032


Aubrey

Continúo esbozando largos trazos en el cuaderno mientras Eva a mi lado no deja de hablar sobre su nueva colección de hormigas. Al parecer le encanta coleccionar insectos. Cuanto más feos y horribles se ven más adorables son para ella.

La profesora sigue sin venir y algunos incluso han comenzado a recoger sus cosas para marcharse, entre ellos Henrik, pero por alguna razón nosotras seguimos aquí.

—Mierda, al final ha venido. —murmura Eva a mí lado con un suspiro.

Levanto la cabeza con una mueca en los labios antes de cerrar el cuaderno y abrir el libro de estadística por una página cualquiera.

—¡Silencio! —brama la profesora dejando caer el libro pesado sobre la mesa.

Las voces empiezan a menguar. Mis dedos nerviosos juguetean con el bolígrafo y mis ojos van constantemente al reloj de la pared, queriendo que llegue ya la hora de irnos.

Esta tarde tenemos que trasladarnos a la casa de los jefes de mi madre y estoy ansiosa por saber dónde queda. Necesito salir de esta ciudad al menos por un tiempo. Todo el tiempo que esta universidad me permita estar alejada.

Ojalá la casa esté lo suficientemente lejos para cambiarme a otra. Pienso para mis adentros. Cuanto más distancia ponga entre nosotros más fácil será olvidarme de él.

—Primero que nada me gustaría avisar sobre el minuto de silencio que se hará al finalizar las clases en el Estadio como tributo a la desafortunada muerte de la estudiante Isabella Miller. Hoy saldremos cinco minutos antes.

Los cuchicheos empiezan a subir de nuevo y algunas miradas recaen en mi, haviendome fruncir el ceño con ligereza.

Eva a mi lado parece estar de mejor humor que antes porque empieza a tararear una canción por lo bajo con una sonrisa.

—¿Quién era?¿Iba a nuestra clase?

—Eso creo. —responde ella moviendo los hombros. —Sea como sea, ya no importa. Una menos.

Tengo un mal presentimiento en la boca del estómago, pero decido dejarlo atrás y prestar atención a las cientos de fórmulas y explicaciones que la profesora pone en la pizarra. Si algo me ha enseñado Eros es que cuanto menos ponga mis ojos donde no me interesa, será mucho mejor.

Al menos no tendría esa información persiguiéndome todas las noches como la imagen del cuerpo de Thobias. O lo que quedaba de él.

—Voy al baño. —musito teniendo la necesidad de lavarme la cara para exorcistarlo de mi cabeza.

Eva asiente con la cabeza, escribiendo los apuntes en su cuaderno con rapidez.

Fuera la sensación de estar desprotegida vuelve con más persistencia que esta mañana, pero mis pies no dejan de moverse con prontitud.

En un momento dado me fijo en un cartel pegado en la pared. Tiene la cara de una chica joven y unas letras debajo. Se parece a esos carteles que cuelgan de personas buscadas.

Al acercarme más distingo el nombre de Isabella Miller, la chica que mencionó antes la profesora y la chica que escribió la frase desagradable en la pizarra el día de ayer. La sangre de mis venas arde de la rabia contenida y mis mejillas se tornan rojas al mismo tiempo que un nombre se me viene a la mente. Nadie más está tan jodido de la cabeza.

Giro sobre mis talones y desvío el camino a uno muy diferente, yendo a la salida de la facultad. Arrugo el ceño cuando lo veo cerca de la salida junto al mismo idiota rubio que me encerró en ese sótano extraño.

Sin indagar en porqué están aquí y no en sus respectivas clases me acerco a ellos dos, pisando fuerte el césped bajo la suela de mis botas.

—Hola. —habla el rubio con una cara sonriente a mis espaldas.

—¿Has... Has matado a Isabella Miller? —pregunto con una mirada desafiante, ocultando el malestar de mi estómago y el nudo de mi garganta al tenerlo en frente y recordar nuestro último encuentro.

Él me mira desconcertado por un momento. Luego sus labios empiezan a curvarse lentamente en una corta sonrisa, y cuando hace el amago de enlazar nuestros dedos alejo mi mano.

—Está en coma. Un accidente de coche.

—Has sido tú. —respondo señalándolo con el dedo.

El lleva sus ojos a aquel lugar como si fuera lo más atractivo del mundo y eso me hace retroceder un par de pasos hacia atrás, temiendo que en cualquier momento se lance sobre él.

—Culpable. —responde levantando ambas manos a la vez que agranda su sonrisa. —Aunque no está muerta. Aún. Estoy esperando a que despierte. No me mires así. —añade ante mis ojos que lo miran incrédulos. —No tengo la culpa de que la gente no haga caso a mis advertencias. Además si lo piensas bien podría haber tenido un destino peor. La muy maldita tuvo suerte. —masculla lo último entre dientes uniendo las cejas.

