Extra #1 (Parte 1)
Extra #1: De amistad a algo más.
(Parte 1)
Los Angeles
10:20 pm
¿Es muy difícil saltar de una amistad a una relación mucho más seria? Pues, la respuesta más lógica es decir que depende de la persona de la que estemos hablando. A unos se le da muy bien, a otros se le da muy mal. Al fin y al cabo, es un cambio y el cambio siempre puede ser complicado de afrontar...
Aunque deja muy buenas historias para contar.
Por ejemplo, una silla de ruedas era un enorme cambio, pero no sé decirte si es suficiente para una historia interesante. Ahora bien, la persona en la silla de ruedas y el que la empujaba por los pasillos de aquel lujoso edificio sí que tienen potencial para una buena historia. De lo contrario, no me tendrías aquí, gastando palabras solo por ellos.
Y ya que estoy arriesgando mis valiosas oraciones por esa pareja, déjame ponerte un poco en contexto. Tras aceptar que estaba enferma de algo mucho más grave que solo diabetes, lamentarse en silencio por haber lastimado a personas que en algún momento fueron importantes en su vida, y pasar una semana en un hospital recuperando unas fuerzas que a duras penas volvían a su cuerpo, Silene Osbone regresaba a la comodidad de su apartamento junto a Adam Blake.
No te puedo explicar el alivio que sintió cuando le dieron de alta, ya estaba harta de sentirse inútil en una camilla de hospital. Sin embargo, en ese momento, lo que sentía no estaba ni remotamente cercano a estar aliviada. Mientras desde su silla de ruedas observaba a Adam abrir la puerta de su apartamento, fue entendiendo que la sensación peculiar en su estómago era una mezcla de emoción con incertidumbre; mariposas mezcladas con avispas, revoloteando todas en su interior.
Había vivido años en ese pent-house, atravesado mil veces esa puerta, pero jamás la había atravesado de esa manera. Era la primera vez que cruzaría esa entrada sabiendo que no estaría viviendo junto a su mejor amigo, sino que compartiría techo con quien le robaba suspiros y a quien amaba con desenfreno. Eso significaba un cambio importante, uno que por el que no sabía si debía sentir temor o felicidad. Se sentía distinto...
Y más distinto aún cuando analizó que sería la primera vez que entraría a su casa sin poder usar sus piernas.
—Bienvenida a su humilde castillo, princesa —soltó Adam, una vez la puerta estuvo abierta. Entonces, volteó y le sonrió a la chica —. Permítame escoltarla una vez más.
—Vaya, pero si eres el dragón más educado que he visto.
—Eso es porque soy tu dragón —señaló él, rodeándola hasta quedar tras la silla de ruedas —, y estoy completamente entregado a lo que desees, mi princesa.
—Ahora solo quiero entrar a casa, Blake.
—Que así sea, entonces.
Él dejó un beso cariñoso en su mejilla antes de tomar los agarraderos de la silla de ruedas y empujarla hacia el interior del penthouse. Honestamente, Silene no se acostumbraba del todo a que la movieran de un lado a otro en ese aparato. Era sumamente incómodo que otras personas pudieran decidir qué pasos daba ella, puesto que sus piernas aún no funcionaban. Se sentía inútil, frágil, indefensa...
Y tienes que entender que la princesa Osbone pasó mucho tiempo intentando no ser esas cosas. Por más que ahora reconocía sus errores, no puedes esperar un cambio tan drástico como ese hiciera efecto tan pronto. Había cosas que aún le afectaban, y mucho. Ella debía respirar hondo más de una vez al día para no caer en sus propios miedos, para no sentir que se hundía cada vez que mostraba tanta debilidad.
—¡Auch! —exclamó una vez Adam chocó sin querer con uno de los muebles.
—¡Mierda! ¡Lo siento! —soltó él, arrepentido —. Intentaré ir por aquí...
—¡Auch!
Chocó con otro mueble, provocando que Silene sintiera el golpe seco un poco más arriba de sus costillas. Cuando eligieron ese apartamento años atrás, pensaron más en el hecho de que querían algo elegante y llamativo ya que sus entonces nuevos sueldos les permitían poder pagarlo. Tenían un lindo hogar, con unos bonitos muebles y unas bonitas decoraciones, pero por supuesto que no era el lugar indicado para una silla de ruedas.
