015
Aubrey
—¿Qué estás haciendo aquí? Creí haberte dicho que te fueras. Y devuélveme mis llaves. —murmuro bajo su escudriñamiento con una seguridad falsa con la que pretendo ignorar la alegría que me ayuda a secar mis lágrimas con más rapidez.
Es tarde y volver a encontrarlo otra vez tan pronto claramente me hace delirar, en esta ocasión poniendo emociones sobre mi cabeza que, de no ser por las alucinaciones que él me trae, no tendría. Él es como una droga peligrosa pero efímera si no dejas que se meta en tu cabeza.
Mi corazón da un vuelco en el sitio cuando sin esperarlo lo tengo frente a mí, con sus dedos dejando un rastro apenas perceptible por el puente de mi nariz.
—Nadie merece tus lágrimas. Ni siquiera yo. —la imprevista suavidad que acompaña sus palabras hace que por un momento crea que me conoce lo suficiente como para saber qué es lo que me perturba y lo que no. Pensar en eso aumenta la velocidad de mis latidos.
Suelto un jadeo al tener sus dedos fuera de mi alcance. Cualquier movimiento que hace me toma desprevenida. Tal vez sea por la sonrisa que quieren guardar sus labios fallando estrepitosamente.
—Lástima que sea un hijo de puta y tome hasta lo que no me pertenece cuando me dé la gana. —continúa acentuando cada palabra como una especie de advertencia que no dejo pasar. Su sonrisa por fin sale a la luz erizando alguno de mis pelos.
Doy otro paso hacia atrás cuando pienso que se acercará más, tocando con mis dedos las llaves que se había robado, pero él solo se da la vuelta y empieza a rebuscar una taza y un pequeño plato en los armarios de la cocina.
Mi ceño se frunce formando una arruga al darme cuenta de que sabe donde queda cada cosa, como si fuera su propia casa y no la mía. Teniendo en cuenta las veces que ha estado en mi casa para sus clases con Alana no debería extrañarme, así que al final lo dejo estar.
—¿Te gusta la canela? —pregunta sin molestarse en darse la vuelta mientras vierte un poco de agua en la pequeña cazuela que pone sobre el fuego de la estufa.
—No. —respondo moviendo la cabeza de un lado a otro, como si con aquello pudiera desvanecer el peso que se ha impuesto sobre mis hombros en un segundo.
Su respuesta me hace fruncir el ceño más de la cuenta.
—Lo suponía. Al parecer no solo tienes un gusto de mierda en hombres. —hace una pequeña pausa en la que corta un limón en dos sobre la pequeña tabla de madera. —¿Has pensado en cambiar de cerebro? Podría dejarte el mío.
Su mofa me hace desviar la atención a sus ojos, encontrando un brillo divertido en ellos.
Sus bromas sobre órganos no me hacen ninguna gracia después de conocer su peculiar inclinación por ellos, pero no puedo evitar que me saque una corta sonrisa mientras ignoro el hecho de que ha vuelto a meterse en mi casa sin mi permiso y se ha puesto a preparar un brebaje extraño en mi cocina.
—No gracias. —respondo tras soltar un resoplido burlesco. Acercarme a él ya no parece tan mala idea como unos segundos atrás.
—¿Qué tendría de malo? —pregunta mirándome por encima del hombro por un instante en que se me borra la sonrisa por la confusión que transmite su ceño arrugado.
—No suena como una buena idea. —digo ojeando la cosa extraña que echa en la cazuela para no encontrarme con sus ojos.
De esa forma puedo mantener los efectos ilusorios fuera de mi alcance. Claro que sí no dejas de fijarte en sus labios no sirve de nada.
—En ese caso creo que deberías cambiar de novio. —murmura soltando la última palabra con ironía evitando que forme una respuesta automática para las palabras de mi cabeza.
Sus ojos ahora tienen un brillo particular, haciendo que el color azul se asemeje al color del mar por las noches.
—Gracias por el consejo, pero paso. —mis palabras están acompañadas por un sabor amargo que se queda en la punta de mi lengua.
Así es como sabe la infidelidad amiga mía. Amarga.
