023
Aubrey
Al abrir los ojos tengo que volverlos a cerrar por el fuerte dolor de cabeza. Ni eso ni el dolor de mi culo por haberme caído anoche del sofá hacen que deje de sentirme una estúpida al recordar las palabras de esa chica.
No quiero llorar ni pensar más en él. No se lo merece y ya le presté suficiente atención todos estos meses. Además es un hijo de puta que se merece todo lo que le haga Eros. Esta es una de las pocas veces en las que estoy de acuerdo con mi voz interna, pero la mención de su nombre en mi cabeza me lleva a nuestra última llamada.
No pensaba ir a clase hoy, pero la posibilidad de encontrármelo y que se acerque a hablarme de nuevo hace que me levante de la cama sopesando la idea mientras masajeo mis sienes. ¿Y si me encuentro con Trent?¿Es realmente buena idea que vaya?¿Sería mejor cambiarme de universidad otra vez? Mi cabeza ahora va a mil por hora y la resaca que tengo tampoco ayuda.
Quiero arrancarme los oídos cuando el timbre resuena por toda la casa. Cuando lo hace una segunda vez voy a la puerta con una cara irritada sin ver antes de quién se trata. Solo quiero dejar de escuchar esa cosa tan irritante. ¿Quién demonios lo inventó?¿No podía ser más agradable y menos agudo?
—¿Qué estás haciendo aquí? —escupo entre dientes al verlo. Él arruga el ceño como si hubiera preguntado algo obvio.
—Te lo dije ayer, te echo de menos.
—Es una pena, porque yo no. —me fuerzo a decir sin mirarlo a los ojos.
En eso Alana aparece detrás nuestra de camino al baño y se detiene al verlo.
—Eros, hola. Déjalo pasar, no seas mal educada. —habla dándome una mirada de reojo junto a una sonrisa antes de desaparecer y cerrar la puerta del baño. ¿Desde cuándo son amigos?
Él sonríe levantando una ceja y yo termino por hacerme a un lado a regañadientes dejándolo entrar.
Después deja una bolsa que trae consigo sobre la encimera.
—¿A qué has venido? —mi voz sigue tosca en un intento de ahuyentarlo y que se largue.
Sus ojos me analizan desde las uñas de los pies hasta el último pelo que sobresale de mi moño mal hecho mientras se acerca a pasos lentos. Una sonrisa tira de sus labios estrechando sus ojos en los míos cuando estamos frente a frente.
—He estado esperando una jodida eternidad para verlos y ahora están hinchados. —murmura convirtiendo su sonrisa en una mueca de insatisfacción.
—¿El qué? —murmuro con mi curiosidad siendo más grande que hacerme la digna para él.
Un poco tarde para eso. Me recrimino haciendo que mis mejillas tomen un color rojizo.
—Tus ojos. Son malditamente preciosos. Olvida lo que te dije la semana pasada, moriría en paz con tal de saber que serán lo último que vea. —sus palabras hacen que me sonroje más y eso él no tarda en notarlo. —¿Has estado llorando? No deberías desperdiciar tus lágrimas. Ya te lo he dicho. —habla girando sobre sus talones y rebuscando algo en los cabinetes de la cocina.
Mis labios se abren queriendo quejarme cuando tira mis cereales a la basura.
—¿Qué coño crees que haces? —le digo a sus espaldas con una mirada asesina.
—Tranquila, te he traído tus cereales pero caseros. Con menos mierdas encima y bajos en azúcar. —a medida que habla reviso el contenido de la bolsa.
Mi estómago se aprieta al ver una caja de cereales metálica negra con algunos dibujos en morado. Dentro están las pelotas de colores con un tamaño más grande de lo normal y los colores más intensos.
—Déjame adivinar, ¿Tus cocineros otra vez? —pregunto con ironía ignorando el cosquilleo de mis entrañas.
—No. Estoy aprendiendo a cocinar. Me he quemado los dedos poniéndole el colorante a las jodidas cosas esas. —se queja moviendo las cejas y casi quiero reír.
—¿Me has hecho cereales? —pregunto reprimiendo una sonrisa.
—Era eso o dejar que cogieras una diabetes en cualquier momento. Cuando se te acaben dímelo y te traeré más. —dice lo último soltando un suspiro cansado.
La gente normalmente hace cosas sencillas al aprender a cocinar, pero, ¿Él? Él hace cereales de bolas de maíz de colores.
—No tienes porqué hacer esto. ¿Lo sabes, no? —pregunto levantando una ceja.
