☽ Extra 1 ☾

Esto ocurre en algún momento luego de la fiesta de cumpleaños de Moon y antes del viaje a Valantra ♡

Hazel obtiene su licencia de conducir 》



—¡Vete! ¡No quiero hablar contigo, ni quiero ver tu estúpida cara!

—¿Estás celoso? —canturrea Moon. Se muere por jugar un poco con el temperamento explosivo del omega. Es como un gato manoteando una granada en lugar de un cencerro.

—¡Ja! ¡Ya quisieras!

¿Celoso? Pf, alfa apestoso, ¿quién se cree que es? —bufa Hazel en su fuero interno—, guiñándole el ojo a ese grupo de humanas babosas como un jodido gigoló. Avanza a las zancadas por el corredor del supermercado. El carrito de compras que acarrea zumba como un Bugatti, las rueditas rechinan y por poco no largan chispas. Incluso atropella el carro de un hombre de mediana edad en la intersección con otro corredor.

—Hey, idiota, qué...

Al humano se le atora el insulto en la garganta cuando sus ojos escalan por el largo y ancho del mastodonte que viene detrás del chico, y finalmente huye despavorido, girando hacia el lado opuesto con la cabeza gacha y las piernas presurosas.

El hecho cabrea todavía más a Hazel. Ahora también tiene el orgullo herido, y sus entrañas se aprietan con furia cuando oye la risita de su compañía.

—¿De qué te ríes, capullo?

—¿Estás celoso?

—¡Que no! —ladra, soltando el carrito para enfrentarlo con el pecho inflado—. ¿Por qué viniste? ¿No tienes nada más importante que hacer?

—¿Crees que voy a dejarte venir solo para que le entregues la yugular a un maldito vampiro?

—¡No hay vampiros aquí! Viví tres años en esta ciudad y mi yugular jamás fue atacada, pero, ¿ves esto? —Hazel señala la marca en su cuello, indignado, regando su alrededor con feromonas enfadadas—. ¡Fui mordido por un apestoso perro, arrogante y endemoniado, apenas puse un pie en Arvandor!

Se da la vuelta, sujeta con fuerza el travesaño del carrito y sale pitando a la sección de snacks para buscar la bolsa de nachos que le encargó Kuro. En Arvandor no venden snacks, son demasiado aburridos. Aunque comprar frituras no es el motivo que los trajo a este extraño instante de cotidianidad. Podría haber sido el "respiro" añorado si el alfa gilipollas no estuviera enamorado de la idea de tocarle los cojones.

Todo comenzó cuando Moon le enseñó su humilde garage con setenta carros de alta gama días atrás, la mitad de ellos superdeportivos. Le contó a Kuro sobre la ostentosa colección y esa misma noche robaron uno, un Gordon Murray naranja muy chulo.

Lo chocó al intentar salir del castillo.

De hecho, chocó contra otro de los superdeportivos que se encontraba en la trayectoria de su mala maniobra. No tiene licencia de conducir por una razón: jamás había conducido un carro antes de ese percance. A Kuro le dio gracia y luego huyó antes de que el alfa lo etiquetara como el coautor del siniestro vial, el muy cobarde. Hazel tuvo que hacer una bola con su orgullo y acabó por llamar a Moon para que desencajara un carro del otro. Lo peor: la expresión del alfa al llegar a la escena del crimen fue la de alguien muy poco impresionado. Realmente hubiera deseado que se hubiera cabreado en lugar de ofrecerle clases de manejo. Para Hazel se oyó igual a un "Hehe, debes aprender de mí, que todo lo sé y todo lo tengo, imbécil".

Por supuesto que se negó. Al principio. Cuando Moon le dijo que podría disponer de cualquier carro que quisiera si aprendía a conducir, su tozudez flaqueó bajo el poder del materialismo. Y por eso están aquí. Vino a sacar la jodida licencia de conducir. En Arvandor también podía hacer los trámites, pero la licencia emitida en las manadas lycans solo sirve para transportarse dentro de ellas. Los humanos solo aceptan, pues, licencias humanas. Así que le pidió a Kuro que le enseñara, ni de coña se rebajaría a concurrir al alfa cabrón, y... ¡Taran!

Debería sentirse encumbrado y autorrealizado por haber pasado el examen al primer intento y llevar consigo su licencia de conducir, no enfurruñado y con ganas de rebanarle la polla al alfa por andar ligoteando como un puto.

—Venga, amor —ronronea el susodicho, avanzando tras él—. No tengo la culpa de que me miren el paquete.

