☽ Capítulo 1 ☾


«El pasado es siempre un prólogo de lo que está por venir.»
William Shakespeare



La puerta de mi apartamento vuelve a ser golpeada estrepitosamente, pero esta vez no se trata de un asesino o de un alfa incógnito dejándome propuestas de cortejo sádico en el pasillo, sino de Kuro, que impaciente insiste afanosamente para que lo deje pasar a las siete de la mañana del sábado.

Arrastro los pies hasta la entrada, medio trastabillando por el sopor que aún no me abandona, y abro con toda la modorra posible para exasperar a Kuro.

—¡¿Dónde está?! —grita y fisgonea por sobre mi hombro los interiores de mi apartamento, así como una suricata.

Ya presentía yo que tanta efusividad no podía tener que ver con las unidades que nos tocaba repasar hoy.

—Duerme —contesto con fiasco.

Esperaba una cara de decepción, pero en su lugar Kuro esboza una sonrisa y sus iris azul claro resplandecen.

—¡Le haré el desayuno!

Entra cual camión de carga y me atropella, por lo que doy un par de traspiés hacia atrás y luego fulmino con la mirada su espalda y su mochila. Lleva el cabello rubio ceniza cuidadosamente peinado y ropa casual en lugar de las camisetas viejas y los pantalones de chándal que suele usar para estudiar. Por un segundo siento un poco de lástima por él y por sus esfuerzos inútiles de verse como un buen candidato ante Lyanna.

La pereza me acompaña hasta la cocina donde mi amigo ya se encuentra revolviendo las alacenas en busca de ingredientes para un desayuno "conquistador". Voy a sentarme pero, cuando veo la caja negra sobre la mesa, un cosquilleo general espanta por completo mi modorra y me detiene en pleno acto.

Hago caso omiso de la absurda emoción que la estúpida caja me produce y la agarro solo con las yemas, como si quemara o fuese ponzoñosa, para llevarla lejos de mi vista. La guardo en el anaquel más alto de la última casilla de la alacena, esa que nunca utilizo, y solo entonces regreso a sentarme con nuestros libros y resúmenes ajenos que conseguimos de contrabando.

—¿Qué le gusta desayunar a la lobita? —indaga Kuro con la cabeza metida en el refrigerador. No me sorprende que ya utilice un mote como ese para referirse a Lyanna. Es demasiado confianzudo.

—Te dará una patada en el culo si te oye llamarla así —le advierto.

—No me digas que es cascarrabias como tú.

—Yo no soy cascarrabias —disiento ofendido.

Bueno, tal vez lo soy un poco.

Kuro tuerce el cuello para mirarme con sus cejas en dos puentes.

—Le gusta el cereal con yogurt de durazno —termino develando. No sé ni para qué le ayudo si después tendré que escuchar sus lloriqueos cuando sea rechazado.

—No tienes yogurt.

—Tampoco tengo cereal. —Detesto el yogurt con cereal.

La expresión horrorizada de Kuro me divierte.

—¡¿Entonces qué hago?! —chilla, buscando desesperado un sustituto.

—Podrías ir a comprar al almacén que está a media cuadra... —Su rostro se ilumina y sonrío maliciosamente por la ilusión que estoy a punto de pisotear—. Pero está cerrado. Los dueños están de viaje.

Sus ojos rasgados me apuñalan con resentimiento. El rostro de Kuro es curioso por la mezcla de rasgos que le confieren sus genes. Su madre es asiática y su padre canadiense. Mi amigo ha resultado ser el único japonés rubio del mundo. Es genial molestarlo con eso, aunque no solo es exótico, sino también majo.

—Te desterraré de tu puesto de mejor amigo —conmina.

—Oye, ¿por qué te han puesto Kuro si eres blanco teta?

—Estás oficialmente desterrado.

—Oh, ¿en serio? Y justo cuando había recordado algo que a Lya le encanta... y que podrías preparar.

Kuro se acerca corriendo y se me lanza para envolverme en un abrazo demasiado apretado. Me levanta de la silla y me bate de un lado a otro.

—¡Pero, qué digo! ¡Si eres el mejor amigo que cualquiera pudiese desear!

—¡Agh! ¡Aparta, eso es puro interés! —me quejo, pero río al mismo tiempo—. ¡Chocolate con leche y tostadas con queso y dulce de arándanos!

Mi compañero me suelta y hace un ademán de victoria con su puño.

