033
Aubrey
—Permítame, por favor. —habla el mayordomo cogiendo la maleta que tenía mi madre en sus manos.
Otro hombre se acerca a nosotros diciéndonos algo, pero estoy demasiado ocupada descifrando el destello de sus ojos como para prestarle atención a algo más.
A mí lado Alana parece ser la más emocionada de los cuatro cuando seguimos los pasos de los dos hombres que nos guían al interior de la casa. Eros se pone a mi lado a una distancia prudente.
—Sea lo que sea que estés planeando, no me quedaré aquí por mucho tiempo. —le digo en un bajo murmullo.
—Lo dudo. —responde sonriente, sin dejar de mirar al frente.
Aprieto los dientes guardando todas las palabras malsonantes. Después de lo que parece una eternidad llegamos a un portón gigante, seguramente más caro que todo el complejo de apartamentos que dejamos atrás.
Al abrirse una cara reconocida nos saluda con una enorme sonrisa en la cara. Es la madre de Eros.
—¡Bienvenidos! Pasad por favor. Sentiros como en casa. Bueno. Ahora también es vuestra casa. —ríe al decir lo último mientras besa las mejillas de mis padres.
Detrás suya el padre de Eros espera a que sea su turno para sacudir sus manos, haciendo el esfuerzo por sonreír cordialmente.
De noche se ve más intimidante, como si esa aura oscura que desprende se acentuara más, haciendo de sus ojos unos más amenazantes y de sus manos unas capaces de lo más letal.
Cuando es mi turno Lena no tarda en encerrarme en sus brazos con efusividad.
—¿Cómo estás? Te hemos echado de menos por aquí. —murmura con una sonrisa contagiosa.
—Bien... —respondo con mis blancas mejillas tiñéndose con incomodidad.
—¿Ya os conociais? —pregunta mi madre a mis espaldas con extrañeza.
Antes de que pueda responder Lena me coge de la muñeca y me arrastra hacia la sala principal.
—Os presentaré al resto de la familia.
Mi cara roja ahora palidece y mi cabeza busca rápidamente alguna excusa con la que poder evitar más vergüenza. Sin embargo, antes de poder siquiera abrir la boca frente a nosotros se presentan una serie de personas.
Todos están vestidos con prendas negras elegantes pero sencillas y sus miradas curiosas se posan en mi haciendo que se me ericen los pelos. A mis ojos lucen como los Vulturi en esa película de vampiros. Imponentes y con sus ojos brillando con pensamientos que me encantaría saber.
De entre todas las caras consigo distinguir a Eva junto a una chica pelirroja muy guapa.
—Le falta un poco de color. ¿No? —un hombre bastante parecido a Lena es el primero en hablar.
Creo que es su hermano gemelo o algo así por el gran parecido que tienen.
—Tiene albinismo, tío. —refuta Eva con un resoplido.
Mis padres y Alana ya se han involucrado en una conversación con Eros y sus padres. Eva se acerca a mi sonriente, empujándome al resto de personas con suavidad.
—Esta es Aubrey. —habla después, señalándome.
—Hola. —musito sintiendo el nudo de mi garganta apretarse cada vez más.
Por favor, que me caiga un rayo y me desaparezca ahora mismo. Suplico para mis adentros cuando las miradas curiosas se hacen más intensas.
Hago el amago de devolver algunas sonrisas pero mis labios se han congelado.
—Y estos son Jason, Polina, Sergey, Grace, Eleanor, mi hermana... —dejo de escucharla al sentir un cosquilleo en la nuca.
Cuando miro por encima del hombro me encuentro con sus ojos azules taladrándome.
Sus comisuras se curvan ligeramente y en mi estómago aparece otra vez ese hormigueo desagradable.
—Yo... Creo que me voy a ir a descansar un poco. Ha sido un placer.
—¿Te encuentras mal? —pregunta Eva tocando mi frente.
—Tal vez sea por lo del albinismo. —dice el hombre de antes con toda la seguridad del mundo, recibiendo una mirada consternada de Eva y otras personas que estaban cerca. —¿Qué?
