☽ Capítulo 19 ☾
Estoy asustado. No quiero estar aquí. No quiero ver esto. No quiero olerlo. No quiero que me toquen.
Permanezco mudo e inmóvil como un cadáver, recluido entre cuatro paredes que se me echan encima a pesar de que la habitación es grandísima. Los chasquidos de los besos y sonidillos lúbricos me erizan la piel. Me retiro lentamente hacia atrás, pero ya he llegado a la esquina de la cama y el apabullamiento impide que mis piernas me saquen de este lugar.
Mikaela y Corey se toquetean frente a mí, dejando escapar gemidos, hálitos ruidosos y feromonas que me hacen arder la nariz. Obligo a mis pupilas a sujetarse en ellos, porque no creo poder soportar una mirada directa a lo que está por detrás. Aun así, lo escucho. Los suspiros de satisfacción de la omega rubia me están rompiendo los tímpanos y el corazón, pues sé quién se los está provocando.
A traición mi ojos saltan hacia Moon, que se encuentra apoyado en el respaldar de cama, regalándole el cuello y la clavícula a la mujer. Ella lo lame y besa, acaricia sus contornos duros y perfectos con los dedos y respira sobre la tinta presa en su dermis inmaculada, arrobándose en el arte de cada tatuaje y en sus eximias feromonas.
Me mordisqueo el labio en tanto mis ojos se recubren de una capa caliente. En el sofá de atrás la otra omega juega con el pene de Zydian, y me siento tan estropeado y dañado por lo que me toca presenciar que pienso en ir con ellos al sofá y entregarme al general para que acabe de quebrarme, para que me destruya antes de que enloquezca y mi lobo me devore vivo por permitir esto.
—Corey. —La voz de Moon arrasa y me reduce a una insignificancia—. Ve a complacer a Zydian y a Marishka.
Corey se despega de Mikaela con la cara roja y salta de la cama para formar un trío en el sillón. Ahora estoy más vulnerable y más a la vista del alfa. Sus orbes fulguran en la penumbra, entrecerrándose al evaluarme con frialdad.
—¿Por qué aún tienes la ropa puesta? —sisea.
No reconozco a este Moon. No es el que me regaló el cachorro, ni el que me abrazó durante quince horas en una habitación de hotel. Me abrazo inconscientemente y mi gesto defensivo lo disgusta.
—Mikaela —le nombra demandante.
El omega lanza una risita y gatea hacia mí.
—¿Qué sucede? —inquiere él divertido—. ¿Eres tímido?
Trago saliva y me encojo en mi sitio. Soy tímido, pero ese no es mi mayor problema en este momento. Solo he tenido dos parejas en mi vida y una sola verdadera; no poseo la suficiente actitud como para formar parte de esto y tampoco me apetece intimar con cualquiera. Pero sobre todo, no me da el alma para seguir viendo a Moon disfrutar bajo otras caricias. Lo ha echado todo por la borda. Ha botado la confianza que le tenía al meterme aquí dentro, porque es imposible que él no sepa cuánto me lastima.
Mikaela me atrapa entre sus brazos y se lanza conmigo al colchón. Ubicándose a horcajadas sobre mí, me despoja de la camiseta y de los vaqueros, pausando por un momento su labor para contemplarme.
—Bueno, eres realmente bonito, tengo que admitirlo.
Se inclina y me besa. Al principio deja unos piquitos e invade mi boca luego, cuando la abro por la sorpresa de sentir su mano rodeando mi miembro. Gimoteo y me remuevo, pero el ruido chicloso de la saliva y de la masturbación anulan la connotación de rechazo que en verdad tienen mis acciones. Ni siquiera yo mismo comprendo si lo estoy disfrutando o no. Las feromonas de Moon me consumen y confunden.
Mikaela libera mi boca acezando y desliza sus labios mojados por mi cuello hasta mi pezón derecho. Lo succiona ávidamente mientras su zurda pellizca el opuesto y su diestra bombea más abajo.
