☽ Capítulo 26 ☾
La pijamada de omegas apesta. No solo porque a Kuro se le ocurrió contar cómo nuestra amistad se forjó luego del incidente de las "hemorroides", sino porque el único omega con el que podía llegar a congeniar no está, y porque el único alfa que me tiene el sistema neuronal colapsado de emociones no abandona mi mente. Aspirar una libra de cocaína me hubiera exaltado menos.
—Amigo, la próxima vez ponte un tampón.
—Vete al coño —le contesto a Corey mientras debato internamente si irme o esperar a Izuru un poco más. Dijo que tenía algo urgente que hacer, pero que solo tardaría unos minutos. Ya ha pasado media hora.
—¿Los omegas usan esas cosas de mujeres? —pregunta Kuro. Su sonrisa radiante tiene a la mitad de los omegas embobados, y con la mitad me refiero a Nathan y la dupla de idiotas conformada por Mikaela y Corey. Seras, Lyanna y yo tenemos demasiada mierda en la cabeza como para estar plenamente en el hic et nunc¹—. Quiero decir, las cosas femeninas que usan las mujeres humanas cuando les llega la regla.
Nathan se apresura para responder antes que los otros, colgándose del brazo de Kuro para mantener una proximidad territorial.
—En general a los omegas macho no nos hace falta... no tenemos la regla como las chicas humanas, y aunque sí sangramos unos días antes del celo, no es demasiado. A veces solo sabemos que nuestro celo llegará porque nuestro olor y apetito sexual se intensifican y... deseamos tener sexo —ronronea. Finge inocencia, pero está devorándose a Kuro con la mirada—. Pero hay circunstancias que pueden volverlo un dolor en el trasero... literalmente. El estrés, los quistes, desequilibrios hormonales, la abstinencia o no tener alfas cerca para aplacar la ansiedad sexual con sus feromonas...
—Y todo está relacionado en la mayor parte de los casos —mete bocado Mikaela, acercándose furtivamente a Kuro—. El instinto nos juega una mala pasada cuando no tenemos alfas que nos follen durante el celo. El estrés es lo de menos. Nos volvemos locos.
El suspiro seductor que suelta tras su última palabra cabrea a Nathan, quien sepulta a Kuro bajo un abrazo codicioso. Mi amigo ríe despreocupadamente, disfrutando de la atención y completamente ajeno a la pelea feromonal que se gesta en el aire. Debería advertirle que las disputas territoriales entre omegas son tan peligrosas como las de los alfas. Joder, si obtener unas cuantas mordidas y rasguños se consideraría una victoria.
—Iré a buscar a Izuru.
Me pongo de pie para escabullirme de la habitación, esquivando botellas de cerveza y bolsas de snacks. Nadie se molesta en detenerme, por lo que decido que tampoco se molestarán si no regreso.
Confío en que Kuro sabrá esquivar las dentelladas si las cosas se ponen feas.
Merodeo a la deriva por los interiores de la casa-complejo, inseguro en mis pasos y en mi vida en general. Todo era tan fácil cuando vivía entre los humanos, tan normal y simple que mis preocupaciones no iban más allá del próximo examen de la universidad o de terminar a tiempo un trabajo. Extraño la superficialidad mundana, y sin embargo nunca me sentí tan adecuado como cuando estoy al lado de Moon. Tal vez mi lugar en este mundo no existe, porque no se trata de un lugar, sino de una persona. Un lycan de alma insondable, brazos fuertes y una lengua demasiado entrenada en arrastrarme a la locura, de la buena y de la mala manera.
Ni siquiera soy consciente del momento en que mis piernas adoptan un rumbo fijo y denodado hacia el jardín donde vi a mi Arcano por última vez. No obstante, antes de que la brisa marina del exterior me azote el rostro, unos quejidos me detienen en el recodo del pasillo. El susto trepa por mis piernas como electricidad glacial y llega a mi cabeza en forma de recuerdos devastadores. El lloriqueo se torna más claro a mis sentidos afinados por la alerta, y casi puedo sentir a Pyna lamentándose del otro lado de la pared mientras la vida se le escapa por el vientre.
