Extra #6
Extra #6
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5:25 am
Los Ángeles
Ver no es lo mismo que observar.
Ver es el simple hecho de que tus ojos funcionen.
Observar es tener la habilidad de saber usar tu vista.
Aviv comenzaba a entender eso ahora que llevaba un mes y medio viendo. Todavía se confundía un poco con los colores y objetos, al igual que con las letras y profundidades. Cosas tan sencillas como las sombras lo descolocaban y el brillo del sol le dolía en sus pupilas. Pero, dentro de todo, no estaba para nada mal.
Estaba descubriendo un nuevo mundo, uno en el que poco a poco empezaba a encajar. Le gustó descubrir que forma tenían las sonrisas, sobre todo las de sus seres queridos. También le agradó poder reconocer finalmente su reflejo, eso fue algo que lo llenó de una increíble satisfacción en su momento: jamás creyó que tendría una imagen propia de sí mismo.
¿Pero sabes qué amaba observar? A quien se había convertido en el sinónimo de cada amanecer.
—Pts, Everton —escuchó a su lado. Sin embargo, no abrió los ojos —. Avi, despierta.
Se removió en el colchón, sintiéndose muy cansado como para hacerle caso. Sanne era una mujer de mañanas, que se levantaba e iba a trotar en la playa cada madrugada. Aviv...Aviv era un hombre al que le encantaba su cama y prefería simplemente esperar a que ella volviera de su rutina matutina para que así ella fuese lo primero en veía al despertar.
Sin embargo, estaba muy seguro de que ella no había ido a trotar aún y que era demasiado temprano. No sentía los rayos de sol en su rostro, como cada mañana y estaba cansado, así que solo ignoró a Sanne y se dio la vuelta para seguir durmiendo.
—Oye, en serio, despierta —ella comenzó a tocar su hombro una y otra vez, logrando que él se quejara —. Vamos, Everton. No te hagas el difícil.
—Es muy temprano —se quejó, con voz adormilada —. ¿Qué quieres, Sanne?
—Que abras esos bonitos ojos y que me mires, bombón.
—¿Bombón? ¿Todo bien contigo? —con todo el pesar del mundo, abrió uno de sus ojos y alcanzó a ver una mirada muy cerca de él —. A ver, ¿y desde cuando soy un bombón?
—Solo estaba probando si eso te hacía despertar —ella sonrió antes de besar sus labios. Él tampoco pudo evitar sonreír cuando la sintió a ella enredar sus dedos en su cabello —. Sabes que yo no soy de apodos demasiado cursis, a mi me gusta llamarte Everton. A veces, cuando estoy de buenas, capaz y te llamo cariño, pero bombón jamás.
—Así que me engañaste al llamarme bombón solo para despertarme y luego romper mis ilusiones.
—Exactamente.
Él soltó una breve carcajada antes de abrir por completo sus ojos. Entonces, la observó:
La piel tersa que reconocía muy bien con su tacto era de un color hermoso que parecía brillar en contraste con las sábanas pálidas que la cubrían. Ahora sabía que el tono en la piel de Sanne era igual al del café con a penas un poco de leche, así como el color de sus labios resultaba ser un rosa muy oscuro. Ahora que veía, podía entender porque ella besaba con tanta suavidad, pero con un justo toque de seducción que lo enloquecía; es que su boca tenía la forma exacta para provocar esa sensación: su labio inferior era tan solo un poco más relleno que el otro y, cuando lo mordía como en ese momento, provocaba sensaciones en Aviv que él jamás habría descubierto estando ciego.
Su cabello era del color de la noche; es más, estaba seguro de que quizá era incluso más oscuro. Las ondas que se esparcían por su cara y almohada parecían ocuparlo todo, como si el espacio entero les perteneciera. Se sentía perfecto tomar uno de esos mechones entre sus dedos y simplemente perderse en la forma en la que ese se ondulaba más y más. Luego, estaban sus ojos...
Sus ojos fueron el primer color que Aviv se acostumbró a identificar.