Algunas lágrimas comienzan a acumularse en los vértices de mis párpados. Giro el rostro hacia Moon, pero él no me ve. Está ocupado besando a la omega y amasando sus pechos. Pronto se aburre de sus labios y la carga sobre sus piernas para hundir el rostro en sus senos.
Suelto un quejido de angustia, pero pasa como otro gemido de gozo. Mikaela junta nuestros penes y los lude con su mano, se cierne sobre mí y mordisquea mi oreja.
—Corey. Vuelve aquí.
El omega obedece instantáneamente a su líder y regresa a la cama con una expresión hipnotizada. Ubicándose al lado de Moon, mete la mano bajo sus pantalones y lo masajea ansiosamente. Moon aparta a la mujer de su regazo y ella adopta una nueva posición a gatas frente a él, doblando la columna para darle un buen panorama de su coño.
—Mikaela.
El aludido responde al llamado como si estuviese entrenado y me suelta para conducirse al lateral libre que la mujer omega ha cedido. Me incorporo torpemente, tapándome tanto como mis finos brazos me permiten. Y observo.
Admiro como Moon besa a sus compañeros, como mete sus falanges con las garras recortadas en la vagina mojada de la mujer, que libera gritos y lágrimas de placer.
—Hazel, vete con Zydian —dice desdeñoso.
Mis párpados tiemblan por el calambre de dolor en mi pecho y mis lágrimas acaban desbordándose. Ni siquiera tengo un lugar a su lado. Yo no puedo tocarlo, solo tengo que mirarlo.
La omega se endereza y alinea el trasero a su entrepierna, preparándose para ser penetrada. Una sensación de mareo y vértigo me descompone, mi lobo se destroza la garganta con alaridos, porque lo estoy forzando a ver. Pero no puedo hacer otra cosa.
Siempre ha sido así. Solo pude observar a mi alfa mientras Jack y Berkan lo descolgaban del árbol. Solo pude observar cuando unos tíos apalearon y manosearon a Lya por defenderme. Solo pude observar a Pyna exhalando su último respiro. También cruzan por mi mente gritos, sangre, colmillos y vínculos quebrados con rostros sin facciones, y aunque de ese momento posea meramente retazos borrosos y sin nombre, también tengo la convicción de que no hice más que observar.
Aprieto los dientes hasta que el dolor en la mandíbula me espabila lo suficiente como para clavar mis garras en mi frente y rasgar hacia abajo. De esa manera, al fin soy capaz de cerrar mis párpados, pero dudo poder volver a abrirlos para salir de aquí. Me apeo de la cama a ciegas y tropiezo varias veces antes de percibir la madera fría de la puerta en mis palmas. Tanteando doy con el pestillo y lo giro hasta que el "click" me indica que puedo abrir y salir al corredor. En mi boca el sabor de Mikaela se diluye en el gusto metálico de mi sangre, que ya ha llegado hasta mi mentón.
Estoy desorientado. Mi raciocinio se encuentra tan cegado como mis ojos debido al alcohol y a las feromonas, no tengo idea de hacia dónde caminar. Mi habitación... ¿dónde? ¿por dónde voy? Me sujetan de la muñeca y grito amedrentado.
—¡No quiero! ¡No quiero estar ahí!
—Por Dios, tranquilo, ¿qué te has hecho? ¿Por qué demonios has hecho eso?
Intento abrir los ojos para guiarme y escapar, y lo consigo apenas, pero veo todo rojo.
—Quédate quieto, Hazel, por favor...
—¡Déjame! ¡Yo puedo!
Chillo y golpeo a Moon donde sea que mi mano aterrice. Es lo mismo que currearle a un bloque de hormigón. Me arrastra hacia algún lado y me desespero.
—¡N-No! ¡No quiero, no quiero!
—¡Te estoy llevando a tu cuarto! —me contesta exasperado.
Le respondo con un fuerte llanto, pero dejo de resistirme. Otra puerta se abre y se cierra. La pequeña alfombra mullida de mi habitación se aplasta bajo la planta de mis pies descalzos.
—Gracias, y lamento haber interrumpido tu fiesta —grazno—. Ahora vete.
