Extra 2: Londres





El agudo llanto de un bebé retumbó con fuerza entre las paredes del avión. Taehoon levantó la vista de su libro y arrugó sus cejas con molestia, era la sexta vez que el niño lloraba en menos de una hora.

—Oye, ¿y si lo hago olvidarse de cómo llorar? —preguntó Taehoon en su susurro hacia su acompañante.

Carlisle cerró sus ojos y suspiró calmadamente.

—No puedes hacerle eso a un niño —susurró de igual forma.

—Pero si no se enteraría —insistió.

—Pero la madre notaría que algo malo le ocurre a su hijo. No puedes hacer que se olvide como llorar.

Taehoon recargó su espalda contra su asiento y cerró el libro, incapaz de concentrarse debido al llanto. Al cabo de cinco minutos, comenzó a sentir ligeros golpes en su espalda. La risa de un infante se escuchó y el vampiro juraría que aquel día alguien terminaría herido en ese vuelo.

—¿Y si hago que se olvide como dar patadas? —volvió a cuestionar hacia el rubio vampiro a su lado.

Carlisle no tuvo más opción que reír.

—No puedes hacer que la gente olvide cosas cada vez que algo te molesta.

Taehoon miró los asientos delante de él, a su derecha donde estaba la ventanilla, luego hacia arriba donde se encontraba la calefacción y así sucesivamente mientras intentaba buscar algo que lo entretuviera.

—No me agradan los aviones —sentenció a los pocos minutos.

—Puedo notar eso —fue la respuesta que Carlisle le proporcionó sin levantar la mirada del centenar de papeles que descansaban sobre la bandeja de su lugar—. El bebé ha dejado de llorar, ¿por qué no intentas retomar la lectura? Aún nos quedan otras cuatro horas más de viaje hasta que aterricemos.

—¿Eres consciente de que todavía tengo a un crío pegando patadas a mi asiento? —cuestionó molesto.

El doctor giró la parte superior de su cuerpo hacia la persona detrás de su asiento.

—Disculpe —llamó a la mujer. La humana se quitó los auriculares y dejó de ver la película para centrar su atención en el atractivo hombre que le hablaba—, ¿es ese su hijo?

—Sí, ¿ha pasado algo? —preguntó la mujer, ajena a las patadas de su hijo al asiento delantero.

—Su hijo le está dando patadas al asiento de mi compañero pero no quería mencionarlo para no causar alboroto por algo trivial, pero es algo molesto —habló amablemente hacia la mujer.

—Oh, ¿es eso? —la humana se giró hacia su hijo y llamó su atención—. Sean, deja de darle patadas al señor y pide disculpas.

El niño murmuró algunos insultos algo reacio a pedir perdón, más Taehoon inclinó su cabeza por el hueco entre su asiento y el de Carlisle para ver al niño.

—Lo siento —masculló el niño entre dientes.

—Discúlpate bien —reprendió su madre.

—Lo siento —dijo más claro.

Taehoon sonrió hacia el niño humana y le restó importancia al asunto.

—No es nada grave, es sólo que ya estoy algo viejo —susurró haciendo reír al niño. Taehoon observó la vestimenta del niño y notó vestimenta deportiva—. ¿Te gusta el fútbol?

—Sí. Mucho.

—¡A mi también! —exclamó Taehoon.

—Estamos viajando para ir a ver competir a mi equipo favorito —explicó el niño.

—Eso es genial —dijo el vampiro. Taehoon estiró su mano y se presentó ante el niño—. Soy Taehoon.

El niño emocionado por el saludo "adulto", acercó su mano.

—Soy Sean.

—Bueno, Sean, espero que disfrutes viendo a tu equipo favorito.

—Gracias, señor.

Taehoon se acomodó nuevamente en su asiento y borró la expresión amable que descansaba en su rostro. Carlisle lo miró con una ceja alzada, sin fiarse mucho de él.

—¿Qué has hecho? —cuestionó el doctor.

—No he hecho nada, ¿qué te hace pensar que he hecho algo?

De repente, la voz infantil volvió a oírse.

—Mamá, mami, no siento las piernas —se quejó el niño.

—Se te habrán dormido. Deja de molestar y ya verás como no te pasa nada —ignoró su madre.

Carlisle miró directamente a Taehoon con rostro acusador y el pelinegro se limitó a sonreír inocente hacia él.

—No puedes hacerle eso a un niño —recordó Carlisle entre susurros.

—No te alteres demasiado. Volverá a sentir las piernas cuando termine el viaje —dijo simple.

