☽ Capítulo 12 ☾
La gente nos mira raro. Más bien, atizan a los dos alfas de nuestro grupo con miradas patidifusas, mientras que nosotros solo vendríamos a ser un anexo de la fábula que se crea en esas mentes subyugadas a la razón al admirar la compleja y mayestática belleza de los dos "hombres" desconocidos. Me afloran importantes ganas de sacarles el dedo del medio a todos los betas curiosos del aeropuerto. Cierto es que Moon y Ouran destacan más que Nathan cuando se llena de glitter, o que Kuro cuando viste esos conjuntos deportivos fluorescentes que lo hacen lucir como un cono de tránsito, pero tantos ojos posados sobre mí me están enloqueciendo, lo que se suma como un booster a la molestia que me pica en las entrañas. Me duele la cabeza.
Dos guardias nos detienen cuando llegamos a la puerta de embarque. Se posicionan frente al umbral impidiéndonos el paso, inflando el pecho como gallos para fingir la firmeza que les falta. No paso por alto el deje de suspicacia y cautela que se entrevé en sus movimientos y el levísimo, pequeñísimo, pasito para atrás que ambos dan cuando los alfas se paran a un metro de ellos.
—Caballeros, está prohibido portar armas en este lugar —se atreve a decir el más valiente de ellos, también el más alto y fornido. Y aun siendo bastante imponente, le es necesaria al menos una cabeza más para alcanzar a Moon y a Ouran.
Es admirable que su voz no se quiebre en ningún momento y que su frente se sostenga en alto. Moon mantiene una expresión hierática cuando se descuelga la espada para entregársela al guardia con funda incluida. Arrugo el entrecejo por la facilidad con la que aceptó la condición impuesta, aunque termino de entender el punto cuando el pobre beta recibe la espada en sus manos y se va súbitamente hacia adelante. Cae de bruces al suelo luego de un par de trompicones que aspiraban a salvarlo de la humillación, pero al final el peso del arma y de la gravedad fue demasiado. Moon me corre hacia un lado para que el tipo no caiga encima de mí, dejando su mano reposando en mi cintura como si me invitara a admirar el espectáculo, la pérdida de dignidad del beta como argumento y su rostro cabreado como desenlace.
El segundo guardia —algo rechoncho y más bajito— se precipita a ayudar a su camarada, pero poco éxito tiene intentando levantar la espada.
—¿Necesitan ayuda, caballeros? —se ofrece Moon, entonando la amabilidad con tanta sorna que debo asestarle una mirada indignada.
—¡Tú...! —grita el guardia más alto, poniéndose de pie con rapidez para no ser visto por la caterva de betas que comienzan a amontonarse en los alrededores.
No acaba la amonestación, el guardia Nro. 2 lo refrena con una mano en el hombro y un susurro en el oído que por supuesto oímos todos. Bueno, todos excepto Kuro.
«Son esos chuchos pulgosos de los que el jefe nos informó. No gastes el tiempo en ellos, dejémoslos pasar».
Moon continúa imperturbable. Se limita a colgarse nuevamente la espada —que recoge con suma facilidad, para la envidia de los dos betas— y luego reanuda la marcha hacia la aeronave. Ouran lo secunda, observando curioso a los humanos que apartan la mirada incómodos, optando por hacer foco en algo que puedan mantener bajo control, algo que los haga sentir menos impotentes. Algo como mis amigos y yo. Nathan, que es el más menudo de los cuatro, apenas les llega al pecho. Se pega a mí cuando pasamos su lado, intimidado por los rostros hostiles que nos siguen el paso.
A Kuro realmente le resbalan los gestos prejuiciosos y ofensivos, su ser solo admite chistes, historias atrapantes y mujeres bonitas, por lo que aprovecha para acercarse a Lyanna con aires chulos y protectores. Lya le pisotea el pie rabiosa.
—¡Quítate! —ladra.
Mi amigo se encoge y se aleja de un salto, batiendo las manos nerviosamente.
—L-Lo siento. Oye Haz, ¿dónde está tu equipaje?
—Este es mi equipaje.
Mis tres amigos escudriñan incrédulos mi equipaje inexistente.
—Fosforito —dice Nate—. ¿Sabías que la temperatura promedio en Nikerym es de cero grados? ¡Te congelarás!
Oh, así que por eso venían tan cargados.
—No... no había pensado en ello.
—Yo traigo abrigos de más —manifiesta secamente Lyanna.
Asiento y, por algún motivo, me siento repentina y extremadamente culpable.
—Gracias...
Ella se reserva la respuesta, pero noto que su ceño y boca se fruncen un poco.
