☽ Capítulo 20 ☾

Mi rostro se encuentra ineluctablemente agriado por una extraña mezcla de inquietud y decepción. No solo apesta estar echando a los invitados borrachos que se ponen agresivos cuando el comino que les queda de consciencia les avisa que la diversión terminó, sino que también apesta ver la cara de "me las vas a pagar" de Zydian y de los omegas que se quedaron en el cuarto exprimiéndole las bolas. Pero lo que más apesta es no estar descansado sobre el maravillosamente sensual cuerpo de mi Arcano en este momento.

Arrastro de mala gana a los últimos beodos al portal de rejas que conforma la salida del castillo, intentando hacer oídos sordos a los insultos y a las risas estúpidas.

—¿Por qué caminas así? —me pregunta una omega con la lengua enredada. Tiene el cabello castaño como un nido de pájaros y el maquillaje corrido—. Te acaban de follar, ¿no es así? Aaaah yo conozco esa forma de caminar, no puedes engañarme...

Se tropieza y tengo que sujetarla del brazo para que no se parta la nariz en el suelo.

—Realmente no estás en condiciones de criticar mi forma de caminar —espeto. Aun así disimulo mi dolor de trasero y avanzó sin cojear a duras penas.

—Oooye, omega, ¿por qué nos están sacando? —quiere saber otra mujer, alfa, cruzándose de brazos con furia—. Ufff, hueles mucho a alfa... espera. ¿Ese no es el olor de Raegar? —Escruta mi cuello y luego mis labios, formando un círculo gigante con su boca—. Santo cielo...

—Roma, cierra la boca y obedece —la censura Zydian, que marcha cerca de nosotros custodiando a otro grupito como un perro pastor.

Roma resopla y a mí me da una punzada de dolor en la cabeza. Hostia. Ya no estoy ebrio —creo que sudé tanto hace un rato que ni una molécula de alcohol me quedó—, pero la resaca aparece paulatinamente para joderme la existencia. Moon insistió en que me quedara en el castillo y descansara, pero por muy tentador que suene hacerse una bolita bajo las sábanas y dormir, no quiero dejarlo solo con todo el trabajo. Una vez que el castillo se vacíe de invitados, Moon hará un sondeo completo, pondrá algunos sellos de equilibrio tanto en el interior como en el jardín y comprobará el estado de las barreras que circundan la ciudad. Como todos los miembros del gremio de magos asistieron a la fiesta —y por ende ahora están como una cuba—, él debe encargarse de todo. Me siento terriblemente mal por cómo acabó su cumpleaños, pero luego recuerdo que estuvo mojando su pene en mi trasero hasta recién y olvido mi compasión. Mi rostro comienza a arder antes de que pueda controlarlo y mis feromonas se alborotan.

—Ugh, deeeberías regresar con tu alfa, hueles fuerte —protesta la omega, aunque no hace nada para apartarse de mí.

—Joder, ya cállate. ¿Crees que me fascina cargar con borrachos?

La omega ríe y finalmente enmudece, cabeceando hasta que llegamos al portón.

Una vez acabamos la tarea de librarnos de los invitados, retorno al castillo para buscar a mis amigos. Zydian parte en sentido opuesto para ayudar a Moon, aunque dudo que pueda servir de mucho, ya que, por lo que tengo entendido, él no es un mago, ni un brujo. Mikaela y Corey, ambos pertenecientes al gremio, tuvieron que retirarse a pedido de Moon porque ni siquiera podían recitar un conjuro sin estallar a carcajadas. Yo quise ayudar, pero tampoco estaba en condiciones de usar magia y menos considerando que solo habíamos conectado un puñadito de veces. La inexperiencia y la borrachera pueden ser muy malos aliados, especialmente en lo que a la magia respecta.

Llego a la sala de estar principal, donde encuentro a mis amigos repantigados en los sofás y profundamente dormidos. A Lyanna se le cae la baba y tiene manchas de labial en toda la cara. Ocupa uno de los sofás individuales junto a Erice, sobre la cual está cómodamente echada. Erice también duerme, no parece molestarle ser aplastada en lo más mínimo.

Kuro y Nathan roncan en uno de los sofás más largos tumbados sobre los cojines, abrazándose el uno al otro. Parecen una parodia de Romeo y Julieta.

