Capítulo 11


Alice entrecerró sus ojos, confusa ante la pregunta de Carlisle. Si bien no había tenido oportunidad de establecer contacto con Taehoon, sí había visto en sus visiones cómo era, qué podía hacer y cómo terminaría la situación con Carlisle. Más nunca se esperó que aquella pregunta brotara de su padre adoptivo.

—Taehoon Park —mencionó—, tu mejor amigo, Carlisle.

—No sé de quién me hablas, Alice.

La vidente miró a su pareja, éste igual de extrañado ante los sentimientos confusos que se reflejaban en los presentes ante la mención de aquel nombre —para ellos— desconocido.

Alice soltó un suspiro antes de dejar el tema a un lado: —Podemos hablar de ello más tarde. Tengo varias personas que presentar.

Alice comenzó a caminar nuevamente mientras el resto la seguía.

Los guardias observaron con gesto pensativo cómo los recién llegados cruzaban la invisible barrera sin dificultad alguna. Los de tez morena, Félix y los que eran como él, se concentraron en el blindaje de Bella con esperanzas renovadas. No estaban seguros de lo que podía repeler su escudo, pero ahora tenían claro que no frenaba un ataque físico, por lo cual la convertirían en el único blanco de su ataque relámpago en cuanto Aro diera la orden de arremeter. La cuestión era cuántos podría cegar Zafrina y si eso iba a ralentizarlos lo suficiente para que Kate y Vladimir borraran del tablero a Jane y Alec.

Edward se envaró, furioso al leer los pensamientos del enemigo, a pesar de lo muy concentrado que estaba en el golpe de mano. Se controló antes de hablar.

—Mi hermana ha buscado sus propios testigos durante semanas —le dijo al anciano líder— y no ha regresado con las manos vacías. ¿Por qué no nos los presentas, Alice?

—El momento de los testimonios ha pasado —refunfuñó Caius—. Dinos tu voto, Aro.

El aludido alzó un dedo para acallar a su hermano y clavó los ojos en el rostro de Alice, que se adelantó un poco y presentó a los desconocidos.

—Ésta es Huilen y él, su sobrino Nahuel.

Caius entornó los ojos cuando Alice hizo mención del parentesco existente entre los recién llegados y los testigos de los Vulturis susurraron entre ellos. Todos percibían el cambio operado en el mundo de los vampiros.

—Testifica, Huilen —ordenó Aro—. Di lo que debas decir.

La menuda mujer contempló a Alice con algo de nerviosismo y ésta le dedicó un asentimiento para infundirle coraje. Kachiri apoyó su enorme mano sobre el hombro de la pequeña vampira.

—Me llamo Huilen —anunció la mujer con una dicción clara aunque marcada por un acento extranjero. Mientras continuó, se hizo evidente que se había preparado a fondo, había practicado para contar aquella historia que fluía con el ritmo propio de una canción infantil—. Hace siglo y medio, yo vivía con mi tribu, los mapuches. Mi hermana tenía una piel blanca como la nieve de las montañas y por ese motivo mis padres la llamaron Pire. Era muy hermosa, tal vez demasiado. Un día me contó que se le había aparecido un ángel en el bosque y que acudía a visitarla por las noches. Yo la previne, por si los cardenales de todo el cuerpo no fueran suficiente aviso. — Huilen sacudió la cabeza con melancolía—. Se lo advertí, era el libishomen de nuestras leyendas, pero ella no me hizo caso. Estaba como hechizada.

»Cuando estuvo segura de que la semilla del ángel oscuro crecía en su interior, me lo dijo. No intenté desanimarla de su plan de escapar, pues sabía que nuestros padres iban a estar más que predispuestos a destruir al fruto de su vientre, y a Pire con él. La acompañé a lo más profundo del bosque, donde buscó en vano a su ángel demoníaco. La cuidé y cacé para ella cuando le fallaron las fuerzas. Pire comía la carne cruda y se bebía la sangre de las piezas. No necesité de más confirmación para saber qué clase de criatura crecía en su vientre. Yo albergaba la esperanza de salvarle la vida antes de matar al monstruo.
»Pero ella sentía verdadera adoración por su hijo. Le llamaba Nahuel en honor al gran felino de la selva. La criatura se hizo fuerte al crecer y le rompió los huesos, y aun así, ella le adoraba.

