☽ Capítulo 33 ☾


6 meses después

Junio de 1905

Territorio norte de Haera, Delaude.

—No temas.

—Nos alejarán. Nos obligarán a hacerlo.

—Confía en mí.

—Lo hago —asegura Haridyen. Empina el mentón de manera solemne, haciendo frente a la multitud de ceños arrugados y miradas severas que los aguijonean desde todos lados—. Pero no eres un dios... aunque lo parezcas. —Se le escapa una genuina sonrisa que se derrumba demasiado pronto—. Son muchos, estoy preocupado...

—Hoy no necesitamos un dios, necesitamos un diablo.

Haridyen niega con la cabeza resignado, sus comisuras pujando hacia arriba nuevamente al verse contagiadas por el rostro risueño de su Arcano.

—Estoy comenzando a creerme eso de que somos herejes.

—Si van a acusarnos, al menos démosles una razón, ¿no crees?

El pelirrojo suspira.

—Moon...

—¿Sí?

—Te amo.

Apenas acaba de expresar su cariño, Haridyen se ve sorprendido por los musculosos brazos de su compañero, quien lo envuelve desde atrás. Un beso aterriza en su sien y otro sobre la esquina de sus labios. Las mejillas le arden por la muestra de afecto en público, aunque cierto regodeo le nace rebelde y belicoso al advertir las muecas de asco de los espectadores. Le devuelve el beso a su alfa, esta vez con lengua incluida.

—¿Estás jugando con mi mísero autocontrol? —gruñe por lo bajo Raegar.

Haridyen le muerde el labio en una confirmación muda y, tras aquel flirteo desvergonzado y cómplice, continúan su camino al salón donde la Suprema Corte los espera. Donde su sentencia los espera. Ninguno de los dos duda sobre la tirria con la que los jueces han forjado el dictamen. Todos los odian, incluso en su manada. Su declaración de amor el día del ascenso de Raegar a líder bastó para que pasaran de ser héroes laureados y ejemplos a seguir a vulgares herejes sexualmente perturbados, la vergüenza de su raza, la mácula mundana entre los magnánimos herederos de los dioses.

Cuando irrumpen en la sala todos los allí presentes hacen silencio. Dos lugares se encuentran libres para ellos en uno de los extremos de la larguísima mesa rectangular que ocupa el centro. Se encaminan hacia sus sitios sin saludos y sin rodeos. A Raegar le entran ganas de reír. Los semblantes agrios de todos esos tíos le recuerdan al de Tymael cuando él, luego de su ceremonia y "coronación" hace una semana atrás, tomó a Haridyen y le plantó un beso en la boca delante de tres cuartas partes de la población de Arvandor. Luego se encargó personalmente de ventilar su relación y con esa fresca sencillez se desmanteló toda la farsa de sus emparejamientos con Gin Lannvriel y Artemis Canzenatty. Todo lo que se desató después empezó con "C". Conmoción. Caos. Cólera. El clamor indignado de su manada. El crúor pintando de furia las mejillas de Tymael. La confusión de su madre. La celeridad del corazón de su amado. La celebración en la sonrisa reprimida de su envidioso hermano. Nunca había hecho algo tan... liberador. Estuvo de puta madre.

Haridyen está a punto de efectuar otra negación con la cabeza al sentir en su propia piel el gozo burlesco de su alfa, pero se detiene porque le parece ridículo negar cuando él también apoya el sentimiento.

—Damos comienzo con el juicio.

La voz de uno de los tres jueces a cargo reverbera por la sala. Haridyen entonces se fija mejor en la gente que ocupa el resto de los asientos. De un lado, todos los representantes de los gremios de magos del continente; del otro, algunos lycans que desconoce y los demás jueces. El encargado de brindar el dictamen es el alfa que se sienta en el extremo opuesto de la mesa.

Sus ojos continúan midiendo el entorno. No se inmuta al conectar miradas con sus compañeros Cadenas ni con sus Arcanos. Ellos tampoco. Haridyen no tiene idea de lo que puede estar transitándoles por la cabeza en este momento. ¿Vergüenza? ¿Asco? ¿Desaprobación? O quizás... ¿comprensión? ¿Compasión?