—No lo lamentas. Eso era exactamente lo que buscabas. —Me empuja a la cama y ni me molesto en forcejear con él. En tanto sana mis rasguños apoyando su palma en mi frente, me siento más miserable si cabe.
—Eres un cabrón, un maldito imbécil, vete al coño con tu harem... capullo.
Me limpia la sangre de la cara con las sábanas, en silencio. Luego me tumba sobre el colchón y yazco subyugado a su cuerpo y a mis deseos. Lo tengo donde quiero, pero lo he conseguido siendo un completo gilipollas y he terminado con el corazón hecho trizas.
Al abrir mis ojos ya despejados de rasguños y sangre, me topo con su visaje abatido. Ahora se asemeja un poco más al Moon que me hace temblar y no de rabia, ni de pena.
—Idiota —repito, por si no le quedó claro.
Tengo que tragarme un gemido, se me está complicando pasar por alto que me encuentro desnudo y que él lleva la cremallera del pantalón abajo. Su pecho se infla al olfatearme y sus pupilas extinguen el iris.
—Me estás dando hambre... quiero mi pastel de vainilla y crema —musita.
Mierda, es demasiado embarazoso no poder evitar exudar feromonas de excitación. El sudor resbala por mis sienes, mis piernas se juntan y frotan, necesito tocarme. El alfa lo sabe y como un reactivo afín su olor se intensifica, embriagándome más que el whisky que perdí en algún momento.
Roza mis labios con la suavidad de una pluma antes de comenzar a bajar. En mi cuello se distrae unos segundos drogándose con mis feromonas, le oigo gruñir y repentinamente desaparece de mi vista. Contemplo ofuscado el techo de la habitación, hasta que una corriente eléctrica me aguijonea desde mi entrepierna.
—¡Ah...!
Arqueo la espalda y el alfa me contiene con una mano en mi estómago antes de dar otro lametón en mi pene.
—Moon... —Mi voz trepida, la sensación arrolladora la distorsiona—. Mmmm...
—Déjame probarte... vamos —dice con apremio—. Déjalo salir...
Su boca envuelve mi glande y masajea el orificio con la lengua. Mis muslos se tensan cuando el ciere viaja hasta el ápice y se vierte en la boca del alfa.
El aire cálido que sopla su nariz al degustarme hace cosquillas en mi vientre, que se contrae ansioso ante la imagen de Moon separándose de mi entrepierna con un hilo blanquecino de saliva conectando sus labios a mi polla.
Nunca había visto esa expresión mesmerizada en él. Se ve tan caliente que mi cuerpo responde afiebrándose. Las sábanas bajo mi espalda parecen hiladas con hebras de lava.
Dejo salir un sonidito de sorpresa cuando me sujeta por ambas corvas para echar mis piernas hacia atrás y levantarme el trasero. Mi entrada no para de latir, Moon es hechizado por ella y su respiración se vuelve agitada y audible.
—Me da vergüenza... no mires así... —sollozo. Se me está inundando la boca de saliva al pensar en su polla entrando y saliendo de mi culo.
Quiero verla. También quiero probarlo...
Moon no aparta los ojos eclipsados de mi agujero, mi súplica ni siquiera entra por sus oídos. Se inclina hacia adelante sin parpadear y sus manos aprietan con fuerza mis piernas cuando finalmente impacta su boca contra mi ano. Se hunde entre mis nalgas olisqueando y lamiendo con glotonería, bebiéndose los fluidos que mis paredes vierten hacia afuera para lubricarme y recibir su anchura con mayor facilidad.
—¡Agh! ¡Ah, alfa...!
Me estoy volviendo loco. Mis oídos se sobreestimulan con la obscenidad que recitamos, húmeda y suave, tierna y ardiente. Me comienzan a cosquillear las entrañas y se baten en espasmos cuando Moon me penetra con la lengua. Un poco de saliva chorrea por mi mejilla; joder, no logro ni enfocar la vista.
