☽ Capítulo 9 ☾


Luego de que tomé la precipitada decisión de pactar con Raegar Wealdath una suerte de intercambio simbiótico que cambiaría rotundamente mi rutina y cosmovisión, formalmente me convertí en un ciudadano de Arvandor. Nos convertimos. Nate y Lya rechazaron la oferta de Moon de vivir en la ciudad para quedarse conmigo en el castillo y acompañarme durante mi entrenamiento como Cadena, velando por mi integridad psíquica —y por la de mi trasero, según Lya—. Kuro, como buen amante de lo perturbador y de los misterios no resueltos, insistió denodadamente en quedarse con nosotros, anteponiendo su afán de aventura a su seguridad. En consecuencia, luego de mi apretón de manos con el rey tirano, los días próximos fueron destinados a la mudanza y a la tramitación de nuestra transferencia a la Universidad de Arvandor, cuya existencia ignoraba hasta el momento y donde Srinna estudia medicina. Moon solo tuvo que mover algunos hilos para acelerar el papeleo, poniendo a todo el cuerpo directivo de nuestra vieja universidad de cabeza a trabajar para que en solo pocas horas Kuro y yo hayamos pasado formar parte de la ultra privada y ultra prestigiosa universidad para lycans de Arvandor. Por ende, nuestro tiempo en la ciudad fue breve, el justo y necesario para empacar las cosas de importancia y para que Kuro explicara a sus padres la descabellada decisión de vivir rodeado de lobos por el simple motivo del deber, el deber de conducirse conforme a sus valores temerarios y revolucionarios. Lo curioso es que sus padres no pusieron objeciones, según él nos comentó. ¿Tal vez Kuro heredó el complejo de Indiana Jones de su árbol genealógico?

De regreso, Moon dejó a mi amigo en el pueblo donde su auto seguía aparcado —abandonado por una semana— para que pudiese llevarlo a Arvandor y movilizarse tanto como quisiera... lo que significaba que no solo somos ciudadanos, sino que somos ciudadanos con derechos. En un principio, cuando aún no había abandonado el castillo para ir a la ciudad en busca de mis pertenencias, no pensaba que fuese necesario un carro para transportarse dentro del territorio, teniendo en mente la convicción de que Arvandor no podría ser muy diferente a Durmista o a cualquier otro asentamiento de lycans, reservado y no muy grande.

Estaba equivocado.

¡Estaba jodidamente equivocado! ¡Arvandor está al nivel de una ciudad en cuanto a edificaciones y actividad! ¡Es un reino con todas las letras!

Cuando atravesamos la ciudad por una de las calles principales en el Mustang amarillo de Moon, fue algo así como realizar un City Tour por una Inglaterra victoriana o una Francia medieval.

La arquitectura, e incluso los lycans que iban y venían cargando con móviles de último modelo y escasa disponibilidad de red, todo tenía una traza gótica, elaborada y anticuada, como si algún dios excéntrico e indeciso hubiese ensamblado el siglo veintiuno con el doce y el diecinueve.

En síntesis, entre preparativos y recorridos no me restaron muchos momentos libres para encerrarme en el cuarto de Moon —el cual usurpé descaradamente— y meterme bajo las sábanas a llorar condenadamente la agobiante pena, que estando bien arraigada en mi pecho pujaba por salir en los momentos menos indicados... como ahora.

Por el rabillo del ojo veo un reluciente cabello blanco que brilla al rayo del sol como nieve bajo un cielo despejado. Ouran se halla inmerso en la labor de afilar las puntas de las flechas con las que rellena su aljaba. Mi corazón se sacude como pez fuera del agua cada vez que manipula los lacerantes ápices y comprueba sus filos con sus propias yemas... ¡y con los ojos cerrados! ¡Se va a lastimar!

—Hazel.

Doy un respingo que no escapa al ojo de águila de Moon. Algo intimidado por su gesto adusto y su llamado de atención, me apresuro a continuar la serie de abdominales por él encomendada.

—Ouran, ve a comprar jamón para las pizzas de esta noche —suelta, una artimaña ridícula para alejarlo de mí.

El aludido frunce el ceño y responde con lo que podría considerarse un rebuzno de renuencia.

—¡Odio ir a comprar jamón!

—¿No es que amas la pizza con jamón? ¿O acaso deberíamos comerlas solo con queso?

Ouran se detiene en medio de su tarea, removiéndose como si tuviera hormigas en el culo. Su cabeza orbita alrededor del dilema de ir a comprar jamón o conformarse con una mera muzzarella.

—Vale, está bien —continúa con el paripé Moon—. Comeremos pizza sin jamón.

—¡No! ¡Iré, iré! —Salta Ouran de sopetón, mandando a volar la aljaba con flechas—. ¡Quiero pizza con jamón! Haré la fila y esperaré al viejo que siempre llega antes a pedir doscientos gramos de salame, cuatrocientos de queso, doscientos cincuenta de salchichón primavera, trescientos de mortadela, doscientos de...

La queja no parece tener confines. Cuando se marcha aún puedo ver los ademanes furiosos de sus manos, como si discutiera con un acompañante imaginario.

Al volverme hacia Moon, lo encuentro cruzado de brazos en una postura reprobatoria.

—Harás cien abdominales más... en V.

Lo miro con incredulidad, incorporándome a medias en la colchoneta con todo el torso adolorido.

