013
Aubrey
Cierro la puerta con un resoplido. Llevo cinco minutos buscando un baño en el que poder limpiarme toda la mierda que llevo encima.
La siguiente que abro es un baño de chicos por los urinarios colgados en la pared, pero me sirve. Me asombra ver que está en buen estado, incluso hay papel. Arranco un trozo y lo humedezco en el lavabo antes de pasarlo por mi cuello y rostro, las únicas manchas de las que no me puedo deshacer del todo están en mi ropa, pero algo es algo.
Mis labios no han dejado de hormiguear ante el recuerdo de...de eso que no quiero ni mencionar. El peso sobre mis hombros ha crecido, pero aún así no puedo sentir mi cuerpo, lo siento entumecido.
Es en este momento cuando creo en las palabras de Henrik acusándolo de llevar veneno por dentro, uno que bebí encantada y por voluntad propia, uno que sigue adormeciendo mi cuerpo implantando una nueva necesidad que no quiero. Tengo que alejarme de él lo antes posible, cambiarme de universidad otra vez si hace falta.
Entro a uno de los cubículos para hacer mis necesidades y vuelvo a lavarme las manos. Mis ojos descubren una secuencia de números en la esquina del espejo escrita con lo que parece ser pintalabios. 08022015.
Miro los números con detenimiento, queriendo indagar en porqué alguien mancharía el espejo con semejante tontería. Después muevo los hombros y me preparo mentalmente para salir y afrontar la cruda realidad de mis estúpidas decisiones. Estúpida Aubrey toma estúpidas decisiones. Tiene sentido.
Abriendo la puerta me encuentro con su cara de pocos amigos y sus brazos cruzados sobre su pecho, resaltando algunas venas por encima de sus tatuajes. Mierda. Piensa algo rápido.
—¿Qué hay? —suelto con una sonrisa más que forzada haciendo que su ceño se frunza aún más. —Bueno, yo ya me iba. —respondo antes de hacer el amago de pasar por su lado, pero antes de dar un paso más mi muñeca vuelve a estar atrapada en sus dedos y me acerca a su pecho.
Mi cuerpo empieza a reaccionar ante su olor similar a cuando las páginas de un libro se queman entremezclado con algo parecido a canela o jengibre.
—Creí que fui muy claro contigo, Aubrey. —murmura acariciando mi pelo con una mano mientras con la otra me sostiene frente a él.
Su gesto en vez de ser cariñoso me parece amenazante, como si en cualquier momento fuera a coger un puñado de mi cabello y tirar de el.
—Me tengo que ir, Eros. —respondo con la garganta seca, esperando que con decir su nombre sea suficiente para alejar lo que sea que esté pensando ahora mismo, porque como la mierda que no quiero enfadarlo después de haber visto lo que vi hoy.
Sus labios se curvan hacia arriba por un milisegundo y su mano va hacia mi cuello formando una especie de collar.
—No me gusta que me desobedezcan. —habla tras humedecer su labio inferior.
Ese gesto y tener sus dedos tocando mi piel hace que apriete mis muslos de forma casi inconsciente. O tal vez no tan inconsciente.
—No puedo ir contigo. —replico con un leve titubeo.
Él vuelve a arrugar su entrecejo a la vez que pasa sus dedos por el hueso de mi mandíbula.
—¿Por qué no? —su genuina confusión me hace pensar que está peor de lo que pensaba.
—Uno, acabas de matar y destripar a alguien. Dos, no te conozco de nada. Y tres, eres un asesino. —hago un esfuerzo por no gritar a lo último, pero de todas formas mi cara refleja el resto que no le he dicho ni le pienso decir por el bien de seguir con vida.
Siento un camino de hormigas sobre la piel de mi cara cuando aleja sus dedos.
—Yo tampoco te conozco de nada y aún así me estoy arriesgando. Quién sabe si me acuchillarás en cualquier momento, o intentarás envenenarme. —responde con una sonrisa jocosa importándole nada y menos el que hubiera dicho que es un asesino. No sé porqué no me sorprende.
—Permíteme que lo dude después de ver lo que vi. —refuto con una sonrisa irónica. Él suelta un resoplido y me mira.
—Es como un juego. No es como si el otro idiota no supiera que hoy era su última noche. —murmura haciendo que los pelos de mi nuca se ericen por su indiferencia al hablar. Como si no tuviera nada por dentro.
Y es que aunque tenga razón, ¿Quién tiene tan poco corazón para hablar así de la vida de otro ser humano?¿Un juego?¿A cuántos ha matado ya?