Taehoon volvió su atención al libro que leía y lo abrió mientras buscaba la página en la que se había quedado. Carlisle se quedó unos instantes admirando al vampiro antes de negar y volver a su montón de papeles.

El viaje transcurrió tranquilo luego de eso; el bebé no había vuelto a llorar, el niño no podía dar patadas y nadie los molestaba. Taehoon encontró paz en las últimas cuatro horas de vuelo tras haber sufrido un infierno durante las tres primeras. Para cuando el avión aterrizó, Taehoon se despidió del niño despeinando su cabello y acordándose de devolverle el caminar. Carlisle los guio por la pasarela hasta salir completamente al aeropuerto. Era la primera vez que el pelinegro volaba en avión, y probablemente sería la última debido a su mala experiencia. Taehoon se encontraba encandilado por todo a su alrededor, tan grande y luminoso que le recordaba a sí mismo cuando se exponía al Sol.

Carlisle tuvo que llevarlos por todo el aeropuerto: para recoger su maletas, para arreglar su vestuario en el baño que se encontraba descolocado tras tantas horas de vuelo... Taehoon lo siguió sin más opción, al fin y al cabo no tenía ni idea de adónde iban o qué harían y, la verdad, la curiosidad lo estaba matando.

—¿Dónde vamos? —volvió a intentar preguntar el asiático.

—Por más que sigas insistiendo no te lo diré —recordó Carlisle.

—No me parece justo.

—Sólo espera un poco más, ¿si? Iremos directo al lugar.

Carlisle caminó con sus maletas en una mano y las llaves de un coche en la otra. Así caminaron fuera del aeropuerto hasta el aparcamiento, en donde Carlisle se detuvo frente a un coche bastante moderno de color negro. Con naturalidad abrió el maletero y dejó el equipaje dentro antes de subirse al asiento del conductor para esperar a Taehoon.

El mencionado miró el vehículo desde afuera con incredulidad, arrugando sus cejas e inclinándose frente a la ventanilla del acompañante. Carlisle la abrió y ambos se miraron frente a frente.

—¿A quién le has robado el coche? —cuestionó el pelinegro.

—No le he robado a nadie —informó Carlisle.

—¿Y de dónde lo has sacado? —volvió a preguntar sin creerle.

—Alice llamó a una empresa para alquilarlo. Podemos usar el coche tanto como queramos.

–Siento que eso es desperdiciar dinero —murmuró.

—No lo es. No pienso tardar cuatro horas en llegar a algún lugar por tener que viajar en autobús.

—Lo dejo pasar porque tienes razón.

Taehoon se adentró en el vehículo, se abrochó el cinturón de seguridad y sacó de su bolsillo el teléfono móvil que le había regalado Alice pero que no tenía idea de cómo usar. Le dio al botón de llamar para encenderlo y esperó a que la pequeña pantalla se iluminara. En cuanto lo hizo, recibió una llamada casi al instante.

—¿Qué hago? —preguntó el pelinegro. Carlisle sonrió y volvió a apretar el botón verde para contestar.

—¡Tae! —la voz de Alice se escuchó—, ¿ya habéis llegado?

—A Londres sí, al lugar que Carlisle sigue sin querer decirme, no.

La risa de la vidente se escuchó al otro lado de la línea, a lo lejos también podían distinguirse las voces de Renesmee y Garrett peleando sobre qué ver en la televisión.

—Bueno, os llamaré mañana para ver qué tal lo estáis pasando. Oh, y Tae.

—¿Si?

—Ten cuidado con tu maleta —dijo antes de finalizar la llamada.

Taehoon se quedó mirando el dispositivo un instante antes de volverlo a guardar en su bolsillo. Ahora le causaba curiosidad porqué la joven vampiro había mencionado su equipaje. Disimuladamente miró hacia la parte trasera del coche y arrugó sus cejas.

—¿Sucede algo? —cuestionó el rubio a su lado.

—No, nada. ¿Cuánto falta?

—Veinte minutos.

El asiático se recostó contra el respaldo del asiento del copiloto y se relajó mientras observaba la imagen a su alrededor. Londres seguía siendo tan lluvioso y húmedo como recordaba, con sus nubes tapando el Sol y dándole un aspecto algo triste a pesar de la belleza de éste. La ciudad estaba tan cambiada que Taehoon se negaba a creer que era el mismo lugar en el que se había criado, parecía que del Londres de su etapa como humano sólo quedaba el nombre y los recuerdos. Veía a los humanos pasear con tranquilidad; familias enteras divirtiéndose, turistas tomando centenar de fotos y nuevos monumentos en lugares en los que antes habría algún que otro comercio. Carlisle giró el volante del coche y cambió el rumbo, provocando que la inmensidad de los edificios modernos comenzara a disiparse poco a poco y en su lugar fueran sustituidos por estructuras algo más antiguas cuyo material Taehoon podía reconocer. El vehículo se detuvo tras veinte minutos exactos, tal y como Carlisle había estimado.

