SEXTO ENCUENTRO

KAREN

Había pasado una semana desde el día en que mi vida social en el instituto se arruinó, más de lo que ya estaba arruinada de por sí claro, y, como había comentado Jessy, parecía que las cosas se habían calmado. Si bien el mote seguía ahí y todo el mundo me conocía por él, ya no había tantas risitas ni cuchicheos cuando yo pasaba. Sin embargo, me había vuelto el foco de burlas del grupo de Chris. Solía ignorarlos y no darles coba con la esperanza de que también se acabasen aburriendo. El único que nunca participaba en los comentarios maliciosos era Chris, y eso lo hacía mucho más espeluznante porque lo único que hacía era taladrarme con sus ojos azules. Por supuesto, yo no podía permitir que me viera intimidada. Así que hacía frente a esa mirada sin titubeos. Y era entonces cuando pasaba lo más escalofriante de todo, Chris me sonreía con la misma sonrisa que me dedicó el día siguiente de tirarle el refresco. Era entonces cuando mi corazón se aceleraba y cuando tenía la certeza de que algo malo, muy malo, estaba por suceder aunque Jessy insistiese que acabarían aburriéndose.

Hoy todavía no me había encontrado con el grupo Chris y mis esperanzas de que fuese así aumentaron cuando al entrar en clase no vi a ninguno de ellos. Lo cierto es que no eran unos lumbreras, así que faltaban bastante y parecía que hoy iba a ser así. Me relajé y disfruté de la conversación que estaba teniendo con mi amiga. No tardó mucho en entrar el profesor mandarnos a nuestros sitios. Cuando estaba a punto de cerrar la puerta aparecieron corriendo Chris y Peter que se llevaron una mirada severa por parte del profesor pero les permitió entrar. Una mueca de disgusto se me dibujó en el rostro y los nervios de todos los días se instalaron en mi estómago. Adiós a mi día de paz. Probablemente me darían la brasa cuando terminase la clase. Decidí hacer lo que llevaba haciendo toda la semana ignorarles y centrarme en la clase.

Estaba tomando notas cuando un sobre cayó encima de mi mesa. Miré a Fatima, la chica que se sentaba delante de mí, sin entender nada. Me miró con diversión en los ojos y luego señaló hacía el sitio de Chris. Al dirigir la vista hacia allí mis ojos se toparon con los suyo y con esa maldita sonrisa. Los nervios del estómago se acentuaron hasta tal punto que se me revolvió. Dejé de observarle para centrarme en lo que tenía en la mesa. Era una carta o una nota. La miré con reticencia sin saber muy bien qué hacer con ella.

—A lo mejor es una disculpa —me comentó Jessy en un susurro a mi lado. La miré con un gesto escéptico. Ella se encogió de hombros.

Fuese lo que fuese tenía que hacer frente a ello, así que sin meditarlo más saqué la nota y la comencé a leer. Sentí como mi rostro se enrojecía a medida que leía cada frase. Era una carta de amor que, al parecer, yo había escrito a mi perro muerto. La carta era bastante obscena y tenía un toque de humor negro que me hubiese hecho gracia si no fuera porque yo era la protagonista e iba dirigida a Fifi. Y ella me recordaba a mi abuela. Mi turbación inicial pasó a una tristeza profunda que hizo que mis ojos ardieran ligeramente. Intenté calmarme. Era una estúpida carta sobre un perro disecado, sí, pero no tenía nada que ver con Fifi. ¿Entonces por qué me sentía tan mal? Porque en el fondo sabía que sí que iba dirigida a ella, ya que Chris había sido el único que me había visto con Fifi.

Jessy me robó la carta de mis manos y la leyó en silencio mientras yo miraba a Chris que se reía con Peter. Nuestras miradas volvieron a conectar, él con la sonrisa burlona en el rostro y yo... probablemente con cara de lela porque me guiñó un ojo antes de volver a reírse. Empecé a escuchar risitas y murmullos a mi alrededor. Entonces comprendí abatida que la carta había recorrido la clase antes de llegar a mis manos. Me sentí abochornada, así que dejé que mi cabello me cubriera el rostro para ocultarme de todos.

