☽ Capítulo 31 ☾
—Cariño, ¿por qué tienes esa cara?
Haridyen no contesta. Ni siquiera le ha dedicado una verdadera mirada al chico que le acompaña desde que entraron en la habitación.
—Har...
—Solo chúpala.
—Oh, ya veo, bien... haré que se te quite ese humor del demonio.
El omega le agarra la polla y lo masturba con presteza, le besa el cuello y se penetra a la par con sus propios dedos, gimoteándole obscenidades en la oreja. Más que caliente, a Haridyen se le hace jodidamente molesto. A pesar de ello, sabe que el problema no es realmente el pobre omega... el problema es el cabrón de Raegar. Haridyen no puede creer que le haya abandonado en su cumpleaños, le duele infinitamente que su Arcano y mejor amigo haya priorizado una estúpida reunión mientras a él lo pateaba al segundo plano. Haridyen se siente traicionado, siente que su vida es una mierda y que nada vale la pena. Se siente solo, miserable y devastado, odia a Raegar, odia al omega que ahora le está chupando las bolas y odia todo lo que le rodea. Joder, no se soporta ni a sí mismo.
El chico, un castaño de lindos ojos verdes que le estuvo coqueteando toda la noche y cuyo nombre no recuerda, endereza la espalda y lo mira con el rostro levemente contraído.
—¿Estoy haciendo algo mal? Solo dime, haré lo que a ti te guste.
Solo entonces Haridyen se dispone a echarle un vistazo consciente. El omega luce amargado e incómodo. Haridyen no tiene idea de cómo explicarle que la causa de su polla flácida no es su falta de habilidad o belleza, sino un desengaño a manos de su Arcano que le carcome el corazón.
No quiere actuar como un patán.
—Lo lamento. —Se cierne sobre el cuerpo del chico y lo tumba sobre el colchón, robándole un gritito de sorpresa erotizado.
Luego lo voltea para dejarlo boca abajo y mete su mano entre los pliegues del trasero gordo hasta dar con su agujero empapado. Inserta dos y luego tres dedos que hacen plañir de placer al omega. Haridyen cierra los ojos e imagina lo impensado. En su cabeza, el que está en el lugar del chico es él, y el que está en su lugar es... se le escapa un gemido y su pene se para, duro y pulsante. Muerde sus labios, tanto por la excitación como por la vergüenza que sus ominosos pensamientos le producen.
El castaño le ruega a gritos que lo tome, pero Haridyen solo se escucha a sí mismo pidiéndole lo inconcebible a su Arcano. Monta al omega y empuja las caderas hasta que las paredes apretadas de su interior se cierran alrededor de toda su rígida polla.
—¡Oh, sí, alfa!
El chico se estremece y lubrica abundantemente. Haridyen suelta un suspiro tembloroso, sale del recto goteante y vuelve a abrirlo de una brusca estocada, oyendo la voz gemebunda y quebradiza del omega cada vez más ahogada por su imaginación. Ahora Raegar está recibiendo su polla en su boca, chupándosela mientras le mira con esos impresionantes ojos infernales. Esa voluptuosa imagen lo arrastra al límite y le deja el nudo hinchado como una pelota de tenis.
—A-Ah... ¡Raegar...!
Haridyen se queda tieso con la boca abierta y los ojos saltones.
No puede ser. No puede habérsele escapado, mucho menos en una situación como esta. El omega lo mira confundido por sobre su hombro, sus párpados cada vez más abiertos por la estupefacción hasta que sus ojos quedan redondos como los suyos.
—Oh... —murmura aturullado el omega, como si en ese instante hubiese descubierto de sopetón todos y cada uno de los secretos del universo—. No sabía que tenían ese tipo de relación...
Haridyen gesticula y tartamudea evidentemente expuesto.
—N-No es lo que piensas. —El chico alza una ceja, incrédulo—. Sé que ha sonado raro...
—¿Raro? —Lanza una risotada sinceramente divertida—. Bueno, sí, ha sonado bastante raro... ¿te gustan los alfas?