—Raegar Wealdath y Haridyen Ghenova han violado tres de las primordiales cláusulas del Código de los Arcanos y Cadenas —prosigue el juez, su timbre bronco y su expresión inclemente—. Estas cláusulas fueron concienzudamente pensadas e impuestas para el beneficio de nuestra raza, para su protección, integridad y dignidad y en honra de los dioses. Korreim...

El segundo juez toma la palabra.

—Procedo a nombrar las cláusulas infringidas. Primera cláusula. El obrar de los Arcanos y Cadenas, tanto en acto físico como mental, será siempre en aras de la gloria y el honor de...

«Quieren enviarme a Tera durante tres años para depurarme en confinamiento.»

Haridyen parpadea rápidamente, algo sobresaltado por la irrupción de Raegar en su mente. Disimula con destreza, pero la bilis ha comenzado a escalar por su garganta.

"Para ti tienen pensado algo similar, menos agresivo. Dejarán que te quedes en Arvandor pero te lavarán la mente. Necesitan desvanecer en la medida de lo posible nuestros lazos. Son tan patéticos..."

Casi puede oír la risa mofosa tras las palabras de su Arcano, vaporosas y profundas dentro de las lindes de su cabeza. Desearía al menos gozar de una porción de esa soltura despreocupada para dejar de sentir que los tendones del cuello se le queman y desmenuzan. Controlar las bascas en estas instancias le parece utópico, por mucho que trague y se mentalice.

De fondo, el juez continúa recitando.

—...en defensa de los lycans, hijos de Cerbero y Eón. La tercera cláusula, estrechamente vinculada a las otras dos, fue, además de patentemente infringida, difamada. Los Arcanos y sus Cadenas tienen absolutamente prohibido el mantener relaciones de índole romántica y sexual con su compañero Arcano o Cadena. Se abstendrán a pecar de todo acto voluptuoso y de capitular ante las ominosas pasiones mundanas a fin de dirigirse por el camino que los dioses han trazado, para la conservación del linaje sagrado y la pureza del alma.

Los ojos de Raegar amenazan con rodar a la parte posterior de su cabeza en una expresión de puro hastío. Sin embargo, cuando el primer alfa que habló retoma la palabra, decide que ha llegado el momento de prepararse y mantiene sus pupilas alineadas a su objetivo. El par de círculos negros oscila cuando el dictamen formado a priori en la mente del juez se alista para ser verbalizado. Haridyen percibe el prana de su alfa mutando; se vuelve caliente, intrusivo e insidioso, pero sabe que nadie además de él puede percatarse de ello.

—Su afrenta fue directa y explícita, consciente e incluso buscada, por lo que el tribunal ha decidido omitir la instancia de su defensa. ¿Objeciones?

Nadie abre la boca. A Haridyen le genera una enorme impotencia que se les haya sustraído incluso su derecho a defenderse. En verdad, la situación en general lo ahoga de rabia, pero ya habían conversado al respecto con Raegar. Pasaron horas, días, meses hablando de ello. Él le advirtió lo que podría llegar a suceder, predijo con exactitud las actitudes de sus verdugos y el ramaje de posibilidades. Ninguno de sus vaticinios fue positivo. Aun así, su seguridad nunca flaqueó. Se arriesgaron, por su amor, por su futuro. Luego de haber probado la gloria de estar juntos, ya ninguno de los dos iba a conformarse con matices, eso les quedó claro. O todo, o todo. Lo tendrían todo de cualquier manera, a través de cualquier método, no importaba lo sucio que este fuese. Pasarían por encima de cualquier obstáculo. Haridyen simplemente debía guardar silencio y fingir templanza. Raegar se encargaría de las ilicitudes, pues no hallaron ningún medio inocuo para conseguir la añorada libertad, por lábil que esta sea.

—Bien. —El juez carraspea antes de proceder con su parte favorita—. Su deslealtad ha traído vergüenza a nuestra raza, sin embargo, los dioses son piadosos.

Haridyen reprime otra mueca. ¿Piadosos? ¿Los dioses? Bueno, pues, piadosos su culo. Sigue oyendo con las manos empuñadas.

—El cumplimiento de su sentencia significará la expiación por sus reprobables actos. Raegar Wealdath —nombra el alfa alzando la voz, el disgusto mal disimulado le hace sonar como un cuervo graznando—, en nombre de los dioses y por decisión conjunta de esta Alta Corte, serás condenado a...