Ahora entiendo por qué Moon envió a Gil a la casa de uno de sus amiguitos. Esta fiesta fue realmente inapropiada para un crío.

No advierto a Srinna acercándose y doy un repullo al verla aparecer por el rabillo del ojo. Uf, tengo que calmarme. Moon tiene todo bajo control. O eso quiero creer.

—¿Cómo te encuentras? —pregunta tendiéndome una taza de café.

—Bueno... no esperaba que algo así pasara —confieso. Me bebo el café tan rápido que casi ni degusto el sabor amargo del grano.

—Raegar me dio unos detalles rápidos. Qué susto te habrás dado.

Suspiro.

—Ha sido una noche extraña. —Inconscientemente me llevo una mano a la zona donde Moon dejó su marca. Mi piel está levantada y afiebrada, y mi corazón salta por una emoción inusitada cuando la palpo con mis yemas. No sé qué expresión tendré en este momento, pero Srinna me dedica una sonrisa cómplice.

—Al parecer Cupido también estaba invitado a la fiesta —comenta jocosamente.

Me ruborizo y huyo hacia la máquina de café para servirme más.

—Oh, ya veo por qué todos estamos tan estúpidos.

¿Debería tomarles una foto a mis amigos para enseñárselas cuando despierten? Es una buena idea para amenazar y manipular a Lya luego.

—¿Quieres más café? —le pregunto a Srinna. Ella asiente desde el sofá en el que se ha tirado.

Recojo su taza, lleno ambas y regreso junto a ella, ocupando otro sofá una vez le tiendo el café. Enciendo la TV y la pantalla muestra la escena final de Titanic, cuando Rose es anciana y lanza su preciada joya al mar. Qué idiota, yo la hubiera vendido. Entonces recuerdo que después se muere y pongo en duda mi codicioso pensamiento. Bueno, jamás se me ocurriría vender el anillo de cortejo que Seth me dio, sin importar que tan cotizado sea. Llevo mis ojos hacia el Amarrador de Almas y pienso que a él si lo vendería, si pudiera quitármelo del dedo, claro. Apuesto a que vale una fortuna.

"Te amo".

La voz de Moon rebota por mi mente liándome los pensamientos, y viene ligada a una punzada en mi pecho. Oh, Dios, no pienses en ello, no lo ha dicho en serio. No puede haberlo dicho en serio, si minutos antes de decirlo estaba divirtiéndose en una orgía. Siento crecer el resquemor cuando recuerdo los labios de esos omegas sobre su piel. ¿Por qué me molesta tanto? ¿Por qué me dijo que me amaba? ¡No tiene sentido! Por su culpa tengo un enjambre enardecido de incógnitas y emociones causándome jaqueca. Vale, también por el alcohol, ¡pero principalmente por su culpa!

Joder, ¿y qué demonios hay con ese mensaje macabro en mi habitación? Me espeluzno al imaginar a algún brujo o criatura espantosa inmiscuyéndose entre mis cosas mientras yo refunfuñaba en la fiesta.

Caigo en la cuenta de que ya me he roído todas las uñas de la mano derecha. Debo dejar de rumiar y ocuparme del asunto. Preocuparse no solucionará nada y me generará más preguntas que respuestas.

Centro la mirada en la TV. Una cáfila de créditos marcha de abajo hacia arriba.

Extraño a Moon.

—Oye, Srinna... ¿cómo es que llegaste aquí? —suelto para disipar mi mente—. Es decir, ¿por qué vives en el castillo? ¿Tienes algún parentesco con Moon?

La omega se ve algo sorprendida por las preguntas repentinas. Quizás también se encontraba perdida en sus pensamientos.

—Oh, no, no somos parientes. Él... nos salvó, a Erice y a mí, hace varios años.

Ahora el sorprendido soy yo.

—¿Las salvó? ¿De qué? Oh, si te apetece hablar de ello, claro —me apresuro a decir.

—No hay problema... no es algo fácil de contar, ni algo que me agrade rememorar, pero... la herida ya ha sanado. Erice y yo somos primas —revela, captando toda mi atención—. Nacimos en una manada pequeña y humilde llamada Rediust, cerca del territorio de Bileverden. Rediust siempre fue invisible a la vista y al amparo de las manadas más grandes, y por esa razón nos encontrábamos demasiado vulnerables a... —Srinna hace una pausa y traga saliva.

