☽ Capítulo 5 ☾
—¡Recuéstalo allí!
—¡¿Dónde está la sonda? ¡Necesitamos...!
—Aguanta, aguanta cariño...
—¡Duele! ¡Me duele mucho!
La escena transcurre como un cortometraje de terror, un filme avieso que deja impreso en mi mente cada uno de sus terribles fotogramas.
Moon rebuscando nervioso en un maletín metálico lleno de instrumentos quirúrgicos.
Una mujer rubia armando torpemente el equipo de suero.
Agujas, bisturís.
Ouran y otro alfa sujetando al omega sobre una camilla de sábanas blancas que se tiñen paulatinamente de escarlata.
Sumado al hedor penetrante a antisépticos, hierro y sudor y a los lúgubres sonidos que la muerte entona antes de llegar, me convierto en espectador de otra pesadilla. Llego a desear con vehemencia que en verdad se trate de una película —una que pronto acabará dejando tras su fin simplemente una opinión y un recuerdo vago— en lugar de encontrarme aterido ante una realidad acerba e inexorable.
Ya me había hecho la idea de que me enfrentaría con cientos de circunstancias como ésta siendo médico, pero... aún no estoy preparado... aún es muy pronto.
—¡¿Dónde está Erice?! —brama Moon, clavando sus orbes encendidos en los míos.
Gesticulo demudado por el peso del momento y porque posiblemente he cometido un error al encerrar a la omega.
—E-En el cuarto... donde me dejaste...
—¡Joder! ¡Ouran, ve a buscarla!
El aludido responde al instante y sale pitando de la sala, dejando al omega en manos del otro alfa, mientras Moon y la mujer se las arreglan con los utensilios que tienen delante, evidentemente desorientados. No debe ser algo a lo que están acostumbrados. Me acerco en dos zancadas al omega, decidido a intervenir. Con toda la sangre que ha perdido su vida peligra y sería devastador para su alfa —que intuyo es quien lo sostiene— ver muerta a su pareja y a su cachorro.
—Soy Hazel, tranquilo, estarás bien... —le digo con delicadeza, tomando entre mis manos su zurda—. ¿Puedes decirme qué tipo de sangre tienes?
—Es H negativo —me responde el alfa en su lugar. Su voz suena áspera y desesperada y aprieta el nudo que tengo en la garganta, pero entiendo que no es el momento adecuado para entrar en pánico.
—Moon, hay que hacerle una transfusión urgente.
Él me mira confundido, sujetando un pequeño vial para jeringa cuya función plausiblemente desconoce, pero asiente sin rechistar.
—Srinna, ve a buscar una bolsa H negativo, rápido.
La mujer obedece diligente y yo regreso mi atención al omega.
—¿Ya comenzaron las contracciones?
—Mmmnh... ¡duele! —chilla y se retuerce. El alfa lo contiene y me mira suplicante, dispuesto a contestar una vez más.
—N-No lo sé... so-solo dice eso...
—¡Moon! Necesito tu ayuda, ábrele las piernas.
Igualmente presto sigue mis instrucciones. Separa forzosamente las piernas del omega por las rodillas y así logro meterme entre ellas, apartando el camisón para examinar el ano. Se encuentra hinchado, bien, pero sangra y eso es una mala señal. Aún así, puede que el trabajo de parto ya haya comenzado. Cojo rápidamente un guante que encuentro dentro del maletín para cubrir mi mano e introducir dos dedos en el esfínter, comprobando que las paredes no están lo suficientemente dilatadas. Las circunstancias del omega son críticas, si no sacamos al niño pronto... mierda, hay que acelerar el parto.
Regreso al maletín encontrando varios viales, demasiados como para detenerme en cada uno de ellos hasta dar con el indicado, teniendo en cuenta que el tiempo se ha transformado en una variable mortal.
—¿Qué necesitas? —interviene Moon.
Lo tomo del antebrazo para alejarnos un poco de los demás.
—Oxitocina. Tenemos que sacar al cachorro... creo que ha muerto. No puedo sentirlo.
Puede que le parezca una flipada, pero aun así...
—Yo tampoco. —Lo observo sorprendido y consternado al mismo tiempo—. Ve a aquel armario. Allí hay jeringas y varios tipos de inyectables.
