☽ Capítulo 15 ☾
—¿Qué? ¡Moon... ! —grito acoquinado.
—¿A dónde estás mirando, pequeño omega?
Me volteo sobresaltado. Moon viene caminando desde la derecha, por fuera del laberinto y con su gabardina bastante maltratada. Un importante rasguño forma una diagonal en su pecho, y la sangre que del mismo supura humedece su camiseta, haciendo que la tela oscura se vea azabache como su cabello. No puedo estar más ofuscado, pero la preocupación me empuja hacia él. Ya estoy fuera del laberinto, el Moon anterior puede haber sido irreal, pero no hay manera de que este también lo sea.
—Oh, por Eón, ¿qué te sucedió?
—Vrykolakas —escupe con desdén—. Me atacaron apenas puse un pie fuera del laberinto, y estaba... algo desorientado como para reaccionar de inmediato.
—¿Estás bien? Esa herida se ve muy profunda, tenemos que curarla...
—No te preocupes, estoy bien. Mi capacidad regenerativa es bastante buena. ¿Qué hay de ti? —inquiere, examinando mi rostro. Probablemente no tengo la mejor apariencia en este momento—. Lamento que hayas tenido que salir solo... no fui capaz disipar la magia de alienación y nos afectó a ambos. Al parecer el laberinto impide que cualquier otro tipo de magia funcione dentro de sus límites.
—Podría estar mejor... pero al menos estoy vivo.
—La misión del Laberinto no es matar a la gente. Aunque a veces algunos enloquecen y recurren al autoflagelo.
—Te creo, en serio —digo con un nudo en la garganta. Moon me obliga a mirar su rostro compungido al levantar mi mentón con su mano.
—Lo lamento, Hazel.
—Estoy bien. —Pero la voz se me quiebra y ya estoy llorando de nuevo. Esta vez soy yo quien comienza un abrazo, embadurnándome de su sangre caliente y de su aroma—. ¿Eres real, cierto?
—Lo soy. —Deja un beso donde inicia mi flequillo alborotado, y noto que también aprovecha la cercanía para inhalar mi olor—. Es aterrador conocer el propio interior, ¿verdad pequeño?
—¡Tenía mucho miedo! —lloriqueo—. ¡Fue horrible! ¡Alfa idiota, me dejaste solo!
—Lo siento, lo siento. Te prometo que lo enmendaré.
Quisiera saber cómo hará para enmendar la papilla en la que se convirtió mi cabeza. Se me ocurre algo al segundo.
—¡Quiero un cachorro!
El alfa me contempla con genuina sorpresa. Mi cara se calienta a la par.
—¡N-No me refiero a ese tipo de cachorro!
—Te haré todos los que quieras.
Sus manos se ciñen a mi cintura tras delinear con una caricia sugestiva mis laterales. Me retiro dos pasos hacia atrás, azarado.
—¡Quiero una mascota! ¡Un cachorro de mascota! —esclarezco. Moon tuerce la sonrisa. Siento que me dará un patatús.
El crepitar de algunas ramas me hace olvidar la vergüenza y llevar mi atención al bosque con la adrenalina despertando mis sentidos entumecidos.
—¿Vrykolakas? —digo en un murmullo.
—No lo creo. Me asegure de matarlos a todos, aunque pueden llegar más.
—¿Cómo es posible que hayan entrado aquí? ¿Qué hay con las barreras?
—Buena pregunta. O han caído, o esos vrykolakas se crearon aquí mismo. O...
—¿O?
Moon hace una mueca.
—O no tengo ni una jodida idea de qué diablos está sucediendo.
Vale, las dos opciones suenan bastante desalentadoras.
—¿Dónde está Ouran?
—No aquí —asevera—. Evidentemente no hemos salido por donde entramos, incluso dimos con salidas diferentes.
—Dicho con otras palabras, tampoco tienes idea.
—Soy apuesto, fuerte e inteligente, pero sigo siendo mortal. Mi sabiduría tiene límites.
—También eres un fanfarrón. —Ruedo los ojos.
—Tal vez. Será mejor que avancemos, el sol está cayendo.
Ahora que lo menciona caigo en la cuenta de que el bosque cada vez se ve más tiniebloso, presagiando la noche a pesar de que sigue siendo imposible avistar el sol en el cielo nublado y con los abetos gigantes sobre nuestras cabezas. Mierda, ¿cuántas horas pasamos dentro del Laberinto?