Grises, así los llamaban el resto, pero para Aviv ese tono se quedaba corto. El color en la mirada de Sanne era más que solo eso pues, tras tantos minutos perdiéndose en ellos, había descubierto centelleos de azules y verdes que hacían de ese color una hermosa mezcla de tonos fríos. Era un color único, uno que solo le pertenecía a ella y eso lo hacía tan especial. No tenía nombre, y si lo tenía él no lo conocía, pero lo reconocería donde fuera.
Era el color más bonito del universo y él se sentía privilegiado de poderlo ver tan de cerca; privilegiado de poderlo ver, en primer lugar.
—Buenos días, Everton —le dijo ella, sin dejar de observarlo.
—Querrás decir madrugada —señaló él, dejando escapar un bostezo —. ¿Para qué me despiertas tan temprano, Sanne?
—Quiero mostrarte algo —ella se sentó en la cama y luego lo observó por encima de su hombro —. Te tengo una sorpresa...
—¿Y no me puedes dar la sorpresa luego de que amanezca?
—No, no puedo ¡Vamos, Everton! No te hagas de rogar.
—Me gustaría que al menos intentaras persuadirme...
—No jodas, solo ven y ya.
Aviv la vio ponerse de pie, sabiendo que ella no le iba a rogar de más. Así era Sanne, con ella no servía rogar o persuadir porque al final ella obtenía la última palabra. Sus amigas la llamaban la "correcta" del grupo, pero claro que ninguna de las margaritas conocía ese lado atrevido y jugueton que aparecía con Avi; o quizá si lo conocían, pero era algo tan de ellos que nunca lo mencionaban.
Como sea, Avi notó que esa sonrisa en los labios de Sanne prometía cosas que no eran precisamente correctas...
—Más vale que esto sea bueno —bufó él, deshaciendose de las sábanas para poder ponerse de pie —. Si es solo una broma...
—Pero que hombre con tan poca fe —ella rodó sus ojos, esperando a que él se colocara sus pantalones de pijama y sus pantuflas —. ¿Cómo te sentirías si quisieras hacerme una sorpresa y yo dudara de esa forma de ti?
—Normal, porque es exactamente lo que yo haría.
—Eres cruel. Con esas ideas, ¿cómo esperas que te llame bombón?
Él soltó una carcajada y terminó por enderezarse. Restregó sus ojos y se estiró bajo la mirada de Sanne, cada vez más impaciente. Decidió torturarla un poco más, bostezar y estirarse una y otra vez para jugar con su paciencia.
—Eres cruel. Muy, muy cruel —soltó ella, provocando que Aviv riera una vez más.
En ese momento era tan feliz...y pensar que creyó que jamás volvería a obtener tanta felicidad en la vida.
Acabó con sus bromas y se acercó a ella. Dejó un beso cariñoso en su sien y tomó su mano, disfrutando la sensación de sus dedos entrelazarse con los de ella. Amaba la forma en que ella lo miraba, había tanto cariño en esos ojos grisáceos que simplemente le sorprendía poder provocar tanto en alguien.
En Sanne.
—Bueno, ya estoy listo —terminó por decir —. Ahora, muéstrame tu sorpresa.
—Para eso tienes que cerrar los ojos.
—Estas jodiendo, ¿no? —cuestionó él, alzando una ceja. Ella negó con la cabeza —. No recuperé la vista para escuchar cosas como "tienes que cerrar los ojos" ¿Qué clase de broma cruel es esta, Sanne?
—¡No es una broma! De verdad quiero sorprenderte.
—¿Y para eso tengo que cerrar los ojos?
—Si. Tú solo confía en mi.
—Sanne, yo confío en ti más de lo que confío en mi mismo —soltó, cerrando sus ojos —. Cosa que en este momento me preocupa bastante.
—No te arrepentirás, Everton.