—No tienes que continuar si te angustia, en serio...

—No, está bien. Quiero contártelo —asegura—. En Rediust éramos un blanco fácil para la trata de omegas por parte de los humanos. Los alfas estaban demasiado deteriorados como para pensar en otra cosa que no sea su propia supervivencia. Eso, sumado a la pérdida de dignidad que les suponía ser completamente ignorados por el resto de las manadas, los condujo a la idea de comerciar con betas, vendiéndoles a los omegas de la manada a temprana edad. Nos convertimos en productos perfectos para la satisfacción sexual humana. No había riesgo de embarazo ni de enfermedades. Además, ya estarás enterado de que somos los favoritos de las grandes industrias del porno de los betas. También de los pedófilos. En fin, todos los omegas jóvenes de Rediust acabamos en algún prostíbulo, o en la sala de grabación de algún pervertido. Con algo de suerte, algún beta millonario te compraba y te convertías en un objeto sexual con "buena vida" —escupe con la voz acidulada—. Nuestros cuerpos a cambio de dinero y recursos. Ese era el trato.

Me contagio de su amargura, como si estuviese predispuesto al derrumbe psicológico.

—Tenía diez años cuando llegó mi turno —continúa. No puedo disimular mi mueca—. Erice tenía nueve. A ambas nos vendieron al mismo tiempo a un famoso prostíbulo en Rumania, reconocido por poseer preciosos omegas en su variado catálogo.

—Lo siento mucho... —No tiene mucho sentido darle el pésame por su suerte a estas instancias, pero realmente no sé qué responder a algo tan crudo. Me tiene algo ofuscado.

Srinna asiente y prosigue su relato.

—Pasamos alrededor de tres años sirviendo a los humanos... de múltiples maneras. Éramos sus putas o sus mucamas según les convenía. Una noche, mientras atendíamos a unos clientes, oímos unos ruidos fuertes fuera del prostíbulo. Nos encontrábamos en un sitio alejado de la ciudad, los altercados entre humanos ebrios o gamberros era frecuente, pero nunca causaban tanto jaleo.

—¿Qué ciudad? —inquiero.

—Braşov.

Aprendí los nombres de los territorios humanos recién cuando comencé la universidad. Aún se me hace arduo ubicarme en mi mapa mental. Además, en Rumania no hay manadas de lycans, por lo que no tengo ningún punto de referencia.

—¿Transylvania? —indago.

—Sí. Braşov es una de las ciudades principales de Transylvania, y Transylvania es una zona roja para nosotros.

—¿Qué quieres decir con zona roja?

—Vampiros —devela Srinna con el semblante pétreo.

Empalidezco.

—No me digas que la leyenda del conde Drácula es cierta. —Mi boca se tuerce en una sonrisa nerviosa que más bien parece un calambre facial.

Los labios de Erice me imitan.

—Hace tiempo los vampiros residían en Transylvania, pero no sabemos muy bien por qué y cómo desaparecieron. Tal vez huyeron de los lycans que los perseguían, como Raegar y su ejército, pero tengo mis dudas. Los lycans siempre estuvimos en desventaja. Si alguien debía retroceder y esconderse, teníamos que ser nosotros. En fin, esa noche oímos ruidos afuera, pero luego se propagaron hacia dentro del prostíbulo. Estallidos de cristales, gritos, golpes, cosas destrozándose... los humanos escaparon despavoridos, pero nosotras no podíamos salir de allí... estábamos atadas con collares de ahorque a unos soportes instalados en las paredes, especialmente implementados para mantener a los omegas esclavos. Erice se encontraba conmigo en la misma habitación. Teníamos la convicción de que íbamos a morir, pero al menos lo haríamos juntas. La pelea no cesaba y cada vez la sentíamos más cerca. Hasta que alguien abrió la puerta de la habitación. —Me estremezco por lo que mi imaginación me muestra con viveza. Casi me puedo ver allí dentro, atado junto a ellas—. Era un hombre, pero no humano. Estaba empapado de sangre y sus ojos brillaban como linternas. Cuando nos vio abrazadas y temblando sobre la cama, se lanzó sobre nosotras como un depredador. Recuerdo que nuestros gritos sonaron estridentes, tanto como las campanadas de la iglesia que se hallaba cerca. Pero el dolor y la muerte no llegaron, al menos no para nosotras. Una lluvia de sangre nos cubrió. Así conocimos a Raegar, con su espada en alto tras haberle rebanado la cabeza al vampiro que casi nos cena. En ese momento creímos que se trataba de un ángel vengador, aunque más bien fue nuestro ángel salvador. —Srinna sonríe genuinamente—. Cortó nuestras correas con la misma espada y nos sacó de ese infierno. Estábamos terriblemente asustadas, pero hacía tanto que no sentíamos el cielo sobre nuestras cabezas... fue un milagro. Había varios alfas y algunos omegas en el recibidor del prostíbulo cuando bajamos para marcharnos, algunos muertos, pero la mayoría vivos. Raegar nos encomendó a los omegas y se marchó por otro camino junto a los alfas. No teníamos idea de qué estaba sucediendo ni quiénes eran, pero nos dieron agua y comida, nos llevaron a una habitación de hotel para que nos aseáramos y luego nos trajeron aquí, a Arvandor. Raegar nos prometió que se encargaría de nosotras hasta que tuviéramos suficiente edad para vivir por nuestros propios medios. Nos envió al colegio y nos enseñó a defendernos. Y cuando tuvimos la suficiente edad para independizarnos... no quisimos irnos de su lado.

