037


Eros

Algo pesado y húmedo se posiciona sobre mi pierna y un pitido agudo me atraviesa los oídos. Los colores violetas se van desvaneciendo cuando abro los ojos y unas paredes totalmente blancas me reciben.

—Si mueres a manos de esos imbéciles no te lo perdonaré jamás. Juro que buscaré en el infierno y te arrastraré de vuelta hasta la vida para matarte yo misma. Y créeme que esta vez lo haré de verdad. —musita una voz femenina entre hipos.

Al bajar la vista a mi regazo encuentro la cabeza pelirroja de Eleanor. Pronto su pelo se transforma en una cabellera blanca y sus ojos azules en unos violetas.

—Eros... —esa voz afligida no es la de Aubrey.

Pestañeo un par de veces para enfocar mi visión borrosa en el rostro de mi hermana. Ella se lanza a mi, apretándome entre sus brazos.

—¿Qué haces? Suéltame. —protesto entre dientes, empujándola lejos. Mi voz está ronca y adolorida.

Ella lejos de molestarse por mi rechazo se dedica a escudriñar mi rostro y cuerpo, como si estuviera buscando más heridas.

—¿Dónde está Aubrey? —pregunto ignorando el dolor de mi garganta.

La desesperación por recibir alguna respuesta no me permite indagar en las lágrimas secas de Eleanor.

—No has dejado de llamarla. ¿Es la chica de pelo blanco, verdad?

—Dime donde está. Quiero verla. —digo incorporándome en la cama con movimientos bruscos.

—Está en cuidados intensivos. —musita sin llegar a mirarme a los ojos.

Todo mi alrededor empieza a transformarse en una bruna confusa, siendo su voz lo único que se repite en mi cabeza dejando un escalofrío que me congela la sangre.

Aparto las sábanas tirándolas al suelo. Eleanor se levanta y se pone frente a mi cuando pretendo bajarme de la camilla.

—¡No me toques! ¡Suéltame! —bramo al sentir sus manos sobre mi torso mientras me empuja al colchón.

Después sujeto sus muñecas y la empujo lejos. Su cuerpo cae junto al sofá. Un pitido ensordecedor se hace presente al arrancarme los cables que estaban conectados con los monitores, y la puerta se abre, dejando entrar a unos cuantos enfermeros que arremeten contra mi cuerpo para intentar someterme a la camilla.

Sus voces escandalizadas se escuchan como si fueran ecos lejanos y sus manos solo dejan unos cosquilleos apenas perceptibles en mi torso.

—¡Soltádme! Cabrones. Os arrancaré las manos. —suelto entre dientes cuando un par de ellos consigue cogerme de los brazos, inmovilizándome de arriba y acercándome a la camilla.

Eso no evita que consiga propinarle una patada en la cara a uno y derrocar la polea de la que colgaba un saco con suero.

Eleanor, que se había marchado en algún momento, entra a la sala junto a mi padre y Denis. Consigo liberar mi brazo y propino un puñetazo en la cara del otro enfermero, mi brazo queda libre cuando el hombre sujeta su nariz ensangrentada con ambas manos.

Antes de que pueda dar un paso mi padre me detiene colocándose a mis espaldas y aprisionándome a su cuerpo en un agarre del que no me puedo deshacer por más que pataleo. La desesperación y la rabia se hacen más persistentes, reflejándose en el grito que hace arder mi garganta.

—¡Dame el tranquilizante! —exclama mi padre entre dientes.

Denis no tarda en acercarse a nosotros con una jeringa en sus manos. Al encontrarse con mis ojos furiosos mueve las cejas en una expresión divertida.

—Sigue mirándome así y te la pondré en el culo. —habla antes de lanzar la jeringa a mi padre.

Poco después siento un pinchazo en la parte superior del brazo.

—Eso es... —murmura mi padre cerca de mi oído a la vez que mi cuerpo se desvanece en sus brazos.

Sus labios en mi frente me acompañan hasta cerrar los ojos y terminar de desconectar con la realidad para acabar en un mundo color violeta en el que solo aparece ella.



—Se está moviendo. —habla una voz masculina a lo lejos.