—Lyanna me amará después de probar mi desayuno —dice fehaciente y se pone manos a la obra.

Tiempo después el olor a pan tostado me inunda las fosas nasales y solo pasan algunos minutos más hasta que Lyanna aparece despeinada y con su pijama improvisado, atraída por el aroma apetitoso. Kuro se encuentra untando mermelada pero queda embobado cuando la ve y la tostada se le escapa de los dedos, aterrizando en el suelo del lado del dulce.

—¡L-Lya! ¡Buenos días! —balbucea, probablemente lamentándose por los puntos menos que tendrá en su reputación de buen mozo.

—Hey. —Su saludo seco no es suficiente para quebrantar el espíritu de Kuro, quien carga su orgullo en el hombro, levanta la tostada caída y prepara otra a toda velocidad.

Lyanna camina hasta mí y me deja un beso en la coronilla.

—¿Cómo durmió el señor rompecorazones de alfa?

Le lanzo un vistazo en advertencia al tiempo que Kuro llega con el desayuno: dos cafés para nosotros, una leche con chocolate para Lya y un plato repleto de tostadas.

—¿Rompecorazones de alfa? —curiosea Kuro.

Tengo que detener esta conversación, pero mi amiga se apresura en responder.

—Hazel tiene dos pretendientes. Ambos le propusieron cortejo ayer.

—¡Wow! ¡¿En serio Haz?! ¿El cortejo es como casarse, verdad?

—No, qué demonios... —contesto con ganas de golpearlos a ambos.

—Ni te imaginas los anillos que le han enviado —azuza Lya con una sonrisa traviesa.

—¿Anillos? ¡Qué pasada! ¿Entonces te vas a casar? ¿Tendrás bebés?

Me doy un frentazo contra la mesa deliberadamente, haciendo tintinear las tazas contra la superficie. Realmente no tiene sentido intentar detener su idiotez cuando sé que no voy a poder. Los dos son testarudos y no hay quien les pare cuando algo les entusiasma.

Me quedo con la mejilla aplastada contra la mesa mientras oigo como siguen parloteando sobre mi vida. Lyanna le cuenta a Kuro sobre el esbat y las invitaciones, y profundiza sobre los anillos describiéndolos a lujo de detalles.

—¿Puedo verlos? —pide Kuro.

—No lo sé, pregúntale a Haz. Nadie excepto el destinatario puede tocar el anillo de cortejo.

—¿Y eso por qué?

—Porque contaminaría la magia que portan —explica mi amiga.

—¿Magia?

Kuro está totalmente liado, como si se tratase de un cavernícola arrancado de su época y arrojado en pleno siglo veintiuno.

—Joder, ¿en serio no sabes lo que es la magia?

—No, es decir, solo sé que no existe.

Uf, Kuro no debería haber dicho eso.

—¿Qué? ¿Qué pasa con ustedes los humanos? No entiendo como los dioses no los han fulminado aún —estalla Lyanna. Kuro frunce el ceño y estoy un 99% seguro de que dirá otra cosa que no debería decir... al menos no si quiere tener un 0,001% de posibilidades con mi amiga.

—Creo que a quienes están fulminando los "dioses" son ustedes. ¿Acaso no se están extinguiendo?

Kuro ha superado mis expectativas sobre su gilipollez. Alzo apenas la cabeza para lanzarle un vistazo de "cierra la boca", pero al parecer ya se ha percatado por cuenta propia de su equivocación. Lyanna ha formado una mueca disgustada y se queda muda. Los ojos se le empañan y Kuro desfallece.

—¡L-Lo siento! ¡No ha sido mi intención!

Y doy fe de ello, realmente Kuro es de los que actúan y luego piensan.

—¡Haré algo por ustedes! —continúa—. ¡Lo prometo!

Ahora soy yo quien hace una mueca. ¿De qué demonios habla?

Lyanna lanza un bufido y luego una sonrisa vacía se dibuja en su rostro.

—Está bien. Es la verdad. Pero no tienes que decir estupideces para intentar quedar bien —le contesta mordaz Lya—. Un beta no podría saber nada de nosotros.

—Me esforzaré por demostrarte que te equivocas.

Esto se pone interesante. Bah, al menos ya no están hablando de mí.

Pf, suerte con eso.

—Me especializaré en medicina de lycans cuando me gradúe —confiesa Kuro.

Lya y yo lo miramos con un popurrí de desconcierto y sorpresa. Jamás me había contado sobre tales planes. ¿Cuándo lo habría decidido?