El juez comienza a balbucear como idiota. Miradas extrañadas se van alzando paulatinamente hacia él.

—Serás condenado a... tu condena es...

Una gota de sudor frío resbala por la nuca de Haridyen. Su Arcano está moviendo las piezas del tablero, torciendo salvajemente su destino. Está usando las artes mentales, no solo en el juez parlante, sino en los veintiún lycans presentes en el juicio. El pelirrojo advierte la confusión reptando por los semblantes ceñudos, la observa en los ojos obnubilados y la oye en la vacilación de su árbitro.

A su lado, Raegar luce impasible, fresco como hierba tierna y verde. Por dentro, en cambio, se despelleja y disuena como engranajes oxidados. Haridyen se muerde el labio, asustado. El dolor y el esfuerzo de su compañero le oprimen el pecho y adormecen su piel; aquella magia dura y cáustica es un arma de doble filo. Destroza al enemigo, pero no tiene reparos en volverse contra su portador, es ambivalente, traicionera.

Cuando su labio acaba agrietándose bajo sus dientes, solloza silenciosamente y se aferra a la fe, esa que conoció cuando conoció a Raegar. La que no morirá ni aunque la muerte los separe, porque se buscarán incluso cuando no haya cuerpo que encontrar y seguirán al otro hasta el Averno si los dioses les niegan la entrada a su templo.

Tras algunos segundos de hecatombe mental, los pensamientos del juez vuelven a hilvanarse en un mapa completamente distinto. Al fin puede proseguir. Haridyen repasa la mesa, nadie parece haber captado la peripecia, ni en el juez ni en sus propias mentes, pues los idiotas bajaron la guardia desde que los Wealdath "renunciaron", varios años atrás, a las artes mentales. Suelta un suspiro trémulo que se interrumpe a la mitad.

Kieran Wull los está mirando fijamente. 

Sus ojos no se ven perdidos ni tampoco iluminados con una nueva organización mental como todos los demás.

Mierda. Mierda, mierda.

Están jodidos.

De fondo, su condena se reanuda.

—Serás enviado a Hermajara, al pie de las Escaleras al Olimpo, y meditarás durante un año sobre las implicancias de su deshonrosa falta en la Colina de las Ánimas. Ningún techo te amparará. Vivirás durante ese tiempo como un ánima más, hasta que tu alma sea pulida y drenada de lascivia y magia negra. En cuanto a ti, Haridyen Ghenova, permanecerás en Arvandor, te someterás a idéntico proceso de depuración y continuarás tu entrenamiento en solitario. No podemos inculpar a su pueblo y dejarlo vulnerable por una falta que cometieron ustedes, mucho menos en estos tiempos difíciles. Nadie necesita más preocupaciones. Haridyen, te encargarás de proteger a tu manada y la liderarás temporalmente hasta que Raegar culmine su expiación.

El corazón de Haridyen bombea demasiado rápido. El castigo que su compañero ha implantado en todos esos cerebros le sigue pareciendo sádico, en lo que a Raegar respecta. Pasar un año en la cima de una montaña peligrosa, con decenas de grados por debajo del cero y a la intemperie es, en resumidas cuentas, una locura y un suicidio. ¿Por qué demonios se ha decidido por semejante calvario? Y mientras tanto, él seguirá a salvo, cómodo y tranquilo en su propio hogar. La rabia va a dejarle los colmillos rasos de tanto molerlos contra el resto de sus dientes. Le lanza una mirada indignada a Raegar, pero en eso se topa nuevamente con los irises dorados de Kieran. Se remueve nervioso a la par que el juez sigue parloteando algo sobre la inocencia de Gin Lannvriel y Artemis Canzenatty, otra falacia implantada por Raegar para librar del reproche social a sus secuaces.

—Por último, y condición indispensable para cerrar este juicio; el resto de los herederos de las familias Wealdath y Ghenova deben estar dispuestos a continuar con el linaje para que La Llave no se coagule. Serán citados la próxima semana para pactar un tratado de sangre a fin de reparar el que ustedes quebrantaron. Si sus hermanos se niegan a procrear... —El juez les dirige una mirada acerba. Se pellizca el puente de la nariz segundos después—. Bien, eso quedará para otro juicio.

—Phaeron Wealdath y Hanna Ghenova se han comprometido a tener descendencia —sentencia Raegar, árido y ronco.