»No logré salvar a Pire. El niño se abrió paso desde el vientre para salir. Ella murió desangrada enseguida y no dejó de pedirme todo el tiempo que me hiciera cargo de Nahuel. Fue su último deseo, y accedí, aunque él me mordió mientras intentaba sacarle del cuerpo de su madre. Me alejé dando tumbos para esconderme a morir en la selva. No llegué demasiado lejos, pues el dolor era insoportable. El niño recién nacido gateó entre el sotobosque, me encontró y me esperó. Desperté cuando el dolor había cesado y me lo encontré aovillado junto a mí, dormido.

»Cuidé de él hasta que fue capaz de cazar por su cuenta. Cobrábamos nuestras piezas en las villas próximas al bosque donde habíamos instalado nuestra morada. Nunca nos hemos alejado de nuestro hogar hasta ahora, pero Nahuel deseaba conocer a la niña.

Huilen inclinó la cabeza a modo de reverencia y retrocedió hasta quedar casi oculta detrás de Kachiri.

Aro frunció los labios y miró al joven de tez bronceada.

—¿Tienes ciento cincuenta años, Nahuel? —preguntó.

—Década más o menos, sí —respondió con voz cálida e increíblemente hermosa. Hablaba sin apenas acento—. No llevamos registros.

—¿A qué edad alcanzaste la madurez?

—Fui adulto a los siete años, más o menos.

—¿Y no has cambiado desde entonces?

—No que yo haya notado —contestó Nahuel encogiéndose de hombros.

—¿Y qué me dices de tu dieta? —quiso saber Aro, que se mostró interesado incluso a su pesar.

—Me nutro de sangre casi siempre, pero también tomo comida humana y puedo sobrevivir sólo con eso.

—¿Eres capaz de crear a otro inmortal? —preguntó el Vulturis con voz de repente muy intensa al tiempo que hacía una señal hacia Huilen.

—Yo, sí, pero no es el caso de las demás.

Un murmullo de asombro recorrió los tres grupos y Aro enarcó las cejas de inmediato.

—¿Las demás...?

—Me refiero a mis hermanas —explicó con un nuevo encogimiento de hombros.

Aro le miró como un poseso antes de lograr recobrar la calma.

—Quizá fuera mejor que nos contaras el resto de tu historia, pues me da la impresión de que hay más por saber.

Nahuel puso cara de pocos amigos.

—Mi padre vino a buscarme unos años después de la muerte de mi madre. —El desagrado le desdibujó un tanto las facciones—. Estuvo encantado de localizarme. — El tono del narrador dejó claro que la satisfacción no era mutua—. Tenía dos hijas, pero ningún hijo, y esperaba que me fuera a vivir con él, tal y como habían hecho mis hermanas.

»Le sorprendió que no estuviera solo, ya que el mordisco de mis hermanas no era venenoso, pero quién puede saber si eso es cuestión de sexo o de puro azar... Yo ya había formado una familia con Huilen y no estaba «interesado» —deformó la palabra al pronunciarla— en efectuar cambio alguno. Le veo de vez en cuando. Ahora, tengo
otra hermana. Alcanzó la madurez hará cosa de diez años.

—¿Cómo se llama tu padre? —masculló Caius.

—Joham —contestó Nahuel—. El tipo se considera una especie de científico y se cree que está creando una nueva raza de seres superiores.

No intentó ocultar el disgusto de su voz. Caius me miró a Bella.

—¿Es venenosa tu hija? —preguntó con voz ronca.

—No —respondió.

Nahuel alzó bruscamente la cabeza al oír la pregunta del líder Vulturis. Sus ojos de teca buscaron el rostro de la neófita.

Caius miró a Aro en busca de una confirmación, pero el anciano se hallaba absorto en sus pensamientos. Frunció los labios y su mirada se posó en Carlisle, en Edward y por último en Bella.

—Encarguémonos de esta aberración y vayamos luego al sur, a por el otro —urgió a Aro con un gruñido.

Aro clavó sus ojos en los de Bella durante un momento interminable y de gran tensión. No tenía ni idea de qué andaba buscando ni de lo que había encontrado, pues algo había cambiado en su rostro. La sonrisa de sus labios se había alterado, y también el brillo de sus ojos. Había adoptado una decisión.

—Hermano —contestó Aro con voz suave—, no parece haber peligro alguno. Estamos ante un desarrollo inusual, pero no veo la amenaza. Da la impresión de que estos niños semivampiros se parecen bastante a nosotros.

