034


Aubrey

—Vístete. —me dice pasándome su camiseta junto a mis pantalones.

Tardo unos segundos en procesar lo que ha pasado, y al no responder él mete la camiseta por mi cabeza, levantando mi brazo para meterlo por el agujero.

—Puedo sola. —musito aún distraída.

Él cubre mi cuerpo con el suyo mientras me termino de poner los pantalones y los zapatos. Después un par de hombres nos rodean con unos fusiles en mano.

—Está todo despejado, señor. —habla uno de ellos. Al momento de reconocer esa voz como la que escuché antes me relajo.

Eros se está terminando de vestir sin molestarse en cubrir sus partes íntimas.

—¿Cuántos? —pregunta con una voz áspera sin quitarle la mirada de encima al mismo hombre.

Sus ojos no dejan de escudriñar mis pezones duros por el frío con ojos lascivos.

Agacho la mirada a mis zapatos, reprimiendo las ganas de golpearle las pelotas.

—Seis... —antes de poder terminar el sonido de una bala siendo disparada retumba en todo el bosque.

Al levantar la cabeza veo a Eros guardar su arma en el bolsillo trasero de sus pantalones y el cuerpo del hombre que habló antes tirado en el suelo. Su cabeza sobre un charco de sangre.

—Encárgate de toda esta mierda. —le dice al otro con una faceta indiferente.

Luego sus ojos caen en mi. Sus labios se curvan hacia arriba ligeramente.

—Tienes frío. —murmura al estar frente a mi. Es más una afirmación que una pregunta.

—No puedes ir matando a todo el mundo solo porque me miren de esa forma. —respondo intuyendo el porqué de su arrebato.

Tampoco fue difícil de intuir, y la parte más retorcida de mi cabeza ya se está acostumbrando a su forma de ser.

—¿Quién lo dice? —pregunta moviendo una ceja.

—Las leyes. —digo en un tono de obviedad. Su cara sigue siendo la misma. Suelto un resoplido al aire, apartando mis ojos de él por un segundo. —Yo. Yo lo digo. No está bien eso. —corrijo con la esperanza de que con eso pueda convencerlo. Sabiendo perfectamente que no funcionará, pero la fe es lo único que se pierde.

—Está bien. Al próximo le arrancaré los ojos. —responde con resignación antes de darse la vuelta.

—¡No! No me refería a eso. —replico siguiéndolo por detrás hasta una camioneta negra.

Los cortes frescos de mi espalda arden al rozarse con la camiseta. Al ser tan superficiales el dolor apenas es perceptible, pero eso no hace que dejen de incomodarme con la ropa.

—Si lo piensas bien les estaría dando un beneficio. El gobierno le da ayudas a la gente discapacitada. —murmura con una sonrisa burlesca.

Muevo la cabeza de un lado a otro reprimiendo una carcajada.

—Definitivamente estás loco. —al segundo de decir eso me arrepiento.

—Eso dicen. —responde abriendo la puerta trasera del auto restándole importancia.

En el asiento del copiloto hay un hombre robusto repiqueteando sus dedos contra el volante. Sus bíceps son casi del mismo tamaño que mi cabeza y tiene una cara de muy malos amigos.

—Espera aquí. Ahora vengo. —habla Eros a mi lado antes de marcharse.

Evito en todo momento volver a mirar el hombre frente a mí. Para mí buena suerte no tarda mucho en volver con una manta que me entrega al segundo de sentarse a mi lado.

—Gracias. —musito envolviendo mi torso en ella.

Él pone su brazo alrededor de mis hombros y coloca mi cabeza sobre su pecho.

El coche se pone en marcha y sus labios van al centro de mi cabeza. Ahora mismo mi pelo debe estar sucio, lleno de hojas y tierra del suelo, pero a él parece no importarle demasiado aquello porque comienza a olerlo como si fuera una colonia de lujo.

—¿Qué ha sido eso de antes? —digo queriendo distraerlo de mi cabello.

—Enemigos de mi padre. —responde con rapidez apartando algunas hojas.

Asiento con la cabeza sin darle la importancia que tal vez se merezca. Ahora vivo con ellos, y mi relación con Eros, de una forma u otra, se vuelve cada día más cercana y poco posible de romper, así que tarde o temprano tendré que acostumbrarme a que son gente peligrosa y por tanto tienen enemigos hasta debajo de las piedras.