Lya cierra la boca y bebe su chocolatada para librarse de tener que dar una respuesta que no posee. No puedo descifrar si lo que ha dicho Kuro le ha gustado o no, pero sí sospecho que se ha quedado meditando sobre ello.

—¿Por qué? —intercedo. Yo no tengo tantos prejuicios ridículos como Lya, pero eso no quita que sí tenga dudas sobre lo viable que puede resultar que un humano sea médico de lycans.

Kuro se encoje de hombros y suelta con naturalidad:

—Mi mejor amigo es un lycan y la chica que me gusta también. Es suficiente motivo como para querer participar en su mundo y contribuir al mismo.

Lyanna escupe la leche con chocolate y yo abro la boca impresionado.

—¡Has madurado! —exclamo. También acaba de largar una estupenda indirecta —bastante directa— para mi amiga, cuyos orbes zumban entre Kuro y yo.

—¡Lo sé! Por ello quiero ir a ese festejo con ustedes.

—¡¿Eh?! —Lya está a punto del ataque histérico—. ¡Por supuesto que no!

—Eso sería divertido —opino en alianza con mi compañero y por propia conveniencia. Si Kuro viene conmigo, no tendré todas las miradas puestas en mí. La mitad caería sobre el humano asiático rubio.

—No... no hay manera —reniega mi amiga—. Berkan no lo permitirá.

—Lo hará si en verdad desea que yo asista.

—¡Pero si ya dijiste que irás!

—Iré, solo si dejan que Kuro me acompañe.

—¡Yey! —chilla él.

—¡Eso es una putada de tu parte, Hazel! —El dedo de Lya me apunta con furia.

—Venga, si Kuro se portará bien. ¿Verdad, Kuro?

Se lleva el puño al corazón cual recluta.

—Ni siquiera notarán mi presencia.

Vale, no creo que eso sea posible. Kuro es, además de llamativo, demasiado extrovertido como para quedarse quieto y callado en una esquina alejada.

—Bien, ¿podemos ahora concentrarnos en estudiar? —solicito—. No me apetece recursar esta puta materia.

Lyanna está enfurruñada y se limita a amohinarse en silencio. Contrariamente, Kuro asiente motivado.

—¿No puedes enseñarme esos anillos antes?

—No.

—¡Oh, vamos!

—No hagas que cambie de opinión —lo amenazo.

Decide no arriesgarse y coge el libro de neurociencias obedientemente.

No quiero saber nada sobre los anillos ni sobre quienes los han enviado. Sin embargo, tengo la sensación de que no me libraré tan fácilmente de ellos.

Kuro y Lyanna se marchan al mediodía. Kuro se ofrece a llevarla a Durmista, nuestro asentamiento, que queda a unos cincuenta kilómetros, pero mi amiga rechaza arisca sus intenciones. Aún está cabreada.

La acompaño a tomar el transporte público y me quedo solo para el almuerzo. No obstante, a pesar de que soy el único cuerpo viviente habitando mi apartamento, siento una inusitada compañía.

Mi amante invisible sigue aquí.

Olfateo el aire. Ahora que mis amigos se han ido, no hay aroma que eclipse la esencia que emana de la caja guardada en mi alacena.

Se me eriza la piel y, para mi absoluta sorpresa, tengo una erección. Observo el pequeño bulto en mi entrepierna como si fuese algo ajeno a mí, algo aberrante, un alienígena intruso en mi cuerpo.

Mis fosas nasales se inflan en otra olisqueada que escapa de mi control mientras mis piernas avanzan a la alacena igualmente hipnotizadas. Al caminar, siento en el movimiento la humedad entre mis nalgas, que deja mi piel suave y resbaladiza.

Permanezco de pie frente a la puertita que me separa de la caja. Me instruyo internamente alejarme y olvidarme de ella, pero hago todo al revés. Me pongo en puntitas y la tomo para llevarla conmigo a mi habitación. Una vez en mi cama, huelo con brío el cartón duro y mi voz interna grita que pare cuando lamo la tapa de punta a punta. Mi lengua cubre los relieves que los arañazos dejaron y se impregna de un sabor dulzón que me desbarata las neuronas... y las hormonas.

Me toco sobre el pantalón y jadeo, permitiendo que esas fuertes feromonas me posean. ¿Cómo es posible que me afecte tanto? ¿Qué diablos ha hecho ese alfa cabrón? ¿Le ha acabado encima? Joder, esto es muy bizarro, pero el deseo nada sabe de moralidad.

