Capítulo 10
«Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa»
—Alfred Adler.
—¿Alguna vez has pensado en morir por alguien? —cuestionó un joven pelinegro de dieciséis años; se encontraba sentado en el patio trasero de su casa y miraba tranquilamente las grisáceas nubes que se movían por el cielo.
—Sí —contestó su mejor amigo: un joven de su misma edad de rubio cabello y azulados ojos—. Lo he pensado, y también he pensado por quién lo haría.
—¿Ah, sí? ¿Y por quien sería?
—Por ti. No dudaría ni un instante en dar mi vida por ti, Taehoon.
El claro había quedado en silencio. Tan callado que lo único que podía oírse eran los corazones de los lobos y la pequeña híbrida. Taehoon yacía en el suelo con sus ojos clavados en Aro; su cuerpo boca arriba mientras la mano del italiano vampiro agarraba su cabello sin delicadeza alguna y sujetaba una de sus manos con fuerza, leyéndolo. El Vulturi sonreía de forma espeluznante al nómada vampiro. Se podía notar la tensión en el ambiente, todos los ojos clavados en aquel inmortal que había dejado claro que no participaría en el encuentro pero que ahora se encontraba allí siendo retenido por el sangriento clan.
Carlisle había quedado estático, su cuerpo no le permitía moverse mientras que observaba aterrorizado el cuerpo ser presionado sin delicadeza contra la nieve. Se culpaba. Carlisle se culpaba por haberle traído, por haber mandado a buscarlo y por haberlo convencido de venir. Si no fuera por él, Taehoon aún estaría en Detroit y su existencia sería aún desconocida para los Vulturi.
—No os mováis —susurró Edward al ver la intención de Kate de acercarse al grupo contrario—, lo matarán si intentamos acercarnos.
—¡No podemos dejarlo ahí! —vociferó furiosa Kate.
Aro ladeó la cabeza hacia los Cullen y sus testigos.
—Tiene cierta gracia —alzó Aro su voz—. La primera vez que conocí a Carlisle, ciertamente te vi cuando toqué su mano. Supe todas y cada una de las cosas que pasaron en su vida humana, y sorpresivamente tú estabas en todas. Eras como una mancha molesta que no se quita; cualquier recuerdo, cualquier lugar, cualquier situación, tú estabas ahí. Pero... te vi morir. Sus recuerdos nunca dijeron nada de que tú vivieras, ¿cómo es posible que eso pasara? ¿Acaso tu buen amigo realmente se olvidó de ti? —Aro rió con esa peculiar risa suya—. Tiene que ser triste importarle tan poco a alguien en el que tú nunca dejaste de pensar.
—Cállate —murmuró Taehoon.
—No importarle lo más mínimo como para seguir su vida después de todo lo que pasaron juntos. Formó una familia, adoptó hijos y contrajo matrimonio... formó una vida en la que tú no estás presente. Una vida sin Taehoon.
—¡Cállate! —exclamó el nómada, temblando mientras apretaba sus manos en puños.
—Una vida tan preciada como la tuya y Carlisle la desperdicia al ignorarte. No vales nada para él. Sólo eras una persona pasajera en su destino que no se molestó en volver a buscar. Mi querido Taehoon, nunca has sido nadie importante para Carlisle Cullen.
El cuerpo de Taehoon temblaba, su pecho dolía ante el sinfín de emociones que cruzaban su cuerpo en aquel instante. ¿Por qué le dolía tanto escucharlo? Él ya lo sabía. A Carlisle no le importaba. Pero era inmensamente doloroso escucharlo de la boca de alguien más.
—No importa —masculló.
Aro lo observó con una ceja alzada.
—¿Cómo has dicho? —cuestionó—. Repite eso.
Taehoon intentó moverse, más el pie de Aro se clavó con fuerza en su rodilla.
—He dicho que no importa —repitió sin quitar sus ojos de los del líder Vulturi—. No importa si no me quiere más en su vida, no importa si me quitó de ella porque le molestaba o no me quería más en ella. Sólo vine aquí para intentar entender el porqué, pero no cambiará nada lo sepa o no. Y el hecho de que no le importe a Carlisle tampoco cambiara el hecho de que haya formado parte de mi vida desde que tengo uso de razón y siempre lo haga hasta el día que mi muerte definitiva llegue. Fue mi amigo. Fue mi mejor amigo. Si intentas que me decepcione de él, déjame decirte que será tiempo desperdiciado... yo hace ya mucho tiempo que estoy decepcionado.