—¡Y una mierda! ¡No soy una bestia bruta como tú, que tiene más músculos que cerebro!

—Que sean ciento cincuenta, sin descansos.

Aprieto los dientes y un gruñido asesino se filtra entre ellos. Una sonrisa divertida destruye la expresión severa del alfa, quien abandona el cajón alto donde se encontraba sentado para acercarse a mí. Cuando se acuclilla frente a mis piernas, mi perpetuo gruñido se hace más sonoro y amenazante.

—¿Qué haces? —mascullo.

—Te ayudaré a elongar.

Voy a renegar, aunque luego de pensármelo mejor me quedo callado para no tentar a la suerte. Si ya es hora de estirar, eso quiere decir que mi rutina de ejercicios acabó... ¡No más abdominales! No obstante, olvido instantáneamente la prudencia cuando el alfa toma uno de mis tobillos para levantarme la pierna y apoyarla sobre su hombro. Se inclina hacia adelante, cerniéndose sobre mí hasta que mis tendones alcanzan su límite de elasticidad.

—¡O-Oye! ¡Quítate! —ladro. Soy bastante flexible a decir verdad, por lo que mi rodilla casi toca mi pecho y el cuerpo titánico de Moon queda suspendido demasiado cerca del mío.

—Vaya... me has sorprendido. —Aplica un poco más de fuerza hacia abajo y mi pierna comienza a tiritar.

—¡Ngh! ¡Duele!

—Si estoy siendo gentil... —ronronea. Una horrible quemazón cruza por mi muslo.

—¡Moon! ¡Ah, vas a desgarrarme! —jadeo, agarrándome de sus hombros para intentar apartarlo.

Un plop, plop, plop resuena por el gimnasio haciéndonos girar el cuello hacia la entrada.

De pie en el umbral, Gil nos contempla con una expresión intrigada, como si estuviese a punto de ver algo nunca antes visto. A su lado, una niña y otro niño también son espectadores, aunque sus rostros, además de curiosos, denotan una pizca de vergüenza y espanto. Las manitos del niño de mofletes robustos están levemente tendidas hacia adelante, sosteniendo el aire. La pelota que se escapó de su agarre sigue rebotando hasta finalmente detenerse ante Moon y yo.

Si ya me encontraba rojo por el esfuerzo físico, ahora me encuentro bordó por la cucharada de bochorno.

—¡Ñiqui-Ñiqui! —exclama el niño gordito. La niña se tapa los ojos y Gil saca su móvil para tomar una foto.

Movido por la sorpresa de haber sido atrapados en un in fraganti aparente, mi pierna libre se alza como catapultada a la entrepierna de Moon. Las comisuras de su boca se crispan de una manera casi imperceptible y su tez adquiere una albura conmovedora.

F por sus pelotas.

A pesar del arrollador dolor que deja su pupila pequeña como una cabeza de alfiler, su apariencia sigue siendo la de un mirífico alfa cuando se pone de pie para espantar a los chiquillos.

—Gil, ¿qué demonios haces aquí? Ve a jugar afuera.

—¡Tío, tus bolas! —chilla con una mueca de dolor ajeno.

—¡Fuera si no quieres perder las tuyas!

El niño cachetón reacciona primero huyendo acoquinado como si el destinatario de la amenaza fuese él. La niña lo sigue corriendo y por último lo hace Gil, aunque antes de esfumarse refunfuña:

—¡Hay un omega en el jardín llamándote! ¡Y apesta! ¡No podemos jugar con él al lado!

Sus pasos iracundos se alejan veloces, entreverándose con otros ligeros que se aproximan. Ahora Erice se hace presente, su voz suena agitada y algo desconcertada.

—¡Raegar! Mikaela está afuera, dice que vino a que tú... —La omega me observa y vacila.

—¿A qué? —insta Moon con un timbre hosco, evidentemente contaminado por la furia de haber perdido la dignidad y casi los cojones. Erice me lanza otro vistazo antes de continuar.

—Dice que habían acordado que lo ayudarías con su celo. Está esperándote en el jardín... y en celo.

Me pongo de pie y llega mi turno de echar vistazos, turnándome entre Erice y Moon, quien luce francamente confundido.

—¿Qué? Jamás hice tal acuerdo ridículo.

—No lo sé, pero haz algo. Sabes que a Ouran le afectan mucho las feromonas.

Al oír su mención mi corazón tropieza. Alanceo a Moon con un visaje robusto de enojo.

—Coño —bufa el alfa—. Por eso es imposible que yo le haya dicho a Mikaela que lo ayudaría. Y nunca me involucro con omegas en celo.

—Pues ve y dícelo, ¡pero apresúrate!

Una vez que Erice se larga, el ánimo de Moon empeora. Su semblante se iguala a un mármol esculpido con un pulso celestial, frío y acendrado.

—¿Qué sucede, alfa? No es cortés dejar esperando a alguien que requiere de tus servicios de semental. —Mi timbre satírico logra su cometido de molestarlo, en venganza por haberme puesto en una situación comprometedora anteriormente frente a los niños.

—Nada... solo me preguntaba si mis pelotas siguen siendo funcionales después de que un burro me las pateó.

—Oh, pobre diablo, será mejor que vayas y las pongas a prue...