—¿Es ése el sentido de tu voto? —preguntó Caius.

—Lo es.

—¿Y qué me dices del tal Joham, ese inmortal tan aficionado a la experimentación?

—Quizá deberíamos hacerle una visita —convino Aro.

—Detened a Joham si os place, pero dejad en paz a mis hermanas —intervino Nahuel, que no se andaba por las ramas—. Son inocentes.

Aro asintió con expresión solemne y luego se volvió hacia la guardia con una cálida sonrisa.

—Hoy no vamos a luchar, queridos míos —anunció.

Los integrantes de la guardia asintieron al unísono y abandonaron sus posiciones de ataque mientras la neblina se disipaba enseguida.

Antes de que Aro les diera la espalda, su rostro era tan benigno como de costumbre, pero a diferencia de antes, se percibía un vacío extraño detrás de la fachada, como si sus triquiñuelas se hubieran terminado. Caius echaba chispas por los ojos, eso resultaba obvio, pero ahora su rabia ardía por dentro. Marcus parecía... aburrido, sí, aburrido, en realidad, no había otra palabra para describirlo. La guardia volvía a mostrarse impasible y actuaba con disciplina, sus miembros ya no eran individuos, sino parte de un todo. Formaron y se dispusieron a emprender la marcha. Los testigos reunidos por los Vulturis seguían mostrándose de lo más precavidos. Uno tras otro se fueron retirando hasta perderse por los bosques. Cuando su número fue demasiado pequeño, quienes se habían rezagado se dejaron de sutilezas y echaron a correr. Pronto no quedó nadie.

Aro les tendió las manos en un gesto de disculpa, o casi. A sus espaldas, la mayor parte de la guardia, junto con Caius, Marcus y las misteriosas y silenciosas consortes, empezó a marcharse a toda prisa y en perfecta formación. Sólo remolonearon por allí los tres componentes de lo que parecía ser su guardia personal.

—Me alegra que esto haya podido resolverse sin necesidad de apelar a la violencia —aseguró con dulzura—. Carlisle, amigo mío, ¡cuánto me alegra poderte llamar amigo otra vez! Espero que no haya resentimiento. Sé que tú comprendes la pesada carga del deber que hay sobre nuestros hombros.

—Ve en paz, Aro —contestó Carlisle con frialdad—. Haz el favor de recordar que nosotros debemos mantener el anonimato y la reserva en estas tierras, de modo que no dejes que tu guardia cace en esta región.

—Por descontado, Carlisle —le aseguró Aro—. Lamento haberme granjeado tu desaprobación, mi querido amigo. Tal vez llegues a perdonarme con el tiempo.

—Tal vez, con el tiempo, y si demuestras que vuelves a ser nuestro amigo.

Aro era la viva imagen del remordimiento cuando inclinó la cabeza y se deslizó hacia atrás antes de darse la vuelta. Contemplaron en silencio cómo el último de los Vulturis desaparecía entre los árboles.

Imperó el silencio.

—¿De verdad ha terminado? —le preguntó Bella a Edward en voz baja.

—Sí —respondió él con una ancha sonrisa—, sí. Se han rendido y ahora escapan como matones apaleados: con el rabo entre las piernas.

Soltó una risilla entre los dientes y Alice se unió a él.

—Es de verdad, no van a volver. Podemos relajarnos todos.

Se hizo el silencio durante otro segundo.

—Así se pudran —musitó Stefan.

Y entonces, todo estalló.

Se produjo una explosión de júbilo. Aullidos de desafío y gritos de alegría llenaron el claro. Maggie se puso a pegar golpes en la espalda de Siobhan. Rosalie y Emmett se dieron otro beso, esta vez más prolongado y ardiente que el anterior. Benjamin y Tía se abrazaron, al igual que Carmen y Eleazar. Esme mantuvo sujetos a Alice y a Jasper entre sus brazos. Carlisle se puso a agradecer efusivamente a los recién llegados de Sudamérica que les hubieran salvado la vida. Kachiri permaneció cerca de Zafrina y Senna, cuyos dedos estaban entrelazados. Garrett alzó en vilo a Kate y se puso a darle vueltas en círculo.

Sin embargo, hubo alguien que no podía festejar del todo.