No cometeré el mismo error dos veces.
Corro con el corazón en la garganta hacia la habitación desde la que se filtra esa voz frágil y me lanzo sin vacilar sobre la puerta, encontrándome a un Izuru sano y salvo del otro lado, pero lacrimoso y con su nariz sonrojada. Se talla rápidamente los ojos, sorprendido por mi abrupta entrada, y yo balbuceo una disculpa tonta mientras la vergüenza ocupa el lugar del terror.
—L-Lo siento, pensé que... lo siento —repito, con mi mano de vuelta en el pomo de la puerta. A centímetros de cerrarla para darle privacidad al omega, me arrepiento y la empujo una vez más—. ¿Te encuentras bien?
Izuru me responde con una sonrisa malograda y se encoge de hombros, pero las lágrimas se le agrupan, haciendo del gesto de indiferencia clara evidencia de sus intentos por fingir fortaleza.
Entro en una encrucijada por la indecisión. ¿Debería acompañarlo o dejarlo consigo mismo? No somos amigos, y apenas alcanzamos el estatus de conocidos... aun así, Izuru no pidió permiso cuando se ocupó de mí durante mi crisis.
Finalmente cierro la puerta, pero me quedo dentro del cuarto en lugar de afuera.
—Quería agradecerte por todo lo que hiciste por mí hoy... y por defendernos a Moon y a mí en la reunión. —La incomodidad me dificulta encontrar las palabras apropiadas, pero siento que se lo debo—. Y... bien, esperaba que estuvieras en la pijamada... y no llegabas, por eso salí a buscarte. No quiero molestarte, si prefieres que me vaya...
—No, no te preocupes. Tal vez me vendría bien hablar con alguien.
Otra sonrisa —ahora más sincera— se asoma en su rostro, coloreado de blanco-azulado gracias a la noche que ilumina desde el ventanal abierto. Camino hasta donde las cortinas flamean, descubriendo una veranda espaciosa del otro lado, la cual acaba en un escalón que baja directamente hacia la arena. Una hamaca tejida con hilos de múltiples colores cuelga entre los dos postes de la derecha. Izuru se acomoda en un extremo de ella cuando sale de la habitación detrás de mí. Interpreto el espacio libre como una invitación para ocuparlo. Me recuesto en el otro extremo con timidez, el espacio es algo pequeño para ambos y nuestras piernas inevitablemente se entrelazan.
—¿Resistirá nuestro peso? —inquiero con recelo.
—Si soporta el de Taro, fácilmente lo hará con el de dos omegas.
Asiento, no demasiado convencido, y me limito a admirar la luna mientras espero que Izuru hable. Me recuesto y los minutos pasan silenciosos a diferencia de mi incomodidad, que se ha instalado en mis extremidades poniéndolas inquietas mientras clama con una voz fantasmal en mi cabeza "¡di algo!".
El omega rompe el silencio justo cuando mi boca se mueve para obedecer la orden y poner en marcha la conversación por mí mismo.
—¿Tienes hijos?
—No... —respondo, contemplándolo con desconcierto.
—¿Has pensado en tener uno?
La pregunta entra limpia y directamente a un terreno escabroso, así como la navaja de un asesino experimentado enterrándose en el punto vital de su víctima. Un punto vital llamado "el futuro que quise y no pudo ser".
—Lo pensé... alguna vez.
—También yo... —dice lánguidamente. Ahora es él quien observa la luna, buscando con ella algún recuerdo doloroso, punzante como la navaja—. Cuando conocí a Taro supe que quería tener a sus cachorros, a pesar de que apenas éramos niños cuando nuestras familias nos juntaron. Fue una certeza... la certeza de querer pasar toda mi vida a su lado. También fue un deseo puro e inocente. Cuando crecimos y nos convertimos en adolescentes, aquello siguió siendo un deseo puro, pero ya no tan inocente.