Sin embargo hay algo que me está ocultando. Lo sé por sus dedos inquietos que no dejan de moverse por mi cabello a pesar de que ya no le quedan más hojas que apartar.

—Ya casi estamos llegando. —murmura cerca de mi oído cuando mis párpados empiezan a cerrarse por si solos.

Hago un sonido con la boca terminando por caer en un sueño que no dura mucho.

Unas voces a lo lejos me despiertan poco después, y cuando vuelvo a abrir los ojos estoy en sus brazos subiendo unas escaleras.

Él me mira de reojo y me aprisiona más contra su cuerpo.

—Puedes seguir durmiendo, yo cuidaré de ti. —sus palabras causan un torrente de cosquilleos por todo mi cuerpo que me mantienen despierta hasta llegar a su habitación.

Allí todo el sueño que sentí antes se ha esfumado.

—Este no es mi dormitorio. —digo echando un vistazo a los alrededores.

Está todo igual que la última vez que estuve.

—Es nuestro dormitorio. —responde haciendo hincapié en nuestro.

Antes de poder decir algo más desaparece por la puerta del baño. Al salir de ella tiene un pequeño botiquín en una mano.

—Date la vuelta y levanta los brazos.

Hago lo que me pide casi al momento. Él desliza la camiseta que llevaba puesto lejos de mi cuerpo y echa un líquido frío al comienzo de mi espalda. Reprimo un gemido adolorido al él empezar a especir la crema sobre los cortes.

Pronto el dolor y el ardor desaparecen. No siento nada cuando desinfecta las heridas con un líquido negro o cuando pega unas cosas en los ocho cortes.

—Se supone que tiene que doler. ¿No era eso lo que querías? —digo cuando termina de limpiarlos, cubriendo mis pechos al darme la vuelta con una cara confusa.

A veces es tan malditamente difícil de descifrar.

—Cuando follemos. Fuera de eso no me gustaría que sufrieras algún daño. No me sentiría cómodo con ello. —explica metiendo las cosas en el botiquín.

Sus ojos caen en mis manos y su entrecejo se arruga en una mueca de desagrado.

—He tenido tus tetas en mi boca hace menos de una hora. Es ridículo que hagas eso. —mis mejillas se encienden a más no poder, pero aún así no bajo los brazos.

—Se llama intimidad. —replico con un tono de obviedad.

—No necesitas esa mierda conmigo, así que vete olvidando de ella. —responde en una voz que bien podría rozar lo agresivo.

Decidiendo olvidar el tema desvío mi atención al terrario de vidrio. Su serpiente, Kira, está ahí enroscada en una rama. Eva se encargó de trasladarla antes del incendio.

—Ven. —habla cogiendo mi mano y arrastrándome hacia el baño.

Allí nos pone frente a un espejo y aparta mis brazos, quedando todo mi torso a la vista.

Mi cuerpo se calienta al distinguir los moratones hechos por su boca en forma de corazón en la zona de mi estómago. En mis pechos hay otros. Una E en el izquierdo y una A en el derecho. Las iniciales de nuestros nombres.

—Toda una obra de arte. —murmura con una sonrisa de oreja a oreja.

Pestañeo un par de veces, fingiendo estar normal cuando empiezo a llenar la bañera con agua caliente y no a punto de morir de la mortificación porque no me desagraden sus marcas.

Cuando pensé que Trent y yo no nos llevamos bien en el ámbito sexual jamás pensé que iba a disfrutar con estas cosas. Claro que tiene sentido teniendo en cuenta mis otros gustos y la personalidad de Eros. Él no tiene pinta de ser alguien vainilla en el ámbito sexual.

—¿Qué haces? —pregunto en un susurro al verlo desnudarse por completo.

—Bañarme contigo.

Abro la boca. Lo que iba a decir se queda en el aire al notar unos cortes en su falo, pero al no estar duro en su totalidad no puedo saber qué es con exactitud.

—¿Segunda ronda? —pregunta en un tono sugerente.

Pestañeo un par de veces subiendo la mirada a su cara divertida con las mejillas ruborizadas.