Joder, pensar en eso hace que se me revuelvan las tripas. Y aún así lo besaste cuando estaba bañado en la sangre del otro. Muerdo mi labio inferior con fuerza, queriendo alejar mis propias acusaciones lejos de mi cabeza.
—No soy algún tipo de asesino serial o algún desequilibrado mental, Aubrey. No te voy a matar. —lo que dice sigue sin tranquilizarme. Sigue sin hacerme sentir menos sucia y retorcida.
Sus labios siguen moviéndose diciendo algo que no puedo escuchar por el latir furioso de mi corazón, mi estómago sigue revolviéndose, mis tripas enredándose entre si con la promesa de echar lo poco ingerido hoy por el retrete.
Hasta que sus labios se unen a los míos en un beso que dura apenas cinco segundos, pero aún así en esos cinco segundos es capaz de estabilizarme, como si sus labios fueran el escondite que he necesitado todo este tiempo, ese aire fresco que entraba por tu ventana después de un día caluroso de verano solo para remover todas las hojas de tu escritorio tirándolas al suelo.
Mis pies, antes estancados en el suelo, comienzan a moverse cuando tira de mi brazo llevándome hasta un garaje esquivando los cuerpos de los demás y esta vez no me opongo queriendo echarle la culpa a él y su problema para aceptar un no por respuesta.
No sé una mierda de coches, pero sé que el deportivo que tengo frente a mi debe valer el doble de lo que vale mi casa. Un sonido indica que las puertas están desbloqueadas, y justo cuando voy a abrir una de los asientos traseros él abre la que está al lado del piloto y me hace una seña con la cabeza.
Con un suspiro agacho la cabeza para poder meterme dentro. Pego un salto en el sitio cuando sus dedos se acercan al cinturón que está a mi lado y él sacude la cabeza con una sonrisita antes de abrocharme el cinturón e ir al otro lado del coche. El motor del coche me distrae de mi inspección de su interior, y en un minuto ya estamos en carretera de camino a quién sabe dónde.
—¿Adónde vamos? —pregunto con las manos sujetando las tiras de mi bolso cruzado como quién se aferra a un rosario cuando ve al demonio.
—A dar un paseo. —responde con ironía mientras sus labios se curvan hacia arriba.
—¿No me lo vas a decir, verdad? —él niega con la cabeza acelerando la velocidad del coche hasta que mi asiento empieza a vibrar ligeramente.
Después mi móvil comienza a vibrar dentro del bolso con una llamada que no dudo en coger.
—¿Dónde estás? No me digas que te has quedado encerrada en el baño. —la voz juguetona de Henrik me recibe enseguida.
—No. Lo siento, me encontraba mal y he pillado un taxi a casa. No quería molestar.
—Tu nunca molestas. Lo sabes. —sonrío aunque no pueda verme. —Avísame cuando llegues. Y mejórate.
—Gracias. Nos vemos. —respondo antes de finalizar la llamada.
Luego voy a nuestro chat programando un mensaje para dentro de veinte minutos diciendo que estoy en casa. Por el camino vuelvo a encontrarme con nuestro chat, haciendo que mis párpados ardan y las palabras martilleen en mi cabeza hasta hacerse un hueco a mi cerebro.
—¿Con que taxi, hm? —las palabras de Eros a mi lado hacen que desvíe mi atención hacia él, fijándome primero en su sonrisa ladina. ¿Por qué siempre sonríe? —Puedo ser tu chófer de todas formas.
—Gracias. No. —murmuro al aire bloqueando la pantalla del móvil.
Suelto un jadeo cuando el coche hace un tirón hacia delante como indicio de que sigue subiendo la velocidad. Clavo mis uñas en el asiento sintiendo la bilis subir por mi garganta.
—¿N-no crees que vas muy rápido? —musito haciendo un esfuerzo por no mirar a través de la ventana.
—No. ¿Por qué? —como respuesta le dedico una mirada fulminante que él toma como algo divertido.
El coche poco a poco se va deteniendo junto a los latidos de mi corazón. Después aparca el coche en una plaza de garaje que hay frente a un restaurante que por fuera grita caro a voces.
Mis manos torpes hacen que tarde más de la cuenta en desabrocharme el cinturón, y para cuando quiero abrir la puerta él ya lo ha hecho y me extiende una mano para ayudarme a bajar. Si no fuera tan difícil salir de esta máquina no la hubiera aceptado.
Él no me suelta una vez que estoy en pie, sino que enreda mis dedos con los suyos y no puedo evitar fijarme en ellos, la diferencia de tamaños es notable y sus anillos rozan mi piel haciendo que unos escalofríos desagradables me hagan alucinar al pensar lo bien que encajan.