—Alguno de los dos tendrá que encargarse de la comida, y por lo que veo tú definitivamente no eres una opción.
Sus palabras hacen que las mariposas de mi estómago se multipliquen pero la inquietud de saber porqué demonios habla como si fuéramos una especie de matrimonio es más grande.
Sin embargo pronto dejo esa duda a un lado de mi cabeza. Tengo resaca y me acabo de enterar de que mi exnovio me ponía los cuernos.
No estoy bien y mi cabeza esta empezando a ver cosas donde no las hay, eso es todo.
—No sabes cocinar. —le recuerdo con una sonrisa divertida, siguiéndole el juego.
—Aprenderé. —me asegura con una determinación en los ojos. —Por ahora no lo estoy haciendo muy mal.
—¿Le hacías cereales a las otras chicas de tu lista también? —pregunto ladeando la cabeza. Con eso acabo de matar todas las mariposas que se movían por mi cuerpo.
Él entreabre sus labios queriendo decir algo y los vuelve a cerrar.
—¿Piensas que tengo una lista de chicas con las que me acuesto? —habla gesticulando de más las palabras con un deje de incredulidad.
Mi silencio le sirve de respuesta y su ceño se vuelve a arrugar.
—Eso es extraño. Nunca he hecho ninguna lista con las chicas que me acuesto, Aubrey. —murmura acercándose hasta que solo nos separa un par de centímetros.
Mis entrañas se remueven en mi interior con un sabor amargo a la vez que un hormigueo sigue presente por su cercanía.
—Si te sirve de algo, he tenido que aguantar las burlas de mis amigos porque solo se me levanta contigo, así que no podría serte desleal ni aunque quisiera. —murmura con una molestia cubriendo sus palabras y su vista clavada en mis labios con una mirada sedienta que se intensifica al yo clavar los dientes en mi labio inferior.
¿Serme desleal? El vacío al que me lanza esa pregunta se hace cada vez más grande, como un buen aviso de mi final inminente a manos de él.
—Eso si que es extraño. —murmuro en un tono burlesco forzado en un intento de salir del vacío.
—¿Es por eso por lo que estabas enfadada?¿Estabas celosa? —pregunta con una sonrisa ladina.
—Para eso tendrías que gustarme de forma romántica, pero admito que estás muy bueno. Y besas bien. —respondo con una sonrisa. Nunca he mentido tan bien.
—Puedo trabajar con eso. —su aliento se entremezcla con el mío y mis mejillas se tiñen con pudor.
No me he lavado los dientes.
Cuando está a punto de juntar nuestros labios pongo una mano en su pecho alejándolo.
—Aliento mañanero. —hablo buscando cualquier excusa para no besarlo, porque en cuanto lo haga sé que se meterá más profundo bajo mi piel y ya está a punto de llegar a mis huesos.
Haciendo caso omiso a mis palabras él me coge de la nuca y junta nuestras bocas en un beso que comienza con sus dientes clavándose en mis labios como si quisiera devorarlos.
Un gemido muere en su boca cuando consigue meter una mano por mi camiseta y pellizca mi pezón izquierdo con fuerza. Luego aprovecha para introducir su lengua acariciando la mía hasta que sus dientes también se apoderan de ella, succionando y mordiendo.
Ahogo un grito cuando sus dientes se clavan con más fuerza dejando un sabor metálico que compartimos hasta que mis golpes en su hombro consiguen separarlo de mi lo suficiente para poder recuperar el oxígeno perdido.
El dolor y ardor de mi lengua siguen ahí, haciendo que las palpitaciones de mi núcleo crezcan. Su mirada es incluso más feroz que antes cuando lleva sus dedos a mi mentón, haciendo que mi mirada quede atrapada en la suya.
—Haré que te enamores tanto de mi que olvidarás cualquier hombre que haya tocado tu piel. —susurra con una voz ronca, en una advertencia que me eriza los pelos de la nuca porque sé que es capaz de cumplirlo y lo hará.
Se ha propuesto meterse en mi cabeza y liberar todos los demonios que me he esforzado por encerrar y no hay nada más aterrador que eso. O tal vez sí lo haya.
Cuando el timbre da paso al descanso me levanto de la silla casi de un salto para alcanzar a Henrik que en un pestañao tiene sus cosas en la mochila que cuelga de su hombro.
—Espérame. —murmuro metiendo los bolígrafos en el estuche con rapidez antes de cerrarlo y meterlo a mi mochila.