Un nudo se forma en mi garganta al ver de reojo como su falo se va endureciendo hasta apuntarme con el. A modo de respuesta me meto en la bañera con rapidez, ignorando su carcajada.

Encojo las piernas cubriendo mis pechos y apoyo la cabeza en el filo de la bañera, cerrando los ojos mientras él se dedica a echar sales y jabón al agua.

Suelto un chillido cuando coge mi tobillo y me atrae hacia él. El agua finalmente se sale de la bañera por ese movimiento brusco y el empieza a enjabonar mis pechos con una esponja violeta.

—Puedo s...—la esponja baja por todo mi torso hasta llegar a mi valle de Venus, cortándome el aire.

Después limpia la humedad de mis pliegues con ella sin ningún pudor. Sujeto su muñeca antes de que pueda pasar a la línea que separa mis nalgas.

—Puedo sola. —refuto alejando su mano. —No soy una muñeca.

Haciendo caso omiso a mis palabras vuelve a pasar la esponja por mi cuerpo, esta vez por mi espalda y brazos, y yo dejo que lo haga relajándome bajo el toque de la suave esponja por toda mi piel.

Cierro los ojos cuando sus dedos comienzan a moverse por mi cuero cabelludo. El agua se torna gris por toda la suciedad de mi pelo.

Él es el primero en salir, consiguiéndome una toalla negra para el cuerpo y otra para el pelo. Mis ojos vuelven a parar a su dureza.

—¿Te has hecho un tatuaje? —pregunto con una voz incrédula.

Él sonríe escasamente y se acerca a mi, dándome una clara visión de sus partes antes de responder.

—Algo así.

Mis ojos se estrechan en aquella zona. Llevo una mano a mi boca semiabierta al ver las cicatrices formando mi nombre a través de cortes recientes.

Después levanto un dedo, señalándolo.

—¿Tu... Te has...?

—¿No te gusta? —pregunta moviendo la cabeza a un lado. Sus labios se mueven en una mueca inconforme.

Poco a poco voy bajando mi brazo. Mi cara antes pálida ahora enrojece al ver su expresión. No es una jodida broma.

—Lo tomaré como un si. —responde con desdén girando sobre sus talones.

Luego enrolla una toalla en su cintura y atraviesa la puerta que da con el dormitorio. Aún metida en mi asombro lo sigo por detrás. En la cama hay una camiseta negra y unos pantalones cortos blancos.

—Tu pijama. —habla señalando las dos prendas de ropa.

Cojo los pantalones cortos y arrugo el ceño, dándome cuenta de que son unos calzoncillos masculinos de Prada.

—Son tuyos. —musito reprimiendo una risita.

—Están limpios. Y son nuestros. —habla lanzando la toalla a la cama y poniéndose unos calzoncillos iguales a los que sigo sosteniendo antes de ponerse unos pantalones de chándal negros.

Las esquinas de sus labios se levantan hacia arriba en un atisbo divertido al darse cuenta de mi mirada mientras que seca su pelo con la toalla de antes.

Tengo que hacer varios esfuerzos para evitar mirar esa zona que se marca por encima del pantalón. Sobre todo para olvidar su peculiar tatuaje.

—Parece que alguien tiene que aprender a compartir. —murmura mirándome de reojo.

—No creo que mis bragas te vayan a servir. —respondo en un deje burlesco, dándome la vuelta y poniéndome la camiseta con rapidez.

—Podemos intentarlo. —suelto una carcajada subiendo los calzoncillos por mis piernas.

Todo rastro de diversión se va al pensar en que tal vez esté hablando en serio. La intimidad no es algo que se le dé muy bien, así que no me sorprendería si quisiera compartir hasta la sangre de sus venas. Literalmente.

Sacudo la cabeza alejando esos pensamientos y me meto bajo las sábanas. Él está escribiendo algo en su teléfono móvil.

—Imagino que dormirás en el sofá, ¿No? —levanta la cabeza y me mira frunciendo el ceño. —Sigo enfadada contigo, así que no pienses que dormiremos juntos.

—¿Puedo estar dentro de ti pero no contigo en la misma cama?¿No crees que es absurdo? Además de incongruente.