Nos movemos por el bosque, nuestras orejas bien paradas y nuestros cuerpos bien pegados. Este lugar es aterrador, y aterrador aún suena a eufemismo cuando alguna que otra rama larga me roza el hombro o las piernas, pues mi mente inevitablemente conjura los brazos de Slender Man. Pero aun así, sigue siendo mil veces mejor que andar caminando por ese laberinto del demonio. Reprimo una oleada de pánico al rememorar a Seth, el holocausto de ahorcados y esa cosa que salió de mi interior.
Moon frena y yo lo hago a su lado. Inspecciono la cueva que ha aparecido a metros de nosotros, un agujero rústico en la base de un risco, pero lo suficientemente ovalado como para pensar que fue abierto por obra humana-lycan. Del hueco hacia adentro no se ve absolutamente nada.
Me quejo con ruiditos de renuencia.
—¿También tenemos que entrar allí?
—La magia negra que mana del interior es potente —afirma a su manera Moon.
Tomo aire y me lleno de valentía. Es posible que Seth se encuentre en esa cueva, haciendo quién demonios sabe qué. Finalmente asiento y el alfa coge mi mano, aunque no para conectar, sino para infundirme seguridad. Realmente lo valoro.
—Tú... ¿estás seguro de que estás bien? Tu herida...
—Te lo prometo, omega. Pero te dejaré curarme cuando regresemos.
Cuando me siento lo suficientemente confiado, avanzamos hacia lo que nos aguarda en esa inhóspita oscuridad. Moon enciende una llama violeta en su palma que ilumina el reducido espacio rocoso. El relente de la atmósfera es algo ahogante, y más si se suma a la estrechez que nos envuelve. No obstante, luego de haber caminado un corto tramo, el aire se aliviana y Moon logra enderezar la espalda al elevarse abruptamente el techo de piedra. La caverna se extiende hacia adelante, hacia los lados y hacia arriba. Moon chasquea los dedos y al menos unas cinco bolas de fuego emergen del aire, levitando a nuestro alrededor y arrojando una intensa luz que alcanza todos los recovecos de la caverna.
Mi gesto se trastoca por lo inesperado de toparnos con una estatua, velas consumidas a su alrededor y cristales afilados floreciendo entre las rocas, los cuales reflejan con destellos púrpura la luz de las llamas. Como no he captado a la primera que se trata de una efigie sin vida, he dado un salto hacia dentro de la gabardina del alfa, creyendo que es alguna criatura dispuesta a darse un festín con nosotros
—Calma, cachorrito, no percibo vida aquí dentro... al menos no en un cuerpo físico.
Me espeluzno.
—¿Y Seth?
—No está aquí, pero lo ha estado recientemente.
Me muerdo el labio, frustrado por no haber salido antes del laberinto. No lo hemos encontrado por un pelo. Aprecio la estatua con el reconocimiento pellizcándome la memoria.
—¿Cerbero? —inquiero. Es muy similar a la escultura del castillo en cuanto a rasgos y accesorios, como la toga y las cadenas rotas amarradas a los tobillos y muñecas... solo que se halla en otra posición, con los brazos extendidos ligeramente hacia adelante y las palmas mirando al techo.
—Así parece... nunca hubiera pensado que nos toparíamos con un templo de Cerbero en un lugar como este.
Me aparto de él para echar otro vistazo y, posteriormente, dar una vuelta en busca de pistas. Más de una vez me quedo embobado con el brillo de las estalactitas. Algunas son rojizas, otras verdosas, y otras cambian de color cuando las toco. A veces, un chispazo de electricidad me hace quitar el dedo de las frías superficies con un mohín.
—Esos cristales están muy cargados —refunfuño—. ¡Me dan chispazos!
—Eso es porque el cargado eres tú, amor.
Agradezco estar dándole la espalda, apuesto a que mi cara resplandece roja como estos cuarzos.
—¿Qué podría querer el nigromante al enviar a Seth a este lugar? Pensé que solo podían entrar los Arcanos y sus Cadenas.
—Aquí sucede lo mismo que con las barreras. Un cuerpo sin alma no es más que un muñeco, no disparará ninguna clase de reacción de la magia. ¿Has encontrado algo?
—Solo piedras... y-y una cucaracha —farfullo asustado cuando el insecto camina rápidamente hacia mí. O tal vez es un grillo, ni idea.
Tras examinar las paredes y todos los huecos que pude encontrar insertos en las mismas, regreso junto a Moon, que se encuentra agachado a los pies de Cerbero tanteando la tierra con los dedos. Su ceño está tenso, pero supongo que esa es su cara de concentración.