A esa se le añaden unas cuantas más. Al abrir los ojos el oxígeno parece atascarse en mi garganta. Me levanto con rapidez, chocando mi frente con algo duro y empezando a toser.

Cuando quiero llevar una mano a la garganta me doy cuenta de que algo metálico rodea mi muñeca. Bajando la mirada hasta allí encuentro unas esposas que están ancladas a la camilla.

—Bienvenido de vuelta. —murmura Nik sobándose la frente. —¿Ves bien?¿Te acuerdas de quien eres?

—No seas estúpido. ¿Cómo no se va a acordar de quién es? —protesta Adrik con el ceño fruncido.

—Nuestra tía tuvo amnesia cuando se despertó de aquel accidente.

—Son cosas diferentes. —responde  en un tono de derrota.

Sus ojos escanean mi cuerpo hasta parar en mi cara y esbozar una corta sonrisa de alivio.

—Podría haber sido mucho peor.

—Por si acaso. Te llamas Eros y tienes 21 años, cuando no estás haciendo carnicerías con el resto estudias derecho y medicina en Princeton. No me preguntes porqué te metiste en las dos a la vez porque apuesto a qué ni siquiera tú lo sabes. Yo soy Nik, tu mejor amigo para siempre, ese de allí es solo tu asistente. El que se encarga de limpiar toda la mierda y así. —habla señalando a Adrik, este le da una mala mirada que Nik ignora al sonreír.

—Quitadme las esposas. —mascullo entre dientes. Adrik tuerce los labios en una mueca antes de hablar.

—No podemos. Órdenes de tu padre.

—¡Me importa una jodida mierda! Quitadmelas ahora mismo. —farfullo tirando de las esposas.

—No te alteres. No te viene bien. Mejor descansa un poco y cuando te tranquilices te soltamos. —responde cambiando su tono a uno de obviedad al decir lo último.

—Puedo ir a por una de tus tartas favoritas si tienes hambre. —ofrece Nik con intenciones de tocar mi cabello.

—Tócame una sola hebra y será lo último que toques. —murmuro por lo bajo.

Él aleja su mano, metiéndola en el bolsillo y alejándose hasta el sofá donde duerme Vanya.

Llevo los dedos que tengo libres al puente de mi nariz y aprieto la zona. La puerta se abre dejando ver la figura de mi padre con una bata azul, un cubrebocas y un gorro del mismo color.

—Se ha despertado con la misma cara de oler mierda y él mismo carácter de siempre, así que yo creo que se está recuperando bien. —la voz de Nik interrumpe lo que sea que fuera a decir mi padre, que ahora clava sus ojos azules en él.

—Dejadnos a solas un momento.

—Claro. —responde moviendo la cabeza.

Después va hacia donde está Vanya y hace el amago de despertarlo moviendo su hombro y llamándolo entre murmuros.

Cuando no lo consigue Adrik le da un tirón de orejas que lo hace abrir los ojos de inmediato con una mala cara.

—¿Qué ha...

—Vámonos. —le interrumpe Adrik cogiéndolo del brazo y arrastrándolo a la salida sin darle tiempo a terminar de escudriñar mi cuerpo.

La puerta se cierra con un estruendo y mi padre se acerca hasta quedar a mi lado. Sus rasgos se suavizan notablemente antes de quedar atrapado en sus brazos en un abrazo asfixiante.

—¿Ya estás más calmado? —pregunta sin abandonar mi cuerpo del todo.

Aparto la cara con cuando pretende acercar sus dedos y tocarme.

—Lo estaré cuando me sueltes y me dejes verla. —respondo entre dientes.

Sus ojos se endurecen y su mandíbula se tensa, desviando su atención al ventanal antes de enfocarse en mi y hablar con su dedo acariciando el dorso de mi mano.

—Le quitamos una bala que estuvo cerca de dañarle un pulmón. Ha perdido mucha sangre, así que estamos buscando algunos donantes compatibles. Pero aparte de todo eso está estable.

Mi estómago se revuelve con un fuerte estrujón que me corta la respiración y por un momento siento que mi corazón deja de latir.

—Estará bien, hijo. —la voz de mi padre es lo único que me hace abrir los ojos, encontrando que todo a mi alrededor ha sido distorsionado por una bruma.

