011
Aubrey
—Por favor. Déjame ir. Me duele. —mi voz es apenas un susurro, pero por mi expresión aterrorizada sé con certeza que estoy gritando.
Las lágrimas me empañan la vista, quiero apartarlas para ver con claridad lo que me espera a continuación. Odio las sorpresas, siempre pensé que lo inesperado te hace débil por robarte la oportunidad de la sabiduría y así poder actuar con antelación. Ellos lo sabían y les gustaba usar eso a su favor.
Mis ojos comienzan a esclarecerse, y con eso la imagen de unas pinzas me hacen gritar de terror. Esta vez no escucho nada, tampoco siento nada, pero sé que con cada minuto esa pequeña mota de esperanza se hacía más pequeña, día tras día encontraban las partes de mi corazón que reunía con tanto esmero cuando me autoengañaba por las noches y volvían a romperlas. Una y otra vez hasta el cansancio. Con los años pude reunir esas piezas y sostenerlas en su lugar, pero fue inútil, porque nunca volvió a ser lo mismo.
Siento que me ahogo, el aire se atasca en mi garganta sin darle tiempo a llegar a mis pulmones y las rápidas palpitaciones me producen un pitido desagradable en los oídos haciendo que junte los párpados con una mueca desagradable.
Mis fosas nasales se dilatan al reconocer ese olor a azufre encima de mi pero no quiero abrir los ojos, quiero creer que es un sueño, que todavía sigo en la pesadilla. No es real. No es real. No es real. Repito una y otra vez cogiendo las sábanas en un puñado con mis dedos agarrotados como si las mantas me fueran a dar la protección que necesito.
Me estremezco al sentir algo frío tocar la punta de mi nariz y el mantra se repite en mi cabeza más fuerte hasta que estoy casi hiperventilando.
—Abre los ojos, malen'kaya mysh'. —la cosa fría empieza a moverse hasta parar en la curvatura de mi cuello. Allí siento un leve pinchazo que me hace abrir los ojos espantada.
Sus lentillas es todo lo que encuentro en mi campo de visión, es entonces cuando me doy cuenta de que es real y la cosa fría y afilada es una navaja que sostiene con su guante. Una gota de sangre apenas perceptible con la luz de la luna se asienta en la punta de la navaja y abro los labios queriendo decirle que por favor no me haga daño, pero mi respiración es incluso más irregular que antes.
Me duele el pecho y temo que en cualquier momento vaya a perder la conciencia. La última vez que tuve un ataque de pánico fue meses atrás en una estúpida audición.
Él hombre mueve la cabeza hacia un lado, probablemente mirándome con un atisbo de burla y sus labios curvándose en una sonrisa mientras me ve desfallecer.
De alguna forma consigue arrancarme las sábanas de mis manos entumecidas y coloca dos dedos encima de mi pecho presionando con suavidad.
—Respira. —murmura presionando un poco más.
Mi cuerpo no lo escucha, pero oigo su voz al mismo tiempo que unos puntos negros hacen de la habitación una más oscura.
Al despertar todo me da vueltas y la cabeza me pesa más de lo que debería, con mis manos apoyadas en la cama saco las piernas de las sábanas. Mierda, necesito cambiar de pastillas o de colchón. Las pesadillas son cada vez peores, y no siendo suficiente con eso ahora también tengo sueños vívidos con él. Bueno, más bien pesadillas.
—Bienvenida. —levanto la cabeza tan rápido que por un momento tengo que pararme a ajustar mi visión.
Es él sentado en el puff cerca del escritorio con las piernas separadas y un móvil sobre su regazo.
Antes de poder hacer nada más se levanta y en un par de zancadas lo tengo delante de mi cubriendo mi boca. Todos los gritos que salen de ella irritando mi garganta más de lo que ya la tengo.
—Si de verdad quieres gritar y despertar a todos, puedo ayudar con eso. —habla muy despacio en una voz baja.
La burla e indiferencia en su voz siguen presentes, congelándome la sangre para después hacerla arder con el recuerdo de lo que provocaron sus dedos en mí.
No sé porqué mierdas me sonrojo, pero lo hago. Luego mis latidos se van calmando hasta que puedo respirar con normalidad, pero eso no hace que quite su mano de mi boca.
Cómo si un cubo de agua fría me hubiese caído encima regreso a la realidad donde tengo a mi pesadilla en carne y hueso casi encima de mi, aunque él ahora parece ausente, como si estuviera debatiendo entre hacer algo. Aprovecho eso para alejarlo de un manotazo y gateo hacia atrás apoyándome en el respaldo de la cama.