Detrás nuestra unos pasos me hacen girar la cabeza, tres hombres nos siguen de muy cerca con un semblante que da miedo y una pistola asomando por sus pantalones.
—¿Quiénes son? —pregunto en voz baja, como si de esa forma no me fueran a oír. Él echa un vistazo por encima de sus hombros antes de subir los escalones hasta la entrada.
—Mis guardias.
¿Guardias? Arrugo el ceño buscando las razones por las que tenga que necesitar estar escoltado las veinticuatro horas del día. ¿Quién es su familia realmente?
Inclino mis labios hacia arriba a modo de respuesta cuando me sostiene la puerta del lugar para que pase. El chico tiene modales.
Dentro mis zapatillas pisan una alfombra roja, recordándome en menos de un segundo lo mucho que desentono en estos sitios.
El suelo es de un mármol brillante, las mesas redondas tienen unas velas y otras decoraciones sobre el mantel de seda, los asientos se ven tan delicados que te dan ganas de sentarte en el suelo y las decoraciones de los ventanales son visibles incluso de noche.
Solo estamos nosotros dos y sus tres gorilas, hasta que un camarero con un uniforme más elegante que el vestido que usé para mí graduación se acerca a nosotros con una sonrisa. Son casi las once de la noche, ¿Qué hace este sitio abierto a estas horas?
—Buenas noches. Sean bienvenidos a Trattoria L'incontro. Por favor siéntense donde prefieran. —su acento italiano hace que su voz me resulte más irritante de la cuenta. Odio cuando la gente se fuerza a hablar como si fueran muñecos de televisión.
—Gracias. —digo antes de que se vaya con esa sonrisa de plástico aún en los labios.
—¿Donde te quieres sentar? —muevo mis hombros echando un vistazo a mi alrededor.
Tras dar un leve apretón a mi mano nos lleva a una mesa para dos. Quiero resoplar cuando aleja la silla para que pueda sentarme.
Él se sienta frente a mi, sus ojos no dejan de escrudiñarme mientras cojo el libro envuelto en una tela de cuerdo suave y empiezo a leer los diferentes platos sin entender una mierda apenas.
Abro los ojos más de la cuenta al ver lo que cuesta una simple ensalada. Treinta y cuatro dólares por unos trozos de lechuga. Tienes que estarme jodiendo.
Pasando la hoja encuentro lo que creo que es la sección de pastas por las palabras bolognese y carbonara.
Si pensé que las ensaladas eran caras para pagar un plato de estos necesitaría vender un riñón.
—¿Saben ya qué van a pedir de beber? —la voz del chico de antes hace que levanté mi cabeza de la carta. Sus ojos están fijos en mi, pero sé que al que se esté refiriendo muy probablemente sea a Eros.
—Un vaso de agua para mí. —respondo no atreviéndome a preguntar si tienen Coca Cola.
Él mueve la cabeza escondiendo una sonrisa y alejando sus ojos de los míos.
Después se dirige a Eros. Su expresión cambia a una menos amable y sus ojos se estrechan recelosos.
—Otro vaso de agua. —responde él de la misma forma.
Trago saliva sintiendo el aire a nuestro alrededor más espeso. Solo cuando el chico se va puedo respirar un poco mejor ignorando el silencio incómodo que se cierne sobre mis hombros.
El azul de sus ojos no se pierden ni un solo detalle de cómo mis uñas se estampan contra el cristal de la mesa que hay por encima del mantel o de cómo mi diente atrapa mi labio inferior en un intento de regular mi respiración y no dejar que los nervios me carcoman.
Decidiendo centrarme otra vez en la comida pienso en pedir spaghetti alla carbonara, no es como si fuera a pagar un dolar de todas formas.
Debería aprovechar para dejarlo sin un centavo, pero no entiendo la mitad de la carta y no me quiero envenenar.
Tuerzo mis labios en una mueca cuando el mismo camarero de antes se aproxima con una bandeja de plata, encima hay una botella de cristal que se asemeja más a una urna elegante para un muerto y dos vasos que deja sobre unos posavasos encima de la mesa. ¿Es que no hay nadie más trabajando o qué?
—Gracias. —musito con un indicio de sonrisa a la vez que él vierte el agua sobre mi vaso. Ignorando la existencia de Eros frente a mi.
Por su mandíbula tensa sé que no está contento con la situación, pero tampoco dice nada. En ese momento recibe una llamada que coge a regañadientes al ver la palabra asistente en mitad de la pantalla.