Mi boca se ladea en un gesto agridulce. Lo comprendo, porque algo similar me sucedió con Seth. Lo que no comprendo es por qué su discurso se oye tan atribulado si Taro continúa a su lado, besándolo, llevándolo de la cintura y amándolo a todas horas. Me siento un poco mal por envidiarlo cuando claramente hay algo que lo aflige, pero tengo demasiadas espinas clavadas como para ignorar el dolor cuando alguien las roza.
—Éramos unos críos inmaduros y calenturientos cuando nos acostamos por primera vez —continúa.
—¿Eran?
—Vale, seguimos siendo cachondos, pero ya no tan inmaduros. —Advierto que su rostro se contorsiona ligeramente—. Además... ya no nos importa seguir las reglas, y casi no quedan prohibiciones que no hayamos infringido.
Mi entrecejo se arruga.
—¿Prohibiciones?
—Sí, las que establece el Código de Arcanos y Cadenas... oh, bueno, no me extraña que Raegar no te haya hablado de ello —suelta al notar mi confusión—. Él fue el primero en limpiarse el culo con las leyes de nuestras familias.
Tampoco me extraña.
Izuru hace un ademán y cuatro latas frías de cerveza aparecen entre nuestras piernas. Me tiende una y abre otra para él, propinándole un sediento sorbo.
—La magia puede ser realmente útil.
—Efectivamente —suspira luego de tragar—. Entonces, sí, tenemos un Código Ético y Penal que estamos obligados a cumplir, pero que no lo cumplimos. Al menos no nosotros. Está estrictamente prohibido mantener relaciones románticas y sexuales con nuestro compañero Arcano.
Mis labios se detienen a mitad de camino a la lata, entreabiertos por la estupefacción.
—¿Qué? —chillo, recién enterado de mi delito y denunciándolo al mismo tiempo—. ¿Por qué?
—Simple. Nuestros linajes no pueden mezclarse, porque de ser así se rompería el legado de La Llave tal como los dioses lo dispusieron. Las familias de Arcanos deben concebir Arcanos. Las familias de Cadenas, Cadenas.
—Si un Arcano se aparea con su Cadena, en el caso de que sean alfa y omega, y tienen un hijo... ¿ese niño sería Arcano y Cadena al mismo tiempo?
—Puede heredar ambos dones, uno o ninguno. Sería imposible saberlo de antemano, así como sería imposible saber si tu hijo tendrá ojos rojos o avellana.
Mi cara quema como la arena del mediodía, pero sorpresivamente ninguna réplica viene a mi mente. Solo una sensación cálida y cosquillosa es implantada en mi pecho y vientre por la ocurrencia de Izuru, y es tan antagónica al dolor de las heridas de mi pasado que por un instante me quedo en blanco, como en cortocircuito.
—Tal vez sería lo mejor, ¿no? —logro decir cuando vuelvo a tierra—. Es decir, que el poder de un Arcano y una Cadena se hallen en una sola persona, en lugar de repartirse en dos. La incapacidad de controlar el flujo de energía del astral y la saturación mágica ya no serían un problema.
—Eso es una suposición. También me lo he planteado así, si te soy sincero, pero los dioses han obrado de una manera y esperan que nosotros sigamos sus pasos por algún motivo.
—Pero no lo hacemos.
—No —ríe Izuru, aunque es un sonido acibarado—. Tenía diecisiete cuando quedé embarazado.
Mi mandíbula cae al inframundo, y alcanzo de suerte a atrapar mi lata de cerveza antes de que siga el mismo camino.
—¿Tienes un hijo? ¿Con Taro?
El hecho de que tuviesen un hijo no me hubiese impactado ni en lo más mínimo hace unos minutos atrás. No es así ahora que soy consciente de la existencia del Código y sus prohibiciones.