Hazel prensa la mandíbula con la fuerza de un pitbull. Atraviesan un corredor con artículos de bebés y un paquete de pañales vuela de su mano a la cara del alfa. "¡Paf!"

—¡No me sigas, alfa vulgar! ¡No quiero que me vean contigo! ¡Te ves ridículo con esa ropa!

Moon viste el conjunto de siempre: una gabardina larga y negra, pantalones negros y botas negras, todo a juego con su maliciosa alma. Su estilo gótico medieval puede cuadrar en Arvandor, pero no en un jodido supermercado humano del siglo veintiuno.

Ni hablar de sus orejas puntiagudas.

Moon recoge el paquete de pañales del suelo y su sonrisa se vuelve estratosférica.

—Vaya... ¿Adelantándote a los hechos?

—¡Deja eso allí, psicópata!

El alfa cierra distancias y lo abraza por la cintura, echando los pañales al carrito en el proceso.

—¿Deberíamos comprar la góndola completa? —sugiere con una sonrisa en su voz—. Con uno no alcanzará para la cantidad que quiero hacerte.

Hazel se cubre de rojo de la cabeza a los pies.

—¡A-Aléjate!

El alfa le agarra el culo con ambas manos, sin pudor ni consideración por los pobres humanos que se topen con ellos. Para su entera mortificación, a Hazel se le escapa un sonidito. Un sonidito muy similar a un gemido. A un gemido muy erótico e inapropiado.

Moon lo mira con las cejas arqueadas.

—¿Empezamos con la primera camada?

—¡Moon! —chilla, candente como una barra de metal al sol—. ¡Ya basta, nos van a echar!

—Apagué las cámaras —le susurra sensualmente al oído.

Hazel tiembla y se afloja en sus brazos automáticamente, como si fuera una reacción natural, instintiva. Tal vez lo es. Jamás admitirá que se siente genial dejarse invadir por su aroma y su calor. Moon se siente como su hogar, pero también como algo muy lejos de allí, algo supremo y etéreo, es... como el paraíso.

Las manos grandes amasan sus nalgas y los dedos fuertes presionan el espacio entre ellas, frotando su agujero con la tela de la ropa de por medio. Ya está mojado y resbaladizo como un pez deslizándose por las olas.

Ah, se siente bien...

—Moon... —Hazel se estremece entre los gimoteos trémulos y las sensaciones voluptuosas que le producen los labios de su alfa en el cuello.

¿Su alfa? Diablos. Está jodido.

—Quiero que te corras para mí...

Ngh... No... Aquí no...

Moon ríe contra su dermis ardorosa y se le desconectan todas las neuronas. Ahora solo es un lío de pensamientos incoherentes.

—Sí, aquí, donde todos estos humanos aburridos y correctos nos pueden ver... Qué emocionante.

El alfa los aprieta contra las estanterías llenas de pañales, acorrala al omega y lo somete a sus caricias y obscenidades. El cerebro de Hazel opera rápidamente para encontrar una salida antes de que sea demasiado tarde y acabe sucumbiendo ante el demonio, pero una polla dura se presiona contra su estómago y pierde el sentido de la orientación. Por otro lado, las feromonas almizcladas lo están enloqueciendo.

—A-Ah... Para...

El sinvergüenza de su Arcano lo olfatea codicioso, como si quisiera consumirle hasta el alma.

—Se me hace agua la boca —tararea con la voz aguardentosa, afectada por la excitación—. Tan fértil y húmedo para recibir a tu alfa...

La parte omega de Hazel ya está mostrando el trasero para ser follado, mientras que su buen juicio se extravió en alguna guarrada o propuesta indecente. Ya ni siquiera guarda un poco de razón para mortificarse por empapar su calzón en un maldito supermercado humano. Sus labios buscan a tientas los de su Arcano, enceguecido y atontado por la lujuria. Cuando el alfa adivina el objetivo de sus movimientos torpes, deja de jugar con su cuello y atrapa en volandas su boquita quejosa. La saquea confiado, como si robara en su propio territorio; la lengua danza hacia lo profundo y los colmillos pellizcan sus labios hormigueantes. Una mano áspera y astuta se cuela por la pretina de su pantalón y encuentra su agujero en un instante. La yema acaricia allí y los ojos de Hazel se van hacia atrás. Y él también se va, se deja llevar a ese lugar macabro y pecaminoso al que su demonio lo invita.

—¿Quieres que te anude aquí mismo?

—N-No... —Lloriquea. Raegar lo besa de nuevo y sonríe en medio de los chasquidos.

