☽ Capítulo 4 ☾
—¡Suéltame!
Me revuelvo cual caballo indómito, dando coces con la barriga apoyada sobre el hombro del alfa. El muy maldito se chulea porque está convencido de que, por más esmero que le ponga a la huida, no lograré zafarme.
Una retahíla de palabras soeces marcha como pelotón por mi boca y hacia afuera para batallar también en el plano verbal, pero mi raptor solo necesita una risa tonta para acabar conmigo.
Estoy vencido.
—Esto te sucede por abrir tu regalo antes de tiempo.
—¡Tenía curiosidad! ¡Bájame, imbécil!
—Vale.
Advierto que hemos llegado al muelle del lago, pero ni tiempo me da a retractarme. Impiadoso me coge de la cadera y me arroja como si pesara lo que una pluma al agua gélida. Me agito en las profundidades y emerjo pronto, dispuesto a ladrar un millón de improperios más, pero no lo veo por ningún lado. Segundos después aparece repentinamente a mi lado dándome un susto que casi palmo.
Sacude la cabeza de un lado a otro como buen canino, salpicándome la cara mientras una sonrisa colosal aflora en la suya.
—¡Ah! ¡El agua está perfecta!
—¡Perfecta será la amputación genital con la que dejaré sin día del padre! —bufo, tragando agua mientras pataleo para mantenerme a flote.
—Haz, hasta tus insultos son de nerd —se mofa, sujetándome de la cintura para mantenerme con la cabeza en la superficie.
Envidio y aborrezco su altura en este momento. A mí me faltan unos treinta centímetros para hacer pie y tal detalle se convierte en otro motivo para que el gilipollas se divierta conmigo.
—Además —continúa—, no podremos tener un cachorrito si haces eso.
Ni la baja temperatura del agua impide que mi rostro se prenda fuego.
—¡D-Deja de decir estupideces!
Su sonrisa deja de exponer los blancos colmillos para reducirse a una línea curva. El pecho me duele, creo que mi corazón se está desquitando conmigo taladrándome las costillas.
—Te amo.
Abro la boca y la cierro. A estas alturas me parece raro que el agua no esté burbujeando, hirviendo por mi cuerpo candente.
Los ojos de Seth le han robado el degradé rosa-naranja al ocaso y ahora el gris plata es cálido y soñador como la noche entrante. Me enlaza la cintura con un brazo y usa el opuesto para que sus dedos tracen dulces caricias en mi pómulo sonrojado. Una caricia más de sus labios sobre los míos y el alfa se apropia de mi primer beso.
Es un ladrón diplomado.
—¿Me dejarías ser tu alfa?
También es diplomático. Ataca cuando bajo la guardia y causa estragos en mi cabeza. Así de ladino es Seth, pero sorprendentemente es esa fresca picardía la que me tiene enamorado como un idiota redomado.
No tenemos remedio, pero somos dos piezas disfuncionales que encajan de maravilla. Anudo mis brazos en su nuca y atrapo su boca en otro beso torpe por la inexperiencia.
—Joder, también te amo.
—¿Eso es un sí? —insta risueño.
Se me escapan un par de lágrimas a traición mientras asiento efusivamente para hacerlas pasar como meros salpicones de agua.
El sol se despide en el horizonte y todo queda a oscuras.
...
Advierto que estoy llorando incluso antes de recuperar por completo la conciencia. No puedo determinar si ha sido por el recuerdo que el sueño me trajo, por la cruel decepción de despertar en una realidad que le dista mucho o por la terrible sensación que me reconcome.
Me incorporo confundido, con un dolor punzante en las sienes. No tengo idea de dónde estoy. No reconozco la habitación que me rodea, es demasiado grande y opulenta, la cama sobre la cual me hallo tiene un tamaño exagerado al igual que la altura de las paredes, las cuales están pintadas de un color claro que me cuesta distinguir por la poca luz que se cuela por entre las gruesas cortinas.
Me aprieto el puente de la nariz para mitigar otra punzada incipiente que, además de un agudo escozor, acarrea consigo gritos, sangre y criaturas de pesadilla.
Doy un salto, espabilado por las memorias que el sopor deja caer de repente. ¿Cómo es que me quedé dormido?
—Lyanna... Kuro... —susurro, de pie y bamboleándome por el aturdimiento.