En el resto del trayecto cada uno se la pasa ensimismado, aunque lo suficientemente despierto como para no perderle el rastro a los alfas. El aeropuerto es bestialmente grande y sus corredores dignos de compararse a los del castillo en cuanto a capacidad desorientativa. Arribamos después de un rato a una estancia amplia de vista panorámica. Ventanales extensos la circundan y, del otro lado, aviones de tamaños variables van y vienen por cielo y por tierra, o bien solo se hallan a la espera de su próxima misión. Nathan y yo estampamos nuestras caras en el cristal grueso como insectos encantados por una bombilla, boquiabiertos ante esas monumentales aves de metal que nunca antes habíamos visto de cerca. Es una lástima que no podamos entretenernos mucho, Moon ya está entrando a uno de los pasillos conectados al acceso de un avión, más pequeño que los de pasajeros, pero de apariencia más aerodinámica y solemne. Es negro en su totalidad y sus terminaciones son filosas, letales. Si el castillo fuese un transformer, probablemente se vería así en su modo vehículo.
Nate chilla y, sin poder reprimir su emoción, empuja a ambos alfas para pasar entre ellos y ser el primero en meterse en la nave. Yo, en cambio, soy el penúltimo. Titubeo al llegar al límite del corredor, ansioso por lo abovedada y asfixiante que se ve la cabina interior.
—¿Qué sucede? —inquiere Moon desde mis espaldas. Lo siento muy cerca, en mi oreja, en mi nuca, y eso definitivamente me pone más nervioso.
—Es muy... encerrado.
—¿Tienes claustrofobia?
—No... no lo sé, ¿t-tal vez? —balbuceo ofuscado—. Es la primera vez que viajaré en avión, creo que solo estoy nervioso.
—No lo pienses demasiado. Estaré contigo.
Viro el cuello hacia atrás y me encuentro con sus ojos carmín, pacientes, comprensivos. Obteniendo un ápice de valor de su gesto y cercanía, me lleno los pulmones de aire, humedezco mis labios y salto dentro de esa cueva de lata con el alma en vilo.
—Vamos, hermano, cambia esa cara, no ha sido tan malo... —me consuela Kuro, tendiéndome otro caramelo y un vaso lleno de Coca-Cola para que me vuelva el espíritu al cuerpo.
¿Qué no ha sido tan malo? ¡Ha sido jodidamente espantoso! Mis intestinos aún no logran volver a su sitio. No, es más, creo que se quedaron en tierra firme junto con mis cojones. Maldito alfa, que me aseguró que no sentiría más que un ligero vértigo al momento del despegue. ¡Traidor, embustero!
Me sonríe con mofa desde el asiento de enfrente. Quisiera poder devolverle otra sonrisa, más asesina, una que le revele mis nefastos sentimientos hacia él, pero simplemente no puedo. Mi cara está tiesa como el resto de mi organismo.
—¿Quieres vomitar, fosforito?
—No, no, ya estoy mejor —miento. No convenzo a Nate, pero al menos logro que se vaya a seguir correteando por las cabinas cilíndricas del avión y deje de examinarme como si fuera un paciente terminal.
De una mirada objetiva uno podría decir que este lugar es... agradable. Lujoso, sereno, cómodo, hay suficiente espacio para deambular y, engullidos por el cielo nocturno, ni siquiera te enteras que vas a cincuenta mil pies de altura. Por las ventanas solo se aprecia un espeso color negro, asi que hago de cuenta que estamos en una de las habitaciones del castillo e ignoro rigurosamente los zarandeos ocacionales. Progresivamente y a medida que gano seguridad, despego la espalda rígida del asiento. El cuero que la recubre tiene un potente olor aséptico, o a nuevo, o un popurrí de ambos, lo suficientemente fuerte como para destaparme los orificios nasales.
Dentro de la cabina hay dispuestos dos pares de butacas —sofás— enfrentados en uno de los laterales y solo un par del lado opuesto, bien equipados y separados por una mesa de madera negra bruñida, tan lustrosa que llegué a pensar que se trataba de un espejo. Un pasillo relativamente ancho hace de médula espinal de la nave, conectando las tres cabinas que Nate no cesa de husmear.
—¡Joder, hay camas! —grita. Si mis oídos no me engañan, debe estar fisgoneando ya por la última cabina.
Al tiempo que Nate proclama otro increíble descubrimiento, un sujeto no identificado emerge de la cabina de mando con dos bandejas atiborradas de comida. Huelen tan bien que recuerdo que no he comido desde ayer y olvido la descompostura del despegue. Mi estómago ruge sin pudor.
—¿Qué nos traes hoy, Alu? —le pregunta Moon al chico mientras este coloca habilidosamente las raciones sobre la mesa. Alu le sonríe coqueto antes de responder con excesiva cortesía.
—Ah, milord, esta es solo la entrada. Filete de mero con pil pil de tomate y sushi con salsa de soya. El plato principal será lomo de ciervo con spatzle de verduras, y en cuanto el postre, señor, pensé en un delicioso parfait de avellanas y sabayón de amaretto, mi nueva especialidad. —Parpadea jodidamente rápido y su sonrisa es empalagosa como todos los ridículos platos que acaba de nombrar—. ¿Con qué bebida quisieran acompañarlo?