—¿Te preocupa que los betas nos encuentren pegados como dos perros en celo?

Eso no debería sonar tan bien, y aun así Hazel se encuentra fantaseando con expectativa. La yema hace presión en su entrada y tiene que hundir sus garras en los hombros del alfa para sujetarse. Ya no confía en que sus piernas lo sostengan.

—Olvidé el alicate —gruñe Moon—. Si no puedo meter mis dedos, meteré mi polla.

Hazel asiente, totalmente de acuerdo, totalmente fuera de sí. Su nariz se desplaza por la mandíbula angulosa del alfa y deja una cadena de besos hasta su oreja. Moon ladea la cabeza y se muerde el labio. Le prende el lado tímido y difícil de Hazel, pero pierde la compostura cuando el omega se pone atrevido y territorial. Su polla palpita contra la cremallera mientras Hazel intenta liberarla.

—Mío —sentencia el omega.

—Así es... Demuéstrales a esas humanas que mi verga tiene dueño.

—¿Hazel?

Las manos de Hazel se congelan en medio del trámite, dejando el botón desprendido y la cremallera del alfa formando una V. Parpadea varias veces para volver a tierra, y tiene una caída brutal. Cuando mira a Camie, su embarazada y humana ex novia, el suelo y las góndolas se materializan de repente y se hace superconsciente de sí mismo y de dónde se hallan sus manos. Y de la mano del guarro de su Arcano bien metida dentro de sus calzones.

Boquea como un pobre animal moribundo. Realmente siente que va a palmar. Su visión gira por un momento en el que lucha por no desfallecer entre los pañales. Le da un empujón al alfa, que se ha quedado viendo con curiosidad a la beta y al otro humano que la acompaña.

—¿C-Camie? ¿Qué haces aquí? —tartamudea. Que la tierra se lo trague.

Camie lo observa como si fuera la primera vez que lo ve. Luego, sus ojos oscuros brincan hacia la derecha, anclándose en Moon. Hazel advierte cómo el miedo, la sorpresa y el interés se amalgaman en su cara.

—Yo... estoy de compras.

—Oh, sí, por supuesto. —Hazel ríe con nerviosismo, echándole un vistazo al carrito lleno de pañales de Camie y levantando una oración al Cielo para que su Arcano no abra la boca.

—Pensé que te habías mudado a otra ciudad —dice Camie, despegando con dificultad los ojos del alfa para volver a enfocarlo.

¿Qué tan patético puede ser para sentir un pinchazo de celos en este momento de mierda?

—Me mudé —afirma—. Solo... estoy de compras.

Un silencio nefasto cae sobre todos. Hazel aprieta los dientes, Camie sigue con su vaivén de ojos, su novio carraspea y Moon sonríe zorrunamente.

Hazel puede oír hasta las ratas que vagan entre las paredes. En un momento hace contacto visual con el tipo barbudo, ese que embarazó a su novia meses atrás. El beta los mira a ambos con el ceño fruncido, acercándose a Camie en un movimiento "protector". Es obvio que quiere esconderse detrás de ella, pero cuadra los hombros, se endereza a su máxima altura y simula entereza en un lamentable intento de equipararse a Moon. Moon cambia su sonrisa taimada por una expresión inocente.

—¿Quién es ella, amor? —pregunta—. ¿No nos presentarás?

Hazel desea apretarle las bolas con la puerta del Mustang y luego llevarlo arrastrando hasta Arvandor. Mientras imagina su venganza, evalúa a la par su mejor opción: llevarle la contraria a su Arcano y armar una escenita frente a Camie, o seguirle la corriente y terminar esta mierda lo antes posible.

—Por supuesto. —Empuja una sonrisa almidonada a su rostro y espera que no se note el latido en su párpado—. Ella es Camie... compartimos algunas materias en la universidad —improvisa. No se había sentido tan mortificado desde que el Amarrador de Almas se atascó en su dedo—. Camie, él es...

—Raegar —se adelanta el idiota—, su esposo. Mucho gusto.

A Hazel los ojos se le saltan de sus cuencas. El hijo de puta de su Arcano no acaba allí, sino que extiende su mano para saludar "cordialmente" al novio de Camie. Incluso se inclina un poco, el cabrón. El tipo contempla escandalizado las garras negras de cinco centímetros y da un paso atrás. Luego repara en la marca de Arcano y en sus orejas en punta y agarra del brazo a Camie para salir cagando leches si es necesario.

—¿Por qué tienes las orejas así? —exige saber, atropellando las palabras.