—La palabra de sus familias ha perdido credibilidad y la confianza de nuestra raza, empero, pondremos nuestra fe en ellos. ¿Acotaciones, dudas, quejas o comentarios?

Haridyen se mutila los interiores de su boca en los silenciosos minutos siguientes. Su arritmia roza el paro cardíaco cada vez que Kieran parpadea para humedecerse los ojos... ese par de esferas doradas que lo están horadando como lanzas invisibles. Parecen pasar horas hasta que el juez da por finalizado el juicio y el oxígeno logra retornar a sus pulmones arrugados como pasas. Kieran no los delató. Sumamente extraño, como un milagro, porque el pelirrojo tiene la certeza de que el Arcano de Tierra descubrió su crimen. La consciencia se mantuvo siempre diáfana en el oro de sus ojos.

Son los primeros en abandonar la sala. Haridyen teme acabar de morros en el piso y hacer el ridículo, pues apenas siente las piernas y lo poco que capta de sus extremidades es un hormigueo frío y jodidamente molesto. También lo siente en el cuero cabelludo, en los labios y en la lengua. Si llega a sus pulmones, desembocará en un potente ataque de pánico. Se esfuerza por ralentizar su pulso mientras surcan por segunda vez los luminosos pasillos del Palacio de Justicia de camino a la salida. Tiene que tallarse los ojos una, dos y tres veces para aclararse la vista turbia, pero la paupérrima claridad ganada no ayuda en nada a mantener a raya la distorsión que le marea. Los pasillos ondulan y las paredes lo absorben. Raegar sale corriendo tras él cuando pisan finalmente los pomposos jardines y le soba la espalda mientras lanza el contenido de su estómago a los pies de un arbusto relativamente alejado del gentío. Tose y otra arcada hace que sus mejillas se cubran de lágrimas. Una risa amarga quiere colarse entre sus gorgoteos cuando su Arcano se inclina a su lado y riega el arbusto contiguo con su propio vómito, entremezclado con la sangre que le mana de la nariz.

—Esto... es una mierda —evidencia el pelirrojo, esbozando una mueca de dolor cuando sus palabras hacen vibrar su garganta maltrecha.

Raegar respira agitadamente, ladeado y con las manos aferradas a sus rodillas para descansar la espalda. El Arcano observa el desecho de su organismo abrillantando la hierba, preguntándose con ironía si lo que acaba de largar son en realidad sus sesos. Lleva un carnaval en la cabeza, con bombos y monos azotando platillos.

—Lo es... pero lo logramos.

—¿Morirte de hambre y de frío en una cumbre de seis mil metros es un logro para ti? —Haridyen se muerde los labios y su nariz lanza un resoplido—. Demonios. No puedo creerlo.

—La condena tiene que ser creíble —le responde tajante Raegar.

—¡Lo que necesito es a ti, vivo y a mi lado! ¡No quiero un novio muerto! Joder.

—Cálmate.

Haridyen se endereza y tira de sus cabellos colorados en un afán de arrancarse la desesperación junto con ellos.

—Maldito loco, ¡¿cómo quieres que me calme?

—¿Preferías que me enviaran a Tera y que nos convirtieran en un par de zombies estúpidos y obedientes? —Raegar se frota la boca con la manga para limpiarse la sangre y la bilis antes de enfrentarlo—. De todos los posibles resultados, hemos obtenido el mejor. Lo logramos. Seremos libres. Estaremos juntos.

—¿Bajo tierra? —espeta mordaz.

—Haridyen.

—Maldita sea... Kieran nos descubrió.

—Lo sé. Los Wull saben de artes mentales, levantó un bloqueo en su mente antes de que pudiese entrar en su cabeza. No fui capaz de romperlo sin descuidar al resto.

—¿Qué haremos? ¿Qué hará? —Suelta sus mechones y barre con sus palmas sus mejillas, presa de la desesperación.

—Nada —contesta alguien a sus espaldas. Ambos se giran hacia Kieran. Viene solo, tanto de compañía como de expresión, con esa ecuanimidad típica de los Wull. Un silencio tenso se abre y las náuseas de Haridyen regresan—. No me involucraré con la ira de los dioses.

—¿Y por qué estás aquí? —mide el Arcano de Fuego, perspicaz.

—Para advertirles.

—No hay nada que no hayamos considerado ya.