—Ven. Te enseñaré tu habitación.
Dejo que me guíe por las escaleras y alargados pasillos hasta que nos detenemos frente a una puerta de la tercera planta.
Al entrar tengo que apretar los labios para no jadear de la impresión. Es la segunda vez que piso esta casa y el impacto sigue siendo el mismo.
—¿Esta es mi habitación? —pregunto aún enfrascada en mi asombro.
—Claro. ¿De quién más? —responde con sorna.
Es una copia de la de Eros pero más pequeña y con menos muebles, los colores no son tan oscuros y el oro predomina en casi todo el mobiliario.
—Te dejo para que descanses. En un rato te subirán tus cosas. —habla a mis espaldas saliendo de la habitación poco después.
Con un suspiro me lanzo a la cama de espaldas. El colchón me acoge amoldándose a mí cuerpo como si formara parte de mi y la almohada bajo mi cabeza hace que pronto consiga quedarme dormida. Tal vez no sea muy mala idea quedarme aquí unos días.
Para cuando despierto el cielo está oscuro. Me levanto de la cama y me estiro con un bostezo sin saber bien qué hacer después en esta casa. No me apetece una mierda merodear por aquí de noche, y más sabiendo que podría encontrármelo.
Es un milagro que no hubiera aparecido antes teniendo en cuenta que no he puesto el pestillo a la puerta.
Justo en ese momento unos toques en ella me llevan hasta allí. Pongo una sonrisa y me preparo mentalmente para abrirla y encontrarme a quien sea que esté del otro lado. Esa misma sonrisa se cae al verlo parado frente a mi con el pelo húmedo y unas prendas diferentes a las de antes.
—¿Se te ha perdido algo? —pregunto moviendo una ceja.
—Nos vamos. —responde alargando su brazo, queriendo atrapar mi mano.
—No iría contigo ni a la esquina. —digo haciendo el amago de cerrar la puerta en sus narices.
Él pone su pie entre medias, bloqueando la puerta, y la empuja adentrándose a la habitación.
Luego coloca un pañuelo sobre mi nariz y boca y me sujeta por detrás. Las pataletas que doy pronto son reducidas por el sueño que adormece mi cuerpo.
Algo húmedo toca la punta de mi nariz y me hace abrir los ojos con molestia. Quiero levantar mi brazo, pero algo duro y frío me lo impide. Unas esposas.
Al querer gritar me doy cuenta de que he sido amordazada por un pañuelo de cuadros y que estoy dentro de un coche.
—¡Buenos días, princesa! —exclama Eros a mi lado con una sonrisa en la cara.
Su carcajada llena el espacio silencioso del coche y los latidos en mi pecho menguan a medida que su risa cae del todo.
—Deberías de haberte visto la cara. Te veías como ese ratón asustado de Tom y Jerry. —murmura en un deje burlesco.
Su cercanía hace que mi cuerpo tiemble al sentir el calor que sale entre sus labios al hablar, y todos los insultos que quiero decirle a la cara se convierten en palabras ininteligibles.
—Estás enfadada y he hecho cosas que no te han sentado bien. Lo sé. Pero para eso te he traído a una cita, para que hablemos las cosas como los adultos que somos. —habla con una voz calmada, jugueteando con un mechón de mi cabello. —Te voy a quitar el pañuelo, pero no grites. —advierte con una mirada severa.
—¿¡Estás loco!?¡Suéltame ahora mismo!¡Estás mal de la puta cabeza! —grito removiéndome en el asiento del coche.
Mis pies también han sido retenidos por unas esposas.
—Shhh. —murmura a mi lado antes de volver a colocarme el pañuelo. —No está bien echarse en cara los defectos que tiene el otro, pero te lo dejaré pasar solo porque sé que estás muy enfadada. —habla volviendo a acariciar mi pelo ignorando la rabia de mis ojos.
Después deja un casto beso en mi mejilla. El brillo divertido de sus ojos se ha ido completamente y su piercing sale a relucir varias veces.