La sonrisa de Moon se acentúa, exhibiendo los dos sables que tiene por incisivos.

—¡E-Es otaku! —chilla Hazel, interponiéndose entre ellos para cortocircuitar el caos—. ¡Lo siento, tenemos que irnos!

Empuja al alfa con ambas manos, poniendo todo su esfuerzo y desespero en alejarlo del par de humanos.

—¡Espera! —chilla Camie—. Tú... eres un omega, ¿verdad?

Hazel se detiene, tieso como una gárgola. Baja la cabeza, azarado y resignado. Suspira. Ya no tiene sentido tratar de ocultarlo. Ella lo dejó, él siguió con su (catastrófica) vida y ahora lo han pescado con las manos en la masa. Literalmente.

No tiene nada que perder.

—Sí... soy un lycan —devela al fin—. Lamento no habértelo dicho antes.

De todas las reacciones de Camie, no esperaba ver una comprensiva. Ella sonríe después de darle otro vistazo furtivo a Moon y los anillos idénticos que comparten. Y a su carrito de compras. Específicamente, el paquete de pañales que el alfa gilipollas metió.

—No te preocupes, me lo imaginaba —dice Camie—. Es decir... no a todos los chicos se les moja el trasero cuando se excitan, ya sabes...

—A-Ah...

El bochorno de Hazel alcanza tal magnitud que bien podría estar humeando. Que su Arcano haya oído eso acaba mandando su orgullo al diablo.

—Me alegra verte bien, Hazel. —Camie le da una palmadita a su novio para instarlo a seguir su camino. Agradecido por largarse de allí, el tipo se despide con un breve asentimiento.

Antes de doblar por el próximo corredor, su ex novia se voltea hacia ellos y bate su mano en despedida.

—¡Y felicidades!

—¡No puedo creerlo! ¡Realmente increíble!

Hazel no puede dejar de maldecir a su puta mala suerte. Llevan cincuenta kilómetros de viaje y cincuenta minutos de quejas y resuellos.

—¡¿Por qué vas tan despacio?! —le reclama furioso a su Arcano—. ¡Aún quedan doscientos kilómetros!

—No hay apuro —manifiesta Moon. Ha llevado plasmada esa estúpida sonrisa desde el supermercado.

Un carro se les adelanta y toca el claxon.

Niega con la cabeza y se apoltrona en el asiento con los brazos cruzados.

—¿Te compras deportivos para hacer el ridículo? Joder, conduces como un maldito viejo.

—¿Todavía estás celoso de esas betas o te cabreaste porque tu ex mencionó que se te moja el trasero?

Hazel estalla de rabia y en su estado encolerizado intenta abrir la puerta del auto inútilmente. Tiene el seguro para niños. El imbécil debe de haberlo previsto.

—¡Para! ¡Haré dedo!

—¿Que quieres mi dedo?

Lágrimas de impotencia rezuman de las esquinas de sus ojos.

Moon se apiada de él y orilla el carro hasta detenerse en un lugar espacioso del arcén. Se inclina para desabrochar el cinturón de seguridad de Hazel y lo jala hacia su regazo.

—¡Suéltame! —El omega patalea y gruñe hasta que las feromonas del alfa consiguen apaciguarlo.

Un momento después, se encuentra acomodado en las piernas de su Arcano como un bebé. Se siente a gusto, más de lo que está dispuesto a admitir. No obstante, aun estando cómodo y tranquilo, se rehúsa a enfrentar al alfa, manteniendo la dirección de su mirada firmemente alejada de la contraria.

Raegar lleva una mano a su rostro y le acaricia la mejilla con el pulgar.

—No llores, amor... Lo siento mucho.

—Vete a la mierda.

—Vale. Pero deja de llorar y mírame.

No.

Incluso sin verlo, Hazel sabe que su hoyuelo está profundamente marcado. Su corazón se agita con tan solo hacerse una imagen mental de esa sonrisa diplomática y perversa.

—Eres hermoso —lo halaga inopinadamente el alfa. La mejilla que está acariciando se enciende. Raegar la besa y experimenta el calor abrasivo en sus propios labios—. ¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

La posición díscola de Hazel comienza a claudicar, pero finge seguir cabreado para obtener más mimos y agasajos. Su mutismo es parte de su estratagema.

—¿Quieres que te compre un carro? —lo persuade Moon, entrando a la partida. Jodidamente ama estos juegos—. ¿No? ¿Qué tal un jet? ¿O un yate?

Hazel tiene ganas de rodar los ojos, o de sonreír como un tarado, pero debe seguir con su actuación hasta que el juego desemboque donde él desea.