—¿Es eso así? —preguntó al aire. Aro caminó de vuelta junto a Caius, arrastrando al vampiro por la nieve de su cabello—. Déjame preguntarte algo entonces, Taehoon.
—¿Qué quieres? —gruñó entre dientes.
—Uhm, qué malhumor, joven —rió Aro—. ¿Aprecias tu vida de vampiro?
—¿A qué te refieres?
—Digamos que no hay nadie como tú entre nuestras filas y serías de una gran ayuda para nosotros —explicó—. Imagínatelo. Tendrás uno de los rangos más altos dentro de nuestro hogar.
—No me uniré a nadie —siseó—. Ni siquiera me uní a este estúpido encuentro y aún así acabé envuelto en él. Si vais a mataros entre ustedes hacedlo ya pero a mi dejadme ir.
—Me temo que no podemos hacer eso —se lamentó mientras soltaba su cabello y lo dejaba caer contra la nieve—. ¡Jane!
Taehoon intentó levantarse cuando un insoportable dolor llegó hasta él. Su cuerpo tembló y quedó de rodillas contra la nieve; su garganta emitió un ensordecedor grito lastimero que puso alerta a todo el grupo de lobos y testigos. Era tal suplicio que apenas podía mantener sus ojos abiertos, sus manos temblaban y lo hacían caer en cuanto conseguía enderezarse un poco. Su cuerpo se había comenzado a contorsionar en posiciones inimaginables. De reojo pudo ver como Bella hacía el amago de acercarse para ayudarlo con su escudo, suponía que desde esa distancia no llegaba al aún no estar muy familiarizada con éste. Taehoon gimoteó. A ese paso sólo terminaría matando al resto.
"¡Que no venga! ¡Puedo aguantarlo!" gritó lo más fuerte que pudo en su mente para que sus pensamientos sobrepasaran sus dolorosos gritos y Edward pudiera escucharlo.
El lector de mentes hizo una mueca al lograr escucharlo.
—Bella. Detente —dijo.
Su mujer se giró hacia él con la confusión escrita por todo su rostro.
—¿Qué dices? ¡Lo están torturando!
—Ha dicho que no vayas, que puede aguantar.
—Colapsará —dijeron Garrett y Amun a la vez.
—Es lo que ha pedido —fue lo único que pudo contestar Edward.
Carlisle miró el cuerpo en sufrimiento, sus ojos no se despegaban de él. Sin darle tiempo a nadie a reaccionar, el rubio avanzó varios metros, dejando atrás a su grupo y enfrentó la sádica mirada del rey Vulturi.
—Detente. Por favor, Aro, no es necesario hacer esto.
El aludido echó la cabeza hacia atrás y lo miró divertido.
—¿No es necesario? ¿Por qué no lo sería? ¿Acaso este simple vampiro es parte de vuestro clan como para tener que venir a intentar salvarlo? Uhm... creo que nuestro amigo aquí presente es un simple nómada, alguien solitario. Y también creo que tenemos derecho a reclutar a quien nos apetezca de la forma que queramos.
—Aro —pronunció Carlisle intentando mantener la calma—, por favor. No le hagas más daño.
—Hazlo sufrir, Jane —chilló con una sonrisa.
El cuerpo de Taehoon hizo un movimiento aún más anormal y cayó de golpe al suelo sin dejarlo volverse a levantar cuando el dolor se volvió aún más insoportable. Un grito ahogado se escuchó por todo el claro, como si ya no tuviera las fuerzas como para gritar. Sin embargo no se quejaba, nunca pidió que pararan. Taehoon estaba intentando soportar aquel dolor.
—¡Basta! ¡Déjalo ir! ¡No le hagas más daño! ¡Déjalo ir, tómame en su lugar! ¡Haré lo que quieras! —exclamó Carlisle perdiendo su compostura y mostrando la clara desesperación que había intentado ocultar.
—¿Lo que quiera? —preguntó interesado. Aro levantó una de sus manos y el dolor se detuvo.
Taehoon quedó estático en el suelo. No podía mover sus extremidades, era como si no existieran, como si fuera un patético muñeco de trapo. Kate se llevó una mano a la boca cuando vio que su amigo no se levantaba del suelo. Tiró de la manga de la chaqueta de Garrett y él también comenzó a preocuparse. Sus pensamientos llegaron a Edward, quien también observó al nómada en el suelo sin ser capaz de moverse; Carlisle se arrodilló frente a él en un abrir y cerrar de ojos. Su mano fue colocada detrás de su nuca y lo acercó a él en un abrazo desesperado. El rubio temblaba, temblaba aterrorizado.
—Lo siento —sollozó en su oreja—. Lo siento tanto, todo esto es mi culpa.