Haridyen nunca lo había pensado de esa manera. No es que le atraigan los alfas... pero tampoco le atraen mucho los omegas. No entiende siquiera el por qué está follando en este momento, y de repente siente un enorme vacío en su espíritu. Su pene pierde toda reciedumbre dentro del trasero del omega. Sale de él y se sienta a su lado, frotándose el rostro vencido.
—Lo siento... esto es un desastre. Será mejor que te vayas.
El chico se levanta y comienza a vestirse sin objeciones.
—Puedes pasar al baño, si deseas...
—No, está bien.
—No malinterpretes mi relación con Raegar... solo nos une la amistad y el deber.
—No te preocupes, no tienes que explicarme nada. Tampoco abriré la boca.
El alfa asiente, pero la vergüenza le pesa como si llevase un muerto en la espalda. Aun así se apea de la cama para acompañar al castaño a la puerta.
—En fin... si alguna vez quieres intentarlo de nuevo, envíame una carta o un silfo. Esos fueron los dos minutos más calientes de toda mi vida.
—Oh... sí, claro —contesta lánguidamente Haridyen. No está seguro de si tomarlo como un halago o como una burla. Da igual. En este momento se encuentra demasiado liado como para que le importe.
—Vale, entonces... adiós.
El chico abre la puerta y choca contra algo similar a una montaña por intentar huir con tanta prisa. Baja la cabeza sumisamente al reconocer a la supuesta montaña que le ha tomado por sorpresa.
—M-Mi señor... —balbucea. La mandíbula de Raegar se tensa al olisquear las feromonas de Haridyen en el omega que lo ha atropellado. Tal vez fue un error el haber venido. El jovencito se percata del disgusto del alfa, por lo que lo esquiva rápidamente reanudando su escape—. Si me disculpa...
Haridyen contempla todo desde el umbral de la puerta. Se apoya sobre el vano en una postura suelta y cruza los brazos.
—Llegaste tarde al pastel... lo partimos hace cuatro horas atrás —comenta, maldiciendo internamente por sonar tan vulnerable y resentido como se siente. Al menos le consuela notar lo agitado que se encuentra su Arcano. Debe de haber corrido todo el camino desde el castillo.
—He venido lo antes posible, Haridyen... lo siento mucho... los vampiros son seres nocturnos, la reunión empezó demasiado tarde y tuve que...
—Ya. Espero que te haya ido bien con tus deberes. Vale, iré a dormir, ya es bastante tarde y estoy cansado.
—Sí, ya veo que has estado ejercitándote mucho.
Haridyen, que ya se había volteado para regresar a su habitación, se detiene y le lanza una mirada ácida a su compañero. Toda la ira que estaba conteniendo comienza a tironear hacia afuera al encontrarse con la expresión igualmente punzante de Raegar. ¿Qué?, piensa Haridyen, ¿Ahora el enojado es él? ¿Qué derecho tiene a cabrearse el maldito idiota?
—¿Por qué me miras así? ¿Acaso piensas que estaré disponible para ti solo cuando a ti se te ocurra? Vete a la mierda. No seré el descarte de nadie. —Da un paso hacia sus aposentos, pero su Arcano lo atrapa del brazo antes de que logre encerrarse—. Suéltame.
Raegar advierte los chupetones que tiene en el cuello y sus niveles de testosterona se desbaratan. Su sangre bulle de rabia.
—No empieces.
—¡¿Empezar qué?! ¡Siempre haces lo mismo! Solo tenías que estar a mi lado por un rato, ¡solo eso! Pero no, como siempre preferiste lamerle los zapatos a tu padre.
—Haridyen, por favor entiende, estoy acorralado...
—Siempre lo estás —espeta, agitando bruscamente el brazo para soltarse de la mano de su Arcano—. Cuando perdí a mi hermana mayor, cuando casi caigo en desviación, cuando me enfermé por un jodido maleficio de los duendes... también estabas acorralado, ¿verdad? No eres más que un animal de cerco.