—Quiero donar. —respondo con determinación.

Mi mente sigue ida en sus palabras, pero al recibir su negativa la rabia vuelve a incendiar las células de mi cuerpo.

—Estás herido y recuperándote de una cirugía ¿No fue suficiente con arriesgar tu vida? —refuta con una cara descontenta.

—Si no sirvió para ponerla a salvo entonces no. No fue suficiente.

Expresarlo hace que me dé más rabia por no haber podido protegerla.

Muerdo la punta de mi lengua, queriendo distraerme con el dolor, pero ni siquiera la sangre que sale después hace que sea capaz de controlar los furiosos y desbocados latidos de mi corazón.

—No lo harás y punto.

—Me abriré las venas y pondré mi sangre en las suyas yo mismo si hace falta. —la firmeza que reflejaron mis ojos pusieron una mohín en sus labios.

—Eros...

—Lo digo jodidamente en serio. —le interrumpo sin una pizca de vacilación.

El piercing de su lengua se mueve de un lado a otro a la vez que estrecha sus ojos en mí hasta que decide hablar con una connotación de recelo.

—Haré las pruebas, pero si sois incompatibles te olvidas del tema.

Muevo la cabeza sin prestarle mayor atención. Mi cólera es aplacada en un muy pequeño porcentaje al pensar en que pronto estaría compartiendo una parte de mi con ella.

—Déjame...

—¡Eros! —exclama una voz femenina a espaldas de mi padre.

Después la cabellera negra y alborotada de Eva aparece. Su cara preocupada cambia a una más alegre y en sus ojos verdes se asienta un brillo antes de lanzarse a mis brazos y mojar mi torso cubierto por la bata azul con sus lágrimas al sentarse a horcajadas sobre mi regazo.

—Ten cuidado, le vas a terminar sacando las tripas. —habla mi padre sonriente.

Como si tú no hubieras hecho lo mismo antes. Repongo en mi cabeza mientras le doy una mirada de reojo.

—No sabes lo feliz que estoy. Me has asustado como la mierda. —musita Eva sobre mi pecho.

Rodeo su pequeño cuerpo con mis brazos a la vez que apoyo mi mentón sobre su cabeza, impregnándome de su fragancia a cerezas y dejando que el calor de su cuerpo me aleje a otra dimensión.

A lo lejos veo a mi padre desaparecer tras la puerta en unos segundos en los que consigo ver las lágrimas secas en las mejillas de mi madre. Supuse en ese instante que las marcas de pintalabios que percibí sobre mi hombro son suyas.

—Siento mucho no haber estado aquí antes... —la voz de Eva hace que me centre en ella.

Aparto un mechón de pelo y lo pongo tras su oreja, instándole a continuar.

—Estuve deshaciéndome del padre de Aubrey. —arrugo el ceño reflejando una cara de enfado. —No te preocupes, papá me ayudó. Tengo que admitir que fue divertido, pero no es lo mío. Prefiero algo con más calor.

—Ese era mi puto trabajo, Eva. —replico sin camuflar mi molestia.

Puedo contar con los dedos de una sola mano las veces en las que me ha hecho enfadar, y esta definitivamente es una de esas.

—Lo sé, pero no iba a permitir que alguien atentara contra vosotros y se fuera de rositas. Anda, no te enfades conmigo. —murmura acariciando mi mejilla con una voz aterciopelada.

—Aubrey es mía. No me gusta que metas tus narices en nuestros asuntos. Mucho menos que le metas la lengua hasta la campanilla. —respondo observando con ojos severos cómo sus mejillas se van tornando rojas.

—Solo fue un pico de amigas. —dice moviendo las cejas.

—Pues para la próxima ahórratelo. Y deja de intentar llevarla por el mal camino. —murmuro con una sonrisa socarrona.

Eva vuelve a apretarme entre sus brazos estrujando nuestras mejillas.

—Tuve mucho miedo de perderte.

—No te desharás de mi tan fácilmente, Engel. —las esposas que me siguen reteniendo a la camilla me lo ponen difícil a la hora de acariciar su cabello.