—Fui yo quien aceptó venir aquí —sonrió levemente.
—¿Cómo puedes seguir sonriendo después de haber sido torturado así?
Taehoon pestañeó dos veces. Pudo sentir como sus extremidades volvían a poder moverse con normalidad y estiró su mano para tirar suavemente de la oreja de Carlisle.
—Porque no he muerto todavía —rió.
Aro carraspeó, llamando la atención de los dos vampiros que seguían en el suelo.
—Creo que alguien nos dijo que haría lo que quisiera —sonrió ladino.
Carlisle suspiró.
—Prometiste dejarlo ir —recordó.
—Lo hice. Pero una vez fuera de aquí, tenemos el derecho de perseguirlo hasta dar con él.
Taehoon dejó caer su cabeza contra la nieve y miró hacia la izquierda, donde Edward estaba. "Prométeme que si es cierto que me dejan marchar, me matarás antes de que pueda salir del pueblo" suplicó. El lector de mentes abrió los ojos y rápidamente empezó a negar con la cabeza. "No quiero acabar a manos de los Vulturi", Edward lo miró, arrugando sus cejas y Taehoon por alguna razón pudo entenderlo. "No utilizaré el don. Sabes que no lo controlo, podríais salir todos perjudicados. No quiero perder a Kate y Garrett".
—De acuerdo —aceptó Carlisle. Lentamente se puso en pie, ayudando al pelinegro vampiro a su lado. Taehoon se apoyó en el brazo del rubio para levantarse. Una vez que ambos estuvieron codo con codo, Carlisle se giró hacia Aro—. ¿Qué quieres que haga?
—Uhm... ¿Sabes? Me gustan las historias de amores secretos. Creo que es el momento perfecto para contar una —soltó con clara diversión—. Adelante, Carlisle. Cuéntanos tu historia. Desde el principio.
—¿A qué se refiere, Carlisle? —preguntó Taehoon. Sin embargo el nombrado se mantuvo callado.
Edward se sorprendió ante las imágenes que podía ver en la mente de Carlisle. Había algunas que siquiera él había visto nunca. Giró su cabeza hacia Esme y la pudo ver haciendo una mueca mientras bajaba la cabeza y se abrazaba a ella misma. Aro estaba obligando a Carlisle a decir la verdad, y eso significaba que su familia no volvería a ser la misma porque todo con lo que crecieron desde su despertar como vampiros se distorsionaría en el momento que Carlisle dejara de mentirse a sí mismo. Aro estaba intentando que se desmoronaran, que la falsa perfecta familia que habían formado Esme y Carlisle se quebrara.
—Mi paciencia es limitada, Carlisle —dijo Aro.
Carlisle tembló y murmuró un bajo "perdóname" hacia Esme mientras que se alejaba varios pasos de Taehoon en forma de precaución.
—Nací en Londres, hacia el año 1640. Me crié en una buena casa bajo el cuidado de mi padre. Conocía a Taehoon desde que éramos pequeños. Éramos vecinos por lo que nos veíamos a diario, era inevitable que no fuéramos amigos si vivíamos pegados. Nos volvimos aún más inseparables tras el fallecimiento de la señora Park; tanto su padre como el mío pasaban la mayor parte del tiempo ejerciendo de pastores y nosotros íbamos a la casa del otro a cada instante —Carlisle suspiró, tomando fuerzas para continuar—. En la ciudad nos conocían todos, es decir, éramos hijos de pastores bien conocidos y, bueno, la gente solía decir que éramos bastante atractivos. Cuando fuimos creciendo empezamos a ir a reuniones. Esas reuniones en las que conoces a familias y a sus hijas en busca de una alianza para contraer matrimonio en el futuro. No me gustaban esos lugares pero me obligaban a ir a menudo, al igual que a Taehoon.
»Creo... creo que tenía unos quince años cuando empecé a dudar sobre quién era. Asistía a esas reuniones pero ninguna de las jóvenes que pasaba a mi alrededor o con las que hablaba llamaba mi atención. Era como si todo el mundo fuera aburrido para mi. Fueron varios meses lo que tardé en darme cuenta que no, no todo el mundo era aburrido. Él no lo era. Taehoon era la única persona que brillaba entre tanto gris de aquel lugar. Era como el primer rayo de Sol que se colaba entre los nubarrones de Londres, y me dejé cegar por él. No pensé en si estaba bien o si estaba mal, no pensé en lo que pensaría la gente, en cómo la reputación de mi familia o la suya se vería afectada... sólo quise ser feliz aunque estuviera aterrorizado. Cuando quise darme cuenta, me había enamorado perdidamente de Taehoon. Pero decirlo en voz alta sería un suicidio claro. La época en la que vivíamos, la presión social y la pena de muerte que aquello provocaba... no quería eso para mi, y mucho menos para él. Por eso me mantuve en silencio, me quedé callado y dejé que aquello fuera un amor unilateral.