—Veo que sigues alterada, así que hablaré yo primero. —arrugo el ceño en una expresión incrédula.
Él pasa la palma de sus manos varias veces por sus pantalones antes de volver a mirarme.
—¿Te acuerdas de la primera vez que nos vimos? Bueno. Tú no me vistes porque llevaba la máscara, pero yo a ti si. La cuestión es que esa noche me sentí atraído hacia ti de alguna forma, por eso decidí no matarte como hubiera hecho con cualquier otra persona y simplemente fingí un robo. No quería golpearte tan fuerte. —las comisuras de sus labios se mueven un poco hacia arriba. —Vi la radiografía del golpe. Tienes una cabeza preciosa. —muevo las cejas y él suelta un suspiro exasperado. —Se supone que era un cumplido.
No lo es. Pienso para mis adentros a la vez que intento pronunciar las palabras, pero solo me sale un balbuceo imposible de entender.
—No he terminado... —musita observándome con esos ojos inquietos de nuevo. —Después de ese día empecé a no poder dormir bien por las noches. Cada vez que cerraba los ojos te veía a ti y la intriga por saber más no me dejaba pensar con claridad, así que una noche fui a tu edificio y te observé desde fuera con la cara cubierta mientras me fumaba un cigarro. No veía divertido que vieras mi cara tan pronto. Eso se convirtió en mi rutina nocturna, lo hacía todas las noches sin falta.
A mis pulmones se les olvida funcionar, cayendo en que me ha estado espiando desde hace siete meses mientras que yo lo acabo de conocer hace unas cuantas semanas atrás.
De alguna retorcida manera encuentro eso no tan perturbador como debería ser. Sé que lo es. Pero, sabiendo lo mal que funciona su cabeza, me hace sentir bien que haya mostrado tanto interés en mi como para estarse plantando en mi edificio durante meses mientras que yo ni siquiera sabía de su existencia. Al menos no a su verdadera existencia.
—Nunca me llamó la atención descubrir más de ti, estaba bien con verte a través de la ventana, pero cuando te vi con Trent en la universidad y descubrí que teníais algo simplemente enloquecí. Supongo que eso es lo que la gente llama tener celos. —murmura torciendo los labios en un mohín. Escondo una sonrisa mordiendo el paño. —Empecé a darle clases a Alana con la excusa de estar en tu casa y así poder verte de cerca más seguido. La misma noche que empecé a darle clases me colé en tu habitación y robé tu diario junto a otras cosas más. Pero porque quería saber más de ti. Y te echaba de menos... No hay un solo segundo del día en que no quiera estar contigo. Nunca tuve malas intenciones contigo, no quería asustarte. —se apresura a decir con palabras torpes. Suelto el aire en una corta exhalación.
Él hace lo mismo, mordisqueando su labio inferior antes de volver a mirarme.
—Admito que un poco si, pero no hasta el punto en que estuvieras aterrada y me apuñalaras como si fuera a matarte. No pensé que fueras a tomar de esa manera que fuera a verte por las noches. —quiero replicar algo al respecto, pero una vez más el pañuelo se interpone. —Ni siquiera lo hacía para molestarte. A mí solo... Me gustaba dormir a tu lado. —sus mejillas se incendian de una manera que lo hace ver adorable. —Siempre lo hacía con la máscara porque no quería que descubrieras quién era. No sabía cómo te lo ibas a tomar y sentía que era muy pronto para acabar con nuestro juego.
Las fosas de mi nariz se expanden con enojo y eso pone una sonrisa corta en sus labios.
—Está bien. No era un juego y estuvo muy mal de mi parte. Lo siento. Debería de haberte contado la verdad desde un principio. Aunque tampoco creo que hubieras reaccionado bien si te hubiera dicho que fui yo el que casi te rompe la cabeza esa noche. —muevo la cabeza de un lado a otro, queriendo darle una respuesta a lo último. Él suspira. —Lo siento. Mucho. De verdad. Lo pinkie prometo. —murmura levantando su dedo meñique para enlazarlo con el mío después. Ese gesto casi me hace reír.