Asiento y voy deprisa. Por suerte hallo de inmediato el fármaco para comenzar a preparar la inyección. Srinna pasa a mi lado con la bolsa de sangre, luce pálida y agitada, pero se desempeña relativamente bien considerando la presión. Da la impresión de que sabe lo que hace, aunque no parece tener la suficiente experiencia como para rendir en eficiencia... algo así como yo.
En cuanto acabo, regreso junto al omega para aplicarle la oxitocina. La dosis debería ser suficiente como para estimular la musculatura del miometrio y ayudar a detener la hemorragia una vez que saquemos a la cría... eso si el omega resiste el proceso. Mis esperanzas claudican cuando percibo el aumento de su frecuencia cardíaca y los espasmos de su pequeño cuerpo.
—¡Está sufriendo un choque hipovolémico! —grito. Tal vez es demasiado tarde para ambos.
Srinna ya le ha colocado el catéter para la transfusión, pero no creo que sea posible salvarlo sin un equipo médico apropiado.
—¿Un qué? ¡Habla con términos comprensibles, coño! —ladra Moon.
—Un shock hemorrágico... ha perdido demasiada sangre —le explica Srinna—. Y... no tenemos oxígeno...
Ouran y Erice irrumpen en la sala. La omega analiza la situación en una sola ojeada, suficiente para que el movimiento de su nuez sea claramente visible y su bonita piel trigueña se desluzca. Llega junto a nosotros trotando, deteniéndose a un lado del omega para tomarle el pulso. Luego cruza miradas con Moon y con la otra mujer, que interpreto llevan la muerte cifrada en cada veta de los tres pares de iris.
Contemplo al alfa que sostiene la mano de su pareja con ahínco. Tal vez huele su final, como suele pasar con los enlazados, y utiliza aquel férreo amarre como cordón de plata. Asimila que solo se trata de una desesperada ilusión cuando su omega pierde color, cuando sus gimoteos decrecen hasta convertirse en un hálito exánime y su pecho deja de ondular.
—¡Está poniéndose frío! —solloza. No puedo hacerle frente al dolor en sus ojos, menos aún cuando soy incapaz de responder el pedido de ayuda implícito.
Moon se muerde el labio, un gesto nervioso promovido por alguna de las dos batallas en curso, quizás por la del omega contra la muerte, o tal vez la suya interna, esa que hace a sus pupilar oscilar y a sus rasgos poéticos endurecerse. Frunzo el ceño cuando ubica ambas manos sobre el pecho del chico, pensando que intentará una reanimación, pero quedo desconcertado cuando sus palmas comienzan a brillar con un extraño matiz púrpura.
—Raegar, no...
—Silencio —contesta tajante, alterando a Erice.
—¡No estás en condiciones! —insiste ella, pero el visaje torvo del líder la intimida.
Ouran no para de mover sus dedos y de hacer movimientos estereotipados con su cabeza, como si le afectara un tic agresivo. Da miedo.
Un grito del omega me hace volver la vista hacia él con el corazón disparado. No puede ser. Realmente Moon le ha reanimado, pero no de la forma que esperaba. Oigo como su pulso se normaliza, olfateo nuevamente el oleaje hormonal que despide y aprecio su tez coloreándose de rojo por el esfuerzo y el dolor... y la vida. Pero así como la vida lo golpea haciéndolo reaccionar, siento al son que la mía se tambalea, como si el suelo bajo mis pies se hubiese esfumado en lo que dura un parpadeo. Uso los bordes de la camilla como soporte, clavando los dedos en el fino colchón. Las quejas del omega quedan por fuera de mis sentidos embotados, aunque pronto me recupero. ¿Me bajó la presión? Alzo el mentón y encuentro a Moon firme, emitiendo de sus manos esa extraña luz rutilante, pero ahora su nariz sangra profusamente. El líquido rezuma de sus fosas nasales, serpenteando por sus labios y barbilla para posteriormente unirse a la sangre del omega en las cerámicas blancas del suelo.
—¡Ayúdenlo! —ordena.