—¿Qué está pasando? —La voz del profesor hizo que volviera el silencio a la clase—. Señorita Anderson, ¿qué tiene ahí?

Miré a mi compañera horrorizada. Ésta se había quedado paralizada al ser descubierta y miraba asustada al profesor. El profesor se acercó a Jessy y puso la mano frente a ella en un gesto claro para que le diera la carta. Sin poder hacer absolutamente nada vi cómo el profesor leía la carta en voz baja. Cuando finalizó su lectura sus ojos se posaron en mí. Luego miró al resto de los compañeros para volver a fijar la vista en mí

—Dudo que usted se haya nombrado a sí misma Morticia, señorita Bramson. —Le miré sorprendida. ¿Cómo era posible que supiese que yo era Morticia? Ante mi cara atónita, y la de varios compañeros más, nos lo aclaró—: Señores, para vuestra información los profesores no somos sordos y sabemos más de lo que creéis lo que pasa en nuestras clases. —Una vez hecha esta aclaración volvió a mirarme—. Señorita Bramson, ¿sabe quién es el responsable de esta carta?

Me quedé mirando fijamente al profesor mientras sentía en mi pecho como mi corazón latía con fuerza. Esta era mi oportunidad para vengarme, para aliviar el escozor de mis ojos, para limpiar la memoria de Fifi.

CHRIS

—Señorita Bramson, ¿sabe quién es el responsable de esta carta?

Cerré los ojos y maldije por dentro mi mala suerte. Esto me iba a mandar de cabeza a Dirección. Y probablemente el Director esta vez no sería tan benevolente conmigo y me expulsaría.

—No, señor. —Se escuchó en bajo. Abrí los ojos de golpe y miré a Morticia. Estaba hundida en su silla pero miraba con determinación al profesor. Este levantó una ceja incrédulo.

—¿Estás segura? —La chica afirmó con un leve gesto de cabeza.

Dejé escapar el aire que había guardado de forma inconsciente en mis pulmones. No me lo podía creer. Una sonrisa de alivio se me dibujó en el rostro. El profesor dejó de insistir y retomó la clase. Pasado unos minutos volví a observar a Morticia, tomaba notas como si no hubiese pasado nada. ¿Por qué lo había hecho? Quizá había decidido enterrar el hacha de guerra y poner fin a todo esto. La esperanza revoloteó por mi estómago y empecé a divagar pensando que quizá existiese alguna posibilidad de que fuésemos amigos. La chica siempre me había parecido maja, bastante rara, pero maja. Y a lo mejor volvía a tener una posibilidad con su amiga Jessy. Estaba todavía pensando en eso cuando los ojos negros de Morticia se posaron en mí. El brillo de odio que vi en ellos hizo que mis esperanzas se esfumaran. Podía irme olvidando de lo de ser amigos... y de su amiga también.

Sentía el cuerpo relajado tras los veinte minutos corriendo del final de la clase de Educación Física. Era una de mis clases favoritas. Aunque no era un gran atleta como Peter y Oliver y no estaba en ninguno de los equipos del instituto, en general el deporte me gustaba, en especial correr. Me permitía desahogarme y quemaba el sentimiento de frustración e impotencia que sentía a menudo. Entré en los vestuarios. Me estaba desvistiendo para meterme en las duchas cuando entró Oliver. Su clase de gimnasia comenzaba la siguiente hora. Nos saludamos con un choqué de manos.

—Hey, tío, gracias por dejarme el trabajo.

—No lo habrás copiado al pie de la letra, ¿verdad? —pregunté algo agobiado. Tenía que remontar el suspenso del trabajo de la semana pasada. La profesora me había dado un aviso y me había permitido repetir el trabajo pero me había advertido que lo iba a mirar con lupa.