Cuando me quita el pañuelo toso un par de veces. Él me da suaves palmadas en la espalda y sus ojos no dejan de verme con demasiada atención.
—Si piensas que voy a olvidar todo solo porque me hayas secuestrado para disculparte estás jodidamente equivocado. —él asiente despacio con la cabeza.
—Lo entiendo, y seré paciente para ti. Mi Aubrey. —murmura lo último rozando su nariz con la curvatura de mi cuello.
—No soy tu Aubrey. —refuto ignorando los aleteos de mi estómago.
—Entonces serás mi ratoncita. —habla con una sonrisa de oreja a oreja, dejando un beso en mi cuello antes de separarse.
—No.
—¿Cómo quieres que te llame entonces? —pregunta ladeando la cabeza.
—De ninguna forma. Ahora mismo lo único que quiero es que me sueltes.
—Solo sino sales corriendo.
—No lo haré. —él no parece muy convencido por eso, pero termina por soltarme.
Veo de reojo como se guarda las dos esposas en los bolsillos traseros de los vaqueros al salir del coche. Luego va a mi puerta y la abre, sosteniéndome una mano que ignoro.
Me cuesta ver a través de la oscuridad. Pronto descubro que estamos en el mismo bosque que me llevó el domingo.
De noche se ve más tétrico que de día, y teniendo su presencia a mi lado la inquietud de mi cabeza no mejora.
—No hay animales salvajes por aquí. ¿Verdad...? —titubeo en un bajo murmullo.
—No. Y si lo hubiera lo despedazaría con mis manos, así que no te preocupes. —responde con una sonrisa ladina, atrapando mi mano entre la suya.
Después me lleva a una parte del bosque que está más despejada. Allí hay un mantel negro con cojines y un par de mantas del mismo color. Varios cestos grandes con lo que supongo será comida están encima, pero lo que más me sorprende es la pantalla de proyección gigante que hay en frente.
El firme suelo no se siente tan duro bajo mi culo al sentarme. Eros saca varios recipientes de plástico negros y los abre. Un humo sale de ellos y el olor a palitos de queso se mete por mi nariz, haciendo que mis tripas rujan. No me había dado cuenta de lo hambrienta que estaba hasta ahora.
—¿Qué te apetece comer? Tengo pasta, pizza, alitas de pollo, hamburguesa...
—Pizza. —él se desplaza hasta el otro lado del mantel, donde hay una cesta más grande que las otras dos.
—¿De pepperoni, cuatro quesos, hawaiana o barbacoa?
—Barbacoa...—respondo mirando con ojos desconcertados cómo abre una bolsa térmica y saca una caja de pizza para después ponerla en medio. ¿Se ha traído un restaurante entero o qué?
—¿Y de beber? —pregunta después.
—No me digas que también te has traído un bar entero. —digo en un tono jocoso, en parte temiendo que de verdad lo haya hecho.
—No, solo tengo vodka, agua y Coca Cola. —dice llevando su mano a la parte trasera de su cabeza y rascando su nuca.
—Ponme un poco de vodka con Coca Cola. Dos hielos. —añado cuando saca un hielo de otra cesta.
Él se pone un vaso de mismo y se sienta a mi lado. Sus rodillas rozan las mías, haciendo que en mi cuerpo se reúna un calor que va cada vez a más. Trato de ignorarlo dándole pequeños sorbos a la bebida o mordiendo el trozo de pizza.
Luego coge un mando blanco y pulsa algún botón. Enseguida en la pantalla se empieza a proyectar Dos Rubias de Pelo en Pecho.
La película me saca alguna que otra carcajada, a diferencia de Eros que ha estado todo el rato prestándole más atención a mi cara. Cada vez que me rio sus ojos se estrechan en mi boca como si estuviera intentando descubrir algún secreto y mi estómago se aprieta.
—Voy al baño. —murmuro casi al final de la película. —No hace falta que me acompañes, no iré a ningún lado. —digo al ver que está a punto de levantarse.