Alice mantenía su cabeza gacha, aún confusa por las palabras que Carlisle había pronunciado con anterioridad. Y aún más confusa ante la repentina visión que acababa de tener. La cosa no había terminado. Al menos no para ellos y ella lo sabía.

—Carlisle —murmuró con un tono que demostraba cuán complicados eran sus sentimientos en ese instante. El patriarca de los Cullen la miró con sus dorados ojos brillando de felicidad—, Carlisle ¿realmente no sabes quién es Taehoon?

—Alice, sigues diciendo ese nombre como si supiéramos de quién hablas —dijo Rosalie a su lado.

—No reconozco el rostro que aparece en tu mente —también habló Edward—. Jamás lo he visto.

Alice suspiró profundamente y negó con la cabeza, afligida. ¿Qué había pasado mientras ella no estaba?

—Jasper —llamó a su pareja.

El ex-soldado corrió a su lado y la tomó por el antebrazo.

—¿Qué sucede?

—Tenemos que regresar.

—¡¿Te marchas?! —exclamó Edward al leer las intenciones de su hermana.

—Volveremos pronto. Lo prometo —dijo Alice con una sonrisa—. Quiero encontrar a ese viejo amigo.

—Pero acabáis de volver —masculló Bella sin quitar las manos de su hija y el lobo que la cargaba encima.

—Es algo que debo hacer, Bella —intentó explicar.

—¿Es importante? —preguntó Esme.

Alice le dedicó una mirada cargada de tristeza y asintió.

—Mucho más de lo que puedas imaginar.

Esme los abrazó a ambos, sin entender realmente porqué se marchaban cuando recién acababan de llegar pero confiando plena y ciegamente en ellos.

—Tened cuidado.

—Siempre lo tenemos —aseguró Jasper.

—No entiendo muy bien lo que intentas hacer —soltó Edward tras leer su mente.

—Si todo sale bien, lo harás, lo entenderás.

Edward suspiró y asintió.

—Nunca he desconfiado de ti, Alice.

—Y por eso te estaré eternamente agradecida —contestó sonriente.

Alice corrió varios metros hasta donde los árboles comenzaban a arremolinarse y se giró hacia Jasper, esperándolo.

—¿Vamos?

El rubio asintió y corrió sin dudarlo detrás de su esposa. En el claro quedaron los Cullen y sus testigos que aún festejaban. La familia estaba algo confusa ante las acciones de Alice, pero sabían que nunca haría nada sin algún propósito por lo que únicamente les quedaba confiar en ella.

—¿Conocéis a algún Taehoon? —preguntó Edward hacia el resto.

Todos los presentes negaron.

Carlisle se encogió de hombros mientras comenzaba a caminar de vuelta a su hogar.

—Esperemos a que Alice vuelva y nos explique qué sucede.

Edward asintió de acuerdo, y luego se giró para dirigirse hacia su familia y abrazarlos efusivamente.












[•••]












El viento golpeaba contra su rostro; los árboles pasaban frente a sus ojos a gran velocidad, eran casi imperceptibles. La situación que había dejado atrás aún podía reproducirse con claridad en su mente. El destello que había conseguido emitir le había dado el tiempo suficiente como para huir de escena antes de que los presentes volvieran a entrar en razón. Estaba profundamente aliviado de poder haber huido y salvado la vida, tanto suya como de los otros presentes. Sin embargo no podía negar que su pecho dolía y sentía unas inmensas ganas de tirarse al suelo y quedarse allí como si fuera un simple desecho.

Nunca se hubiera esperado que la situación terminara así. Sólo estaba tranquilamente esperando a que el encuentro acabara y así poder volver a Detroit. Pero todo se había torcido cuando ese tal Demetri se adentró en el hogar de los Cullen como un huracán junto a aquella vampiro y ambos lo arrastraron hacia el claro. No sabía cuánto había afectado su don, había desaparecido antes de poder quedarse a comprobarlo para evitar que los Vulturi lo volvieran a ver. La duda lo carcomía. Y es que no sabía si había borrado el simple recuerdo de su existencia o todos los recuerdos que ellos tuvieran en su conciencia. No sabía si le había terminado por arruinar la vida a todos.