Dejo la taza de café vacía sobre la mesa enana, digiriendo la historia.

—¿Qué sucedió con los demás omegas del prostíbulo?

—Solo quedábamos nosotras. El resto fue desapareciendo día tras día. Nunca quise pensar sobre sus destinos... no creo que hayan sido tan afortunados como el nuestro.

—Vaya... me has dejado atónito... —manifiesto. Especialmente, hay un dato enterrado que hace tiempo me mata de curiosidad—. Moon... estaba en uno de sus viajes de reconocimiento cuando las encontró, ¿verdad?

—Así es... casualmente se encontró con un grupo de vampiros merodeando por allí. Quién sabe si su lugar de destino no era justamente el prostíbulo.

—Ustedes debían de tener alrededor de trece años en ese momento... ¿qué edad tienes ahora?

—Veintiséis... ¿por qué?

Moon ya era el líder de Arvandor hace trece años... De hecho, parece que también lo era cuando yo nací, veintidós años atrás...

—Srinna... ¿cuántos años cumplió Moon?

Como lo supuse, Srinna no me responde inmediatamente y su gesto se vuelve evitativo, encendiendo todas mis alarmas.

¿Qué diablos sucede con Moon? ¿Por qué tantos secretos?

Srinna es salvada en el momento justo por Erice, que comienza a balbucear quejas y a removerse bajo Lyanna, luchando por desertar del mundo onírico. Lya se despierta por el movimiento y masculla maldiciones a la par.

—Joder... mi cabeza...

—Deberíamos acompañarlas a su cuarto —me sugiere Srinna, levantándose para ayudar a Lya a salirse de sobre su prima.

Me muerdo el labio antes de ponerme de pie para ocuparme de mi amiga. No sigo insistiéndole a Srinna, ya me ha revelado bastante, y eso que se trataba de un tema doloroso de revivir. Además, infiero que eso por lo que me afano en saber es algo que Moon se encuentra determinado a mantener oculto de mí. Teniendo en cuenta la lealtad absoluta que Srinna, Erice y sus allegados le profesan, es obvio que no me enteraré por la boca de ninguno de ellos. Así que, o me las arreglo para hacer que mi Arcano confiese, o bien me hago con la información por otros medios.

Paso un brazo de Lya por sobre mis hombros y la cargo hasta su habitación, evitando mencionar algo sobre la causa que suspendió la fiesta. Será mejor dejarla dormir en paz hasta que su resaca mengüe. Por suerte tampoco pregunta al respecto. La recuesto sobre su cama y antes de retirarme activo mi Segunda Vista tal y como Moon me enseñó hoy para cerciorarme de que el cuarto se halle exento de energía oscura. No es muy difícil de controlar, de hecho consiste en los mismos pasos que seguí dentro del Laberinto. En ese entonces no funcionó porque la misma magia del lugar interfería con mis chakras, pero mi manera de proceder fue la adecuada.