Habló el que se hace cortes con mi nombre en el pene. Digo para mis adentros.

—Desear a alguien y hacer la cucharita con ese alguien son dos cosas muy diferentes. —replico entre dientes.

—Si me dejas estar dentro de ti puedo dormir contigo perfectamente. No veo cuál es el problema. —refuta antes de desviar su atención a la pantalla del móvil.

—Bien. Entonces dormiré en mi habitación. —respondo recalcando mi y apartando las sábanas.

Eros suelta un resoplido, sujetándose el puente de la nariz.

—Está bien, dormiré en el jodido sofá si eso es lo que quieres. —escondo una sonrisa al ver su cara de derrota.

Luego deja un beso en mi frente y apaga las luces de la habitación pulsando un interruptor cerca de la cama.

—Ahora vengo. —habla alejándose a la puerta.

Cuando encuentro una posición más o menos cómoda cierro los ojos, pero a pesar del cansancio no consigo dormirme.

Doy otra vuelta quedando de espaldas a la ventana y vuelvo a cerrar los ojos, comenzando a contar gatos como solía hacer unos años atrás. Eso tampoco funciona. Me incorporo en la cama. El reloj al otro lado de la habitación marcan las doce de la noche. ¿Adónde se ha ido a estas horas? Pregunto para mis adentros.

Esa misma duda hace que me levante de la cama y camine hasta la puerta con los pies descalzos. ¿Del uno al diez como de mala idea es merodear por esta casa de noche? Pienso cerrando la puerta detrás mío con sigilo.

Unos candelabros de pared iluminan las escaleras que llevan a la segunda planta. El frío de la noche se hace más notable a medida que bajo los escalones y una brisa que no sé de dónde proviene al estar todas las ventanas cerradas mueve mis cabellos ligeramente húmedos. Diez. Definitivamente diez. Dice esa voz de mi cabeza mientras termino de bajar los escalones con rapidez. Mi corazón galopea salvajemente en mi pecho una vez que estoy en la primera planta.

Si fuera Eros, ¿Adónde iría? Pregunto mirando de un lado a otro. No hay nadie a mi alrededor, pero al mismo tiempo unas voces y unos pasos a lo lejos llenan el silencio incómodo de las salas. Probablemente al sótano de aquella vez.

Las voces se hacen cada vez más fuertes, como si estuvieran cerca, y de entre todas ellas distingo la suya. Es entonces cuando me fijo en una puerta semiabierta a lo lejos. De ella sale una luz tenue, y como no podría ser de otra forma, mis pies se mueven hasta allí de forma casi automática y de puntillas.

Apoyo la oreja en la puerta de madera. Están hablando en un idioma extranjero. Lo único que consigo distinguir son unos golpes constantes en la pared y las palabras Aubrey y lo que creo que es biológica. El ruido de algo rompiéndose hace que de un pequeño sobresalto y que empuje la puerta hacia delante.

Antes de ser descubierta me doy la vuelta y corro sin un rumbo fijo, alejándome de aquella sala con la cabeza llena de nuevas dudas. Cuando veo la puerta abierta de la cocina voy hasta allí sintiendo mi garganta seca.

Un chico está distraído virtiendo un líquido transparente en cuatro vasos cortos y anchos con hielos sobre la encimera. El fuerte olor a alcohol que tira de la botella me dice que no tiene pinta de ser agua. Estrecho mis ojos en su cara reconociéndolo casi al instante. Es el chico que vi follando en la caja transparente en aquella fiesta.

—Hola. —musito haciendo el amago de sonreír.

Él levanta la cabeza, siendo consciente de mi presencia.

—Hola. —habla después, colocando los vasos sobre una bandeja redonda de metal. —¿Quieres? —ofrece señalando la botella.

—No. Gracias. —él asiente con la cabeza.

El silencio incómodo se puede cortar con un cuchillo.

—¿Cómo te llamas? —suelto después de un rato mientras él guarda la botella en la nevera.

—Adrik. —mis ojos se abren más de lo normal por un momento.

—¿Tu eres el novio de Alana? —inquiero con una voz incrédula. Él sonríe ampliamente, afirmando con la cabeza.

—¿Te ha hablado mucho de mi?