—¡Vodka! —salta Ouran con tanto ímpetu que hasta el omega da un repullo, perdiendo parte de su fina y educada compostura.
—Vale, será vodka para usted. ¿Señor?
—Absenta —le pide Moon.
¿Vodka? ¿Absenta? ¿No es muy temprano para ponerse como una cuba?
—Yo quiero agua —le informo.
El omega asiente, pero a mí no me sonríe. Kuro, que se sienta a mi lado y frente a Ouran, pide cerveza y luego Alu se voltea a las butacas del lado opuesto a tomar el pedido de Lyanna. Nate regresa zumbando al olisquear la comida y pide whisky, pero como Lya lo acuchilla con la mirada, se disculpa y cambia a una Coca-Cola.
Alu se retira en busca de las bebidas y cuando vuelve con ellas Ouran ya se ha acabado su entrada.
—¿Le traigo el plato principal? —le ofrece Alu, aunque Moon se adelanta y responde por el otro alfa.
—No, trae todo junto cuando los demás terminemos. Gracias, Alu, puedes marcharte.
Ouran refunfuña, pero el omega solo acata las órdenes del líder y vuelve a retirarse con una reverencia. El sosegado ruido del motor del avión rellena el silencio cuando todos callamos para llenarnos el estómago. Es como un zumbido o un murmullo constante, y en cierta manera se torna arrullador.
La comida de Alu está buena, justamente sazonada y tierna a la boca. Realmente dista mucho de los spaghettis o de las horrorosas tortillas que cocinaba cuando vivía solo. Bien, ni siquiera tenían forma de tortilla, eran más bien huevos y papas revueltas, crudas o quemadas, nunca pude encontrar el punto medio.
—¿Por qué tienes esa expresión, mi amor?
Se me atora un pedazo de sushi en la tráquea. Lo trago con mucho esfuerzo para no exhibir mi bochorno.
—No me llames así —le advierto a Moon—. ¿Y qué diablos les pasa hoy con mi cara? Lamento decirles que nací y moriré con ella.
—No pasa nada con tu cara, ángel —me renombra juguetonamente, pero aquel mote suena tan magnético que me provoca de todo menos risa—. ¿No te gusta la comida?
Desde aquí me llega la ojeriza de Lya, su aura es temible, pero no es mi culpa que este alfa sea imposible de manejar.
—La comida está bien —respondo antipático—. Tus omegas son muy hábiles.
Joder, en verdad no quería decir eso último, y menos en un tono despechado. Una sonrisota socarrona ya comienza a alzarse en el rostro de Moon, y pienso en mil maneras de salir del pantano en el que me acabo de tirar de cabecita. Ninguna parece efectiva a estas alturas. Sin embargo, una mano salvadora desciende del santo éter y rescata un poco de mi dignidad.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —suelta improvisadamente Kuro. No sé si lo ha hecho adrede o no, pero al menos logra que Moon cambie su atención a él.
—Para ustedes, ninguno. Limítense a hacer su paseo turístico, mi Cadena y yo nos encargaremos de atrapar el cuerpo de Seth.
Un cosquilleo bailotea en mi pecho al oírlo considerarme de esa manera. Me siento un poco más importante y mis facciones se relajan... la comida está deliciosa, pero ya no me jode aceptarlo.
—¿El silfo ha traído noticias nuevas? —pregunto.
—No. Seth no se ha movido aún.
—Es extraño.
—Lo es —conviene Moon—. Debemos avanzar con cautela, pero cualquier cosa que nos acerque a Dubrak será de ayuda.
—¿Por qué? ¿No se supone que Dubrak es muy peligroso?
—Sí, y también puede que sea la única vía para liberar a Cerbero.
Kuro me gana en tomar la palabra.
—Sé que no es de mi incumbencia, pero la curiosidad no es del todo mala, ¿verdad? Es decir, los humanos vivimos ahogados en nuestra normalidad, y estas cosas... o sea, es una locura y...
Moon no es un hombre de rodeos y le corta el circunloquio a Kuro con un visaje fastidiado.
—Cuál es tu pregunta, beta.
—A-Ah, solo quiero saber cómo piensan abrir las puertas del Infierno. No creo que a los dioses les contente mucho la idea... —se ríe nervioso. A decir verdad, esa pregunta también me ha rondado por la cabeza desde que el alfa me dio a conocer su objetivo.
—Kuro tiene razón —apuntalo—. ¿No piensas que "liberar a Cerbero" es una meta muy vaga? Y aunque sea posible sacarlo de allí, ¿será verdaderamente la solución a la maldición? Ni siquiera sabes por qué lo encadenaron, en primer lugar.