Hago "contacto visual" con la representación Cerbero. A pesar de ser una piedra tallada, sus ojos rasgados conservan un cariz poderoso y su cabello largo y ondeado una sedosidad visual imposible para un terrenal.
—Cerbero... ¿es omega? —cuestiono—. Es decir, es hombre, pero si es nuestra madre...
—Es alfa y omega —me corrige Moon.
—Con que es un dios hermafrodita... —Continúo sondeando la estatua con la mirada, curioso por encontrar rasgos de alfa y de omega en un mismo cuerpo... y algo llama mi atención.
Un destello brilla entre los aristocráticos dedos de la efigie gracias al fulgor de una de las bolas de fuego que me acompañan. Meto mi propia mano dentro de la zurda ahuecada de Cerbero, poniéndome en puntas de pie para alcanzarlo. Mis dedos tocan algo frío y suave, un pequeño objeto que logro tomar después de dar un par de saltos. Moon observa atentamente cuando abro mi puño, descubriendo lo que acabo de encontrar.
El shock es tan grande que hasta siento mi sangre detenerse en mis venas a la par del tiempo. Un pitido estridente resuena en mis oídos mientras veo estupefacto el anillo de plata en mi palma. Lleva engarzada una piedra lechosa y ovalada cuya superficie relampaguea con un tono azul metálico.
Mi anillo.
Mi anillo de cortejo.
El anillo que me dio Seth.
—¿Hazel?
—¿Qué hace esto aquí? —susurro, el pasmo partiendo en cuatro mis palabras.
El alfa examina con la vista la sortija, intentando descifrar los motivos de mi impresión.
—Un anillo de cortejo.
—¡Es mío! ¡Es el anillo que me obsequió Seth! —grito, pidiendo explicaciones al aire, resentido con un destino que se empeña en recordarme a cada minuto todo lo que me destroza.
Mi primer impulso es ponerlo en mi anular, regresarlo al lugar donde debe estar y que nunca debió dejar, pero mi anular ya se encuentra ocupado por otro anillo, que para rematarla está perpetuamente atascado. Con mi corazón apuñalado por mí mismo, ubico la sortija en el anular de mi mano opuesta, la diestra. Moon me observa con más sombras en su rostro que las que la cueva le confiere.
—Sácatelo, debemos comprobar que no tenga nada raro primero —dice con calma, aunque detrás de su inflexión la calma falla y se ausenta.
Entiendo a lo que va, pero no me lo quiero sacar, y tampoco se lo quiero dar. No me parece correcto.
—Hazel.
—¿Realmente es necesario? Solo es un anillo...
—Los nigromantes pueden hacer muchas cosas con un anillo.
—Pero...
—Omega, no me hagas perder el tiempo —gruñe. Suena despótico y mi lobo quiere retroceder pero, dándole la espalda a mi naturaleza, le muestro los colmillos en una respuesta belicosa.
—¿Prefieres ese anillo a salvar el alma de Seth? Vale, quédatelo.
—No veo cómo eso puede estar relacionado —espeto.
—Cargarás con un objeto que posiblemente ha estado en manos de quién está provocando nuestra extinción. Creo que aún no entiendes tu lugar y tu relevancia en este asunto, Hazel. Cualquier cosa que te suceda tendrá un efecto dominó en toda nuestra raza.
Apretando los dientes, me arranco el anillo del dedo y se lo doy.
—Aquí tienes.
—No te pongas así.
—Ya.
—Te lo devolveré en cuanto lo revise. No te exasperes, también podrás metértelo en el culo como hiciste con el mío.
La ira me sube hasta la cabeza como si fuese un volcán. ¡¿Qué demonios le pasa?! Voy a ladrarle, pero el cambio en su expresión me descoloca y medio segundo después un remezón brutal nos manda a ambos al suelo. Algunas estalactitas y rocas se desprenden de las superficies, aunque ninguna cae sobre mí. Todas estallan al impactar en la burbuja violeta que nos protege. El alfa tiene su brazo tendido hacia arriba, su mano despidiendo un suave brillo que decrece hasta extinguirse una vez cesa de temblar. La capa protectora se deshace y la caverna queda nuevamente en silencio.
—¿Qué fue eso?
—Salgamos de aquí —dice a la par Moon—. Este lugar puede derrumbarse en cualquier momento.