»Pero mi suerte cuando era humano era bastante extraña. Cuando teníamos dieciocho años, asistimos a uno de esos eventos y allí conocimos a Meredith Simons —la que varios años después se convirtió en la esposa de Taehoon—. No hay palabra que describa cómo me sentí cuando vi cómo lo miraba. Estaba embelesada por él, había quedado prendada de Taehoon... pero no era la única. Sentí envidia. Sentí una envidia inmensa porque si ella quería sí tendría la oportunidad de estar con él; de pasear tomados de la mano en público, de abrazarlo, de besarlo y nadie se interpondría ni diría nada. Aquel día Taehoon y yo bebimos algunas copas, bastantes copas de más pero, a diferencia de mi, él siempre olvidaba cuando bebía. Me aseguré de llevarlo a casa, nuestros padres siguieron en la reunión mientras se despedían de todos. En cuanto estuvimos en la casa de Taehoon lo arrastré como pude hacia su habitación, sin embargo tropezamos antes de siquiera pasar su puerta. Taehoon quedó sobre mi, oliendo más a alcohol que a persona. No sé si fue por el alcohol o por el miedo que sentía al saber que estabas en edad de casarte, pero te besé. Fue un beso idiota, un simple roce de labios, pero fue lo suficiente para que nuestros padres lo vieran. No pude hacer otra cosa más que fingir que aún seguía extremadamente borracho y apenas podía mantenerme en pie. Ambos pensaron que aquello había sido culpa del alcohol y que nos habíamos pensado que estábamos frente alguna chica —Carlisle bufó con gracia—. Idiotas.
»Fue por esa razón que empezaron a controlarnos a la hora de beber, y si lo hacíamos no nos dejaban solos. Mi padre también empezó a disciplinarme a base de dolor. A pesar de que yo fingía no acordarme de nada, él seguía inculcándome cuán asqueroso y prohibido estaba aquello. El dolor era insoportable, pero aguantaba porque no quería alejarme de ti. También eso influyó en la decisión de tu padre de que te casaras con Meredith cuando ella fue mayor de edad. Y encima fui tu padrino de bodas... qué asco. Quería saltarle encima a Meredith y empujarla del altar. Nunca me había sentido tan animal, tan poca persona. Y luego, bueno, luego ella quedó embarazada. Serías padre, tendrías un pequeño niño correteando por tu hogar mientras yo fingía que aquello no me destrozaba.
»Entonces pasó lo de los vampiros. Dios... ¡los endemoniados vampiros! Quería tan duramente contentar a mi padre para que olvidara en incidente de hacía años que incluso me puse a investigar y encontré vampiros auténticos. En esa época ya había empezado a intentar no pensar tanto en ti. Es decir, serías un hombre con esposa e hijo y yo sólo sería un extra en tu vida. Tenía que intentar no depender tanto, pero otra vez ahí estabas: encontrando un grupo de vampiros en los suburbios de Londres y contándomelo a mi para que pudiera hacer feliz a mi padre. Y ahí estaba de nuevo el rápido palpitar de mi corazón frente a ti. ¿Por qué tenías que ser tan molestamente encantador? Hacías que me enamorara de ti más y más; Cuando nos mordieron y terminamos en esa bodega de patatas enterrados entre ellas no dudé en abrazarte, y tú me consolaste a pesar de que no hubiera forma de hacer desparecer el dolor. Sólo podía esperar al final de nuestra vida humana.