—Están diciendo que es arriesgado y también piensan que es ridículo. No voy a refutarlos, es ambas cosas. Pero tengan en cuenta el calibre de la maldición. Nuestra desventaja es abismal y nos están empujando a la extinción, de eso podemos estar seguros. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Qué demonios sucedió millones de años atrás? Mierda, ojalá lo supiera, pero a estas instancias no importa mucho si hacemos algo arriesgado, absurdo, extraordinario, o como quieran llamarle, si eso significa una posibilidad de mantenernos del lado de la vida. Además, no es una utopía entrar al Infierno y salir de allí vivo. Existieron brujas en el pasado que hallaron la forma de acceder.
—Espera, espera —dice Kuro—. En simples palabras, ya están en el horno, y aunque cometan un paso en falso el final no cambiará.
—Kuro... —siseo en reprimenda. A mí no me afecta demasiado reconocer que estamos fritos, pero Nate y Lya son otra cosa.
—Lo siento... —Se mete un sushi entero a la boca a modo de tapón.
—Dijiste que Dubrak era la única vía para abrir las puertas... —continúo.
Moon bebe todo el líquido verde del pequeño vasito y se sirve más absenta mientras medita. Hago una mueca cuando el penetrante aroma anisado me corroe la nariz, ¿Cómo puede tomar esa cosa como si fuese agua?
—¿Has oído hablar de las brujas de Tesalia?
Niego con la cabeza en el momento en que Nate se une a la plática.
—¡Yo sí! —chilla entusiasmado—. Ellas conformaban un aquelarre muy famoso en la Antigua Grecia, se dice que sus miembros eran muy, muy hábiles en hechicería, y que con sus encantamientos podían incluso hacer que la luna bajara, que los ríos fuesen hacia atrás o que el sol nunca saliera. Pero también se rumorea que eran malvadas y que cometían todo tipo de atrocidades para llevar a cabo sus hechizos...
—No eran malvadas, solo muy poderosas —rebate el alfa—. El poder suscita miedo y envidia, y cuando la gente está asustada y celosa suele crear habladurías que terminan creyéndose para sentirse menos inútiles.
—¡Pero...! —grita de nuevo Nathan, bajando la voz inmediatamente después—. Fueron ellas las que iniciaron la práctica de la nigromancia...
Se me retuercen las entrañas. Aun así, me abstengo de alegar algo todavía, esperando que Moon esclarezca sus fundamentos.
—Es cierto, la nigromancia surgió en el núcleo de su aquelarre. Fue desarrollada por dos de sus cabecillas, Erichtho y Aglaonice, pero ellas la utilizaban exclusivamente como medio de adivinación. Contactaban con el alma de los fallecidos a través de sus cadáveres y una vez obtenían la información que querían, los cadáveres eran incinerados y las almas devueltas al astral. Que la práctica luego fuese acogida por malas manos es otra historia.
Alu llega con más bandejas de apetitoso aroma, dando lugar a una pausa casi desesperante. Necesito saber más de los planes de Moon, con quién nos enfrentamos, con qué podemos valernos para salir menos damnificados, y todo se apelotona en mi cabeza como un tumor de pensamientos nocivos.
—Mi lord —dice con suavidad el omega—. Disculpe la interrupción, quería informarle que entraremos en el foco de una tormenta dentro de una hora. Activaremos el escudo mágico, pero es muy posible que se sienta una leve turbulencia.
¡Puta madre!
Me pongo lívido de solo anticipar a esta lata zamarreándose a quince mil metros del suelo. ¡Zeus, no seas cabrón!
Moon asiente despreocupadamente y le da las gracias una vez más. Cuando Alu se retira, retoma el hilo del tema en cuestión.
—Erichtho y Aglaonice fueron fundadoras de muchas otras prácticas, además de la nigromancia. Cuando murieron se llevaron a la tumba secretos invaluables, aunque para nuestra suerte dejaron a las brujas de su aquelarre un pequeño pero importantísimo legado... el Libro del Fresno. El escrito consiste en una recopilación de todos los conjuros, hechizos, oraciones, lugares sagrados y malditos, planos y dimensiones ocultas y todo tipo de datos clave que las brujas aprendieron durante su vida. Y aquí viene lo interesante. Estas mujeres tenían la capacidad de descender al Infierno mediante sus ritos nigrománticos. Casualmente, fue una información que no obviaron en el Libro del Fresno, a pesar de ser uno de sus secretos más peligrosos. En resumen... la clave para abrir las puertas del Inframundo se encuentra en ese libro.
—¿Y dónde está el libro? —farfullo. Estoy tan nervioso que me ha dado taquicardia. Mi rostro se descompone cuando la respuesta me llega desde mi propio cerebro—. Oh, no.
—Sí... lo tienen los vampiros —me confirma el alfa, a mi pesar.
—¡Tío, eso sí que es tener mala suerte! —clama Kuro. Pienso en zamparle otro sushi en la boca para silenciarlo, pero ya no queda—. ¿Por qué lo tienen ellos? Oigan, tal vez hay una copia, venga, que si ese libro es tan importante no correrían el riesgo de guardar solo uno...