Y es que Taehoon poseía el don de la amnepatia; la capacidad de hacer olvidar los recuerdos, poder hacer olvidar hasta el más insignificante recuerdo que permanezca en la mente de alguien hasta conseguir dejarlo como un libro en blanco. Pero no sabía utilizarlo ni controlarlo, y no se atrevió a utilizarlo nunca más tras varios incidentes luego de haberlo descubierto por miedo a dañar a otros. El don le permitía hacer olvidar la simple existencia a alguien, así como poder hacerlos olvidar que poseen algún don e inhabilitarlos. Era una habilidad extremadamente peligrosa que le otorgaría el poder absoluto a aquel que la poseyera. Sin embargo, había ido a parar a manos de un vampiro que no tenía intención de obtener poder, de alguien que quería disfrutar su vida inmortal en tranquilidad. De alguien que no lo hubiera utilizado nunca más si no hubiera sido obligado a hacerlo para salvar su vida y la de otros.

Taehoon miró el acantilado en la reserva de los Quileutes y entrecerró sus ojos para centrar su visión en un punto específico. Sabía que tanto los lobos como el resto de vampiros aún se encontrarían en mitad del claro, y aquello le daba tiempo para volver a Detroit y dejar atrás toda esa experiencia aunque aquello significara tener que abandonar a Kate, o a Garrett. Taehoon hizo una mueca. Siquiera sabía si aún lo recordaban. Probablemente no. No quería ser pesimista, pero era muy poco probable que lo hicieran cuando el destello había alcanzado un radio tan grande. Estaba seguro que provocó que las únicas personas que pusieron algo de voluntad en él en los últimos trescientos años se olvidarán de él.

Por primera vez en toda su existencia, Taehoon se odió a sí mismo.

Se obligó a moverse a de allí, girando sobre sus talones y empezando a correr en dirección contraria para volver a la ciudad de Detroit. No quería siquiera mirar en la dirección en la que estaba el claro por miedo a ver volver al grupo de vampiros y terminar arrodillado y lamentándose frente a gente que no tendría ni idea de quién era. Su velocidad fue demasiado rápida, mucho más rápida que veces anteriores y es que se empeñaba en pensar que cuanto más rápido corriera, más atrás quedarían los recuerdos. Y así, con eso en mente, Taehoon abandonó Forks sin mirar atrás.

Su viaje no duró más que unas cuantas horas. No se detuvo en su camino, ni siquiera para cazar. Tenía una sola cosa en mente y eso era llegar al pequeño apartamento en construcción que solía habitar en Detroit. Era la media noche cuando arribó a dicho lugar. Las luces artificiales adornaban el lugar y las decoraciones navideñas aún seguían colocadas en su sitio, muy probablemente porque aquel día era año nuevo. Taehoon pudo distinguir a varios grupos de familiares o amigos en restaurantes, cenando entre risas y charlas animadas. No pudo evitar elevar la comisura de sus labios ante la imagen antes de seguir su camino. El lugar seguía en el mismo sitio —obviamente— pero la nieve había caído con mayor intensidad y la capa blanca lucía mucho más gruesa ahora. Taehoon caminó entre ella, enterrando sus pies hasta que su rodilla quedara cubierta por completo. Se limpió los restos de nieve en cuanto estuvo dentro del edificio, dejando un pequeño rastro blanco detrás de él. Se aseguró de no resbalar mientras subía los peldaños de los escalones hacia el apartamento. Su cuerpo se sentía pesado a pesar de que, en teoría, no tendría que sentir nada. Aún recordaba a la perfección el dolor del don de Jane en sus extremidades.

Maldita rubia, pensó Taehoon rechinando sus dientes.

Se adentró en el apartamento y lanzó a un lado su chaqueta, de ella salieron dos bolígrafos pero ninguna libreta. Taehoon se detuvo un instante, recordando que aquellas libretas habían quedado en el ático de los Cullen. Llevó una de sus manos a su frente y la masajeó ligeramente. Con suerte nadie subiría allí y no las encontrarían.

—Te ves estresado —una grave voz emergió de entre las sombras, sobresaltando al pelinegro.

Taehoon se giró de golpe y pudo observar una silueta sentada junto a la ventana.

—¡Maldita sea, Alistair! —exclamó.

El nómada lo miró de reojo y elevó su mentón.

—¿Me vas a decir que no sentiste mi olor?

—Para serte sincero no estaba prestando atención a nada —susurró mientras tomaba asiento contra una de las paredes del lugar.

—Pensaba que tardarías más en regresar. ¿Cómo acabó el encuentro?