No se molesta en alejarse mientras el camarero espera pacientemente a que termine de hablar para tomar nuestra orden, en ningún momento el chico deja de echarme miradas de reojo. Eso me incomoda, no me gusta cuando intentan flirtear conmigo de una forma estúpida, prefiero que vayan al grano.
—¿Tienes planes para mañana? —habla en casi un susurro de un momento a otro con una sonrisa y yo pestañeo un par de veces asegurándome de que he escuchado bien.
—Hm...Yo... —antes de seguir el carraspeo de Eros me interrumpe.
Como si se hubiera dado cuenta de su presencia la cara del chico a mí lado palidece algunos tonos antes de girarse hacia él.
—¿Qué van a pedir de comer? —musita con sus labios estirándose lo máximo posible en una sonrisa tensa.
—Una insalata caprese y un risotto alla milanese e aragosta. —responde Eros relajando sus hombros con una sonrisa detrás de sus labios. Su acento al pronunciar las palabras es casi exquisito.
Después la atención del joven chico se torna hacia mi, todo rastro de interés habiéndose esfumado de su rostro.
—Espaquetis a la carbonara, por favor.
Cuando el camarero desaparece por una puerta de madera la incomodidad vuelve dejando un silencio incómodo, aunque no puedo decir lo mismo sobre él.
Su cara es una máscara neutra, ni siquiera cuando sonríe soy capaz de ver qué hay realmente dentro de su cabeza, así que tal vez esta esté siendo la noche de su vida igual que puede ser la peor cita-no-cita en la que haya estado.
—Iré a lavarme las manos. —asiento con la cabeza esperando el momento en que lo tuviera lo suficientemente lejos como para replantearme llamar a un taxi e irme.
Aunque por los dos hombres que custodian la entrada sé bien que no es una buena idea. Mis ojos caen en el teléfono móvil que reposa encima de la mesa frente a mi, y la necesidad de saber quién era la persona que estaba al otro lado del teléfono me hace mover la pierna en un tic nervioso. ¿Es algún tipo de CEO?
Siempre he sido una persona que se mantiene al margen cuando ve un coche de policía estacionarse a un lado de la calle o a dos personas estando a punto de tirarse de los pelos, no me parece lo suficientemente entretenido como para detener la música de mis auriculares y ver más.
Pero ese alboroto dentro de mi cabeza que sigue provocando mi intriga por Eros crece a cada día más, haciendo que vea esos ojos azules hasta en la mampara de la ducha cuando me estoy bañando.
En un principio pensé que se había interesado en mi hermana y por eso comenzó a darle clases de bioquímica, es bastante obvio que alguien como él no haría ese tipo de favores sin obtener nada a cambio.
No fue hasta que me fijé en su forma de mirarme, como si estuviera muerto de sed y yo fuera la única botella de agua al alcance, cuando sospeché que estaba detrás mío y utilizaba a Alana para llegar a mi de alguna forma. Y luego su manera de arremeter contra mis labios pasando por encima del hecho de que Trent y yo estábamos juntos me confirmó que tal vez le gustara para pasar una noche entretenida. Y estaba muy equivocado si pensaba que cedería a sus mierdas.
Pero aún así hay algo que no me deja respirar tranquila cada vez que estoy a su lado, es como si con una sola mirada fuera capaz de desnudar todos mis secretos y convertirlos en algo mágico y puro, todo lo contrario a lo que de verdad son.
Quiero saber quién es realmente, las cosas que oculta, descubrir su verdadera faceta.
Justo cuando mis dedos están a punto de rozar su móvil escucho una puerta a mis espaldas y las pongo sobre mis pantalones cortos limpiando el sudor en el. No puedo evitar fijarme en las pequeñas motas rojas que manchan su camiseta de un gris oscuro.
—Deberías replantearte lo que llevas por las noches. Vas a pasar frío.
Con el ceño arrugado desvío mi atención a sus ojos y dibujo una sonrisa irónica antes de responder, ignorando los acelerados latidos de mi corazón que me dicen que algo no va bien.
Claro que algo no va bien, el chico tiene la camiseta llena de sangre. Digo para mis adentros en un tono de obviedad.
—De acuerdo, papá. —sus facciones se endurecen marcando aún más su mandíbula.
—Lo digo en serio. Que no te extrañe que después estés enferma como la mierda.
—No tengo ropa de invierno casi. —no sé porqué digo eso, no necesito estarle dando excusas de porqué me visto como lo hago, pero aún así siento la necesidad de justificarme.
