Capítulo 9
La mañana del treinta y uno de diciembre, la mañana de nochebuena despertaba con una gruesa capa de nieve que cubría gran parte y más del terreno. Los testigos fueron reuniéndose con los Cullen, los lobos podían escucharse desplazar por el bosque. Edward y Carlisle estaban disponiendo a los otros en una formación abierta, con los testigos alineados a los lados, como si estuvieran en un museo. El ambiente era tenso, nadie sabía con exactitud cómo se darían las cosas aquel día.
El grupo esperaba a que Bella saliera de la tienda de campaña junto a la híbrida. En cuanto lo hicieron, Renesmee subió detrás de la espalda de su madre y se acomodó para dejarle las manos libres a ésta. La neófita caminó hacia su pareja, quedándose unos pasos por detrás de la línea conformada por él, Carlisle, Emmett, Rosalie, Tanya y Eleazar. A escasos metros a su lado, Zafrina y Benjamin. En el bosque, los lobos estaban quietos, esperando.
Carlisle enderezó su espalda, suspirando mientras miraba cortamente al lugar donde su hogar se encontraba. No podía negar que su mente viajaba de la batalla al pelinegro nómada. Edward clavó sus ojos en él durante un instante, colocando su mano en el hombro derecho y dándole un leve apretón. "Estará bien" intentó calmarlo. Carlisle asintió sin más remedio y se concentró en agudizar su audición para notar cuando llegaran los Vulturi.
Aparecieron alineados en una formación rígida y formal, pero no se trataba de una marcha a pesar de lo conjuntado de su avance. Pasaban entre los árboles en perfecta sincronía, como una procesión de sombras negras suspendidas a pocos centímetros del suelo cubierto de nieve, de ahí ese desplazamiento suyo tan desenvuelto. Las posiciones en las zonas exteriores del destacamento estaban ocupadas por miembros equipados con ropajes grises, pero la tonalidad se iba oscureciendo hasta llegar al más intenso de los negros en el centro de la formación. Era imposible verles los rostros, ensombrecidos y ocultos por las capuchas. El tenue roce de las pisadas parecía música debido a la regularidad de la cadencia, era un latido de ritmo intrincado que no mostraba ninguna vacilación.
Caminaban lentamente, sin prisa ni apuro. Era como si estuvieran dando un paseo por el nevado claro y de casualidad se encontrarán con viejos conocidos. Podías darte cuenta que no tenían intención de perder, aquel caminar despreocupado lo demostraba: eran invencibles.
—Se acercan los casacas rojas, se acercan los casacas rojas —musitó Garrett para el cuello de su camisa antes de soltar una risa entre dientes y acercarse un paso a Kate—. Él se perderá toda la diversión.
Kate lo miró de reojo y negó.
—Es lo que quiere y cree que es mejor para él. Déjalo ser.
—Así que han venido —comentó Vladimir a Stefan con un hilo de voz.
—Ahí están las damas, y toda la guardia —contestó Stefan, siseante—. Míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra.
—Falta Demetri —pronunció Edward.
Bella y el resto lo miraron interrogantes.
—¿Qué?
—Demetri no está. Siquiera puedo escuchar sus pensamientos —volvió a decir Edward en tono bajo—. Demetri no está con ellos.
El grupo se congeló.
Y entonces, mientras los Vulturis avanzaban con paso lento y mayestático, como si esos efectivos no bastasen, otro grupo comenzó a ocupar las posiciones de retaguardia en el claro. Más de cuarenta vampiros se presentaban frente a los ojos de la pequeña reunión de testigos que conformaban el grupo junto a los Cullen. El ambiente a su alrededor llevaba consigo la desesperación que habían comenzado a sentir al ver el número del enemigo.
Junto a dicho número se encontraba Irina, su mirada viajaba entre su familia y el clan Vulturi. No apartaba la mirada horrorizada de la posición
de Tanya, situada en primera línea. Edward profirió un gruñido bajo pero elocuente.
—Alistair estaba en lo cierto —avisó a Carlisle.
El aludido interrogó a Edward con la vista.
—¿Que Alistair tenía razón...? —preguntó Tanya en voz baja.