Presto mayor atención a lo que me circunda con el corazón en un puño. ¿Dónde estoy? ¿Dónde me han traído? Aún llevo la sudadera, las bermudas y las Converse rojas que llevé al esbat... y el maldito anillo. Palmeo mi bolsillo. No tengo suerte con el móvil, recuerdo que lo dejé en el auto de Kuro.
Me froto el rostro y giro azarado sobre mi eje, hasta que la vista de una gran puerta oscura me alienta a reaccionar.
Tengo que salir de aquí.
Me precipito a la puerta y la hallo sin llave, por lo que en tres pasos ya me encuentro en un pasillo largo y penumbroso. Me valgo de mi olfato para guiarme, pero el intenso aroma a alfa redobla mi pulso y me embriaga. Entre tantas feromonas extrañas, reconozco la esencia de Moon y la de Ouran. Son penetrantes, inconfundibles a pesar de que se encuentran abigarrados con otro montón de aromas que me son completamente ajenos. No huelo a Lya, ni a Nate, ni a Sophie, ni a ningún otro lycan de Durmista. Tampoco olfateo el perfume caro de Kuro o sus suaves feromonas de beta.
Me estoy mareando por tanto jadeo. Si no me calmo colapsaré en un minuto. Avanzo por el corredor a paso irresoluto, enfocándome en armonizar mi arritmia cardíaca. No oigo nada que me haga pensar que alguien más ocupa las habitaciones que voy dejando atrás. Todas se hallan cerradas, por lo que tampoco puedo estar seguro de ello. Este lugar es gigantesco, como... ¿como un castillo? La mayestática infraestructura me dice que no estoy muy errado y eso me inquieta aún más. Jamás he visto un castillo, ni siquiera una mansión, pero sí he escuchado que hay algunos en Arvandor.
Mis pies se detienen a la par de mi corazón.
No... No puedo estar en Arvandor. ¿Qué sucedió con mi manada? ¿Qué pasó con mis amigos?
Mis intentos de tranquilizarme van rumbo al retrete y echo a correr en una dirección azarosa. Sé que no es buena idea pues, si realmente estoy Arvandor, salir al exterior sería prácticamente un suicidio. Me lanzaría literalmente a la boca del lobo. Pero quedarme quieto esperando a que el lobo venga a por mi no solo es un suicidio, sino también humillante. Así que corro y corro eligiendo fortuitamente los pasillos en cada intersección hasta que en una de esas encrucijadas doblo y me doy de lleno con algo que termina por cortocircuitar mi crisis de huida.
Doy algunos traspiés y recupero el equilibrio antes de caer sobre el niño que he atropellado. El pequeño, que tendrá alrededor de diez años, me observa con un puchero desde el suelo. Sus ojos y cabello son nigérrimos y brillantes como noche estrellada y las prendas que viste están desfasadas de la época con esos aires victorianos góticos.
—Duele... —berrea. Los orbes de abismo se le enlagunan mientras se frota el muslo.
—Lo... lo siento.
Joder, quiero irme lo más rápido posible, pero no puedo dejarlo tirado como un patán. Le ayudo a levantarse y noto que a su lado hay un conejo de peluche. El niño lo ase con urgencia y lo estrecha contra su pecho antes de tomar mi mano. Ya de pie, se toma un momento para escudriñarme y curioso inquiere:
—¿Tú eres el nuevo amigo de Rae, ¿cierto?
La boca me tiembla.
—Rae... ¿te refieres a Raegar Wealdath?
Asiente, ya sin atisbos de lágrimas.
—Rae dijo que vivirás con nosotros de aquí en más... ¿eres un omega?
Oh, por todos los dioses... ¡ese maldito hijo de puta!
—¿Estamos en Arvandor? —lo interpelo, a pesar de que ya sé la respuesta.
—Uh-hum.
—¿Puedes llevarme con Raegar?
El chiquillo bate su cabeza de arriba abajo, sus mechones se balancean sobre la frente de piel lechosa y luego se le agitan como torbellino cuando gira en dirección opuesta a la que venía.
—¿Entonces eres el amigo de Rae? —insiste en tanto me guía—. A él no le gusta traer muchos amigos a casa...
—Eso es porque no los tiene —suelto con la hostilidad que pretendía mantener oculta.
—Pero tú lo eres.
Me quedo callado. No tengo idea de quién es este crío, si el hermano, o el hijo, da igual. Pero si no está enterado de que "Rae" es un puto psicópata, mejor para él. No seré yo quien arruine sus ideales infantiles.