Adam intentó una vez más, pero solo consiguió otro choque que habría acabado con un jarrón roto de no ser por los rápidos reflejos del chico. Oyó el suspiro frustrado de Silene, llevaba escuchando varios de esos los últimos días y podía asegurar que todos le habían quebrado un poco el corazón. La rodeó para verla de frente, la imagen de impotencia le sentaba muy mal a su princesa.
Sus ojos café tenían lágrimas contenidas, así que brillaban de la forma en la que menos le gustaba él. Su labio inferior tembló un poco antes de que ella lo capturara entre sus dientes. Logró ver cómo sus manos se aferraban a sus piernas, como si quisiera sentir sus uñas clavándose en su piel por debajo de los jeans, pero no lo conseguía. Ella bajó la mirada, Adam sabía que Silene era demasiado orgullosa como para derrumbarse justo en ese momento. Ya lo había hecho varias veces, quizá era cuestión de segundos para que volviera a llorar, pero se resistiría antes.
Así era Silene.
Él suspiró y peinó su propio cabello hacia atrás, disimulando un poco mejor su frustración. A ver, no podías esperar que Silene fuera la única estresada con toda esa situación, ¿o sí? Adam no sabía muy bien qué hacer, o cómo actuar. Estaba frente a alguien que conocía incluso mejor que a sí mismo, pero no entendía cómo ayudarla. Estaba presenciando cómo luchaba consigo misma y quería ser el mejor apoyo posible, pero a ese punto de su relación no sabía cuales eran los límites que había entre ambos ¿Qué podía hacer y qué no?
Hasta hace sólo unas semanas, eran solo amigos que sentían algo el uno por el otro. Ahora, ambos habían confesado que se amaban de la misma manera. Hay una gran diferencia entre animar a una amiga y animar a la mujer con la que comenzaba una relación, y era ese gran espacio invisible entre lo que fueron y lo que eran lo que tanto frustraba a Adam
Necesitaba más claridad, pero pedírsela a Silene en ese momento le daba algo de miedo. No quería arruinar algo que le importaba tanto y que recién iniciaba.
Así que estaba dando pasos con sumo cuidado sobre un terreno en el que no sabía dónde se escondían las bombas, pero al menos tenía la voluntad de caminar sobre ese campo minado. La amaba y por eso aceptaría ese camino, aún cuando esperó algo mucho más sencillo.
—Hey —él llamó su atención, agachándose hasta quedar a su altura. Tomó su mentón entre sus dedos y la obligó a mirarlo a los ojos —. Tranquila, que esto no te desanime. Lo bueno de los obstáculos es que siempre se pueden superar.
—Todo en mi vida es un obstáculo ahora, Adam —soltó Silene, su voz sonó tan quebrada que hasta ella misma se asustó. Una lágrima se escapó de sus ojos y, aunque él no tardó en limpiarla, pudo sentir su rastro en su mejilla a pesar de que ya no estaba ahí —. Todo será tan difícil a partir de hoy...Sé que quiero superar esto, por mi y por las personas a las que dañé, pero se siente tan horrible que no sé...no sé si soy tan fuerte.
Él no veía la hora en la que Silene comenzara a ver al psicólogo que le recomendó Cloe, pues sentía que cada vez lo necesitaba más. Ella quería con todas sus fuerzas mejorar, pero sus pensamientos, la culpa y lo que sentía la estaban arrastrando más y más hacia una corriente en la que ella no quería caer. A veces, nuestra propia mente se transforma en nuestro peor enemigo y Adam quería que Sile encontrara la fuerza para defenderse de sí misma.
Apartó su mano del pequeño mentón de su princesa y entrelazo sus dedos con los de ella. Le dio un suave apretón en sus manos antes de inclinarse y dejar un pequeño beso en su mentón. Cada paso era peligroso, pero se sentían emocionantes y correctos. Avanzaba con miedo, pero un miedo lleno de otros miles de sentimientos que valían mucho.
Valían tanto la pena como para quedarse a su lado.
—Mi amor, yo sé que lo vas a lograr —aseguró él, esperando transmitirle con la mirada toda la confianza que tenía en ella —. Eres la persona más decidida y testaruda que conozco, Sile. Lo que quieres, lo obtienes.
