Uno

El suave movimiento del avión indicaba que estaba aterrizando, pronto se dejó de ver el cielo azul para dar paso a los lejanos edificios, mismos que indicaban que habían llegado a su destino.

El cabello castaño, el abrigo verde militar, los carísimos zapatos Louis Vuitton negros relucían sin siquiera haber dado un paso; el ajustado pantalón Valentino negro le daban al joven de labios acorazonados esa aura de ser no solo un ícono de la moda, también daba la impresión de que imponía autoridad por donde se le viese.

Los ojos delineados fueron ocultos bajo unas gafas de marco delgado y estético, el tinte oscuro de los cristales marca Prada no hacían más que darle el toque lujoso, sofisticado y de glamour.

Finalmente y cuando las azafatas indicaron que podían descender, fue el joven quien con toda clase del mundo tomó su bolso; uno diseñado por él mismo, ¿su marca? MK siglas del verdadero nombre que era «Mon Koeur», cambiando la primera letra de la segunda palabra por la «K» la cual representaba su nombre: KiBum.

Al bajar del avión, tuvo éxito de que ningún reportero le recibiera, amaba la farándula, ser entrevistado y seguido pero no ahora, por ese día quería pasar desapercibido, después de haber viajado desde Milán a su hogar el cual era Seúl, solo deseaba caminar en paz hacia su limosina.

A pasos elegantes dignos de pasarela, sacó su móvil y tras teclear con agilidad el número clave, fue que se hizo una llamada; esperó solo dos tonos para comenzar a hablar, aun sabiendo con quien hablaba su rostro se mantenía tan inexpresivo como lo había sido desde que había entrado al mundo de los famosos.

—Hola JinKi, he llegado a Seúl. —El tono de voz era frío y distante pero no importaba porque del otro lado de la línea se encontraba un hombre totalmente sonriente.

—¿En serio? Me alegro mucho mi amor ¿te veré más tarde?

—Por supuesto, pasaré a mi oficina por lo que puede que lleguemos al mismo tiempo.

—Cariño no sabes lo feliz que me hace saber que has vuelto, nuestro hijo espera ansioso tu llegada.

En KiBum pasó el destello de una sonrisa, una que apenas alzó las comisuras de sus labios; su pequeño. Esperaba encontrarlo despierto y si no pasaba eso, se encargaría de darle un beso por cada noche que estuvo ausente en sus sueños.

—Lo he extrañado, pronto nos veremos.

Bastó que el castaño rodara los ojos para fijarse que a menos de cincuenta metros caminaba un hombre de porte elegante, alto, vestido finamente con una gabardina café mocca, lentes Prada de la misma marca que él y exquisitos zapatos Tom Ford; la boca esponjosa iba entre abierta, las largas piernas avanzaban rápidas entre la gente.

Caminaron paralelamente hacia la salida, KiBum con la vista al frente después de haberla retornado y el otro hombre de la misma forma, vaya, puede que ni siquiera notara la existencia del otro, eran desconocidos que caminaban en el mismo sentido, llegando de distintos destinos y probablemente con otro camino diferente para finalizar su llegada.

El castaño al salir subió a la elegante limosina, no pudiendo evitar mirar al hombre de cabellos negros como la noche internarse en un elegante Rolls-Royce Sweptail color negro, tan elegante e importado desde Londres solo por mero capricho del dueño. KiBum observó en silencio antes de adentrarse al auto, una vez dentro, el chofer arrancó sin problema.

Había estado dos semanas lejos de Seul, debido a su escala en el mundo de la moda, había tenido que viajar a Milán, la capital de la moda desde la clásica hasta la más extravagante; todo había sido un éxito, no solo se relacionó mejor con los creadores de tan perfectas marcas, también logró hacer que sus diseños fueran modelados y aplaudidos con éxito; por eso ahora de vuelta en su hogar se podía dar el lujo de relajarse con una copa del más exquisito champan espumoso importado de La Toscana, Italia.

Entre tragos y miradas hacia los rascacielos, fue como llegó al elegante hotel Four Seasons, pese a haber dicho que iría a su oficina la realidad era otra, de ese modo y solo diciendo eso, no tendría la visita de su esposo, preferiría verlo en la noche cuando KiBum estuviese más relajado y no ahora que necesitaba con urgencia un masaje y más de una copa de champan para poder al menos verse presentable y fingidamente feliz ante su esposo.

Ordenó la llave del último piso, el más elegante y fino, el departamento que estaba lleno de habitaciones y vistas panorámicas a toda la ciudad. Pulsó el botón del elevador con suma paciencia, mientras el ascensor hacía su trabajo, KiBum se encargó de retirar sus lentes para guardarlos en su bolso, apagó el móvil y finalmente, se quitó la argolla de matrimonio, una que había sido colocada con la devoción de un enamorado entregado y dispuesto a ser amado por su pareja; aunque la realidad no fuera así.

Cuando las puertas se abrieron, la puerta de madera esculpida y pulida le dio la bienvenida, barnizada a mano por artesanos italianos daban certeza de la elegancia del hotel. Bastó con deslizar la tarjeta para que estas se abrieran revelando el interior bañado en muebles de caoba, paredes color crema y elegantes sofás importados desde Londres, al final se podía divisar el gran ventanal que daba una vista privilegiada a la ciudad, comparado al subirse a la torre Namsam.

A pasos calmos, dejó el bolso en el sofá de exquisitos cojines bordados a mano, se deshizo del abrigo revelando la camisa blanca de manga larga, misma que retiró para quedar en una suave y algodonada camiseta sin mangas para evitar transparencias; asimismo se deshizo del calzado que pese a ser sofisticado y de lujo le había cansado desde que salió de Milán.