—Estás mal...

—He dicho hola. ¿En tu casa no te han enseñado a saludar o qué? —se queja el rubio, interrumpiendo lo que iba a decir.

Sin pensarlo más de un segundo me doy la vuelta y le propino una fuerte patada en las pelotas.

Él abre los ojos y su cara palidece hasta hacerlo ver como un fantasma a la vez que cubre sus pelotas con las manos y se encorva.

—Hola. —hablo con una voz burlesca sin molestarme en esconder mi diversión.

—Joder. Mis hijos... ¿A qué ha venido eso? —murmura en un hilo de voz.

—Eso te pasa por ir por ahí secuestrando y encerrando gente. Y por idiota. —respondo sonriente.

Después comienzo a alejarme, ignorando los llamados de Eros por el bien del deseo que abrasa mi vientre y el rencor que rompe los trozos ya rotos de mi corazón.

—Espera un momento. —murmura cuando consigue ponerse a mi lado y atrapar mi brazo.

Me libero de su agarre con una cara de pocos amigos y él se pone en frente, impidiéndome el paso.

—He pensando en que podríamos salir esta noche para hablar de lo nuestro y...

—Claramente pensaste mal. Y no hay nada nuestro. —refuto cruzándome de brazos.

—¿Me vas a decir ya qué es eso que hice mal? Que yo sepa fui yo el que terminó siendo apuñalado. Y además por nada. —responde levantándose la camiseta para que pueda ver los hijos recientes de su costado.

—No sé si te estás haciendo el imbécil o si realmente estás así de jodido, pero sea como sea ¡Aléjate de mi! No quiero verte más. ¿Qué parte no entiendes?

—Bien. Te daré unas horas más para que recapacites. Te recogeré a las nueve. —habla en un tono de exasperación antes de marcharse con las manos en los bolsillos, dejándome atónita y con la mandíbula suelta.

¿En qué momento he dicho que quiero salir con él?¿Se ha vuelto sordo? Aprieto mis puños a cada lado y clavo mis dientes en el interior de mi mejilla para no gritar de la frustración.

Al volver a la clase cierro la puerta tan fuerte que incluso la profesora se gira a verme con una mala cara.

—Lo siento. —musito con una sonrisa.

—¿Qué pasa? —pregunta Eva en cuanto pongo el culo en la silla.

—Tu hermano. —respondo de malas formas. Lo poco que me quedaba de alegría esta mañana se acaba de ir a la mierda.

Ella me da una mirada de soslayo.

—Mira, sé que mi hermano puede ser un poco complicado de tratar a veces, pero tenle paciencia. Tiene trastorno antisocial de la personalidad y no sabe interactuar muy bien con personas neurotípicas. —habla mordiendo su labio inferior después. —No le digas que te lo he dicho.

Sacudo la cabeza de un lado a otro, aún pensando en todo lo que ha dicho. Cuando dije que era un psicópata y que estaba jodido de la cabeza no lo decía literal.

—¿Está...diagnosticado? —pregunto en un susurro. Ella asiente.

—Se lo diagnosticaron cuando tenía doce años. Una larga historia.

Trago saliva sintiendo un nudo en la boca del estómago. Su condición no cambia nada, pero de alguna forma me hace sentir mal por haber sido tan dura con él. Tal vez tenga que ser un poco más condescendiente, tenerle más paciencia como ha dicho Eva.

¿En qué estás pensando? Casi te abre la cabeza. Me recrimino abandonando mis anteriores ideas. Y con eso una nueva viene a mi cabeza. ¿Y si es capaz de matarme o hacerme daño de verdad?

Eros

El dolor de cabeza apenas me deja respirar con normalidad sin tener el cerebro dividido en dos. Soportar los lamentos de Nik durante todo el trayecto solo lo ha hecho mucho peor.

El coche se detiene frente al palacio, y antes de que el chófer se acerque a mi puerta para abrirla lo hago yo mismo.

—Primero mis chocolates, ahora mis hijos. Sigo sin entender porqué tengo que pagar yo las consecuencias de vuestras peleas. —murmura cerrando la puerta detrás mío.

—Pasó hace horas. Supéralo. —le digo sujetándome la cabeza.

—Eso lo dices porque no ha sido a ti al que casi le arrancan las pelotas de una patada.

—Una palabra más y te corto la lengua.

—¿¡Lo ves!? Ahora tú también te pones en mi contra. Soy el saco de boxeo de vuestra relación.

Reprimo un gemido adolorido detrás de un gruñido y empiezo a caminar a la entrada con rapidez.

En la sala principal están mis tíos maternos y mis padres hablando de algo.

—Justo cuando comenzábamos a tener un poco de tranquilidad... —escucho que dice Jason, mi tío, por lo bajo al ver a Nik entrar a la casa.