—Tienes tres minutos. —advierte con una mirada severa.
—Me quedaré cerca. —respondo antes de darme la vuelta y encender la linterna del móvil.
La brisa de la noche levanta los pelos de mi nuca y tengo que abrazarme para entrar un poco en calor. Cuando termino de hacer mis necesidades recuerdo que no tengo nada con lo que limpiarme.
Mis orejas se calientan con pudor a la vez que en mi cabeza la idea de qué pasaría si tardo más de tres minutos hace que verdaderamente me replantee si deba merodear más por el bosque o no. No hay animales salvajes. Es más, dudo que haya algún tipo de animal, así que debería de estar bien.
Con la linterna en mano camino hacia el otro extremo de donde estoy, mirando por encima del hombro cada vez que tengo oportunidad. Hago una pausa apoyándome en una rama. El silencio sepulcral es interrumpido solo por mis pasos y mi respiración errática, así que no sería difícil escuchar si alguien más se acerca.
Casi tiro el móvil al suelo al escuchar unos silbidos a lo lejos. Es él. Al menos eso quiero creer cuando el ruido de unas hojas siendo aplastadas se repite una y otra vez, acercándose hacia donde estoy. Rápidamente apago la linterna del móvil y camino hacia delante. El que vea todo medio borroso por el alcohol no ayuda una mierda ahora mismo, pero intento guiarme con lo poco que la luz de la luna me deja ver.
Al escuchar los pasos más de cerca me agacho detrás de un matorral de plantas, encogiéndome en el lugar. Hago a un lado los pitidos de mi oído para poder centrarme en el crujido de las hojas. Se escuchan cada vez más cerca, hasta que se detiene a un paso del matorral en el que estoy.
—No están donde los dejamos. —habla un hombre.
—Búscalos entonces. —responde otro.
El primer hombre dice algo que no logro escuchar y es entonces cuando los dos se alejan.
¿Quiénes son esos hombres? Pregunto poniendo una mano sobre mi pecho, como si con eso pudiera controlar los latidos desbocados de mi corazón.
Los silbidos vuelven a hacerse presentes. Giro la cabeza a todos lados, queriendo descubrir de dónde viene, pero no veo nada. Ni una sombra.
Me arrastro por el suelo manchando las palmas de mis manos con la tierra húmeda hasta llegar al tronco de un árbol. El vodka de antes hace que me maree ligeramente al levantarme poco a poco. Después me escondo tras él, esperando a que ese algo o alguien aparezca de una vez.
No sé cuántos minutos pasan hasta que me atrevo a dar un paso hacia delante.
—¡Boo! —grita alguien en mi oído. Mi corazón se cae al suelo y un grito se queda en el aire a la vez que una mano cubre mi boca y unos brazos me rodean con fuerza.
Me remuevo en los brazos de aquella persona mordiendo la palma de su mano para que me suelte. Después una carcajada ronca hace que se me congele el cuerpo al reconocer de quién se trata.
Eros libera mi boca, sus brazos me giran hasta quedar frente a él y su mano aprieta mi mandíbula sin hacerme daño.
—No tiene gracia. —murmuro con ojos molestos. Él se dedica a sonreír y acercar sus labios a mi oreja.
—¿Sabes por qué siempre te digo que no huyas de mi, Aubrey? Porque cuando lo haces me dan ganas de cazarte y follarte hasta que no puedas más. Y creeme que es jodidamente difícil que mantenga el control cuando se trata de ti. —murmura pasando su lengua agujereada por la curvatura de mi cuello. —¿Sigues queriendo huir?
Sus ojos brillan como nunca antes con un hambre voraz y el bulto de sus pantalones se aprisiona contra ese punto que me hace suspirar.
Muerdo el interior de mi mejilla y asiento sin ser del todo consciente de ello. Al momento de sentir sus manos abandonar mi cuerpo el frío vuelve a erizar los bellos de mi brazo. O tal vez sea por la sonrisa tétrica que veo en sus labios.
—Te daré quince segundos de ventaja.
