028
Aubrey
—La noticia de que James había muerto corrió bastante rápido, y cuando se descubrió que... Que su piel había sido arrancada por mordiscos la gente enloqueció conmigo. Lo poco que recuerdo después es que los padres de Alana aparecieron y bueno. El resto es historia.
Los latidos de su corazón se chocan con mi espalda y el silencio que hay alimenta mi miedo a darme la vuelta y encontrarme con sus ojos acusatorios.
—Me hubiera gustado estar ahí contigo para verlo. Daría lo que fuera con tal de haberte ido conociendo antes. —habla cerca de mi oído rozando sus labios en mi oreja haciendo que mis hombros ahora pesen menos.
Muevo mi cabeza de un lado a otro alejándome de él, quedando frente a frente. Sus ojos ahora tienen un brillo diferente que me hace suspirar.
Me mira como si le hubiera revelado uno de los grandes secretos del universo y no como si le hubiera contado una aberración. Como si yo no fuera un monstruo.
—No. No lo entiendes. He estado año tras año luchando contra las ganas de volver a probar lo que se siente. De volver a... —mi voz se rompe al mismo tiempo que un par de lágrimas empañan mi vista. —Estoy enferma.
El hambre persistente que había crecido en mi estómago después de aquello solo era capaz de irse con comida chatarra o alta en azúcares. Los cereales de colores se habían convertido en mis favoritos, aunque no pasaba mucho tiempo para que el hambre volviera con más fuerza, sobrepasando el ruido que hacía con mi guitarra.
—No estás enferma Aubrey. —murmura acariciando mis mejillas, limpiando mis lágrimas con sus dedos. Sus palabras son suaves y la adoración en sus ojos me desconcierta más que lo que dice después. —Lo que sientes es completamente normal, no eres la primera persona en hacer eso ni serás la última. Al fin y al cabo es solo carne y no puedes culparte por tener gustos diferentes. Tiene sus cosas malas, si, pero como cualquier otro alimento. Si tienes cuidado en cómo lo ingieres no debería pasarte nada.
Su nariz se roza con la mía a la vez que sus manos sostienen mi rostro con cuidado.
—Si pudieras verte a través de mis ojos, te darías cuenta de que eres la criatura más perfecta que existe y dejarías de odiarte tanto. —susurra contra mis labios.
No sé si ha sido buena idea contárselo, al fin y al cabo somos dos almas pérdidas compartiendo la misma oscuridad. Podría decirle que he hecho lo más aberrante del mundo y a él le parecería magnífico. Pero al momento de tener sus labios moviéndose sobre los míos me olvido de todo dejándome caer en el abismo. Estoy cansada de luchar, quiero vivir sin miedo.
Enredo mis dedos en su pelo inclinando mi cara para tener un mejor acceso a su boca y sus manos aprietan mi cintura atrayéndome a su regazo para después restregar nuestras partes.
Cuando sus manos se escabullen por mi vestido me alejo abruptamente, pero eso no hace que deje de besarme, desplazando sus besos por mi cuello y clavícula.
—Eros. —murmuro jadeante poniendo mis manos en su pecho.
Él coge un puñado de mi pelo y tira de él bruscamente haciendo que nuestras miradas encajen.
El ardor en mi cuero cabelludo hace que mis bragas puedan contener mi humedad a duras penas. Luego sus dos dedos se hacen paso entre mis bragas arremetiendo contra mis paredes internas y manchando sus dedos con mis flujos.
—Pronto mi polla estará aquí. —habla con una voz ronca aumentando el ritmo con el que sus dedos se mueven en mi interior.
Cuando pellizca mi clítoris una corriente eléctrica pasa por mi vientre y un chillido se queda en su boca sintiendo mis muslos internos y parte de sus pantalones empaparse con mis fluidos.
Al momento de su lengua barrer sus dedos no puedo evitar fijarme en el piercing.
Mi respiración empieza a calmarse dando por finalizado mi orgasmo, y con eso me doy cuenta de lo que ha dicho. Yo le parezco perfecta. El calor que envuelve mi cuello acompaña a mis dedos nerviosos mientras me alejo gateando por el suelo hasta ponerme de pie.