Un jalón en la parte posterior de mi cabeza me silencia y fuerza a mirar hacia arriba. Muestro los colmillos con desparpajo, sintiendo cómo las garras del alfa se afianzan un poco más a los mechones de cabello que sujetan.

—Omega, tú eres el único que debería ayudarme a comprobar los daños, ¿no crees?

La lasciva pregunta acaricia mis labios, que se curvan hacia arriba con altanería. Sin pensarlo demasiado, me aventuro a ponerme en puntitas para alcanzar su boca. Con mi lengua trazo una provocativa línea húmeda sobre su labio inferior. Me deleito con el pasmo de su dueño cuando me aparto y suspiro seductoramente con la más explícita desfachatez... hasta me atrevo a liberar una ola de feromonas acarameladas.

Los dedos del alfa se aflojan, su brazo cae laxo a un costado.

Ja... gané.

Si no puedes contra un alfa, nada más efectivo que un flirteo embaucador para dejarlo atontado... ¡a eso llamo la magia del calientabraguetas!

Me doy la vuelta para marcharme, cimbreando las caderas y con la frente en alto. A mitad de camino me volteo apenas para escrutar con una expresión indiferente el bulto monstruoso que hace peligrar sus joggers.

—Oh —suelto casualmente—, parece que siguen siendo funcionales.

Dicho esto me retiro triunfal, riendo internamente por la sonrisa vencida de Moon y por su silencio de luto.

Luego de darme una ducha en el cuarto de Moon —mi cuarto—, me dirijo a la habitación de Lyanna donde mis tres amigos me esperan. Tengo que atravesar prácticamente todo el castillo para llegar, pues los dormitorios donde ellos se instalaron —y donde se encuentra mi vieja habitación—, están ubicados en el ala sur hacia la izquierda, alejadas de los cuartos de los dos únicos alfas adultos. Los dormitorios de Srinna y Erice también se hallan en esta sección, por lo que deduzco que el motivo de tal división es evitar eventuales conflictos en los períodos de celo.

Comienzo a sentirme incómodo al pensar sobre ello. Cuando llegue mi celo tendré que mudarme temporalmente a una habitación aislada, o bien desalojar a los alfas de sus cuartos en el ala norte. La ansiedad me enerva. ¡No debí haber dejado los supresores! A pesar de que compré los que solía consumir habitualmente en una farmacia de la ciudad, los tres pares de ojos de mis amigos y el único ojo sano de Moon, todos anclados en mí de una forma casi persecutoria, acabaron por hacerme claudicar, por lo que finalmente mis dos años y medio de esterilidad culminaron al suspender la ingesta.

Las molestias estomacales desaparecieron, pero la ansiedad anticipatoria llegó para quedarse.

Llego al cuarto renegando, arrepintiéndome en lamentos silenciosos. Lya y Kuro se encuentran enviciados con la PlayStation mientras Nate se pinta las uñas con una laca rosa pastel de procedencia desconocida. Me lanzo a su lado en la cama, ganándome unos insultos por haberle arruinado su esmaltado tras sacudirlo. Le saco la lengua y procedo a examinar el libro que Moon me obligó a leer. Como Kuro y Lyanna continúan sumergidos en su batalla sangrienta 1 vs 1, aprovecho su despiste para concentrarme.

Un montón de palabras extrañas, símbolos y demás ilustraciones de aire mítico se abren ante mí, plasmadas en las hojas amarillentas del libro. Descubro que el escrito está dividido en tres partes luego de explorar por un tiempo. La primera se limita a un recorrido histórico junto a una explicación teórica de la magia y hechicería, mientras que las otras dos están destinadas a lo que asumo es la práctica en sí, atestadas de glifos, invocaciones y figuras de seres mágicos.

—¿Es un grimorio? —curiosea Nate, pegándose a mí para comprobarlo con sus propios ojos.

—No lo sé... da la impresión.

Pasando páginas doy con algo que capta mi atención bajo el título "Elementales de aire": un dibujo de un niño vaporoso, abstracto y etéreo como una nube. Llevo rápidamente mis pupilas a la descripción, intrigado.

Silfos y sílfides: siendo en esencia criaturas mágicas nacidas del mismo aire presente en la atmósfera, los silfos y sílfides se encargan de purificar, orientar y muchas veces originar las masas de aire en el plano físico, relacionándose con los fenómenos climáticos y el resguardo de la vida de los seres mundanos. Estos elementales tienen un carácter amable e indulgente, mostrándose en general dispuestos a aceptar recados y a aliviar el sufrimiento de los mortales. Además de ello, poseen una estupenda capacidad de rastreo por su ligereza, libertad y disponibilidad.

Conviene invocar a los silfos y sílfides en ambientes vastos y conservados, como son los bosques, planicies y océanos, puesto que ecosistemas contaminados como las grandes ciudades los ponen de mal humor y despiertan su ira, lo que haría contraproducente su invocación.

Elucubro sobre la información y resuelvo que aquella criatura que apareció frente a Moon en el momento en que Seth escapó de sus cadenas era verdaderamente un silfo. Pero... si son tan buenos rastreadores, ¿por qué no ha habido noticias del paradero de Seth? ¿Qué tal si no logramos encontrar su cuerpo? Moon dijo que debíamos recuperar su cadáver y purificarlo de la magia negra antes de romper la anexión con el alma de Ouran. De no ser así, por más de que la anexión sea disuelta, el alma de Seth regresaría al limbo y se perdería en el sufrimiento de vagar eternamente, sin la esperanza de renacer en otra vida.