Taehoon se encogió de hombros.

—No lo sé. Me fui de allí..., los dejé allí sin saber quién soy.

Alistair se enderezó y se dirigió a paso lento hacia el asiático. Su rostro mostraba una clara confusión.

—¿Sin saber quién eres?

—Lo hice. Utilicé mi don.

El contrario cerró sus ojos durante varios segundos, como intentando procesar las palabras que el otro nómada le acaba de decir.

—Tu don —repitió él recordando la única vez que hablaron sobre ello cuando ambos se habían alejado de la casa y conversaron durante horas en mitad del bosque.

—Sí, sí, mi don. Mi habilidad. Llámalo como quieras.

—Wow, tranquilo —murmuró—. Entonces, ¿te libraste de los Vulturi?

Taehoon soltó una risita sin gracia.

—Me libré de todos. La onda alcanzó más terreno del que me hubiera gustado. Estoy muy seguro de que incluso alcanzó a los lobos. Así que...

—No te recuerda nadie —terminó de decir.

—¡Y tampoco sé si recuerdan algo siquiera! —exclamó frustrado.

El pelinegro gruñó y se dejó caer en el suelo, mirando de lado la sombra de Alistair. Éste último se sentó junto a Taehoon y dio dos palmaditas en su cadera de forma reconfortante.

—No quería que esto pasara.

—Debe haber una forma de remediarlo, ¿no?

—No lo sé. Puede ser, no estoy seguro y no lo probaré. Ya hice suficiente, ya arruiné las cosas lo suficiente.

Ambos se quedaron callados, escuchando los festejos de los humanos a lo lejos. A pesar de ser una noche en la que debería haber felicidad y celebración, aquel lugar estaba rodeado por la tristeza y la frustración. Era una situación deprimente. Ninguno de los dos pensaba que aquello iba a acabar así. Alistair había ido a Detroit cuando se negó a enfrentarse a los Vulturi y decidió esperar por Taehoon, quien le había dicho que volvería a aquel lugar cuando todo pasara, sin embargo no esperó que las noticias que trajera fueran esas. A pesar de que Alistair era, claramente, un ente solitario, Taehoon se había ganado un hueco especial en su vida inmortal. Por eso no podía permitirse verlo así.

—Hazlo conmigo.

Taehoon abrió los ojos de golpe.

—¿Disculpa?

—Tu don. Utilízalo en mi, prueba conmigo —habló mientras sacudía la cabeza de arriba a abajo.

—¿Qué? ¡No! Alistair, ¿eres idiota?

—Te estoy intentando ayudar, no deberías insultarme.

—Es que eres un completo idiota. ¡Te estoy diciendo que no sé utilizarlo, no sé si puedo devolver los recuerdos!

—Por eso debes practicar. Te estoy ofreciendo mi ayuda.

—No voy a poner en riesgo tu memoria, Alistair.

—No la estás poniendo en riesgo tú. Lo estoy haciendo yo y porque quiero ayudarte. Además, si consigues remediar algo, volveré a ser el mismo.

—No.

—Taehoon.

—He dicho que no.

—Taehoon Park.

—Alistair sin apellido.

—Eso no tiene gracia.

—No intento ser gracioso, no es mi culpa que no tengas un apellido y no pueda sonar serio diciendo solo tu nombre.

Alistair rodó los ojos.

—¿No vas a ceder, cierto?

—No.

—Entonces, ¿ahora qué?

Taehoon se enderezó y se sentó correctamente.

—Supongo que seguiré mi vida y los dejaré tranquilos.

—Kate y Garrett te tenían mucho aprecio, Taehoon. Cualquier tonto se daría cuenta. ¿Realmente te darás por vencido?

—No hay nada que pueda hacer.

—Sí que lo hay —recordó Alistair.

Taehoon agarró un trozo de material que yacía en el suelo y se lo lanzó sin cuidado alguno.

—¡Que no!

Alistair elevó ambas manos en señal de paz.

—Solo recordaba —masculló—. ¿Y que hay de Carlisle? ¿No querías saber la verdad?

Taehoon se carcajeó. Una carcajada tan escalofriante que el nómada a su lado pensó que se había vuelto loco.

—Carlisle —rió sin ganas antes de elevar ambas manos hacia su cabello y despeinarlo malamente—. Carlisle contó toda la verdad cuando estábamos en el claro. Lo soltó todo a cambio de que Aro me diera la oportunidad de marcharme, pero eso sólo sirvió para que tuviera que hacerles olvidarme. ¡Viejo vampiro rastrero!