¿Qué tiene que ver Trent en todo esto de todas formas?
—No era un consejo, Aubrey. —replica arrugando el ceño tanto que pienso que se le deformará la frente.
—¿Ah no? Pues lo parece. —respondo con una burla que no va más allá de mis palabras.
Algo me dice que tocar sus botones no es lo mejor que hacer si quieres seguir viviendo, pero tampoco puedo evitarlo. La situación en si me parece algo surrealista.
La sonrisa que surca la comisura de sus labios me toma desprevenida, haciendo que casi sonría yo también aunque no sé porqué. ¿Es este el efecto de después de tener una crisis existencial? Porque si es así tendría que hacer lo posible por evitarlas.
Él echa algunas cosas más a la sartén en las que no me fijo por estar fijándome en sus dedos y sus anillos. De cerca puedo distinguir los números romanos que decoran el de su dedo anular.
Antes de seguir indagando en sus anillos mi lengua se mueve por si sola.
—¿Me vas a decir ya lo que estás haciendo? Son las dos de la mañana y no creo que no tengas una casa en la que preparar tus brebajes. —murmuro levantando las cejas.
Mis ojos violetas van directamente a los suyos, y por primera vez en mucho tiempo no siento pudor ni incomodidad en tener a alguien que no sea de mi círculo familiar viéndolos.
—Es un té para tu garganta. Mi abuela solía hacerlo cuando nos poníamos enfermos. —responde con simpleza echando cinco terrones de azúcar en la taza.
Mi ojos perplejos no dejan pasar el detalle de que sabe exactamente la cantidad de azúcar que le pongo al té y al café.
—¿Has ido al supermercado a comprar los ingredientes para hacerme un... té?
Decirlo en voz alta suena más absurdo de lo que probablemente es. Y puede que bonito. Si no le fuese a echar algo raro al té por haberlo rechazado antes.
—Existen supermercados veinticuatro horas abiertos. —responde en otra mofa.
—El más cercano queda a cuarenta minutos en coche. —murmuro en un tono de obviedad opacando mi desconcierto.
—Siento haberte hecho esperar. —no es una disculpa de verdad, pero sus palabras tampoco tienen una burla detrás.
Muerdo mi labio inferior siendo incapaz de formular alguna respuesta. Por más que sepa que su presencia es una amenaza a mi bienestar no puedo evitar sentir curiosidad por lo que sea que está preparando.
Tampoco es como si pudiera envenenarme o drogarme, ¿No? Literalmente lo está preparando delante de mí.
—Te tengo que caer jodidamente bien si realmente estás dispuesto a todo eso por mi. —murmuro con una sonrisa.
Mis palabras claramente están siendo una broma que él no coge por cómo se arrugan sus labios.
O tal vez solo tenga muchas ganas de meterse entre tus bragas. Casi quiero resoplar por mis palabras internas.
Jamás dejaría que mis impulsos fueran tan lejos. Por más bueno que esté.
—Como no tienes idea. —susurra más para si mismo antes de apagar la estufa y darse la vuelta con sus facciones endurecidas.
Es entonces cuando mis pulmones se oprimen por haber percibido un atisbo de su olor al girarse. Nota mental: buscar la manera de no respirar cuando esté cerca de Eros.
—Me gustas. —las palabras salen de sus labios con aspereza, como si fueran balas que pretenden perforarme el corazón. No es definitivamente el tono que alguien usaría para confesarse a la chica que le gusta.
Mi cuerpo está petrificado y mi estómago se revuelve mientras intento digerir sus palabras. Yo...¿Le gusto? Quiero decir. Es algo bastante obvio viendo cómo se lanzó a mis labios en los camerinos o cómo me arrastró a una cena con él. Cena en la que agredió a un chico por insinuarseme. Pero escucharlo de sus labios es muy diferente. Casi como escuchar la sentencia de un castigo o de eso que te llevará a la ruina.
Un par de minutos después en los que él vierte el té en la taza mi cuerpo se relaja al entender mejor la situación.
Le gusto físicamente. Le gusta mi cuerpo, mis tetas, mi culo, no yo en general. No como para tener una relación, y he tenido muchos de esos en un pasado así que el hecho de que Eros sea el que me lo diga esta vez no cambia nada. Solo consigue que mi autoestima suba un par de peldaños más.