Siento el pecho comprimido por un peso difícil de soportar e imposible de captar con la mirada.

—Fosforito, ¿por qué aún te quedas en la habitación del alfa? —inquiere Nate, desligándome un poco de mi zozobra—. ¿Estás seguro de que ustedes no...?

—No duermo con él, lo eché. —Y no miento, aunque mi honestidad dura poco—. Prefiero esa habitación porque... es más grande.

El tema en cuestión parece ser del interés de Lya, ya que se voltea exhibiendo un rostro escéptico. Sus cejas son dos medialunas.

—Todas las habitaciones son grandes —dice, metiendo baza—. Lo que pasa es que Hazel se dedea con las feromonas de ese tipo.

Por un instante me surge el impulso de aventarle el contundente libro a la cara. Sabía que no debía contarle sobre la singular forma en la que se me atascó el anillo.

Al oír esto, Kuro también se gira como no queriendo perderse esa información. La vergüenza empieza a trepar por mi cuello.

—Joder, ¿qué demonios sabes tú?

—¿Qué, acaso me lo vas a negar?

—¡Por supuesto que sí! —bramo—. ¡No tiene nada que ver con su asqueroso aroma!

—Ay, por favor, deja de actuar como un crío. ¿Crees que puedes engañarme a mí, cuando he convivido contigo desde que tenemos conciencia? Te conozco, sé cómo actúas cuando alguien te atrae. Con Seth eras igual al principio, te hacías el difícil, pero terminaste abriéndote de piernas ante él con gusto.

Sus palabras ponzoñosas me dejan helado. Mis manos comienzan a temblar, atenazándose ensañadas al grimorio. Nate anticipa lo que va a venir y se pone en papel mediador.

—Venga, olvidémonos de esto, Hazel puede dormir en la habitación que quiera...

—¿Qué coño te sucede, eh? —espeto con rabia, dirigiéndome directamente a Lyanna—. Has estado comportándote como una gilipollas desde hace días.

—¿Sabes qué es lo que me sucede? Me molesta que siempre estés engañándote a ti mismo y que creas que nosotros somos unos idiotas que también nos tragaremos tus patéticas mentiras. Pff —escupe—, no sé qué tanto buscas creyéndote un beta abstemio y decoroso, si te mojas instantáneamente cuando ese alfa te dedica un par de palabras.

—¿Y a tí que te importa lo que creo, hago o dejo de hacer? Ocúpate de tus propios asuntos, ¿quieres? Ya tengo suficiente con toda la mierda que se acumula a cada día que pasa.

Nate se ve asustado. Hace ademán de interceder otra vez, pero Lyanna salta como aceite hirviendo.

—¡¿Sobre quienes crees que recae todo lo que tú haces y dejas de hacer?! ¡Solo piensas en ti!

—Oh, con que así es... te estás victimizando. O sea que te comportas como una perra porque piensas que tengo la culpa de todo.

—Hey, amigo, tranquilo... —Kuro se pone de pie, quizás para llevarme a otro lado hasta que los aires se calmen, pero no es necesario. Ya me estoy yendo por voluntad propia.

Nathan finalmente empieza a lloriquear y Lya luce a punto de hacerlo, pero orgullosa se lo aguanta.

—¡Hazel! —me grita, no sé si para seguir peleando o para evitar que me marche. Niego con la cabeza, contemplándola con resentimiento, porque aunque me he acostumbrado al sentimiento de estar solo, todavía hay palabras y personas que duelen.

—Jamás les he pedido ayuda, ni compañía, ni comprensión. Si tanto les pesa estar a mi lado, lárguense a la ciudad y vivan tranquilos.

Los orbes chocolate de Nate están brumosos de tribulación. Siento un pinchazo de culpabilidad por haberlo metido en la misma bolsa, pero sería mucho mejor para ellos si aprovechan la oportunidad que les dio Moon de tener su propio hogar en un sitio donde nada ni nadie los perjudicará.

Tras dar un portazo que de seguro ha llegado a oídos de todos los vecinos a medio kilómetro, regreso a la habitación de Moon. Olisqueo las feromonas que he llegado a asemejar con el sándalo; las notas misteriosas se desprenden de las telas y objetos y flotan armoniosamente por el aire. Mi expresión se oscurece, laminada con vergüenza y decepción de mí mismo. Una lágrima solitaria cae al parqué.

¿En verdad he caído tan bajo como para buscar refugio en un olor?

¿Cuánto de lo que Lyanna dijo es un simple desquite por la congoja de las circunstancias y cuánto es la cruda e inexorable verdad?

Erice deposita un trozo triangular de pizza con jamón en mi plato. Reparte más porciones a Srinna, Nate, Kuro y Gil y no emite comentarios sobre los ausentes. Lyanna debe seguir enojada, Moon estará revolcándose con el omega en celo y Ouran... no puedo imaginarme dónde andará. Si tanto le entusiasmaba la pizza con jamón, ¿por qué no está cenando con nosotros?

No tengo apetito, de hecho siento que mi estómago se ha anudado con sus propios tejidos hasta formar un moño de fiasco. Kuro me palmea la espalda con una sonrisa conciliadora.

—Hermano, olvida la pelea estúpida de recién, Lya solo está estresada por todo... y se preocupa mucho por ti.