No rechisto. Nos apresuramos a la salida dejando a su suerte la estatua que nos ve marcharnos, siempre solemne. Cuando salimos al aire libre, ya no queda ni un amortiguado rayo de sol que alumbre. Y aunque ahora la luna debe de reinar en el firmamento, la intensidad de su fría luz no es suficiente para perforar el nubarrón que se niega tozudamente a trasladarse a otro lado.
Diría que tengo miedo, pero no quiero ser repetitivo.
—Regresemos a la ciudad.
—¿Y qué hay con Seth? —insisto, reacio a abandonar la búsqueda.
Moon niega con la cabeza.
—El campo electromagnético es cada vez más potente. No sé hasta qué punto podré contrarrestar la presión sobre nuestros cuerpos con magia. Si no quieres que acabemos achicharrados como tu móvil, tenemos que largarnos de aquí.
Joder.
Moon me toma del brazo y comienza a arrastrarme con él antes de que pueda poner objeciones. Las bolas de fuego permanecen junto a nosotros haciendo nuestro camino visible y a varios diminutos pares de ojos resaltar entre la oscuridad. Animalillos nocturnos... creo.
—Algo no anda bien... —oigo susurrar al alfa.
—No me digas.
—Además de toda la mierda que ya sabemos, o no sabemos, creo que algo acaba de suceder... ahora. Cuando estábamos en el templo —aclara.
—¿Lo dices por el terremoto?
—Podría estar relacionado pero... ¿recuerdas lo que te expliqué del yin y el yang? Vale, hay un desequilibrio importante de ambas fuerzas en este momento. Ni siquiera los seres elementales responden a mi llamado, y ellos son bastante resistentes al ruido mágico.
Finalmente damos con el muro del laberinto. De inmediato lo costeamos hacia la derecha, medio corriendo, medio trotando. En realidad, Moon tiene que aminorar el paso cada dos minutos porque mi resistencia física está flaqueando.
—Pequeño, deja que te lleve —se ofrece, y tampoco me da lugar a rechazarlo. Me alza en brazos y comienza a correr a una velocidad que estoy seguro se aleja mucho de la estándar de un alfa.
Se ve nervioso, por lo que prefiero quedarme callado y prenderme a su gabardina. No tardo mucho más en comprender el por qué de su inquietud. El ambiente comienza a pinchar, a oprimir y a robarme el oxígeno. El dolor de cabeza es instantáneo, lo suficientemente fuerte como para reventarme las venas de la nariz. Palpo la sangre que decanta de mi orificio nasal y miro al alfa preocupado.
—No tengas miedo, ya estamos cerca del camino de regreso—me tranquiliza, aunque él no luce mejor que yo. Las escleróticas de sus ojos están tan rojas como sus iris. La nariz también le sangra, pero además reparo en una gotita escarlata rodando de una de sus orejas puntiagudas.
Trago grueso, afanándome por aplacar el inicio de una crisis con pensamientos positivos. Confío en él.
Damos con el sendero por el cual vinimos luego de rodear durante un buen trecho el laberinto. La profusión de vegetación sumada a la oscuridad hacen casi invisible al fino camino de tierra, lo hubiera pasado por alto de no ser por el diseño de llave que señaliza el acceso al Laberinto. Ouran ya se ha ido, un pequeño alivio, aunque sigo rogando que a mis amigos no se les haya ocurrido entrar.
Moon logra que el medio kilómetro que nos separa de la carretera solo parezca unas decenas de metros. La rapidez con la que se mueve llega a darme vértigo, aunque no estoy seguro de si es su velocidad o el campo electromagnético lo que me está mareando.
Recién puedo henchir los pulmones en el momento en que diviso la luz de los pocos faroles que bordean la calle. La nieve traza una danza parsimoniosa por el aire, pero acaban revoloteando enloquecidos al entrar en contacto con nuestros hálitos agitados. Nos detenemos bajo la penumbra enteca de una farola. Solo nosotros existimos en la carretera. La muerte ya no nos pisa los talones pero, a pesar de que ya no corremos peligro, Moon no afloja la fuerza con la que sus brazos me aúpan y abrazan. Jadea con dificultad, como si aún le costara respirar.
—¡Moon!
—Eres un bebé llorón —dice mientras seca mis lágrimas con el dorso de los dedos.
El gesto hace que llore con mayor ímpetu, corroborando la comparación del alfa. Solo que yo no busco el pecho de mi madre, ni me han quitado un juguete.