Con la mano libre arranco la tapa y saco el anillo. El rubí me seduce, muerde y rasguña, devora mi fuerza de voluntad y me rebaja al estatuto de omega necesitado. Hasta mi nombre me arrebata.

Acomodo la argolla por segunda vez en el anular de mi zurda y comienzo a masturbarme con ella. Desplomado sobre el edredón me retuerzo por las oleadas de placer. Un gemido suave vibra en mi garganta, los dedos de mis pies se flexionan y redoblo el bombeo en mi pene.

Se siente realmente bien, pero no es suficiente. El anillo hierve y deja un camino de fuego por mi muslo cuando desciendo la mano a mi entrada palpitante. Introduzco el índice y el anular hasta la base, con anillo incluido.

—¡Ah! ¡Mo...! —Me muerdo la lengua. ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué hago masturbándome por un tío que no conozco? — Mmmn... Moon... —suelto medio minuto después. De todas maneras, nadie puede oírme. Ya tendré tiempo después para sentir vergüenza de mis actos.

Mis dedos entran y salen con rapidez, facilitados por mi lubricación que a su vez se vuelve cada vez más abundante.

La deliciosa tensión en mi vientre y espalda baja llega cuando abro y cierro los dedos en mi interior. Los hundo una vez más hasta que me rindo al orgasmo. Mis paredes se estrechan atrapando dentro mis falanges, masajeándolas con sus ondulaciones.

Quedo aturdido, dominado por una sensación de ingravidez. Mi pene gotea y mis feromonas concentradas se funden con las del alfa.

Miro el techo mientras recupero el aliento. Retiro mi mano del interior de mis pantalones y la ubico frente a mis ojos. Hilillos de líquido glutinoso conectan mis dedos y se estiran cuando los muevo. El rubí resplandece aún más gracias a los fluidos que lo cubren.

La vergüenza me da una bofetada. Me niego a pensar sobre lo que acabo de hacer. Soy patético.

La situación se agrava cuando intento quitarme el anillo y se queda atascado bajo mi nudillo. Lo fuerzo hasta que creo que me arrancaré el dedo, pero el maldito no se mueve ni un pelo y comienzo a sudar frío.

—Joder... quítateee.

Tampoco gira, por más de que mi lubricación debería contribuir a que resbale. ¡Esto es ridículo! Mis dedos no están hinchados y anteriormente pude quitármelo sin problemas... ¡¿Por qué ahora no sale?!

Corro al baño con el trasero mojado en busca de jabón líquido y me echo medio pote sobre el dedo. Forcejeo una vez más y termino entrando en pánico cuando al quinceavo jalón tampoco cede.

Nononono, tienes que salir, lo digo en serio. Afrodita, por favor, no me hagas esto.

¿Será su castigo por mi vituperable acto?

Respiro y me obligo a guardar la calma. Tal vez sí tengo hinchado el dedo, por más normal que se vea.

Tres horas después estoy a nada del desmayo. He mantenido la mano en alto, la he sumergido en agua helada y hasta probé untarme todas las sustancias viscosas que tenía a mano, como aceite de cocina y un lubricante artificial que utilizaba con Camie. Hasta implementé la técnica de comprimir la articulación envolviéndola con hilo.

Nada resultó.

¿Qué hago? Los anillos de cortejo no deben maltratarse, y mucho menos cortarse. Al tener sobre sí la bendición de Afrodita, hacerlo sería una grave injuria, y los lycans sabemos lo severas que pueden llegar a ser sus anatemas.

No me animo a pedirle ayuda a Lyanna. Más bien, me moriré del bochorno si lo hago. Además, ¿qué le diría? "Oye, Lya, me metí el anillo en el culo y ahora no me lo puedo quitar del dedo".

—¡Ah! ¡No puedo hacerlo!

Mi último recurso es hablar con ese tal Moon y recusar formalmente el cortejo. Le diré que me probé su anillo por simple curiosidad y ya. Cuando lo rechace, la magia de Afrodita se disipará y podré cortarlo... o quién sabe, quizás me lo pueda quitar yo mismo sin problemas.

Bufo y contemplo consternado mi mano ensortijada, porque más allá del fiasco de tener que llevar ese anillo hasta la noche del esbat, el dolor y la culpa me amenazan y punzan en mi pecho.

