras familias habían sido enemigas hasta que después de alguna que otra prueba decidimos aceptar a Alessandro como un miembro más de nosotros.
Hace unos años decidieron comenzar una paz en la que mi padre intervino como alguien terciario, terminando por convencer al líder de la 'Ndrangheta de que era buena idea.
El líder de aquel entonces murió y dejó en el cargo a su hermano. Un imbécil que solo se preocupaba por culos y por ponerse hasta el cuello de más poder. Quiso pasar por encima del tratado de paz en más de una ocasión, pero el terror que infligía mi padre fue más que suficiente para hacerlo cambiar de opinión todas esas veces. Al menos hasta ahora.
—Ya no. Sea lo que sea que hubiese hecho Blancanieves los tiene bastante cabreados. —responde Denis, haciendo referencia a Aubrey.
No es un mal apodo. Suena bien. Pienso para mis adentros. La voz de Sergey me devuelve a la realidad con un pestañeo.
—Y supongo que tiene que ser muy importante como para que le haya dado la valentía a esos hijos de puta para desafiarnos. —clava sus ojos en mi, haciendo hincapié en muy al hablar.
—Ella ni siquiera sabe que sus padres están involucrados con ellos. —digo negando sus suposiciones de Aubrey teniendo algo de interés para el grupo de los 'Ndrangheta. —En todo caso serían sus padres.
—¿Sus padres?¿Qué pueden tener unos simples campesinos que les interese a esa panda de idiotas? —algunos pares de ojos ponen el foco en Denis con una cara descontenta. —No me malinterpretéis, no tengo nada en contra de los campesinos. —añade después levantando las manos.
—No lo sé. —musito dejándome caer en uno de los sillones libres.
Las únicas veces en las que hablé con su madre biológica fue para preguntarle cuál era su herramienta favorita para usarla contra ella después ante sus negativas para cooperar, y a su padre solo lo he visto un par de veces a través de las fotos que consiguieron nuestros hombres. Fuera de eso no tengo mucha más información.
—Doy la reunión por concluída. —habla mi padre mientras se levanta del sillón con esa cara que podría amedrentar a cualquiera menos a nosotros. —Ahora más que nunca tenemos que cuidarnos las espaldas. No quiero más jodidos fallos. —avisa al resto de hombres que asienten con la cabeza antes de atravesar la puerta azulada.
—¿Eleanor sabe algo? —pregunto moviendo el piercing por el cielo de mi boca.
—No. Alessandro no ha querido decirle nada para no preocuparla. —asiento con la cabeza no prestándole demasiada atención del porqué de su afán por no preocuparla. Además no creo que le interese mucho lo que le pase a Aubrey.
Mi cabeza vuelve a someterse entre las penumbras, rebuscando hasta en los más mínimos detalles de sus padres biológicos para encontrar eso que tanto necesitan los 'Ndrangheta.
No me doy cuenta de cuando mi padre se acerca a mis espaldas y me rodea con sus brazos, obligando a mi cabeza a que se ponga sobre su pecho.
—Deja de darle tantas vueltas y mejor trata de descansar. Aún necesitas recuperarte. —murmura cerca de mi oído.
Sus brazos me aprietan más y el calor de su cuerpo casi consigue que los latidos de mi corazón se ralenticen.
—No me pidas gilipolleces. Sabes que tú estarías igual o peor. —replico alejándome de sus brazos y pasando por alto la severidad de sus ojos al decir lo primero.
—No vas a llegar muy lejos en la condición en la que estás. Nosotros nos encargaremos del resto, mientras regresa a tu habitación. —responde en una voz que deja de ser aterciopelada al pronunciar tu.
Un claro aviso de que no vuelva siquiera a pensar en entrar a la habitación de Aubrey.
—Como sea. —murmuro entre dientes antes de darme la vuelta y caminar a la salida, escondiendo la pistola eléctrica en mis pantalones.
—¿Qué llevas ahí? —escucho la voz incrédula de mi padre a mis espaldas.
Luego sus pasos se aproximan más hasta tenerlos casi en mi nuca, pero no lo suficiente cerca como para alcanzarme y evitar que cierre la puerta en sus narices, no dándole tiempo a ir tras mío cuando ya estoy del otro lado del pasillo ignorando sus llamados.
Con una mano sostengo el arma dentro del bolsillo de mis pantalones vaqueros, listo para volver a hacer uso de ella en caso de ser necesario, mientras con la otra saco el móvil y empiezo a marcar su número. Dos tonos más tarde la línea se abre y su voz ronca por el sueño aparece.
—¿Eros?
—Necesito verte. —respondo tajante, sin dejarle tiempo apenas a reconocer mi voz.
Aubrey
Al momento de bajar la cadena del váter la puerta del baño se abre estrepitosamente. Luego Eros aparece con el ceño fruncido y la tarjeta de crédito que usó para forzar la puerta en mano.
—Te has encerrado otra vez. —replica con una voz tosca.
Suelto un resoplido enfocando mi vista en mi reflejo del espejo para arreglar los pelos sueltos de mi coleta. Tuerzo los labios reprimiendo una sonrisa al encontrarme con sus ojos molestos.