—Gracias por escucharme. —mi voz es ronca. Carraspeo un par de veces aclarando mi garganta. —Y por guardar mi... secreto.
—¿Eso significa que confías en mi?
—Depende. —digo con una sonrisa divertida.
Sus hombros parecen relajarse al estar de pie y sus labios se estiran con satisfacción.
—Lo tomaré como un si.
—Me sigues debiendo un coche. —digo cruzándome de brazos. Él me mira como si le hubiera contando un acertijo. —Quemaste el mío. ¿Recuerdas?
—Te daré todo lo que quieras.
¿Lo que quiera? Pregunto para mis adentros con una sonrisa corta. El demonio sentado en mi hombro izquierdo empieza una discusión con el ángel del derecho, terminando por ceder ante sus argumentos.
Nosotros ni siquiera tenemos algo como para que me dé regalos. Si me hubiera dicho desde un principio lo que planeaba hacer en el centro comercial aquel día me hubiera negado rotundamente, aunque tampoco me quejo.
—Con que me lo devuelves intacto me es suficiente. Como sabrás no nos sobra mucho el dinero y... Oye, ¿Qué estás haciendo? —pregunto alarmada al verlo abrir el fregadero y poner sus dedos sobre mi vómito.
Parece estar tan absorto en lo que sea que esté pensando que dudo que haya escuchado algo de lo que he dicho.
Doy un paso hacia él queriendo evitar que lo siga haciendo, pero cuando lleva uno de sus dedos a la boca, chupándolo con detenimiento, un calor me sube por el cuerpo paralizándome en el lugar.
—No hagas eso. —consigo decir en un titubeo.
Él por fin se da cuenta de mi presencia ladeando su cabeza con una sonrisa corta.
—¿Por qué no? Ya te he dicho que anhelo cada parte de ti, eso incluye tus vómitos. —sus palabras hacen que mi estómago se retuerza de una forma inesperadamente no desagradable.
Giro la cabeza mordiendo mi labio inferior dando por concluído que la vergüenza no es algo que le represente.
—Será mejor que me vaya, mis padres deben estar preocupados.
—No. Espera. —clama antes de que pueda dar un paso más.
Después unta un poco del jabón de manos que hay sobre la encimera y se lava las manos, secandolas con una toalla mientras yo muevo mi pie impacientemente.
De repente estar cerca suya me sofoca de maneras que desconocía. Necesito tiempo a solas para acomodar mis pensamientos, pero por cómo me mira al darse la vuelta sé que por hoy no será una opción.
—Ven conmigo.
En un pestañeo lo tengo delante de mí, enlazando nuestras y llevándome a un sitio que desconozco.
—De verdad que tengo que volver a casa, si no doy señales de vida son capaces de ir a la policía. —explico prestando más atención a las diferentes salas que pisamos que hacia donde vamos.
—No te preocupes, Eva les explicó lo de tu cabeza y saben que estás en mi casa recuperándote del golpe.
—¿Cómo? Pero...
Todo lo que había plan decir se esfuma de mi lengua tan pronto como comenzamos a bajar unas grandes escaleras de piedra con barandillas bañadas en oro que nos lleva a una sala que bien podría asemejarse a un laberinto.
Varias puertas se presentan ante nosotros con unos arcos apuntados sostenidos por columnas.
Pronto empezamos a caminar a una de ellas en específico. La poca luz que dan los candelabros no me deja ver bien los dibujos que tiene, pero de todas formas mi corazón martillea con ansias al intuir lo que hay del otro lado.
Eros
Cuando entramos la guío hacia una mesa alargada de madera donde está el cuerpo del hombre, sus muñecas están atrapadas por un cierre de metal.
En ningún momento dejo de observar su reacción, esperando a que salga corriendo del palacio y no vuelva a hablarme nunca más. Antes he cerrado la puerta con seguro sin que se diera cuenta así que es poco posible que pueda huir, pero la opción de que no me vuelva a hablar es mucho peor.