—Oh... —Empuño mis manos en su cabello arruinándole el meticuloso peinado. Los mechones que quedan atrapados entre mis dedos son seda de ónix, tan suaves que cuando los jalo mi piel se revitaliza—. Me vengo... —me escucho decir etéreamente.
Me estoy despersonalizando.
Moon gruñe, mete su lengua tres veces más y luego se yergue relamiéndose los fluidos que le abrillantan el inferior de su rostro. Se acomoda entre mis piernas y admiro medio ido como se baja los pantalones.
Tengo que abrir y cerrar los ojos varias veces para aclararme la vista y conocerlo. Gimo impetrante, esparciendo feromonas por todo el cuarto, un ozono erótico que envenena cualquier mente mesurada para que el instinto se imponga como amo y señor.
Estoy completamente expuesto ante Moon, ante un alfa excitado y demandante que sostiene impaciente su polla robusta, kilométrica y venosa, su punta rojiza y goteante ávida por enterrarse hasta lo más recóndito y los testículos rellenos colgando con una perfecta forma de corazón.
Creí que cuando finalmente llegara este momento me daría miedo y me echaría para atrás, pero en su lugar estoy dejando salir un suspiro trémulo y abriéndole más las piernas, invitándolo a entrar. No soporto la tensión, todo mi ser vibra en un clamor exigente que pide el semen de este alfa.
—Me alegra que al menos esto no te decepcione.
Sigue esperando que pierda la cordura, porque gimoteo y le llamo a tomarme, pero él no se mueve.
—¿Qué es lo que quieres? —susurra—. No te entiendo.
Me desespero.
—¡Métela! ¡Alfa, por favor, tómame! —Con una maniobra rápida me volteo, aplasto mi pecho y mejilla contra el colchón y alzo el trasero hacia él.
Resopla, dejando caer su pesada polla entre mis nalgas. Percibo la temperatura tórrida de su carne endurecida frotándose en los bordes hipersensibles de mi ano y un escalofrío placentero me detona. Moon solo nos fricciona unos segundos. Su límite se desgarra en algún instante y cuando lo hace el glande se inserta directamente en mi entrada. Grito mientras me abre poco a poco. Mil calambres de placer y de dolor me atraviesan.
Oh, Dios, ¿qué es esto? Se siente demasiado rico.
Me agarro de las sábanas y lloro de gusto mientras su pene duro me estira. Él me toma del cuello e inclina su cuerpo para arropar el mío, me besa entre los omóplatos y se hunde por completo. Un gemido delicioso merodea fugaz por su garganta, casi me lo pierdo por hacer tanto aspaviento. Creo que tengo un pie en este mundo y otro en el Edén.
—Te amo —me susurra al oído.
Mis gemidos se ven abruptamente interrumpidos.
¿Qué?
Continúa besándome el cuello, aspirando y lamiendo mi nuca. Una de sus manos se posa en mi estómago para mantenerme firme, la otra sube a mi cabeza y me aplasta la cara contra el colchón.
—¿Qué...?
—Te amo —repite—. Y te voy a coger duro.
Ni tiempo tengo para asimilar la primera parte, porque el alfa cumplimenta la segunda en cuanto termina de pronunciarla. En el primer embate se me atasca la exclamación en la garganta, en el segundo no soy demasiado consciente de si ha logrado salir o no. Mi mente es una nebulosa.
Moon no tiene inconvenientes en deslizarse hasta el fondo por la abundancia de lubricación, aunque mis paredes lo comprimen tanto que incluso se amoldan a la forma de su polla.
—¡Ah, sí! —chillo en la cuarta embestida, cuando golpea fuerte el tope de mi recto. El impacto se irradia a mi matriz y la estimulación es tan cimera que desencadena un orgasmo placenteramente abrumador a la quinta vez que clava su polla.
—Hazel... —me nombra con la voz fragmentada.
Mis paredes se contraen bruscamente succionándolo hacia dentro. Su pene pulsa y tiembla, por lo que detiene la penetración jadeando en mi nuca. Está haciendo un enorme esfuerzo por no correrse, pero su nudo se inflama y nos deja inevitablemente pegados.