Haridyen interpone furiosamente la puerta entre ambos, en primer lugar para librarse del semblante lastimado de Raegar —que le hace sentir una gran espina clavada en el pecho— y en segundo lugar para ocultar sus lágrimas. Raegar no se lo permite. Empuja la puerta antes de que el otro la cierre y lo sujeta, ya no del brazo, sino del cuello. Se mete al cuarto junto a Haridyen, arrastrándolo mientras forcejean. Cierra la puerta y lanza a su compañero a la cama, subiéndosele encima.
—¡¿Qué diablos haces, gilipollas?! ¡Suéltame! —Haridyen se aferra con ambas manos al brazo que lo retiene, pero todas sus fuerzas se vuelven vanas ante un alfa que le triplica en dominancia.
Raegar lo mantiene preso contra el colchón y se ubica entre sus piernas, observando con un gesto impasible las lágrimas que se escurren de los ojos ambarinos de Haridyen.
—¿Qué sucede? ¿No puedes soltarte? ¿Acaso estás acorralado?
—¡Quítate, maldita sea! —Una de las manos de Haridyen logra abrirse paso entre sus pechos y consigue atrapar la garganta contraria, oprimiéndola de la misma manera en la que Raegar lo ahorca, pero la longitud de su mano es insuficiente para rodear ese cuello ancho y duro como el diamante.
Se muerde el labio con fiereza; siente que su dignidad se vierte junto a su llanto caliente y que su baldío espíritu se colma de impotencia.
—Se siente horrible ser un animal de cerco, ¿no es así? —dice Raegar con mordacidad y algo más.
—¿Por qué haces esto? ¿Para eso viniste? ¿Para humillarme? —exige saber Haridyen con la voz rota.
—La humillación no huele a almizcle.
Raegar acaricia con su mano libre la pierna desnuda de Haridyen, cuyo cuerpo apenas está cubierto por unos calzones. El hálito del pelirrojo se perturba y su sofoco lo delata; su deseo se desnuda y se patentiza ante su Arcano, quien se aventura a bajar las caderas. Raegar sabe que está cruzando un límite peligroso, porque después de él no hay retorno, porque aunque la vida que más desea se encuentre al otro lado, jamás podrá alcanzarla debido a que los monstruos llamados "deber" y "destino" se le anteponen. No hay salvoconductos, solo un triste afán de amor que lo arrastrará a los más crueles desenlaces como si fuese la brújula del Diablo.
Cuando las erecciones se frotan, Haridyen gime y Raegar casi llora por la viperina felicidad. Lo hubiese hecho de no haber sido porque sus lágrimas se secaron hace mucho tiempo.
—¿Qué es esto? ¿Por qué estás duro?
—Suéltame, suéltame, por favor, Raegar... ¡Ah!
La mano del pelinegro repta hacia la entrepierna de Haridyen y le sujeta el miembro rígido por sobre la tela de los calzones. Una mancha de humedad se está formando por los fluidos de su polla y a Raegar se le hace de lo más fascinante. Haridyen le fascina. Lo arroba con cada reacción, con cada expresión, con cada tono de su voz fragmentada por el deseo. Por eso no puede soportar esos odiosos chupetones que ultrajan su bendita piel.
Haridyen no deja de luchar, su cuerpo será más débil pero su alma es tenaz, y más indómita se vuelve al pensar que su Arcano se está divirtiendo en demasía al verlo completamente sometido y excitado por ello.
—Ya... es suficiente —solloza, ahora por la rabia—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué más quie...?
—Dentro de unos días tendré que elegir a una omega para emparejarme —dice su Arcano a quemarropa—. Y cuando llegue su celo...
—No... —Haridyen niega con la cabeza.
—Tendré que preñarla.
Raegar siente que un gigante está parado sobre su pecho. Ama con locura el alma montaraz de su Cadena, por lo que verla quebrarse frente a él por efecto de sus propias palabras es francamente traumático. No obstante, y por mucho que a ambos les duela, Haridyen tiene que saberlo.
—Vete...
Titubea ante la petición de su Cadena. Raegar está desesperado. Aunque es perfectamente consciente de que lo mejor es irse y no seguir presionando esa fina línea deshilachada, su anhelo por el alfa que llora y tiembla bajo su cuerpo supera abismalmente todo lo demás. Y más después de comprobar que sus retorcidos sentimientos son correspondidos. Quiere aferrarse a ellos. Necesita vehementemente hacerlo.