Recojo una manta del armario y abandono silenciosamente el cuarto de mi amiga para volver a la sala de estar. Kuro y Nate se ven cómodos tal y como están y tienen suficiente espacio en el sofá, por lo que ni me molesto en despertarlos. Les echo la manta encima y parto para el cuarto de Moon. Paso por la lavandería para tomar unas sábanas limpias y cuando llego lanzo un suspiro interminable. Me he recorrido una maratón entre ir y venir por este maldito castillo.

El cuarto se ve limpio de magia negra, pero sucio de sustancias que prefiero evitar en la medida de lo posible. Abro la ventana que da al balcón para ventilar el ambiente y arranco de la cama las sábanas mugrosas, pellizcándolas de un extremo para luego arrojarlas a una esquina de la habitación. Quedó agotado luego de revestir el jodidamente enorme colchón con las sábanas limpias y el edredón. Me doy un baño rápido para quitar los fluidos secos que se han quedado adheridos entre mis piernas y uso una de las toallas de Moon para secar mi cuerpo y mi cabello. Huele a él y eso me tranquiliza.

La habitación está fría cuando salgo del baño y tengo que correr tiritando a cerrar la ventana. Quizás pezque un resfriado, pero al menos ya no apesta a sexo ajeno.

Encuentro mi camiseta de venta de garage y el resto de mi ropa tirada bajo la cama y suspiro de alivio mientras la recojo. Al menos no tendré que ir a buscar un pijama a mi habitación. Obviamente no pienso volver allí. Moon me dijo que durmiera aquí y que no lo esperara, y obedeceré lo primero, pero no lo segundo. Me preocupa que el cansancio pueda con él y quiero estar despierto por si necesita de mi ayuda.

Desplomado sobre el edredón lucho por mantener los ojos abiertos. El frío ayuda. La temperatura ha bajado bastante en unas pocas horas y tengo el cabello húmedo. Pienso en taparme pero inmediatamente se me ocurre una mejor idea. Zumbo al armario y encuentro algunas de las gabardinas del alfa colgando de las perchas, esas que seleccionó de su ex-cuarto luego de que yo se lo usurpara. Tomo la primera y me la pongo con una sonrisa boba. Me sobran como veinte centímetros de manga y la parte inferior se arrastra por el suelo como la cola de un vestido de novia. Luego de acomodar la capucha sobre mi cabeza, corro y me lanzo a la cama, escondido, calentito y protegido dentro del abrigo. Al final termino quedándome dormido en un santiamén.

Siento un tacto áspero sobre la mejilla y un aroma reconfortante. Sé de quién se trata incluso antes de recuperar la consciencia por completo. Unas yemas trazan algunos círculos irregulares sobre mi piel y viajan libremente por ella, contorneando mi nariz, mis cejas y mis labios. Abro la boca y le muerdo un dedo suavemente.

—Auch.

—Qué atrevido eres, alfa —digo desperezándome. Mi voz se oye grave y ronca por el sueño—. ¿Qué hora es?

—Las tres... te desperté, lo siento.

Me froto los ojos y advierto que se ha tumbado a mi lado, pero está completamente vestido con su atuendo habitual. Su tez luce más blanca que horas atrás y destaca lúgubremente por la luz nocturna que nos alcanza desde el balcón, pero su sonrisa brilla incluso más.

—¿Recién ahora terminas?

—No... aún no termino. —Suspira fatigado—. Quería verte antes de irme, probablemente no regrese hasta mañana.

—¿Qué? ¿Por qué? —Me sostengo sobre el codo preparándome para protestar.

—Iré a torturar a los vampiros hasta que escupan algo. Lo más probable es que no lo hagan, pero estoy llegando a mi límite de paciencia y temo que este deje de ser un lugar seguro para ti y los demás. Tengo que intentarlo.

—¿Crees que ellos tuvieron algo que ver con ese mensaje?

Moon mira al techo con sus orbes vacíos. No queda mucho espíritu en ellos.

—Creo que... estoy demasiado descarrilado. Ni siquiera he podido rastrear el cuerpo de Seth. —Me observa consternado—. Lo siento.

—Deja de disculparte. Yo soy quien debería sentirse avergonzado por ser tan inútil.

—Joder, no vuelvas a decir eso —gruñe.

—Es la verdad.