Por su figura robusta oculta bajo la ropa sé que no tengo alternativas si decide acorralarme, pero para mí sorpresa no lo hace. Solo me observa en el silencio de la oscuridad y yo trato que el miedo no consuma toda la valentía que su extraña actitud me está dando.
—Te doy cinco segundos para que te largues. No sé qué quieres de mi o qué mierdas buscas pero...
—¿Cómo te sientes? —interrumpe al mismo tiempo que la cama se hunde con su peso.
Incluso sentado su gran altura sigue siendo notable. Sus músculos se tensan bajo la camiseta de manga larga y su cuerpo está ligeramente inclinado hacia delante observándome de una forma que me eriza la piel, que me retuerce el estómago a pesar de tener sus ojos cubiertos, y mierda... Sabiendo lo que unas simples lentillas son capaces de hacer, me da miedo pensar en el día en que descubra sus ojos de verdad, porque no tengo ni idea de si podré soportarlo.
Tal vez me asesinaría el día en que llegue a ver su cara real. Puede que haya venido para raptarme y llevarme a algún lugar donde pudiera torturarme a gusto. Él me asusta hasta la mierda, y la forma en la que sus ojos me miran a través de las lentillas me da terror por la respuesta inmediata que ocasiona en mi cuerpo. Como si algo se estuviera intentando meter bajo mi piel causando unos cosquilleos desagradables en mis brazos y en la nuca.
Él sigue esperando por una respuesta que no pienso darle y yo desvío la mirada a su torso ignorando los músculos que parecen transparentarse con la camiseta. Es mejor que estar mirando la máscara todo el rato mientras espero a recuperar mi voz, aunque fijarme en su cuerpo solo hace que me tense con una idea más horrible que sus ojos. ¿Y si decide violarme? Qué tortura. Arrugo el ceño buscando con qué tono había soltado eso en mi cabeza.
Claramente eso sería un trauma más que añadir a mi lista, pero, ¿Por qué mi corazón ha dejado de latir con frenesí?¿Por qué estoy menos a la defensiva?¿Y por qué mierdas sigue en mi habitación? Estoy más jodida de la cabeza de lo que pensaba. Qué sorpresa.
Mis ojos le echan una mirada de reojo al móvil que sigue en la mesita de noche sopesando las probabilidades de poder llamar a la policía, y casi como si hubiera leído mi mente él habla con una voz más grave de lo usual, casi en una amenaza.
—Duérmete.
—Lo haré cuando te vayas a la mierda. Solo estoy esperando. —suelto con una ironía agria más que lista para recibir otra de sus bofetadas. Esta vez se la devolveré por el doble.
—Jodidamente duérmete, Aubrey. Son las tres de la mañana. —no puede levantar la voz, pero no le hizo falta reflejar lo autoritario de sus palabras.
—Si, y faltan treinta y tres minutos para la hora del diablo, o sea, la tuya. —digo con una sonrisa que se me borra al escuchar lo que sale de mi boca.
Cuando estoy nerviosa raramente pienso lo que digo, y ahora estoy jodidamente nerviosa.
—¿Pretendes que me vaya a dormir con un desconocido que intentó matarme y ahora tiene un cuchillo en mi habitación? No gracias. —continúo teniendo que levantar la cabeza para verlo.
Su silencio solo hace que el nudo de mi garganta crezca hasta casi cortarme la respiración, pero cuando su ronca carcajada retumba por las paredes desaparece dejando un hormigueo por mi garganta dejando mi cuerpo entumecido.
Luego saca un arma, en un acto reflejo meto la mano debajo de la almohada buscando mi spray de pimienta, los martilleos de mi pecho se hacen insoportables cuando extiende su mano ofreciéndomela. Al ver que no la cojo quita las balas y deja ambas cosas junto a la navaja en la mesita de noche.
Mis dedos se tensan alrededor del spray y tengo que hacer un esfuerzo por respirar bien al tenerlo tan cerca.
—No pretendo hacerte daño, pero no puedo prometerte que no vaya a hacerlo si no dejas de testear mi paciencia. —levanto las cejas y dejo la marca de mi cuello al descubierto adrede.
Él pone sus ojos en ella y casi puedo jurar que está sonriendo.
—Un simple recordatorio de nuestro acuerdo. —responde moviendo los hombros.