—Si me voy, la próxima vez que me veas tendré una familia.
Haridyen gira el rostro, desplazando la mirada acuosa hacia la pared. Ha dejado de luchar, y no por debilidad, ni porque se ha rendido, sino porque no cree que tenga algún sentido hacerlo a estas instancias.
—Sucederá tarde o temprano... —susurra lánguidamente. Siente un enorme nudo de tristeza en su garganta—. Es como tú dijiste. Deber. Responsabilidad. Nuestro futuro fue escrito el día en que fuimos concebidos. Sabías que esto sería así.
—Haridyen... mírame...
—Se terminó.
—Por favor...
—Vete.
—¡Haridyen!
Haridyen responde volviendo la cabeza. Desconoce si lo hizo por el ímpetu de su voz, por su fragilidad o porque, al fin y al cabo, sabe que realmente nada terminó. Es imposible. Jamás podría desprenderse de un amor tan visceral.
Permanecen por unos segundos admirando cómo la desesperación y la esperanza confluyen en el rostro contrario antes de estrellar sus bocas. Es un beso torpe, rudo y errático, pero también es el mejor que ambos han experimentado. La calidez de las respiraciones, el sabor, el roce de las pieles, el aroma de sus feromonas enloquecidas, todo aquello lleva la marca del amor y el deseo, nutriendo las almas añorantes después de tanto tiempo.
Raegar muerde y chupa el labio inferior de su compañero, juega bruscamente con el autocontrol de ambos porque ya no tiene caso que siga existiendo. Sus manos viajan por el cuerpo bien formado de Haridyen, tocando y acariciando, apretando y rasguñando, volviéndolo suyo. Mete una mano bajo el trasero para atrapar una nalga y amasarla. El gemido que su Cadena entona como un ángel del Cielo lo descompagina.
—Haridyen...
Le baja los calzones de un jalón para luego desprenderse los pantalones con torpeza ruda. La situación lo tiene demasiado ansioso y Haridyen no lo ayuda, pues se halla obnubilado, perdido entre sus lenguas enredadas y apañándoselas con el calor que lo derrite y endurece al mismo tiempo.
—Ah... oh, Dios —exhala el pelirrojo, estremeciéndose al sentir sobre su polla la enormidad desnuda de Raegar. Su Arcano rodea ambos diámetros con su mano y bombea rápido, facilitado por el líquido viscoso que les brota de la punta.
—¿Tanto deseabas mi polla? Dime...
Sus miradas se encuentran, ambas enturbiadas por la lujuria a la que dan rienda suelta.
—A-Ah... Raegar...
El cuerpo de Haridyen se sacude cuando el orgasmo lo golpea. Su semen salta en tiras largas que salpican ambos torsos. Raegar olfatea las feromonas lechosas y el esperma salado y su propio nudo se inflama, chocando y ludiéndose contra el de Haridyen. Aprieta la mandíbula por el escalofrío delicioso que lo recorre.
—Quiero correrme en tu cara —jadea.
Haridyen asiente con los ojos desenfocados, drogados. ¿En qué momento ese pudoroso adolescente pelinegro que él recordaba perdió todo su decoro? Poco le importa, le parece un grandioso cambio. Se sostiene sobre sus codos, incorporándose a medias en tanto su Arcano lo trepa hasta quedar a horcajadas sobre su pecho.
Raegar empuña sus mechones rojos, sosteniendo su propia erección frente a sus labios mojados. La imagen del rostro ruborizado y embebido en placer de Haridyen le sobrepasa, lo vuelve loco, y en su estado de conmoción acaba apoyándole la punta de la polla sobre los labios irritados. Haridyen abre la boca solo para sacar su lengua y darle una lamida inocente, pero el sabor de su Arcano le inunda la boca y su aroma a alfa lo llena de contradicciones. Él no debería someterse, es un alfa, quiere invertir los papeles y estar arriba, quiere que su olor impregne cada centímetro de Raegar, porque Raegar le pertenece en cuerpo y alma... y por otro lado, está disfrutando inmensamente estar a su merced, saboreando su gruesa polla mientras es amarrado dolorosamente del cabello.