»Me repudié como nadie cuando desperté. La sed era insoportable pero el saber que me había convertido en un monstruo lo era aún más. Sin embargo para ti aquella nueva vida había sido un regalo. No pensaste en salir a alimentarte de humanos, no dudaste en matar para sobrevivir pero yo mantenía aquella increíble humanidad que tú siempre habías mencionado que tenía. Fue difícil, lo debo admitir. Fue extremadamente difícil no ir detrás de ti, más aún cuando la inmortalidad había hecho que tu belleza se multiplicara. ¡Demonios! Deberías haberte visto con mis ojos, Taehoon. Eras el ser más hermoso que jamás había visto, y el olor de la sangre me llamaban aún más a que me acercara a ti. Pero no podía hacerlo, no podía matar a ninguna persona, y tampoco podía sucumbir a lo que mi muerto corazón pedía. Me asustó el saber que no podría controlarme a beber sangre humana si seguía junto a ti; pero me aterrorizó saber que podía cometer un error y tú podrías conocer mis sentimientos hacia ti. ¿Cómo reaccionarías? Esa pregunta siempre me perseguía. Tenía miedo que me odiaras, que te asqueara, que pensaras mal de mi. La única opción que me quedaba era huir, huir con la excusa de que la sangre era lo que me hacía imposible quedarme cerca de ti. Y como siempre había sentido aquella compasión por la vida humana... te lo creíste y me dejaste marchar. Preferí mil veces que pensaras que era por eso a que te enterarás de cuán enamorado estaba de ti. No creo que hubiera podido sobrevivir con tu rechazo.
Carlisle intentó dar un paso hacia Taehoon pero éste retrocedió, sus ojos abiertos como platos mientras se alejaba del toque de Carlisle. El rubio bajó la cabeza y rió ligeramente sin gracia antes de continuar hablando.
»Ahora que lo pienso... todo esto suena demasiado estúpido. Podría haberme callado todo esto y dejar que mi familia siguiera tal como está... pero necesitaba encontrar la forma de que siguieras a salvo. Aprovecha a huir y esconderte ahora que puedes. Me pediste que incluso si era una mentira, te la dijera, pero creo que iba siendo hora de que supieras la verdad. No quería mentirte por última vez. Lo siento por haberte hecho pensar que el problema eras tú cuando claramente lo era yo. Y perdóname por no ser el amigo que creíste que era y sólo ser uno más de tus tantos admiradores.
El silencio los volvió a rodear. Taehoon estaba estupefacto, aquello era más de lo que pudiera haber llegado a imaginar. ¿Carlisle enamorado de él? No. Eso no podía ser. Taehoon no sabía cómo reaccionar.
La risa de Aro irrumpió el momento.
—¡Maravillosa historia! —exclamó mientras aplaudía y se limpiaba una falsa lágrima con burla—. Querido Taehoon, dinos qué piensas de todo esto.
El pelinegro alternó su mirada entre Carlisle y Aro, sin embargo no pudo decir nada. Bajó la cabeza y negó, moviendo su ligeramente largo cabello negro.
—¿Cuándo puedo irme? —pronunció en voz baja.
Carlisle inspiró y miró hacia otro lado, evitando que su rostro mostrara la decepción que mostraba su cara.
—Cuando quieras —pronunció Aro—. Sin embargo mis promesas a veces son algo distintas de las normales.
—¿Qué quieres decir?
—Nada. Nada. Adelante, eres libre de marcharte —Taehoon asintió sin levantar la vista del suelo, dándose media vuelta mientras se apresuraba a marcharse. Comenzando a correr hacia donde los árboles se hacían más y más visibles, Taehoon estaba listo para marchar—. Demetri, todo tuyo.
El nombrado se apresuró a comenzar a correr detrás de Taehoon, éste siseando cuando recordó que los Vulturi no eran personas de fiar. Mucho menos con un simple nómada.
—¡Dijiste que lo dejarías marchar! —siseó Carlisle hacia el Vulturi.
—Ya... Bueno, eso debería darte igual. No es parte de tu clan y hace años que no es amigo tuyo, querido Carlisle Cullen.
En ese momento parecía como si la vista del mencionado se nublara y Carlisle se lanzó sobre Aro. Renata, el escudo personal de éste, intentó bloquearlo más Carlisle pudo defenderse.
—Bella, quédate atrás con Jacob y Renesmee —demandó Edward.
El cobrizo avanzó a grandes zancadas para ayudar a su padre adoptivo, siendo rápidamente interceptado por Jane quien no dudó en utilizar su propio don. Bella usó todas sus fuerzas para agrandar su escudo, consiguiendo llegar a su esposo. Emmett avanzó directo hacia Felix y pronto comenzaron una lucha de puños. Aquello se había descontrolado y todo por haber pensado que los Vulturi dejarían un margen de escapatoria a un simple vampiro nómada. Cuando se dieron cuenta que no era así, era demasiado tarde para todos; Fueron controlados. Carlisle había sido agarrado del cuello por dos vampiros de la guardia mientras que Emmett había sido devuelto de un gran golpe a la formación de los Cullen y Edward yacía en el suelo cerca de ellos para intentar dialogar. Demetri y Varinia habían tomado ambas extremidades de Taehoon y amenazaban con arrancarlas mientras que Caius se había colocado detrás de él y tomaba su cabeza desde su cabello.