Luego pone una sonrisa forzada cuando su esposa Polina le pisa el pie con disimulo y habla.

—¡Nik! Qué alegría volver a teneros por aquí. ¿Dónde está tu hermano?

—Estaré en mi habitación. Me duele la cabeza. —digo en cuanto los ojos de mis padres se ponen en mí.

—Te subiré un té. —ofrece mi madre con un mohín en sus labios rojos.

A modo de agradecimiento le dirijo una sonrisa sincera como cada vez que muestra su preocupación excesiva y subo los escalones de dos en dos.

Estando en mi habitación lanzo la mochila a algún lugar y me quito los zapatos, lanzándolos también. Luego voy al baño y me meto bajo la regadera con agua hirviendo.

Mi piel empieza a enrojecerse y el dolor de mi cabeza deja de ser desagradable. Pero ni el agua hirviendo ni los cortes de después en mi falo hacen que me olvide de sus ojos o de sus palabras. Me ha insultado.

Me ha llamado imbécil. Es la segunda vez que lo hace y ella solo me insulta cuando está muy jodidamente cabreada. Además la primera vez tenía la cara cubierta.

No hay ninguna cita en el mundo que pueda traerla a la normalidad. Digo para mis adentros con resignación. Pero ella podría estar todo lo cabreada del mundo y jamás la soltaría, así tuviera que aguantar sus insultos y gritos a todas horas.

Salgo de la ducha y enrollo una toalla alrededor de mi cintura. Unos toques en la puerta me distraen de secarme el pelo.

—¡Adelante! —bramo desde el baño, pensando que se trata de mi madre.

Al salir me encuentro con la cara descontenta de Eva y una taza de té humeante sobre un plato que sostiene con las dos manos.

Después sus ojos verdes barren mi cuerpo, deteniéndose en las manchas rojas de mi abdomen, y suelta el plato en una mesita auxiliar.

—No puedes estarte duchando así siempre, es dañino para tu piel. ¿No se supone que ya sabes eso? —farfulla dirigiéndose al baño.

Luego sale con una crema corporal y se acerca a mi, echando un poco del líquido blanquecino en su mano.

—Tengo manos. —replico una vez empieza a esparcir la crema por mi torso, empezando por mis pectorales.

—Lo sé muy bien. —responde formando una pequeña arruga en su entrecejo.

Llevo mi dedo índice a aquel lugar, tocando la zona hasta que vuelve a la normalidad.

—¿Qué pasa? —pregunto sintiendo sus dedos fríos sobre mis músculos en forma de v.

Ella sube su mirada a la mía, alejando sus manos de mi cuerpo.

—Aubrey me ha contado lo tuyo con ella. Estoy muy enfadada contigo ahora mismo. ¿Sabes? —responde cruzándose de brazos.

Mis ojos se iluminan ante la posibilidad de tener eso que he estado buscando estos días.

—¿Qué se supone que hice? —pregunto sentándome en el sofá alargado frente a la chimenea.

Ella se sienta a mi lado. La arruga ahora se traslada a sus labios por un segundo.

—La has estado perturbando y asustando adrede, haciéndote pasar por su acosador mientras intentabas conquistarla con tu faceta de... Con el verdadero tú. —responde en un tono de obviedad.

—Eso no es verdad. No es así. —refuto enseguida.

—Pues ella lo cree así. Por no hablar de que piensa que intentabas matarla de verdad aquella noche. Ni siquiera te disculpaste como es debido y casi le abres la cabeza. Le he visto la cicatriz. —sacudo la cabeza de un lado a otro, pensando en todo lo que ha dicho.

No creí que se lo tomara tan mal. Era un simple juego y siempre he encontrado satisfacción en asustar a los demás, en jugar con sus mentes.

Cuando éramos niños vi una película sobre un payaso con globos con Adrik.
Por la noche me escondí en su habitación disfrazado del mismo payaso y pegué globos rojos por su habitación, replicando a la perfección un escenario de la película. Cuando lo desperté se hizo pis encima y casi se desmaya del susto. Tras aquello estuvo semanas sin poder dormir bien pero no se enfadó tanto conmigo.

Fue solo un estúpido juego y tengo más anécdotas parecidas con el resto de chicos. Incluso con mis hermanas. Con Aubrey era algo similar, nunca planeé hacerle daño de verdad. No lo haría jamás y guardaré todos sus secretos hasta la tumba.

—Me costó encontrar a alguien que te gustara de verdad como para que ahora lo eches todo a perder. —murmura en un tono reciminatorio.

—¿La conocías? —suelto al aire. Ella asiente con la cabeza. Su expresión enfadada de antes cambia a una más alegre.