—Caius y Aro vienen a destruir y aniquilar —contestó Edward con voz sofocada. Habló tan bajo que sólo fue posible oírle en su bando—. Han puesto en juego múltiples estrategias. Si la acusación de Irina resultara ser falsa, llegan dispuestos a encontrar cualquier otra razón por la que cobrarse venganza, pero son de lo más optimistas ahora que han visto a Renesmee. Todavía podríamos hacer el intento de defendernos de los cargos amañados, y ellos deberían detenerse para saber la verdad de la niña —luego, en voz todavía más baja, agregó—: Pero no tienen intención de hacerlo.
La procesión se detuvo de sopetón al cabo de dos segundos y dejó de sonar la suave música producida por el roce de los movimientos sincronizados. La disciplina sin mácula se mantuvo inalterable y los Vulturis permanecieron firmes y completamente inmóviles a unos cien metros de su posición.
Pudieron escuchar el latido de muchos corazones enormes, más cerca que antes, en la retaguardia y a los lados. Los licántropos se habían unido. Los lobos adoptaron posiciones a cada extremo de nuestra desigual línea, adoptando sendas formaciones alargadas en los flancos.
Casi todos los rostros de los Vulturis continuaban impasibles. Sólo dos pares de ojos traicionaban esa aparente indiferencia. Aro y Caius, en el centro del grupo y cogidos de la mano, se habían detenido para evaluar la situación. La guardia al completo los había imitado y se habían detenido a la espera de que dieran la orden de matar. Los cabecillas no se miraban entre sí, pero era obvio que se hallaban en permanente contacto. Marcus tocaba la otra mano de Aro, pero no parecía tomar parte en la conversación. No tenía una expresión de autómata, como la de los guardias, pero se mostraba casi inexpresivo. Al parecer se encontraba completamente molesto.
Caius y Aro recorrían la fila de testigos con esos ojos como ascuas ensombrecidas por las capas. El desencanto estaba escrito en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Frunció los labios con disgusto.
La respiración de Edward aumentó de cadencia conforme la pausa se prolongaba.
—¿Qué opinas, Edward? —preguntó Carlisle con un hilo de voz. Estaba ansioso.
—No están muy seguros de cómo proceder. Sopesan las opciones y eligen los objetivos clave: Eleazar, Tanya, tú y yo mismo. Marcus está valorando la fuerza de nuestras ataduras. Les preocupan sobremanera los rostros que no identifican, Zafrina y Senna sobre todo, y los lobos, eso por supuesto. Nunca antes se habían visto sobrepasados en número. Eso es lo que les detiene.
—¿Sobrepasados...? —cuchicheó Tanya con incredulidad.
—No cuentan con la participación de los espectadores —contestó Edward—. Son un cero a la izquierda en un combate. Están ahí porque Aro gusta de tener público.
—¿Debería hablarles? —preguntó Carlisle.
Edward adoptó una expresión vacilante durante unos segundos, pero luego asintió.
—No vas a tener otra ocasión.
Carlisle cuadró los hombros y se alejó varios pasos de la línea defensiva. Extendió los brazos y puso las palmas hacia arriba a modo de bienvenida.
—Aro, mi viejo amigo, han pasado siglos...
Aro avanzó desde el centro de la formación enemiga. El escudo del cabecilla, Renata, le acompañó como si las yemas de sus dedos estuvieran pegadas a la túnica de su amo. Las líneas Vulturis reaccionaron por vez primera. Un gruñido apagado cruzó sus filas, pusieron rostro de combate y crisparon los labios para exhibir los colmillos. Unos pocos guardias se acuclillaron, listos para correr.
Aro alzó una mano a fin de contenerlos.
—Paz —Anduvo unos pocos pasos más y luego ladeó la cabeza. La curiosidad centelleó en sus ojos blanquecinos—. Hermosas palabras, Carlisle —resopló con esa vocecilla suya—. Parecen fuera de lugar si consideramos el ejército que has reclutado para matarnos a mí y mis allegados.
Carlisle sacudió la cabeza para negar la acusación y le tendió la mano derecha como si no mediaran cien metros entre ambos.