—Ah. Vale.

Erice y Srinna continúan absteniéndose a preguntar, pero las ganas de enterarse brillan en sus ojos.

—¿Dónde está el tío Rae? —Gil rompe parte de la tensión por las incógnitas latentes.

—No lo he visto desde la tarde —responde Srinna.

—¿Fue al hospital?

—¿Por qué iría al hospital? —inquiere Erice.

—¡Por sus cojones!

Ambas omegas observan inquisitivas al pequeño Gil.

—Gilheim, no deberías decir groserías —le reprende Srinna.

—¿Por qué sería una grosería decir cojones? Hazel, ¿tú sabes dónde está Rae?

—No.

—Entonces debe estar con ese omega apestoso —concluye.

Mi boca es una línea recta y tiesa. Le doy un mordisco a mi pizza para quitarme la amargura de la boca con un poco de sal.

—Oh, ¿hablas de Mikaela? Puede ser... —coincide Srinna—. Espero que Raegar nos traiga un niño de una vez por todas.

—¿Un niño?

—Sí, ¿no quieres un primito?

Gil se queda discurriendo por un rato. Sus ojos ónix se posan en mí por una brevedad y luego contesta.

—Mmm, bueno, quizás.

Agh, ¿qué están diciendo? —bufa Erice—. Piensen en la pobre criatura que lo tendrá de padre, que desgracia.

—No seas tan mala. Raegar podría ser un buen padre si aprende a tomarse un tiempo libre de gobernar y matar vampiros. Además ya es hora de que piense en su descendencia —considera Srinna.

—¿Antes de que sea demasiado tarde?

Probablemente Erice ha dicho algo malo, pues Srinna le sostiene una dura mirada. Hasta yo puedo notar la advertencia en ella. Sin embargo, me encuentro jodidamente incómodo como para leer entre líneas.

Necesito que este día termine.

El tema se da por concluido luego de ese intercambio de palabras tácitas entre las dos omegas y la cena prosigue en silencio. Kuro hace alguna que otra broma, pero al percatarse de que nadie se encuentra de humor, ni siquiera Gil, cierra la boca y se concentra en llenarse el estómago.

Más tarde, después de ayudar a las omegas a limpiar, retorno al dormitorio. Me despido de mis amigos con un par de palabras y avanzo amodorrado por los pasillos. Me froto las sienes. Tanto mi cuerpo como mi mente han llegado a su límite, solo quiero dormir y despertarme en el pasado, cuando aún podía hablar de felicidad y cuando aún estaba a tiempo de resguardarla.

La luna gibosa me acompaña desde la cima del éter negro y la extraño cada vez que una ventana acaba, dejando paso a la gruesa pared que me priva de su luz plateada. A través de los cristales aprecio el astro con nostalgia. Cuatro años atrás fue cómplice del amor. Ahora solo es testigo de lo que resta cuando el amor se muere.

Exhalo un suspiro y en ese proceso de autocompasión atisbo en el jardín una silueta. El cabello blanco destaca entre la penumbra y lo reconozco de inmediato. Inquietado por su posición fetal me detengo frente a la ventana para ver mejor. Ouran se encuentra sentado bajo un árbol de cerezo mediano, pero no soy capaz de avizorar mucho más además de los movimientos extraños de su cuerpo, semejantes a espasmos.

Ahogado por la preocupación, regreso sobre mis pasos en dirección al jardín tan rápido como me lo permiten mis piernas y mi sentido de orientación. ¿Qué le habrá pasado? Es decir, siempre se comporta extraño, pero estaba tan emocionado por comer pizza...

Cuando llego al jardín ya estoy pálido y progresivamente los nervios me agarrotan los dedos de las manos. ¿En qué lugar se encontraba el árbol de cerezo? El jardín es tan inmenso que podría ser perfecto para instalar una reserva natural. Después de girar sobre mi eje unas tres veces, una corazonada acaba marcándome la dirección. Sopla una ventisca gélida que me eriza el vello y hace que me frote los brazos para entrar en calor, aunque el frío desaparece cuando por fin encuentro a Ouran, o tal vez es solapado tras el miedo. Algo anda mal. Me aproximo cauteloso, más por temor a que se asuste que por mi propia seguridad.

—¿Ouran? ¿Te encuentras bien?

Sus susurros se cortan en cuanto hablo. Alza la cabeza y entreabre los ojos para enfocarme, dificultado por las lágrimas sanguinolentas. Parece desconcertado por mi presencia.

—¿Te duele algo? —persisto ante la falta de respuesta. Me adelanto dos pasos más, quedando a dos metros de su cuerpo aovillado.

Estira un poco las piernas y afloja la apretada postura, apoyando la espalda contra la corteza del tronco. Luego agita la cabeza de un lado a otro.

—No te acerques.

Su voz suena ronca, como si hubiera estado gritando durante horas o como si tuviera catarro. Lo examino tomando ventaja de un rayo de luna que aterriza sobre él al filtrarse entre el follaje oscilante del árbol. Cuando mi escrutinio alcanza su parte inferior, parpadeo estupefacto. Es esa... ¿una erección?

El alfa vuelve a agachar la cabeza, enlaza las manos sobre su entrepierna y las deja allí, pero es imposible ocultar esa montaña con una acción tan banal.

No me digas que... se perdió la pizza por estar caliente.