"Supongo que es mejor morir que acabar a manos de ellos" escuchó Edward pensar a Taehoon.
A pesar de todo, a pesar de que Taehoon se marcharía tras escuchar la verdad de Carlisle, no podía dejarlo morir. Él no tenía culpa alguna y los únicos que habían provocado el problema eran ellos. Edward estaba desesperado cuando vio que tanto la cabeza de Carlisle como la de Taehoon estaban a punto de ser arrancadas.
—¡Hazlo! —chilló, haciendo que todos quedaran congelados y detuvieran su actuar—. ¡Taehoon, hazlo!
"No. No lo haré. No lo controlo. Podríais perderlo todo, no tendríais nada"
—¡Céntrate en cuál es tu propósito!
"No... No quiero perderlos"
—¡Es la única forma de salvarte, idiota! ¡Hazlo! ¡No te preocupes por nosotros! ¡Habrá alguna solución, confía en ti!
"No puedo"
—¡Sí que puedes! ¡No pienses más en ello si quieres vivir!
Los dorados ojos de Edward se clavaron como dagas en los rojos de Taehoon, el dolor plasmado en el rostro del asiático como si lo que fuera a hacer fuera el final de todo lo conocido para él. Y es que lo era. No podía evitar tener miedo. Su don era algo descontrolado que nunca quiso practicar porque destrozaría la vida de muchas personas y ni siquiera sabía si había una reversión posible. Sin embargo ahora era lo único que conseguiría salvarle la vida pero a cambio era muy probable que perdiera a Kate y Garrett. Taehoon miró a los mencionados con una clara tristeza en su rostro, ambos lo observaron con sonrisas tristes mientras asentían hacia él en forma de apoyo.
—Sea cual sea tu don, confiamos en ti, Tae. Sálvate —pronunció Kate lo suficientemente alto para que pudiera escucharla.
Taehoon cerró sus ojos y se deshizo de una patada del cuerpo de Varinia que sostenía su brazo izquierdo. Su mente centrada en un solo objetivo mientras la mano que había quedado libre se dirigía con una rapidez sobrehumana al centro de su frente. Un destello verde agua emanó de él y se extendió por todo el claro, cegándolos por completo y dejando que la imagen se distorsionara frente a ellos.
Cuando volvieron a abrir los ojos, se encontraron con la extraña imagen de Carlisle siendo sostenido por los Vulturi, Edward tirado en el suelo y Caius, Demetri y Varinia sosteniendo al vacío. Aro arrugó sus cejas y miró a su alrededor confuso, al igual que el resto.
—¿Por qué estáis reteniendo a Carlisle? —preguntó Edward.
—No... no lo sé. ¡Soltadlo! Dejadlo volver a su posición. Es hora de deliberar.
—Deliberemos —pidió Caius con avidez.
—Deliberemos —repitió Marcus con voz de absoluta desidia.
Aro les dio la espalda una vez más y se puso cara a cara con los otros dos, aún con una sensación de que se estaba olvidando de algo. Con cuidado, Bella soltó los brazos de Renesmee de su cuello.
—¿Recuerdas lo que te dije, cielo?
A la niña se le llenaron los ojos de lágrimas, pero asintió.
—Te quiero —dijo.
Edward las miraba con sus ojos de color topacio muy abiertos, y Jacob hacía lo propio con el rabillo de sus grandes ojos negros.
—Yo también te quiero —le aseguró su madre—. Más que a mi propia vida.
Jacob soltó un sonido quejumbroso. Bella se acercó al oído del lobo y susurró:
—Espera a que estén distraídos para huir con ella. Vete lo más lejos posible. Cuando te hayas distanciado lo suficiente para poder caminar como hombre, Renesmee lleva todo lo necesario para poder manteneros y escapar.
Los rostros de Edward y Jacob eran el vivo retrato del horror a pesar de que uno de ellos era un animal. Renesmee alzó las manos en busca de su padre. Él la tomó en brazos. Se abrazaron el uno al otro con fuerza.
—¿Era esto lo que me ocultabas? —le preguntó a Bella con un hilo de voz.
—A ti no, a Aro —susurró.
—¿Fue cosa de Alice?
Ella asintió. El lobo gruñó por lo bajo. Era un sonido áspero y sin altibajos, continuo como un ronroneo. Tenía de punta el pelaje del cuello y los colmillos al descubierto. Edward besó a Renesmee en la frente y ambas mejillas; luego, la depositó sobre el lomo de Jacob. La pequeña gateó hábilmente encima del lomo hasta encontrar la hoyada situada entre las dos enormes paletillas. Allí se aferró con las manos al pelaje para no caerse.