—Basta con que toques mi palma para saber que jamás fue ésa mi intención.
Aro entornó sus ojos.
—¿Qué puede importar el propósito, mi querido amigo, a la vista de cuanto has hecho?
A continuación, torció el gesto y una sombra de tristeza le nubló el semblante.
—No he cometido el crimen por el que me vas a sentenciar.
—Hazte a un lado en tal caso y déjanos castigar a los responsables. De veras, Carlisle, nada me complacería más que respetar tu vida en el día de hoy.
—Nadie ha roto la ley, Aro, deja que te lo explique —insistió Carlisle, que ofreció otra vez su mano.
Caius llegó en silencio junto a Aro antes de que éste pudiera responder.
—Has creado y te has impuesto muchas reglas absurdas y leyes innecesarias — siseó el vampiro de pelo blanco—. ¿Cómo es posible que defiendas el quebrantamiento de la única regla importante?
—Nadie ha vulnerado la ley. Si me escucharais...
—Vemos a la cría, Carlisle —refunfuñó Caius—. No nos tomes por idiotas.
—Ella no es inmortal, ni tampoco vampiro. Puedo demostrarlo en cuestión de segundos.
—Si ella no es una de las prohibidas —le atajó Caius—, entonces, dime, ¿por qué has reclutado un batallón para defenderla?
—Son testigos como los que tú has traído, Caius. —Carlisle hizo un gesto hacia la linde del bosque, donde estaba la horda enojada; algunos integrantes de la misma reaccionaron con gruñidos—. Cualquiera de esos amigos puede declarar la verdad acerca de esa niña, y también puedes verlo por ti mismo, Caius. Observa el flujo de la sangre por sus mejillas.
—¡Eso es una evasiva! —le espetó Cayo—. ¿Dónde está la denunciante? ¡Que se adelante! —Estiró el cuello y miró a su alrededor hasta localizar a la rezagada Irina detrás de las ancianas—. ¡Tú, ven aquí!
La llamada le miró con fijeza y desconcierto. Su rostro parecía el de quien no se ha recuperado de la pesadilla de la que se ha despertado. Caius chasqueó los dedos con impaciencia. Uno de los guardias se colocó junto a Irina y le propinó un empujón para que avanzara. Ella parpadeó dos veces y comenzó a caminar hacia Caius.
Caius acortó la distancia y le cruzó la cara de una bofetada.
El golpe no debía haberle hecho nada, pero era lo suficientemente humillante. La escena recordaba a alguien pateando a un perro. Tanya y Kate sisearon a la vez.
—¿Es ésa la cría que viste? —preguntó Caius—. La que era manifiestamente más que humana...
Irina los miró con ojos de miope, estudiando a la hija de Bella por vez primera desde que pisó el claro. Ladeó la cabeza con la confusión escrita en las facciones.
—¿Y bien...?—rezongó el líder de los Vulturis.
—No... no estoy segura —admitió ella con tono perplejo.
La mano del anciano se tensó, como si fuera a abofetearla de nuevo.
—¿Qué quieres decir con eso? —quiso saber Caius en un susurro acerado.
—No es igual, aunque creo que podría ser ella, es decir, me parece que lo es, pero ha cambiado. La que vi no era tan grande como ésa...
Su interlocutor soltó un jadeo entrecortado entre los dientes, de pronto perfectamente visibles. La vampiro enmudeció antes de terminar. Aro revoloteó hasta la altura de Caius y le puso una mano en el hombro a fin de calmarle.
—Sosiégate, hermano. Disponemos de tiempo para dilucidar esto. No hay necesidad de apresurarse.
Caius le volvió la espalda a Irina con expresión malhumorada.
—Ahora, dulzura —empezó Aro con voz melosa y aterciopelada mientras extendía la mano hacia la confusa vampira—, muéstrame qué intentas decir.
Irina tomó la mano del Vulturis con algunos reparos. Él retuvo la suya por un lapso no superior a cinco segundos.
—¿Lo ves, Caius? —murmuró—. Obtener lo que deseamos es muy fácil.
Aro miró cortamente hacia sus acompañantes antes de volverse hacia Carlisle.