Sintió un beso corto en la comisura de su labio, ella podía ser bastante cariñosa cuando se lo proponía. No, no era de apodos dulces, pero si era amante de besos apasionados, palabras comprometedoras y acciones capaces de decir lo que las bocas a veces no pueden. Cuando queria demostrar todo lo que sentía...solo entonces surgían los pequeños gestos, los besos cortos y furtivos, los "te amo" más profundos y la timidez que no parecía encajar en alguien tan imponente y segura como Sanne Coleman.
Pero incluso las personas más fuertes tenían ciertas debilidades, y eso no era para nada malo.
Ella lo guió, utilizando sus manos entrelazadas para llevarlo fuera de la habitación y luego por las escaleras. Durante muchos años, ella fue sus ojos en la oscuridad. En ese momento, fue como sentir eso de nuevo. Revivió todos esos instantes en los que no dudó en tomar su mano y dejarse guiar. Pensó en el camino de solo ser conocidos a considerarla una gran amiga, hasta que ella se convirtió en la persona más importante de su vida. Fue tan largo, tan lleno de altos y bajos...
Y ahora estaban ahi, en ese instante en el que él volvía a confiar en ella y lo haría un millón de veces más.
—¡Auch! —se quejó tan pronto sintió un golpe en su frente. La escuchó reír y supo que lo había hecho chocar con las puertas francesas que daban al patio —. Muy graciosa.
—Sh, no despiertes a los niños —carcajeó ella.
—No sé si debas seguir llamandolos niños, amor. Menos cuando los dos sabemos que Elise está ahi arriba, durmiendo con Leb.
—Cállate. Siguen siendo mis niños, recuérdame lo contrario una vez más y acabarás en la piscina.
—Ya estoy sintiendo lo romántico de esta sorpresa.
Ignorando su comentario, ella siguió guiandolo hasta llegar fuera de la casa. Él sintió la briza marina golpear su rostro, el olor a mar llegar a su nariz, el sonido de la puerta que daba a la playa abrirse y luego cerrarse tras ellos. Supuso que Sanne lo estaba llevando a algún lado en la orilla del mar, pero cada vez caminaban más y eso hacía que adivinar fuera imposible. Su caminata debió durar unos diez minutos, hasta que ella se detuvo. Le dio la vuelta, pero seguía sin ordenarle abrir los ojos.
Él podía escuchar las olas romper en la orilla, algunas gaviotas en el cielo aún cuando era demasiado temprano. El clima era fresco debido a la madrugada, cosa que lo llevó a pensar que habría sido buena idea llevar más que solo pantalones, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse.
—¿Ya puedo abrir los ojos? —le preguntó a la chica, sin saber exactamente donde estaba.
—Todavía no —habló ella. Supo entonces que se había colocado a sus espaldas —. Espera unos segundos más.
La sintió rodear sus brazos en su torso, abrazándolo por la espalda. Luego, un beso cariñoso en su hombro y su cara apoyada en ese mismo lugar. Él rodeó sus brazos en respuesta, sintiendo la suavidad en la piel de esa chica y la calidez de ese abrazo. No tenía idea de qué tramaba Sanne, pero a ese punto ya no podía quejarse de haber sido despertado tan temprano.
—Te amo —dijo ella, afianzandose más al abrazo —. Durante muchos años, creí que no volvería a decirle esas palabras a un hombre. Creí que ese amor se resumiría a mis amigas, a mi familia, a mi misma...
—Lo necesitabas —habló él, acariciando sus brazos —. Todo ese tiempo en el que te dedicaste a amarte solo a ti misma y a tu familia era necesario para que te dieras cuenta de que vale la pena querer de esta forma. Sé que ese tiempo es la razón por la que ahora amas como lo haces.
De una forma tan bonita, tan fuerte y tan especial que él agradecía ser quien recibiera parte de ese cariño.
—Quizá tienes razón —dijo ella. Aún con los ojos cerrados, él tomó su mano y la guió hasta sus labios para poder besar cada uno de los nudillos de Sanne.