Me quejo. Su nudo dilatado me está partiendo en dos.
—¡Ah, duele! —Muerdo las sábanas y más lágrimas ruedan por mis mejillas acaloradas.
—Me estás apretando... oh... —Empuja y el nudo se atasca entre las ondulaciones de mi orgasmo.
—¡Ngh!
—Aguanta...
Mi pene escupe algunas tiras de ciere que el alfa ataja con su mano para bebérselo luego. Se lo traga de a lametones y me sonríe descolocado antes de chocar nuestras bocas para devorarme. Sabe a sal y a vainilla con caramelo.
Sin parar de besarme y aún con la polla ensartada y anudada en mi interior, se las arregla para voltearme manipulando mis piernas. Vuelvo a estar boca arriba, por lo que aprovecho para enlazar mis piernas a su cintura mientras me ahogo con su lengua. Sus yemas dejan marcas rojas en mi piel, futuros magullones que mi lobo portará con orgullo, pero que lo harán reñir con mi consciencia.
Veo a mi Arcano viéndome y lo siento sentirme, es curioso, porque nuestra unión no acaba en la piel. Incluso mi alma se siente acobijada, a pesar de que su pene claramente me está rompiendo. Levanto una mano para acariciar su mejilla, luce algo abstraído y meditabundo.
—¿En qué piensas?
Sonríe y toma mi mano para besarme la palma.
—Solo... que es el mejor cumpleaños de mi vida.
Entonces lleva sus caderas hacia atrás para tomar envión y arremeter otra vez. El nudo no se ha deshinchado por completo, pero al menos ya puede moverse con libertad porque me he adaptado rápidamente a él. Mi pene rebota sobre mi estómago por la sacudida y la cama azota contra la pared. Moon libera un gemido de regocijo y sin cesar empuja y sale moldeándome a su antojo. Todo el cuarto se estremece con cada golpe en la pared y con el chirrido de las patas de la cama rayando el parqué. La melodía sicalíptica se reanuda, pero ahora es más agresiva y despiadada. En cada estocada nuestros fluidos se mezclan y sus bolas impactan en mis nalgas creando una percusión sucia, casi pornográfica. Quizás por eso nos hemos quedado momentáneamente callados, apagando nuestras voces para oír la magia del apareamiento.
Nuestras bocas se juntan en una nueva ronda sangrienta por el descuido. Los colmillos y el éxtasis en conjunto pueden ser muy peligrosos, lo evidencian nuestras bocas aserradas, aunque el placer opaca todo lo demás.
—Más... —pido codicioso entre besos.
—¿Más qué, omega? —Sujeta mi mandíbula para que lo mire de frente, pero mis ojos insisten en retirarse hacia atrás.
—Más... de ti...
—¿Quieres más de mí? ¿Quieres que te impregne?
Su pulgar barre mis labios mojados. Cuando asiento, se queda retenido entre ellos. Lo chupo y Moon se crispa.
Me folla más rápido y llega hondo, jodiéndome deliciosamente hasta que su polla erecta se engrosa nuevamente cerca de la base. Moon se deja caer sobre mí, lame mi cuello y muerde en el recodo, horadando profundamente con sus dientes.
—Ugh... Raegar... ¡A-Ah...!
El nudo llega a su máxima envergadura en el instante en que mi segundo clímax explota. Más ciere se derrama, Moon gime y se viene a la par dentro de mis paredes convulsas. Todo mi vientre hormiguea y empieza a hincharse por la profusa cantidad de eyaculación. Parte del esperma se escurre por mi ano apretado y moja la cara interna de mis muslos.
Me esmero en mantener la cabeza en el presente mientras su semilla me sigue llenando. Es más fuerte que el opio y mi cuerpo, desacostumbrado a las feromonas alfa por el tiempo que viví entre humanos, es especialmente receptivo.
Los brazos de Moon me rodean metiéndose entre mi espalda y el colchón, nos oprime y empuja un poco más dentro de mí hasta que siento sus testículos palpitar sobre mi piel.