Bajamos por una ancha escalera lustrosa para acabar en otro laberinto de corredores. El niño se detiene frente a una de las puertas de dos alas y la abre sin golpear.
—¡Tío Rae! ¡Tu amigo despertó! —chilla entusiasmado.
Entro tras él a una sala cinco veces más grande que el dormitorio en el que desperté. Tres ventanas de arco apuntado permiten que la luz matutina las atraviese a raudales para iluminar los interiores vastos y lujosos.
Encuentro a Moon despreocupadamente tumbado sobre un sofá, hojeando un libro de tapa encuerada. El alfa aparta los ojos de las páginas con algo de tedio para posarlos en los míos.
Debe advertir el coraje que me hace echar chispas, pues se incorpora perezoso y dice:
—Gil, ve a jugar afuera. Nosotros tenemos que hablar cosas de adultos.
"Gil" se amohína, aprieta su conejo y azota el suelo con la planta del pie, manifestando su intención de no hacer caso.
—Gil.
—¡Ya soy adulto!
—Apenas tienes once, niñato. Vete antes de que te de un jalón de orejas por malcriado.
El niño se afloja y titubea. La amenaza ha surtido efecto.
—Te quedarán puntiagudas como las mías —continúa Moon, llevándose una mano a su oreja de duende.
Eso es suficiente para espantar a Gil, que recula hasta el umbral acobardado y se escabulle para salvaguardar su estética, cerrando la puerta tras salir.
Mi rabia sigue gestándose en el silencio que se instala luego. Moon deja el libro sobre la pequeña mesa frente al sofá y se aproxima a mí con una sonrisa ladeada.
—Cariño, ¿has venido para aparearnos? —Abre los brazos, invitándome a ellos—. Ya estoy listo para ti —canturrea.
Exploto como un termómetro sumergido en lava. La furia me invita a coger una de las sillas ubicadas alrededor de la mesa principal para aventársela con garra asesina. Es muy pesada, pero aun así la hago volar por los aires como proyectil de cañón. El alfa se cubre con los brazos en X justo a tiempo, y cuando la silla cae al piso, su sonrisa declina con ella.
Espero que le haya dolido al cabrón.
—¡Deja de jugar, capullo! —bramo—. ¡¿Por qué me has traído aquí?! ¡¿Qué mierda tienes en la cabeza?!
Se frota uno de los antebrazos por sobre la tela oscura de la gabardina sin prestarme mucha atención.
—Ustedes llevaron a esas criaturas a Durmista, ¿verdad? —Me acerco a él, mi cuerpo vibra por la inquina y por la presencia del alfa, odio sensato y atracción natural convergiendo en mí como si mi mismo ser hubiese sido creado por un dramaturgo—. ¡Destruyeron mi manada a propósito!
Me mira ecuánime por entre las pestañas negras.
—Es verdad. Los Vrykolakas nos siguieron y tu manada se llevó la peor parte. Lo lamento.
Me esperaba una réplica, no que confirmara mi acusación con tanta liviandad.
—¿Por qué? —musito, mi voz sale en un hilo—. ¿Por qué lo hicieron? Mis amigos... estaban allí.
No puedo soportarlo. Reproducir las sangrientas imágenes me provoca arcadas y nubla mi mente.
—Durmista iba a ser atacada tarde o temprano.
Mi llanto impotente no lo conmueve, sus ojos son fuego pero solo hay hielo en sus palabras.
—¿Esto te divierte? ¿Te aburre? ¿Me trajiste aquí por mero capricho a pesar de que estaban masacrando a mi manada frente a mis ojos?
—No me expondría a los vampiros por un simple capricho.
—¿Vampiros? ¿Estás chalado? No, realmente ustedes están jodidos de la cabeza, mierda.
¿De qué me sirve pedirle explicaciones a un lunático sádico? Todo el rumoreo sobre él y su manada de bárbaros debe haber partido de un punto de verdad, y estoy cerciorándome de ello.
—Los viste con tus propios ojos —dice, pero yo ya estoy regresando a la puerta para largarme de allí—. Si sales de Arvandor terminarás como tu manada.
Lo ignoro. Tengo que volver a Durmista y buscar a Kuro y a Lyanna. Mi reloj indica que son las ocho de la mañana del sábado, por lo que me he dormido —me han dormido, más bien— durante unas siete horas desde que esas criaturas atacaron. Sé que mis amigos están a salvo. Tienen que estarlo.