—También te amo —habló él, con total sinceridad —. Te amo aunque me despiertes temprano y seas un asco en los apodos tiernos. Ahora, ¿ya puedo abrir los ojos? Me gustaría ver mi sorpresa.
—Impaciente —soltó Sanne, susurrando cerca del oído del hombre que amaba —. Aviv Everton, ya llevas un mes, dos semanas y cuatro días con vista.
—Vaya, gracias por llevar la cuenta por mi.
—Llevo la cuenta porque hoy es el primer día en el que verás luz del día sin usar tus lentes de sol, Avi.
Aviv soltó una respiración profunda, había olvidado por completo ese detalle. Durante su tiempo con vista, había utilizado lentes de sol para evitar problemas con la claridad del día. La doctora le había recomendado usarlos durante un tiempo en específico, pero pasó por alto que ese tiempo había llegado a su fin.
Sintió otro beso, esta vez en su cuello. Supo que Sanne lo había sentido tensarse, sentir algo de nervios ante la idea de ver claridad sin sus lentes de sol de por medio.
—¿Listo? —cuestionó ella. Él tardó, pero asintió con la cabeza tras respirar de nuevo y se sostuvo con mucha más fuerza a ella —. Abre los ojos, cariño.
Ver no es lo mismo que observar.
Si Aviv solo hubiese visto los colores naranjas, rosados y azules del cielo, entonces no habria sentido ese calor que se apoderó de su pecho en ese momento. Sintió que el aire le faltó ante esa explosión de brillos y luz. Los amarillos del sol se reflejaron en el mar, el oceano se fue llenando cada vez de más y más tonos.
Si Aviv solo hubiese visto, no habría sentido sus ojos humedecerse ante lo hermoso que era todo eso.
Durante años, no pudo siquiera imaginar lo maravilloso que era el mundo a su alrededor. Ahora lo tenía en frente, podía ser testigo de ello, y eso era abrumador en el mejor de los sentidos. Sonrió, sintiéndose afortunado de poder saber el color y la forma de ese calor que denominaba amanecer. Ese era su primer día viendo luz sin lentes de por medio, sin protegerse de lo que lo rodeaba.
Era el primero de muchos días en los que observaría cosas hermosas en el mundo.
—Es...—intentó buscar las palabras, pero se quedó sin vocabulario para describir algo tan bello.
Sintió los brazos de Sanne deslizarse por su torso hasta dejar de abrazarlo y luego la vio caminar hasta encararlo. Los colores chocaban con su cara, decoraban ese hermoso rostro de la más bella manera. No se alejó cuando ella llevó una mano hasta su mejilla y, con una caricia, limpió una lágrima que se le había escapado.
Era demasiado hermosa...
—Sorpresa —susurró ella, con una sonrisa en sus labios —. Quería que pudieses observar en primera fila uno de los paisajes más hermosos de todo el mundo.
—Lo lograste —aseguró él, sin poder creer que le fallara tanto la voz al hablar —. Es lo más hermoso del mundo, ni siquiera sé como mis ojos son capaces de ver algo tan...tan magnífico.
A veces tenía miedo de que sus ojos en realidad no fueran capaces de verlo todo, que hubiese tanta belleza que en verdad era imposible que él la viera toda. Sin embargo, estaba satisfecho con la porción de hermosura que le tocaba observar y apreciar.
El corazón de Sanne se conmovió al ver lágrimas de emoción en los ojos casi dorados de Aviv. Él siempre tuvo la habilidad de ver como nadie más, pero ahora que sus ojos funcionaban...era como ver a un niño observando todo por primera vez, apreciando todo con hambre de ver cada vez más y más. No importaba si lo que tenía en frente no fuera algo demasiado impresionante, él lo interpretaba como tal. Era hermoso, como si Avi no conociera la diferencia entre normal y extraordinario.
Como si, para él, no existiera la fealdad, sino pura belleza hecha para apreciar.