El oro en los orbes de Kieran colisiona con el rubí de los de su hermano Arcano. Raegar prensa la mandíbula, vislumbrando en la mirada ajena un mensaje encriptado.

—Sus decisiones están torciendo el rumbo de los astros a favor de una criatura maliciosa. No estarán preparados para lo que se avecina. Ni ustedes, ni nadie.

Una sonrisa torcida apuñala la mejilla de Raegar.

—Si somos capaces de torcer el rumbo de los astros, apuesto a que podremos con cualquier destino.

Haridyen sonríe de manera inevitable. La confianza de su alfa es avasallante, incluso envalentona otra sonrisa de parte del Arcano de Tierra, quien asiente sutilmente y se voltea para marcharse.

—Gracias... —le dice Haridyen apresuradamente—. P-Por no delatarnos.

El heredero de los Wull le devuelve una expresión insípida, para variar.

—No lo tomes como un favor, Ghenova. Si tu Arcano vuelve a meterse en la sagrada mente de mi Cadena, le patearé el culo y ya no serás el único con el trasero adolorido.

El bochorno le enciende el rostro a medida que procesa la última oración del moreno, que ya se ha convertido en un punto borroso en la lejanía.

—¡¿Qué demonios quiso decir con eso?! —chilla indignado. La risa ahogada tras los labios apretados de su Arcano lo cabrea aún más.

—Quién sabe. Los de Zyur están todos dementes. —Raegar lo enlaza por la cintura y le asesta un beso sobre la sien—. ¿Qué te parece si vamos por un café, llamitas? Necesito asentar el estómago.

—No me digas así. Suena estúpido —refunfuña Haridyen, dejándose llevar por aquel brazo férreo.

—Eres de fácil combustión, creo que es perfecto para ti.

—No me hagas tener que cumplir con la amenaza de Kieran. Realmente quiero patearte el culo en este momento.

—Oh, ¿quieres hablar de culos?

—Basta.

—Tengo planes para el tuyo esta noche.

Una patada acaba volando al trasero del Arcano, quien la esquiva por un pelo y echa a correr con ambas manos protegiendo sus nalgas. Haridyen le da caza, bufando palabras soeces y con la vena marcada, sintiéndose tan agobiado como liberado. Hay mucha dulzura en su desazón.

Por fin podrán estar juntos.

Finalmente podrán abrazar el amor sin montajes de por medio; no les importa las espinas y el veneno que ese capcioso sentimiento entraña ni la vendetta del afuera. Si tienen que desorbitar a los astros y crear una nueva galaxia, lo harán. Por ellos. Por su amor.

6 meses después

Noviembre de 1905

Territorio sudeste de Haera, Arvandor.

Si el cuerpo de los lycans está compuesto en su mayoría por agua, el de Haridyen lo está por estrés. Estrés se ha convertido en su segundo nombre, en su sombra y en su amante —lo siente mucho por Raegar—. Haridyen desayuna estrés y se va a dormir con él.

—Cariño... te quedarás calvo.

—¡Pues bien! —Poco le importa ser confundido con un oriundo de Nikerym.

—Puedo ayudarte a organizar el papelerío...

—Estoy bien.

—¿Quieres que le diga a tu padre que venga a...?

—No, no, madre. —Resuella y se rastrilla el cabello con los dedos agarrotados—. Vete.

Kloe se muerde el labio, preocupada. Este es uno de los peores días de su hijo luego de la partida de Raegar hace ya cinco meses. Haridyen ha tenido muchos peores días desde entonces. Las primeras semanas que el Arcano la pasó fuera cumpliendo su condena fueron catastróficas, traumáticas y desorganizadas para su pequeño de casi diecinueve años. Todo el peso de la responsabilidad de liderar una manada cayó sobre sus hombros, agregándose a aquello la soledad que ocupó el lugar de Raegar y el terror por no volverlo a ver. Después de todo, sobrevivir en ese infierno helado sin techo y alimentos es quimérico, un delirio irrisorio. Tymael Wealdath tampoco colaboró con la frágil estabilidad emocional del nuevo y provisorio líder de Arvandor. El hecho de que la Suprema Corte haya elegido al "puto pequeñajo pelirrojo" como reemplazo de Raegar en lugar de restituirlo a él fue un duro golpe a su orgullo. A Kloe aún le hierve la sangre al recordar aquellas palabras despectivas de quien fue el Arcano de su alfa para con su hijo. Ese maldito cerdo impotente y narcisista necesita de una buena paliza o patada en los cojones, y Kloe siente verdadera pena por Vyanlu, el pobre diablo al que le tocó el triste destino de ser compañero de ese cretino. Siente pena por todos los Wealdath, en verdad, hasta por el mismo Tymael, porque alguien tan despreciable simplemente no puede ser feliz. La ambición y el exagerado amor propio necrosan la felicidad.