Prometí que jamás ocuparían su lugar, que ningún otro anillo brillaría en mi mano después del suyo... y ahora es una portentosa joya roja lo que pesa en mi anular, no la piedra lunar con la que Seth me cortejó. Blanca y de matices de un azul refulgente, en nada se asemejaba al costoso rubí, y no por el precio o la fastuosidad, sino por el amor puro e inmaculado que prometía. Un amor sin mácula que me regalaría la más hermosa familia y un hogar al cual volver, todo lo que se desintegró en el momento en que mi querido alfa murió.

Su anillo desapareció de mi mano esa noche.

Lo extraño...

Extraño mucho a Seth.

—¿Cómo te fue? —pregunta Kuro apenas salgo del salón de clases. Me está esperando en la puerta con su natural sonrisa entusiasta.

Emmm... bien, supongo.

Estamos a miércoles y no he sido capaz de solucionar la cagada monumental en la que terminé incurriendo el sábado por andar calenturiento.

Apenas he podido concentrarme en el examen con el puto anillo ante mi vista. Ni siquiera entiendo como he sobrevivido el haberme convertido en el vertedero de tantas miradas alucinadas. Venga, es bonito y vistoso, pero no puedo creer que una estúpido anillo altere tanto a los humanos, que ni deben comprender lo que realmente significa.

Vamos rumbo al comedor y Kuro se encarga de generarme un incipiente dolor de cabeza con su cháchara efusiva sobre el esbat del viernes, a pesar de que aún no tenemos noticias de que Berkan haya aceptado mi requisito.

—Creo que me pondré esta camisa... —Me muestra una foto en su móvil—. Con este pantalón. —Me enseña otra foto—. ¿Qué dices? ¿Piensas que le agradará a Lya?

No he prestado atención a las fotos, pero asiento distraídamente. Kuro me asesta un golpe en el brazo que llega a desestabilizarme.

—¡Hey!

—¡No me estás escuchando! —protesta—. Desde que eres un señor casado andas en las nubes.

—Dime eso de nuevo y juro que te arranco las pelotas con los dientes.

Levanto el labio superior para enseñarle mis colmillos, pequeños, pero filosos.

Kuro no sabe que a los omegas no nos agrada arrancar cojones con los dientes —preferimos lamerlos y darles amor—, y por ello palidece y se rasca la nuca nervioso.

—Lo siento, solo bromeo. ¿Lya lo sabe?

—Lya no tiene que saberlo, ¿me oyes?

Mi expresión asesina acaba por hacerlo tartamudear.

—Y-Ya, n-no quiero quedarme sin bolas. ¿Pero cómo se lo ocultarás el viernes?

—Me vendaré la mano y diré que tengo un esguince. Buscaré a ese alfa en cuanto lleguemos a Durmista y me libraré del anillo antes de que alguien se entere.

—Vale, es buena idea... ¿y Camie que te ha dicho? Seguro se preguntará de dónde diablos sacaste eso... o por qué no se lo has regalado a ella en lugar de andar usándolo tú.

Mi amigo ríe y mi antiguo semblante homicida regresa. La risa de Kuro se apaga abruptamente y es reemplazada por una mueca frustrada.

—Joder, ¿ahora qué he dicho?

No puedo increparlo esta vez, pues no le he contado lo que sucedió con Camie. Y eso que hasta ahora había estado zanjando el asunto con éxito...

—Rompimos.

—¡¿Qué?! ¡¿Por qué, cuándo?!

Varios se voltean hacia nosotros, por lo que le gruño bajito a mi compañero para que cierre la boca.

—Lo siento...

—Un tipo la embarazó —revelo con rapidez. Cuanto antes le largue todo, menos tiempo necesitaré para sacar a Camie por completo de mi vida—. El viernes pasado me citó a una cafetería. Me dijo que tenía algo para decirme. Realmente no esperaba nada bueno, pero verla aparecer con un cuarentón superó mis expectativas.

—No jodas... —susurra estupefacto—. ¿En serio fue con el tipo? ¿Y te lo dijo allí?

—Sí... tal vez tenía miedo de mi reacción, o solo fue demasiado cobarde como para enfrentarme sola.

—Tío, pero si hacía casi un año que estaban juntos... mierda, ¿por qué no me lo dijiste?

—Porque no vale la pena darle más vueltas al asunto, Kuro. Solo es perder el tiempo.

—Pero... ustedes tenían sexo, ¿no es así? Por más de que te haya estado poniendo el cuerno, digo, ese crío... ya sé que eres un omega pero, ¿no hay posibilidad de que sea tuyo?