—Al parecer, tenemos un misterio entre manos. Da la impresión de que la niña ha crecido a pesar de que el primer recuerdo de Irina correspondía de forma indiscutible al de una inmortal. ¡Qué curioso!
—Esto es justo lo que intentaba explicar —repuso Carlisle.
Hubo un cambio en el tono de su voz. Ésa era la pausa en la que habían depositado sus dubitativas esperanzas.
Carlisle tendió la mano una vez más.
Aro vaciló durante un momento.
—Preferiría la versión de algún protagonista de la historia, amigo mío. ¿Me equivoco al aventurar que esta violación de la ley no es cosa tuya?
—Nadie ha quebrantado la ley.
—Sea como sea, he de obtener todas las caras de la verdad. —La voz sedosa de Aro se endureció—. El mejor medio para conseguirlo es ese prodigio de hijo tuyo— Ladeó la cabeza en dirección a Edward—. Asumo cierta participación por su parte a juzgar por cómo se aferra la niña a la compañera neófita de Edward.
El llamado suspiró y se dio la vuelta para depositar un rápido beso en la frente de su esposa e hija. Luego se alejó dando grandes zancadas, dejando una suave palmada en el hombro de Carlisle. El miedo de Esme era perceptible, el lloriqueo escapó involuntariamente de sus labios cuando lo vio marchar. Edward se detuvo a escasos metros de Aro. Él alzó el mentón con aire orgulloso y le ofreció una mano al líder de los Vulturis como si le concediera un gran honor. El anciano parecía lisa y llanamente encantado. Renata revoloteaba nerviosa a la sombra de su señor. El ceño de Caius era tan hondo y permanente que daba la impresión de que esa piel traslúcida y fina como el papel iba a quedarse arrugada para siempre. La pequeña Jane exhibía los dientes mientras, a su lado, Alec entornaba los ojos para concentrarse mejor. Volvía a notarse la falta de Demetri entre los presentes. La ausencia de éste vampiro causaba miedo e incertidumbre.
Aro se acercó sin pausa alguna. No tenía nada que temer.
El Vulturi se hallaba ahora al corriente de todas las estrategias, todas las ideas y todos los pensamientos ocultos que Edward hubiera leído en las mentes de quienes había tenido a su alrededor en el último mes. Y aún más, también iba a enterarse de las visiones de Alice, de cada momento de silencio en nuestra familia, cada imagen reproducida por la mente de Renesmee, cada persona que hubiera visto... Carlisle, Eleazar y Bella quedaron estáticos ante la realización, girando a mirarse cuando recordaron que Taehoon seguía cerca y que Aro lo vería.
Y también recordaron que Edward conocía el don de Taehoon.
Bella siseó con fuerza.
—Cálmate, Bella —susurró Zafrina.
—¿Lo ves? —preguntó Edward con la voz sedosa que empleaba cuando estaba calmado.
—Sí, ya veo, ya —admitió Aro. Curiosamente, parecía divertido—. Dudo que nunca se hayan visto las cosas con tanta claridad entre dos dioses o dos mortales.
—Me has dado mucho en lo que pensar, joven amigo, no esperaba tanto — prosiguió el anciano sin soltar la mano de Edward, cuya posición rígida era la propia de quien escucha. Pero no le contestó—. ¿Puedo conocerlos? —pidió Aro, casi lo imploró, con repentino interés—. En todos mis siglos de vida jamás había concebido la existencia de una criatura semejante y un don tan... peculiar. Menudo apéndice a nuestras historias...
—Me temo que sólo puedes conocer a uno —pronunció Edward.
El rostro de Aro se mantuvo sin cambios.
—Será suficiente.
—¿De qué va esto, Aro? —espetó Caius antes de que Edward tuviera ocasión de responder.
—De algo con lo que tú ni siquiera has soñado, mi pragmático amigo. Tómate un momento para cavilar, porque la justicia que pretendíamos aplicar no alcanza a este caso.
Caius soltó un siseo de sorpresa al oír semejantes palabras.
—Paz, hermano —le advirtió Aro en tono conciliador.