Mismos peldaños que voy a bajar la noche de mañana cuando me dé otra crisis, pero, ¿Qué más da? A este punto ya estoy más que acostumbrada a mis altibajos.
—Supongo que es bueno. —él curva sus labios en una sonrisa para nada amigable.
Por un momento quiero averiguar sobre el cambio brusco de su buen humor de antes, pero lo que dice después me hace pestañear más confundida que antes.
—Puede ser de todo menos bueno.
Mis ojos siguen sus movimientos cuando vierte el líquido de un marrón muy claro en la taza y lo remueve.
Luego pestañeo un par de veces desviando mi atención a sus ojos. No está bromeando, pero sus rasgos han vuelto a esa neutralidad que tanto estoy empezando a odiar.
—Bebe. —habla sosteniendo la taza frente a mi mientras yo estrecho los ojos en el humo que sale de la taza. —No era una jodida petición. —continúa al ver que no planeo coger la taza.
—Está ardiendo. —escupo entre dientes bajo el azul de sus ojos que ahora me miran descontentos.
Pienso que en cualquier momento me lanzará el líquido ardiente a la cara, pero en vez de eso hace algo que nunca me imaginé ver.
Él frunce sus labios y empieza a soplar el líquido mientras lo remueve con una cucharilla de metal. No puedo evitar que mis comisuras tiemblen en el intento de aguardar una sonrisa que la escena me provoca.
—Gracias. —murmuro cuando vuelve a ofrecerme la taza.
Sigue ardiendo como la mierda pero aún así me las arreglo para cogerla y darle un sorbo no queriendo jugar más con su paciencia.
Sus ojos no dejan de mirar con demasiada atención cada cosa que hago, yendo de mis labios a mis ojos como si estuviera buscando algo.
Estoy atenta a la reacción de mi cuerpo al darle otro sorbo como una forma de asegurarme de que no le hubiera puesto nada. Es dulce con un toque amargo por el limón y pica como la mierda, pero no me quejo, ese mismo picante hace que el dolor de mi garganta desaparezca un poco.
—Está bueno. Gracias. —musito con mis mejillas a punto de enrojecerse por la intensidad de sus ojos. ¿Siempre mira así a todo el mundo?
Él sigue observando mi rostro ignorando mi existencia y todo lo que hay a su alrededor. Empiezo a dudar que siquiera me haya escuchado.
—¿Por qué haces esto? —pregunto de la nada sabiendo que me estoy arriesgando a obtener una respuesta que no quiero escuchar. O una en general.
Sé que es de esas personas que si no quieren responder a algo, por más que insistas, no lo harán.
—Ya te lo dije antes. Me gustas. —mi corazón da un vuelco por la obviedad con la que responde. Como si mi pregunta estuviera totalmente fuera de lugar.
—Tengo novio. —respondo sin ser capaz de mirarlo a los ojos. Él sólo sonríe divertido sacando a relucir su perfecta dentadura.
—¿Trent? —pregunta con una burla que me hace arrugar el entrecejo. —No me jodas Aubrey. ¿Sabes? —de un momento a otro tengo a sus dedos escondiendo un mechón de pelo detrás de mi oreja. La diversión que detonaban sus ojos se ha ido para darle la bienvenida al frío de su mirada. —Te enseñaré lo que es tener un novio de verdad. —murmura en mis labios sin abandonar mi cabello.
Su aliento entremezclándose con el mío hace que quiera cerrar los ojos y sumergirme dentro de una caja donde solo pueda olerlo a él.
—¿Qué? —suelto en una exhalación, olvidando casi todo lo que me ha dicho segundos atrás.
Estoy muy ocupada recordando cómo respirar sin desfallecer como para acordarme.
—Nos vemos el lunes. —es todo lo que dice antes de plantar un beso en mi mejilla.
—¡Espera! —consigo gritar en un susurro cuando tiene su mano en el pomo de la puerta ignorando el ardor de mi mejilla.