—No. Ni la más mínima.

—Disculpa el atrevimiento hermano, tú tienes pene... ¿verdad?

Pongo los ojos en blanco.

—¿En serio piensas ser médico de lycans? Me aseguraré de que no te den la matrícula.

—¡No tienes que ser tan duro! —rezonga.

, Kuro. Tengo pelotas y polla como tú, pero no funcionan de la misma manera. Los omegas no preñamos, nos preñamos.

—¡Eso ya lo sé! Pero no termino de entender por qué tienen pene.

Kuro empieza a elevar la voz otra vez, por lo que lo cojo del brazo para arrastrarlo hasta el patio donde sea menos plausible que pasemos vergüenza.

—Escucha, solo te lo explicaré una vez. Una pregunta más sobre eso...

—Y me quedo sin bolas, ya.

—Bien... mira, cuando los omegas macho tenemos un orgasmo, no eyaculamos como lo haría un beta macho o cualquier alfa. "Acabamos" en otro sentido, pues lo que expulsamos no es semen, sino un fluido llamado ciere, que se trata de feromonas concentradas. El ciere suele salir de a poco durante el sexo y finalmente es expulsado en gran cantidad al llegar el orgasmo, con el objetivo de excitar más al alfa e incitar a que su nudo se hinche y persista por mayor tiempo. Por ello dicen que los omegas macho somos más fértiles que las hembras. En realidad, no se trata de fertilidad sino de fertilización. Esa enorme concentración de feromonas estimula de sobremanera al alfa y eleva al máximo su potencia sexual. Entonces, respondiendo a tu duda... no. Es imposible que yo preñe a una beta porque no produzco espermatozoides.

Kuro está fascinado con la información que acabo de brindarle. Parece que ha descubierto América.

—Vaya, el sexo entre alfas y omegas debe ser la hostia.

—Bueno...

—¿Y los betas hombres podemos tener bebés con los omegas? —me interrumpe.

Sus orbes resplandecen con esperanzas y los míos se entrecierran con recelo fingido.

—¡Hey! ¿A qué viene esa pregunta? —ladro.

—¡N-No tiene nada que ver con Lya! —se defiende, pero por el mismo hecho de estar trayéndola a la plática se expone solito.

Yo también he imaginado a mis improbables sobrinos, pero es mejor que Kuro no lo sepa. Reprimo mi sonrisa e intento sonar duro.

—¡Pues más te vale! De todas maneras, no creo que sea posible. Es decir, antes solían existir parejas de hombres beta y omegas, o bien de mujeres beta y alfas. La tasa de natalidad era mucho más baja en comparación a la de las uniones entre alfas y omegas, pero aun así podían procrear. Eso fue hace miles de años, antes de que nos separáramos como especie, cuando los betas todavía preservaban el instinto. La tasa de natalidad se redujo a cero luego.

—Oh... vaya. —Kuro luce un poco decepcionado, pero recobra con prestitud su energía—. Gracias, amigo, ni siquiera en internet se habla mucho sobre ello. Cuando me gradúe te mencionaré en los agradecimientos.

—No. No lo hagas. —No me gusta llamar la atención.

—Oye, y más allá de que Camie se haya comportado como una... una... —Alzo las cejas. Kuro siempre evita llamar "zorras" a las mujeres, pero eso no significa que no lo haya pensado en algunos casos—. Que se haya portado mal... ¿por qué salías con ella? es decir, ¿por qué salías con una mujer beta? ¿No te sentías... no sé, insatisfecho?

Me quedo en silencio. Esta vez la respuesta por la que mi compañero me interroga no es fácil de expresar.

—Será mejor que comamos algo antes de la próxima clase —dice ante mi mutismo, dando un par de pasos hacia el edificio. Intuye que se ha acercado a ese tema del que no me gusta hablar y del que nunca le he hablado... mi tabú personal. Vuelvo a sentir el anillo sujetado celosamente a mi anular y mi pesar crece.

—Yo... solo estaba usando a Camie. Bueno, esa es la conclusión a la que he llegado luego de que me dejó y no fue tan malo, considerando el por qué lo hizo...

Kuro se detiene y vuelve sobre sus pasos. Aguarda a que continúe sin hablar ni pestañear.