No tengo noción del tiempo ni del espacio. Cuando el alfa deja de eyacular, ya estoy demasiado adormilado y repleto. Sus colmillos se retiran lentamente de mi cuello y pronto su lengua repasa las heridas sangrantes para que la saliva contribuya a que se cierren.
...
¿Qué hice?
—A-Ah... el condón...
—¿Ahora te acuerdas? —dice ronco con una media sonrisa. Lloriqueo, aunque todavía no regreso totalmente al mundo real—. Tranquilo, no estás en celo y estamos sanos, no pasa nada.
—Idiota, apuesto a que a todos se lo haces así.
—¿Sin condón? Joder, no, no le daría mis valiosos genes a alguien que no seas tú.
—¡No quiero tus genes!
—¿No me estabas rogando por ellos hace veinte minutos atrás?
—¡Claro que no! Cómo crees... saca tu polla, oh, Dios, ¡sacala ya!
—Aún estamos anudados.
Me enfurruño y retuerzo bajo su cuerpo, pero me veo obligado a parar porque me estoy excitando de nuevo.
—¿Por qué eres así de veleidoso, amor? —inquiere, riendo suavemente por mi inestabilidad emocional—. Si tanto te gusta que te tome, deberías dejar de berrear y ser un poco más sincero con tus sentimientos.
—No tienes cara, alfa —bufo—. ¿Sincero? ¿Y tú qué? Dices que me amas, pero no tienes inconvenientes en ofrecerme a otro tipo.
—Te amo, por eso quiero darte lo que te haga más feliz, aun si eso es otra polla. Aunque Zydian sabe que si te pone una mano encima, lo mato.
—¡Te estás contradiciendo! ¡Y deja de decir eso!
—¿Polla?
—¡Que me amas!
—¿Qué hay de malo en ello? ¿Es tan inadmisible para ti ser amado por alguien que no sea Seth?
Me da un pinchazo de culpa al oír su nombre cuando tengo un nudo de otro en el culo.
—Ni siquiera ha pasado un mes desde que nos conocemos. Es ridículo. Aunque hayas conocido a mi familia, yo no tengo nada que ver con ellos ni contigo. —No toco el tema de Seth.
Me besa la frente y la comisura de la boca antes de tumbarse a mi lado. Su suspiro me provoca desazón y una sensación de equivocación respecto de mis palabras.
—Está bien, no lo diré más si tanto te disgusta. Lo lamento. Puedes pisotear esos te amo y tirarlos a la basura, o tenerlos presentes para cuando quieras reflexionar sobre ellos... o cuando me extrañes.
Su sonrisa es cariñosa, pero agridulce.
Me arrimo a su pecho para esconder mi rostro allí.
—No quería acostarme con Zydian —confieso.
—Lo sé.
—Tampoco quería verte con otros.
—Lo sé.
—Y aun sabiéndolo me metiste allí dentro.
—Si no lo hubiera hecho, no habríamos acabado así —Acaricia mi mejilla. Su sonrisa aterciopelada me pide perdón, aunque no luce para nada arrepentido.
—Capullo... ngh... —me quejo cuando saca su pene de mi interior. Estoy todo pegajoso—. Debería...
Me apoyo sobre mi codo para incorporarme a medias y un sacudón secundado por un "¡paf!" nos sobresalta a ambos. Moon comienza a reír y yo no puedo creer que hayamos tirado la cama abajo. Me asomo por el borde del colchón y veo el suelo a pocos centímetros y las patas de madera abatidas, sobresaliendo hacia los costados.
—No jodas... —Otro ruido me hace saltar. El cuadro de Cerbero que colgaba de la pared por encima de la cabecera también acabó en el suelo.
Moon lanza otra carcajada que corta repentinamente. Sus ojos angostados se abren y su semblante jovial muda a uno serio y complicado en un efímero instante. Mi rostro adopta la misma tensión cuando me doy cuenta de lo que le sucede.
En el espacio que dejó el cuadro al caer, letras escarlata y desprolijas forman una desconcertante frase.