Después me giro y le doy una corta sonrisa a Eva antes de seguir los pasos de Henrik a la cafetería. Un profundo alivio ensancha mi sonrisa al haberme podido deshacer de otro descanso junto al grupito de Eva. Ahora solo queda que no me encuentre con Trent. Ni con Eros.
Dentro de la cafetería los amigos y la novia de Henrik nos han hecho un hueco para que podamos sentarnos.
La mayoría está riendo por algo que dice un chico de tez morena, al vernos las risas cesan y los ojos curiosos ahora están puestos en mí mientras que los míos caen en las amigas de Claire. Más bien, en una rubia despampanante que me mira como si quisiera fusilarme con rayos láser.
—Hola. —me animo a decir sentándome frente al chico de tez morena con una sonrisa.
Él, al igual que el resto, juega al fútbol americano y tiene un cuerpo atlético. Demasiado atlético. Dios bendiga el fútbol.
Amén. Dice esa voz en mi cabeza reprimiendo el impulso de recorrer sus bíceps con la mirada.
—¿Qué hace esta aquí? —pregunta esa misma chica escupiendo las palabras casi con desprecio.
—Esta tiene nombre. —respondo moviendo una ceja con una mirada desafiante.
—Esas no son formas de darle la bienvenida a nuestra invitada, Rebeca. —habla Claire en un bajo murmuro que podemos escuchar todos. Luego posa su mirada sobre mi con una sonrisa amable. —Perdónal...
—Las putas no son bienvenidas en esta mesa, así que no tengo porqué dársela.
—responde ella con una sonrisa irónica.
El resto de la mesa queda en un silencio incómodo y yo abro los ojos más de lo normal.
—¿Cuál es tu problema? —pregunto levantándome de la silla y poniendo mis manos sobre la mesa con una voz tosca.
Ella no tarda en hacer lo mismo antes de hablar.
—Mi problema eres tú. —a cada palabra que suelta su odio es mayor dejándome cada vez más confusa.
—Rebeca. —masculla Claire entre dientes con una sonrisa forzada. —Ella no tiene la culpa de que Eros te haya dejado, sabías que tarde o temprano iba a pasar. Supéralo. —el tono de voz que usa no es suficientemente bajo para que no pueda escucharlo.
—Él no me ha dejado. Solo nos hemos tomado un tiempo. —murmura con una convicción que hace que mi estómago empieza a retorcerse de los celos y algo más.
La rabia crea un picor en la palma de mi mano queriendo abofetearla.
—Hazle caso a tu amiga. Supéralo. —digo con una sonrisa divertida.
Su cara se torna roja de la rabia y en un pestañeo algo me salpica dejándome empapada.
—Supera tu eso.
Mis fosas se dilatan ante el olor a zumo de naranja y mi visión se convierte en una borrosa por tener el líquido en mis párpados hasta casi atravesar las lentillas.
—¡Rebeca! —exclama Claire levantándose de la silla con una mirada recriminatoria.
Henrik hace el amago de levantarse, pero antes de que pueda hacerlo me voy ignorando algunas risitas de la mesa y la sonrisa de autosuficiencia de la tal Rebeca. Necesito limpiar mi cara antes de que el zumo se pegue más a mi piel, pero como la mierda que esto no acabaría aquí.
Estando en el baño refriego mi cara con agua y limpio mi pelo como puedo sin llegar a mojarlo del todo.
—Maldita sea. —digo cuando las manchas no quieren salir de mi camiseta.
Después la puerta se abre haciendo que del susto deje caer el trozo de papel húmedo y arrugado.
Al levantar la cabeza me encuentro con su reflejo en el espejo y mi cara se arruga descontenta.
—No va a salir así. —murmura poniendo especial atención a mis pechos.
—No me digas. —respondo con una sonrisa irónica antes de girarme hacia él.
Sus ojos ahora se estrechan más en mi busto haciendo que mis mejillas se tiñan de rojo por su descaro.
—¿Por qué mejor no te vas a mirarle las tetas a tu novia?
—Eso es lo que hago. —murmura para sí mismo antes de subir su mirada a mis ojos con una sonrisa ladina.
Mi garganta se cierra ante eso y justo cuando estoy a punto de hablar él me interrumpe.
—Rebeca no es ni fue mi novia. Solo teníamos sexo, y además eso fue hace meses atrás.
—Y a mi me importa porque... —suelto con ironía.
—Porque sino después empiezas a imaginar cosas que no son y te pones celosa. —el rubor de mis mejillas hace que el calor se expanda por mis orejas.