Todo lujo fue dejado de lado poco a poco, revelando al diseñador solo con el pantalón y la camiseta; tras darle un rápido vistazo a la ciudad, abrió una botella de champan, sirvió en una copa y bebió gustoso apreciando así los rascacielos contiguo.

El tiempo para el castaño se detuvo cuando finalmente sintió unas manos apresar su cintura, morenas, firmes y grandes; seguido de ello sintió la presión de unos labios esponjosos contra su cuello, sacándole al joven una sonrisa de satisfacción. Una real. Una que desquebrajó la máscara de indiferencia.

—Te extrañé demasiado. —La voz masculina y seductora hizo eco en su sistema nervioso haciendo que tuviese un estremecimiento.

—También te extrañé, no era lo mismo sin ti. —Confesó dando otro trago a su bebida.

Lentamente, KiBum giró el cuerpo para encontrarse con su hombre perfecto, aquel que le sonrió y observó a través de aquellos lentes Prada; bastó ello para que el moreno los retirara logrando así que sus miradas conectaran en verdad.

La corta diferencia de estatura bastaba para que KiBum se sintiese en la gloria, le encantaba sentirse sumiso bajo ese hombre tan apuesto.

—Tenía ganas de correr hacia ti y besarte en medio del aeropuerto —sinceró el alto atrayendo el cuerpo delgado hacia sí para unirse mediante el abdomen— , quería besarte hasta robarte el aliento y hacerte saber que eres mío aunque nadie tenga menor sospecha de ello.

KiBum se permitió depositar la copa en la mesa contigua para poder abrazar al moreno por el cuello, de forma elegante y seductora, así era como ambos se podían comenzar a sentir plenos; los pupilentes azules no fueron problema para que su vista se viera llenada por los ojos color chocolate oscuro.

—MinHo, sabes que no podemos —y sin más preámbulos, lo besó, le entregó en aquella unión de labios el amor sincero, el real, el que se merecían para ser felices. Era un beso que describía que pese a ser dos extraños en público, en la intimidad se conocían el uno al otro más que cualquier otra persona. Tras separarse de aquel beso, KiBum se permitió apoyar los labiales en la barbilla ajena—, algún día, cuando tenga valor suficiente, confesaré que te amo, que me he entregado a ti desde que nuestras miradas se fusionaron, gritaré a viva voz que eres el hombre de mi vida y el perfecto padre de mi hijo.

—Es cansado ser el tío. —Bromeó el moreno deslizando la barbilla para otorgarle un beso al de boca acorazonada.

—Pronto mi amor, pronto.

—YooGeun se parece cada vez más a mí, no es una mentira que se pueda ocultar nunca.

—JinKi comienza a sospechar, quizá deba ser tiempo de decirle adiós.

Los amantes se volvieron a besar, esta vez con más pasión y entrega; dejaron de lado la plática cuando MinHo deslizó las manos desde la cintura hacia sus caderas y finalmente aterrizaron bajo el trasero redondo para cargarlo y llevarlo así a la tan esperada cama.

Los extraños dejaron de serlo cuando besaron cada parte de sus cuerpos, cuando MinHo comenzó a juguetear con el abdomen blanquecino y KiBum se dedicó a morder y marcar como suyo al moreno, en cada beso, en cada mordisco, en cada embestida, ambos profesaban su amor, uno que había nacido clandestino cuando por azares del destino se conocieron gracias a sus parejas; los hermanos Lee.

Y lo que comenzó siendo una noche apasionada, se volvió algo más profundo y de entrega cuando KiBum se enteró que venía en camino el hijo de MinHo, mismo que tuvo que cederlo a los brazos de alguien que no era su padre; JinKi.

Desde aquel momento, algo en ellos cambió y cuando descubrieron que lo suyo era algo más que pasión, no pudieron detenerse y contrario a ello, se entregaron con el corazón.

Ahora; tres años después, sus reuniones clandestinas se seguían sintiendo como la primera vez, llena de excitación y placer, de entrega y amor, solo así podían entregarse en total libertad porque tras cruzar las puertas que les conducirían hacia sus hogares, se volvían dos desconocidos, indiferentes y ajenos a sus parejas; pasaban el uno del otro, entre miradas de desinterés y palabras cortantes.

Por ende ahora se entregaban tal cual eran, MinHo besó la boca rosácea tantas veces como pudo puesto que deseaba eliminar con ello el rastro de los besos que le daba JinKi y KiBum mediante mordidas y rasguños marcaba la piel que le pertenecía, sabiendo que solo así el alto no se despojaría de la camisa frente a TaeMin y así ambos se tendrían el uno al otro sin necesitar a sus parejas.

Al finalizar la tarde y cuando su cuerpo y alma estaban saciados, se dieron un último beso antes de que KiBum se colocara las gafas y deshiciera la amorosa sonrisa que era por completo para MinHo.

—Mañana es el cumpleaños de YooGeun.

—Lo sé.

—No faltes.

—No faltaría al cumpleaños de mi hijo —acercándose veloz, le otorgó un último beso antes de imitar la acción de colocar las gafas en el puente de su nariz— te amo KiBum.

—Te amo MinHo.

Y como si de dos desconocidos se tratase, ambos eliminaron por completo la sonrisa de verdadera felicidad, tomaron rumbos diferentes y se separaron con una mirada. Al estar en el interior de la limosina, KiBum se permitió suspirar, apoyó una mano contra su corazón y cerró los ojos.

—Y aquí vamos de nuevo.

Tras decir ello, el auto se adentró a la zona residencial donde vivía junto a su esposo y por supuesto su hijo. Mañana sería otro día, uno más donde contemplaría a MinHo y viceversa, amándose en secreto y siendo extraños públicamente.



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