Luego trago el nudo de saliva que se ha formado en mi garganta, preparándome para hablar sin que se note mi temor.
—Por favor, no le hagas daño. A Trent. No... No lo mates.
Mi estómago se retuerce de los nervios al ver su sonrisa.
Soy consciente de lo jodidamente surrealista que es pedirle al tío que horas atrás ha destripado a alguien y luego ha venido a hacerte un té de madrugada que no mate a tu novio, pero jodida mierda, necesito una guía de cómo evitar todo esto. De cómo evitar a Eros.
Algo me dice que ni la policía ni cualquier otra autoridad humana será capaz de eso.
—Descuida. No lo haré. No le hago daño a mis amigos. —responde con un guiño antes de terminar de marcharse.
Justo cuando la puerta se cierra en un clic me desplomo apoyando mis manos temblorosas en la encimera, observando la taza como si ésta tuviera las respuestas a todas las dudas de mi cabeza.
No las tiene, pero lo que si puedo asegurar es que hoy he tenido la noche más extraña de toda mi vida.
Termino por beberme el té delante de la televisión reanudando el episodio de desastres estéticos.
A cada sorbo que doy el ardor de mi mejilla se intensifica hasta que se hace insoportable y rozo mis dedos en aquel lugar. Lo único que evita que imagine sus labios una vez más es la vibración del móvil al recibir una nueva notificación. Es una solicitud de seguimiento en Instagram, pero antes de que pueda desbloquearlo mis ojos caen en la fecha que ocupa la parte de arriba de la pantalla. 09/02/2015.
El resto de la noche no dejo de pensar en la secuencia de números que encontré en los baños, buscando el posible significado de aquello. Mi insomnio se vuelve peor y los rápidos latidos de mi corazón apenas me dejan respirar con normalidad. Es como si estuviera inquieta por algo, pero no sé de qué, y cuando intento desbloquear las memorias de aquel día un dolor de cabeza me arranca un jadeo adolorido.
Quiero pensar en que mañana será un buen día, pero detesto los domingos mucho más que los lunes.
Eros
Repiqueteo mis dedos contra el volante del coche mientras voy de camino a la casa que comparto con los chicos. No he podido sacarme de la cabeza la forma en la que sus labios se curvaron en una sonrisa burlesca haciéndome olvidar su reacción cuando le admití que me gusta. Me hace ansiar ver su sonrisa al natural, una de verdad, sin burlas ni risitas. Me hace ansiar tener hasta lo más asqueroso que su cuerpo pueda darme. Me hace ansiar todo de ella mucho más de lo que ya lo hacía antes.
Mierda. Todo esto está yendo mucho más rápido de lo que pensaba. Ella definitivamente destrozaría el poco autocontrol que me queda y los pocos límites que me he puesto, pero si esto es lo que la gente llama enamorarse entonces estoy más que listo para dejarme caer. Aunque ella no esté en la misma fase que yo. Tengo que trabajar más en eso.
Por alguna extraña razón que aún desconozco ella se empeña en aferrarse a Trent, así que mis planes de desahogarme con su cara van a tener que ir al hombre que tengo en el maletero. No como si me hubiera olvidado que estuvo acechándola de todas formas.
Una vez estaciono el coche me bajo y abro el maletero. Los ojos del hombre se abren con horror al verme, luego empieza a soltar palabras sin sentido que se quedan en el calcetín mientras se remueve como un gusano. Eso me hace soltar una carcajada.
—Arriba. —le digo antes de cogerle de las muñecas y obligarlo a estabilizarse en el suelo a pesar de que lleva los tobillos amarrados.
Después lo coloco en mi hombro y camino hacia la puerta de la casa ignorando sus gritos ahogados y los golpes que se quedan en el aire.
Del otro lado de la puerta una tenue luz que viene desde la cocina me recibe, y antes de que de un paso más la cara de Nik sale entre la oscuridad con un trozo de pizza en una mano. Sus ojos curiosos caen en el hombre que grita con más fuerza que antes.
—¿Puedo mirar? —pregunta Nik tras darle un bocado al trozo de pizza señalándolo con la cabeza.
—No. —respondo girando sobre mis talones.