—¡Me he dado un susto de muerte! ¡Es el segundo peor día de mi vida!
—Lo sé, ha sido un día agotador... pero lo has hecho bien, muy bien...
Sigo llorando cuando encontramos un taxi una hora después. Moon solo me suelta para dejarme entrar al auto, y agradezco que se suba atrás conmigo. Me siento especialmente inerme.
—Me preocupan mis amigos y Ouran... —musito con la voz lijosa.
—Estarán bien. Sé que Ouran abandonó el bosque por un buen motivo, de lo contrario hubiera estado esperándonos, o incluso hubiese entrado a buscarnos. Lo más probable es que se haya llevado a tus amigos a cuestas a un lugar seguro.
Asiento desganado. Ni siquiera me quedan energías para mover la cabeza.
—¡¿Cómo que entraron al Laberinto?!
Lyanna yergue la espalda y me enfrenta díscola, con sus ojos afinados. Kuro se rasca la nuca y ríe despreocupadamente.
—Solo entramos con Lyanna —se defiende, como si eso fuese realmente una defensa—. Nate nos esperó afuera con Ouran.
—¡Me daba miedo ese lugar! —berrea Nate—. Lo siento...
—¿Cómo que lo sientes? Los gilipollas fueron estos dos... ¡gilipollas! ¡Podría haberles pasado algo! —les canto las cuarenta, indignado.
Lyanna pone los ojos en blanco.
—No fue gran cosa.
—Es verdad hermano —la secunda Kuro—. Fue como fumarse un porrillo, no te pongas así. ¡Además solo estuvimos unos minutos! Ouran nos arrastró a la fuerza a un taxi cuando nos atrapó y nos custodió para que no nos escapáramos de nuevo.
Los miro ceñudo, porque me parece simplemente una jodida trola, teniendo en cuenta que Moon y yo estuvimos dentro unas... ¿cinco horas?
—¿Acaso no vieron nada raro? —indago— ¿Como alucinaciones?
Lyanna se tensa y Kuro se ve inéditamente pensativo antes de agregar:
—Oh... vi a mi madre.
—¿Nada más? —Tal vez el laberinto solo es una mierda cuando eres un perturbado como yo.
Alguien llama a la puerta de la habitación. Soy el primero en levantarme, tal vez porque mi estado hiperalerta hace que reaccione violentamente a cada efímero estímulo que captan mis sentidos. Una chica alfa aparece del otro lado, mostrándome una sonrisa de comercial mientras me tiende una bolsa mediana.
—¿Qué es esto?
—Un obsequio de "el oscuro antisocial que le reza a Chucky y a tu trasero". Lo siento, me pagaron por esto —suelta algo avergonzada. Se marcha a toda velocidad, dejándome alelado con la bolsa en la mano.
No es que tenga problemas en adivinar quién es el remitente, especialmente por la guarrada de la última parte. Solo me desconcierta hallar cuatro cajitas de móviles dentro del paquete.
Por supuesto mis amigos se ponen como locos de entusiasmo, más aún después de que se pasaron media hora lamentándose por sus teléfonos calcinados. No fui el único idiota que cometió el error de llevar el suyo al laberinto.
Los cuatro móviles son del mismo modelo —el más reciente y costoso, vale aclarar—, pero tienen diferentes colores. No hay mucho pleito entre nosotros a la hora de asignarlos. Nate escoge el rosa, Lya el dorado, Kuro el plateado y yo el negro... ¡no es que tenga una preferencia especial por tal color! Solo me agradan las cosas discretas...
—Iré a hablar con Moon —declaro. En realidad iré a tratar sus heridas, pero no quiero sonar preocupado.
—¡Agradécele por los móviles! —chilla Nate antes de que salga del cuarto en dirección a la recepción.
Moon
Percibo a Hazel tras la puerta antes de que su manito la haga sonar con golpecitos inseguros y tímidos.
Al abrir me encuentro con su dulce figura sosteniendo un botiquín de primeros auxilios. Me recreo con la fluctuación de sus pupilas y de la coloración de su piel, que varía de blanca a rosada en sus pómulos y en la puntita de su nariz respingona. Me envara que sea consciente de que me desea, y que a su vez sea inconsciente de lo mucho que se le nota. Rehuye la vista y sus deditos se incrustan nerviosos en la caja.
—Ponte algo... t-te enfermarás. —Su rostro se enrojece aún más, acercándose al tono chillón de la sudadera que lleva puesta y que lo hace parecer Caperucita Roja.