—Cuando vivía en Durmista —prosigo— tuve un compañero. Éramos muy apegados y yo... realmente lo amo. —Jamás utilizaré el pasado en ese verbo contigo, Seth—. Estábamos esperando a que llegara mi celo para tener un cachorro...

Kuro no puede creer lo que escucha. No viniendo de mí, el tipo más huraño con quien ha sido lo suficientemente tenaz como para entablar amistad.

—Y... ¿qué sucedió? —me espolea a contestar, aunque su voz titubea. Se nota que le interesa oírme, pero posiblemente teme que vuelva a encerrarme en mi burbuja de "seguridad" si me presiona.

—Murió unos días antes de mi estro. Lo hallé ahorcado en el bosque.

Los ojos de mi compañero se agrandan impresionados.

—¿Se... se suicidó?

Me encojo de hombros, buscando con el gesto despreocupado paliar la angustia que me corroe.

—No lo sé... —Me niego a creer que decidiste abandonarme—. Después de él... no he podido acercarme a ningún otro alfa. Más bien, no he querido hacerlo. Camie solo fue mi estrategia para engañar a mi deseo sexual. Por ello no puedo culparla por lo que hizo. No puedo enfadarme con ella porque estamos a mano.

Kuro me abraza. Estoy triste, otra vez, siempre lo estoy, a decir verdad. Por eso no lo aparto, permito que alguien me contenga, por más de que tenga que ignorar los cuchicheos de los demás estudiantes que andan rondando por el patio, o el "¡maricas!" que oigo provenir de la otra punta.

—Lo lamento, Haz —dice una vez me suelta—. Pero me alegra que me lo hayas contado...

Asiento y le dedico un amague de sonrisa.

—Me apetece una hamburguesa.

No falta mucho para que volvamos a entrar a clases y tampoco para que comiencen a lagrimearme los ojos. Será mejor ponerle fin a esta conversación cuanto antes.

—¡Ah! Ahora que lo dices, a mí también. Aún tenemos tiempo —anuncia tras revisar la hora en el móvil.

Emprendemos nuevamente camino al comedor y mi amigo va callado. Es raro en él, lo que me lleva a pensar que se ha quedado cavilando sobre el tema. Voy a romper el silencio con algo trivial justo en el instante en que abre la boca.

—¿Cómo era él?

Sabía que no lo dejaría pasar tan fácil, no cuando me dispuse a confesarle algo tan íntimo.

—Él... era impredecible. Era imposible aburrirse si estaba contigo. Hubiera hecho reír hasta a la Mona Lisa.

—Si te hacía reír a ti no tienes que decir más —bromea.

Chasqueo la lengua.

—También me hacía rabiar un montón, especialmente por lo mucho que me costaba enojarme con él. Se ponía zalamero cuando me cabreaba por alguna de sus idioteces y era más fácil lograr la paz mundial que sacárselo de encima. Al final siempre conseguía lo que quería —reniego, pero estoy sonriendo ampliamente.

—No parece que hubieras querido quitártelo encima, de todas maneras —expone Kuro, enarcando una ceja.

—Admito que no. Era genial tenerlo encima.

Mi amigo forma una enorme "O" con su boca y yo río. Es la primera vez que hablo de Seth con tanta soltura. Se siente bien... hace que su recuerdo no pese tanto en mi corazón.

—Hermano, ¿a dónde traías guardada esa faceta tuya?

Resoplo.

—No siempre fui tan malhumorado.

O tal vez Seth sabía sacar lo mejor de mí.

Su gran sonrisa colmilluda, su cabello oscuro y sus ojos plata resurgen en mi mente como el ave fénix, renacidos de entre las cenizas que su muerte dejó.

Giro la cabeza hacia las ventanas mientras marchamos y miro el sol por un segundo. Me queda una molestia en los ojos durante un momento, pero he comprobado una vez más que ni siquiera el astro resplandece como lo hacía él.

Mi amado alfa, ¿cuándo dejará de doler?

Ese mismo día, por la noche, Lyanna me llama al móvil desesperada. No me ha dejado cagar tranquilo, pues he salido volando del baño por el miedo de que algo le haya ocurrido. Si no, no me explico la insistencia.

Cojo el teléfono que dejé varado en la cocina y finalmente atiendo la que, calculo, es la llamada número seis.

—¡Hazel! Joder, ¿por qué no me atendías?

—¡Que me has dejado con el sorete a la mitad! ¿Qué sucede?

—¡Ooooh, entonces te cagarás cuando escuches esto! —chilla. Casi puedo oler sus feromonas extasiadas desde aquí—. ¡Descubrí quién es Moon!