—El libro está hechizado y sellado. No puede copiarse ni ser abierto por cualquiera. No sé con exactitud por qué lo tienen ni cómo lo consiguieron pero, conociendo a Dubrak, debe estar impaciente por encontrar la manera de romper el sello y hacerse con todos sus secretos... si es que no lo ha hecho ya.
—Joder —bufo. Tanta complicación en cadena me hará quedarme calvo—. No tenemos el maldito libro, y si lo tuviéramos tampoco podríamos leerlo porque está sellado... a no ser que... —Una sonrisa germina en el rostro de Moon—. ¡Tú puedes abrirlo!
—Cualquier Arcano puede, siempre y cuando lo haga junto a su Cadena. No por nada tenemos La Llave.
¡Al fin algo positivo!
—Entonces solo tenemos que quitarle el libro a los vampiros...
—No. Primero tengo que entrenarte y enseñarte a usar magia —pauta Moon—. Una vez podamos conectar sin inconvenientes, pensaremos en cómo obtener el libro. Además, no tenemos idea de dónde tienen su guarida esos chupasangre, tampoco será fácil entrar si los encontramos. Si logramos llegar a su territorio vivos, recién podremos proceder a quitarles el libro.
—¿Te había dicho ya que eres un grandmaster en boicotear ilusiones? —Suspiro indignado.
—Confía en mí. Haré del mundo un sitio en el que puedas encontrar la paz.
El corazón me da un vuelco. Ha pasado un buen tiempo desde que dejé de creer en palabras bonitas que prometen futuros brillantes, y creo que esa absoluta pérdida de fe ocurrió en el momento en que, buscando a Seth para disculparme luego de una de nuestras peleas tontas, lo encontré colgado de un árbol. Dicen que no hay que darlo todo por una persona, porque cuando se va te quedas vacío. Estoy de acuerdo.
—Suponen que el nigromante es ese vampiro, Dubrak, ¿no es así? Puede que él también esté en Nikerym... —considera Kuro.
—No lo creo —contesta el alfa—. Como le expliqué a Hazel, los vampiros no pueden traspasar las barreras energéticas, y las de Nikerym en ningún momento fueron derribadas. Pero sí es posible que Seth nos lleve hasta su nigromante, ya sea por su propio rastro o por alguna pista que podamos rescatar en cuanto lleguemos a Nikerym y averigüemos qué cojones busca.
—Moon, dijiste que atraparíamos a Seth, no que lo usaríamos como lazarillo —le recuerdo, inquietado por el rumbo que toman sus intenciones.
—Yo también quiero salvarlo —asevera—, y te prometí que hallaría la forma de hacerlo a cualquier costo. Pero algo me dice que atraparlo no va a ser tarea simple.
Esta vez le creo, ambas cosas. Si alguien tan fuerte como él lo dice, ni siquiera estoy seguro de poder concebir en mi constreñida mente el grandísimo poder del enemigo. De momento, seguiré entrenando para poder compartir con mi Arcano el peso que carga y hasta que sea capaz de sostenerlo yo solo por completo.
No quiero verlo sufrir.
No quiero verlo morir.
Más tarde y luego de devorarnos el sofisticado postre de nombre difícil y estupendo sabor de Alu, mis amigos se retiran a la última cabina empujándose por el pasillo y chocándose los hombros en una competencia salvaje para definir quién se quedaría con la mejor cama. Probablemente todas son igual de pomposas. Por mi parte, como tengo cosas más importantes en mente que agenciarme del sitio más estratégico para descansar, me quedo taciturno en mi butaca mientras ellos terminaban de acomodarse para ir a dormir. Ouran ya está roncando en su asiento y pienso en reclinar el mío y dormitar también aquí. Con la cabeza abotagada y los nervios de punta, la idea de conciliar el sueño esta noche suena francamente ingenua.
—Hazel —me llama Moon. Salgo del trance de pensamientos y le veo hacer un ademán para que me levante—. Acompáñame.
Obedezco sin preguntar y lo sigo hasta la próxima y segunda cabina. Observo con algo de desconcierto que aquí también hay camas, lo suficientemente amplias y acolchadas como para echarse una buena siesta, por lo que no le hallo el sentido a la prisa de mis amigos. ¿Moon los habrá sobornado? Probablemente. El alfa extrae del maletero superior un bolso de viaje y lo lanza sobre una de las camas.
—Ábrelo.
—No será la Caja de Pandora o algo así... —le digo simulando reticencia. Sonríe jovial por el haz de broma que ilumina mi ánimo.
—Es un regalo.
Lo escruto asombrado. ¿Un regalo? ¿Suyo? ¿Para mí? Una corriente de entusiasmo vigorizante me hace sonreír como un niño y dirigirme impaciente al bolso. Tres segundos después sostengo frente a mi cara una gabardina de color borgoña, intenso pero oscuro. Nunca fui bueno identificando telas, pero la que tantean ahora mis manos es lisa, suave y flexible, a pesar de no ser precisamente fina. Por dentro el abrigo es negro, pero atisbo unos grabados más claros, grises, dibujados como jeroglíficos a lo largo y ancho y hasta por dentro de las mangas.