Kloe simplemente necesita mantener lejos a esa víbora con patas de su familia. La difamación pública de su hijo fue la situación perfecta para lograrlo. Pidió a la Corte y a Harry —su alfa y anterior Cadena de Fuego— que se le negara a Tymael el acercamiento a su hogar —actualmente la nueva "casa de gobierno"— apelando al Código Civil. La Corte no puso objeciones. Tampoco Harry. A nadie le cae bien Tymael, y el odio popular acumulado a lo largo de los años superó en creces al rechazo que Haridyen y Raegar despertaron en su pueblo luego de exponer su relación. Kloe siempre apostó por todo lo que hacía sonreír a su maravilloso hijo y luchó con garras y dientes contra lo que osaba amedrentarlo. Por eso aceptó con una enorme sonrisa el amorío de Haridyen con su mejor amigo, por eso espantó al cabrón de Tymael, y por eso ahora se encuentra enredada en un tremendo dilema.

No puede espantar al rey de los vampiros. Por mucho que su visita programada para ese mismo día atormente a su querido niño, la situación se escapa completamente de sus manos. Haridyen, así lo quiera o no, ahora es el líder de la manada, y uno de sus deberes es atender cuestiones políticas y evitar los conflictos que en la mayoría de las veces derivan de ellas.

Kloe sale velozmente del cuarto que Hari y ella improvisaron como "despacho del líder" y regresa a los pocos minutos con una tasa de café negro y dos muffins de arándanos. Su hijo tiene la frente adosada a la superficie de la mesa, de lado a una gran montaña de papeles. Sus hombros deletrean abatimiento. La omega hace una mueca, la desdicha de su cachorro crece abismalmente a cada segundo que pasa y a la par la de ella también acrecienta.

Deposita la bandeja con el refrigerio en el único hueco que encuentra en la atestada mesa, tomando la precaución de no hacer ruidos innecesarios. No es que esté exagerando. Haridyen se ha vuelto desmesuradamente susceptible a los cambios de toda índole. Un solo tintineo de la taza podría desencadenarle una psicosis en este momento.

—Mamá... —grazna el alfa.

Ella da un saltito y enseña los dientes apretados en una mueca nerviosa. Puso su mayor esfuerzo en ser silenciosa, pero tal vez no fue suficiente para los oídos hipersensibles y la mente irritada de su joven lobo.

—L-Lo siento, ya me voy...

—Extraño mucho a Mo... a Raegar...

Haridyen levanta la cabeza. Lágrimas gordas y desgarradoras perlan sus cachetes enrojecidos ya por la angustia. El corazón de Kloe se desbarranca.

—Oh, mi niño. —Zumba hacia él para aprisionarlo en un abrazo contenedor. El alfa solloza y sus hombros se baten, pero encuentra refugio en el calor de su madre, en sus ojos ambarinos, clones de los suyos, y en el sedoso cabello castaño que cae sobre su cara haciéndole cosquillas.

—Él es inteligente, sabe cómo lidiar con estas cosas... p-pero y-yo soy un inútil...

—¡Haridyen! —chilla furiosa, como si la ofensa hubiese sido dirigida a su propia persona. Su hijo la ignora, enfrascado en sus melancólicas divagaciones.

—¿Cómo hace? Es decir, todo le sale bien... vale, no todo, apesta cocinando. Yo igual. —Ríe, su cabeza moviéndose suavemente de un lado a otro—. La cocina de nuestra casa grita cada vez que nos ve acercarnos... las hadas también.

Kloe frunce el ceño, totalmente ajena a lo que su pequeño expresa en su monólogo. ¿Nuestra casa? ¿Hadas? No identifica si el chico está delirando o confesando un interesantísimo hecho, sea consciente o inconscientemente.