Y sus ojos eran buenos haciendo eso: apreciando. Ella sintió esa mirada dorada hacer eso cuando se quitó la camisa justo frente a él. Dejó caer con lentitud la prenda en la arena, del mismo modo en el que arrastró con calma sus shorts de pijamas por sus piernas. Quedó en ese pequeño bikini negro que logró ponerse mientras él dormía e hizo su mayor esfuerzo por no sonrojarse cuando él la repasó con sus ojos de arriba a abajo más de una vez.
—Debo suponer que esta es la parte divertida y romántica de la sorpresa, ¿no? —cuestionó él, con diversión en su voz.
—Esta es la parte en la que nadamos —aclaró ella, dando pasos hacia atrás para ir hacia la playa.
—Hiciste trampa. Yo no tengo traje de baño.
—Nada en pijama —ella se encogió de hombros antes de sonreírle con picardía —. O desnudo. Como sea, no es nada que no haya visto antes.
Ella le guiñó un ojo antes de darse la vuelta para trotar hacia la orilla. Él soltó una carcajada, encantado ante la forma en la que ella lo enamoraba cada vez más y más. El agua seguro debía de estar helada, pero ella llegó hasta el mar y se sumergió en el mal con gracia; como una sirena que se reencontraba con su hogar. La vio regresar a la superficie con gracia, gotas de agua cayendo por su rostro y cabello.
Ella se convirtió en el paisaje que observar...
Sabiendo que su piel acabaría por erizarse ante la temperatura del agua, decidió quedarse con el pijama y trotar hasta la orilla. No lo pensó dos veces antes de entrar al agua y sumergirse en ella. Tal y como supuso, el mar estaba casi helado y golpeó su cuerpo, congelando de inmediato ¿Cómo Sanne aguantó lanzarse sin sentir que el frío la atravesaba? Regresó a la superficie, tomando el aire que había perdido.
—¡Maldita sea! ¡Que frío está esto! —exclamó y logró escuchar una pequeña risa cerca de él.
Abrió los ojos y la encontró ahí, gloriosa y decorada por los más hermosos colores del amanecer. Su sonrisa delataba diversión, probablemente ella estaba disfrutando verlo congelarse justo frente a sus ojos. La vio sumergirse en el mar una vez más, nadar bajo el agua cristalina y tranquila hasta llegar justo frente a él. Cuando volvió a la superficie, quedaron a solo un respiro de distancia.
—No te quejes —susurró ella, deslizando sus manos por sus hombros hasta terminar rodeando su cuello. Enredó sus piernas a su cintura, acercándolo aún más. El agua a la altura de sus pechos, chocaba con ellos —. El agua está deliciosa hoy.
—Si por deliciosa te refieres a que podría darnos hipotermia, pues sí —dijo él, sujetándola por la espalda baja —, está deliciosa.
Ella le sonrió, y se arqueó hacia atrás para mojar su cabeza en el agua. Él la sostuvo, sentía que seria incapaz de soltarla. Luego, ella volvió a enderezarse y se inclinó hacia él. Sus narices se rozaban, sus respiraciones se mezclaban. A esa distancia, el color que solo le pertenecía a la mirada de Sanne se veía aún más espectácular de lo normal. Peinó unos mechones de su cabello mojado, esos rizos que se adherian a su cara. Notó entonces como los dulces labios de Sanne estaban ligeramente curvados hacia abajo, como siempre que intentaba buscar como decir algo difícil.
—¿Qué sucede, cariño? —cuestionó él, bordeando sus labios bañados en agua salada.
—Estaba pensando...—confesó ella, acariciando su cuello con sus pulgares.
—¿Y qué piensas?
—En una promesa que hice a unos años, en esta playa.
Él alzó una ceja, preguntándole con ese gesto qué había prometido exactamente. Sanne había hecho esa promesa años atrás y jamás la olvidó, le resultó imposible hacer algo como eso. Fue la promesa más importante que se había hecho a sí misma.