Un velo de sombras cae sobre el semblante de Izuru, por lo que deduzco que nos estamos acercando al motivo de su llanto.
—Nadie lo sabe, además de los dioses... y tu Arcano.
—Pero ¿cómo? —Bajo mi tono de voz, recordando que estamos hablando de un secreto y probablemente uno jodidamente grande—. ¿Cómo lo ocultaron? ¿Dónde está tu hijo?
—Oculté el prana del feto durante la gestación. Cuando lo signos del embarazo se volvieron demasiado evidentes en mi cuerpo, Taro y yo nos excusamos diciendo que necesitábamos unas vacaciones y viajamos a América. Pasaron dos meses hasta que el bebé nació. Luego sellamos su magia y su sangre, y con ello su identidad e instintos, y... lo dejamos allí —devela en un susurro compungido, anclando su mirada triste en la boquilla de su lata—. El niño vive en un pueblo pequeño de Nueva Jersey, como un humano más. Él... no sabe quiénes somos. Probablemente nunca lo sepa.
Su mano se cierra alrededor de la cerveza hasta que sus nudillos blanquean y el metal cruje. Olfateo el remordimiento en su aroma, es un olor familiar, como si ambos usáramos el mismo decadente perfume.
—Lo hicieron para protegerlo.
—Eso no cambia el hecho de que abandonamos a nuestro hijo.
—¿Acaso tenían otra opción? —alego, a sabiendas de la respuesta.
—Abortarlo. —Su voz se resquebraja en cada vocal hasta que rompe a llorar desconsoladamente. Su lengua tropieza y mi corazón cae—. Nuestras familias nos hubieran obligado, y luego sancionado de la peor manera. Nos hubieran alejado, y... yo quería tener al cachorro. Siempre fue mi ilusión, mi mayor deseo, tener una familia con Taro... incluso ahora... y no puedo hacerlo. Jamás podré...
—No digas eso, ambos están vivos, y ambos se aman.
—Y ambos tenemos una maldición sobre nuestros hombros y el peso de tener que continuar un linaje.
—A la mierda con el linaje —espeto. Si Seth continuará vivo y fuese mi Arcano, también estaría limpiándome el culo con el puñetero Código.
Una risa debilucha chispea entre el lloriqueo de Izuru.
—Sonaste como Raegar.
—Ya... —Carraspeo con un segundo sonrojo incipiente—. Y con respecto a la maldición... lo resolveremos. Tenemos algunas pistas y un plan... bueno, algo cercano a un plan.
—No... no avanzamos lo suficientemente rápido. Hoy alcanzamos una cifra de muertes alarmante. —Se frota el rostro cansado con las palmas, barriendo algunas lágrimas frescas—. Oficialmente, el porcentaje de población mundial de nuestra raza bajó de un quince a un once por ciento... en seis meses. ¿Qué esperanza puede tener un omega en cinta?
La manera en la que se estremece y muerde el labio me dice que hay algo que aún se está guardando. Y repentinamente, ese algo oculto, invisible pero presente bajo todo su discurso, se revela a mi sexto sentido.
—Estás embarazado —murmuro, examinando su barriga plana con ojos perspicaces.
Casi me parece una obviedad una vez que lo articulo, pero me desconcierta no percibir rastros de otro prana manando de su cuerpo. Sus feromonas también huelen normal, no capto el típico dulzor extra, aunque eso podría explicarse si el embarazo es muy reciente. Sin embargo, la reacción de Izuru no me deja ninguna duda. Su mandíbula se aprieta y sus mejillas son manantiales luctuosos.
—Ya no. Me... me deshice de él esta mañana.
Gesticulo algo shockeado, no por el acto en sí, si no por el golpe emocional que conlleva para un omega, especialmente para uno ilusionado como Izuru. ¿Cómo es que pudo fingir estar bien durante todo el día? ¿Cómo logró suprimir su propia mierda para aguantar la mía y la de toda nuestra maldita raza?