El pelinegro estaba demasiado sorprendido como para pronunciar palabra alguna.

Frente a él se hallaban dos casas bastante viejas que probablemente habían necesitada mucha restauración. Ambas tenían la fachada de piedra gris y daban un aspecto de un hogar pequeño; la madera de sus ventanas lucía vieja y desgastada, la puerta carcomida por la lluvia y el pasar del tiempo. El número encima de las puertas se encontraba oxidado pero aún así podías distinguirlo a la perfección: 17 y 19.

—¿Cómo... —preguntó al aire el pelinegro.

Carlisle sonrió sin apartar la mirada de aquellas dos casas.

—He tenido que buscar muy a fondo algo que quedara de nuestra vida humana, pensaba que encontraría la Iglesia de mi padre o la cabaña en donde nos escapábamos cuando éramos pequeños pero fui a parar con estas dos. Formaron parte del Ayuntamiento de Londres durante muchos años porque no había nombre ni persona que lo reclamara hasta que yo aparecí. Los últimos propietarios fueron mi padre y Meredith Simons y luego su hijo, Hangyul Park —los ojos de Taehoon parecieron brillar ante esas palabras—. Tuve que crear y recurrir a muchas personas para poder recuperar estas viviendas sin que luciera sospechoso o falso, además tampoco podía venir a decirles que en este lugar nos habíamos criado. Pero, moviendo cielo y tierra, fue bastante más sencillo de lo que en un principio creí que sería. Así que, bueno, toma —llamó mientras le entregaba un trozo de papel escrito con letras muy pequeñas—. Tu casa vuelve a pertenecerte por si quieres volver aquí.

Taehoon tomó el papel entre sus manos y lo observó hipnotizado.

—¿Podemos entrar? —preguntó aún sorprendido.

—Es tu hogar, Taehoon. Claro que podemos entrar.

—¿También has recuperado tu casa? —siguió cuestionando el pelinegro.

—Hm-hmh —asintió.

—¿Podemos verla primero?

Carlisle le tendió las llaves de su casa y salió del vehículo en dirección al maletero para sacar su equipaje. Taehoon caminó a paso lento hacia la casa de Carlisle y dudó bastante antes de introducir la llave y abrir la puerta. El vampiro inhaló ante la sorpresa. El lugar luciría exactamente igual que hacía trescientos años si no fuera por la vejez de los muebles, y aunque estuvieran limpios y en el lugar no se viera ni una sola mota de polvo, se notaba la antiguedad. El corto pasillo que los guiaba hacia el salón aún seguía siendo adornado por aquellos viejos cuadros con paisajes pintados que habían sido obra de la madre de Carlisle. En el salón seguía la mesa con sus sillas de madera que parecía que aguantaban por pura suerte, en la esquina del lugar junto a la ventana seguía, tan solitaria como recordaba, la silla-hamaca de la madre de Carlisle. Los pañuelos de garganta que alguna vez estuvieron sobre la silla no se veían. Taehoon caminó con confianza por el lugar hacia la habitación de Carlisle al final del pasillo, dándole un pequeño vistazo a la diminuta cocina. Al abrir la puerta de la habitación se encontró con la cama matrimonial del rubio en perfecto estado, tendida y bien arreglada, suponía que gracias a las personas que habían mandado a limpiar. Las horribles cortinas de color marrón seguían colgadas en las ventanas aunque algún que otro rasguño tenían por el pasar del tiempo. Los viejos libros religiosos habían sido colocados sobre el escritorio como hacía tres siglos.

Todo lucía demasiado irreal para él.

Carlisle acababa de dejar su equipaje en el interior de la casa de Taehoon cuando éste salió del hogar de los Cullen con su rostro perdido, cerró la puerta detrás de él y dio varias zancadas hasta llegar a su lado. Levantó la mirada y clavó sus intensos ojos rojos en el número 19 que pertenecía a su antigua casa. El pelinegro pidió permiso con la mirada otra vez y Carlisle le dio un suave empujón para que avanzara. La diferencia en su hogar no era mucha, simplemente que su casa era algo más fría y en ella había una clara ausencia de cuadros.

—Necesito cambiarme de ropa. Parece que he hecho trabajo de campo —murmuró Taehoon al verse desaliñado.