—Esa Silene lastimó a muchos...
—No. La Sile que tú quieres dejar de ser es una mujer egoísta y posesiva, pero tu decisión y seguridad no las debes perder. Son parte de ti, una parte que me encanta porque me recuerda que esta princesa frente a mi no necesita un dragón para defenderse. Ella por sí sola es una guerrera.
Y lo creía. Creía eso de corazón...
Besó los nudillos de su mano, estaba descubriendo a cada paso lo mucho que le gustaba ser cariñoso con ella. Si ya de por sí se consideraba una persona afectuosa, con ella sentía que quería cada vez más besos, más caricias, más contacto. Eso, en particular, era peligroso dadas las confusas circunstancias.
Ella le dedicó una pequeña sonrisa, eso era todo lo que sus fuerzas le permitían mostrar. Aún así, se lo mostró a él; cada pequeño sentimiento se lo regaló en ese pequeño gesto. Soltó una de sus manos para peinar las hebras de cabello rubio oscuro que caían por el rostro de Adam. Cada día, él le atraía más y más; tanto en lo físico como en lo que involucra partes más profundas de nuestra alma.
Y, aunque no lo entendía, no quería detenerlo...pero tampoco sabía muy bien cómo afrontarlo.
—Te amo —esa sonaba como la verdad más absoluta del mundo para ella. Él sonrió mucho al escucharla decir aquello.
—Yo te amo a ti, princesa —aseguró él, con la misma honestidad —. Es más, cada vez te amo un poco más que la vez anterior y siento que harás que esas dos palabras se me queden cortas muy pronto.
—Vas a tener que buscar otras formas de hacerme saber lo mucho que me amas, en ese caso.
—Mhm, supongo que esa puede ser mi solución ¿Alguna idea de lo que podría hacer?
Él alzó ambas cejas hacia ella al notar lo rápido que sus mejillas se tornaron carmesí ¿Pero en qué estaba pensando? Y, aunque tenía una idea muy clara de lo que podría ser pues sus pensamientos no estaban muy lejos, quería escucharla en voz alta. Dio un paso, esperando no pisar una bomba.
Esperando no querer retroceder.
—Mira nada más, estoy conociendo el lado penoso de Silene Osbone —preguntó él, esbozando una sonrisa llena de picardía. Ella solo se sonrojó aún más.
—Y yo conociendo el lado atrevido de Adam Blake.
—Oye, yo no fui quien se sonrojó. La atrevida aquí eres tú —bromeó él, antes de enderezarse y ponerse de pie —. Por cierto, no te angusties por los muebles. Mañana mismo moveré todo para que sea cómodo para ti.
—Gracias, Blake. Mhm...me gustaría ayudarte con eso, pero...
—Tu apoyo moral me bastará —aseguró él, sacándole una diminuta sonrisa. Al menos eso era algo, ¿no? —. Ahora, se me ocurre una idea mucho más interesante de escoltarte, princesa...
—¿Cuál?
No se molestó en responderle, bastó con mostrarle su fantástica idea. Antes de que insistiera con su pregunta, él la tomó por la cintura y en cuestión de segundos la tenía cargada en sus brazos. Silene quedó sorprendida ante ese acto tan repentino, pero se sostuvo con fuerza a su cuello y pecho para evitar caer. Él extendió su sonrisa, sin poder esconder lo genial que le había parecido su propia idea.
—¿Viste lo listo que soy? —cuestionó él, muy cerca del rostro de su princesa.
—Mhm, super listo.
—¿Tu habitación o la mía?
—La que tenga menos almohadas.
Adam soltó una pequeña carcajada ante esa referencia y, sin soltarla, comenzó a caminar hasta su habitación. No quería pensar en lo delgada que estaba, pero eso resultaba algo demasiado imposible cuando cargarla se sentía igual que cargar a una niña pequeña. La diabulimia había hecho que Silene perdiera demasiada masa muscular, ahora se veía frágil y delgada ¿Qué era lo que más le asustaba? Que ella aún no estaba curada y que tardaría en sanar.
Ahora debía vivir con el temor constante de no saber si Sile estaba modificando sus dosis de insulina, o reduciendo sus comidas. Era eso, era la diabetes, era el que ella no pudiera caminar; muchas cosas terribles al mismo tiempo que lo hacían pequeño e inutil. Si él se sentía así, no podía ni imaginar cómo se sentía ella.