Ella se separa lo suficiente para sonreír castamente sin alejar sus manos de mi cuello.

—Antes he visto a Eleanor... —hago un sonido con la boca, desviando mi atención a la ventana con ojos desinteresados. —Ella realmente estaba preocupada por ti.

—Lo dudo. —respondo con ironía.

Para nadie es un secreto las veces en las que hemos intentado hacernos daño el uno al otro durante nuestra infancia a pesar de los regaños y castigos que nos imponían nuestros padres cada vez, llegando incluso a tirarnos por las escaleras o poner animales venenosos en nuestras camas.

Con el pasar de los años la hostilidad sigue ahí, lo único diferente es que ahora ponemos el esfuerzo en atentar contra los enemigos que tenemos en común y no contra nosotros. Fue uno de los tantos requisitos de mi padre para compartir el imperio que nos dejaría al retirarse.

El hecho de que hubiéramos dejado de intentar herirnos y competir entre nosotros no quiere decir que hubiéramos empezado a agradarnos el uno al otro. En mi caso al menos no es así, y dudo que el de Eleanor sea diferente. Nosotros ni siquiera hablábamos para cosas que no tuvieran que ver con mi padre y sus negocios.

—Ella no te odia, Eros. —murmura Eva con un mohín en los labios.

—Yo tampoco la odio, simplemente no la soporto.

—Deberíais hablar de una vez y arreglar vuestras diferencias. Estoy cansada de estar en medio. —repone tras soltar un suspiro. —Prométeme que al menos lo intentarás. Sois hermanos.

—No tenemos nada de lo que hablar, Eva.

—Hazlo por mi. —agranda los ojos a la vez que cambia su voz a una más suave. —Porfa. —continúa alargando la a.

—Está bien. Como sea. —digo tras chasquear la lengua.

Eva sonríe y se acurruca entre mis brazos, apoyando su cabeza sobre mi pecho.

Poco después mi padre entra a la sala con una cara descontenta y unos papeles en mano.

—Los resultados son positivos. Sois compatibles.

Aubrey

—¿A qué esperas? ¡Sigue! —bramó una voz masculina y áspera a mis espaldas.

En mis manos tenía un rosario rojo y las velas que a duras penas conseguían alumbrar la habitación me ayudaron a ver el reloj en la pared que marcaban las once de la noche.

En una hora más sería lunes y podría tener un poco más de libertad.

—El que habita al abrigo del Altísimo. Morará bajo la sombra del Omnipotente... —antes de poder terminar una ráfaga de algo me cruzó la cara, haciendo que todo se volviera oscuro.

Al abrirlos vi la sangre que caía de mi boca y las nuevas lágrimas de mis ojos.

—Ese es el salmo 91, te he dicho el 23. ¿No es así? —volvió a hablar aquella voz en una amenaza.

Agaché la cabeza y asentí antes de responder en un titubeo.

—Lo siento. Tengo sed. Por favo.. —cubrí mi cara con las manos cuando el látigo volvió a aparecer en mi campo de visión.

Todo volvió a sumirse en una oscuridad.

—No beberás hasta que termines de estudiar las sagradas escrituras. —su voz estaba acompañada de las ráfagas y aquello que indicaba que el cuero del látigo se estaba estampando contra mi piel. —Los demonios como tú no se merecen nada. Da gracias al altísimo de que te dé la oportunidad de vivir y encaminarte por el camino del bien.

Sacudo la cabeza de un lado a otro. Mis labios no obedecen las órdenes de mi cuerpo para abrirse y mis párpados parecen estar pegados con pegamento, sumiéndome aún más en otro de mis recuerdos disfrazado en un mal sueño.

—Despierta ratoncita... —murmura una voz muy cerca de mi oído.

Después algo suave y húmedo toca mi oreja. Aquello me hace abrir los ojos, sintiéndome desorientada al encontrar paredes blancas y un mobiliario simple del mismo color a mi alrededor. Es una sala de hospital.

Apoyo las manos en el colchón de la camilla queriendo incorporarme un poco más de lo que ya estoy para indagar más en las vendas que aprietan mi torso bajo una bata azul. Es entonces cuando me doy cuenta de que no estoy solo sobre un colchón y que eso que aprieta mi torso no son las vendas.