Advierto que el trabajo de parto se ha reanudado ahora que el chico ha recobrado su vitalidad y su cuerpo recepciona la oxitocina, pero dejes de aturdimiento persisten en mí junto a un ápice de temor. Srinna y Erice se encargan de ayudar a sacar al cachorro, yo solo me froto los ojos y me dejo embargar por la sensación que me reconcome en tanto contemplo a Moon sangrar.
Aparta las manos de golpe. Se le han puesto violetas, así como el resplandor que lanzaban, y algunos retazos de piel más oscuros se abren como alas en cada tajo profundo que las surca.
—¿Qué te...?
—Oh, por los dioses... —murmura Erice. Mi pregunta queda inconclusa cuando poso mis ojos en el cachorro que Srinna sostiene en brazos, envuelto en una manta.
Su pequeño rostro gris e hinchado hace que me lleve la mano a la boca, impresionado.
—¿C-Cómo se encuentra? —inquiere el padre, sonriendo por la inquietud—. ¿Por qué no llora?
El omega, que ha recuperado la conciencia, intenta incorporarse sobre sus codos, a pesar de estar jadeando, extremadamente agotado por la visita de la parca que milagrosamente solo llegó a tocar el timbre.
—Mi bebé... quiero verlo... —grazna emocionado.
Srinna se tensa y noto que estrecha al mortinato con la intención de ocultarlo de sus padres.
No puedo soportarlo más. El desborde emocional me lleva a trastabillar hacia la puerta, con nauseas y sin aire. Alguien me sigue hasta el pasillo, escucho los pasos a pesar de que el sonido es ahogado por mi turbación, al igual que mis ojos se ahogan por las lágrimas.
—Hazel...
Caigo de rodillas y tiemblo. Mi pulso excitado llega a ser audible y palpable, entremezclándose con la voz que me nombra y recuerda a Seth. Estoy alucinando. Tengo que calmarme, pero ningún episodio es sencillo de atravesar. La angustia se las ingenia para variar sus matices, atacandome siempre con la misma fuerza pero con distinta careta, por lo que el esfuerzo mental que necesito para vencer el pánico es mayor de lo que muchas veces soy capaz de ejercer y nunca logro habituarme a ello.
—Tranquilo...
—N-No puedo respirar —sollozo. Voy a morir.
—Puedes. Estás bien... cálmate...
Algo cálido me envuelve, ahuyentando el frío y el temor. Poco a poco mi crisis se desvanece entre esos brazos, tan familiares, tan cariñosos...
—Seth...
—No. Me llamo Ouran.
Entonces desentierro la cara de mis palmas y veo al alfa loco de cabello blanco invadiendo descaradamente mi espacio personal.
—¡¿Qué coño haces?! —Lo empujo con fuerza, tanta que el alfa deja de estar acuclillado a mi lado para quedar de culo en el suelo.
—¿Ya te encuentras mejor? —pregunta con candor.
Apenas abre sus ojos marchitos, pero el color plateado que se entrevé brilla y me eriza el vello. ¿Cómo puedo confundirlo contigo? Soy lamentable.
Me incorporo con movimientos obtusos, Ouran me sigue de cerca aunque guardando cierta distancia.
—No me dejarán en paz, ¿verdad? ¿Por qué me hacen esto? —me lamento por lo bajo.
Freno mi marcha, de todas maneras no sé dónde estoy yendo y tampoco es que exista la posibilidad de escapar con este tipo pisándome los talones. La cabeza me duele y mi garganta arde como si cargara al Inframundo conmigo. No imagino el aspecto que debo tener en este momento.
—Tú... sin ti no podremos detener esto...
—¿Detener qué, exactamente? —exijo saber, volteándome hacia el alfa y esmerándome por permanecer inmutable ante sus lágrimas sanguinolentas y su semejanza a mi compañero muerto.
—Nuestra extinción.
Por poco no lanzó una carcajada sórdida.
—Vampiros, lycans en peligro de extinción, psicópatas siniestros secuestrándome... ¿qué diablos es esto? ¿El Apocalipsis?
—No estás muy errado.
Viro el cuello hacia Moon, quien se aproxima desganado, frotándose la nariz con la manga de la gabardina.
—Deberías estar atendiendo a ese omega... —le digo.