Mi corazón salta a traición y se me olvida respirar. Automáticamente empuño la mano en la que llevo el anillo y la prenso contra el lateral de mi pierna, como si realmente tuviera que esconderle mi "pecado" a Lyanna.

—Hace un momento fui a hablar con Berkan sobre tu ridícula petición de traer a tu amigo al esbat —continúa eufórica—. Al principio se rehusó, pero no pudo hacer más que aceptar cuando le dije que te negarías a venir sin él. Bien, pero el caso es que, cuando llegué a su casa, Mista estaba también allí. Se encontraban conversando sobre los preparativos de la fiesta, y por supuesto que me quedé de fisgona con la excusa de que les prepararía un café mientras ellos hacían su trabajo...

—Mierda, Lya, ¡¿quién coño es Moon?! —No estoy para rodeos. Los nervios me están matando y necesito volver a respirar con normalidad.

—¡Vaya! No sabía que estabas tan ansioso por conocer a tu alfa —responde con un timbre chusco—. Bien, aquí va lo mejor... oí a Berk hablar sobre las costumbres de la manada de Arvandor.

Aquel nombre resuena de inmediato en mi cabeza.

—¿Arvandor? Esa es la manada en donde se crio Seth... —Y el clan de lobos más peligrosos se encuentra allí.

—¡Lo sé! Por ello mantuve las orejas alzadas... ¡y casi me caigo de culo! ¿Crees que el conejo asado le guste a Raegar? ¡Eso dijo Berk!

Arrugo el ceño y comienzo a golpear el suelo con el talón.

—No estoy entendiendo. ¿Qué tiene que ver con Moon?

—¡Por los dioses, Hazel! ¡Raegar Wealdath, el actual líder de Arvandor!

—Joder, ¡ya lo sé! ¿Pero y eso qué coño tiene que ver? —repito exasperado.

—Pues... Mista le contestó a Berk lo siguiente. Seguro le gustará el conejo, pero el que terminará en la asadora serás tú si lo llamas por su nombre. Recuerda llamarlo Moon. Estabas en lo correcto, Haz. Moon no es un nombre. Es un pseudónimo. Es el pseudónimo de Raegar Wealdath.

Me quedo envarado, completamente inmóvil. Lo único que se mueve en mí es mi alma, que lucha por huir de mi cuerpo y del anillo que no me puedo quitar.

—Así que... Berkan ha invitado al líder de Arvandor al esbat —prosigue Lyanna—. Y si me preguntas la razón... mierda, no tengo idea. Él siempre ha sido perspicaz y cauteloso, no es un tío que se involucraría porque sí con esos lycans. Y creo que definitivamente no lo haría si supiera que Raegar te quiere follar.

Me siento flotando en una nube tormentosa.

—No puede ser —me rehúso—. En serio que no le veo sentido. Tiene que tratarse de otra persona...

—Es demasiada coincidencia, ¿no lo crees?

El móvil se desliza de mi palma por el sudor, pero alcanzo a agarrarlo en el aire.

—Pero es solo una coincidencia. No me conoce, jamás me ha visto siquiera, ni yo lo he visto a él. Solo sé de su existencia por el rumoreo de la manada. Lya, hace años que m-me... que me marché de Durmista.

Me esfuerzo por darle a mi amiga explicaciones razonables, pero veo el majestuoso y amenazante rubí en mi dedo y comienzo a balbucear.

"Los lobos no caminan solos... y los demonios tampoco".

Demonio. Es una acertada manera de llamar a un lycan de Arvandor.

—Vamos, Haz, no te asustes, si Seth llegó de Arvandor y era un solcete. Bueno, tal vez un poco rarito, pero tenía buen corazón.

"Era"."Tenía". No soporto oír hablar de su fantasma.

—Además, si realmente no te gusta Moon, solo tienes que devolverle el anillo.

—¿Y si no puedo hacerlo?

La línea queda en silencio por unos segundos.

—¿Cómo que si no puedes hacerlo? —inquiere. Por su tono advierto que ella ya presiente que la he cagado.

—Lya... creo que estoy en problemas.





☽ ✦ ☾

Eso te pasa por andar haciendo cochinadas bebé xd.

¿Qué les ha parecido el primer cap?
¿Qué piensan de Seth?
¿Les intriga saber conocer a Raegar Wealdath? 😂

Dudas y comentarios por aquí c:

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top