"Dios ha muerto"
Se me hiela la sangre.
Moon salta de la cama y de pie hace un ademán con la mano resplandeciendo. Su espada se materializa en el aire entre una nube púrpura refulgente y la atrapa del mango, alistándose para atacar en un santiamén.
—¿Qué es esto? Alguien ha entrado al castillo —digo nervioso, con la intención de bajar de la cama.
—Espera, no te muevas.
Me quedo tieso y asustado sobre el colchón. Entonces lo percibo. Es una emoción inquietante, un estado nervioso que me constriñe el cerebro.
—Moon, esta sensación...
—Una sobresaturación mágica.
Lo que temía. Es lo mismo que experimenté cuando entramos a Nikerym y Moon me hizo bajar de la furgoneta. Con el ceño fruncido miro hacia todos lados. La habitación está algo oscura, pero aún así puedo ver con claridad. No olfateo a nadie. A no ser que haya un beta escondido en el armario, podría asegurar que aquí no hay nadie.
Doy el tercer respingo de la noche cuando una onda violeta se expande desde el cuerpo desnudo de mi Arcano y me atraviesa como un fantasma. Se propaga por los alrededores hasta traspasar las paredes.
—No hay nadie —determina Moon—. Tal vez han escrito esto antes de que llegáramos.
—¿Tal vez? —cuestiono pasmado—. El autor tiene que haberlo hecho antes, de otra manera...
—Lo hizo mientras follábamos —acaba la idea.
—¿Qué? No, imposible —Me rehúso a pensar que alguien nos vio así, aunque esa no es la peor cábala—. Dijiste que cuando sucediera algo como esto, un brujo andaba cerca, o bien una criatura de otro mundo o... —Hago memoria—. O una brecha interdimensional estaba abriéndose.
—Así es. —Con la espada aún en la mano, se sube a la cama y camina hacia el siniestro mensaje—. O tal vez fue el fantasma de Nietzsche.
—¿Cómo puedes bromear en un momento como este? —bufo—. Puede que uno de tus invitados sea un brujo... —Un pensamiento fatal me asalta—. Moon, ¿y si el nigromante está aquí?
—Varios de mis invitados son brujos, pero ninguno tan poderoso como causar un ensamble de este calibre... ni son tan idiotas como para dejarme este dulce mensaje —ironiza.
—Dios ha muerto... ¿qué carajos quiere decir?
—Posiblemente exactamente lo que dice.
Moon se agacha para asir el cuadro preso entre la pared y la cama despatarrada. Se me eriza la piel por un escalofrío cuando lo sostiene frente a ambos.
La pintura de Cerbero está intacta, excepto en la zona del vientre. Allí el lienzo está rajado partiendo en dos la figura, y del propio rasguño no deja de rezumar un líquido escarlata que huele a hierro.
Sangre.
—¿Por qué... el cuadro está sangrando? —suelto sin aire. Moon lleva la pintura hasta el armario y la apoya allí. Chasquea los dedos y las luces del cuarto se encienden.
Ambos nos ubicamos a un par de metros prudentes de la obra artística y la examinamos.
Cuando una manito huesuda sale súbitamente del corte, yo trastabillo y me caigo de culo y Moon blande su espada para cortar al vrykolaka que emerge salvajemente del jodido lienzo para lanzársenos encima. Lo parte en dos a mitad de su espantoso chillido y velozmente se hace un corte en la palma con su propia espada. Agita la mano herida hacia el cuadro y lo salpica de sangre, recitando al mismo tiempo una oración en un idioma que desconozco. La habitación comienza a temblar con tal ímpetu que las luces parpadean y algo de polvo cae del techo, hasta que todo se detiene de la misma espontánea manera, instalándose un silencio sepulcral.
—Está jugando con nosotros —masculla Moon—. Y sea quien sea, está convencido de que ganará.
Las palabras de mi Arcano flotan en el aire mientras yo continúo admirando estupefacto las partes del vrykolaka mientras se convierten en polvo, desnudo y con el trasero adolorido.
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