Tarde para arrepentirse. Me digo a mi misma tragando saliva a la vez que vuelvo a asentir con menos inseguridad que antes.
—Corre. —murmura sonriente ladeando la cabeza.
Mis pies empiezan a moverse con rapidez por un camino de piedras. Estoy a punto de tropezar con alguna un par de veces, pero ni eso ni el recuerdo del par de hombres buscándonos por el lugar hacen que me detenga.
Pronto comienzo a escuchar unos pasos a mis espaldas. Mi vientre tiembla y la humedad de mis bragas crece hasta el punto en que creo que ha llegado a mis pantalones.
Freno un chillido cuando su cuerpo impacta con el mío, haciendo que los dos caigamos al suelo rodando por una pequeña colina. El suyo me sirve de protección pero no evita que sienta una punzada de dolor en la espalda que se queda en nada al posicionarse él entre mis piernas, rozando nuestras partes íntimas sobre la ropa.
Un segundo después mi camiseta ha sido arrancada por sus manos. Mi sujetador pronto tiene el mismo destino y sus dientes van a parar a mis pezones, mordiéndolos con fuerza. Después su boca baja por todo mi estómago, dejando moratones por todo el lugar. Cuando sus dedos habilidosos desabrochan mis pantalones y lo deslizan por mis piernas, deshaciendose de mis zapatos, no puedo evitar soltar un gemido de la anticipación.
Acerco sus labios a los míos y los devoro con ansias, repasando sus músculos con mis manos y palpando cada vena de sus antebrazos. Él se acomoda entre mis piernas. Sus ropas al igual que las mías han desaparecido en un pestañeo.
Clavo mis uñas en su espalda cuando de una estocada se hace paso entre mis paredes apretadas. Mis piernas tiemblan al rodear sus caderas y escondo mi cara en su cuello, sin molestarme en reprimir los gemidos y jadeos. Él murmura algo que no logro entender.
El torrente eléctrico que baja por mi vientre me deja casi sin aliento. Es entonces cuando él impulsa más sus caderas hacia las mías, haciendo llegar su glande hasta lo más profundo de mi ser con brutalidad a un ritmo que me corta la respiración.
Al segundo orgasmo siento su palpitar en mi interior y un gemido ronco sale de su garganta a la vez que me da la vuelta. La hierba acaricia mi cara y el matojo de plantas que nos cubre se engancha en algunos de mis cabellos sueltos, pero no me molesto en quitarlos. Luego siento algo afilado y frío pasar cerca de mis nalgas.
—Cada vez que te mires en el espejo te acordarás de las veces que te corriste conmigo dentro. —habla rozando el lóbulo de mi oreja con sus labios a la vez que mi cuerpo se mueve hacia arriba cuando vuelve a penetrarme.
Algo se incrusta en la mitad de mi espalda, trazando dos líneas. El dolor hace que mi vagina se apriete alrededor de su falo con la amenaza de un orgasmo nuevo que no tarda en aparecer.
Al llegar al octavo orgasmo siento el cuerpo entumecido y mi interior ardiendo. Estando a mitad de dibujar el número ocho deja la navaja a mitad de camino y se separa abruptamente.
—No te muevas. —susurra cogiendo un arma del bolsillo de sus pantalones.
Un punto rojo atraviesa los matorrales en los que estamos escondidos, dando directamente a la frente de Eros. Él se levanta rápidamente y dispara un par de veces al frente antes de esconderse detrás del tronco de un árbol.
Después lleva su dedo a los labios, indicándome que no haga ruido, y continúa disparando al frente. Pronto algo pesado cae al suelo del otro lado de donde estamos y es entonces cuando vuelve, revisando primero mi cuerpo antes de mirarme a los ojos y hablar.
—Estás a salvo conmigo. —su voz es suave y sus manos acarician mi rostro con cuidado antes de atraer sus labios aún manchados de mi sangre a mi frente. —Siempre lo estarás. —es lo último que escucho antes de que más pasos nos rodeen.
¡Buen día! Otro capítulo largo, lo siento 😔 espero que al menos os guste 💕.
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