Todo aquello eran buenas noticias, en teoría. Se habían pronunciado las palabras que esperaban y parecía estar próximo el indulto que ninguno creía posible. Aro se había abierto a la verdad y había admitido que no se había quebrantado la ley.
—¿Vas a presentarme a tu hija? —volvió a preguntar Aro.
Caius no fue el único en sisear ante esa nueva revelación.
Edward asintió a regañadientes.
El veterano líder seguía sin soltar la mano de Edward, pero al menos contestó ahora a la pregunta que el resto no había oído.
—Dadas las circunstancias, considero aceptable un compromiso en este punto. Nos reuniremos a mitad de camino entre los dos grupos.
Dicho esto, liberó al fin a Edward, que se volvió hacia su familia. El líder Vulturis se unió a él y le pasó un brazo por el hombro de modo casual, como si fueran grandes amigos. Todo para mantener el contacto con el cuerpo de Edward.
Comenzaron a cruzar el campo de batalla en nuestra dirección. La guardia entera hizo ademán de echar a andar detrás de ellos, pero Aro alzó una mano con desinterés y los detuvo sin tan siquiera mirarlos.
—Deteneos, mis queridos amigos. En verdad os digo que no albergan intención de hacernos daño alguno si nos mostramos pacíficos —se detuvo durante un instante con su brazo aún en el hombro de Edward. Giró ligeramente su rostro y se dirigió únicamente a una vampiro de largo cabello rubio y mortalmente hermosa que yacía a escasos metros detrás de Caius. Aro sacudió la cabeza y continuó. Caius entrecerró sus ojos, no pudiendo entender las acciones de Aro.
—Amo —susurró con ansiedad Renata, siempre cerca de su maestro.
—No temas, querida —repuso él—. Todo está en orden.
—Quizá deberían acompañarte algunos miembros de tu guardia —sugirió Edward—. Eso haría que el resto se sintiera más cómodo.
El líder Vulturis asintió como si esa sabia observación debiera habérsele ocurrido a él. Chasqueó los dedos un par de veces.
—Felix, Demetri. Oh, cierto, Demetri no está aquí —volviéndose a girar hacia la rubia vampiro de antes pronunció:—. Varinia, querida, creo que Demetri se ha extraviado. Será mejor que vayas en su busca y lo traigas aquí lo antes posible.
La aludida asintió. Dio media vuelta y despareció por el camino que habían recorrido para llegar hasta allí.
Feliz se situó junto a Aro en un abrir y cerrar de ojos. Era corpulento y amenazador como una garrota con púas de acero.
Los cinco se detuvieron a mitad de camino.
—Bella, ven con Renesmee —me pidió Edward—, y algunos amigos...
Kate y Garrett vieron a la híbrida junto a su madre y acompañantes marchar hacia el centro del campo mientras sus manos permanecían entrelazadas. Kate se había aferrado al nómada y mantenía una postura rígida y lista para atacar. Sin embargo en su mente rondaba únicamente una persona.
—¿Crees que estará bien? —preguntó en voz baja—. Tengo un mal presentimiento.
El clan Denali, Benjamin y Zafrina clavaron sus ojos en ella.
—Es demasiado raro —murmuró Benjamin.
—¿El qué? —preguntó esta vez Zafrina.
—¿Por qué justamente Demetri se extraviaría?
Eleazar se entrometió, todavía hablando en voz baja.
—Exactamente. Tiene la mejor habilidad de rastreo que he visto en los últimos añ- —Eleazar calló de golpe y los vampiros que mantenían la conversación llegaron a adivinar la cruda realidad.
"Lo tienen ellos" pensó Eleazar lo más fuerte posible para que sus pensamientos destacaran en la mente de Edward. El cobrizo elevó su vista hacia él, desviándose de la conversación que su hija mantenía con Aro y abrió sus ojos en grande. "Demetri tiene a Taehoon".
Kate clavó sus uñas en el antebrazo de Garrett.
—Tenemos que ir a por él —su tono de voz mostraba la preocupación y desespero por su amigo. Garrett tomó su mano y dio suave caricias en ella.