—¿Por qué estás así? —indago. Recuerdo que a Ouran suele costarle procesar las preguntas cuando son vagas, por lo que la reformulo a una más directa—. ¿Por qué estás excitado aquí afuera... solo?

—El aroma... —confiesa después de un rato.

¿Se refiere al aroma de Mikaela? Olfateo profundamente y a conciencia y solo así puedo detectar algunos vestigios de un olor como a manzanas, pero es tan leve que ni el alfa más dominante se calentaría, hay apenas unas pocas moléculas restantes. No obstante, y según Erice, Ouran es muy sensible a las feromonas, dato que podría explicar su lamentable situación.

—¿Por eso te salteaste la cena?

Asiente despacio.

—¿Y por qué no te encargas de ello? —Reformulo—. ¿Por qué no te masturbas?

En lugar de contestar con vocablos, levanta las manos para que llegue a una conclusión por mi mismo. Los violentos temblores sacuden sus dedos y muñecas, también las afiladas y largas garras. No hace falta pensar mucho para comprender la inconveniencia de acariciarse el pene con diez frenéticas dagas.

Cualquiera podría encontrarlo risible, pero yo no siento más que una tremenda tristeza.

—Dijiste... que solo temblabas así cuando estabas contento...

—Ah, ¡lo estoy! Estoy feliz de que estés aquí.

Sonríe. Mi corazón termina partiéndose en las grietas que nunca sanaron.

Me agacho a su lado, mi ritmo cardíaco desfasado porque lo que voy a proponerle será, probablemente, un nefasto error. Aún así, un acicate rebelde y otro de añoranza desatan las cuerdas que me mantenían amarrado al muelle de la circunspección.

—¿Quieres... que te ayude a calmarte?

Ouran se sobresalta, enderezando la espalda y mostrando una expresión casi esperanzada que evanesce en un segundo.

—No... no, no te acerques. No quiero hacerte daño.

—No pasará nada... solo utilizaré mis manos, ¿está bien eso para tí?

Ouran duda sobre qué hacer al respecto, pero vuelve a negar con la cabeza.

—Es peligroso —insiste.

—¿Por qué?

No contesta.

—Ouran... si no te quitas esa erección no podrás dormir en toda la noche. —Si lo toco, ¿Seth me sentirá?—. Solo te prestaré mis manos, como un favor. Nadie sabrá de esto, no le diré a Moon. —Lo extraño tanto... quiero llegar a él, quiero decirle que lo amo...

El alfa frunce el ceño contrariado y mareado por la ambivalencia.

—Estaré bien, lo haré rápido, además aquí no hay nadie que pueda vernos —lo convenzo, tal como si estuviese vendiéndome.

Me sudan las manos cuando su cabeza se sacude, pero esta vez no va de izquierda a derecha, si no de arriba abajo. Siento mis latidos en los oídos y la garganta seca al acercarme a él. Torpemente desabotono su pantalón y bajo la cremallera.

La culpa, la única que puede llegar a impedir que esta locura se consume, es relegada a último plano detrás de la curiosidad, la venganza y la esperanza.

Mi mente se obnubila cuando el falo emerge y las feromonas concentradas me dan un embate. Su aroma es muy similar al de él... Admiro el pene duro con la expectativa de un novato. Ha pasado tanto tiempo desde que estuve en una situación así con un alfa que había olvidado lo grandes que son y lo bien que saben a la vista y al olfato. Al sostenerlo con ambas manos adiciono el tacto, y al oír el jadeo extasiado de Ouran, agrego el oído. No tengo la suficiente valentía como para reexperimentar el gusto.

Comienzo a mover una de mis manos por la longitud febril, húmeda en la cúspide, ancha sobre la base donde el nudo se encuentra inflamado por las feromonas residuales de Mikaela y la excitación. Me cercioro de que el rostro de Ouran se vea complacido y no afligido para seguir adelante con el bombeo. Su pecho mimbrea augurando un orgasmo prematuro, incluso su nudo parece haber alcanzado la máxima envergadura. ¿Cuánto tiempo ha estado este alfa sin aplacar su libido? ¿En verdad no tiene a alguien más que lo ayude?

—¿Te sientes bie...?

No llego a acabar mi pregunta. La boca del alfa se estampa contra la mía e invade con su lengua mi cavidad sin previo aviso. Me toma por los brazos para sujetarme firmemente contra su pecho, anulando cualquier movimiento que me permita escapar de la intromisión. Hago una mueca de dolor cuando muerde mi labio y fuerza a mi boca a abrirse para facilitarle el trabajo. Como si el violento beso fuese un balde de agua fría, arrastra y lava todo el imaginario que hasta el momento ocultaba la alarma roja y resonante, la cual titila desesperada en mi consciencia. Algo me gritaba "peligro", "no lo hagas", pero la estupidez fue más poderosa que mi sensatez esta vez.

Me logro zafar empleando hasta la última gota de fuerza, el susto colaborando con una dosis de adrenalina.

—Ouran —chillo sin oxígeno—, no, no debemos...

Otra vez me veo interrumpido, pero ya no se trata de un beso lo que me calla, sino de un brutal golpe en mi espalda. El suelo me recibe al ser empujado por Ouran, que se acomoda sobre mí en un abrir y cerrar de ojos, incapacitándome bajo su peso y su impresionante fuerza. Sus labios impactan ahora sobre mi cuello, dejando rastros de saliva y huellas de colmillos que tantean.