Ella juntó su frente con la de él y cerró sus ojos. A veces no hace falta ver para observar, a veces solo hace falta usar otros sentidos. Ella aspiró el aroma de Avi, mezclado con el olor a mar. Sintió la suavidad de su piel bajo las yemas de sus dedos. Se sentía amada, querida, acompañada.
Observó un hermoso presente y un bellísimo futuro sin abrir los ojos.
—En ese momento, estaba dolida, molesta y despechada —le explicó —. Alguien creyó que podía comprar mi perdón y mi amor con unos bonitos aretes y promesas falsas. Yo simplemente enloquecí ante la idea de alguien pensando así de mi, y me decepcione tanto de haber caido por una persona así. Hubo un tiempo en el que dejé que las acciones de esa persona me definieran, me pusieran un valor. La noche de la promesa, decidí que eso no me ocurriría más.
》Así que prometí que, la próxima vez que me enamorara, tendría que ser de alguien capaz de reconocer mi valor. En la orilla en la que estábamos parados, juré que solo amaría a alguien capaz de amarme tanto como yo me amo a mí misma. Dije que sabría reconocer a esa persona por su mirada...
Ella abrió sus ojos lentamente, fijándose en la mirada entre naranja y marrón frente a ella. La observaba con atención, con mucho más cariño del que ella creyó que podría ser vista.
—Dije esa persona tendría que llegar a mirarme como yo me vi a mi misma en el espejo luego de haberme recuperado de mi ortorexia —continuó ella, sintiendo el peso de esa promesa poco a poco desprenderse de ella —. Esa persona tendría que verme con el mismo cariño, orgullo y fe con los que me vi yo en ese momento.
—Sanne...
—Y cuando encontrara a esa persona, la traería a esta playa. Prometí que le diría que este mismo mar se tragó unos diamantes que alguien más usó creyendo que mi amor podría llegar a comprarse...
—Es que tu amor no tiene precio —aseguró él, provocando un nudo en la garganta de Sanne —. Unos diamantes no valen ni la mitad de lo que vale todo lo que eres Sanne. Sé que ahora lo sabes, pero me habría gustado estar la noche de esa promesa para demostrártelo.
Ella parpadeó un par de veces para evitar derramar lágrimas. Esas palabras significaban mucho más de lo que ella podía poner en palabras. Sin soltarla e ignorando todo el frío que sentía, Avi acercó sus labios hasta la mejilla de Sanne y la besó con dulzura. Trazó un camino de besos desde ahí hasta su mandíbula, ella no dejó de hablar.
—La cosa es que tú llevas mirándome de esa forma tan bonita desde incluso antes de poder ver —continuó Sanne —. No me explico como, pero hasta cuando eras ciego y solo éramos amigos me hablabas y...en tus ojos vi la clase de amor que yo estaba intentando recuperar hacia mí misma. Luego comenzamos a ser dos idiotas persiguiendo al otro y esa sensación aumentó, era como si pudieras verme sin realmente ver.
》Después, llegamos a Los Angeles y yo ya me amaba tanto como quería. Aún así, tú mirada no cambió ni por un solo segundo. Siempre reconociste mi valor sin importar el momento, o la situación en la que estábamos. Y ahora que ves, me observas con tanta...impresión, adoración y cariño que...Yo no creí que alguien pudiese verme de esa forma. No creí que yo pudiese ver a alguien de esta forma, pero aquí estás.
—Aquí estoy —aseguró él —, y no me pienso ir.
—Te traje hasta aquí porque quería mostrarte el amanecer, pero también quería ponerle fin a esa promesa que me hice a mi misma. Lo hice, me enamoré de una persona que ve lo valioso en mi sin compararlo con algo material. Amo que ese hombre seas tú, Avi.
—Y yo me siento muy afortunado de serlo. Gracias por no rendirte con tu promesa, por hacerme parte de ella y por traerme hasta aquí...Gracias por permitirme observar en primera fila el paisaje más hermoso de todo el mundo.
Y ella supo que él no se refirió al amanecer en esa ocasión...