—No hay mucho más que pueda hacer al respecto. Al menos no ahora, ni sin ti. Erice y Srinna se ocuparán del resto.
Pasa a mi lado, pidiéndome que lo siga con un ademán. Ouran nos acompaña hasta la sala de de esta mañana, esa misma en la cual le arrojé la silla merecidamente al maldito de Moon.
—¿Con "se ocuparán del resto" te refieres a que se quedarán a consolar a ese par? ¿O van a enterrar a la cría? Por Eón... qué demonios está sucediendo aquí...
—Te sugiero que no nombres a ese cabrón aquí.
—¡O-Oye! —exclamo escandalizado. Parece ser que realmente es un hereje, tal y como lo llamó Berkan...
Toma asiento en el sofá grande, yo lo hago en el individual dispuesto al frente. Ouran ha desaparecido sin que lo haya advertido. Joder, no me extrañaría verlo trepando por las paredes a mis espaldas.
—Así que... tienes ataques de pánico.
Lo observo estupefacto. De todas las cosas que tiene que explicarme, elige contarme ninguna.
—Eso no te incumbe.
—De hecho sí. Perturbarás el influjo energético del plano astral hacia mí y me convertirás en una bomba en lugar de un Arcano.
—Vale, vale —farfullo, entendiendo un cojón—. Supongo que hablamos con jergas distintas.
—Te enseñaré todo lo que tengas que saber, solo necesito que estés dispuesto.
—Gracias, en serio, pero lo único que tengo que saber sobre tí es cómo quitarte del medio. Lo demás me importa una mierda.
—Veo que más que enseñarte tendré que domesticarte —dice con sorna.
Se me estalla la vena.
—¡No estoy de humor para oír patanes! Simplemente larga todo lo que tienes que decirme y déjame en paz.
—Me preguntaste a qué me refería con que Erice y Srinna se ocuparían del resto. Ellas... quemarán el cadáver.
—Venga, que...
—...antes de que se convierta en un Vrykolaka.
Se me atasca la mandíbula, dejándome con la boca abierta.
—Sí, en una de esas criaturas que atacaron a tu manada —prosigue, evaluando cada una de mis reacciones. ¡Cuántas sandeces dice este idiota!
—¿No que los Vrykolakas eran "vampiros"? —le interpelo.
—Lo son. Son vampiros de bajo rango.
Niego con la cabeza.
—Estoy confundido. Los vampiros...
—Existen, Hazel, y son un problema serio.
—¿Cómo es posible? ¿Son demonios? —Me cuesta creerle, porque jamás he visto a un chupasangre fuera de los libros de ficción, pero tampoco había visto a un lycan de orejas puntiagudas salvar una vida con una luz violeta, por lo que mi escepticismo pierde consistencia—. ¿Y por qué ese cachorro... se convertiría en una de esas cosas?
—No son demonios... aunque no están muy lejos de serlo —gruñe—. ¿Sabes el motivo por el que Berkan nos invitó al esbat, no es así?
—Por omegas. —Al recordarlo la molestia regresa. No entiendo cómo puedo experimentar tantas emociones al mismo tiempo sin reventar como un globo—. Él cree que los omegas de Durmista están defectuosos.
O creía, si es que no consiguió escapar de los vrykolakas.
—Así es. Hace tiempo su manada estuvo teniendo problemas reproductivos pero... no solo Durmista. Todos los lycans, de todas las manadas del mundo, están pasando por lo mismo. La tasa de embarazos ha decrecido alarmantemente y la tasa de mortinatos aumenta todos los días.
Una punzada atraviesa mi pecho cuando Sophie y su cachorro vienen a mi mente. Su bebé... ¿se habrá visto como el de aquel omega? ¿Se convirtió acaso en un Vrykolaka?
—¿Qué tienen que ver los vampiros en esto? Tú le dijiste a Berkan que era culpa de los alfas y de su esperma de mala calidad.
Los labios de Moon se tuercen en una media sonrisa socarrona.
—Solo le estaba tocando los cojones. En verdad no es culpa de los alfas, ni de los omegas, sino de una... maldición, podría decirse.