—¡Ouran! ¡Basta! —Me retuerzo buscando una brecha en la muralla que me somete y sigo gritando para despertarlo, para rescatar su razón de la laguna instintual en la que se ha sumergido, pero mi voz no logra penetrar en el caparazón de salvajismo primitivo.

Me congelo de punta a punta cuando de una sacudida paso de estar boca arriba a quedar tendido boca abajo con la mejilla aplastada en el césped. El alfa gruñe y no se entretiene mucho más en degustar mi piel. De un tirón baja mis joggers y ropa interior hasta mis rodillas y tengo que morderme el labio para reprimir un alarido. Para muchos alfas la desesperación de un omega puede encender su lujuria en lugar de extinguirla, pues anima su natural afán de dominio y poder. No tengo idea de qué clase de alfa será Ouran, pero si mis súplicas no lo detienen, bien pueden alimentar su sadismo.

No obstante, mi naturaleza "defectuosa" me insta a defenderme en lugar de permanecer sumiso para evitar mayores daños, por lo que comienzo a lanzar golpes y patadas a diestra y siniestra. Por supuesto, eso fue lo peor que podría haber hecho. Mis lágrimas saltan por el desgarrador dolor naciente en el recodo de mi cuello cuando Ouran entierra sus colmillos rompiendo piel y músculo. Mi cuerpo se paraliza, mi instinto finalmente entiende que lo mejor es quedarse quieto, mi mente grita y mis ojos lloran.

Mi sangre rezuma de las dos incisiones en mi dermis, goteando hacia la hierba para fertilizar la tierra junto con las lágrimas. Cierro los ojos y los puños acaparando dentro unas briznas de hierba al sentir otra fiera punzada, ahora en mi entrada. Gimoteo bajito al ser forzado a recibir el miembro, sin más opción que yacer inerme y soportar una cópula torturante. Estando cerrado y seco, tanto por la inactividad sexual como por el miedo y la nula excitación, la penetración se me hace insoportable. Solo ha podido entrar la punta, pero el alfa, agobiado e impacientado por la dificultad para abrirse paso, muerde con mayor ahínco y empuja las caderas sin importarle en lo más mínimo si desgarra.

Arranco las hebras de pasto, me muerdo los interiores blandos de mi boca, pero la embestida no sucede. Por el contrario, Ouran sale de mí con el mismo vigor con el que pretendía entrar gracias a una torva patada en las costillas.

Al verme milagrosa y momentáneamente redimido del peligro, me acomodo los pantalones y me incorporo acezando por una nueva subida de adrenalina.

El rostro de Moon me da más terror del que experimenté con Ouran encima. Con su ojo derecho ahora destapado y saludable, su mirada entraña el color escarlata encarnizado de la represalia, acuñada en un visaje macilento que la vuelve perversa. Obviamente el receptor de dicha mirada no es Ouran. Soy yo.

Ouran musita algunos quejidos en tanto se revuelve en el suelo, tomándose las costillas rotas con el semblante contorsionado y ofuscado. Dejándome para después —lo cual es una pésima señal—, Moon camina con un sosiego artificial hasta el otro alfa y, tras darle una inofensiva toba en la frente, Ouran simplemente se desmaya. Acto seguido, lo arrastra hasta dejarlo descansando bajo el cerezo. Acto seguido número dos, se vuelve hacia mí con una máscara de estoicismo que no le cubre los ojos asesinos. Retrocedo achantado, revistiendo con mi mano la mordida sangrante para esconderla de él, aunque claramente ya la ha visto.

Empieza a acercarse, yo sigo reculando.

—Estoy curioso... por saber qué clase de mierda tienes en la cabeza —murmura. Su voz es como un veneno dulce y suave y su boca se sesga en una sutil sonrisa demoníaca al oír los gimoteos etéreos que ruegan clemencia en mi garganta. Un particular sonido que emiten los omegas cuando un alfa está enfadado, el cual tiene un efecto apaciguador. Jamás me había visto en la necesidad de reaccionar con esa innata habilidad, porque siempre hice frente a las adversidades luchando y solo tuve un alfa, un buen compañero que peleaba a mi lado pero nunca contra mí.

—Alto.

Mis piernas quedan tullidas obedientemente, permitiéndole al alfa consumir la distancia que me esforzaba por mantener.

—Moon, solo estaba tratando de ayudarlo... —farfullo para razonar con él—. N-No pensé que iba a actuar de esa manera...

Él continúa avanzando sin modificar su expresión. Vale, así que no está dispuesto a escuchar ni a "apaciguarse". De repente en mi interior se desentierra esa parte insurrecta que me enardece, esa que no determino si es mi alter ego de héroe o de villano. ¿Por qué diablos le estoy dando explicaciones? Venga, me salvó otra vez, ¡pero yo no le pedí que lo hiciera! ¡No le debo nada!

—¡No te pedí que me ayudaras! ¡¿Acaso no estabas follándote a ese omega para dejar descendencia?! ¡Vuelve con él y deja de hacerte el héroe! —Quería improvisar, pero lo que acabo de largar ha salido con un exceso de resquemor y me ruborizo.

Mi mente es una ensalada antinómica, ridícula por cierto, porque no puedo huir, defenderme ni atacar. Si fuese capaz de decidirme sobre cómo responder, tampoco es que pudiese llevarlo a cabo.