Tal vez porque no quiero que los demás piensen que tengo tan poco sentido de la supervivencia. A buena hora.
—¿Y eso por qué? —pregunta con la cabeza a un lado. Su voz aguarda una curiosidad genuina que casi me hace sonreír.
Un momento está destripando a alguien y otro está preguntándome por mi armario como si fuéramos viejos amigos.
Paso mi lengua por mi labio inferior buscando una respuesta válida que darle. En eso otra puerta vuelve a abrirse, suponiendo que esta vez sea el chico de antes dejo la conversación llegar a su fin.
En sus manos tiene un gran plato con la ensalada que pidió Eros antes. Arrugo el ceño cuando con manos torpes casi deja caer el plato al dejarlo en el centro de la mesa y una gota de sangre va a parar al mantel.
Alarmada levanto la mirada y un jadeo despavorido se me escapa al ver la cinta ensangrentada que cubre sus ojos. Una gota se desliza hasta caer por su mejilla. Su nariz está hinchada, con la piel ligeramente levantada hasta poder llegar a ver el cartílago debajo, y la comisura de sus labios tienen restos de sangre.
—Estás despedido. —su voz tranquila me eriza los pelos de la nuca.
El nudo que tengo en mitad de la garganta aumenta cuando el chico en vez de responder hace un sonido estrangulado antes de salir del lugar ayudándose de los muebles que se encuentra en el trayecto, tropezando un par de veces.
Un escalofrío hace que mis dedos sobre mi regazo empiecen a temblar ligeramente y clavo mis ojos en ellos no queriendo levantar la cabeza.
—¿No comes? —levanto la cabeza lo suficiente como para verlo coger un trozo de la ensalada y ponerlo en su plato.
Sus movimientos llenos de gracia me recuerdan a Eva.
Ambos tienen esa delicadeza que probablemente usen hasta para limpiarse el culo al cagar, pero que no vi cuando estaba apuñalando a su contrincante un tiempo atrás.
Esa es su otra faceta. La sádica que disfruta bañándose con la sangre de sus enemigos y la que no pestañearía ni un segundo si tiene que ensuciarse las manos con quien sea.
—No me gusta el tomate. —murmuro sintiéndome a punto de echar las tripas en el plato vacío delante de mí por la forma en la que se retuercen en mi interior.
Aunque no está nada lejos de la verdad, puedo contar con los dedos de la mano las cosas que me gustan y de pequeña me acuerdo de mi madre quejándose por lo especial que era al comer.
—Voy al baño. —digo en un balbuceo, su indiscreta mirada va a mi camiseta corta que se ajusta a mis pechos provocando casi un pequeño escote.
—¿Te acompaño? —casi me atraganto con mi propia saliva al encontrarme con su sonrisa insinuante.
¿Está flirteando conmigo ahora? Oh mierda. Gran mierda.
—No. Será rápido. —me fuerzo a sonreír antes de salir con pasos rápidos a los baños guiándome por mis instintos.
Unos que me fallaron enormemente cuando dejé que Eros se metiera a mi vida. Aunque para ser sinceras no sé ni cuándo sucedió, ni porqué, ni cómo.
En el baño cierro la puerta maldiciendo que no tenga seguro y me pongo frente al espejo. Una de las pocas veces en las que me he fijado en mí persona es esta.
Siempre he creído que mi atractivo está en lo físico, en mi pelo blanquecino, mis labios lo suficientemente gruesos, el verdadero color de mis ojos o mis tetas, pero aún así nunca pensé que fuera para tanto como para que alguien se obsesionara conmigo. Si no fuera por mi palidez y color de ojos y pelo sería alguien más del montón. No tengo nada en especial aparte de mi defecto, así que no entiendo el arrebato de celos de Eros, a qué viene su fijación.
Él... él realmente fue capaz de hacer todo eso simplemente ¿Porque el chico me hizo una pregunta? No entiendo nada, pero que está incluso más jodido que mi sombra es un hecho, no quiero ni pensar el día en que se encuentren. ¿Quién acabará matando a quién? Mierda, estoy jodida.
Acerco mi cara al espejo buscando si algún poro de mi piel tiene un pequeño cartel que diga psicópatas, venid a mi o alguna mierda así, pero solo encuentro un pequeño grano en mi mejilla derecha que está a punto de sumarse a mis pesadillas.
Después mis ojos caen a algo rojo que mancha una parte del gran espejo, estrecho mis ojos ajustando mi vista en aquel lugar y puedo distinguir lo que hay escrito; 08022015. Él mismo número de antes escrito con un pintalabios rojo. Otra vez.
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