—Él es... perfecto. Es un perfecto demente, sarcástico y petulante y lo amo. Y-Yo... lo necesito conmigo... no sé cómo hacerlo sin él... ¿E-Está mal? Lo que siento por él y lo que él siente por mí, ¿realmente es tan asqueroso y abyecto, madre? ¿Por qué hemos sido castigados? ¿Por nacer amándonos? ¿Porque vamos a morir aún haciéndolo?

La voz le tiembla. La de la omega demora en salir, obstruida por el nudo en su garganta.

—El amor... es la más alta utopía y el mayor enemigo de los dioses —responde Kloe en un susurro delicado—. También el de los hombres. Muchos mueren buscándolo, otros mueren cuando lo encuentran y los más desafortunados mueren cuando lo pierden... mientras que para otros, amar significa vida. El amor da y arrebata. Es antítesis, gloria y dolor. Es bien y mal. —Acuna las mejillas de su cachorro entre sus manos. Se miran, dos almas mostrándose desnudas ante la otra—. No seas como los dioses, corazón. No debes temer al amor ni sucumbir ante él. Hazlo tuyo. Súfrelo. Siéntelo. Deja que te posea y luego dómalo para que sea tu corcel.

—No sé dónde me llevará, madre...

—No tienes que saberlo. Solo disfruta el paseo, cariño.

Haridyen finalmente sonríe. El mismísimo sol parece descender a la Tierra.

—Ya entiendo por qué padre se enamoró de ti.

Los labios sonrosados de Kloe forman una línea recta, su mirada se desvía y el pelirrojo alcanza a advertir motas de tristeza opacando los irises licorosos.

—Tu padre jamás se enamoró de mí. Estuvo ocupado amando a alguien que le teme demasiado al amor. —Kloe le besa la coronilla antes de apartarse y caminar hacia la puerta—. Lucha por lo que amas, Har. Aunque mueras por ello, seguro habrá valido la pena. Vale, no, olvida la parte de morir, eso no lo tienes permitido.

Los ojos del joven alfa permanecen anclados a la madera de la puerta luego de que su madre lo deja a solas con su papeleo, su café humeante y sus reflexiones, cuantiosas y neblinosas.

Presiona su entrecejo con el talón de sus palmas en un intento de mitigar las dolorosas punzadas internas. No tiene tiempo ahora para preocuparse por la calidad de la relación de sus padres. Tampoco quiere preguntarse por el supuesto verdadero amor frustrado de Harry, su progenitor, porque presiente que la respuesta le joderá su ya deplorable salud mental. Y es que ya se encuentra lo suficientemente trastornado por la ausencia de su alfa y por la presión de sus deberes-castigo.

Suspira y abre su cuaderno de anotaciones para repasar la hilera de "puntos a tener en cuenta para negociar con vampiros", la cual escribió meses atrás mientras Raegar le platicaba sobre sus reuniones con Vlad Drăculea y el peculiar carácter del emperador vampiro.

—Bien... puedo manejarlo. Usar pocas velas; nada de luz artificial; dejar las cortinas abiertas —tararea—; no bostezar y no incomodarlo con preguntas personales. Lo tengo. Servirle sangre A negativo; quitar los espejos; nada de contacto físico... hostia. ¡Como si fuese capaz de arrimársele a esa endemoniada criatura sin sentir arcadas!

Coge la taza de café y se lo zampa para pasar el asco. Acto seguido fuerza en su boca un muffin entero, sintiéndose orgulloso por su capacidad bucal. Tantas mamadas al fin dieron sus frutos.

Los muffins y el café van a parar al retrete tiempo después. Los ejercicios de control de ansiedad también.

Haridyen se escora por tercera vez para toser hiel y fuego. Tiene la garganta lastimada y otra preocupación se incorpora al tropel: la de haber perdido la voz junto a toda su valentía, justo cuando más necesita de ambas.

Cuando cree haber vomitado hasta su espíritu, se endereza tomando grandes bocanadas de aire y como cachorro recién nacido trastabilla tembleque hasta el lavabo. Se enjuaga la boca y la cara y sale desmadejado del cubículo, arrastrando los pies para marchar de mala gana hacia la reunión. Se detiene desconcertado y un tanto más nervioso al ver a su padre en el umbral de la puerta, con un hombro reposando sobre el marco y su mayestático rostro embebido en seriedad.