Me relajo al ver la arruga de su ceño mientras se dedica a observar lo que queda del cuerpo. Mi cuerpo se llena de orgullo mirándolo una vez más, aunque ella no sepa que lo he hecho yo. Sus brazos abiertos exponen el hueco donde debería de estar el húmero. Los necesitaré para más tarde. La cara es lo único intacto. Mi padre siempre ha tenido un gusto por coleccionar las cabezas.
La tensión de mi cuello va a más con su silencio. Ella solo se mantiene impasible a mi lado, observando todo con una frialdad que acelera mi corazón. Estoy cada vez más seguro de lo bien que nos complementamos aunque ella aún no quiera verlo, el hecho de que me haya revelado eso que ya sabía desde que leí su diario por primera vez solo es otra prueba más. Confía en mí y tarde o temprano se dará cuenta de que estamos hechos el uno para el otro. Pienso con mis labios curvándose hacia arriba ligeramente.
Al ver una mosca detenerse en las vísceras del hombre la sonrisa se esfuma tan pronto como vino y enseguida empiezo a pensar en algo que decir.
No quiero que piense que soy poco higiénico y el hecho de que siga habiendo sangre seca en la mesa y parte de las entrañas estén en el suelo no me da una buena imagen.
—No he tenido tiempo de limpiar, en cuanto me enteré de lo de tu golpe me fui. Normalmente no soy así, suelo ser más organizado. Lo juro. —las palabras salen casi atropelladas de mi boca por mi intento de justificarme lo más rápido posible.
Cuando tengo sus ojos sobre mí el piercing parece moverse por si solo por mi boca.
—Si te molesta mucho puedo limpiar ahora, pero me llevará un tiempo y tendré que ir arriba a por...
—¿Lo has hecho tú? —me interrumpe estrechando sus ojos.
Estoy unos segundos analizando la emoción que hay detrás de su voz, no parece estar enfadada, pero tampoco está impresionada. Eso hace que mis tripas se retuerzan con incomodidad.
De alguna forma siempre busco tener su aprobación en lo que hago, y no tenerla me hace sentir extraño.
—Si. —respondo poniendo más atención de la necesaria en sus facciones. Ella levanta una ceja moviendo la cabeza a un lado.
—Pensé que había sido tu padre. O sus hombres. —sacudo la cabeza antes de responder.
—Lo hicimos juntos. Digamos que tenemos algunos pasatiempos en común y a veces me gusta ayudarlo en el trabajo. —digo con un desinterés fingido, estando todavía pendiente de su reacción.
Al ver su sonrisa mi cuerpo se relaja un poco. Punto para mí por ser un buen hijo.
—Tienes una familia realmente jodida de la cabeza.
¿Eso es bueno o malo? Me pregunto sintiendo la tensión volver a mi cuello.
Sabiendo que he perdido las riendas de la conversación cojo su mano y la llevo a la salida. De todas formas no me conviene tenerla mucho tiempo aquí abajo cuando su madre biológica está en la habitación insonorizada de al lado rogando por su vida. Ya he tentado demasiado a la suerte con lo del cura.
No me gusta ocultarle cosas, mucho menos mentirle, pero el impacto que le dejaría saber todo lo que ha pasado estos días la llevaría a un bucle sin salida del que tardaría bastante tiempo en salir. No necesita más traumas.
Después empezamos a subir las escaleras hasta mi habitación. Tropiezo un par de veces por el camino siéndome imposible apartar la mirada de sus ojos o el asombro con el que observa todo.
Sus dedos se tensan alrededor de los míos al yo abrir la puerta, pero antes de que pueda decir algo estamos en mi baño.
—¿Qué vamos a hacer aquí?¿Huelo mal? —pregunta en un tono divertido cruzándose de brazos.
—No. Quiero cuidar de ti. Me hace sentir... bien. —aclaro ante su mirada aturdida antes de empezar a llenar la bañera con agua caliente, cerrando el grifo cuando es suficiente.
Bien no es la palabra que hubiera usado, pero tampoco conozco otras para explicarle las sensaciones extrañas que evocan en mi pecho cada vez que la veo sonreír.