—No podría confiarla al cuidado de nadie más —murmuró la neófita—. No podría soportar esto de no saber cuánto la quieres y tu capacidad para cuidar de ella, Jacob.
El lobo profirió otro aullido lastimero y agachó la cabeza para frotarle el hombro.
—Lo sé —musitó—. Yo también te quiero, siempre serás mi mejor amigo.
Una lágrima del tamaño de una pelota de béisbol se deslizó por su pelaje bermejo. Edward inclinó la cabeza junto al lomo donde había colocado a Renesmee.
—Adiós, Jacob, hermano mío..., hijo mío...
Los demás apenas fueron conscientes de la escena de despedida. Tenían los ojos fijos en el silente triángulo de brujos, pero Bella podía jurar que algo sí oyeron.
—Entonces, ¿no hay esperanza? —susurró Carlisle.
La voz no delataba miedo alguno, sólo resolución y resignación.
—Siempre hay esperanza —dijo Bella en voz baja. «Eso podría ser verdad», pensó—. Sólo conozco mi propio destino.
Edward la tomó de la mano, sabedor de que estaba incluido en él. No hacía falta precisar que se refería a los dos cuando hablaba de «su destino».
La respiración de Esme sonaba entrecortada. Se adelantó, acariciando los rostros al pasar, para situarse junto a Carlisle. Se tomaron de la mano.
De pronto, se vieron rodeados por una sucesión de palabras de despedida y frases de cariño dichas a media voz.
—Te seguiré adonde quieras si sobrevivimos a esto, mujer —le aseguró Garrett a Kate con un susurro.
—A buenas horas me lo dices... —murmuró ella.
Rosalie y Emmett intercambiaron un beso rápido, pero cargado de pasión.
Tia acarició el semblante de Benjamin; éste le devolvió la sonrisa con alegría, le tomó la mano y la sostuvo junto a su mejilla.
—¿Estas bien, Carlisle? —preguntó Edward, fuera de sí.
—Si, ¿por qué...?
—Por Jane —respondió el lector de mentes.
Una docena de ataques punzantes chocaron contra la superficie del escudo de Bella en cuanto pronunció su nombre. Doce brillos marcaron las diferentes zonas del impacto. Al parecer, la menuda vampira no había sido capaz de atravesar el blindaje.
—Increíble —comentó Edward.
—¿Por qué no han esperado a la decisión? —siseó Tanya.
—Es el procedimiento habitual —le respondió Edward con brusquedad—. Suelen incapacitar a los acusados en el juicio a fin de impedirles la escapatoria.
Jane profirió un grito penetrante cuando su ataque no pudo pasar el escudo de Bella, sobresaltando a todos, incluso a los componentes de la disciplinada guardia; a todos, menos a los tres ancianos, quienes siguieron centrados en su conferencia. Su gemelo la aferró por el brazo para retenerla cuando se agachaba para tomar impulso y saltar.
Los rumanos comenzaron a reír entre dientes como muestra de su sombría expectación.
—Te dije que era nuestro turno —le recordó Vladimir a Stefan.
—Tú sólo mira la cara de la bruja —le contestó el otro entre risas.
Alec palmeó con suavidad el hombro de su hermana antes de ampararla bajo el brazo.
Lejos de allí, una pareja de vampiros se acercaba al claro a paso rápido sin embargo disminuían cada vez más la velocidad. De pronto, en dicho lugar, Edward se irguió.
—¡Sí! —siseó.
Su rostro refulgía con una expresión de triunfo que no alcanzaban a comprender. Se asemejaba a la que podría tener el Ángel Exterminador el día que el fuego redujera el mundo a cenizas. Hermoso y aterrador.
La guardia reaccionó al fin y entre sus miembros se oyó un murmullo incómodo.
—¿Aro? —le llamó Edward a voz en grito y con una nota casi triunfal en la voz.
El líder Vulturis vaciló y antes de responder se tomó unos momentos para evaluar con precaución este nuevo estado de ánimo.
—¿Sí, Edward? ¿Tienes algo más...?
—Tal vez —repuso él, controlando aquel entusiasmo inexplicable—, pero antes, ¿te importa si clarifico un punto?
—En absoluto —contestó Aro, que enarcó una ceja y habló con un tono de voz que sólo dejaba entrever un interés cordial.
Cuanto más amable se mostraba, más peligroso era ese Vulturis.
—Según tú, el peligro potencial de mi hija radica en nuestra imposibilidad para determinar en qué va a convertirse cuando haya terminado su desarrollo. ¿Es ése el quid de la cuestión?