Al levantar la cabeza me encuentro a Eros escudriñando mi rostro con una mirada intensa.

—No me llames así. —refuto llevando una mano al lado de mi cabeza.

—¿Prefieres que te llame cariño?

—¿Qué ha pasado? —murmuro ignorando su pregunta.

—Cuando salimos de la casa de James me vomitaste encima, te besé y luego sufrimos un atentado. Tus padres y el resto están bien.

Arrugo el ceño, haciendo un esfuerzo por acordarme a medida que escucho sus palabras.

—Mi padre dice que casi te perforan un pulmón y que perdiste mucha sangre, así que tuve que darte un poco de la mía. —es imposible no darse cuenta del entusiasmo en su voz al decir lo último.

—¿Qué? Pero... Tú también estás herido...—musito mirando de reojo su vestimenta azul y la bolsa con suero que hay junto a la mía al otro lado de la camilla.

Aprieto los labios cuando la imagen de él interponiéndose entre la bala que iba dirigida a mi se proyecta en mi cabeza. Está herido por mi culpa. Pienso con el corazón retumbando dentro de mi pecho.

—¿Estás bien?¿Dónde te han dado? No debiste haberte interpuesto. —hablo a la vez que me doy la vuelta y palpo su torso por encima de la bata.

Él sonríe escasamente y atrapa mis muñecas, deteniendo mi revisión.

—Ahora que has despertado estoy más que bien, pero si quieres puedes seguirme revisando cuando me quite esto. —responde señalando la bata azul con una sonrisa sugerente.

Mis mejillas se van tiñendo de rojo poco a poco. Sacudo la cabeza en una negativa al ver que coge el borde de la prenda con intenciones de quitársela.

—Pero te echado de menos. —susurra juntando sus labios en un mohín.

—Dile a Rebeca que te haga de enfermera. —refuto antes de moverme al otro lado de la camilla que raramente es lo suficientemente grande como para mantenernos a los dos.

Es como si hubieran juntado dos en una. Eros a mi lado resopla y vuelve a atrapar mi cuerpo, siendo su agarre más persistente que la otra vez.

—Solo estaba intentando ponerte celosa. A diferencia de ti yo no besé a nadie. —responde moviendo las cejas.

—Ya claro. Y yo soy rubia.

—Bueno. No sabes si fuera de tu albinismo lo hubieras sido. —sus ojos me dan una mirada divertida.

Sus dedos sujetan mi mentón antes de acercar su rostro al mío y besar mis labios acallando mis quejas. Rodeo su cuello con mis brazos cuando se pone encima de mi, haciéndose paso entre mis piernas.

El agudo pitido de las máquinas pasa a un segundo plano cuando su boca se desliza por mi mejilla y mi mandíbula, acabando en la curvatura de mi cuello.

Mis manos van al borde de su ropa interior por debajo de la bata, liberando su miembro erecto. Suelto un gemido al acercar su glande a mi entrada cubierta por la tela de las bragas y empezar a frotarme contra el.

—No tienes ni idea de lo que me haces sentir. —murmura entre jadeos y besos húmedos por mi clavícula. —No habrá poder que me impida mantenerte a mi lado. —declara atrapando un trozo de mi piel entre sus dientes. Su tono de voz áspero hace que me estremezca con una corriente de placer recorriendo mi vientre.

—Bésame. —le pido entre jadeos mientras recorro la dureza de sus abdominales.

Su cuerpo parece temblar bajo mi toque y sus labios pronto arremeten contra los míos.

Después hace a un lado mis bragas y se acomoda entre mis piernas, poniendo su glande en mi entrada.

Ahogo un grito en su boca cuando se hace paso entre mis paredes de una estocada. Justo en ese momento la puerta se abre con brusquedad.

—¿¡Qué hacéis!? —exclama una voz femenina a nuestras espaldas.

Eros se aparta con una mala cara, tapando sus partes con la almohada, y yo me incorporo cubriendo mi cuerpo con la sábana con un calor ardiente en la cara.