—No hace falta que te quites la ropa si no quieres. —añado ignorando las palpitaciones de mi miembro.
—Está bien. De todas formas necesito un baño. —el rubor de sus mejillas delatan la vergüenza que trata de camuflar a través de la indiferencia de sus palabras. —¿Te darás la vuelta?
—No.
Ella mordisquea su labio inferior haciendo que los pantalones se sientan más apretados.
—Quítate la ropa. —murmuro con una voz ronca dejando la espalda apoyada en la pared junto a la bañera.
Sus dedos se mueven inseguros al principio, pero al deslizar los tirantes del sujetador por sus hombros coge más confianza.
Al momento del sujetador caer al suelo mis pulmones se oprimen. Toda la sangre va hacia mi pene ahora más que erecto y mis ojos barren cada centímetro de su cuerpo con hambre
—Las bragas también.
—Oblígame. —la sonrisa ladina de sus labios me distraen de las curvas de su cuerpo.
—No te muevas. —hablo antes de empezar a moverme a su alrededor, memorizando cada trozo de piel hasta que sea eso lo único que recuerde al morir.
Me detengo en unas cicatrices apenas visibles de su espalda. Son quemaduras de cigarrillos.
Mis dedos trazan los tres puntos alimentando la sed de sangre que había satisfecho hace apenas unas horas atrás, y antes de pensarlo demasiado saco la navaja rompiendo los bordes de sus bragas.
Su cuerpo tenso se relaja soltando una exhalación cuando dos hilos de sangre caen por sus muslos.
—La próxima vez que te diga que hagas algo, lo haces. —murmuro en su oído pasando el filo de la navaja que no corta por la línea que separa sus nalgas.
El gemido que sale de sus labios y la gota roja en la punta de la navaja hacen que me aleje con rapidez.
—Métete al agua. Iré a buscar algo de ropa. —ni siquiera espero a escuchar algo más de su parte para salir con pasos aprisados del baño.
Aún no. Reprime. Repito varias veces yendo a los armarios de mi vestidor. Allí busco un conjunto con el que pueda estar cómoda de entre toda la ropa que le he comprado recientemente y la que ya tenía, decantándome por un conjunto nuevo. Luego le diré que es ropa de Eva para no levantar sospechas.
Cuando vuelvo ella ya está dentro de la bañera echando unas sales de baño con detenimiento. El agua está manchada por las pocas gotas rojas que siguen emanando de sus caderas, pero parece no importarle.
Dejo un par de toallas sobre la superficie de la bañera y pongo mis rodillas sobre la alfombra, quedando casi a la misma altura que ella.
Mis manos van a acariciar su pelo antes de que pueda detenerlo y la adrenalina vuelve a llenar mi cuerpo haciéndome soltar un suspiro.
—Dime algo de ti. Algo que no sepa nadie más. —habla de repente rompiendo el hechizo de sus ojos.
Jamás he compartido un secreto con nadie, no es como si tuviera muchos de todas formas y para mí carecen de importancia, pero a la larga ventilarlos te hace más vulnerable ante los demás.
Aún así, el que en un futuro pueda usar la información en mi contra sin siquiera ser consciente de ello es un riesgo que pienso correr porque no creo ser capaz de negarle algo. Podría pedirme que me corte las venas y lo haría sin pensar con una sonrisa en los labios.
—Me estás destrozando el alma y no estoy seguro de poder soportarlo, pero aún así no puedo evitar querer estar cerca de ti todo el rato. Si pudiera meterme bajo tu piel, lo haría y me quedaría allí hasta que dejara de respirar. —admito en una voz baja, siguiendo cada destello que dan sus ojos.
Antes de pensar en lo que estoy diciendo mi lengua se mueve por si sola.
—Cada vez que me miras de reojo, cada toque casual, me arrastra más hacia un abismo que me hace sentir vulnerable de maneras que nunca había imaginado. Estoy jodidamente enamorado de ti, pero lo más aterrador es que con cada día va a más y no sé cómo pararlo. —los latidos de mi corazón se realentizan hasta el punto de no saber si sigue funcionando o no.