Nos miramos el uno al otro por un largo minuto, hasta que decido ponerle fin a ese deseo burbujeante superponiendo nuestros labios. Su boca es cálida y exquisita, ya no besa indómitamente como durante el sexo, pero guarda el cariño y el anhelo intactos. Me duelen un poco los cortes cuando mis labios se mueven sobre los suyos y cuando abro la boca para darle mayor terreno a su lengua. Nuestros hálitos se mezclan, perturbándose rápidamente en su ritmo al igual que el martilleo cardíaco bajo nuestras costillas.

Apoyo mis manos a cada lado de su rostro, atrapándolo entre mi torso y la cama, y él acaba de posicionarme sobre su cuerpo al agarrarme del culo. Quedo encaramado en su entrepierna y vicioso de lo que guarda en ella.

Mi pene se aplasta sobre la tienda de campaña que se ha formado en su pantalón cuando sus manos me agitan en un vaivén, cada una acaparando mis nalgas, amasándolas y abriéndolas sobre mis molestos vaqueros. Me los desabrocho impaciente para deshacerme de ellos en algunos tirones y patadas al aire y vuelvo a acomodarme para cederle mi trasero a sus palmas. No me quité los calzones, pero Moon se encarga de ello sin perder el tiempo, como si fuese ridículo que siguieran allí. Me los baja mientras coloniza el interior de mi boca jugosa y continúa masajeando mis nalgas con libertad. Sus dedos se aventuran hacia el centro, acariciando por el valle hasta dar con mi agujero. La habitación se colma de mis gemidos y de sus jadeos cuando dos de sus dedos se hunden en mi interior y cuando mi mano se desliza hacia abajo para frotar su abultamiento sobre la tela.

El frente de su pantalón está tan tenso que dudo que resista por mucho más, no importa que tan alta sea la calidad de su material.

Oprime y abre una de mis nalgas con su zurda y me penetra bruscamente con las falanges de su diestra, ocasionando un ruido chicloso que le colorea el rostro pálido.

—Mmmmgh... —suelto a la par que lo devoro. Lo estoy enloqueciendo y siento un orgullo sublime al saber que tengo el poder de causar estragos en él, así como él tiene el poder para descompaginarme.

Me apiado de su polla y bajo finalmente la cremallera. Su erección brinca cuando aparto su bóxer. La atajo en mi palma y comienzo a masturbarlo al compás feroz con el que él me mete los dedos.

Alzo la cabeza para interrumpir la batalla que nuestras lenguas libran, dejando que la saliva abundante nos cablee.

Oh, qué hermosa expresión puedes poner, alfa... cualquier artista vendería su alma al demonio por ver a su musa inspirar al arte.

—Hazel... —susurra. Suena a súplica, como si estuviera rezándole a una deidad, o mejor dicho a un íncubo, porque su voz calienta en demasía mi oídos y mi vientre.

Su pene se engrosa bajo la presión de mis dedos y se moja en la punta. Deja escapar un gemido quebradizo, hincando sus dedos hasta que mi orificio se topa con sus nudillos.

Mordisqueo mi belfo y suelto su polla, que cae pesadamente sobre su camiseta negra. Me muevo entonces hacia adelante para huir de sus pecaminosos dígitos. Llevo mis rodillas hacia los laterales de su cadera, enderezándome a la altura de su entrepierna.

Remango la gabardina que aún llevo puesta para despejar mis manos.

Moon se incorpora sobre sus codos, admirando embelesado cómo tomo una vez más su polla para izarla y apuntarla hacia mi agujero.

Bajó lentamente para desesperarlo, pero cuando siento su punta ardiente estimulando mis bordes sensibles e hinchados por el coito reciente, claudico primero y me dejo caer con todo mi peso, haciendo que su pene me empalé hasta el fondo.

—¡Ah! —grito abrumado por el éxtasis. A la par, Moon libera un gruñido de placer.

Echo la cabeza hacia atrás y apoyo mis manos sobre sus muslos en tanto me acostumbro a su diámetro venoso. Me encuentro mucho más flojo por haber sido penetrado horas atrás, por lo que no experimento ningún tipo de escozor nuevo. Cuando me siento completamente a gusto, vuelvo el mentón hacia adelante y me encuentro con los ojos embebidos en lujuria de mi Arcano.