Ya está anocheciendo y los páramos a los laterales de la carretera se tiñen de rojo y naranja. El paisaje cálido y los celajes del crepúsculo lo amansan un poco más. Con discreción, se apoya en el pecho de su Arcano y olisquea su aroma. Las yemas que cepillaban su moflete se trasladan a la zona baja de su espalda, inmiscuyéndose bajo su camiseta.

—Vamos, cariño. Me tienes en la palma de tu mano, soy todo tuyo. También quiero que seas solo mío. No me agrada la idea de que hayas compartido tu precioso cuerpo con esa humana.

—Lo que sucedió con ella fue completamente superficial —contesta Hazel al fin. Ya casi ha dejado atrás su enfado y el oír a Moon celándolo lo ha ayudado. Al menos no es el único idiota. Y aunque no le debe explicaciones sobre sus relaciones del pasado, algo en su interior lo incentiva a dárselas—. No estaba enamorado. Tampoco me atraía demasiado, solo... nos llevábamos bien, supongo. No solía relacionarme con los humanos más allá de las cortesías, por eso no tuve más amigos que Kuro y Camie. Las cosas se confundieron un poco con ella. Si no hubiera sido así, tal vez seguiríamos siendo amigos.

Raegar lo abraza, apoyando la barbilla sobre su cabeza. Encajan tan bien...

—¿Cómo es que llegaron a confundirse las cosas? —indaga Moon.

Uhm... No lo sé, yo... a veces me sentía solo. Es decir, afectivamente. —Sus manos juguetean con una tira del arnés de armas sujeto al torso del alfa—. El sexo ayudaba a calmar mi cuerpo y esa... sensación de soledad. Momentáneamente.

No era una sensación. Él estaba solo. Cuando recuerda los momentos posteriores al sexo y la falsa saciedad de un orgasmo débil e insatisfactorio, confirma y vuelve a confirmar que solo se estaba engañando a sí mismo.

—¿El sexo con ella era bueno?

—¿Qué hay con esas preguntas? —refunfuña Hazel, mirándolo a los ojos. Moon no pierde el tiempo y le picotea la boca.

—Solo estoy curioso.

—¿Estás intentando averiguar cómo era en el papel de activo?

—No —ríe, insinuando lo contrario—, pero ahora que lo mencionas, muero por saberlo.

Hazel devuelve el picoteo y se maravilla al ver el hoyuelo sobre el cual ya había fantaseado. Deposita otro besito allí.

—Vale... En realidad, no siempre fui el activo —dice avergonzado, esperando que el alfa saque sus propias conclusiones y no lo obligue a explicarlo—. Si te burlas, juro que te patearé el trasero y me llevaré tu auto. Te dejaré aquí varado y nadie te llevará porque eres espeluznante como la mierda.

La mano de Moon traza círculos en su lumbar, caricias que van bajando hasta rozar el borde de su pantalón. Se le eriza la piel y se estremece bajo las vibraciones de su risa.

—No voy a burlarme. Ahora entiendo cómo supo lo de tu trasero.

—Ya. De todas formas, mi desempeño fue bueno estando arriba —se ataja.

Inconscientemente sus manos han ido a parar al abdomen macizo del alfa, tocándolo todo con deseo y codicia. Se relame la boca al sentir una protuberancia creciente empujando contra su muslo.

Mn... Y... ¿cómo es el sexo conmigo?

Los labios de Hazel se curvan en una risita antes de besar por segunda vez ese encantador hoyuelo.

—No jodas, ¿estuviste haciéndote el fisgón solo para llegar a esa pregunta?

—No sé de qué hablas.

Moon busca su boca huidiza con la suya. Cuando está a punto de atraparla entre sus labios, Hazel lo esquiva y ríe.

—¡Eres tan egocéntrico! —chilla. El alfa ladino se mete bajo sus pantalones y le agarra una nalga mientras el coqueteo sigue.

—Claro que no. Solo giro alrededor de ti, mi sol.

Y como la luna y el sol, uno va detrás del otro en una caza infinita, corriendo a través del cielo infinito que se abre ante ellos. Hazel medita sobre la pregunta del alfa mientras se deja capturar. Los labios se juntan y crean una maravilla, como si la luna y el sol realmente se hubieran juntado en su lienzo cerúleo. Hazel es cautivado por el roce de sus pieles y por la sensación fogosa que deja la lengua de su Arcano en cada lugar que coloniza. ¿Cómo podría explicarle lo que se siente tener sexo con él, cuando un simple beso le vuela la cabeza?