Ponerse en los zapatos de Sile era extremadamente duro, pero tampoco era muy fácil estar en el lugar de Adam en ese momento.
La acostó con cuidado sobre el colchón de la cama, acomodando bajo su cabeza dos de las únicas tres almohadas que él tenía. Le quitó ambos zapatos y luego procedió a hacer lo mismo con los suyos. Se acostó a su lado, ninguna almohada de distancia. Ladeo su cabeza para poder verla cara a cara, debía admitir que le gustaba muchísimo esa vista.
—Mejor que una cama de hospital, ¿no? —le preguntó él. Ella suspiró y asintió con la cabeza.
—Muchísimo mejor —una pequeña sonrisa apareció en sus labios —. Me alegra estar en casa.
—¿Incluso si ambos estamos actuando extraño?
Silene soltó un suspiro y lo miró directo a los ojos. Él solo tenía una sonrisa no tan alegre y sus ojos ligeramente entrecerrados hacia ella.
—Creí que solo yo lo estaba notando —habló ella, mordiéndose el labio.
—No, no eres la única —aseguró él, acostándose boca arriba en su lado de la cama —. Estamos actuando como si hubiesen bombas a nuestro alrededor.
—Estoy acostumbrada a sentir explosiones y chispas cuando estoy contigo, pero esto es diferente. Hablamos como conocidos, actuamos como extraños...
—Lo cual es absurdo porque seguimos siendo nosotros. Seguimos siendo Adam y Silene...
—Y nos amamos, no debería haber este...este no-sé-qué entre nosotros —soltó Silene, sin poder ponerle un nombre a ese extraño actuar —. Es como una mezcla de miedo, incertidumbre y no saber qué hacer qué está opacando toda la naturalidad, comodidad y deseo que sentimos cuando solo somos tú y yo.
—Seh...—él rascó un poco su barbilla. Tampoco podía encontrarle nombre a ese sentimiento —. Supongo que es cuestión de acostumbrarnos. Llevamos años siendo mejores amigos, ahora somos algo más...
—¿Qué somos, Adam?
Porque ella en serio quería saberlo. Resultaba confuso verlo, sentir todo lo que sentía, y no poder demostrar lo que quería por temor a no estar en la misma página que él. Ella también necesitaba claridad, necesitaba saber en donde estaban parados para poder avanzar. Todo en su vida se veía borroso en ese momento, no quería que lo único que siempre tuvo sentido se esfumara también.
Lo observó por lo que se sintieron como minutos eternos, queriendo cada vez más obtener una respuesta de él. Su perfil se veía como el de siempre, con la diferencia de que todo en ese hombre le atraía mucho más ahora que en un pasado no tan lejano. Traía un rastro de barba rubia decorando su barbilla y su cabello comenzaba a crecer un poco más de lo que él acostumbraba a usar. Sus ojos azules estaban fijos en el techo y, por la forma en la que respiraba con lentitud, ella pudo suponer que estaba pensando.
Luego, él ladeó su cabeza para observarla. Ella conocía esa sonrisa en el rostro de Adam; era la que él utilizaba cuando tenía una respuesta que solía dejar sin palabras.
—Princesa, tú y yo somos una historia que recién está empezando —habló él, utilizando su antebrazo para poder levantarse un poco de la cama. Así, podía observarla mejor —, lo que necesitamos es añadirle un poco de emoción a la trama...
Sin darle espacio al arrepentimiento, él se inclinó hasta que su rostro quedó sobre el de ella y sus respiraciones se encontraron. Su sonrisa se inclinó un poco. De repente, fue como si esa curvatura se hubiese sumergido en picardía y como si del ambiente se hubiese esfumado cualquier sensación de incomodidad. Si a su cuento le faltaba emoción, él estaba dispuesto a dársela. No la dejó hablar, no se lo permitió, solo consumió el tiempo en esa clase de besos en los que cada pequeño rastro de anhelo sale a la luz.
Ella no tardó en responderle con el mismo desenfreno que él le estaba demostrando. Llevó sus manos hasta su cabello rubio y tiró de él para acercarlo más, tenerlo cerca se convirtió en su único deseo en ese momento. Claro que también quería entender en dónde estaban con respecto a su relación ¿Qué eran? ¿Qué tan lejos podían llegar? Se amaban, ¿pero estaban en la misma página, o solo estaban leyendo capítulos diferentes?