Raegar tiembla y suspira al sentir la traviesa lengua acariciando la cabeza sensible y su voz sale entrecortada por un jadeo extasiado cuando Haridyen lo recibe profundamente en su boca.
—Eso es, mi amor... —lo alienta. Sus caderas se mecen instintivamente hacia adelante, penetrando la suave cavidad de su compañero que lo acoge hambriento y emocionado por la manera en la que se refirió a él.
Mi amor. Haridyen no sabe si Raegar lo dijo por la pasión del momento o porque es lo que le dice a todos sus compañeros sexuales, pero esa lacónica frase hizo que su corazón saltara y que su espíritu se engrandeciera por la alegría.
Raegar es su todo. Él quiere ser el todo de su Arcano también.
Algunos gemiditos se le escapan cada vez que el pene acomete y azota la pared de su garganta. Raegar es muy grande allí abajo, completamente diferente a las pollas de los omegas que se ha llevado a la cama. Eso lo excita. Su pene vuelve a estar de pie como un buen soldado, lo toma con una mano y comienza a masturbarse vigorosamente, ocupándose al mismo tiempo de abrir la boca hasta sus límites para satisfacer a su Arcano. Le ve el ceño levemente hundido y la boca semiabierta, dejando salir esos impúdicos jadeos mientras le folla la boca. Hermoso.
—Oh... —suelta Raegar. Sale velozmente de la boca de Haridyen segundos antes de que su polla estalle.
Se viene pero siente que se va, que se desconecta, que su precioso compañero le succiona el alma como hizo con su polla. Su semen se desparrama, fluye por el orificio copiosamente y va a parar a la cara roja de Haridyen: a sus labios acolchados, a su fina nariz, a sus pestañas rizadas... Raegar se maravilla viendo a su bendito milagro siendo corrompido por su esencia. Tarda demasiado en sentirse culpable. Cuando el remordimiento llega, las facciones de Haridyen apenas se notan bajo toda la sustancia cremosa que las cubre.
Raegar despierta de su lujuriosa inconsciencia y se apresura a quitarse la gabardina para limpiarlo con ella. Se sienta a su lado en la cama, frotando el rostro hasta que ve aparecer una sonrisa brillante.
Ninguno emite palabra durante la labor. Cuando Raegar termina de quitar la mayor parte del semen de la cara de Haridyen, mira hacia abajo y hace una mueca. Los dos están... obscenamente pintados de blanco. Se observan en silencio, olfateando con orgullo el aroma propio grabado en el otro. Raegar es el primero en romper el instante de silenciosa inmovilidad. Se aproxima a Haridyen y lo besa con ternura. Esta vez sus labios marchan lento, moviéndose como una marea calma a pesar de que en sus corazones hay tormentas y tsunamis.
—Raegar... ¿qué hicimos? —pregunta en un susurro Haridyen. Descansa su frente sobre la de su Arcano y cierra los ojos. Necesita digerir lo que acaba de suceder entre ambos.
—¿Tienes miedo?
—Si no lo tuviera, sería un idiota.
—También tengo miedo... —Raegar deja caer sus labios sobre la frente sudorosa de su Cadena—. Me aterra que te alejen de mí.
—¿Por eso hiciste esto? ¿Es tu manera de monopolizarme? —dice Haridyen. Aún se siente algo renuente a creer que Raegar lo desea de la manera que él desea. Sería demasiado bueno para ser verdad... y demasiado malo. Depende de dónde se lo mire.
—Sí, es una manera de monopolizarte... pero lo hice porque te amo, porque quiero tenerte en cuerpo y espíritu, y porque el tiempo pasa y ya no puedo hacerme el tonto.
Haridyen lo mira con renovadas lágrimas en sus ojos.
—No podemos...
—No debemos —le corrige Raegar—. Pero soy perfectamente capaz de amarte.
—¿Estás seguro... de que es amor?
Raegar sonríe a medias.
—Duele y quema como el infierno. Tiene que ser amor.
Haridyen le devuelve una sonrisa completa.