Agarro el pomo de la puerta en el mismo instante en el que la mano del alfa se estampa sobre la superficie de roble. Percibo el calor que irradia en mi espalda y su respiración en mi nuca.
—Me parece que no estás comprendiendo tu situación... esclavo —ronronea.
Aprieto los dientes hasta que se me entumece la mandíbula. Quiero girarme y golpearlo, gritarle que se aparte y que se vaya a la mierda, que se muera y desaparezca pero... estoy aterrado.
El aura que emana no es normal y sus feromonas se meten por mis poros como si estuviesen en pleno derecho de hacerlo. Me coloniza sin siquiera tocarme, da miedo, me siento vejado y encadenado como el esclavo que él asevera que soy.
—No puedes hacerme esto... mis amigos pueden estar heridos, o muertos, tengo que ir con...
—Olvídate de ellos.
Lo encaro, qué más da que sea un alfa mastodóntico con la capacidad de aniquilarme sin el más mínimo esfuerzo. Vivir amordazado es sinónimo de muerte, y aunque esa parte animal que cohabita conmigo grite y llore mientras me abalanzo sobre mi verdugo para darle otra hostia, no seré un mártir.
—¿No quieres saber qué le sucedió a tu amado Seth?
Mi puño queda suspendido en el aire a centímetros de su cara.
—¿Qué? —Mi ánimo claudica con su mención. Este cretino me tiene en un vaivén emocional enfermizo y se regodea por ello—. ¿Cómo sabes que él y yo...?
—No deberías decir cosas como "él y yo" frente a tu alfa.
Besa el dorso de mi mano que continúa empuñada en el aire. Doy un manotazo asqueado, aunque cosquillea allí donde sus labios me rozaron.
—Ya para, imbécil. ¿Qué es lo que sabes de Seth? El chiflado que llora sangre también parece conocerlo.
—Por supuesto. Él es su mellizo.
Entonces es cierto. Su parecido realmente dimana de un lazo sanguíneo.
—Seth... él nunca habló sobre su familia o su manada... de todas maneras da igual... él ya no está, se... se suicidó hace años...
—Seth no se suicidó. Lo asesinaron.
Mis facciones contraídas por el dolor pierden tono por la sorpresa. Siempre sospeché que la causa de su muerte distaba enormemente de ser un suicidio. Hubo un tiempo en el que me volví loco buscando pruebas sobre las cuales apoyarme, razones que aliviaran mi culpa y que hicieran de su muerte un hecho más tolerable porque... éramos felices ¿verdad? Sus caricias y sonrisas eran genuinas... ¿verdad?
Al final, simplemente me agotó ese exceso de preguntas, pues se transformaron en erotemas autodestructivos que me formulaba para no dejar de orbitar alrededor del fantasma de Seth.
—¿Cómo? ¿Cómo lo sabes? —susurro. ¿Es absurdo tener miedo de obtener las respuestas que tanto tiempo busqué?
Moon sonríe zorrunamente.
—Porque... yo lo maté.
Su voz reverbera en mi cabeza en un eco maquiavélico. Mis brazos caen laxos a mi costados y la boca se me adormece... me anestesia un sentimiento infausto.
—Venga, no pongas esa cara tan trágica, es una broma —ríe, dándome unas palmaditas en la cabeza... el comando perfecto para hacerme perder los estribos.
Me lanzó sobre él y cometo el acto más injuriante de mi género hacia un alfa: le muerdo el cuello. Incrusto los dientes con saña hasta degustar su sangre. Pretendo dar otra dentellada, pero ataja mi boca con una palma antes de que pueda concretarlo. Me somete con destreza y en un segundo en el que no me doy cuenta de nada ya estoy en el suelo, boca abajo y bajo su cuerpo macizo.
—¡Hijo de puta! ¡Muérete, cabrón! —execro mientras me retuerzo como gusano.
—¿Entiendes la magnitud de lo que acabas de hacer? —Su mano se hunde en mi cabello, las falanges largas y filosas se agarrotan entre mis mechones y me jala hacia atrás.
—¡Pues piérdete, alfa asqueroso, te detesto! ¡Te...!
—Estoy muy excitado... —dice. Me eriza el vello la cadencia elocuente de su voz. Es calma, suave, grave y atractiva como si poseyese la fuerza gravitacional de Saturno.