—¿Acuerdo? Ni en tus peores pesadillas voy a aceptar tu mierda. Maldito psi...
En un pestañeo lo tengo encima y su mano envuelve mi cuello apretando lo suficiente como para cortar mi respiración y mis palabras.
—Te recuerdo que no tienes ninguna jodida opción. —habla en un murmuro rozando la parte de los dientes de la calavera en mi oreja.
Abro la boca aspirando el poco aire que puedo, y en un intento de liberarme de sus dedos clavo mis uñas en su antebrazo quebrando la tela de su camiseta.
Él se pega más a mi cuerpo y es entonces cuando siento algo duro contra mi estómago que me hace ahogar un grito.
—Serás lo que yo te diga y harás lo que yo te ordene. Así de simple. —la calidez que deja en el lóbulo de mi oído al hablar me hace cerrar los ojos y dejar de luchar.
Cuando afloja sus dedos alrededor de mi garganta pienso que me soltará, hasta que pasa su lengua por la curvatura de mi cuello antes de morderlo.
Antes de colocarse la máscara puedo ver un atisbo de sonrisa en sus labios.
—¿Vas a obedecer o vas a hacer que te obligue? —hago el amago de asentir con la cabeza sin poder evitar empezar a toser como si la vida me fuera en ello al poder respirar con libertad otra vez.
Él pasa su dedo por mi mejilla antes de hablar.
—¿Cuál va a ser entonces? —pregunta moviendo su cabeza a un lado.
No queriendo pronunciar una palabra más me meto bajo las sábanas como respuesta.
Al apoyar la cabeza en mi almohada reprimo un quejido adolorido clavando mis dientes en mi labio inferior, evito mirarlo y solo cierro los ojos deseando nunca haber despertado en primer lugar.
Dormir era mi escapatoria favorita, pero no tengo el privilegio de hacerlo tanto como quisiera. Si no fuera por mi insomnio probablemente estaría el día entero durmiendo.
—Buenas noches. —murmura trazando mi labio inferior con su dedo dejando una sensación hormigueante, y yo cierro los ojos sin responderle de vuelta.
Sabiendo lo que es capaz de hacer no me atrevo a abrir la boca y arriesgarme a experimentar otro de sus arrebatos.
Él está jodido de la cabeza, lo sé. Cualquier cosa que haga y no le guste sería jugar con su paciencia y yo saldría perdiendo. Si lo frustro nada bueno me esperaría, también lo sé. Pero aún así quiero soltar lo que sea que se me venga a la cabeza para saber su reacción, quiero indagar en qué tan lejos sería capaz de llegar conmigo, como si las posibles marcas de mi cuello no fueran suficiente prueba de que jugar con juego quema. El problema es que eso no me detendría.
Sin embargo, cuando abro los ojos y lo veo nuevamente sentado en el puff soy incapaz de formar una sola palabra. No es la mejor de las ideas darle la espalda, pero su mirada tampoco me lo pone fácil. Cuando me muevo dándole la espalda me aseguro de taparme hasta arriba como si las sábanas fueran a protegerme contra él. Bueno, aquí tienes un adelanto Aubrey, esconderse bajo las sábanas nunca funciona para ahuyentar a los monstruos, mucho menos si el monstruo está sentado tan pancho observándote todo el rato.
El silencio incómodo y mi respiración es todo lo que consigo escuchar mientras lucho por mantener los ojos abiertos y no cerrarlos hasta que se vaya. En algún momento tendrá que irse.
Los minutos se me hacen eternos y no sé cómo consigo relajarme lo suficiente como para caer rendida en un sueño extraño.
No sé en qué punto de la madrugada se va, pero cuando despierto estoy sola en la habitación. Una parte de mi se siente aliviada mientras que la otra se queda decepcionada por tener esa espinita de qué hubiera pasado si clavada dentro.
Antes de levantarme de la cama le doy un rápido vistazo revisando que todo esté en su lugar, mis ojos caen en el escritorio y la bandeja con comida que hay encima. Con pasos titubeantes me acerco a la mesa disfrutando del frío en la planta de mis pies a pesar de estar enferma como la mierda, mi estómago ruge hambriento cuando lo poco que puedo oler se mete por mi nariz haciendo que me siente en la silla casi automáticamente.
Hago a un lado la ensalada de frutas y esparzo la mantequilla por uno de los gofres manchando mis dedos, y cuando estoy a punto de morder un trozo recuerdo que mis padres no están y Alana. Bueno, digamos que la cocina no es su fuerte, así que es imposible que haya hecho algo tan apetecible.
