CAPÍTULO III: ¿CELOS?

Por todo lo que había sucedido, Kara casi no había podido dormir y encima, no trajo consigo la ropa que se colocaría; Alex la había llamado para saber cómo estaba, y como excusa para no hablar mucho tiempo con ella por teléfono, le contó sobre el reportaje que estaría cubriendo hoy, por lo que debía colgar rápidamente. La mentira no iba a durarle mucho y Kara lo sabía, Alex parecía un sabueso a la hora de reconocer cuando alguien mentía.

Llegó de inmediato al balcón de Lena, le rezó a Rao para que la morena estuviera dormida, cosa que tuvo suerte, al avanzar hacia el laboratorio, la encontró encima de unos de los mesones, con su cabeza apoyada sobre sus brazos. Su instinto la hizo moverse rápidamente hacia la pelinegra, sosteniéndola con sumo cuidado para no despertarla, porque a un lado de ella, estaba la ropa interior en la que tanto se esmeró al trasnocharse; en un santiamén, Kara depositó a Lena lentamente en su cama, quitando la ropa que debía colocarse —que olvidó por el bochorno de anoche— para que Lena estuviera más cómoda. Sonrió al oír el leve quejido de la morena, cuando pudo poder estirarse y amoldarse cómodamente en un lugar más suave que el mesón donde se encontraba, sin embargo ese sonido le recorrió la espina dorsal, tensándola.

Tomar la ropa interior que su mejor amiga hizo para ella, hizo que su nuevo amigo se animará para completar las cosas, por lo que gruñó frustrada por no comprender el funcionamiento exacto de su nuevo aparato reproductor. Sin pensar más de la cuenta, y que su pene dejara de irritarla más, Kara velozmente se vistió y salió rumbo a CatCo.

...

Aturdida, Lena se restregó los ojos y pestañeó varias veces confundida, no recordaba haber llegado a su habitación a dormir, lo último que recordaba era terminar la ropa interior y quedarse mirando el diseño. Examinó su habitación, percatándose retraídamente que el traje de Kara no estaba, lo que significaba que la rubia había venido y quizás, era la culpable de porque estaba en su cama. El reloj en su mesita de noche, le indicó que era más de mediodía, lo que le explicaba a Lena los rayos de sol fuertes que se proyectaban desde su ventana; bostezó con desganó, se sentía exhausta, pero no por trabajar hasta altas horas de la noche, sino porque la erección que inició después que Kara huyera por segunda vez, fue dolorosa.

Mientras hacía su trabajo, tenía una bolsa de hielo en sus partes nobles, averiguando la manera de que la molesta erección decidiera irse, pero le fue imposible. Su última opción fue pensar en cosas desagradables, y una de ellas, fue en Kara con William Dey de forma amorosa, por lo que mágicamente su pene se quedó dormido. Definitivamente estaba en la peor situación de todas, y en las menos inimaginables, aún su cerebro no creía que estuviera pasando por ello. Se dio una ducha rápida, para después almorzar algo ligero y proseguir con la búsqueda de algún hechizo que las salvara.

Lena no se dio cuenta que se sumergió tanto en su investigación, que si no fuese porque su estómago rugió, no se habría percatado la hora y que no tenía ningún mensaje por parte de Kara. Alarmada, lo primero que hizo fue llamarla, pero no contestaba las llamadas sino que las desviaba; Lena frunció su entrecejo con enojo, porque no creía que la rubia estuviera ocupada, más bien le sonaba que estaría avergonzaba por lo que les había sucedido. Como último recurso, presionó el botón del reloj que Kara le regaló antes de su pelea, y en menos de un minuto, tenía a Supergirl frente a ella, inspeccionando a sus alrededores. Y ahí supo Lena, por la expresión confundida y el cuerpo tenso, que Kara no estaba llevando bien las cosas.

—¿Qué sucedió, Kara? —exigió Lena, mirando los ojos azules con mucha atención.

La mueca y la expresión de Kara le dijo mucho, pero aunque no quería presionarla, tenía que dejarle en claro que ambas estaban juntas en esto, por más que ninguna había deseado estar en algo como eso.

—Es que... —Kara mordió su labio inferior indecisa, desviando sus ojos por la habitación—. ¿Te vas a burlar?

La forma en que Kara soltó las palabras, hizo a Lena sentirme un poco mal, porque aunque ella quería dejar que esto nos las afectara y hacer chistes, jugar con su situación, no se detuvo a pensar cómo Kara lo estaría tomando.

—No, lo siento... lamento que mis palabras te hagan sentir incómodas, pero también estoy en esta situación y solo quiero que esto no nos marqué —explicó Lena, dando unos pasos hasta acercarse a Kara. Lentamente estiró su mano, para ser correspondida por la rubia—. ¿Me dirás?

—Fue un pésimo día, Lena —murmuró Kara, alejándose un poco para iniciar su caminata por el laboratorio—. Estuve casi al pendiente que nadie notara esto —dijo señalando hacia su pene—, que no me di cuenta que William estaba ahí observando mi actitud de mierda, por lo que le di una mala respuesta y ahora no me quiere ni ver.

Al solo Kara mencionar a William, la pelinegra apretó sus manos a su costado, y mantuvo su barbilla erguida, sin saber qué contestar. No se esperaba que Kara le hablara sobre él en su preocupación, así que debía decir algo al respecto.

—¿Por qué debería burlarme, Kara?

—Porque... porque después fui al baño y... no apunté bien mientras orinaba, así que mojé la pared y cuando salí rápidamente para limpiarlo, había una chica, que al verme me sonrió y me dijo: «¿quieres que te ayude a apuntar con esa manguera?».

Los ojos de Lena se ampliaron, deseó haber estado ahí para golpear aquella chica, por la osadía de insinuársela a Kara. ¿Cómo se atrevía? La historia era divertida, con solo imaginar a una Kara concentrada en apuntar hacia el váter, y su prominente pene en acción; pero la chica saliendo en ese mismo cuadro, la ponía de malhumor.

—Que chica tan vulgar, Kara. No te preocupes, tenemos que encontrar ese hechizo cuánto antes...

—Sí, Lena, por favor —pidió Kara con voz chillona—. No creo aguantar otro día con una molesta erección y sin saber qué hacer.

Kara le hizo ojitos de cachorro a Lena y agregó su famoso puchero, como si eso no le hacía una mala jugada a la morena y que no hacía justicia además, que estaba usando la ropa interior que diseñó, que era cómoda, pero nunca nada sería cómoda para una erección.

—Siempre puedes masturbarte, Kara —soltó Lena.

Cuando vio como Kara abría la boca sorprendida, Lena cayó en cuenta que nunca debió que esas palabras salieran de su boca. Desde su amistad con Kara, ese tipo de lenguaje y confianza, jamás fue pasado por ese límite, así que ahora ella misma lo había hecho, complicando más las cosas, porque la rubia volvía a desaparecer por tercera vez.

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