Empuja levemente su cadera y, apenas la protuberancia dura en su entrepierna me toca, mi garganta se estremece por el gemido que contengo allí. Siento sus colmillos arañar mi nuca, tanteando por una zona rasa y tierna para apuñalarla con sus filos.
—No estés tan tenso, no quiero carne dura.
Si intento soltarme, tendré que sacudirme, y si me sacudo generaré una fricción entre mi parte trasera y su ominosa erección y... no me fio de mi cuerpo.
—Maldito... házlo, muérdeme, pero juro que te arrancaré los dientes cuando estés dormido —le amenazó.
Tiemblo cuando ríe. Luego, en lugar de consumar el mordisco, me besa detrás de la oreja, lame y luego su hálito ardiente entibia la saliva para dejar una sensación fría al apartarse.
—Puedo olerte... por más que calles el deseo no puedes evitar que tu cuerpo clame por una follada con esas feromonas deliciosas que emanas.
—Muérete.
—Pero... también apestas a químicos. ¿Te drogas?
—¿Y a ti qué coño te importa?
—Vale —suelta, incorporándose para asirme de la sudadera y luego lanzarme a su hombro—. Tendré que acostumbrarme a transportarte así de aquí en más, omega cimarrón.
—¡¿Cimarrón?! —ladro, rojo de ira —¡¿Me has secuestrado y todavía esperas que te lama los zapatos?!
—Oh, claro que no, joder, mis zapatos pueden esperar, ¿qué te parece empezar con algo más caliente y rico?
—¡Jodido cerdo, guarro! ¡Ya suéltame, puedo ir solo! ¡¿A dónde me llevas?! —chillo alarmado cuando sale de la sala en dirección a las escaleras.
—A darte una buena follada.
—¿Q-Qué? ¡No!
—Quieto.
Mi cuerpo queda flácido, pero el corazón y la cabeza me pulsan en protesta, frustrados por no tener miembros que les permitan huír cagando leches.
Moon me carga hasta la habitación en la cual desperté y me arroja a la cama en cuanto pone un pie sobre el parqué encerado, observando cómo reboto en el colchón con una de sus cejas izada y el cuello ensangrentado. Yazco como un muñeco de trapo cuando la inercia cesa, mis pulmones se desbordan de oxígeno por la agitación y la desesperación de no poder hacer más que acatar su orden. Se aproxima con lentitud silenciosa, sus pasos son etéreos como los de un espectro, pero sus ojos hacen demasiado ruido.... son estridentes para mi espíritu.
Así que... solo me queda entregarme como un prostituto. Bueno, ni siquiera eso, pues no es que me vaya a pagar por violarme.
—Será mejor que te tomes un momento para relajarte. Cuando se te vaya lo salvaje, hablaremos —dice, deteniéndose a un metro de la cama. Acto seguido, da media vuelta y marcha nuevamente hacia la puerta—. Ah, y lo siento... por lo de la broma. Supongo que me pasé un poco.
Da un portazo y oigo un sutil "clic" que me hace poner los ojos como platos. En cuanto el alfa desaparece de mi vista, las cadenas invisibles de su voz se desvanecen y en un par de saltos me abalanzo contra la puerta. Este cabrón... ¡le puso llave!
Agarro el pomo con ambas manos para jalar briosamente, aunque pronto me percato de que lo único que se sacude son mis brazos, pues la puta puerta no se mueve un pelo. Prosigo a patearla con toda la fuerza que mis músculos nada fortachones me permiten, y esta vez casi me quedo sin pie.
Es inútil.
—¡Abre, loco de mierda! ¡Déjame salir! —vocifero, aporreando desquiciadamente la madera con el lateral de mis puños.
Desisto cuando ya han pasado quince minutos sin que nadie me salve. La garganta me escuece de tanto gritar y dudo poder utilizar mis manos durante el resto del día por el dolor. Caigo en la cuenta de que hay otra puerta más pequeña sobre la pared adyacente, pero la desilusión ya se ha casado conmigo... solo es un baño privado. A las zancadas me dirijo a la ventana del cuarto, despejo la cortina y trago grueso. ¿A cuántos metros del suelo estaré? ¿Cincuenta?
Vale.... al menos me puedo suicidar.
Exhalo un soplido en tanto el remordimiento me invade.
—Joder... ¿en qué estoy pensando? Lo siento, lo siento...
No entiendo cómo he sido capaz de bromear sobre ello, aunque solo haya sido un pensamiento.