—Definitivamente duele jodidamente mucho.
—¿Me amas? —inquiere Raegar, encontrándose con los idílicos ojos como el caramelo de su alfa.
—Te amo.
Haridyen se acurruca contra su Arcano, deslizando su nariz por el recodo de su cuello, aspirando su aroma a sexo y sudor mezclado con el suyo propio. Lo abraza fuerte y deja escapar los últimos lagrimones de la noche. Le da vértigo que toda su vida, todas sus aspiraciones, sus deseos y conflictos, su futuro y su razón de ser, se resuman en el hombre que sus brazos rodean. Haridyen empieza y termina en Raegar. Sin su Arcano él desaparecería.
—¿Qué haremos entonces? —La voz le falla, carga con un exceso de desasosiego.
—Bueno... primero tomar una ducha. Hueles deliciosamente a mí, pero no podemos levantar sospechas por ahora.
—¿Tienes un plan? —pregunta esperanzado Haridyen.
—Mi plan es esperar y entrenar como condenado. Faltan seis meses para mi ascenso a líder de la manada. Una vez que Arvandor se halle completamente bajo mi mando y aprenda a dominar a la perfección las artes mentales... te convertiré oficialmente en mi pareja.
Haridyen siente que sube al Cielo y que conoce el Olimpo, pero su preocupación apenas mengua.
—Pero dijiste que tenías que elegir a una omega y tener un hijo...
—Es lo que Tymael busca. Le preocupa su falta de control sobre mí... y nuestra relación. Es su forma de ponerme un collar de ahorque.
—Agh, por supuesto que tenía que ser obra de ese demonio... vale, ¿y cómo te lo sacarás de encima mientras tanto?
Raegar se queda pensando. Esa será la parte más complicada.
—Necesitaremos ayuda... de omegas dispuestos a actuar un poco.
—Ya, creo que entiendo... ¿buscarás una pareja falsa?
—Buscaremos.
—Oh... diablos.
—Tampoco me agrada la idea, pero no creo que tengamos muchas opciones. Nuestras familias nos están exigiendo lo mismo a ambos a pesar de que no es necesario que nos emparejemos a tan temprana edad... en realidad, ni siquiera es conveniente. Es obvio que están desesperados por... alguna razón.
Haridyen entiende de qué va esa "razón". La tensión sexual entre ellos debe de ser escandalosamente potente como para pasar inadvertida al resto. Aunque a él le tomó años reconocerla como tal. En un principio llegó a creer que estaba obsesionado, pero ni todo lo que conlleva el término obsesión es suficiente y adecuado para explicar lo que siente por Raegar. Ahora, sin embargo, la respuesta es flagrante y tan simple como terriblemente escabrosa. No es obsesión. Es amor.
—Ya, entiendo... pero, ¿qué omegas estarían dispuestos a ayudarnos? —Su cabeza se ilumina incluso antes de terminar de poner sus dudas en palabras—. Espera... creo que sé de alguien.
—¿Quién?
—Lo conociste hace un ratito —dice Haridyen, rascándose la nuca con nerviosismo.
Raegar pone mala cara.
—Tiene que ser alguien que actúe —subraya picado.
—¿Celoso?
—Como la mierda. —Raegar le besa el cuello por encima de uno de los chupetones, poniéndole la piel de gallina.
—¿Quieres marcarme?
Más que una pregunta, Haridyen ronronea una invitación. A Raegar el pulso se le dispara y con su polla sucede algo similar, pero guarda la suficiente sensatez como para saber que, por mucho que desee dejar un millón de marcas en Haridyen, hacerlo ahora sería algo muy estúpido y peligroso.
—Quiero, y lo haré. Pero por el momento tenemos que esperar.
—Lo sé. —Haridyen apoya la cabeza en su hombro, sacándole el jugo a su cercanía y al rumbo que finalmente adoptó su lábil relación—. No tienes que preocuparte por el chico... me refiero al omega. Supongo que él ya se imagina lo que sucede entre nosotros.
—¿En serio? —Su Arcano hace una mueca de sorpresa. Haridyen definitivamente no quiere explayarse sobre el tema y sobre su pequeño desliz mientras se estaba follando al omega.