Mi cabeza ata cabos a la velocidad de la luz, aunque algunos quedan flojos y otros enredados entre ellos.
—Espera... ¿nos estamos extinguiendo por una maldición... de vampiros?
En cuanto articulo dichas palabras siento que estoy diciendo una tremenda estupidez. En lo profundo, guardo la esperanza de que todo esto sea otra de sus bromas de mierda. Sin embargo, no hay indicios de chanza en el rostro del alfa.
—Sí... y no. Ningún vampiro, por poderoso que sea, es capaz de utilizar semejante cantidad de magia negra como para maldecir a una raza completa.
—Entonces... ¿quién? ¿Y... por qué? —inquiero acuciante.
—Nyx. Y por qué, preguntas... ¿por venganza? ¿Odio? ¿Envidia? ¿Todas las anteriores? No lo sé.
—¿Nyx? ¿La diosa de la noche?
—Sí. Nyx es la madre de los vampiros... y esposa de tu grandioso dios Eón.
—Eso no tiene sentido —discuto—. Eón es nuestro padre, y es el Dios supremo y él...
—¿De verdad crees que Eón es asexual y que hizo todo él solito? —bufa.
—Emmm... ¿sí?
—Pues estás equivocado.
—¿Acaso quieres atraerme a tu secta pagana con habladurías?
—¿Cómo puedes ser estudiante universitario con ese cerebro de nuez?
—¡¿Qué coño te pasa?! —ladro, saltando enervado del sofá.
—¿Para qué quieres que te explique si te pones así de testarudo? Eres igual de cerrado que tu trasero.
Cruza los brazos y una de sus piernas sobre la otra, apoyándose indolentemente en el respaldar del sofá.
—¿Qué quieres decir con eso? —siseo. Mi tono es suave y calmo como un atardecer en el Caribe... antes de que llegue el tifón.
—Tengo la llave para abrirlo, si te apetece.
Ni siquiera he sido consciente del momento en el que me le eché encima para darle una hostia. Tampoco lo fui cuando el alfa invirtió los roles con facilidad, y pasé de ser el atacante al atacado. Ahora me encuentro tendido en el sofá con el cabrón encima, sacudiéndome y manoteándolo mientras se afana por alcanzar mi cuello.
—¡Agh! ¡Imbécil!
—Intentaste escapar hace un rato. Erice te informó lo que sucedería si me desobedecías, ¿no es así? —Me enseña los portentosos colmillos y gruñe.
Quedo inmóvil en el momento en el que ese sonido sobrecogedor se vierte sobre mi cuerpo. Quema y somete, pero a la vez es dulce como miel derramada. Una vibración animal en su garganta que advierte propiedad, por la cual está dispuesto a pelear, aunque sus formas de hacerlo fuesen misteriosas e imprevisibles.
Mi cuerpo ya no quiere hacerme caso, por lo que solo me rindo y le dejo olisquearme.
—Joder, qué bien hueles... —susurra sobre mi piel. Reparte algunos besos húmedos y, acto seguido, lame.
Me es inevitable manejar mi temperatura corporal y mis feromonas, que se combinan con las suyas como reactivos y resultan en un producto humillante.
Me estoy mojando.
—¿Y bien? ¿Por qué tardas tanto? ¿O siempre juegas así con tus presas? —Mi voz quiere quebrarse, pero no puedo permitirme verme todavía más idiota.
—¿Tardo? ¿Qué esperas que haga? —inquiere, sin cesar de plasmar constelaciones de besos en mi cuello, mentón y clavícula.
—¡Muerde y acabemos con esto!
—No es esa mi intención... quiero que cada vez que me oigas gruñir te mojes como ahora... una respuesta condicionada en la que me desearás en lugar de temerme. ¿Qué dices? —negocia—. Podemos hacer el amor y no la guerra...
Siento derretirme y convertirme en más de esa miel, maldita y azucarada como un adorable demonio.
—No quiero...
—¿En serio? ¿Prefieres la guerra, entonces?
—El amor es cruel y mil veces más devastador. Si puedo elegir, no volveré a equivocarme. Definitivamente, me apuñalaría el corazón con mis propias costillas antes que enamorarme de ti.