Poco después de dejar el trozo de gofre en el plato la pantalla del móvil se enciende con un mensaje nuevo.
Número desconocido: Come.
Es lo único que llego a leer antes de que se apague la pantalla sabiendo perfectamente a quién pertenece ese número. Apretando los dientes cojo el plato y lo acerco al contenedor de la basura. Justo cuando un trozo de fresa cae recibo otro mensaje.
Número desconocido: Ni se te ocurra.
Con la esquina de mis labios reteniendo una sonrisa termino por tirarlo todo a la basura usando sus advertencias para limpiarme el culo, como se merece.
La sonrisa solo me dura hasta que me doy cuenta de que estoy siendo observada, no hay otra forma para que supiera lo que estoy haciendo en cada momento, además, el acoso es primero de manual para psicópatas obsesivos como él.
Luego de dejar el plato vacío en la mesa bloqueo su número y me pongo a revisar cada uno de mis estantes buscando cualquier aparato electrónico. A lo largo de la mañana oigo la puerta principal cerrarse y sé que es Alana saliendo a algún lugar con sus amigos hippies. Al final llegó a la conclusión de que mi habitación necesita una limpieza urgente y de que el psicópata es jodidamente astuto porque no encuentro una mirada.
—Joder. —murmuro después de un estornudo, preparándome para el siguiente que no tarda en llegar.
Si no me mata el catarro el polvo lo haría. Antes de salir de la habitación cojo una sudadera de Def Leppard y me pongo unos calcetines. En la cocina abro la nevera lista para preparar el que sería mi sustento el día de hoy. Eso y las medicinas que para mí sorpresa no están tan mal, si le pones empeño pueden llegar a saber a zumo de naranja.
Mientras me como los cereales en el sofá intento distraerme viendo Mi Vida Con 300 Kilos, pero la sensación de tener a alguien observándome todo el rato es mayor provocándome un nudo en la garganta que baja hasta mi estómago.
Mordisqueo mi labio inferior sopesando si realmente vale la pena que me levante del sofá y empiece a revisar también el salón principal. Al fin y al cabo tampoco estoy haciendo nada, el psicópata se tiene que estar muriendo del aburrimiento si me está observando ahora mismo. Pero es mi privacidad, nadie debería meterse en mi privacidad. Mueve el culo, vaga.
Justo cuando estoy a punto de responderme y demostrar que la sombra no era la única perdiendo tornillos el móvil comienza a vibrar encima de la mesilla de cristal que hay frente a mí. Es un número desconocido otra vez. Apoyando la espalda en el sofá dejo que suene hasta el cansancio, pero él vuelve a llamar una y otra vez. El nudo crece con cada vibración, el tono de llamada empieza a taladrarme los oídos hasta que no puedo más y lo cojo sin pensar.
—¿Por qué no te vas a la m...
—¿Aubrey? —mis hombros se relajan al escuchar la voz de Henrik interrumpirme y mis mejillas no tardan en calentarse por la vergüenza. —¿Todo bien? —habla cambiando la voz a una más burlesca.
—Uh, si. Pensé que eras otra persona. ¿Por qué me sale como número desconocido? —respondo añadiendo el nuevo número a la lista de contactos.
—Ayer perdí el móvil en casa de alguien.
—¿Fuiste a una fiesta sin mi? —hablo con una molestia fingida y una mano en el pecho aunque no pueda verme.
—Sin ti fue aburrida. Y me quitaron el móvil.
—Eso es el karma. —respondo entre risas. Del otro lado el también ríe.
—Tan perra como tú. —las risas aumentan hasta que me da un ataque de tos y tengo que alejar el móvil por un momento.
—¿Qué querías? —digo sonriente.
—Tengo unas entradas para ir a ver una pelea esta noche. Iba a ir con Claire, pero tuvimos una pelea ayer y bueno. Eres mi segunda opción. —dice probablemente con una sonrisa en la cara.
—Oh que honor. Gracias. —respondo de vuelta. Él suelta una risita.
—¿Vienes o qué? —muerdo mi labio inferior pensando en Trent.
Quiero saber qué hace, qué planes tiene para hoy. Sé que tenemos una conversación pendiente, las cosas han estado jodidamente extrañas.
Ni siquiera hablamos por mensaje como solíamos hacerlo, y cada vez que tengo que hablar con él la bilis me sube por la garganta amenazando con soltarle lo que pasó la noche de su plantón. Soy una estúpida y probablemente no lo merezca.