Busco aire y pido templanza a los dioses antes de continuar hablando.
—¿Tu alfa lo sabe?
—No, ni siquiera sabe que me quedé preñado. No quería cargarlo con más problemas, él... ya soporta demasiado.
—¡Tú también soportas demasiado! ¿Qué demonios estabas pensando, Izuru? Él te ama, ¡no deberías dejarlo fuera de esto! —Recojo más oxígeno, advirtiendo que estoy pasándome de la raya—. Lo lamento, lo último que necesitas es un gilipollas como yo gritándote por algo que a todos se nos escapa de las manos... es solo que...
—Lo sé, y entiendo tu impotencia—grazna. Me alivia que no se haya enfadado por mi arrebato—. Raegar nos contó tu historia con Seth cuando te quedaste dormido luego de tu crisis. Si elegí hablar contigo sobre esto, es porque siento que puedo confiar en ti, porque tú puedes entenderme mejor que nadie. Yo amo a Taro —insiste, su hálito henchido de afecto—. Mi primer embarazo fue un accidente. El maldito condón se rasgó cuando él me anudó y ya no pudimos hacer nada con la impregnación. El segundo... fue mi culpa. Tomé inhibidores durante mucho tiempo luego de tener al cachorro. Comencé a padecer algunos problemas hormonales después de años de ingesta, entonces Taro insistió en que los dejara. En su lugar él sería quien tomaría anticonceptivos alfa durante mi celo. —Niega con la cabeza, un gesto explícito de arrepentimiento—. Mi celo se volvió inestable después de suspender la medicación y... hace alrededor de tres semanas llegó repentinamente. El instinto me hizo un desastre, tenía un nubarrón de excitación y desespero en mi cabeza... por eso... m-me confundí de píldora y... le di uno de mis inhibidores de celo a Taro en lugar de su anticonceptivo. Los estaba guardando por si algún día los necesitaba, maldita sea, nunca imaginé que sería tan idiota como para guardar los de Taro en el mismo lugar.
Una gotita de cerveza se escapa por la comisura de mi boca.
Admito que fue algo ridículo, pero en verdad no hay nada que reprocharle a Izuru. Todos los omegas sabemos lo mucho que el celo nos jode el raciocinio.
—Entonces... no le dijiste que te habías equivocado de píldora —evidencio.
—¿Qué sentido hubiese tenido? Me di cuenta ya muy tarde, cuando esa pequeña vida me sorprendió creciendo dentro de mí unos días después de que mi celo acabó... oh, Dios... —musita quejumbroso. Sus ojos se desvían una vez más hacia el pálido astro—. Soy lo peor, soy tan...
—Ya basta —gruño, tomando su mano fría entre las mías, un poco más tibias—. Sé que nada de lo que diga calmará el dolor que llevas en el alma. Probablemente lo lleves para siempre. Pero una cosa es sufrir por la desgracia que todos vivimos, especialmente nosotros, que nacimos igual de malditos que benditos, y otra cosa es culparse por la suerte y el destino que nos ha tocado.
—Pero fue mi error...
—Estabas en celo —replico—, es lo que nuestra naturaleza nos pide, nos exige. Tú mismo lo dijiste, tenías la mente nublada, y no somos dioses, Izuru. Estas cosas suceden, estamos hechos de errores y de la capacidad para hacer de ellos una fortaleza.
El omega sorbe su nariz, asintiendo y llorando un poco más.
—No quiero dejar solo a Taro... si yo llegara a morir... ¿qué haría él? ¿Qué haría en este mundo jodido solo?
Permanezco en silencio, esperando que mis palabras germinen, crezcan y florezcan en capullos de paz en su tormentoso corazón. No queda mucho más que pueda decir de todas maneras. Hay batallas que no puedes luchar por otro por mucho que lo desees.