—Si nos vamos ahora será cavar nuestra propia tumba —susurró el nómada—. Alec tiene su atención puesta en nosotros.
—Taehoon es lo suficientemente inteligente como para defenderse —agregó Zafrina.
—Pero no estoy seguro que tenga un entrenamiento parecido en la lucha como lo tiene Demetri —continuó Eleazar.
Kate gruñó frustrada. No podía ir en busca de su amigo en caso de que necesitara ayuda. Estaba molesta y muy preocupada.
La guardia permanecía en el lado norte del claro a la espera de que su líder volviera a sus filas, pero en vez de eso, Aro les ordenó adelantarse con un ademán de la mano. Edward inició una retirada inmediata, empujando a Emmett y a Bella. Retrocedieron a toda prisa sin apartar la mirada de la amenaza en ciernes. Jacob fue el más lento de todos a la hora de emprender el repliegue. Tenía erizada la pelambrera de los hombros y se erguía mientras le enseñaba las fauces a Aro. Renesmee le agarró del rabo al tiempo que retrocedía y le fue dando tirones para obligarle a caminar con ellos. Se reunieron con su familia al mismo tiempo que las capas oscuras rodeaban de nuevo a Aro.
Edward se acercó al grupo de Kate y susurraron lo suficientemente bajo como para que la conversación se mantuviera solo entre su grupo.
—¿Lo traerán aquí? —cuestionó Eleazar hacia Edward.
—Es lo más probable. Si Aro mandó a esa vampiro a buscar a Demetri será porque sabía a dónde se dirigía. Me sorprende que lo haya ocultado tan bien.
Kate siseó.
—¿No puede usar su don para defenderse? No puede simplemente venir, ¡los Vulturi se lo llevarán!
Edward negó, colocando su pálida mano en el hombro de Kate.
—Como poder, puede. Pero no lo hará. No utilizará su don contra nadie.
—¿Por qué?
—Taehoon dijo que para controlarlo hay que practicar, y no se arriesgará a arruinarle la vida a alguien para su beneficio por más insignificante que le parezcan.
Kate dio un pisotón al suelo y se abrazó al nómada junto a ella.
—En estos momentos odio que sea tan buena persona.
—Siempre hay un deje de esperanza, ¿no? —cuestionó Garrett—. Entonces ten la esperanza de que Taehoon podrá defenderse.
Eleazar asintió, pronto volviéndose hacia el grupo de vampiros que discutía sobre la situación. La conversación rondaba en torno a los cambia-formas que los acompañaban. Edward y Carlisle estaban hablando con los Vulturi acerca de ellos.
—Deseo hablar con la delatora —anunció de pronto Caius, y se volvió para mirar a Irina.
La vampiro no prestaba atención a la conversación de los líderes de los Vulturis. No apartaba la vista de sus hermanas y tenía un semblante agónico y crispado por el sufrimiento. El rostro de Irina dejaba bien a las claras que ella sabía ahora lo infundado de su acusación.
—Irina —bramó Caius, descontento de tener que dirigirse a ella.
Ella alzó la vista, sorprendida en un primer momento y luego asustada. Caius chasqueó los dedos. La vampiro avanzó con paso vacilante desde el límite de la formación Vulturis para presentarse de nuevo ante el anciano caudillo.
—Has cometido un grave error en tus acusaciones, o eso parece —comenzó Caius.
Tanya y Kate se adelantaron, presas de la ansiedad. Kate tembló, primero Taehoon y ahora Irina.
—Lo siento —respondió Irina en voz baja—. Quizá debería haberme asegurado de lo que vi, pero no tenía ni idea... —Hizo un gesto de indefensión hacia nosotros.
—Mi querido Caius —terció Aro—, ¿cómo puedes esperar que ella adivinara en un instante algo tan extraño e improbable? Cualquiera de nosotros habría supuesto lo mismo.
Caius removió los dedos para silenciarlo.
—Todos estamos al tanto de tu error —continuó con brusquedad—. Yo me refiero a tus motivos.
Irina estaba hecha un manojo de nervios; esperó a que continuara, pero al final repitió:
—¿Mis motivos?