—No imaginaba verte cabalgar sobre mi polla. Vas a matarme... —sisea.

Le sonrío y me muevo despacio hacia arriba, perdiéndome en sus pupilas insondables y en el abrasivo calor de nuestros sexos. Solo queda el glande dentro cuando me dejo caer una vez más. El placer vuelve de gelatina mi cuerpo. Moon me aferra de la cintura para que no desfallezca sobre su pecho, sin embargo se muestra reacio a mecerme él mismo. Su visaje rijoso exige que sea yo quien lo folle esta vez.

—Vamos, pequeño, demuéstrame lo que puedes hacer —insta, hundiendo sus dedos en mi carne—. Quiero ver cómo te llevas mi razón...

Sus palabras me incentivan y logro montarlo gemebundo, moviéndome de arriba abajo y circularmente. Me aterroriza lo mucho que extrañé su polla; una droga a la que te vuelves adicto en la primera probada, extremadamente nociva al comportamiento recto.

Moon entrecierra los ojos pero no pierde de vista los míos, un depredador dejándose depredar por su presa. Acelero el ritmo a pequeños saltos, rebotando sobre sus muslos mientras mis paredes se cierran y abren en una secuencia repetitiva y placentera. Una de las manos de Moon se mete por debajo de mi camiseta para juguetear con mi pezón.

—Oh... para... —Las corrientes eléctricas que me genera trastocan mi vaivén y me embarullan la cabeza.

Él gruñe y desnuda los colmillos, su parte alfa le empuja a tomar el control para joderme y lo evidencia al levantar su cadera para complementar mis saltos. Se ayuda apoyando una mano en el colchón y llevando aquella que pellizcaba mi pezón a mi trasero. Mi flequillo se bate sobre mi frente hasta que inevitablemente queda adherido a mi piel por el sudor que ambos exudamos. Nuestras feromonas chocan y se funden, multiplicando en el aire de una manera etérea nuestra unión corporal. Huele delicioso...

—Es maravilloso lo que podemos crear entre ambos —susurra, haciendo temblar mi vientre. Suena especialmente insinuante y tentador cuando lo oye mi lobo, pero todavía soy capaz de captar el peligro en esa frase.

Moon se clava rudamente en mí y se me borra toda preocupación de la mente.

—¡Ah... A-Ah...!

Me vengo por el frente, salpicando de blanco parte de su gabardina y de su camiseta. Me estremezco y pierdo fuerzas. Moon me atrapa rodeándome con sus brazos, depositando un beso sobre mi cabello.

—Nos moveré un poco, mi amor, sujétame.

Abrazo su cuello mientras nos arrastra hacia atrás para apoyarse en el respaldar de la cama. Una vez se acomoda, agarra mi culo con ambas manos para tomar las riendas. Me levanta y entierra en su miembro erecto mientras embiste hacia arriba y me es menester incrustar mis uñas en sus hombros como si fuesen mi anclaje al mundo real. Su respiración comienza a erratizarse y su corazón a bombear fuerte.

Aguardando ansioso su esencia, le beso el destello tatuado en su frente, entre la luna creciente y la menguante.

Nuestro orgasmo llega a la par. El nudo imposibilita completamente el movimiento y nos detiene unidos para que el alfa me impregne. El esperma que libera su polla me provoca un hormigueo extraordinario e incesante que se suma a los espasmos del clímax. Aprovecho que estamos pegados para lamer su cuello y morderlo, marcando territorio.

¿Marcando territorio?

Demonios.

Moon suspira y ladea la cabeza, regalándome la potestad de su cuerpo. Mis colmillitos quedan marcados en él como la firma que certifica "propiedad privada de Hazel", pero cicatrizan segundos después de que me aparto. Refunfuño a la par que mi lobo gruñe molesto. Moon me mira risueño, sus ojos obnubilados.

—No berrees, todos saben que soy tuyo. Tu marca está impresa en mi alma.

Hago un mohín, pues es lo único que aflora de la amalgama de desconcierto, suspicacia y otro sentimiento que me asusta nombrar.

—¿Me quieres? —inquiere. Me toma completamente por sorpresa y la cobardía me hace farfullar una enorme gilipollez.

—Pf, no te hagas ilusiones. Solo me gusta tu pene.