El tiempo pasa, nuestras latas quedan vacías y vamos por una segunda ronda de cerveza, luna y pensamientos mudos. En mi penúltimo trago Izuru suspira, no libre de pesares, pero sí de lágrimas.
—Gracias por escucharme y por estar aquí conmigo.
—Es lo menos que puedo hacer —le aseguro—. Quisiera hacer más, pero ya ves que estoy tan jodido como tú.
—Por nuestras jodidas vidas —proclama, levantando su cerveza hacia la mía—, para que encontremos una bendita luz que nos ilumine la salida.
Choco su lata con la mía y me bebo el último trago.
—Salud.
—Salud —contesta—. ¿Una tercera ronda?
Suena tentador, pero la noche corre y aún no he hablado con Moon.
—Puedo saber en quién estás pensando con solo ver cómo brillan tus ojos —señala, pillándome.
Me encojo de hombros, sonriendo mínimamente.
—Peleamos. Bah, yo fui quien lo insultó. Soy un capullo.
—¿Entonces quieres disculparte con él?
—¿Algún consejo?
—Cariño, si eres capaz de romperle el frío y oscuro corazón a Raegar Wealdath, apuesto el increíble pene de Taro a que no necesitas consejos para ganártelo, porque ya es tuyo.
—¿Realmente apostarás el pene de tu alfa? —Río.
—Hmmm, no, mejor no. —Su carcajada se une a la mía—. Pero, venga, lo digo en serio. Eres su tesoro, Hazel.
Me tapo el rostro con las manos, frustrado, avergonzado y... ¿feliz?
Izuru decide que necesito otra cerveza y dos latas más surgen del aire entre un montón de chispas violeta. Cazo una cuando aún está flotando, arrobado por la magia.
—Tienes que enseñarme a hacer eso.
—Cuando gustes.
—Sabes... —comienzo. Mi corazón se estremece por lo que estoy a punto de revelar, pues nunca fui capaz de hablar de ello con nadie más que con mis demonios. Pero hoy... tal vez algo ha empezado a cambiar—. Seth y yo nos llevábamos muy bien, éramos... perfectos el uno para el otro. Nuestro amor no tenía ninguna mancha... o eso era lo que creía.
El omega me oye atento, sus ojos son amistosos, confiables, y agradezco que no haya juicio o compasión en ellos. Me impulsa a afrontar mis miedos y a asumirlos.
—En un inicio ni siquiera peleábamos —sigo—, pero a veces lo notaba... triste, o inseguro, no lo sé. Era muy extraño. Las discusiones comenzaron alrededor de eso... no lo entendía, él me miraba como con reproche, y yo no supe qué estaba haciendo mal, qué diablos hacía yo para dañarlo. La noche que sucedió —mi voz suena estrangulada, pero un sorbo de cerveza me ayuda a estabilizarla— tuvimos una pelea, y él... creo que se le escapó, me dijo que estaba cansado de escucharme decir "su nombre" por las noches, cuando dormíamos juntos. Me desconcertó completamente. Se negó a decirme cuál era el supuesto nombre que mencionaba entre sueños... y me cabreé. Me enojé tanto que le grité cosas que jamás pensé ni sentí. Entonces él se fue, y fue la última vez que lo vi con vida. Creí que Seth estaba flipando, que no confiaba en mí y por eso deliraba estupideces... ya no estoy tan seguro de eso. Y me da tanto miedo descubrir cuál era ese maldito nombre... porque cada vez estoy más seguro de que a quien yo llamé toda puta vez que pegué ojo... fue a Raegar.
—Cariño...
—¿Por qué? ¿Por qué clamé por él cuando tenía a mi alfa al lado? —sollozo—. Raegar Wealdath... me da muchísimo miedo.
Y su nombre arde en la punta de mi lengua, duele como el demonio, pero es tan adictivo y hermoso que podría repetirlo hasta que mi piel se pelara de adentro hacia afuera.