—Sí, para empezar, ¿por qué viniste a espiarlos? La vampiro respingó al oír el verbo «espiar». —Estabas molesta con los Cullen. ¿Me equivoco?
—No, estaba enojada —admitió.
—¿Y por qué...? —la urgió Caius.
—Porque los licántropos mataron a mi amigo y los Cullen no se hicieron a un lado y no pude vengarle.
—Licántropos, no, metamorfos —le corrigió Aro.
—Así pues, los Cullen se pusieron de parte de los metamorfos en contra de nuestra propia especie, incluso cuando se trataba del amigo de un amigo —resumió Caius.
Edward profirió por lo bajo un refunfuño de disgusto mientras el Vulturi iba repasando una por una las entradas de su lista en busca de una acusación que encajara.
—Yo lo veo así —replicó Irina, muy envarada.
Caius se tomó su tiempo.
—Si deseas formular alguna queja contra los metamorfos y los Cullen por apoyar ese comportamiento, ahora es el momento.
El vampiro esbozó una sonrisa apenas perceptible llena de crueldad, a la espera de que Irina le facilitara la siguiente excusa. Con ello demostraba que no entendía a las familias de verdad, cuyas relaciones se basaban en el amor y no en el amor al poder. Tal vez había sobreestimado la fuerza de la venganza.
Irina apretó los dientes, alzó el mentón y cuadró los hombros.
—No deseo formular queja alguna contra los lobos ni los Cullen. Habéis venido aquí para destruir al niño inmortal y no existe ninguno. Mío es el error y asumo por completo la responsabilidad. Los Cullen son inocentes y vosotros no tenéis motivo alguno para permanecer aquí. Lo lamento mucho —nos dijo, volviéndose hacia los Cullen, y luego se encaró con los testigos Vulturi—. No se ha cometido ningún delito, ya no hay razón válida para que continuéis aquí.
Aún no había terminado de hablar la vampiro y Caius ya había alzado una mano, sostenía en ella un extraño objeto metálico tallado y ornamentado. Se trataba de una señal, y la reacción llegó tan deprisa que todos quedaron atónitos y sin dar crédito a sus ojos mientras sucedía. Todo terminó antes de que tuvieran tiempo para reaccionar. Tres soldados Vulturi se adelantaron de un salto y cayeron sobre Irina, cuya figura quedó oculta por las capas grises. En ese mismo instante, un horrísono chirrido metálico rasgó el velo de quietud del claro. Caius serpenteó sobre la nieve hasta llegar al centro de la molé grisácea. El estridente sonido se convirtió en un geiser de centellas y lenguas de fuego. Los soldados se apartaron de aquel repentino infierno de llamaradas y regresaron a sus posiciones en la línea perfectamente formada.
Caius quedó solo junto a los restos en llamas de Irina.
—Ahora sí ha asumido por completo la responsabilidad de sus acciones —aseguró Cayo con una fría sonrisa.
Lanzó una mirada a la primera línea contraria, deteniéndose brevemente sobre las formas heladas de Tanya y Kate.
Bella pudo adivinar en ese instante que el Vulturi jamás había despreciado los lazos de una verdadera familia. Ésa era la táctica. Nunca tuvo interés en las reclamaciones de Irina, buscaba su desafío, un pretexto para poder destruirla y prender fuego al inflamable vaho de violencia que se condensaba en el ambiente. Había arrojado una cerilla. Nadie iba a ser capaz de detener el combate una vez que se desatara. La espiral de violencia no dejaría de crecer hasta que un bando resultara totalmente aniquilado.
Y no sería el de los Vulturi. Caius lo sabía.
Y también Edward.
Por eso, estaba atento y gritó:—¡Detenedlas!
Por eso, saltó de la fila a tiempo de agarrar por el brazo a Tanya, que se lanzaba vociferando como una posesa hacia el sonriente Caius. No fue capaz de zafarse de la presa de Edward antes de que Carlisle la sujetara por la cintura.
—Es demasiado tarde para ayudarla —intentó razonar Carlisle a toda prisa mientras forcejeaba con ella—. ¡No le des lo que quiere!