—Algo. Si. —respondo queriendo reír por su voz chillona.

Su sonrisa se ensancha con orgullo, pero poco después se desvanece y suspira con pesar.

—Siento mucho lo de tu madre. La familia no se elige. No la de sangre al menos.

—¿Cómo? —Adrik me mira con una cara confusa.

—¿No te lo ha dicho? —mis tripas se mueven inquietas y el nudo de mi garganta se hace cada vez más presente, llevándose mi voz consigo.

—¿Decirme el qué? —pregunto en un hilo de voz.

—¡No! Nada. Me he confundido de persona. Es que te pareces mucho a una prima que tengo y creo que esto se me está subiendo a la cabeza. Mejor me iré a descansar. —responde señalando el vaso con alcohol.

Levanto una ceja con una cara de no te creo una mierda y él coge la bandeja con dedos temblorosos.

—Buenas noches. —murmura luego con una sonrisa forzada.

—¡Espera! —grito a sus espaldas.

Poco a poco las dudas de mi cabeza se van despejando con el recuerdo de Thobias. Él ha leído mi diario, así que debe de saber mi pasado con mis padres y con... Thobias.

Trago saliva y levanto la mirada hasta encontrarme con sus ojos verdes.

—¿Si? —dice con la misma sonrisa forzada de antes.

—Llévame con Eros. —murmuro con la sangre corriendo más deprisa por las venas.

Estoy dispuesta a descubrir lo que sea que me esté ocultando, sobre todo porque sé de quién puede tratarse.

—Ahora debe de estar profundamente dormido. ¿Por qué mejor no hablas con el maña...

—Llévame con él. —repito en un tono áspero.

—Está bien, pero no le digas que te he dicho lo de mi prima. No se llevan bien. Se odian a muerte. —chasqueo la lengua con desdén y paso por su lado.

La planta de mis pies se planta furiosamente contra el frío suelo mientras lo sigo hasta la misma sala de antes. En una de las esquinas hay un jarrón roto.

—¡A buenas horas! —exclama Nicolás al vernos.

Luego se levanta dejando un balón de baloncesto sobre el sofá para coger un vaso de la bandeja que Adrik deja sobre una mesita.

La cara de Eros es una sorprendida en cuanto me ve, pero después cambia a una sonriente.

Sus labios se abren, queriendo decirme algo que se queda en el camino por la bofetada que le propino en la mejilla. El golpe hace eco por todo el salón y uno de sus amigos suelta una maldición por lo bajo.

—¡Eres un puto mentiroso! Si no fuera por Adrik quién sabe hasta cuando me hubieras estado mintiendo en la puta cara. —exclamo convirtiendo mis dedos en puños.

Eros le da una mirada furiosa a Adrik. Su mano todavía sostiene su mejilla marcada por mi mano.

—N-no sé de qué habla. —titubea casi atragantándose con él líquido del vaso.

—Otro conflicto. Pongan sus pelotas y el vodka a salvo. —habla Nicolás para si mismo antes de salir corriendo de la sala como si le estuviera persiguiendo Lucifer con la botella de vodka en mano.

En menos de cinco segundos quedamos solos nosotros dos. Eros hace el amago de coger mi mano pero yo la alejo retrocediendo un paso.

—No es como parece. Lo juro. No te he mentido, yo solo...

—No me importa. Me vas a contar ahora mismo que está pasando. —él suelta un suspiro exasperado al aire.

Su piercing se mueve de un lado a otro con nerviosismo y eso solo hace que los latidos de mi corazón aumenten hasta sentirlos casi en mi garganta.

—Leíste mi diario. —murmuro en una acusación más que en una pregunta.

Él asiente con la cabeza.

—Varias veces. —muevo las cejas instándole a hablar.

Él desvía sus ojos a un cuadro como si fuera lo más interesante del mundo antes de hablar.

—Yo no fui el que quemó tu coche. Lo hizo alguien contratado por tus padres para amedrentarte. Unos días antes, el día de nuestra primera cita, descubrí a un hombre espiándote desde fuera del edificio. Te están buscando. Quieren venganza.

Me dejo caer en uno de los sofás al sentir mis piernas convertirse en dos gelatinas incapaces de seguirme sosteniendo.