—Imaginé que no te preocuparías mucho por tu equipaje y... ya que te gustan mis abrigos, pensé que sería una buena ocasión para que usaras uno —comenta, esperando quizás alguna respuesta de mi parte. Pero no puedo hablar aún, estoy fascinado.
Ni siquiera le presto mucha atención al alicate que ha aparecido mágicamente en sus manos y con el que ha comenzado a cortarse las garras.
Examino la gabardina desde todos los ángulos, acariciando la rasa tela, ponderando su peso y metiendo la mano en todos los bolsillos ocultos como si pudiera sacar de su interior una estrella o algún secreto del universo. Acto seguido, me despojo de la sudadera y la aviento por ahí para probarme mi regalo.
El borde inferior de la gabardina me llega por sobre los talones y, en general, se adapta perfectamente a mi contextura.
—Es... me gusta mucho —expreso tiempo después, sonriéndole al gesto satisfecho de Moon—. Es muy bonito. ¿Qué significan los grabados que tiene dentro?
—Son runas de protección y equilibrio. Cuando lo lleves puesto, no sentirás calor o frío, tu temperatura se mantendrá templada. También te resguardará de ataques leves y sorpresivos, pero no te confíes.
Que extraño... algo vibra en mi pecho y me hace sentir liviano, cálido... alegre. Aún con la sonrisa tatuada, sigo hurgando en el bolso y encuentro un pantalón cargo negro y unas botas del mismo color, de estilo militar, similares a las que el usa.
—¿Qué es todo esto? —Río—. Empiezo a pensar que tienes algún problema con mi ropa.
—No puedo permitir que mi Cadena asista con bermudas y sudadera a un encuentro importante. Conocerás al líder de Nikerym, y cada vez que te reúnas con un líder de manada tienes que pensar en él como un potencial aliado. Tú serás visto de la misma manera.
—¿Crees que no me tomarán en serio porque voy vestido como un prepuber?
—No, no, estoy seguro de que no lo harán. Pequeño omega, con tu preciosa y delicada carita pareces un muñeco de porcelana. Si fuera yo el anfitrión y visitaras mi castillo, pensaría en pedirte matrimonio antes que en negociar contigo.
Siento un calor sofocante invadirme desde mi interior. ¿Que nunca tendré calor o frío mientras uso este abrigo? ¡Patrañas!
—D-Dejate de idioteces, alfa, ¿por qué mejor no...? —Mi boca es fugazmente sellada.
Los párpados se me abren tanto que mis ojos podrían saltar de sus cuencas. Veo las pestañas largas y corvas de Moon a dos centímetros y siento la quemazón de sus labios sobre los míos. Me sostiene de la barbilla con su índice y pulgar, inmovilizando mi rostro para fijar el ósculo, suave y preciso, levemente ladeado. Mis labios son atrapados entreabiertos y por ello se entrelazan inocentemente con los suyos. También lo siento húmedo, electrizante y delicioso, algo picante por las fantasías que desata y conmovedor por lo que realmente es.
Termina demasiado rápido, a pesar de que mis pulmones arden por el tiempo en el que el oxígeno no les llegó por mi pasmo. Creo que no me hubiera importado asfixiarme con tal de que durara un poco más.
¡Ah, tengo que hacer como que no me gustó!
Reculo y desarmo mi expresión maravillada para erigir otra airada y adecuada a una situación completamente inaceptable.
—¡¿Qué haces, cabrón?! —ladro. Él, sin embargo, me toma de la cintura para atraerme a su pecho fibroso, ignorando monumentalmente la farsa que escenifico.
—Quería que nuestro primer beso fuera entre las nubes, porque el segundo será entre las estrellas —ronronea. Parece estar divirtiéndose mucho con el tono tomate de mi rostro.
Largo un bufido entre nervioso y escéptico.
—¡Pff! Sí, claro, por supuesto... ¿y el tercero dónde será, en Júpiter?
Esperen, ¿por qué diablos estoy pensando en un tercero?
—No, amor —ríe. Se me eriza el vello de la nuca—. El tercero será entre tus nalgas.
—¡Maldito cerdo sinvergüenza! Ya cierra la boca, joder...
Me empeño —sin hacer mucha fuerza en realidad— en quitármelo de encima, empujándolo por el pecho con mis manos y lanzando algunos gruñidos para darle veracidad a mi actuación. En una de mis vagas resistencias, un importante sacudón que me llega desde el suelo y los alrededores me deja paralizado. Se me escapa la sangre que me enrojecía la cara cuando caigo en la cuenta de lo que sucede.
—Estamos entrando en la tormenta —evidencia Moon.
Las luces de la cabina pierden gradualmente su brillo hasta que se apagan por completo, siendo reemplazadas por otras de un color azul penumbroso y bastante tétrico, localizadas intermitentemente a los laterales del pasillo y entre medio de cada maletero.