—Solo estaba haciendo mis necesidades. No hace falta que me sigas a todas partes. —repito por décima vez en esta semana en la que he tenido a Eros más pegado a mi que nunca.
Desde que nos dieron de alta en el hospital se ha prometido no dejarme sola ni un solo minuto, y es una promesa que ha ido cumpliendo a raja tabla.
Su mirada comienza a tornarse a una preocupada mientras analiza mi rostro en busca de algo.
—¿Te sigue doliendo la cabeza?
—No. Estoy bien.
—Me extraña viendo lo apretado que llevas eso. —responde antes de atraer sus dedos a mi peinado y liberar mi pelo al deslizar la goma.
—¿Qué haces? Devuélvemela. —musito extendiendo la mano con una cara de pocos amigos cuando es tarde para recuperarla.
Mi corazón aletea con rapidez dentro de mi pecho al ver cómo se pone mi coletera junto a las otras tres que ya tiene. Una de ellas me la quitó alegando lo mismo de ahora.
—Así estás mucho mejor. —murmura acercando sus labios a mi cuello.
Al sentir su piercing sobre mi clavícula mis muslos internos se aprietan.
—Adoro tu pelo. Y tu piel. —habla repartiendo pequeños besos por la zona, hasta llegar a mi nariz. —Y a ti. Te adoro. —sus labios atrapan a los míos en un beso que dura hasta que se separa abruptamente. —¿Hasta cuando piensas rechazar mi oferta? He ofrecido hasta mi vida por ti, dime qué más tengo que hacer para que me aceptes. —su voz está cargada de frustración, y aquello casi hace que mi corazón explote.
Sujeto su cara con ambas manos y rozo nuestros labios con los míos formando una corta sonrisa.
—No tienes que hacer nada. Es solo que no quiero dar ese paso. Es muy pronto todavía, pero si. Me gustaría casarme contigo, en un futuro no muy lejano tal vez. —respondo tiñendo mis mejillas de un rojo intenso y mi corazón con unas mariposas que más tarde se trasladan a mi estómago.
Su cara frustrada ahora se adorna con estupefacción antes de estampar una sonrisa estirando la comisura de sus labios lo máximo posible.
—Lo dices en serio. ¿Verdad? —musita con un leve titubeo. Asiento con la cabeza dándole toda la seguridad que le puedo transmitir. —¡Oh, mierda! Vale. Espera. Me siento jodidamente extraño ahora mismo. —dice para si mismo, olvidando lo que sea que fuera a decir antes.
Luego se aleja y comienza a dar vueltas por todo el baño. En más de una ocasión el piercing de su lengua sale a relucir como una señal más de su repentino nerviosismo.
Cuando nuestras miradas se cruzan por un segundo lo que veo en su rostro ahora pálido me asusta.
—¿Estás bien? —pregunto yendo con rapidez hasta él, acercando mis dedos a su frente.
—No lo sé. Tengo náuseas, me duele el pecho y el corazón me va a mil por hora. Creo que me está dando un infarto... —sus palabras se quedan en el aire al momento de fijarse en mis labios con el azul de sus ojos brillando más a cada segundo. —Bésame.
No me lo tiene que pedir dos veces. Enredo su cabello en mis manos tirando de el mientras nuestras bocas se funden en un beso hambriento.
Dejo que empuje mi cuerpo hasta el lavamanos y que libere mis piernas de mis pantalones antes de ponerme sobre la fría encimera en la que está el grifo.
Reprimo un gemido atrapando su labio inferior cuando mis paredes se retuercen del placer ante su brusca entrada. Tengo que sujetarme de lo primero que veo para no resbalarse por el sudor de mis muslos, y eso es el toallero de madera.
Curvo la espalda sintiendo el orgasmo ir por los músculos de mi vientre y aprieto mis dedos en el toallero, provocando que se despegue de la pared hasta acabar en el suelo. Eso hace que me desestabilice un poco pero pronto él afianza su agarre en mi cuerpo y lo une más al suyo.
Luego tira de mi pelo con rudeza asegurándose de que no aparte mi vista de la suya. Vuelvo a apretar su falo y otro orgasmo me hace cerrar los ojos, pero él pellizca mi clítoris con fuerza, haciéndome abrir los ojos para encontrar su sonrisa socarrona y el deseo intenso de sus ojos.
—No vas a cerrar los ojos. Quiero que me mires cada vez que tú coño esté ordeñando mi polla. Es la última vez que te lo digo, Aubrey. —murmura con una voz ronca sujetando mi mandíbula con sus dedos.
Su advertencia me lleva a otra espiral de placer que me saca un chillido que trato de evitar cubriendo mi boca con la mano. Sin embargo antes de poder hacerlo atrapa mi muñeca y la estampa contra el espejo sin medir su fuerza, ocasionando que el espejo se rompa por el impacto y que un trozo de cristal me haga un corte superficial en el dorso de la mano.