Se me hace agua la boca.
—¿En serio? Pero si tengo mucho calor...
Me hago a un lado para que pase, resistiendo el impulso de atajarlo en mis brazos cuando se adentra en la habitación dejando tras sí un rastro avainillado, tristemente corrompido por la asquerosa fragancia ficticia del jabón y el shampoo. Aún tiene el cabello húmedo, ya no parece de fuego, sino de sangre fresca y pura.
—¿Y Ouran? —pregunta, no tanto por curiosidad, sino por inquietud.
El instinto me late por todo el cuerpo, rabioso y sediento de marcar lo mío, para que ningún otro nombre sea pronunciado por esa boca rosada y rellena.
—Tiene su propia habitación. —Me acerco y él retrocede hasta toparse con la cama. Se sienta en ella y me mira levantando los ojos, pero no el rostro.
—No tienes ninguna herida que pueda curar —se apresura a decir, examinando fugazmente mi torso desnudo—. Debería irme.
—¿Por qué?
Mi cuestionamiento lo desordena, puedo ver sus pensamientos atropellándose en su cabeza y sus labios mencionando palabras mudas, inconexas. El remordimiento me hace dar un paso atrás para darle espacio, y me recuerda que este omega es tan frágil como aniquilante. Si posee una buena porción de nitroglicerina entre tanta belleza y poder en potencia, no quisiera hacerlo estallar por un movimiento brusco, y que mi propio anhelo desenfrenado acabe privándome de hacerme con todo lo demás.
Debo avanzar despacio y tratarlo con cuidado.
Me siento en la cama guardando una distancia respetuosa, advirtiendo que fue una acción acertada cuando los hombros del pequeño se relajan y de sus labios se escapa un suspiro insonoro. ¿Pero cómo le hago entender a mi lobo que debe esperar por algo que quizás nunca suceda? Es arduo, y lo digo con total honestidad, es jodidamente complicado controlarlo, porque no deja de arremeter contra mi recato, bregando por romper todo lo que nos impide tomar a este omega hasta que sus límites y los míos se difuminen.
Hazel todavía intenta encontrar la voz para formalizar sus pensamientos, y tan ofuscado está que no se da cuenta cuando me hago un corte adrede en la cara interna del brazo.
—Aún me queda una herida sin cicatrizar —señalo, mostrándole el rasguño recién abierto—. Mi capacidad regenerativa debe estar al límite.
Ase mi brazo delicadamente, investigando la herida con un deje de suspicacia.
—¿Cómo puede ser que recién ahora haya comenzado a sangrar?
Mis labios se ladean en una sonrisa a medias. Sé que es una treta bastante tonta, pero lo que vale es la intención. Hazel suspira, esta vez dejándose oír, y comienza a rebuscar en el botiquín decidiendo seguirme el juego por su propio bien.
—No tenías por qué comprarnos un móvil a cada uno —comenta en tanto desinfecta el corte—. Te debes haber gastado una fortuna.
—¿Te gustó?
La sonrisa que se asoma en su rostro es mi mejor premio.
—Me gustó.
—Entonces vale cualquier fortuna.
Su rubor regresa con mayor saña, cubriéndole hasta las orejas.
—No te queda bien el papel de Romeo —protesta. Al son contempla enfurruñado que mi herida ya sanó y me asesta un vistazo indignado.
—¿Y qué papel me queda bien? Estoy seguro de que soy algo más para ti que un devoto de Chucky —bromeo.
Espero algún otro calificativo creativo y afrentoso, sin embargo el pequeño se queda discurriendo, con los ojos puestos en el algodón impregnado de desinfectante y sangre que sus finos dedos sostienen.
—¿Puedo responderte eso en otro momento?
Lo contemplo sorprendido, ansioso.
—Sería cruel que me dieras falsas esperanzas.
—No me culpes de las fantasías guarras que tienes conmigo —espeta, con ese tinte altanero que me deja la polla como un trozo de hierro caliente.
—¿Acaso soy el único que las tiene?
—No.
El silencio nos sucede. No sé qué demonios habrá visto en el Laberinto, o qué tipo de procesamiento mental lo ha llevado a mostrarse más sincero conmigo... y consigo. Sus orbes brillan e incitan a todo lo que me esmero por retener dentro a saltar fuera, pero solo para meterse dentro de él.
Me fuerzo a mantener la compostura. No es momento de claudicar bajo los instintos, pero al menos me permito aventurarme a acariciar sus labios con el pulgar. Me he vuelto adicto a ellos.