—Te seguí varias noches en las que ibas a su edificio para observarla de lejos. Un día di por concluído que alguna de las dos te gustaba, y como Aubrey fue la única en interactuar contigo aquella noche supuse que era ella, así que hice que las expulsarán a las dos de la universidad con la excusa de que tenía muchas faltas y asignaturas suspensas. Luego la metí a nuestra universidad para que os pudiérais conocer otra vez de una forma más... Normal. —resopla al aire cruzándose de brazos otra vez y esbozando una mueca. —No pude renovar mi armario ese mes. Sobornar a los rectores es jodidamente caro...

Sin poder evitarlo más dejo escapar una carcajada, echando la cabeza hacia atrás.

—Eres increíble. —digo entre risas. Ella mueve sus hombros indiferentemente.

—Estaba cansada de soportar los dramas de las idiotas esas cada vez que las dejabas. Quería que sentaras la cabeza. —aquello me hace reír más y ella empieza a reírse también.

Hasta que poco después se detiene de forma abrupta y me mira con un puchero en los labios.

—Sigo enfadada contigo.

—No lo estés. —respondo borrando el mohín de sus labios con mi dedo.

Ella lo muerde con fuerza, liberándolo solo cuando una gota de sangre aparece, y yo le doy la bienvenida al dolor con un jadeo placentero.

—Si yo hubiera sido ella te hubiera quemado a ti vivo, pero no quiso. —dice después, pasando su lengua por el labio inferior.

Quiero sonreír al haber descubierto que ella tuvo que ver con el incendio. Tiene problemas para controlar sus deseos de ver el mundo arder así que tampoco fue difícil de adivinar.

—¿Cómo lo arreglo? Ella realmente me gusta mucho. Yo... La quiero. —musito sintiendo los latidos ir a cada segundo más rápidos.

—Te jodes, te lo mereces por gilipollas. —replica con rudeza antes de levantarse.

—¡Eva! —la llamo yendo tras ella. —Oye, tienes que ayudarme. Al fin y al cabo fuiste tú la que la puso en mi camino. Yo ni siquiera quería novia.

—Eso lo hiciste tú el día que decidiste mantenerla con vida. Tienes suerte de que todo haya salido bien y no haya insistido en chivarse a la policía más veces. —responde moviendo una ceja al llegar al marco de la puerta.

Suelto un suspiro, moviendo el piercing por el cielo de mi boca.

—Por favor. —susurro sin importarme la imagen que estaré dando frente a Eva.

—Está bien. Solo llevala a una cita romántica, cómprale mucha comida y sobre todo, discúlpate con ella. Pero hazlo de verdad. —responde recalcando la última frase. —Puede que para ti sea una tontería pero para ella es muy importante. Recuerda lo que hablamos sobre la empatía. —muevo la cabeza varias veces, tratando de encontrar lo que me hubiera dicho de la empatía, pero no encuentro nada.

—Voy a necesitar que me vuelvas a hablar de eso después. —digo antes de cerrar la puerta y quitarme la toalla.

Aubrey

Meto la última maleta en el coche y me siento junto a Alana, echando un último vistazo al edificio en el que he vivido estos últimos tres años. No tenía muchos recuerdos aquí pero de todas formas lo echaría de menos.

El coche empieza a moverse y con eso la radio se enciende. En menos de un segundo Alana empieza a canturrear las canciones junto a mi madre mientras mi padre y yo hacemos todo lo posible por hacerlas callar, terminando por romper en risas.

Por un momento puedo dejar todas las sombras de mi cabeza atrás y disfrutar de su compañía. Jamás me cansaría de sentirme como la más afortunada por haber obtenido una segunda oportunidad para vivir y descubrir el significado de lo que es la familia y ser amada. Puede que no tuviéramos la misma sangre pero formaban parte de mi. Mucho más de lo que mi familia biológica una vez hizo.

La sonrisa se va desvaneciendo de mi cara cuando al mirar a través de la ventana distingo el camino por el que fui aquella vez junto a Eva para llegar a su casa.

—¿Estás seguro de que estamos yendo bien? —le pregunto a mi padre con una cara confusa, acercándome a su asiento.

—Si. Al menos eso es lo que dice el GPS, y estás máquinas pocas veces se equivocan. —responde con determinación.

Muevo la cabeza volviendo a mi asiento con un retortijón de estómago que no desaparece en todo el camino.

Cuando nos detenemos frente al portón del gran palacio quiero vomitar, a diferencia del resto que mira todo con asombro.

Un señor se acerca a nosotros con una sonrisa amable, enseguida lo reconozco como al mayordomo y él parece acordarse de mí también por la sonrisa de sus labios.

No puede ser. Despierta. Me digo varias veces cerrando los ojos con fuerza y pellizcando mi brazo. Pero al hacerlo lo único que encuentro son unos ojos azules mirarme con diversión desde el otro lado de la ventanilla, dando pie a mi nueva pesadilla en la Tierra.






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