Finalmente, cuando solo quedan centímetros entre nosotros y su cuerpo de bestia echa sombra sobre el mío, lo enfrento con la expresión más solemne que mis rasgos por naturaleza afables me autorizan. Doy un pequeño repullo cuando aparta con suma delicadeza mi mano de la herida en mi cuello y apoya la suya en su lugar. El alivio burbujea en mi interior al caer en la cuenta de que realmente no va a darme una lección, sino que está sanando la mordida con esa luz púrpura mágica. Tanto el dolor físico como el pavor por el supuesto castigo de Moon se reducen a un suspiro.

El alfa quita su mano de sobre mi piel una vez que la luz deja de rutilar. El tejido ya se encuentra completamente curado.

¿Entonces qué? ¿Debería agradecerle y ya? Me siento totalmente avergonzado por haber tocado el tema del omega en celo como un niñato celoso. ¡Ah, qué imbécil soy!

—Gracias... yo... en verdad lo siento.

Termino de pronunciar el "siento" cuando la próxima acción de Moon me hace querer tragarme la disculpa para luego escupírsela en la cara. En un principio creo que estoy alucinando por los restos de temor que han quedado en mi psiquismo, pero el dolor es demasiado real, demasiado palpable, y el estremecimiento que me producen esos colmillos me roban un nítido gemido.

Moon me ha mordido exactamente sobre la herida que acaba de sanar con su propia mano.

Suelto un "ngh" lastimero, apretando los brazos anchos y férreos del alfa. Un cosquilleo baila traviesamente en mi sangre y chispea como alto voltaje una vez que Moon cierra la mandíbula y sus caninos se hunden como clavos ardientes en mantequilla.

Ah... basta, por favor...

Mi piernas van a sucumbir, pero antes dos manos inmensas me agarran del culo, envolviendo con cada palma la totalidad de mis mejillas traseras. Mis pies se separan del suelo hasta que mi cadera queda a la altura de la del alfa y mi entrepierna apretada contra la dureza contraria. El calor se expande desde ese punto de fricción y desde los dientes que me rasgan, embotando mi cabeza por el lío que acarrea el pecaminoso placer.

Moon hace que me frote contra él al sacudirme de arriba abajo, hincando dedos y garras en mis nalgas. Las amasa lujuriosamente y por instinto abro las piernas para que su protuberancia se encaje entre ellas.

Oh... alfa, no sigas, no sigas... —imploro, mientras mis brazos y piernas me contradicen al rodear su cuerpo como un koala.

Ladeo la cabeza hacia un lado y hacia atrás. Un hilillo se saliva se escurre por mi comisura, mis ojos quieren esconderse tras mis párpados para dejarme hacer por esas manos que colonizan, por esos colmillos que reclaman y ese aroma lechoso y animal que exuda su piel.

Lo oigo exhalar un gruñido tranquilo y grave, vibrátil como un ronroneo. Mis sentidos lo absorben anhelosos y le devuelven una estampida de feromonas avainilladas, suaves y dulces como crema Chantilly. Mi aroma lo envuelve codicioso, no queriendo dejar nada para otro ni nada de otro.

Oh, no.

Si le sigo dando rienda suelta a mi lobo...

Si lo hago...

¿Sería tan malo?

—Alfa... —tómame, tómame, tómame.

Quiero lamerte, secarte, lo quiero, quiero tu...

Moon afloja la presión de su mandíbula hasta que se aparta con los labios rojos, mojados e hinchados como todo lo que guardo entre las piernas.

Sus orbes continúan siendo intensamente criminales, pero ahora hay un brillo de satisfacción sátira en ellos.

—Ahora entiendes que tu lobo me reconoce como su alfa —susurra. Es cáusticamente licencioso—. Ni Ouran, ni Seth. Tu alfa soy yo.

Me sujeta el cabello para mantener erguida mi cabeza y lamer mis labios, dejando un trazo de mi propia sangre sobre ellos e imitando de una manera casi cruel mi anterior atrevimiento, mi "jugueteo" en el gimnasio. Y de un momento a otro, me suelta con desidia.

Caigo al pasto sobre mi trasero, aturdido por lo que ha sucedido y por la manera tosca en que acabó. Moon me observa desde arriba con los ojos en rendijas, el rostro manchado de sangre y el pecho agitado.

—Vete.

No soy capaz de comprender lo que me pide. ¿Por qué...? ¿No estábamos recién...?

Me toco la marca supurante que sus incisivos dejaron, cada vez más consciente del dolor a medida que el desconcierto barre la excitación.

—¡Vete, omega! ¡Enciérrate hasta que recapacites sobre lo jodida que tienes la cabeza! —Su bramido me asusta, pero el contenido me hiere.

Me pongo de pie temblando por las ganas insatisfechas y llorando por el rencor. La humillación se siente como cargar con una bolsa llena de piedras y cuando muevo mis pies torpes de vuelta al castillo, voy pateando y pisoteando todo el deseo prendido como si apagara con los dedos una vela de cumpleaños sin cumpleañero.

¡Necesito que este jodido día acabe!

        

Qué les ha parecido el cap?

Creen que los niños se traumaron por la escena que vieron en el gimnasio? (Gil claramente no 😂😂)

Como siempre, gracias por seguir esta historia 💕 nos leemos en el próximo uwu

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