Quizá estaba pensando de más, quizá nada de eso era importante, pero últimamente Silene tenía tantas dudas sobre todo que su mente no podía evitar cuestionar cada detalle. Los besos se volvieron más profundos, mucho más seductores, y la mente de cierta princesa seguía vagando en preguntas. Pensó en lo injusto que era tenerlo a esa distancia y no poder disfrutarlo, no podía sentirse completamente cómoda y segura de sus acciones. No podía.
En cuanto a Adam, digamos que él estaba pretendiendo no sentir lo desconcentrada que estaba Silene. La besaba y notaba que ella cada vez dejaba de responder un poco más, como si no pudiera sentir lo que él sentía ¿Estaría yendo muy rápido? Pero si ambos se amaban, si se deseaban y se querían ¿Entonces qué? Dejó de besar sus labios para dejar suaves besos desde su mentón hasta su cuello. Claro que se detuvo cuando sus manos aterrizaron en la diminuta cintura de la chica y, lejos de obtener la reacción deseada, ella se tensó.
Ahí, Adam supo que Silene no estaba para nada cómoda.
—¿Estás bien? —le preguntó él, quitando sus manos de su cintura y apoyándose en el colchón.
—Sí, solo estoy cansada. Son los calmantes —aseguró ella, acariciando el rostro del chico con sus dedos —. Lo siento, Blake.
—Oye, nunca te disculpes por eso ¿Está bien? —aseguró él, volviendo a acostarse en su lado de la cama. Le sonrió para aligerar el ambiente —. Deberíamos dormir, creo que hoy ha sido un día demasiado ajetreado y los dos necesitamos descansar.
Se inclinó hacia ella y dejo un beso en su frente. Luego, se dio la vuelta para ponerse de pie, pero sintió el agarre de Silene en su muñeca mucho antes de salir de la cama.
—¿A dónde vas? —preguntó ella.
—Creí que no querrías que durmieramos juntos...
—¿Por qué no querría dormir a tu lado?
—Eh...no lo sé...
—No te vayas, Adam.
Y era demasiado confuso entender qué era lo que podía hacer y lo qué no; qué era lo que ella quería y lo que no quería. Por lo general, Silene parecía menos indescifrable, pero quizá era la situación lo que los estaba convirtiendo a ambos en dos extraños comenzando a conocerse por primera vez. Se acostó a su lado y la observó por un largo tiempo, sus preciosos ojos café brillando pero mostrándose más confusos que nunca. Al cabo de unos segundos, ella se sonrojó un poco y bajó la mirada. Era difícil ver a Silene avergonzada, o tímida. Sin embargo ahí estaba, siendo las dos cosas.
—Mhm...—soltó ella —. ¿Podemos acurrucarnos aunque sea?
—¿Por qué no podríamos hacerlo?
—No lo sé...Si te incomoda puedo quedarme de mi lado.
—¿Incomodarme? Amo la idea de que no te quedes en tu lado.
—Okay...okay...
—¿Te vas a acurrucar?
—Amor, te vas a tener que acurrucar tú. Mis piernas...
—¡Ah! Verdad, verdad.
Había olvidado por completo que Sile no podía mover sus piernas y que, por ende, le costaba acercarse a él en la cama sin tener que arrastrarse con los brazos, cosa que en esa posición le resultaba costoso. En lugar de eso, él se acercó hasta ella y la abrazó, pasando un brazo por su cintura y apoyando su cabeza en su hombro. Se sentía correcto, pero no por eso menos incómodo.
Era como si sus corazones gritaran que sí, que eso era todo lo que deseaban, pero algo mucho más fuerte que ambos les impedía disfrutarlo del todo.
—Que descanses, princesa —dijo él, besando su mejilla antes de acurrucarse de nuevo —. Te amo.
—Y yo a ti —aseguró ella, acariciando el cabello de Adam —. Descansa.
Pero a ambos les costó trabajo quedarse dormidos y no se debió a la cercanía, sino a una duda que rondaba por la mente de ambos: ¿así serían las cosas entre ellos a partir de ahora?
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