El chillido es suplantado por un jadeo placentero y sus ojos caen en aquel lugar con un atisbo de preocupación que se va en cuanto rozo a propósito el dorso de mi mano con el cristal que sobresale del espejo. No me molesto en disipar mis gemidos perdiéndome en la sensación del dolor que me causan las recientes heridas de mi mano mientras él sigue arremetiendo contra mí con más fuerza que antes.
Al estar a punto de volver a rozar mi piel ensangrentada con el cristal él lo evita llevando mi mano a su boca para limpiar los restos de mi sangre.
—¡Oh joder! —exclamo al sentir sus dientes clavarse en las recientes heridas de mi mano.
Él esconde su rostro en mi cuello y suelta un ronco gemido comenzando a expulsar el líquido blanquecino en mi interior.
Luego apoya su frente en la mía y sujeta mi rostro acariciando mis mejillas con suavidad.
—In umbris amoris redemptus sum a dolore, et invenio locum meum aeternum in anima tua. —susurra muy cerca de mis labios sin dejar de pasar sus dedos por mi mejilla.
—¿Qué? —musito acentuando la arruga de mi ceño.
—Nada. Vamos a curarte eso. —habla pasando su atención a mi mano malherida.
Los pasillos de mi nueva facultad quedan en un total silencio y los estudiantes que antes charlaban despreocupados ahora se centran en mi con miradas curiosas y de sumisión. Algunos incluso agachan sus cabezas. Ni siquiera cuando avanzo y les doy la espalda dejan de mirar la punta de sus zapatos como si fuera lo más interesante del mundo.
Por primera vez en mucho tiempo eso hace que mi estómago se remueva con inquietud. Siempre odié los comienzos en mis colegios. La reacción del resto al verme y saber que compartiríamos un tiempo no solía ser grata, pero esta vez hay algo diferente, y eso lo noto en cuanto una chica viene hacia mi con una sonrisa tensa.
—Hola. Me llamo Laura. —murmura sin quitar del todo esa sonrisa.
—Yo soy Aubrey... —respondo extendiendo una mano que ella observa con ojos desorbitados.
Al ver mi confusión ella se recompone rápidamente, volviendo a poner esa sonrisa en su cara.
—Disculpa. No estaba segura de si podía. Es un placer conocerte. —sacude mi mano con tanta rapidez que apenas me da tiempo a reaccionar. —Déjame llevarte esto a la que será tu nueva clase este año. —añade cogiendo la mochila de mi hombro.
—Oh no. No hace falta. —respondo a sus espaldas.
Para ser pequeña camina más rápido que yo.
—Insisto. —es lo único que dice con bastante seriedad.
Todo esto está siendo jodidamente extraño. Pienso cuando por fin nos detenemos frente a una puerta blanca ligeramente abierta.
La chica se apresura a terminar de abrir la puerta mucho antes de que yo pueda hacerlo.
—Gracias. Ya me puedes dar la mochila.
—Oh, no no. La dejaré aquí. ¿Está bien aquí o prefieres otro sitio? —habla enganchando la mochila detrás de una silla cualquiera de la primera fila.
—Ahí está bien. Gracias. —digo con una sonrisa más incómoda que amable.
Ella inclina la cabeza en una especie de reverencia y sale corriendo por la puerta como si la estuviera persiguiendo alguien, llegando incluso a tropezar con una chica rubia.
Al reconocer la cara y la voz de esa chica rubia suelto un resoplido con una cara incrédula.
—¿Qué? A mí también me gusta la música. Pincho discos. —habla Veronika moviendo las cejas.
—No te he preguntado. —replico con una voz desdeñosa antes de sentarme en la silla.
Ella chasquea la lengua y termina por sentarse unas cuantas filas detrás de la mía.
Mientras espero a que el aula se llene y venga el profesor saco el móvil y empiezo a ojear algunas notificaciones de mis redes sociales.
Desde que se publicó aquel video que insinuaba que Eros y yo estábamos saliendo mis perfiles han pegado un estirón hacia arriba en seguidores, pero eso ya no me interesa tanto ni me parece tan satisfactorio como podría haberlo hecho algunos meses atrás.
—Hola. —levanto la cabeza al escuchar la voz de un chico frente a mi. —Soy Steve. Si necesitas que te pase los apuntes a limpio o no entiendes algo aquí me tienes. —murmura con sus mejillas obteniendo un color rojizo y palabra casi atropelladas.
—Gracias. Supongo... —él asiente con la cabeza rápidamente y se sienta unas mesas lejos de la mía.
La voz del profesor dando la introducción al nuevo temario de teoría musical queda a un segundo plano cuando echo un vistazo al chico de antes y la cara de Eros se presenta en mi cabeza como una respuesta a todas mis dudas.
Dejo mis labios en una fina línea. Mis dedos pulsan las letras de la pantalla con firmeza, sin embargo antes de que pueda enviar el mensaje donde le pregunto si tiene algo que ver con todo esto la notificación de un nuevo mensaje aparece.
La foto que hay adjuntada llama lo suficiente mi atención como para dejar mis reclamos a Eros en el olvido. En ella sale Alana atada a una silla con una cinta de celo que también ha sido utilizada para cubrir su boca. Debajo hay un mensaje adjunto.
Número desconocido: Eres tú o ella. Elige.
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