Haridyen cuadra los hombros y endereza la espalda, disimulando su penosa situación de mierda. Cae en la cuenta de que no lo logró cuando Harry arquea las cejas.

—Lamento la demora, ya estoy listo.

Se reconcome ante el mutismo de su progenitor y bajo su agudo escrutinio, y no le ayuda el hecho de que el alfa sea el ser mundano más hermoso y prodigioso presente en la superficie terrestre —después de su amado Arcano, por supuesto—. A pesar de ser alfa, Harry es delgado y estilizado, no demasiado alto y su piel se asemeja a la porcelana, tan pura y nívea que le daría envidia hasta a los querubines del Olimpo. Pero lo impresionante no es la albura de su piel ni su delicadeza inusitada, sino el cómo esa belleza fría es salvajemente corrompida por la expresividad de sus ojos añiles y su cabello de tono sangriento, afín al suyo.

Cada vez que se pregunta cómo diablos le hizo su padre para aguantar al demonio gilipollas de Tymael Wealdath durante tantos años, acaba sintiendo una enorme compasión, pero no por Harry, sino por Tymael. A fin de cuentas, este último ataca y destruye como lo haría un huracán: arrasando todo a su paso sin miramientos. En cambio, su padre, como bien sabe Haridyen, también es capaz de destruir, solo que su método se asemeja más al veneno. Puede oler y verse maravilloso mientras mata inadvertidamente. Es impredecible y sus enemigos ineludiblemente terminan gravitando hacia él, resignados a desistir frente a su mortífera gracilidad. Tymael debe de habérselo pensado más de dos veces antes de hacer alguna estupidez que desagradara a su Cadena, y es por esa misma deducción y cierto rumoreo que Haridyen concluye un axioma: en realidad Tymael jamás fue un cabrón desalmado con su padre.

Por algún motivo aquella afirmación le genera una sutil incomodidad.

—Haridyen.

—No tienes que sermonearme ni darme consejos, padre. Para eso está mamá. —La cabeza aún le da vueltas alrededor del "amor no correspondido" de Kloe con su padre.

Su incomodidad se transforma en turbación.

—Vlad Drăculea solicitó que la reunión se realizara en nuestra casa, contigo, en lugar de llevarla a cabo en el castillo de los Wealdath como se ha hecho por generaciones.

—No ayudas —masculla. ¿Por qué diablos Drăculea se está interesando en él? Le pone el maldito vello de punta.

—No pretendo ayudarte, solo recordarte tu posición. Eres un cachorro grandote, caprichoso y demasiado mimado. Todo lo que estás pasando será una excelente lección para el futuro.

Haridyen se sonroja, su orgullo alfa herido. Quiere replicar pero ¿qué podría acotar frente a la dura verdad? No es más que un cachorro llorón y abandonado sin su Moon.

Oye a Harry suspirar. El alfa gira hacia el pasillo y con una seña le pide que lo siga. Haridyen lo hace casi rezongando, y como él también es jodidamente malicioso y vengativo cuando le pican el ego, los bordes de su lengua se afilan y canturrean una polémica pregunta.

—¿Te has acostado con Tymael?

El semblante de su padre continúa impasible, mas no sus ojos, que le lanzan una mirada penetrante y fiera como el mar embravecido. Haridyen no tiene idea de por qué ha preguntado semejante horrorosidad. Es decir, ugh, ni de coña desea enterarse de la vida sexual de su padre. Si la respuesta es afirmativa, en lugar de la buscada vendetta lo único que ganará será otro trauma.

—O-Olvídalo —se retracta.

—Solo le he chupado la polla.

—¡Oh, por Dios! ¡Q-Qué demo...! Oh, joder... —Haridyen apresura sus piernas hasta que su caminata se transforma en un trote y su trote en una huída desesperada, inútil, pues el trauma ya está establecido.

Agarrándose la cabeza se dirige hacia el lugar de encuentro con el rey vampiro para comenzar la reunión, ahora deseoso de estar presente para distraerse y lograr borrar de su memoria el último minuto de su vida. Para su desgracia, su mente morbosa no cesa de reproducir a un excitado Harry despeinado, succionando lo que sea que el asqueroso de Tymael tenga entre las piernas. Haridyen desfallece entre gimoteos de terror.

Ya nada volverá a ser igual.

Ya no volverá a ser el mismo jamás.

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