—Tu equipaje está ahí —señaló el rubio junto al sillón.

Taehoon se acercó a su equipaje e intentó distraerse un poco mientras se cambiaba de ropa. Se sentía abrumado, como si procesar todo aquello en un instante fuera demasiado para él. Abrió la maleta y eligió dos prendas sencillas de color gris oscuro que había elegido Kate para él. Era como un sueño el volver a estar en el lugar en el que creció, más podía llegar a ser agobiante. También era algo sorprenderte el haberse enterado que Meredith había dado a luz a un varón y le había puesto el nombre que Taehoon había mencionado en varias ocasiones que era su favorito para un niño: Hangyul. El saber que creció lo suficiente para que su padre le heredara la casa era una noticia increíble para él. Al menos sabía que, aún sin su presencia, su padre había prestado atención a su nieto.

—¡¿Qué estás haciendo?! —exclamó Carlisle a su lado.

Taehoon se sobresaltó y dejó de desabrochar los botones de su camisa.

—¿Por qué gritas? —preguntó el pelinegro.

—Tienes una habitación. Ve a cambiarte allí —reprendió el rubio.

Taehoon se sorprendió ante sus palabras.

—No me digas que ahora te da vergüenza —dijo—. No es la primera vez que me ves sin camiseta, compórtate como un adulto.

—Pero es la primera vez en trescientos años —se quejó mientras se daba la vuelta y observaba el resto de la casa, ignorando el hecho de que tenía al pelinegro detrás suya a medio desvestir.

Taehoon observó sus prendas de ropa grises y luego la camisa a medio desprender y sonrió. Avanzó lentamente hacia el rubio, quedando a escasos centímetros del contrario, pudiendo sentir como éste se tensaba e intentaba mirar en otro dirección para no tener que ver siguiera su sombra.

—¿En serio te da vergüenza? —preguntó incrédulo.

—No me da vergüenza —se defendió Carlisle.

Taehoon ladeó su cabeza y volvió a cuestionar:

—¿Entonces por qué no te das la vuelta?

—Porque las vigas de tu casa son muy bonitas y me gusta verlas —se excusó.

El pelinegro elevó su mano libre y con su dedo índice picoteó el hombro de su viejo conocido.

—Mientes horriblemente mal —sentenció Taehoon.

Carlisle inspiró y expiró antes de girarse y encarar al pelinegro.

—¿Qué tramas? —interrogó el doctor.

—No tramo nada, ¿por qué tramaría algo?

—Siento que todo lo que haces lo has tramado con Kate antes de subir a ese avión conmigo —confesó.

—Vaya, ¿tan poco sentido de elección crees que tengo? —dijo ofendido—. Creo que soy bastante mayorcito como para saber elegir lo que quiero hacer.

—¿Entonces eliges divertirte a costa de ponerme nervioso?

—No elijo divertirme con es- —Taehoon se detuvo de golpe—. ¿Acabas de admitir que te pongo nervioso?

Carlisle elevó sus brazos al aire y los dejó caer.

—¡Me rindo! —exclamó.

—Oye, oye, respóndeme —demandó.

—No —se negó el rubio mientras avanzaba por el salón y se alejaba de él. Taehoon se apresuró a colocarse delante de él en tan solo un abrir y cerrar de ojos. Carlisle lo miró con una ceja alzada y suspiró—. Déjame pasar, Taehoon.

—¿Por qué? ¿Adónde irás? ¿No recorreremos la casa mientras lloriqueamos melancólicos recordando nuestra vida humana? —dramatizó.

—Por dios, Taehoon, suenas como un viejo terminal.

—Bueno, tenemos trescientos años...

Carlisle negó e intentó alejarse nuevamente del vampiro, sin embargo éste fue más rápido y volvió a colocarse delante de él. Pero como la suerte parecía reírse de ellos en aquella vida, Taehoon chocó contra el sillón y se tambaleó hacia el suelo, llevándose a Carlisle en el trayecto y terminando ambos en el suelo.

El rubio abrió los ojos ante la sorpresa, mirando directamente al pelinegro que yacía encima de él con una expresión indescifrable. Taehoon se encontraba encima del pecho de Carlisle, con sus manos a ambos lados de su cintura mientras tenía una sensación de deja-vu. Carlisle intentó moverse y empujarlo lejos de él, más Taehoon no se movió en lo más mínimo.

—Taehoon, muévete —dijo Carlisle bastante tenso.

—¿Por qué? El suelo parece cómodo.

—Ya, la cosa es que no estás en el suelo, ¡estás sobre mí!