No sé una mierda sobre el amor. Lo poco que he aprendido es que es un arma de doble filo, capaz de terminar con la racionalidad del más cuerdo, y yo por supuesto no voy a ser la excepción.
Conteniendo la respiración echo la cabeza a un lado observando el movimiento rápido de su pecho al respirar. Si respiro el mismo oxígeno que ella una vez más es capaz de arrastrarme a la locura.
—Cásate conmigo. —suelto sin pensar volviendo a centrarme en su rostro. Sus labios se abren y cierran con rapidez sin decir una palabra.
Al ver el desconcierto de su cara pienso en algo rápido con el que cambiar a otro tema. Deberías haberte callado la boca. Me reprocho levantándome del suelo.
Ella parece absorta en sus pensamientos y eso me inquieta más que la negativa que estuve a punto de recibir de sus labios. Aunque no la culpo. Puede que sea muy pronto para dar ese paso, pero yo estoy más que listo. Estoy listo para todo si es con ella.
—Voy a por tu ropa. La de Eva. —corrijo con rapidez. —Ella te... Te la ha dejado prestada.
Cuando dejo la ropa sobre la encimera junto a la caja roja sigue en la misma posición de antes, con la diferencia de que ahora tiene sus rodillas recogidas.
Verla tan ausente hace que me empiece a doler el estómago. Estoy a punto de decirle que fue una broma para borrar la incomodidad del momento cuando ella se me adelanta.
—¿Tienes champú? Me gustaría lavarme el pelo. —murmura mirándome con una sonrisa corta. Sus mejillas tienen un tono rosáceo.
No quiere hablar del tema.
Asiento con la cabeza antes de coger un bote de champú sin olor. Me gusta su olor natural.
Ella da un pequeño salto en el sitio cuando dejo caer un poco en el centro de su cabeza. Luego empiezo a masajear su cabello aprovechando cada roce de mis dedos con su cráneo.
Quince minutos después estoy bajando las escaleras a la cocina, dejándole espacio para que pueda secarse y vestirse a solas.
Estoy un rato buscando algo que pueda gustarle entre las neveras que tenemos hasta que encuentro una lasaña casera.
Cojo un trozo y la caliento en el pequeño horno eléctrico. El olor llama la atención de nuestra rottweiler cachorra que no tarda en acercarse y levantarse poniendo sus patas en mi pierna.
—Ahora no, Lucy. —le digo moviendo mi pierna con cuidado.
El timbre del horno me avisa de que está lista. Usando unos guantes gruesos la pongo en un plato cuadrado junto a un tenedor. Luego voy a la nevera y cojo una botella de agua.
Lucy no deja de seguirme por detrás ladrando y gimoteando sin despegar sus ojos del plato.
Al cruzar por la sala principal encuentro a mi padre en uno de los sofás hablando de algo con mi madre, aunque eso de hablar les dura poco. Chasqueando la lengua desvío mi atención a las escaleras que estoy a punto de subir.
—¿Cómo sigue tu novia? —la voz de mi madre hace que me detenga de subir el escalón.
—Mejor. Le voy a llevar esto para que coma algo.
—¿Por qué no le dices que baje al comedor? —pregunta mi padre moviendo una ceja.
Mi madre le da un golpecito en el hombro con una sonrisa divertida.
—Déjala que coma donde quiera.
—No cierres la puerta. —vuelve a hablar a mis espaldas haciéndome soltar un resoplido.
Lucy desiste de la idea de subir escaleras conmigo y se da la vuelta tumbándose en la alfombra junto a mis padres que no dudan un segundo en continuar con sus muestras de afecto.
—He vuelto. —anuncio cerrando la puerta detrás de mi con el pie.
Mi corazón empieza a aletear con rapidez al verla sentada en la cama de espaldas a mi. Su pelo sigue húmedo y la caja con el colgante sigue donde lo dejé.
Lo dejo todo sobre el tocador que había puesto unas semanas atrás en la habitación antes de entrar al baño y coger la caja. Han sido pocas las veces en las que la he visto usar maquillaje, pero es mejor prevenir.