Con el corazón lleno de sentimientos que solo él podía despertar, Sanne se inclinó más hacia su rostro. Él observó ese paisaje con detenimiento: el color de sus ojos, lo tostada de su piel, sus rizos, su nariz, sus labios...Comprobó una vez más que ver no era lo mismo que observar. Si él solo la hubiera visto, habría creído que era hermosa.
Pero como la observaba, no solo pensaba que era bellísima, sino que también sabia reconocer la fortaleza encerrada dentro de toda la hermosura de la mujer frente a él.
Como la observaba, pudo cerrar los ojos tan pronto adhirió sus labios a los de ella, y aún así sentir que podía detallarla a la perfección. La acercó más a su cuerpo, impidiendo que las pocas olas que habían los separaran. Probó el sabor a agua salada en su boca, profundizó el beso pensando que quería tener momentos así toda la vida. La escuchó suspirar entre sus respiraciones cada vez más aceleradas. Él provocaba esas sensaciones tan espectaculares en Sanne...
Él había sido el afortunado que consiguió cumplir una promesa que ella se había años atrás. Tenía demasiada suerte.
Y sabía que, aun si la operación hubiese fracasado, él habría encontrado la forma de observar a Sanne, de detallará por todo lo que era y no solo por su belleza. Se habría quedado con la suavidad de sus labios en cada beso, con el olor a coco que desprendía de ella, con el sabor entre dulce y salado de su boca, con el sonido de sus suspiros...y entonces la habría observado a través de esos detalles únicamente.
Agradecia poder ver sus hermosos ojos y el brillo que provocaba en esa bella mirada, pero sabía que habría podido vivir sin ello. Con lo que no podía vivir era con la idea de tenerla lejos.
Ese paisaje tan malo para apodos románticos era su presente y su futuro. No la dejaría ir.
—¿Carrera hasta la orilla? —cuestionó ella, aún con sus labios cerca de los de él. Aviv sonrió al sentir el calor de su aliento tan cerca de su boca y la emoción por competir tan presente en su tono de voz.
Sanne amaba competir casi tanto como lo amaba a él.
—Solo sugieres una carrera porque sabes que perderé —acotó él —. Estoy en desventaja, nadadora olímpica.
—Nadaré lento, te lo prometo —aseguró ella, repasando con sus dedos su barbilla.
—Sé que no lo harás.
—¿No puedes darme el beneficio de la duda?
—Llámame bombón y lo pensaré.
Ella soltó una carcajada, él pudo sentirla estremecerse bajo el agua fría. Era maravillosa la forma en la que los colores del amanecer contrastaban con el mar, con su piel, con su sonrisa...casi quiso ser artista para pintarla.
—Bien...—se rindió ella, acercándose de nuevo a sus labios —. ¿Carrera hasta la orilla, bombón?
Le divirtió escucharla llamarlo de ese modo, tan cursi como sonaba. Sabia que no se acostumbraria a eso, sonaba muy poco como Sanne como para gustarle. Sin embargo, era una buena forma de molestarla y, sobre todo, de distraerla.
Porque Aviv no era competitivo, pero vaya que le gustaba sacar de quicio a Sanne.
Aprovechando que estaba distraída, afianzó su agarre en su pequeña cintura y la arrojó al agua hasta que quedó completamente sumergida en esta. Comenzó a nadar a la orilla, rápido y sin pausa antes de que ella comenzara a seguirlo. Al pisar la arena estaba agotado y congelado, pero sonrió con satisfacción al voltear y encontrar a Sanne aún en el mar, tosiendo tras haber tragado toneladas de agua salada.
—¡Tramposo! —exclamó ella, aun intentando recuperar el aire.
—¡Pero me amas, bombón! —le recordó él.
Y sí, lo amaba.
Y él la amaba de vuelta.
Ver no es lo mismo que observar. Ver te lleva a sentir, y observar te lleva a amar.
Por eso, ese no sería el último amanecer que Aviv y Sanne observarían juntos—ni la última competencia que él ganaría con trampa. Aquel instante solo era el principio...
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