Finalmente me echo en la cama, abatido y sintiéndome un ser abominable. Todo esto es una puta mierda, es horrible, no entiendo nada y ni siquiera sé si mis amigos están vivos... pero podría ser peor. Moon es el mismísimo demonio, pero no parece querer dañarme realmente. De ser así ya me habría violado, o tal vez masacrado por haberle mordido, o por maldecirlo hasta quedarme sin saliva. Aunque nada me asegura que no vaya a hacerlo luego. Él solo está jugando conmigo, como un depredador saciado que encuentra una presa por allí y decide martirizarla hasta que el hambre regrese.
Un segundo suspiro se desliza a través de mis labios al dejarme caer de espaldas sobre el edredón crema.
Por más especulación que haga, no encuentro razones por las que ese tipo me esté haciendo esto. Contemplo el rubí en mi anular y hago que destelle al juguetear con un haz de luz que pasa a través de los cristales. Ya ni me esfuerzo en quitarmelo, sé que no saldrá, pero a su vez me niego a estar ligado a ese imbécil por una gilipollez como un anillo de cortejo atascado.
Deberé esperar... esperar a que mis amigos estén a salvo y que el alfa regrese para "hablar". Si encuentro algún mínimo bache, escaparé, pero hasta entonces.... me ocuparé de no morir de los nervios.
No tengo claro cuántas horas han discurrido, solo sé que mis labios sangran y mis dedos casi se han quedado sin uñas de tanto mordisqueo cuando un par de golpecitos en la puerta me provocan un repullo, distrayéndome de la automutilación.
Solo alcanzo a incorporarme en la cama cuando la puerta se abre sin más. Una chica joven, tal vez de mi edad, aparece en el umbral con una bandeja repleta de comida. Deduzco que debe ser cerca del mediodía.
—Hazel, ¿cierto? Mi nombre es Erice, puedes llamarme Eri. Te traigo el almuerzo —informa, alzando la bandeja con una sonrisa en apariencia amable.
La sondeo con recelo. Es una omega pequeña, de rostro algo regordete, mejillas sonrosadas y cabello tintado de rosa pastel. Sus cejas tienen un tono marrón chocolate, pero de alguna manera logran una buena combinación.
—¿Dónde está Moon? —Estoy siendo descortés, pero realmente no me importa. No cuando me encuentro encerrado contra mi voluntad.
—Ah, él ha salido a atender unos asuntos. Vendrá por ti en cuanto acabe.
¿Moon se ha marchado? Eso quiere decir que.... puedo huir. No me será difícil eludir a la omega y puedo arreglármelas para hallar la salida, por más enorme y laberíntico que sea este lugar...
—Rae me pidió que te dijera que ni siquiera pienses en escapar —suelta Eri con sencillez, como si estuviera leyéndome la mente—. Si lo hace, le devolveré el cariñoso gesto que le ofreció a mi cuello, eso dijo.
Deja la bandeja sobre el buró mientras la perplejidad me tira abajo los planes.
—Deberías escuchar a Rae —continúa—, él no es un mal tipo. Después de todo, siempre ha cuidado de ti.
—¿Cuidado de mí? ¿De qué hablas? ¿Y se supone que debo quedarme quieto y paciente solo para oír las bobadas que dice?
Un haz de inquietud surca fugaz el visaje de Erice, quien igual de veloz se retira luego de lanzarme una mirada extraña.
—No es mi deber explicarte por qué estás aquí, pero si me aventuraré a decirte que existe un motivo y que está lejos de ser una bobada.
—Entonces me aseguras que hay un motivo justificable para secuestrarme y mantenerme cautivo sin ningún tipo de explicación previa después de que unas espantosas criaturas destrozaron mi manada y tal vez también a mis amigos... ¿y yo solo debo quedarme aquí y obedecer?
—Sí... y sí. Lo siento, pero ese motivo es tan terrible como para justificar todo eso. Volveré más tarde a recoger la bandeja. Buen provecho.
Vuelvo a quedarme a solas con mi ansiedad. La comida huele bien, pero nada de eso podría pasar por mi garganta ahora.
Tiempo después Erice tiene que llevarse la bandeja tal cual como la trajo, solo que con el bistec frío y la bebida desvanecida. Agradezco que no haya hecho comentarios al respecto. Cuando se va, cojo una de las botellas de agua que se hallan enfiladas contra la pared y me bebo medio litro de una sola empinada.