Alistair sonrió ante el insulto.

—¿Cuál era la verdad?

—Uhm bueno —murmuró Taehoon. Alistair levantó una ceja esperando a que siguiera hablando—. Confesó su amor, uhm, por mi.

El vampiro a su lado se tensó de repente, sus ojos se abrieron en grande y giró su cabeza de forma preocupante hacia el asiático. Taehoon hizo una mueca con sus labios y se encogió de hombros, incómodo mientras soltaba todas y cada una de las palabras que habían salido de la boca de Carlisle en el claro. Aún no se creía aquella historia, todo lucía demasiado surrealista para él. Además, nunca hubiera pensado en una situación así; jamás hubiera siquiera pensado en tener algo más que no fuera amistad con otro hombre. No sabía cómo sentirse, pero sabía que los sentimientos que sintió ante la noticia no eran ni mucho menos agradables. Haber crecido en una época tan cerrada y reservada le había inculcado ciertas creencias y pensamientos en las que algo así no estaba bien visto. Y sí sabía que la sociedad estaba avanzado, que cada vez aquellas situaciones estaban más normalizadas pero Taehoon, por más que lo intentara, no podía cambiar su forma de pensar.

—Entiendo —susurró Alistair—. Jamás se me cruzó por la cabeza que Carlisle llegara a estar enamorado de ti.

—Imagina mi cara cuando estaba contando la historia —sonrió aburrido—. Hubiera pagado por ver mi propio rostro.

—¿Qué le dijiste?

—Lo ignoré —soltó—. Lo ignoré y me dirigí hacia Aro para que me dejara marchar, pero nunca debes fiarte de un Vulturi.

—Fueron detrás de ti, ¿no es cierto?

—Como un león hacia una gacela. Mandó a Demetri, y luego se unieron otra vampiro y Caius.

—¿Por eso utilizaste el don?

Taehoon negó ligeramente.

—Atraparon a Carlisle por intentar defenderme —murmuró demasiado bajo—. Incluso cuando lo ignoré, él aún intentó defenderme. Y luego se acercó Edward. Kate también quería acercarse y no podía permitir que más personas se metieran en ello por intentar que no muriera. Edward me dijo que me salvara, y Kate me aseguró que confiaba en mi... también me dijo que me salvara... «Confiamos en ti», que estupidez. Lo he estropeado todo.

Taehoon exhaló aire y balbuceó palabras incoherentes entre dientes. Alistair lo miró tranquilamente antes de pasar uno de sus brazos por sus hombros y darle apoyo. El contrario se dejó ser, necesitaba el abrazo y no se negaría a obtenerlo.

—Puedes arreglarlo.

—No lo sabemos, no sabemos si puedo revertirlo. ¿En serio vamos a volver al mismo tema de conversación otra vez?

—Inténtalo. Solo inténtalo. Confío en ti, Taehoon, y tanto Kate como Garrett también lo hacían. ¿Acaso no quieres recuperarlos? ¿Me estás diciendo que tampoco quieres tener una conversación seria y tranquila con Carlisle cara a cara sin las amenazas de los Vulturi a tu espalda?

Taehoon se quejó y se removió bajo el abrazo de Alistair.

—No quiero ver a Carlisle nunca más —bramó como un niño pequeño haciendo una rabieta.

—Vaya, ¿eres un cobarde?

—Sí.

—Taehoon...

—Dejé las libretas en el desván —soltó de golpe para que el contrario se callara y dejara el tema—. Las encontrarán eventualmente y leerán su contenido. Aunque no me recuerden, verán todo; dibujos, anotaciones, lugares...

—No intentes cambiar de tema.

Taehoon golpeó el brazo que lo rodeaba suavemente con molestia.

—Es que no sé que hacer. Digo, de acuerdo, intentamos controlar mi don y puedo devolverles sus recuerdos, ¿y luego, qué?

—Tienes una conversación con Carlisle, ¡cómo dos adultos normales!

—No quiero.

—Por dios, Taehoon, tienes casi cuatrocientos años, compórtate. ¿Vas a perder a tu mejor amigo por eso?

—En teoría, lo perdí hace mucho tiempo —se burló de sí mismo.

—Muy gracioso.