Sus labios se congelan bajo mi oreja. Se aparta un poco para enfrentar mi expresión, y anticipo que encontraré en la suya una enorme sonrisa pero, contrariamente, luce tan crispada como la mía. Dolor versus dolor. ¿Lo he lastimado? Me alegro, aunque simplemente estoy poniendo en palabras la realidad, no intento ser cruel.
El amor apesta.
—Lo que apesta es no tenerlo —arguye.
Además de salvar vidas, parece tener el poder de leer mentes y de espiarme furtivamente en mi intimidad. ¿Tendrá todo aquello algo que ver con sus orejas puntiagudas? Tal vez es un elfo... o un vampiro.
—¿Tío Rae?
A la par giramos la cabeza abruptamente hacia la puerta. El pequeño niño pelinegro, Gil, se asoma curioso y tímido. Quiere ver, pero debe pensar que cometerá una travesura si lo hace, pues pregunta con inocencia:
—¿Aún están haciendo... cosas de adultos?
Su cuestionamiento es entendible por la posición comprometedora en la que el alfa y yo nos hallamos. Moon se pone de pie antes de que lo aleje de una zurra, luciendo incómodo mientras se acomoda la gabardina.
—No, Gil. Solo estabamos... jugando a ser un sándwich. ¿Qué sucede?
—Pensé que iban a tener sexo —larga el pequeño. Me atraganto con mi propia saliva.
—¿De dónde aprendiste esa palabra? —bufa Moon, indignado—. Joder, qué pasa, dime.
—Eri quiere que vayas... dice que código naranja.
—Mierda... —masculla. Quiero saber qué carajos significa "código naranja", pero él ya está saliendo de la sala.
—¡Tú! —me dice demandante—. Ve a tu habitación y enciérrate con llave. Luego, arroja la llave por la ventana. Descansa y reflexiona sobre lo que hablamos. —Finalmente se marcha, pero dos segundos después reaparece en el umbral. Su semblante adusto me provoca un vuelco al corazón—. Y si piensas eso... no te daré la opción de elegir.
Se va. Gil también lo hace. Mi cuerpo avanza movido por fuerzas incógnitas hasta que arribo al cuarto. Me encierro y tiro la llave por la ventana, obediente. Cuando la presión de la voz del alfa se disipa, me lanzo a la cama, lloro y golpeo las almohadas frustrado.
Maldito cuerpo, maldito alfa demente, ¿por qué me tiene que suceder esto a mí?
Todo empeora cuando siento un calambre en el vientre. Comienzo a sudar, pensando en lo que hasta este preciso momento no había pensado... aquí no tengo mi medicación. Mis ansiolíticos, mis analgésicos, mis... inhibidores. Y para rematarla, estoy rodeado de feromonas de alfa, luego de tres años de encontrarme totalmente aislado de los lycans.
Oh, no... no, no, no, no.
—¡Ábreme, por favor! ¡Necesito algo! ¡Por favor! —chillo en colapso total.
Una vez más la puerta es víctima de mis golpes, pero ahora nadie me "socorre". Y dudo que Erice vuelva a aparecer, al menos no sin tomar recaudos anti-escape.
Estoy perdido, perdido, perdido...
Nadie aparece hasta la media tarde. He ocupado el tiempo en llorar, estresarme, pensar en el cachorro muerto y maldecir a Moon. Ah, y en tomar un baño, pues ya estaba apestando de tanto sudar.
Cuando golpean la puerta me animo un poco, pero mis esperanzas caen como un pobre zorzal que ha recibido un hondazo al ver que quien me visita es nada más ni nada menos que el loquito de pelo blanco. Abre sin esperar respuesta y entra con un vaso humeante de cartón en una mano y un croissant en la otra.
Me dedica una sonrisa que detesto por verse igual a la de Seth pero no ser la de Seth, toda manchada por la sangre que gotea de sus ojos.
—¡Comida! —manifiesta alegre.
Ruedo los ojos.
—Puedes metértela por el culo.
Ouran se ofusca y le concede al croissant un "vistazo" extraño. Me levanto y me le acerco furibundo.
—Dile al pelmazo de tu líder que necesito hablar con él, urgente.
—Tienes que tomar tu café. Él lo envió para ti...