—Uhm, detalles irrelevantes —dijo simple mientras descansaba la barbilla en el pecho del rubio.

—En serio, ¿qué tramas?

—Realmente no tramo nada —contestó sincero.

—¿De verdad?

—Totalmente sincero.

—No te creo.

—¡Venga ya! —exclamó en queja el asiático. Taehoon se enderezó, utilizando una de sus manos apoyadas en la cadera de Carlisle para elevarse un poco.

Carlisle se tensó y enseguida habló.

—De acuerdo, lo que no haremos es eso —se negó.

—¿Hacer el qué? —preguntó confuso el pelinegro.

El rubio vampiro inspiró profundo y señaló con la cabeza a la mano apoyada en su cadera.

—Eso.

Taehoon siguió la dirección con su mirada hasta que sus ojos cayeron de lleno con su propia mano y la cadera del joven bajo la fina tela del traje que llevaba. Una mirada curiosa se instaló en su rostro antes de elevar sospechosamente la comisura de sus labios.

—Oh, ¿te refieres a esto? —preguntó inocente el vampiro tras apretar una vez más el mismo sitio en el que descansaba su mano. Carlisle se tensó aún más y sus dorados ojos abandonaron aquel color para ser sustituidos por el negro. El rubio siseó en su dirección y Taehoon sonrió—. ¿Qué pasa? ¿Sucede algo malo?

Carlisle gruñó.

—Taehoon, apártate —ordenó.

—¿Me estás ordenando que me quite o me lo estás pidiendo por favor? —volvió a preguntar Taehoon, haciéndose el tonto.

—Te lo estoy ordenando. Taehoon, quítate de encima —volvió a decir.

Taehoon fingió pensárselo antes de volver su atención completa al rubio.

—Um, ¿sabes? No me gusta que me ordenen cosas —soltó mientras apretaba el agarre en su cadera y tiraba de él para acercarlo.

—Taehoon —advirtió el rubio.

—¿Sí?

—Terminarás mal si no te apartas.

—¿Eso es una amenaza?

—Es una advertencia.

—Ya... bueno, no suelo prestarle atención a las señales de advertencia.

Taehoon arrastró con facilidad a Carlisle hacia él y sonrió ladino. El rubio siseó hacia él, elevó sus manos para tomar sus hombros y lo giró para dejarlo sobre su espalda en el suelo, quedando sentado sobre él mientras su cabello quedaba despeinado. Carlisle se acercó a su rostro, dejando que sus nariz se tocaran.

—Te lo advertí —murmuró antes de juntar violentamente sus labios.

El rubio parecía haber perdido el poco autocontrol que tenía debido a las acciones de Taehoon; lamía, chupaba y saboreaba los labios del contrario como si estuviera siendo alimentado tras años de abstinencia. Taehoon rió en mitad del beso y eso hizo a Carlisle detenerse. El pelinegro aprovechó el momento de confusión para volver a girar y cambiar la posición, golpeando su propia maleta en el trayecto y haciendo que ésta se abriera al completo y causando que varios sonidos metálicos sonaran por el suelo.

Carlisle una vez más quedó debajo de Taehoon.

—Y yo te dije que no me gusta que me den órdenes.

—Sabía que tramabas algo.

—¿En serio, Carlisle? ¿Crees que esto se puede tramar tan perfectamente?

—¿Y qué hay de eso? —señaló el nombrado con la cabeza.

Taehoon miró al lugar y descubrió varios objetos esparcidos por el suelo entre su ropa tirada debido al golpe. Entre ellos destacaba un objeto metálico que brillaba ligeramente ante la escasa luz, éste estaba formado por dos aros metálicos unidos entre sí por una cadena.

—Ahora entiendo porqué Alice me dijo que tuviera cuidado con mi maleta. Maldita cría.

Taehoon se detuvo un instante antes de sonreír hacia el rubio, quien lo miró desconfiado ante la repentina sonrisa que aparentaba una increíble falsa inocencia. El asiático se movió para tomar la esposa que descansaban en el suelo y con su rapidez sobrenatural agarró las muñecas de Carlisle y las apresó tras aquel metal. El rubio quedó estático ante su repentino movimiento, pero más inmóvil se quedó cuando notó que la sonrisa del pelinegro se hacía más grande por momentos.

—¿Sabes? Creo que sería de mala educación ignorar estos obsequios y deberíamos darle algún uso, ¿qué me dices, Carly?


[•••]

¡Sorpresa! Tuve tiempo de corregir el segundo extra y pude traerlo antes de tiempo.

Espero que os haya gustado y nos leemos muy pronto

<3

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