Mi lobo aúlla del susto y se lanza sobre el alfa. Acabo semi hundido bajo su propia gabardina, intentando hacerme un espacio dentro para esconderme, gimoteando aterrado.
—¿Dónde tratas de meterte, cachorrito? —inquiere, aunque gracias al cielo me permite usarlo como madriguera, dándome algunas palmaditas en la espalda para tranquilizarme.
—¡Esta cosa se caerá! ¡Haz algo!
—No caerá, te doy mi palabra. Oye, no vayas a escarbarme o algo así.
Hago un mohín contra sus pectorales. Huele rico... pero no logro disfrutarlo del todo. La tormenta zamarrea una vez más al avión y me deja al borde del llanto.
—¿Por qué no intentamos descansar un poco?
—¿Crees que podré dormir dentro de este lavarropas? —berreo.
Moon me alza en brazos para acostarse conmigo en una de las camas, que si bien es ancha, queda demasiado chica para los dos. Él solito ya ocupa la mayoría, por lo que me ubica de lado, mi frente mirando al pasillo y toda mi parte trasera pegada a su cuerpo. Siento en mi espalda la ondulación de su pecho al respirar y su hálito en mi coronilla. La aeronave sigue batiéndose y no me atrevo a moverme un pelo, temiendo que un estupido movimiento mío termine por derribarla.
—Eres un aprovechado.
—No te lo voy a negar.
Nos quedamos callados, bañados por ese resplandor azulado que parece de antro.
—¿Por qué no quieres que te llamen por tu nombre? —suelto casualmente. El silencio me hace sentir ansioso, pero no he elegido la pregunta más trivial y presiento que acabo de inmiscuirme en algo personal. Demonios.
—Vaya, ¿el pequeño Hazel está interesado en saber de mí?
—Solo estoy curioso —mascullo.
—¿Quieres llamarme por mi nombre?
El brazo que tiene sobre mí se mueve hasta quedar su palma apoyada en mi vientre. Jadeo bajito y me remuevo, atacado por un cosquilleo caliente que su mano genera pero que nace en mi interior, en ese núcleo que da vida y que clama desesperado por que el alfa lo invada. Él respira mi aroma y traza líneas sin rumbo fijo con sus yemas donde mis bermudas comienzan, se cuela bajo mi camiseta y acaricia mi piel.
—Alfa, ya basta...
Me siento pequeño e indefenso bajo la sombra de su complexión, la codicia de sus toques y las feromonas que me comen de a grandes bocados. Se siente bien... se siente delicioso que siga robándome la esencia con ese descaro suyo. Oigo cuando inspira en mi cuello y cuando exhala excitación, es abrumador que me calme como si fuese un mantra y que me desordene como si fuera tempestad.
Su mano me arrima a su cuerpo y la dureza bajo su cremallera queda encajada en mi trasero. En un compás lúbrico se mece hacia adelante y me roba un gemido cuando alcanza a estimular mi entrada.
—No... N... —Mi garganta se cierra por la opresión de su mano opuesta, que ahora se atenaza alrededor de mi cuello. Aún puedo respirar, pero cualquier vocablo queda anudado por el ahorque.
—¿No qué? Dime —Empuja las caderas una vez más y aprieta su agarre cuando estoy por dejar salir el segundo gemido.
Me muerdo el labio, mis diez dedos se agarrotan, está haciendo de mí un desastre más peligroso, más real.
Sigue jugando con sus yemas en mi vientre hasta que de tanto toquetear curiosas logran meterse por debajo de la pretina de mis bermudas y del elástico del bóxer.
—Ngh... —Me sacudo como el avión, pero con más parsimonia, con deleite, a mí me golpea una tormenta distinta pero igual de capciosa.
—¿Por qué no respondes? Estoy seguro de que puedes hablar... quizás deba intentar sacarte las palabras de otro modo...
Doy una bocanada de aire cuando al fin desprende sus garras de mi cuello, aunque en lugar de oxígeno lo que recibo son dos de sus dedos. Las falanges se hunden en mi boca y aguardan un momento dentro para deslizarse nuevamente hacia afuera y volver a acometer. Su zurda repite ese vaivén sugestivo masturbando mi pene y su cadera también se suma con suaves embestidas.
Mi organismo alcanza una temperatura febril en minutos, hasta siento mi vientre derretirse y desparramarse en fluidos por mi ano y a través del ciere que comienza a gotear de mi miembro.
—Ahora responde... dime si quieres llamarme por mi nombre —me susurra, dejando tras sus etéreas palabras una lamida tangible detrás de mi oreja.
Extrae las falanges de mi cavidad oral, pero siguen conectadas a mis labios por un hilillo de saliva eminentemente obsceno.
—No quiero... quién sabe... a qué demonio podría invocar si lo hago...
Sonríe contra mi piel y la besa antes de clavar sutilmente los colmillos en una mordida inacabada, suspensiva. Se me va la voluntad en jadeos y la razón en gemidos.