—¡No quiero su puto café! ¡Necesito mi medicina! —bramo.
—¿Medicina? ¿Estás enfermo?
—Sí, venga, ve a decirle eso, ¡apresúrate! ¡Moriré si no lo haces!
Es obvio que estoy exagerando, pero aun así el alfa se llena de nervios, deposita el tentempié sobre el buró y sale corriendo. No es tan idiota, cierra con llave (una de repuesto, al parecer). Mi soplido de tedio resuena por la habitación y se repite unas cincuenta veces hasta que Moon hace acto de presencia... ¡cuatro horas después!
—¡Gilipollas!
—Buenas noches a ti también, omega cimarrón —saluda jocoso.
Su sonrisilla desaparece cuando nota que ni siquiera probé su estúpido café.
—Erice me dijo que no quisiste almorzar.
—¿Crees que puedo almorzar cuando estoy cautivo en el mismísimo Infierno, conviviendo con el Diablo?
—Tienes que comer. Compórtate, omega, no hagas las cosas más difíciles.
—¿Y por qué no te lo comes tú? —Cojo el vaso con café y se lo aviento.
El visaje del alfa continúa estoico, pero sus iris arden como ají picante. Sonrio al olfatear el olor fuerte del café y al contemplar su gabardina y la cosa apretada que lleva por debajo empapadas, chorreantes.
A ver ahora cómo te las ingenias para romantizar la situación, cabrón...
—Mierda, era mi favorita —dice, tomándose el abrigo por el extremo. Luego, se lo quita.
Mi sonrisa es completamente aplastada cuando sigue con la camiseta, y creo que voy a llorar cuando deja caer todas las prendas superiores al suelo, dejando expuesto su torso idílico.
—¿Por qué esa cara? —Ladea la cabeza y no se guarda la diversión, sabe que ha salido victorioso y que mi completa derrota es sumamente risible.
No izaré la bandera blanca. A pesar del abdomen esculpido con manos santas especialistas en colinas y demás ondulaciones provocativas, indecorosas, atrevidas, y del pecho de mármol, y de los brazos fibrosos y venosos, incluso a pesar de los tatuajes que cubren toda esa piel rijosa transformándola en un lienzo de oscuro arte erótico... no caeré.
—Q-Qué a-asco, t-tápate... —¿Acabo de balbucear de una manera tan patética? Creo que me tiraré por la ventana. El bochorno me colorea de inicio a fin, los ojos me lagrimean y... una nueva puntada en el vientre me hace reaccionar.
¡Mierda!
—¡N-Necesito mi medicina! —suelto, tratando de no cohibirme ante semejante lobo de ojos hambrientos.
—Ah, por eso Ouran estaba en pánico... —contesta desinteresado.
¡Y a pesar de ello se tardó cuatro horas en venir! Hijo de...
—¡Tienes que traérmela cuanto antes! Si vas a tenerme aquí encerrado, al menos haz eso... por favor...
Me contempla altivo, con una ceja mínimamente levantada y los ojos perfilados.
—Deberías haber pensado en ese favor antes de actuar como un pequeño gamberro.
Me muerdo el belfo con rabia. Lo odio, lo odio mucho. Pero si le sigo el juego, me envolveré en un círculo vicioso improductivo en el que seré el perpetuo hazmerreír. Tendré que tragarme mi orgullo, por ahora...
—Lo siento... no estoy pasando por mis mejores momentos, por lo que puedes ver... —Sin querer le he lanzado una indirecta, joder—. Masacraron Durmista, no sé qué ha sucedido con mis amigos, presencié un parto horrible...
—"Y todo por culpa del cabrón que me ha raptado", ¿eh?
Hago un mohín, pues eso es exactamente lo que pienso, pero me quedo callado. Me siento en el colchón, que se hunde cuando Moon lo hace a mi lado.
—Envié a algunos súbditos a hacer un relevo a tu manada —revela.
—¿En serio? —exclamo—. ¿Y qué sucedió? ¿Cómo están todos?
El alfa me mira con una expresión insondable.
—Muertos.
El cuarto se achica, las paredes se ciernen sobre mí y me asfixian. ¿Muertos? No puede ser... ¿Lya? ¿Kuro? No, deben de haberse equivocado.