Moon muerde su labio inferior, lo lame y devora su boca, picotea, sonríe y vuelve a devorarlo.

Por todos los dioses...

—No lo sé... —Hazel jadea y gimotea al sentir los dedos del alfa cerca de su entrada lubricada. Cual ciudad invadida desde toda su periferia, se siente débil, arrasado, a punto de ceder a su atacante—. Tener sexo contigo... no lo recuerdo... Deberías refrescar mi memoria...

Raegar inclina el asiento y lo desliza hacia atrás en un santiamén. Hazel ni siquiera entiende cómo lo ha hecho si tiene las manos ocupadas amasando su carne, volviéndolo loco de necesidad. También se sorprende al hallarse mágicamente desnudo de un segundo a otro, encaramado sobre el regazo de su Arcano con sus piernas ubicadas a sendos lados del asiento. Su pene endurecido reposa sobre el abultamiento en los pantalones de Moon.

—A tus órdenes.

—Si condujeras así de rápido, ya estaríamos en Arvandor —se mofa Hazel, su culo goteando y su boca salivando. Es un desorden de hambre y calentura.

—Arvandor no es mi destino. Adivina adónde deseo llegar...

—No tengo idea... enséñamelo —pide seductor, acariciando el falo atrapado bajo el pantalón. Esta vez consigue terminar su trabajo. Abre la cremallera y su mano va al encuentro de la tórrida erección.

Acaricia la longitud del alfa, disfrutando de cada centímetro recorrido, centímetros que ansía tener dentro, lamer, rodear, succionar... Adolorido por la falta que la fantasía realza, acomoda la polla de su Arcano, se alinea a ella y se deja caer.

Ambos gimen a la par, el idioma del placer conecta sus voces y la cabina del carro se convierte en un escenario íntimo y erótico. Hazel echa su cabeza hacia atrás mientras el diámetro de su Arcano lo estira. Se siente tan electrizante que por un momento todos sus sentidos se aúnan en el lugar que los une. El gozo lo abruma, pero es esa brizna de dolor que viene al final la que lo hace perder la cabeza. Cuando acaba sentado en el regazo del alfa, su vientre exhibe una pequeña protuberancia.

Raegar mantiene sus ojos cerrados mientras se estremece. Muerde su labio inferior, entrampado y absorbido por el canal que lo aprieta y acobija como una funda. Cuando sus bolas rozan la delicada piel del culo de Hazel y su punta alcanza aquel lugar acolchado oculto en sus profundidades, sabe que ha llegado a su destino. No es una isla paradisíaca, pero quema como la arena y está empapado como la costa, huele salado como el mar y dulce como los frutos que crecen cerca. Maldición, quiere derramarse allí y no salir jamás. La base de su pene empieza a inflamarse, apoyando la moción.

—Mierda, te voy a anudar...

—Aún no... —se queja Hazel, besuqueando su gaznate, trepando luego por su mandíbula hasta llegar a la oreja.

Tiene que hacer un esfuerzo increíble para controlar su nudo y su corrida. Levanta un poco el culo del omega hasta sacar la porción hinchada antes de que les impida el movimiento, pero su lado alfa gruñe en protesta y sus incisivos hormiguean. Necesita penetrarlo de todas las maneras posibles. Y Hazel, como si leyera sus pensamientos, se levanta y arremete contra él otra vez, repitiendo el vaivén hasta que acaba aporreando sus nalgas contra su regazo, hincándose en su polla sin reparo ni compasión. Raegar, que suele tener el control de todo con relativa facilidad, acaba siendo una mera víctima de sus instintos primitivos cuando su compañero se pone atrevido. Le aprieta el par de mejillas redondas y lo hace gimotear.

—¡Alfa, alfa...! ¡Me gusta! —clama Hazel, hundiendo sus garritas en la carne de sus hombros.

Sus bolas se contraen dolorosamente. Atrapa su labio inferior entre sus dientes, aguanta el espasmo y respira con lentitud para aplacar el placer. Consigue que su semen revolucionado se mantenga dentro, pero tan ardua labor le cuesta otro tornillo, y mientras más cordura pierde, con más presencia se hace su lobo.

Chupetea el pezón del omega, intentando sacar algo de allí.

El bocinazo de un carro truena de repente y desaparece progresivamente a medida se aleja por la carretera.

Hazel le acaricia el cabello mientras él se encarga de estimular deliciosamente sus pequeños botones.

—Moon... —Su voz sale mutilada—. Pueden vernos...

Mmm...