—Exacto, amigo mío —convino Aro—. Si pudiéramos estar completamente seguros de que cuando crezca va a ser capaz de mantenerse a salvo del mundo humano y no poner en peligro la seguridad de nuestra reserva...
Dejó la frase en suspenso y se encogió de hombros.
—Bueno, pero si pudiéramos conocer con certeza cómo va a ser de mayor, ¿habría necesidad de un concilio y todo lo demás? —sugirió Edward.
—Si hubiera alguna forma de tener una certeza absoluta —admitió Aro con una voz tan suave que daba escalofríos. No veía adonde quería llevarle Edward—, entonces, sí, no habría nada que debatir.
—Y entonces nos marcharíamos todos en paz y tan amigos como siempre, ¿no? — preguntó Edward con una nota de ironía en la voz.
Más escalofríos.
—Por supuesto, mi joven amigo. Nada me complacería más. Edward soltó entre dientes una risita exultante.
—En tal caso, tengo algo que ofrecerte.
Aro entornó los ojos y replicó:
—Ella es única. Sólo podemos aventurar en qué se va a convertir.
—No tan única —discrepó Edward—, poco común, sin duda, pero no es la única de su especie.
De pronto, la esperanza cobraba vida y eso suponía una peligrosa distracción, pues aquella neblina de apariencia mórbida seguía enroscándose cerca del escudo, en cuya superficie Bella notó una punzante presión mientras se esforzaba por recuperar la concentración.
—Esto..., Aro, ¿tendrías la bondad de pedirle a Jane que dejara de atacar a mi esposa? Todavía estamos discutiendo las pruebas.
El cabecilla alzó una mano.
—Paz, queridos míos. Oigámosle.
La presión desapareció. Jane le enseñó los colmillos y ella no fue capaz de contenerse, así que le devolvió la más ancha de las sonrisas.
—¿Por qué no te unes a nosotros, Alice? —pidió Edward en voz alta.
—Alice —susurró Esme, asombrada.
«¡Alice!»
¡Alice, Alice, Alice!
—¡Alice, Alice! —murmuraron otras voces alrededor.
—Alice —exhaló el líder Vulturis.
Entonces, los escucharon atravesar el bosque a la carrera. Acortaban la distancia en silencio y lo más deprisa posible.
Ambos bandos permanecieron inmóviles y expectantes. Los testigos de los Vulturis torcieron el gesto y se mostraron confusos.
Alice apareció en el claro desde el sureste con esos elegantes movimientos suyos de bailarina. El éxtasis de ver su rostro de nuevo estuvo a punto de derribarlos. Jasper, cuyos ojos destellaban con fiereza, le pisaba los talones. Junto a ellos corrían tres desconocidos.
El primero era una mujer de cabellos negros, alta y musculosa. Obviamente, se trataba de Kachiri; la miembro faltante del aquelarre Amazonas. Tenía esas extremidades largas tan características de las amazonas, más pronunciadas incluso.
La siguiente era una vampira de tez olivácea con una larga coleta de pelo negro agitándose sin cesar a su espalda. Sus ojos de intenso color borgoña iban de un lado para otro, recorriendo con un pestañeo nervioso los preparativos bélicos.
El último era un joven de piel morena y brillante. Sus movimientos al correr no eran tan rápidos ni tan elegantes como los de sus acompañantes. Examinó el gentío congregado con unos ojos de color muy semejante a la madera de teca. Tenía el pelo negro y lo llevaba recogido en una coleta, al igual que la mujer, pero no tan larga. Era muy guapo.
Las ondas sonoras de un nuevo eco se extendieron entre los miembros de la expectante multitud, era el sonido de otro corazón palpitando más deprisa a causa del ejercicio.
Alice esquivó de un brinco los zarcillos de la neblina, que ya estaba disipándose, y se ladeó para atravesar el escudo y culebrear hasta detenerse al lado de Edward. Bella estiró una mano para tocarle el brazo, y lo propio hicieron Edward, Esme y Carlisle. No había tiempo para mayores bienvenidas, sin embargo Alice se detuvo a buscar a alguien y Edward arrugó sus cejas al no reconocer aquel rostro.
—Carlisle —llamó—, ¿dónde está Taehoon?
El rubio y el lector de mentes se miraron el uno al otro, los vampiros a su alrededor también se miraron confusos ante aquella pregunta.
—¿Taehoon? —cuestionó Edward.
Carlisle apoyó la palma de su mano en su hombro y la miró interrogante antes de hablar.
—Alice, ¿quién es Taehoon?
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