—Me encantaría oír esas fantasías algún día.
—Pensé que preferías hacerlas realidad —rebate.
Diría que es una provocación explícita, pero se remueve inmediatamente luego de soltarla. Más bien se le escapado.
—¿Quieres pasar la noche conmigo?
—¡N-No! —chilla, moviendo su trasero hasta quedar adosado al respaldar de la cama—. Olvida lo que dije. Tengo muchas preguntas que hacerte, paremos de hablar idioteces.
Me echo de lado sobre el colchón sosteniéndome sobre mi brazo.
—Dime qué es lo que anda rondando por esa cabecita tuya.
—¿Nos quedaremos aquí esta noche? ¿No deberíamos seguir buscando?
—No encontraremos nada más que un lugar en el cementerio si salimos en estas condiciones. Estás agotado —alego, aunque más acertado sería decir estamos. Apenas llevo una semana sin dormir, pero el esfuerzo ímprobo de los últimos años está pasándome factura. Y los últimos días han sido especialmente extenuantes.
—Pero... ¿qué haremos si Seth desaparece otra vez?
—Lo seguiremos, Hazel, pero debemos estar vivos para hacerlo. Lo que sucedió hoy fue un imprevisto que puede volver a ocurrir. Y si vuelve a ocurrir, definitivamente significa que hay algo grande detrás todo esto. —Y juro que estoy menoscabando la situación a propósito. Los nervios de Hazel son contraproducentes en todo sentido, azuzarlos sería tan estúpido como escupir hacia arriba—. Cecil nos citó al templo mañana. Le notificaremos lo que sucedió hoy y luego seguiremos buscando.
—¿El silfo...? —Niego con la cabeza antes de que concluya la pregunta—. Mierda. ¿Cómo sabremos dónde está Seth sin él?
—Tengo otras maneras de rastrearlo.
Esa respuesta es suficiente para tranquilizarlo.
—¿Quién es Kida? —prosigue. Veo que no se le escapan detalles.
—Tu progenitora.
Hace una pausa antes de seguir.
—¿Ghenova es mi verdadero apellido?
—Así es. Tu familia siempre fue reconocida, como todas las familias con el poder de los dioses en sus genes. Si dejaba que te quedarás con ese apellido, el haberte aislado en Durmista habría valido un cojón.
—Oh... entonces, ¿Lothen es solo un invento tuyo?
—No. Lothen es el apellido de la familia de Gil. Sus padres eran amigos cercanos de los tuyos, y estuvieron orgullosos de bautizarte utilizando su apellido para protegerte luego de que tu familia fue exterminada.
No me agrada recordar el día en el que tuve que rescatar a un neonato aterrado de entre el montón de cadáveres de sus padres y hermanos. Todavía puedo sentir la angustia de ese pequeño envenenando nuestro lazo, grabándose a fuego en su inocente alma. Hazel tuvo la marca de la pérdida y la soledad incluso antes de poder comprender lo que pérdida y soledad significan.
—¿Y por qué Gil está viviendo en el castillo? Tú te estás haciendo cargo de él, ¿verdad?
—Bueno... —Otra cosa que no me hace ilusión recordar—. Gil quedó huérfano a los ocho. Su padre murió poco después de que él naciera tras sufrir una perturbación energética grave, su madre murió por un tumor cancerígeno generado por los inhibidores de celo que consumía a diario. —Advierto que la expresión de Hazel se crispa—. Gil no tiene más familiares. Sus abuelos fallecieron en una redada a manos de los vampiros hace treinta años, sus tíos desaparecieron luego de partir a un viaje de reconocimiento hacia un territorio de posible dominio vampírico... en fin, un niño solo en el mundo. Lo menos que podía hacer era acogerlo y darle algo que se asemejara a una familia y un hogar. No olvidaré que sus padres estuvieron para ti y tu familia, por eso yo estaré para su hijo.
Hazel esboza un sonrisa melancólica.
—Es horrible... estar solo en el mundo —musita. Y lo sé. Lo entiendo, pues yo tampoco tuve la suerte de crecer rodeado de amor y sonrisas. Y si no tienes amor... no importa lo mucho que tengas en realidad. Si no hubiera sido por él... una punzada de dolor me estremece. Por suerte Hazel no lo advierte, se encuentra ocupado rumiando—. Entonces tú no eres su verdadero tío...