—Ve a buscarlo. Ustedes dos tienen mucho que hablar —me alienta Izuru. Su mano, que continúa aferrada a la mía, me da un apretón apaciguador—. Y yo... tengo mucho que hablar con Taro.
Le devuelvo el apretón.
—Me alegra que hayas tomado esa decisión.
El omega me acompaña hasta la puerta una vez vaciamos las bebidas hasta la última gota. Nuestras miradas se cruzan y los buenos deseos zumban de uno al otro sin la necesidad de ser pronunciados.
—Tus secretos están a salvo conmigo —le prometo antes de partir.
Su sonrisa me acompaña durante el resto del camino a la habitación de Moon. Ya no me siento tan desamparado. Por primera vez desde que llegué pienso que no fue tan malo venir hasta aquí. ¿Tal vez debería decirle a Moon que nos quedemos un día más? No creo que a Izuru y a Taro les moleste. Hasta podríamos salir y recorrer el lugar. Quiero ver a Moon con traje de baño.
Golpeo la puerta de su habitación sonriendo como un bobo. La curva de mis labios se allana poco después, cuando reparo en su ausencia. Abro despacio, asomando la cabeza primero y metiéndome una vez compruebo lo que mis sentidos lobunos me informaron.
La decepción frunce mi boca en un mohín.
—Demonios, ¿qué carajos debo hacer para disculparme? —bufo a la nada—. ¿Estás evitándome, alfa?
Se ha dejado a Dreaghan, su espada, arriba de la cama. Es curioso, porque siempre la lleva encima, incluso en el castillo. Me acerco a ella ojeando a mi alrededor, como si Moon pudiese salir de sopetón de las sombras o del armario para regañarme por querer jugar con su sacrosanta espada.
Apoyo una yema sobre la funda, acariciándola hasta que recuerdo que se la obsequió Mikaela. Enfurruñado, voy directo a tomar la empuñadura para extraer a Dreaghan. Tampoco es que la pueda llegar a asir, debe pesar una barbaridad... pero casi me caigo de culo cuando la espada comienza a resplandecer con un brillo rojizo y salta de su estuche, liviana y obediente en mi mano.
Se me adormece hasta el cuero cabelludo por la sorpresa. Contengo el aire e inspecciono el cuarto de nuevo. ¡Moon se enfadará si me pesca! Pero... no está aquí. Bato la espada como si estuviese en La guerra de las galaxias, emocionado por la facilidad para manipularla y porque me veo cool. ¿Acaso no era extremadamente pesada?
Dejo las pendejadas de lado para examinar la mística hoja con fascinación. Lleva unos grabados raros y despide algo así como humo rojo. Que guay. Definitivamente también le pediré a Moon que me de algunas clases de esgrima.
Imito torpemente algunos otros movimientos de lucha que vi en las películas antes de regresar a Dreaghan a su sitio... y antes de perder una extremidad o de rebanarle la cama a los anfitriones.
Me lanzo al colchón y paso alrededor de diez minutos tendido, esperando nervioso la llegada del alfa, hasta que determino que no puedo quedarme más tiempo quieto si quiero preservar mis uñas de la mutilación.
Me dirijo al balcón para oxigenarme. En su lugar, cada molécula de oxígeno se drena de mi cuerpo cuando veo a Seth de pie en el jardín, frente al balcón. Sus ojos de plata deslustrada me miran fijamente desde abajo, su túnica negra ondeando hasta que se voltea y comienza a alejarse por uno de los senderos.
Me pierdo durante algunos segundos de aturdimiento. Luego salgo corriendo del cuarto, tomando una vez más a Dreaghan, ahora con un buen motivo que me congela las entrañas. Los juegos despreocupados duran realmente poco en esta desastrosa vida.
(1) Hic et nunc: es una locución latina de uso actual que significa literalmente "aquí y ahora".
Recuerden que tengo una cuenta de respaldo, MysticWeapon , por si sucede algo con esta cuenta. Nos leemos en el proximo capítulo, el final de este arco.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top