Fue más difícil contener a Kate. Lanzó un aullido similar al de Tanya y dio la primera zancada de una acometida que iba a saldarse con la muerte de todos. La más próxima a ella era Rosalie, pero ésta recibió semejante golpe que cayó al suelo antes de tener tiempo de hacerle una llave de cabeza. Por suerte, Emmett la aferró por el brazo y le impidió continuar; luego, la devolvió a la fila entre codazos, pero Kate se escabulló y rodó sobre sí misma. Parecía imparable.
Garrett se abalanzó sobre Kate y volvió a tirarla al suelo; luego, le rodeó el tórax y los brazos en un abrazo y engarfió los dedos alrededor de sus propias muñecas a fin de completar la presa de inmovilización. El cuerpo de Garrett se estremeció cuando la vampira empezó a lanzarle descargas. Puso los ojos en blanco, pero se mantuvo firme y no la soltó.
—Zafrina —gritó Edward.
Kate puso los ojos en blanco y sus gritos se convirtieron en gemidos. Tanya dejó
de forcejear.
—Devuélveme la vista —siseó Tanya.
Bella aprovechó para utilizar su don sobre Garrett y facilitar la inmovilización de Kate. Garrett había recuperado el control de sí mismo y la retenía en el suelo cubierto de nieve.
—¿Vas a tumbarme otra vez si dejo que te levantes, Katie? —susurró él.
Ella soltó un refunfuño por toda respuesta y no cesó de repartir golpes a diestro y siniestro.
—Escuchadme, Tanya, Kate —pidió Carlisle en voz baja pero con vehemencia—. La venganza ya no va a ayudarla. Irina no habría deseado que tirarais la vida de esa manera. Meditad las consecuencias de vuestros actos. Si atacáis ahora, moriremos todos.
Los hombros de Tanya se encorvaron bajo el peso del sufrimiento y se echó hacia atrás, sobre Carlisle, en busca de apoyo. Kate dejó de debatirse al fin. Garrett y Carlisle continuaron consolando a las hermanas con palabras demasiado precipitadas para reconfortarlas de verdad. Bella giró sobre sus talones cuando notó tres nuevo aromas aproximándose al claro. La escalofriante sonrisa de Aro se pronunció de tal forma que parecía un león esperando a su presa.
—Edward —llamó la neófita. Edward observó a su esposa señalar hacia la parte trasera de los Vulturi. A esas alturas, ya todos los testigos se habían parado a mirar a los tres vampiros que se aproximaban.
Taehoon era arrastrado sin delicadeza alguna por el cuello de su camisa por la vampiro que había desaparecido no mucho tiempo atrás, Varinia. A su lado caminaba despreocupado un sonriente Demetri. El vampiro parecía estar pasándoselo en grande mientras veía al nómada ser arrastrado; La rubia vampiro lanzó el esbelto cuerpo del vampiro como si de un papel se tratara, mandándolo a volar varios metros y haciéndolo caer justo en medio del grupo de vampiros, en el centro del claro. Taehoon cayó boca abajo con un golpe seco, su rostro pegado a la helada y blanca nieve. Gruñó con molestia, él sólo estaba tranquilamente dibujando hasta que ése idiota apareció. Se enderezó ligeramente, apoyando sus codos contra el suelo para poder observar a su alrededor. A su izquierda pudo divisar el grupo de lobos, testigos y los Cullen; Kate se hallaba en el suelo con Garrett inmovilizando sus extremidades. Aquello provocó confusión en el asiático.
La peculiar y llamativa risa de alguien se escuchó encima de él. Taehoon giró sobre sí mismo para observar a un vampiro de largo cabello negro y redondos ojos rojos que lo miraban con una locura escalofriante. El asiático lo pudo reconocer como Aro, el líder principal de los Vulturi. El líder se inclinó ligeramente y ladeó su cabeza hacia él.
—Maravillosa entrada... Creo que tú debes ser el tan apreciado Taehoon.
Carlisle se tensó y quiso dar un paso al frente, más ésta vez fue Tanya quien lo detuvo a él.
Taehoon entrecerró sus ojos, pensando hubiera sido mucho mejor haberse quedado en Detroit.
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