Sonríe y asiente, pero la luz en sus orbes se opaca. Me duele el corazón por lo imbécil que soy. Por supuesto que te quiero. No tiene sentido negarme un hecho tan evidente, a pesar de que lo considere insensato, absurdo, pues no tengo idea de por qué lo quiero tanto, ni por qué lo extraño con locura cuando no se encuentra a mi lado.

¿De qué tengo miedo? ¿De estar realmente enlazado a él? ¿De que mi mala suerte lo golpee también solo por hallarse cerca de mí?

—No pienses tanto... —dice, coartando mi obsesión—. Mi polla es solo tuya. ¿Sientes lo feliz que está?

—Guarro. —Encontrando la posición más cómoda, reposo sobre su pecho calentito mientras espero que el nudo se desinflame.

—Debo irme, pero aún me queda bastante en los cojones.

No lo reprendo otra vez solo porque lo dijo con un tono serio.

—¿Cuánto tiempo...?

—Veinte minutos.

Alzo las cejas. Un alfa promedio eyacula durante un periodo de diez minutos aproximadamente. Puede suceder que se extienda un par de minutos, pero es raro que dure mucho más, a no ser que el omega esté en celo...

Los ojos se me ponen redondos. No, no, tranquilo, es imposible que mi celo haya llegado si ni siquiera he tenido síntomas. Además, no hubiese salido con el trasero ileso de la fiesta.

Bah, no es que haya salido con el trasero ileso en realidad.

—Te dije que dejes de desvariar.

—¡S-Soy así!

Moon ríe.

—Y me gustas así de paranoico. —Me acaricia la espalda por debajo de la ropa—. Te ves absolutamente tierno con mis abrigos...

—Creo que tengo un fetiche con ellos.

—Puedes usarlos para tus fines fetichistas cuando gustes.

—No te vayas —le digo a quemarropa.

Moon no responde al instante.

—No puedo dejar las cosas así...

—No las dejaremos así. Solo te estoy pidiendo que te quedes conmigo esta noche... me da miedo estar solo. —En parte eso es cierto, pero el verdadero motivo radica en que no quiero que se sobreesfuerce. Aunque estoy seguro de que me dirá que se encuentra perfectamente y que no me preocupe si se lo digo. Decido golpear el hierro mientras aún está caliente cuando noto su temple reflexivo—. Y quiero acompañarte cuando vayas a sacarles información a esos vampiros.

—No —suelta tajante, lo que me desconcierta un poco.

—¿Por qué?

—No quiero que te conozcan. Así que no insistas.

—¡Tengo que saber con qué nos enfrentamos! —discuto—. ¡Nunca he visto un vampiro de alto rango!

—Y agradece a Cerbero por ello.

—¡Moon! ¡No puedes dejarme al margen! ¡Soy tu Cadena!

Me remuevo sobre él y el nudo tira, causándome una mueca de dolor.

—No me hagas renegar en este maravilloso momento, omega. Déjame impregnarte con tranquilidad.

—Si te quedas conmigo me lo pensaré. ¡Ha sido tu fiesta de cumpleaños! Vamos, podremos seguir con nuestro trabajo mañana.

El alfa resuella. Sonrío victorioso cuando me besa la sien.

—No puedo creer que un cachorrito complicado tenga tanto poder sobre mí —se lamenta.

—¿Cachorrito?

—Un cachorrito con un culo gordo y sabroso.

—Eres imposible —bufo, aunque oculto una sonrisa.

Nos quitamos cuidadosamente las prendas que restan para acostarnos. Él me ayuda con la gabardina y la camiseta y yo me encargo luego de sus prendas superiores. Por último, Moon se desembaraza por completo del pantalón sin moverse demasiado para evitar lastimarme.

Una vez logro girarme para que mi espalda quede contra su pecho, nos tumbamos bajo las mantas y Moon nos tapa hasta la altura de mis hombros. Desliza un brazo sobre mi cintura para mantenerme cerca, a pesar de que tampoco podría ir a ningún lado con su polla amarrándome como anzuelo.

Cae profundamente dormido en poco tiempo. Debe estar extenuado, razón por la cual tampoco le hice las preguntas que quería. Aun así, con haber sido capaz de persuadirlo para que se quedara ya es suficiente.

Me duermo en paz, con el arrullo de su hálito y la ondulación de su pecho amparándome como una nana.

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