De un momento para otro detiene el bombeo que me estaba llevando al límite y de la misma súbita manera me voltea en la cama. Mis ojos ya no se pierden en vistas al pasillo, ahora se pierden en los suyos, dos orbes brillantes y púrpuras por la quimérica mezcla que resulta al reflejarse la luz azul en el rojo del iris.
Mi rubor aumenta estrepitosamente cuando lo veo lamer con gusto el ciere que le mancha los dedos. De los iris violeta solo quedan remanentes por la dilatación de las pupilas y siento a su lobo gruñirme a través de esas dos fosas; me obliga a ser espectador de su capricho insano al mismo tiempo que su piel me hace partícipe de la locura al meterse dentro de mis pantalones una vez más. Los dígitos viajan veloces como jets por el valle entre mis nalgas y dejan estelas de fuego y lujuria tras su tacto.
—Moon... puede venir alguien... mis amigos están... —Me cuesta horrores hilvanar una oración coherente con sus dedos dibujando círculos alrededor de mi entrada.
—Relájate, ángel, nadie vendrá. Solo nos verán los dioses.
Una yema comienza a presionar hasta lograr su cometido. Me estremezco de pies a cabeza cuando siento un largo dedo abrirme hasta que llega a su tope.
—Ah... Ragear... por favor...
—¿Le pides clemencia a un demonio? Qué bonito... —se regocija, moviendo el dedo en mi interior con una lentitud maligna.
—No, no, hazlo más rápido, alfa... ¡ah! —Mete abruptamente dos dedos más y los hinca bien adentro, tan profundo que mis paredes se cierran a su alrededor, deseando violentamente mantenerlos presos en esa zona que me produce tantos cortocircuitos como gemidos pobremente acallados.
—Me vuelve loco que te mojes así solo por recibir mis dedos... ¿Qué harás si te meto la polla, omega? —Su voz ronca parece un segundo gruñido que se funde con el del lobo, ya no sé quién me habla, pero da igual. Los dos son igualmente catastróficos—. Realmente quiero cogerte, pero no me gustaría tumbar el avión.
Me retuerzo gemebundo, clavándome en sus dedos en tanto recibo por delante la fricción de su erección robusta. El alfa se apiada un poco y comienza a penetrarme a un ritmo constante, hundiéndose en mi entrada hasta los nudillos. Grito cuando introduce un cuarto dígito y resbala hacia adentro hasta que solamente el pulgar y un pequeño tramo de mano restan por fuera.
Suspira extasiado y me agarra del culo con la mano libre para enterrar las yemas en mi carne y aplastarme contra su entrepierna, incrementando la fricción y la humedad que empieza a notárseme en las bermudas.
—Raegar... Raegar...
Que los dioses me perdonen por estar rezándole a este diablo. Sus dedos se curvan en mis entrañas y desatan una oleada de placer tan inverosímil que mi vientre se contrae al ser golpeado por un fuerte orgasmo. Le muerdo la clavícula —lo primero que encuentro a mi alcance— para aplacar de alguna manera el gozo que se vierte por mi boca en sonidos voluptuosos y por entre medio de mis piernas en una lubricación abundante.
Estando tan cerca de su pecho me percato de que respira erráticamente, tal vez afectado por la bomba de feromonas que acabo de soltar o por los espasmos de mis paredes internas que no dejan de succionar sus dedos.
Me dejo ir en un último suspiro encantado. Siento que me ha robado el espíritu, pero no me sorprende de una criatura malvada y crapulosa. Lo único extraño aquí soy yo y la manera de entregarme temerariamente al cuerpo de este alfa, aunque me consuelo diciéndome que la carne, en definitiva, tiene precio bajo, es mera mercancía que cuando muere se pudre y se hace polvo. Mientras que Raegar Wealdath no se apodere realmente de mi alma, estaré a salvo de morir de dolor, o mejor dicho, de vivir eternamente con él.
Despeja de mi frente algunos mechones sudorosos, alargando la caricia hasta mis mejillas y labios temblorosos. Lentamente saca los dedos de mi ano cuando percibe que deja de latir y me acomoda la ropa que él mismo ha arrugado.
Sus ojos se ven tan ardientes como tristes. ¿Será acaso el reflejo de los míos?
—No puedo creer que te cortaste las uñas para hacer esto —manifiesto en un murmullo luego de la epifanía.
—Haz de cuenta que lo hice para lucir presentable en Nikerym. No quiero que te me escapes cada vez que me veas con un alicate.
No ignoro que sigue duro como un mástil allá abajo. Pienso que debería hacer algo al respecto, deseo hacerlo, pero el peso del agotamiento por la falta de sueño y el estrés perenne me caen de golpe como si se cerrara el telón de una grandiosa obra, dándole fin. Se siente agridulce, no quiero que termine este pecado, pero sé que ha llegado el momento de arrepentirme por él cuando mis párpados se cierran y me quedo profunda e increíblemente dormido.
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