El comentario no llega a ser asimilado por su cabeza, que, al parecer, se ha deslizado hacia abajo. Su piel sabe tan dulce... El pensamiento de que tal vez el celo del omega está cerca bailotea por algún lado de su mente, demasiado rápido como para que pueda atraparlo.

Ha... ¿Qué... Qué haces?

Raegar succiona con fuerza el pezón derecho y lo suelta de sopetón haciendo un ruido obsceno, dejándolo inflamado y colorado. Observa maravillado su obra de arte. A Hazel le queda precioso el rojo. Cuando se pone tímido, se enfada o se excita, cuando lo toca o besa demasiado fuerte, cuando algo le hace reír con ganas... Su omega ha nacido para representar el color del amor y la pasión.

—Te amo. —La sucinta frase se le resbala de la boca.

En realidad, no podía retenerla más, a pesar de que es consciente de que a Hazel le ponen nervioso sus declaraciones románticas. ¡Pero qué grandiosa reacción ha despertado en él! Es una de sus favoritas: cuando el omega le evita la mirada con un potente arrebol.

—¿Te avergüenzas por eso mientras tienes mis veintisiete adentro? —se burla—. ¡Qué mono! ¡Hoy me matarás de ternura!

El sonrojo de Hazel se intensifica.

—¡C-Cállate! ¿Qué tan narcisista tienes que ser para medirte la polla?

—Necesitaba hacerlo para elegir los condones adecuados.

—¡Si ni siquiera los usas! ¡Ah...!

A Hazel se le desorbitan los ojos cuando lo embiste con fiereza, se le pone la piel de gallina y su pene escupe un chorrito de cierre.

Las feromonas concentradas le provocan a Moon un colocón en el que olvida por varios minutos el entorno, su nombre y su linaje. Solo es un alfa compenetrado con su omega; mientras uno es llenado, el otro es cubierto. Pronto siente en toda su longitud las ondulaciones del canal de su Cadena. La carne tierna y tórrida lo masajea y Hazel lanza un gemido arruinado, rasgado por el éxtasis.

El próximo movimiento de Raegar es automático. Empuja su nudo hacia ese oleaje lúbrico, dejándose llevar por el caudal de placer. Su ingle se tensa en vistas de lo inevitable, hasta que llega la divina liberación y se viene dentro de ese abrigo tan cálido y embriagador. Gruñe y toma el cuello del embobado Hazel para devorar su boquita maltratada y rendida. El orgasmo de ambos se ha cruzado. Como dos hojas de espada que impactan, las fuerzas contrarias los hacen vibrar y rodearse de destellos espectaculares. Un buen final para su obra romántica.

Hazel cae sobre el pecho de su Arcano, perlado de sudor y aún rebulléndose por los vestigios orgásmicos. Raegar adora dejarlo temblando, convertido en un precioso desastre. Adora ser el epicentro de sus sismos. Amodorrado y satisfecho, traza con sus yemas el surco húmedo de su columna. Cierra los ojos para dedicarse plenamente a disfrutar de su omega, su calor y el aroma que aflora a raudales de su piel. Es como si hubiese llegado la primavera a su cuerpo, sus feromonas de vainilla anegan el auto y hablan sobre vigor sexual, fertilidad y un apareamiento consumado. Inspira hasta henchir sus pulmones. En estos preciados momentos, la idea de dejarlo embarazado se vuelve tentadora. Verlo redondo y lozano, gestando la vida que ambos crearon... Follarlo con su hijo en el vientre...

Gime y a la par Hazel emite un ruidito quebradizo al sentir que el torrente de semen y feromonas arrecia. Queda positivamente asombrado cuando el canal del omega vuelve a ajustarse a su sexo en un latido rítmico: un segundo clímax. Los omegas suelen tener más de un orgasmo cuando hay alta compatibilidad feromonal con su pareja. En aquellos casos, a veces ni siquiera es necesario el contacto físico para que cualquiera de los dos, alfa u omega, se corra. Con una buena vista y un baño de feromonas es suficiente.

Raegar se siente orgulloso de ser compatible con Hazel en todo sentido y se pregunta cuántos orgasmos puede desatar en él en una sola ronda. Y cuántos en un día. Fijada la meta de encontrar aquellas respuestas, deja que su mente fluya y se queda dormido.

Cuando despierta, ya ha anochecido. Hazel continúa sobre él, con la respiración tranquila, los ojos cerrados y su pene dentro.

—Cariño... despierta.

—Mmmgh...