—No, aunque Gil se ha pegado mucho a mí. Incluso me ha considerado como una... figura paterna. No creo que sea lo mejor para él, por lo que constantemente tengo que recordarle que tiene un padre viviendo junto a los dioses.
—Tampoco creo que sea lo mejor para él —coincide con una mueca mitad sonrisa—. Aún así, me alegra saber que no está solo después de todo. Es un niño travieso y alegre... e ingenioso. A veces demasiado. —Ahora Hazel suelta una risita que se enlaza a algún recuerdo—. Cualquiera sea la figura que adoptes para él... creo que lo has hecho muy bien.
Mi pequeño omega es tan dulce cuando quiere... quisiera tatuarme esa carita en la retina para nunca olvidar cómo sonreír. Desecha el algodón lanzándolo al cesto de basura próximo al buró y veo a la magia pintar sus movimientos de gracia y su piel de belleza. Vaya milagro de la creación.
Se dedica a jugar con sus dedos mientras debate si lanzar o no la pregunta que le anda inquietando. Se humecta los labios cuando toma su decisión y me mira directo a los ojos.
—Moon...
—¿Mh?
—Sobre lo que te dijo Cecil esta mañana...
—Olvida lo que dijo ese monje remilgado, mi amor.
—¿Tú lo olvidarías si se tratara de mí?
—Es diferente —declaro tajante, aunque no me cabe duda de que Hazel no desistirá. Era cuestión de tiempo para que retomara ese tema, el cual, por cierto, estoy determinado a zanjar.
—¿Qué sucede contigo? —insta, tal y como esperaba—. ¿Por qué me lo ocultas?
Su carita suplicante me pone en una escabrosa situación.
—¿Puedo responderte eso en otro momento?
—¡Moon! ¡Deja de evadirme!
—Tengo hambre. ¿Qué tal si vamos al McDonald's de enfrente?
Su rostro luce dolido, y no puedo evitar que me afecte. No importa que tan inconmovible me hayan vuelto los años de muerte y dolor, Hazel siempre será mi bendita debilidad.
—Vale. Entiendo. —Se levanta y coge la caja de primeros auxilios—. Regrésame mi anillo y me iré. Tengo que devolver esto y... no tengo mucho que hacer aquí.
—Aún no lo examino. —Eso es una pequeña mentira. Lo revisé en el momento en que regresamos al hospedaje, y me tomó apenas un minuto cerciorarme de que estaba libre de hechizos. Tal vez es infantil ocultárselo, pero me enferma verlo con un anillo de cortejo de otro tipo, aun si ese tipo está muerto.
Y creo que no está lo suficientemente muerto para mi gusto.
—¿Cuándo lo harás? —pregunta impaciente.
—Más tarde. Si te quedas conmigo quizás apresure los trámites.
No es que tenga esperanzas de que acceda, pero verlo caminar hacia la puerta me desilusiona igualmente.
—Si hubieras sido un poco menos imbécil... quizás hubiese dicho que sí.
Cierra la puerta al salir, dejándome solo con mi corona invisible de estupidez. Joder, titularme el rey de los capullos me quedaría pequeño, pero qué más puedo hacer, si tengo tanto polvo bajo la alfombra y tantas sombras bajo la piel.
El espejo de la pared me devuelve un reflejo desmoralizador. Cientos de adjetivos están escritos en él, pero termino apartando la mirada cuando llego al número veinte sin un gramo de dignidad.
Cinco minutos después, la puerta de mi habitación vuelve a abrirse sin ser llamada. Hazel se planta frente a mí con los cachetes sonrosados y cruzado de brazos.
—Dormiremos. Nada más. Mantén tus manos quietas, alfa, es la condición.
No me aguanto la sonrisa mientras le hago un lugar en la cama. El pequeño se zambulle bajo las sábanas y se tapa con ellas hasta convertirse en una oruga.
—¿Quieres que pidamos unas hamburguesas antes de dormir? —le pregunto a la bola de mantas.
—Mh.
Deduzco que es un sí.
Cojo el teléfono de la mesita de noche para llamar a recepción y que se encarguen de todo. En el proceso, descubro que el reflejo en el espejo no es tan desalentador después de todo.
✨✨✨
Ya casi es San Valentín y yo sin un Moon que me apapache.
Qué suerte tienen algunos 😤
Qué les ha parecido el cap?
Les gusta el verdadero apellido de Haz?
Creen que Moon sería un buen padre? 😂
Hasta el próximo y feliz San Valentín a mis amores lectores 🖤✨
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top