—Tranquilo —dijo Oliver con una sonrisa para calmarme—, solo he copiado la gráfica del final. —Suspiré aliviado. Confiaba en la palabra de Oliver, era de los pocos del grupo que le importaban algo las clases—. Te lo he dejado en la cajonera de tu mesa.

—Genial. Ahora me pasaré a por él. ¿Vas a ir hoy al parque?

—Sí.

—Pues nos vemos esta tarde allí.

—Guay.

Nos despedimos chocando los puños como hacíamos siempre y me dirigí a clase.

En clase me encontré con Peter que ya estaba en su sitio. Le saludé del mismo modo y me senté junto a él. En seguida se puso a comentarme su nueva conquista mientras yo sacaba el trabajo de la cajonera. Afirmaba con la cabeza aunque realmente no le estaba prestando atención. Quería revisar el trabajo antes de entregarlo en la siguiente clase. Estaba en esas cuando noté algo húmedo en mi mano que venía de una de las hojas. Un temor se me instaló en el pecho. «No puede ser» pensé mientras pasaba las hojas rápido hasta que dos de ellas se separaron con dificultad. La tinta se había difuminado aunque todavía era legible y una parte de la gráfica de una de las hojas se había quedado impresa en la hoja que se había apoyado en ella. Me pasé la mano por el pelo angustiado.

—Pero... ¿qué narices ha pasado? —pregunté en alto sin esperar respuesta. Peter se calló para observar mi trabajo—. Voy a matar a Oliver —murmuré sintiendo cómo el cuerpo me temblaba por el enfado—. La señorita Jones me va a catear fijo.

—¿Ese es tu trabajo de Tecnología? —Afirmé con la cabeza mientras sentía que el cuerpo me temblaba de la rabia—. Entonces ahora entiendo por qué Morticia estaba en tu sitio cuando llegué.

Miré confundido a Peter.

—¿De qué hablas?

—Antes de entrar en clase vi cómo Morticia dejaba tu trabajo en la cajonera. —Alzó los hombros—. No le di importancia.

¿Qué no le dio importancia? La chica que más me odia de secundaria coge algo de mi mesa ¿y Peter no le da importancia? Desde luego a veces era un genio. Dejé de observarle sin poder creer sus palabras para volver a mirar mi trabajo.

—¿Y qué se supone que le ha hecho? Está mojado. —Toqué la zona húmeda de trabajo. No era mucha solo un círculo de unos dos centímetros. ¿Qué se le habría ocurrido hacer a esa loca? ¿Un rito satánico a mi trabajo para que no aprobase? Porque lo iba a conseguir. Peter se acercó un poco más al trabajo.

—¡Joder, tío! —exclamó—. Creo que es un escupitajo —dijo soltando una carcajada.

Dejé de tocar la zona mojada mientras un gesto de asco se me dibujaba en la cara. Sí, tenía toda la pinta de ser un escupitajo.

—Te la ha jugado bien, ¿eh? —continuaba Peter junto a mí sin dejar de reír.

Mis ojos buscaron la responsable de esa catástrofe. Estaba en su sitio oculta, como era habitual, tras su mata de pelo negro. Un mezcla de sentimiento de admiración y enfado luchaba en mi interior. Hasta que al final se me dibujó una sonrisa porque, encima, tenía su gracia. En todo momento había dado por hecho que Morticia se había rendido y resultaba que no sólo no se había rendido, sino que se había vengado y muy bien vengado. Las risas de Peter me devolvieron a la Tierra. Observé su cara enrojecida. Mi reputación estaba en juego y aquello no lo podía permitir. «Este juego lo has ganado» pensé volviendo a fijar la vista en la chica, «pero no dudes que el siguiente lo voy a ganar yo». Una sonrisa maliciosa se formó en mis labios.

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