—No lo entenderías.

—Te juro que estoy intentando entenderlo —dijo.

—¿Qué si te dijera ahora mismo, de golpe, que estoy enamorado de ti? —preguntó casualmente—. Luego de formar una amistad que creías que era sólo eso, una amistad.

Alistair lo miró con sus cejas arrugadas y asintió lentamente, comprendiendo su punto.

—Pero querría hablar contigo —dijo Alistair de forma más calmada—. Taehoon, también debes comprender lo que siente Carlisle. Si lo que te preocupa o asquea es en base a lo que aprendiste cuando aún eras humano en una época totalmente distinta a la de ahora, ¿por qué no te esfuerzas el doble en olvidarlo? Intentar convivir más entre la sociedad de hoy en día, o no sé, ¿intenta probar? —Taehoon lo miró horrorizado—. De acuerdo, quizá probar no, pero bueno, dicen que no sabes si te gusta algo hasta que lo intentas, ¿no? —Alistair dejó el tema al ver el rostro tétrico de Taehoon—. No eres el único que se crió en el seiscientos, Carlisle también lo hizo y tuvo que ocultarle a todos y a ti lo que sentía por culpa de la sociedad y para evitar que lo condenaran a muerte. Entiendo cómo puedes llegar a sentirte, estoy seguro de que yo reaccionaría de una forma peor, pero también entiendo a Carlisle. Y sí, se alejó de ti luego de convertiros y te dejó pensando que la culpa recaía en ti, pero imagina cómo debió sentirse tras confesarse frente a decenas de vampiros luego de siglos ocultándolo y que tú te marcharas sin tan siquiera mirarlo.

»No quiero que te sientas mal. No quiero que esto parezca como si te estuviera echando la culpa. Solo..., intenta pensarlo, ¿si? Las cosas se solucionan hablando. Mira cómo terminaron Carlisle y tú por no hablarlo. Sino eso será algo que quede en lo profundo de tu conciencia, y conociéndote sé que te culparás hasta el final de los días. Aunque lo rechaces, habla con él si tu don funciona para hacerlo recordarte. Estoy seguro de que lo entenderá, y ser rechazado siempre será mil veces mejor que ser ignorado tras una confesión. Además, fuiste tú quien esperaba un porqué. De igual forma, decidas lo que decidas, estaré aquí dispuesto a ayudarte en cualquier cosa; tanto como si quieres aprender a controlar tu don como si decides marcharte lejos y ocultarte durante un tiempo.

—Gracias, Alistair.

El vampiro palmeó su hombro antes de ponerse en pie.

—Para eso están los amigos.

Alistair se marchó al cabo de un rato en busca de su próxima caza, dejando al asiático solo en aquel lugar con nada más que sus pensamientos. Su cabeza era un lío, sentía que en cualquier momento su cerebro dejaría de funcionar. ¿Valía la pena desarrollar su don para poder devolverle sus recuerdos al menos a los testigos que había en el claro? Taehoon creía que sí, necesitaba tener de vuelta a Kate y Garrett a su lado, pero tampoco quería arriesgarse a hacerle perder la memoria a Alistair aunque hubiera sido él quien se ofreció. Nunca se perdonaría el dañarlo, el perder a otro amigo más.

Por otro lado estaba el tema de Carlisle. No sabía cómo lo afrontaría si su don funcionaba, tampoco sabía si quería devolverle sus recuerdos. Esme y él parecían lucir como la pareja perfecta, parecía como si se amaran incondicionalmente, pero en el momento que Carlisle confesó todo, Esme parecía que iba a romperse y Taehoon no podía proporcionarle sufrimiento a alguien tan puro como lo era Esme. Además, estaba el tema de que Taehoon no correspondía los sentimientos de Carlisle; como él bien había dicho, lo suyo era un amor unilateral. El solo pensar en tener aquel tipo de relación con alguien de su mismo sexo provocaba un escalofrío nada agradable en su cuerpo.

Taehoon profirió un gruñido frustrado desde el fondo de su garganta.

¿Por qué se había complicado tanto todo?

Él sólo quería tener una vida tranquila, pero lo único que había conseguido era terminar enredado en un sinfín de dramas.

¿Dejar todo atrás y cómo estaba en ese momento o intentar buscar una, muy probablemente, inútil solución?

Ahora lo único que debía hacer Taehoon era tomar una decisión.

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