El colchón me recibe una vez más. Debería darme una ducha... he visto toallas y todo tipo de productos de higiene en el baño, que es más grande que mi propia habitación en el apartamento. También hay ropa en el armario, de mi talle, da la casualidad... Una TV de pulgadas capaces de derretir retinas me enfrenta y debajo de ella advierto una consola de videojuegos de última generación junto con dos decenas de juegos bien ordenados. Es interesante y digno de elogio el cómo han logrado conciliar armoniosamente la tecnología con el estilo victoriano del castillo, pero no es interesante que el cuarto exponga a gritos silenciosos que se encuentra bien preparado para alojar a alguien por un buen tiempo.
Alojar a alguien con mis mismos gustos y características.
Mierda. Esperar es una pésima decisión. Lo lamento, Erice, pero no seré el esclavo de ese demente.
Denodado me levanto y voy hacia la puerta. La omega cerró con llave, por lo que tengo que aguardar a que ella regrese para salir... pero no puedo correr el riesgo de que transcurra demasiado tiempo y Moon vuelva de donde sea que se encuentre. Tiene que ser ahora.
Con los ojos repaso rápidamente el recinto, buscando algo que me ayude a idear mi coartada. Sigo royendo mi belfo mientras camino de un extremo a otro, hasta que mi mente se ilumina cuando entro al baño.
No hay papel higiénico.
Troto hasta la entrada y azoto la puerta con las manos.
—¡Hey! ¡Erice! ¡Erice! —voceo, rogando que ande cerca como para oírme.
Un minuto después siento sus pasos marcando un compás veloz en el pasillo.
—¿Qué sucede?
No entra, se limita a hablarme desde afuera. Moon le habrá advertido de mi carácter, pero no importa... nadie sería capaz de abandonar a un pobre omega en apuros.
—N-No hay papel en el baño y-y.... necesito hacer lo segundo.
—Hostia —bufa—. Espérame un momento.
Ahora sus pisadas se alejan y sonrío laureado, pero el corazón me va a mil por segundo. Me posiciono al ras de la puerta, preparándome para la siguiente fase.
Erice regresa al cabo de un tiempo. El "clic" resuena en mis oídos, la puerta se abre y Hazel acciona. Sorprendo a la omega con un empujón que la hace trastabillar hacia el interior del cuarto en tanto yo salgo y cierro, dejándola a ella presa y a mí en libertad. Giro la llave y echo a correr mientras una sinfonía de chillidos en protesta suena cada vez más atenuada por la distancia.
Detecto la escalera por la cual el niño me guío hacia Moon más temprano y bajo por ella a los brincos, sosteniéndome de la barandilla cada vez que giro en los pequeños entrepisos. Justo cuando creo que escupiré los pulmones, la escalera concluye en un fastuoso salón rodeado de ventanales y alguna que otra estatuilla. Avizoro un impresionante portal frente a mí. ¡Bingo!
Siento alas crecer en mi espalda cuando mis piernas me llevan eufóricas hacia el albedrío, estoy a efímeros metros del exterior, extiendo una mano ilusionado y... el portal se abre de repente en mi narices. Reculo sobresaltado cuando veo a Moon, pero no solo a él, también a Ouran y a unos cuatro lycans más, todos hablando a los gritos y con los semblantes crispados en expresiones fatídicas. Uno de los alfas lleva en brazos a un omega cuya cara demacrada y empapada en lágrimas se contorsiona de dolor.
Ya estoy apabullado, pero termino olvidándome por completo de mi fuga al fijarme en la barriga abultada del chico y en toda la sangre que le mancha las piernas y el borde del camisón.
¿Va a dar a luz?
Moon me atraviesa con una mirada incisiva, probablemente adivinando lo que estaba apunto de hacer, pero la situación parece ser lo suficientemente grave como para no derrochar tiempo y esfuerzos en castigarme. Por ello, me agarra del brazo y me arrastra con ellos.
El omega grita y se abraza a sí mismo y a su cachorro nonato. Huelo el hierro de su sangre y sus feromonas exacerbadas, escucho su corazón bombeando desenfrenado, pero no soy capaz de captar otra vida en él aparte de la suya... es mi sexto sentido, ese que me causa terribles presentimientos, el que me confirma que no hay un segundo corazón que lata dentro de ese vientre.
Su cachorro ha muerto.
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