Los ojos de una de las enfermeras que entraron a la sala están más abiertos de lo normal, intercambiando la mirada entre Eros y yo, mientras que otra revisa los monitores que controlan nuestra presión arterial. Su pelo está recogido en un moño bastante apretado.

—Esto es un hospital, no un burdel. Además se supone que os estáis recuperando de una cirugía.—habla la enfermera del moño con una mala mirada directa a Eros y sus manos en la cintura.

Luego dirige su atención hacia mí.

—Y usted, señorita, ha recibido una donación importante de sangre. Lo menos que puede hacer es mantener reposo para ver cómo reacciona su cuerpo...

—Follaremos cuando y donde nos de la gana, muchas gracias. —replica Eros irrumpiendo su discurso.

—Lo siento... —musito mordiendo mi labio inferior.

La vergüenza es cada vez más palpable en mis mejillas, pero cuando su padre aparece ante la escena con un uniforme de doctor no puedo evitar tapar mi cara con ambas manos.

—¿Qué pasa? —pregunta con un rastro de confusión.

—Los hemos encontrado a punto de fornicar sobre la camilla. —responde la enfermera de antes en un tono acusatorio.

—Suena a que alguien está celosa. ¿Por qué no mejor te vas a buscar a alguien que quiera meterla en ese agujero lleno de polvo y telarañas? —masculla Eros a mi lado.

—¡Eros! —exclamo dejando mi cara en libertad, dedicándole una mala mirada cargada de más vergüenza.

Su padre suelta un suspiro, comentándoles algo a las enfermeras que se despiden con un movimiento de cabeza.

Una de ellas suelta una risita por debajo, ignorando la mala mirada de la mujer con el moño en la cabeza.

Denis entra a la sala antes de que la puerta pueda cerrarse y nos mira con un deje divertido.

—¿Estaréis usando protección al menos? —pregunta su padre moviendo las cejas.

El recuerdo de nuestros previos encuentros sin ninguna protección hacen que apriete los labios más mortificada que antes si cabe.

—La chica ya está embarazada de todas formas. —protesta el hombre rubio en un tono de obviedad.

Eros a mi lado arruga el ceño con una cara descontenta antes de negarlo con una voz áspera.

—No está embarazada, y para vuestra información tengo la vasectomía hecha. Si ya habéis terminado de meter vuestras narices en nuestra vida sexual os podéis ir.

—El que se va eres tú. Vístete. —habla su padre.

Sus labios pretenden curvarse hacia arriba al ver la cara irritada de su hijo.

—No me pienso ir a ningún lado.

—Está más que claro que no podéis compartir habitación, así que uno de los dos se tiene que ir. —trago saliva y miro de reojo a Eros. Él tiene los labios apretados. —Estoy esperando. —añade el hombre echando un vistazo a su reloj.

Eros suelta un resoplido antes de bajarse de la camilla y coger los calzoncillos del suelo.

Después acerca sus labios a mi rostro. Su padre lo coge del brazo y hace el amago de alejarlo, pero eso no evita que sus labios rocen los míos en una especie de beso.

—Luego te veo. —murmura luego a modo de despedida con una sonrisa ladina.

—De eso nada. —replica su padre sacándolo de la sala casi a la fuerza.


El resto de la tarde mi cabeza no dejó de darle vueltas a su reacción cuando el hombre llamado Denis insinuó que estaba embarazada, como si el hecho de tener hijos realmente le repugnara. Las palabras de Henrik retumbaron por mi cabeza más de una vez, metiéndose bajo mi piel con un cosquilleo desagradable.

¿Y si tiene razón?¿Él realmente fue capaz de eso? Pregunto para mis adentros observando el jardín delantero del hospital siendo consumido por la oscuridad de la noche.

Unos toques en la puerta desvían mi atención a aquel lugar. Sospechando de quién puede tratarse mis pies se mueven con más rapidez de lo esperado. Del otro lado está Eros con una sonrisa ladina. Su torso está desnudo y vendado y debajo solo tiene unos pantalones vaqueros.

—Hola. —murmuro con una sonrisa tensa.

Mi corazón no deja de bombear con inquietud y mis labios se preparan para formular preguntas cuyas respuestas tal vez no esté preparada para descubrir.



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