—Sin embargo... el auto que estaba aparcado en el estacionamiento anoche junto al mío... no estaba.
—¿E-El Ford? —Encuentro algo de oxígeno, pues a pesar de estar hiperventilando mi pecho se halla oprimido por el sentimiento pálido del miedo.
—Sí. Puede que tu amigo haya podido escapar. Los humanos no se meten en los asuntos de los lycans, por lo que dudo que la policía haya intervenido en Durmista y se haya llevado el carro. De todas formas, me ocupe de ir yo mismo al área policial de retenciones para preguntar por su posible secuestro pero... la patente no estaba en sus registros.
Me froto las lágrimas con el dorso de la mano. Por favor, que ellos estén bien, por favor...
—Gracias... por ocuparte de eso... —sollozo. Quizás por eso tardó tanto en aparecer...
Percibo un suspiro de su parte.
—Demonios, no llores. ¿Qué medicación necesitas? Veré si puedo conseguirla.
—¡A-Ah! S-Sí... debería anotarlo.
El alfa gira un poco su torso y busca dentro del cajón de la mesita de luz una libreta y un bolígrafo. Me lo tiende y escribo con rapidez, luego me percato de que ya he desarrollado la espantosa caligrafía de médico, por lo que tacho y vuelvo a escribir por debajo con una letra más legible. Moon me recibe la hoja que arranco de la libreta, revisando mis pedidos con detenimiento.
—Analgésicos, pastillas para dormir, supresores de celo... tú no necesitas todas estas mierdas. Con razón tus deliciosas feromonas están contaminadas.
—¡Lo necesito! —insisto—. Tengo migraña, y los ansiolíticos no los necesito para dormir, al menos no precisamente para eso... es p-por mi trastorno de ansiedad... que los necesito.
—¿Y los supresores?
—¿Hace falta que te explique el porqué de eso?
—He visto cientos de omegas morir, enfermar o quedar estériles por consumir esos químicos —esgrime—. No tienes que preocuparte por tu celo mientras estés aquí. Te prometo que nadie te tocará sin tu consentimiento. Y si quieres un compañero que te ayude con eso... —Se ladea hacia mí, estableciendo una cercanía peligrosa—. Siempre puedes contar conmigo.
—¡Ni de coña! —bufo ruborizado, alejándome medio metro—. No tienes que meter tus narices en mis asuntos. Es mi cuerpo.
—Si no quieres hacerlo conmigo, vale. Puedes conformarte con tus dedos o buscaremos otro alfa si lo prefieres. No me hagas contribuir a destruir tu salud.
Me restriego las manos en el rostro con irritación.
—¿Podrías simplemente traérmelos, por favor?
—También puedo ayudarte a librarte de todo ese estrés que cargas... y ya no necesitarás drogas artificiales para vivir.
—¿Cómo? ¿Matándote? Eso sería genial —gruño, pero me siento jodidamente mal apenas lo suelto.
Moon escruta la ambigüedad en mi semblante con imparcialidad. A veces es demasiado complicado leer a través de esa barrera de neutralidad. Se incorpora sin más y avanza hacia la salida con el papel en mano.
—Erice te traerá la cena. Come, por favor. Mañana conseguiré lo que quieres. —Ase las prendas húmedas del suelo y cuando está a punto de irse lo detengo con un último pedido.
—¿Puedo hacer un par de llamadas? Necesito saber de mis amigos, por favor...
—Lo siento, pero las redes de Arvandor son limitadas. No tenemos comunicación satelital con el exterior por motivos de seguridad.
Me siento extrañamente solo cuando se retira. Estoy deprimido, aunque el hecho de saber que no hallaron el auto de Kuro me infunda un poco de alivio. Conociéndolo, seguramente ha logrado escapar sano y salvo. Además, el no dejaría a Lyanna atrás. Podrá ser molesto con esa efusividad natural suya, pero ese asiático rubio es completamente hábil y tiene buen corazón.
Eón, por favor, protégelos...
¿Eón?
La historia apocalíptica de Moon se repite en mi mente. Prenso los labios. Ahora ya ni siquiera sé a quién rezarle.
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