Genial, acabas de delatarte a ti misma. Me digo al ver su sonrisa ensancharse.
—Y por más que te veas adorable cuando estás enfadada también me pone jodidamente nervioso. —sus ojos ahora caen a mis labios. —No me gusta eso.
—Pues te equivocas, me importa nada y menos. —respondo mirándolo a los ojos con una mirada desafiante.
Él atrapa mi muñeca entre sus dedos y me atrae hacia su pecho juntando nuestros labios en menos de un segundo. Dando comienzo a un beso lento que se va convirtiendo en uno feroz.
Su boca domina la mía marcando mis labios con sus dientes y barriendo con su lengua hasta la última gota de mi saliva.
—Vamos a arreglar esto. —murmura en mis labios cuando detiene el beso.
Sus labios vuelven a interrumpir mis palabras al posarse sobre los míos por un segundo.
Después coge mi mano entrelazando mis dedos con los suyos y me saca del baño casi a rastras. Cuando estamos en la puerta de la cafetería mi ceño se frunce y tiro de mi mano para que me libere sin conseguirlo.
—No pienso entrar ahí con tu exnovia desequilibrada dentro. He tenido suficiente por hoy. —replico recalcando exnovia en un ácido sarcasmo.
—Ya te he dicho que no tuvimos nada, no la llames así. —refuta tensando su mandíbula.
La atención de todos se posa en nosotros en cuanto ponemos un pie dentro y yo casi sonrío al encontrarme con su mirada furiosa.
Eros se detiene en mitad del salón con su mirada fija en ella. Luego hace un movimiento de cabeza indicando que se acerque.
Me sorprende cuando Rebeca se levanta de la silla casi automáticamente y se acerca a nosotros sin dudarlo, como si fuera una marioneta en sus manos. Mi estómago se estruja al recordar las palabras de Sarah en el comedor aquel día.
—¿Qué? —la voz de la chica me distrae de mi propia cabeza.
—Vas a rogar por su perdón delante de todos. —responde él a mi lado con una sonrisa que se agranda al ver la mueca de Rebeca.
—¡Claro que no! —replica en un murmuro frunciendo aún más el ceño antes de cambiar su expresión a una más afligida. —¿Por qué me haces esto, Eros?¿Qué tiene ella que yo no tenga?
—Easton para ti, y no era una jodida pregunta. Lo harás. —refuta él en una voz tosca.
—Está bien, dej...
—No, no está bien. —me interrumpe tensando el agarre de sus dedos en mi mano. —Arrodíllate. —escupe entre dientes, con el azul de sus ojos más fríos que nunca.
Sea lo que sea que haya visto ella en su mirada hace que se doblegue y se arrodille ante mí.
La vergüenza ajena hace que vuelva a sonrojarme y quiera salir corriendo de allí.
—Ahora ruega por su perdón sabiendo que en tu jodida miserable vida lo tendrás.
La mirada que le da la chica hace que por un momento me de pena, hasta que el aire roza la humedad de mi camiseta que sigue manchada de zumo y agua.
—No te oigo. —alenta con una sonrisa burlesca.
Ella agacha la cabeza aguantando las lágrimas y empieza a hablar.
—Perdón. Sien...
—Más alto, y mírala a los ojos. ¿Es que no te han enseñado educación? —se queja Eros y yo le doy una mirada de reojo que él ignora.
—Siento mucho haberte tirado ese zumo y haberte insultado. Perdóname por favor. —muerdo mi labio inferior no apartando mi mirada de la suya.
Esto es ridículo pero de alguna manera satisfactorio.
Al terminar mira a Eros esperando que sea suficiente, pero por la mirada entretenida que le da él parece que esto es solo el comienzo.
—No volverá a suceder. Lo juro.
—Esperaba algo mejor, pero te lo pasaré. —murmura saliendo a relucir el piercing de su lengua al humedecer su labio inferior. —Ahora besarás sus zapatos y el suelo que ha pisado hasta llegar aquí. —abro mis ojos más de lo normal y aprieto su mano llamando su atención.
Él me mira por un instante antes de volver a fijar su mirada en ella haciendo a un lado las protestas que mi lengua es incapaz de expresar.
—¿Estás esperando una invitación con corazones rojos? No tenemos todo el puto día.
Con eso ella agacha más su cabeza hasta besar la punta de mis Converse dejando un rastro húmedo con sus lágrimas.