—¿Aubrey?
—Yo...lo tengo que pensar.
—Mi oferta de no morirte del aburrimiento un sábado por la noche caduca en dos horas.
—Si, ya. Luego te aviso. —respondo sonriente dando la llamada por finalizada.
Después muevo mis dedos por la pantalla hasta encontrar mi chat con Trent, no hay nada nuevo, ni siquiera sale en línea, y cuando le envío un hola el mensaje solo aparece con un tic en vez de con dos, como si no le llegaran los mensajes. ¿Tenía el móvil apagado? Tal vez estaba en un sitio sin cobertura. O quién mierdas sabe, a este punto no sé qué esperar de él. De nosotros.
Apago la televisión y dejo los cereales en la nevera antes de ir a mi dormitorio y abrir la ventana de par en par.
Pensar en la última vez que estuvimos juntos me oprime el corazón, pero ni el aire fresco que entra por la ventana ni mis dedos rozando las cuerdas de la guitarra hacen que las cadenas que lo rodean se rompan, si acaso lo aprietan aún más hasta que me empieza a doler el pecho y tengo que dejar de interpretar la canción de Nirvana haciendo la guitarra a un lado.
Todo a mi alrededor empieza a difuminarse hasta que una lágrima se desliza por mi mejilla cayendo en mi rodilla y puedo ver con claridad otra vez, aunque después de esa viene otra y otra más hasta que mi cara se asemeja a un trapo húmedo.
Cuando escucho la puerta de la calle cerrarse me apresuro a limpiar todo rastro de lágrimas con la palma de mi mano. Me aseguro de que quien sea que esté en la sala principal se vaya y entonces salgo rápidamente al baño para lavarme la cara. Siempre evitando mirarme al espejo. Odio los espejos.
Al salir la voz de mi madre tarda dos segundos en hacer eco en mis oídos.
—Hola. ¿Qué traes ahí? —pregunto con una sonrisa refiriéndome a la bolsa que hay encima de la mesa antes de que pueda fijarse en mis ojos hinchados.
Por cómo tuerce sus labios sé que no cae en mi truco.
—¿Qué pasa?¿Has estado llorando?
—No, no. Es solo que. —hago una breve pausa pensando en qué decir. No solía hablar de mi vida íntima con mis padres, así que por más tonto que parezca esto era un gran paso para mí. —Tengo novio.
Me espero de todo menos la enorme sonrisa que adorna sus labios, aunque al ver la seriedad de mi cara vuelve a juntarlos en una delgada línea.
—Y eso es, ¿Malo?¿Te ha hecho daño? Si es así dímelo, conozco unas pastillas con las que estará cagando una semana entera.
—¡Mamá! No. —replico sin poder aguantarme la carcajada.
Al igual que yo mi madre no sabe callarse lo que piensa y eso le trajo bastantes peleas con papá. Los dos tienen diferencias tan grandes que a veces, por más amor que se tengan, son imposibles de borrar.
Sus ojos siguen en mi, insistiendo en que le diga eso que me perturba tanto, pero no soy capaz de confesar que de alguna manera le he puesto los cuernos a mi reciente novio con un desconocido que debería de estar tras las rejas y que por las noches pienso más en un psicópata de ojos azules que en él.
No estoy lista para que descubran lo realmente retorcida que puede ser mi cabeza por más que lo llegaran a sospechar. Había una razón por la que tardé tantos años en ser adoptada y por la que los demás niños del orfanato no querían acercarse a mí.
—Tuvimos una pequeña pelea. Eso es todo. —aseguro con una sonrisa haciendo un esfuerzo por dejar el pasado atrás. Esfuerzo que siempre termina por traerlo más cerca.
—No te preocupes por eso. Sea lo que sea estoy segura de que lo arreglaréis pronto. —ella rebusca algo en una de las bolsas con comida. —¿Noche de chicas? He comprado tu helado favorito. —habla meneando el bote de un lado a otro y moviendo las cejas.
—Me encantaría, pero tengo planes de salir esta noche. —mi madre hace un puchero con los labios y finge limpiarse una lágrima.
Riendo camino hasta mi dormitorio pensando en llamar a Henrik.
—Pásatelo bien. Y ten cuidado, no quiero que vengas como una cuba otra vez. —a modo de respuesta le levanto el dedo pulgar antes de cerrar la puerta detrás de mí con el pie.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top