—Sí... y tal vez tenga algún amigo que quiera contribuir. No estoy seguro, pero creo que él era uno de los omegas que estaba en la lista que mis padres hicieron... es perfecto para nuestro plan.
—Gin Lannvriel. Él está en la lista —confirma Raegar.
—Oh, con que así se llama...
—Mañana hablaremos con él... tenemos que llegar a un acuerdo antes de que los Rowerbel vayan al castillo para presentarme a sus hijas.
—Vale...
—Y si Gin Lannvriel acepta, él será mi "pareja", no la tuya —Raegar declara tajante.
—Jodido celoso.
Raegar sonríe y le muerde la oreja, haciéndolo refunfuñar y removerse por un escalofrío de deseo.
—Amor...
Haridyen se sonroja, y también siente que le dará algo si Raegar vuelve a llamarlo de esa manera en los próximos segundos. Aquella palabra suena demasiado bonita con su voz y no tan devastadora como realmente es.
—¿Q-Qué?
—Feliz cumpleaños.
Se sonríen y besan melosamente por enésima vez, hasta que Haridyen corta tajantemente el ósculo ante una ocurrencia.
—¿Dónde está mi regalo?
—Bueno, verás...
Una mueca ofendida se asienta en el rostro del pelirrojo que, por cierto, percibe cada vez más tirante y endurecido por los fluidos resecos. Necesita un baño urgentemente.
—No te pongas así, jamás me olvidaría, es solo que no puedo... traerlo conmigo —explica Raegar—. Tengo que llevarte a él.
A Haridyen le pica la curiosidad, pero prefiere no indagar porque le encantan las sorpresas... y más las de su Arcano. La sorpresa que le dio esa misma madrugada ya se ha convertido en el momento más memorable de su existencia. Haridyen espera, no, jura jamás olvidar la emoción rebelde y pasional que compartieron. Ni aunque su cuerpo muera y su alma parta en un nuevo viaje, para evolucionar y renacer... él recordará este amor como el verdadero y único.
Sella su promesa con un beso en los labios de su rey.
Dominancia: tanto alfas como omegas poseen un nivel de dominancia determinado por su fisiología y personalidad. La dominancia puede clasificarse en tres niveles: alta, media y baja. Quienes clasifican en dominancia alta tienden a comportarse de manera agresiva, avasallante y sobreprotectora. Sus gustos suelen inclinarse hacia la dominación en diversos ámbitos y se sienten incómodos o incluso violentados en papeles pasivos. Sus feromonas son especialmente intensas y gozan de mayor fuerza y virilidad, sin embargo, son susceptibles a verse afectados por los celos y la baja autoestima cuando las cosas no salen como desean. Quienes poseen una dominancia media encuentran un equilibrio entre la dominación y la sumisión. Se consideran líderes natos por gozar de mayor asertividad y por estar abiertos a cooperar y trabajar en equipo. Pueden amoldarse al papel que crean conveniente y poseen mayor control sobre sus emociones (siempre y cuando les acompañe un buen estado de salud mental xd). Sus feromonas suelen ser agradables como un día templado, es fácil sentirse a gusto con ellos. Por último, la sumisión caracteriza a quienes se engloban dentro de una dominancia baja. Se sienten cómodos adoptando papeles pasivos, siguiendo al resto y recibiendo cariño. Por lo general tienen una personalidad amable y complaciente y sus feromonas dulces pueden amansar y seducir con facilidad.
Aunque los alfas comúnmente clasifican en el extremo más dominante y los omegas en el extremo menos dominante, existe un porcentaje de alfas y omegas considerable que escapan a la norma.
Ahora díganme, ¿son capaces de adivinar los niveles de dominancia de nuestros queridos personajes? 😳
PD: Me encanta el alfa x alfa 🤤
Ante un reciente plagio, me veo en la engorrosa situación de recordarles que esta historia está registrada en Safe Creative y no acepto copias ni adaptaciones. Respeten el trabajo de la autora y daré lo mejor de mi para seguir entreteniéndolos con mis locas ideas 🤗
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