Un calor sube por toda mi cara y cuello cuando después empieza a gatear besando el camino invisible que han pisado mis zapatillas.
La sonrisa de Eros es cada vez más grande mientras la ve llegar hasta la puerta. Las risitas de los demás hacen que todo sea mucho más humillante, si cabe, y mis ojos van a los de Henrik que mira todo con la boca abierta.
—El próximo que se atreva siquiera a mirarla mal no correrá con la misma suerte. —habla a mi lado levantando el tono de voz.
Cuando la mirada de Henrik se choca con la mía le doy una sonrisa incómoda, prometiendo explicar la extraña situación en la que me he metido en un segundo. Mierda, ni siquiera estoy saliendo con Eros y parece que ha puesto una estampa pública sobre mí.
Antes de que pueda abrir la boca para decir algo me lleva a la salida. No sin antes coger un vaso cualquiera de una mesa y echar el contenido sobre Rebeca que todavía sigue en la puerta con la cabeza agachada. Si yo fuera ella tampoco querría levantarla.
Estando fuera consigo deshacerme de su agarre en mis dedos y le doy una mala mirada.
—No tenías porqué hacer eso. Sé defenderme yo sola y ni siquiera estamos saliendo como para que te tomes tales atribuciones. Así que la próxima vez, ahorratelo por favor.
—Era eso o hacer un charco de sangre, y no quería manchar más tu ropa. —por el brillo divertido de sus ojos me lo puedo creer perfectamente.
Suelto un suspiro exasperado moviendo la cabeza de un lado a otro. Juro que si fumar no me mata entonces Eros lo hará.
—No me toques. —mascullo entre dientes cuando acerca sus dedos a los míos.
—Deja de estar enfadada. —sus palabras salen como una orden.
—Lo haré cuando me dejes en paz.
—Entonces preparate para estar toda la vida enfadada, porque no te dejaré ni estando a tres metros bajo tierra. Si eso llegara a pasar lo más probable es que te acabe arrastrando conmigo al inframundo. —habla con una seguridad que me encoge el estómago.
—¿Por qué yo? —murmuro mordiendo el interior de mi mejilla y la respiración entrecortada. En gran parte esperando esa respuesta que siempre quise escuchar de alguien.
—¿Por qué tu, qué? —pregunta moviendo la cabeza a un lado.
—¿Por qué me has elegido a mi de todas las chicas que hay para molestar?
—Se llama cortejar.
—Pues tienes una forma curiosa de cortejar. —él se queda callado por un momento, obvervándome con una intensidad que hace revolotear las mariposas de mi estómago hasta que yo misma las pisoteo.
—Vamos. —murmura rompiendo cualquiera que hubiera sido el hechizo que lo puso en ese trance extendiendo su mano hacia mí.
—¿Contigo? Brom...—mis palabras se quedan en el aire siendo interrumpidas por un grito cuando en dos zancadas lo tengo en frente y me coge en brazos poniéndome sobre su hombro.
Ah, mi posición favorita. Pienso con la sangre bajando a mi cabeza.
—No puedes obligarme. Eso se llama secuestro. —consigo decir a la vez que me remuevo sobre su hombro en un nulo intento de que me sueltem
—Mírame hacerlo. —responde en un claro desafío.
Ni siquiera sujetarme a la puerta de la salida me ayuda en algo.
No es hasta que estamos frente a su coche y el abre la puerta del copiloto cuando me libera poniendo mi culo en el cómodo asiento.
Sé que tiene bloqueadas las puertas, pero aún así intento abrir la mía moviendo el manillar de arriba a abajo mientras él a mi lado enciende el motor.
—Tengo mis cosas en la cafetería. —refuto cuando salimos de la zona de aparcamientos echándole una mirada de reojo a la facultad.
—Dile a Henrik que te las guarde para después. —responde con una indiferencia que no combina con el enfado de sus ojos.
—¿De qué os conocéis? —me atrevo a preguntar con una mirada curiosa.
—Si te lo digo, ¿Dejarás de estar enfadada? —asiento con la cabeza sin estar muy segura de eso. —¿Y me besarás?
—No. —respondo con una mueca asqueada.
Como si no lo hubieras hecho antes. Ah, y lleno de sangre además. Me recrimina enseguida una voz burlesca.
—Entonces no.
—Está bien. Lo haré. —murmuro con mi estómago haciendo volteretas como un recuerdo del veneno que traen sus labios.
Solo espero que el próximo paso que me acercará más a la hoguera valga realmente la pena.
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