Después empiezo a caminar hasta la puerta que da con nuestro sótano.
Echo una rápida mirada por encima de mis hombros al escuchar unos pasos.
—He dicho que no. —protesto con una mirada severa, él solo mueve los hombros con una sonrisa ladina.
—De todas formas no tengo sueño.
—Ponte a ver una serie.
—Nah, esto es mejor que cualquier serie. —responde lamiendo sus dedos.
—Está bien. Pero ni una sola palabra de esto a Adrik. —murmuro bajando los escalones con él siguiéndome los pasos.
—¿Un secreto entre los dos?¿Eso quiere decir que soy tu nuevo mejor amigo? —pregunta con una sonrisa socorrona a mis espaldas.
—No. Quiere decir que si hablas de más te corto la lengua. —digo tecleando el código en la pantalla colgando a un lado de la puerta.
—Mejores amigos para siempre será entonces. —tras un clic la puerta se abre y los dos nos adentramos a la sala oscura. —No se lo digas a Adrik. Puede ser algo envidioso a veces. —continúa antes de encender las luces.
El suelo de mármol blanco parece brillar más que nunca. Todas las herramientas están meticulosamente puestas en su lugar y las paredes blancas están decoradas con algunos de mis cuadros o las esculturas que hago con los huesos sobrantes de los cadáveres.
—Átalo a las cadenas. Voy a buscar los alicates. —murmuro dejando caer el cuerpo del hombre al suelo de una forma brusca.
Mis ojos van a la grieta que se ha hecho en el suelo por eso, pero tengo demasiada prisa como para prestarle más atención ahora.
En cuanto antes termine antes podré volver a verla, y con un poco de suerte esta noche se despertará y me enseñará sus ojos una vez más.
—Pensé que solo iba a mirar. —habla Nik a mis espaldas levantando las cejas.
Resoplando le doy una mirada de soslayo. Le cuesta mover el culo hasta para respirar.
A veces creo que todos esos músculos que tiene son falsos y no por ir a sus entrenamientos y al gimnasio como él tanto dice.
—Si lo haces te pagaré una semana en el buffet de la cafetería. —sus ojos se encienden al momento de escuchar buffet y cafetería.
—Dos.
—No me jodas Nik. Solo tienes que atar sus manos a las cadenas. —replico cogiendo los alicates y una navaja con el mango rojo y la punta plateada. Esta es nueva.
—Si, pero no tienes en cuenta todo lo que hay desde aquí a las cadenas, y el hombre no pesa poco precisamente.
—Como mierdas sea, pero date prisa.
Por último cojo un pequeño recipiente con ácido y me lo guardo en los bolsillos de los vaqueros.
Al tenerlo en frente le quito el calcetín lanzándolo a un lado, entonces él empieza a toser dejándose la garganta en ello mientras Nik detrás nuestra se sienta en una de las mesas de metal con una sonrisa que bien podría deformarle la cara.
—Por favor. No me ha...
—Ahórratelo. —le interrumpo acercándome hasta que los dos estamos a muy pocos centímetros.
Una aspiración es lo único que necesito para oler su miedo. Una mezcla de sudor y... ¿Eso es pis? Joder, ni siquiera he empezado.
—Me vas a decir qué hacías espiando a Aubrey antes de que te arranque los ojos y te los haga tragar. —murmuro sin molestarme en esconder la sonrisa que adorna mis labios.
—¿A quién? —pregunta Nik arrugando el ceño.
—También me lo puedes decir después. Aunque tu lengua será lo próximo que arranque, así que no sé cómo te las arreglarás para hablar. —mi voz ahora sale menos amistosa que antes.
—¡No! No Por Dios. Yo. Yo solo hacía mi trabajo. Por favor no me haga daño. Por favor. —mis facciones decaen en una mueca mientras en mi cabeza sopeso la idea de alguien queriendo hacerle daño a Aubrey. O alguien más queriendo tener algo con ella.
Sea como sea cualquiera de las dos opciones me saben a mierda. La primera más que la segunda.
La sangre comienza a correr con más fervor por mis venas haciendo que pierda todo el autocontrol al intentar sacarle más respuestas al hombre frente a mí.
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