—Esto también es para ti. —murmuro con mis entrañas retorciéndose con una inquietud desagradable.
Si no le gusta estaría jodido para encontrar más material con el que hacer uno nuevo.
Sus ojos se estrechan en los diamantes incrustados de la pequeña bola roja al abrirla. Después acerca sus dedos con cuidado, como si tuviera miedo de romperlo, y sube su mirada hacia mí.
—¿Para mí? —musita con estupefacción.
—¿No te gusta? —respondo camuflando mi temor detrás de una voz desdeñosa.
—¿Bromeas? ¡Claro que me gusta! Pero... —la corto colocando el colgante alrededor de su cuello.
Soy incapaz de mantener mi entusiasmo a raya, reflejándose esto en el temblor de mis dedos y en mi afán por terminar el resto de trabajos que estoy haciendo para ella.
—Gracias. —habla con la vista clavada en los diamantes.
—Se te va a enfriar. —murmuro señalando el plato de comida al ver que ni siquiera le ha prestado atención.
Luego voy al baño en busca de una toalla para su pelo. Para cuando empiezo a secar su pelo ella solo le ha dado un bocado a la lasaña. Es entonces cuando maldigo internamente al recordar nuestra conversación de antes. Tenía que haber traído algo sin carne.
—No sabía que tenías un reptil. —suelta de la nada poniendo su atención sobre mí.
Asiento con la cabeza mirando el trozo de lasaña. No quiero obligarla a comer, pero algún día tendrá que pasar por los obstáculos que su cabeza le ha puesto.
—Es una serpiente, una boa constrictor, pero no está aquí ahora. —explico cogiendo unas tijeras. —Solo serán las puntas.
Mientras corto y desenredo su cabello le hablo sobre nuestras mascotas, esperando a que la distraiga de su mente y la haga comer.
Funciona, pero sé que no es suficiente. Tarde o temprano tendrá que romper esas barreras sin sentido, y cuanto antes pase mejor.
Remuevo una vez más las verduras y la carne de la sartén con el cucharón sin reprimir el desagrado que transmite mi cara.
Cocinar carne humana me parece repulsivo. Irónico teniendo en cuenta los huesos que decoran mis dedos como simples anillos. Pero sé que ella no se atrevería jamás a manchar sus preciosas manos quitando la carne del cuerpo, y mientras yo pueda hacerlo lo haré, así tenga que aguantar los retortijones desagradables de mi estómago y las arcadas que se quedan en mi garganta al cocinarla.
Echo un poco de sal y pimienta a la sartén y me apoyo en la isla sacando el teléfono móvil de mis bolsillos. Después voy a la carpeta de imágenes que tengo bajo contraseña. Pronto la cantidad de fotos que tengo de ella sobrepasarán la cantidad que tengo sobre mi persona o cualquier otra cosa.
El olor a carne y verduras queda en un segundo plano al observar una foto que había hecho mi escolta al seguirla en la que sale ella sonriendo junto a Alana.
Mis dedos se van deslizando por la pantalla hasta encontrar la foto de nosotros dos que se esparció por toda la universidad como un virus. Ella aún no la ha visto.
Muevo mi piercing de un lado a otro sopesando si debería enviársela o no. Tarde o temprano la verá y descubrirá los rumores no tan falsos que se mueven por la universidad, así que al final decido enviársela. Es preferible que se entere por mi y no por otras bocas.
Suelto una maldición por lo bajo al darme cuenta de que le he enviado la foto con mi otra cuenta en la aplicación de mensajería. La cuenta que usa la sombra, el apodo que le había puesto a mi otro yo, para hablar con ella.
Cuando quiero ir a eliminarla los dos palos azules aparecen, indicándome que ha visto la foto. Ella enseguida bloquea mi número sin dejarme tiempo para escribir algo.
El resto del día no pude quitarme de la cabeza la idea de que ese error me costaría más de lo que pensaba. Y no me equivoqué.
Lo siento, este ha sido un capítulo un poco largo. Espero que os haya gustado. Besitos. 💕
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