Todo alrededor me empieza a dar vueltas y los recuerdos llegan a mi mente, reproduciéndose una y otra vez como discos rayados.

—No... No puedo volver con ellos. No puedo. —susurro sosteniéndome la cabeza. Lágrimas gruesas empiezan a empañar mi vista y las nauseas me revuelven el estómago.

—No voy a dejar que te hagan daño. Te protegeré con mi vida. —murmura en mi oído.

El calor de su cuerpo al envolverme con sus brazos no hace que deje de sentir el frío que cala mis huesos y pronto dejo de respirar con normalidad.

De mis labios salen cosas ininteligibles que ni siquiera yo soy capaz de entender. Mis párpados se cierran y su voz es cada vez más lejana hasta que todo lo que escucho son las voces de mis propios recuerdos.


Siempre se me ha dado bien ocultar el desastre que forma a mí alrededor las voces oscuras de mi cabeza, así que no me es difícil reír ante los chistes de Henrik durante el día o fingir que presto atención a las clases. Con el pasar de los años he aprendido a perfeccionarlo. Sin embargo eso no hace que me sienta mejor por dentro.

Sus ojos no dejan de presentarse allá por donde miro como un reflejo del deseo por verlo y estar cerca suyo a pesar de que he estado toda la mañana ignorándolo a él y sus mensajes. El cabreo de descubrir que me ha estado mintiendo con lo de mis padres biológicos se ha sumado al que ya tenía por haber descubierto su otra identidad, haciendo que ni siquiera la voz de la razón me haga pensar con claridad.

No sé qué creer y qué no. Todo es una espiral de confusión, miedo, enojo y resentimiento que me carcome las neuronas. Pero aún así, teniendo neuronas o no, sé que él siempre estará en mi cabeza al igual que yo en la suya. Tal vez es por eso que mis pies se mueven a la facultad de medicina como si fuera un zombie buscando su alimento, pasando por delante del coche que me tiene que llevar de vuelta a su casa.

Le encuentro en una de las primeras aulas hablando por teléfono con alguien. Él es el único que sigue allí. Me acerco con pasos sigilosos quedando detrás de la puerta verde, reteniendo la respiración.

—Si. Ya te he dicho que iré. —le dice a la persona que está del otro lado. Luego saca un cigarro y lo pone detrás de su oreja. —No lo sé. Unos quince o veinte minutos... Si, yo también te echo de menos. Adiós. —es lo último que escucho antes de él terminar la llamada.

Me escondo detrás de unas taquillas, esperando a que se termine de ir para salir detrás suyo a una distancia prudente. Algunos estudiantes que merodean por el lugar me lo hacen más fácil a la hora de poder ocultarme.

Fuera de la facultad el mismo coche que me estaba esperando antes en la mía está del otro lado de la carretera. Con pasos rápidos voy hacia allí y me meto en los asientos traseros.

—Sigue a esa moto. —murmuro sin quitarle los ojos de encima a Eros.

—Tengo órdenes de llevarla directamente a la casa. —refuta el hombre frente al volante. Es el mismo de la noche anterior.

Trago saliva y pongo mi mejor cara intimidante, olvidando el tamaño de su bíceps.

—Sigue a la moto y después me llevas al palacio. —el hombre levanta una ceja de forma irónica y yo suspiro. —Por favor. Necesito hablar con él. —eso parece hablandarlo por la sonrisa escueta de sus labios.

—Es su novio, ¿Verdad? —asiento rápidamente. —Haría lo que fuera por amor. —responde poniendo el coche en marcha.

Empiezo a morderme las uñas, mirando a través de la ventana en todo momento.

Poco después el coche se adentra a una urbanización de mansiones. La moto de Eros está aparcada frente a una de ellas, cerca de la verja negra.

Luego toca el timbre. En menos de un minuto Rebecca sale corriendo a sus brazos y él no se aparta. Mi corazón se arruga en mi pecho hasta que solo queda una pasa y mis párpados empiezan a picar con nuevas lágrimas.

—Vámonos. —le digo al hombre pasando el dorso de mi mano por los ojos. 

Dos pueden jugar a lo mismo. Pienso apretando los dientes hasta que chirrían entre ellos.








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