—Venga —dice desapasionado. En realidad no tendría ningún problema en continuar así durante toda la eternidad, pero hay deberes que cumplir—. Es de noche. Srinna nos espera con lasaña, ¿recuerdas?

La mención de comida espabila al omega, que se incorpora de su improvisada cama sobre su pecho, despeinado y con el estómago rugiente. Mira los alrededores, desorientado y ceñudo.

—Joder... ¿Qué hora es? —Se frota un ojo y estira el torso. Advierte entonces que continúan unidos y se ruboriza con furia, impulsándose de inmediato hacia el asiento del acompañante—. ¿Puedes devolverme mi ro...?

Algo se escapa de su trasero. Hazel observa escandalizado el charco blancuzco que decantó de él en el asiento de cuero. Le da tanto bochorno que, por primera vez, se queda callado. Por el contrario, a Raegar se le vuelve a parar. Hazel lo contempla con una mezcla de deseo e indignación.

—¡G-Guarro!

—No tienes que avergonzarte...

—¡Dame mi ropa! ¡Dámela!

Raegar chasquea los dedos con una sonrisa astronómica. No sólo las prendas de su Cadena vuelven a su lugar, sino también aparece un paquete de pañuelos sobre el tablero. El pelirrojo lo coge con urgencia para limpiar el cuero, evitando su mirada.

—Amor...

Hazel voltea el cuello hacia él como un lechuzo de enormes y furibundos orbes ambarinos.

—Solo cierra tu hocico vulgar —escupe.

—La próxima traeremos condones...

Levanta las manos en rendición cuando a la mirada asesina se le suma un gruñido. El omega termina de arreglar el enchastre y tira los pañuelos húmedos en la bolsita de basura ubicada entre los dos. Raegar quita el seguro de niños antes de ganarse otra tarascada, adivinando sus próximos movimientos.

Mientras acomoda su polla de vuelta en su guarida, Hazel abre la puerta para ventilar, tal y como esperaba. Su hermoso omega se embravece cuando está apenado. Es jodidamente tierno. Y pensar que lo estaba montando como un jinete avezado hace una hora...

—Amor... —ronronea.

—Ni se te ocurra de...

—¿Quieres conducir?

Hazel vuelve a torcer el cuello como un lechuzo, esta vez uno muy esperanzado. Los ojos redondos solo muestran un brillo de entusiasmo que llena de amor su alma y tapa todos sus huecos.

—¿E-En serio? ¿Puedo conducirlo? —farfulla eufórico.

—Por supuesto. Todo lo que tengo es tuyo, eres mi esposo —dice Raegar, su diversión poco disimulada.

Hazel abre la boca para replicar, abortando sus intenciones a último momento. Opta por ignorarlo, evitando una posible disputa que le arrebate la oportunidad. Pequeño astuto.

—Es tu favorito... ¿qué hay si lo choco?

—Pues... —Raegar evalúa sus alternativas, tomando la preocupación de su Cadena como una invitación a plantear ventajosas condiciones—. Si lo chocas, tendré que castigarte.

En lugar de intimidarlo, las contingencias motivan aún más a Hazel, cuya mirada rutilante adquiere un matiz bribón.

—¡Hecho! —Salta del carro y lo rodea dejando una estela tras su paso.

Raegar ríe discretamente cuando el omega se planta a su lado, impaciente por que se apee para tomar su lugar en el asiento del conductor. Se toma su tiempo, alisando su ropa y peinándose con las manos para exasperarlo. Cuando finalmente sale, Hazel se zambulle en la cabina con una sonrisa monumental en su carita. Enciende el Mustang sin esperar indicaciones, probablemente ya ha estado analizando y estudiando su manera de conducirlo. Raegar no se llevaría ninguna sorpresa si se entera que su Cadena ya había estado tramando robarle este carro también.

—Ve despacio —le advierte—. Pueden cruzarse animales.

—¡Lo sé! ¡Pero tenemos que llegar a esa lasaña!

Y el carro abandona el arcén con un derrape, soltando una nube de polvo que rápidamente queda atrás junto a los malos tragos del día, ya olvidados por Hazel.

La cabeza de Raegar se aplasta contra la butaca. Sonríe y al mismo tiempo se sujeta al asidero, elevando una plegaria a los cielos.

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Espero que hayan disfrutado de este fragmento ♡ los extras son completamente canon. Pueden dejarme sus ideas para futuros extras aquí o comunicármelas por instagram (hanabiixo) ✨️pueden seguirme para ver todo el contenido sobre la bilogía abrakadabra, ilustraciones, frases, reels y reseñas 💫

Hasta la próxima!

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