CAPÍTULO XXXVI • Días Grises •


C L E M A T I S

Desde que mi bebé había muerto no dejaba de tener pesadillas. Tratar de dormir nunca había sido tan complicado, en cuanto cerraba los ojos, podía jurar que escuchaba su llanto. Me despertaba asustada, tiritando del frío, y el malestar únicamente aumentaba cuando tocaba mi vientre. Hasta hace unas semanas ya había comenzado a sentir sus pequeños movimientos, aunque eran tenues, podía sentirla dentro de mi cuerpo, pero ahora... mi vientre estaba vacío.

Ella se había ido, mi bebita se había ido sin que tuviera la oportunidad de demostrarle cuanto la amaba.

Todos los días iba a su tumba y llevaba algunas flores que recogía en el camino, las cuales también colocaba en la tumba de mi madre.

Argon me decía que no fuera, me pedía que descansara para que recobrara mis energías al cien por ciento, pero me negaba a hacer caso, necesitaba estar con ella, no quería que se sintiera sola.

Al despertar al día siguiente luego de perderla los recuerdos de lo que pasó en los meses posteriores habían regresado. Recordé que William había sido el causante de la masacre, y también, recordé como había sido Zefer conmigo antes del accidente en Demarrer.

Estaba triste porque durante todo este tiempo le había estado escribiendo cartas a mi madre y aguardaba una respuesta, pero esta jamás llegaría. Estaba enojada con Argon porque él era consciente de la ilusión que me hacía enviar las cartas, y en especial estaba enojada con Zefer porque se aprovechó de mi falta de memoria para hacer que lo amara.

—Clematis... —Argon entró por la puerta de la habitación y consigo traía un plato de comida, el humo proveniente de su contenido se elevaba hacia arriba—. Necesitas alimentarte, no puedes pasar más tiempo sin comer.

—No tengo apetito —dije de mala gana, pero de igual forma se acercó hasta donde me encontraba, se sentó en la cama y dejó el plato apoyado en su regazo.

—Entiendo que... —suspiró—, estés pasando un momento difícil, créeme que yo me siento igual de triste que tú, pero...

—No —le respondí de manera tajante mientras apretaba los puños con fuerza—. Tú no puedes entender cómo me siento. No tienes ni la más mínima idea de lo que pasa dentro de mí en estos momentos.

—Tienes razón —él hizo una breve pausa y con su mano libre sujetó mis dedos—. No puedo saber lo que estás experimentando en estos momentos, pero sé que encerrándote en ti misma no lograrás seguir adelante. Llora lo que tengas que llorar, grita si es necesario, rompe cosas para desahogarte, o si quieres golpéame para que te sientas mejor. Pero cuando todo ese dolor pase, ponte de pie y sigue adelante.

—Ya me cansé de llorar —dije de forma cruda, lo observé, y él agachó la mirada—. Hasta el momento lo único que he hecho con mi vida es precisamente eso, llorar, y esto no me ha traído nada bueno. Estoy cansada de hacerlo. Quiero ser alguien fuerte, y te juro... que pensé que lo era, pero cuando logro avanzar tan solo unos pasos, caigo en cuenta de que aún soy demasiado débil.

—No, estás equivocada —Argon dejó el plato a un lado y me sujetó de las manos, yo me limité a observarlo—. No conozco persona más fuerte que tú, hasta ahora es más lo que has perdido de lo que has recibido, pero aún te mantienes en pie. Además, no estás sola, tienes gente que te quiere y en quien puedes confiar.

—¿Sí? —bufé—. ¿Quiénes? Porque hasta ahora los que han dicho quererme, me han estado mintiendo.

Argon apretó mis manos con fuerza mientras sonreía de manera melancólica, sabía que lo decía por él y Zefer. Me sentía mal actuando a la defensiva, pero mí trato con él no podía ser el mismo de antes, quiera o no aceptarlo, él me había estado mintiendo.

—Tienes a Cael, a Meried, Wylan, tienes a Helena, a Tesa, la amable señora que vive aquí, tienes a William, a todas las personas que viven en Wyrfell, y los aldeanos de esa aldea de la que me hablaste —suspiró con pesar—. Me tienes a mí y también tienes a Zefer.

—Zefer no me quiso, Argon..., de haberlo hecho, él no me hubiera dejado. Él lo único que hizo fue aprovecharse de mí, me enamoró cuando mi mente estaba en blanco, manipuló lo que sentía. Diablos, me duele pensarlo, pero fue así...

—Créeme que Zefer te quiere más que a nada en este mundo, Clematis... —la determinación en sus palabras lograba sorprenderme.

—¿Por qué pones las manos al fuego por él?

—Porque lo conozco más tiempo, el Zefer que pasó contigo los buenos momentos es el verdadero, no aquel que conociste al llegar a ese palacio —sus dedos se entrelazaron con los míos—. Aquel Zefer que conociste la primera vez, era su fantasma, alguien que estaba herido, que habían lastimado, y tú fuiste quien lo salvó de esa oscuridad, y temo que... si te alejas definitivamente de él, vuelva a ser aquel fantasma.

—Hasta ahora lo nuestro no funcionó, Argon... —dije dolida.

—Lo sé, pero todas las parejas tienen problemas, solo que a ustedes les tocó atravesar por más dificultades. Te pido que no lo odies, te lo imploro como amigo. Lo de ustedes... es fuerte, es real.

—¿Por qué me ocultaron la verdad? —le pregunté evadiendo su súplica.

—No tengo muchos detalles, pero cuando llegaste de Wyrfell y me di cuenta de que algo te había pasado, le exigí a Zefer una explicación, y él me contó todo lo que pasó —Argon comenzó a acariciar mis nudillos con delicadeza formando pequeños círculos—. La mujer llamada Trya le dijo que era mejor que la memoria volviera a ti paulatinamente, de lo contrario tanta información te podría haber generado un shock emocional. Él no lo hizo con malicia, te estuvo protegiendo.

—¿Entonces por qué no me escuchó?

—Porque Zefer es un tonto impulsivo que se deja manipular con facilidad —Argon sonrió cómo si recordara algo del pasado—. Pero no es alguien malo, aunque si tiende a arruinar las cosas bastante seguido ya que no se detiene a pensar.

—Argon..., por favor, dime la verdad, necesito escuchar todo lo que sabes —él se mostró dubitativo durante varios minutos, pero finalmente terminó accediendo a mi petición.

—Escucha, algo grande está por pasar. Estamos por entrar a una guerra —nuevamente me observó mientras su semblante se tornaba serio—. Giorgio tiene planeado someter a todos y autoproclamarse el Dios de estas tierras, estuve trabajando en esto desde hace tiempo, y ahora más gente se ha unido a la causa.

—¿Qué tiene que ver esto con Zefer?

—Zefer es uno de los nuevos aliados que tengo, ha estado enviándole información a mi padre, pero Giorgio está comenzando a desconfiar de él. Lo tienen muy vigilado, ni siquiera puede moverse con tranquilidad sin que los guardias lo sigan.

—¿Giorgio sería capaz de lastimarlo? Pero... es su padre.

—Clematis, Giorgio es alguien desalmado y peligroso, no le importaría pisotear a sus propios hijos para conseguir lo que quiere. Para él, lo único que importa, es tener el control de todo, y Zefer está comenzando a volverse un obstáculo.

—¿Entonces que tenemos que hacer?

—¿Viste a la Hanoun con la que bailó Zefer ayer?

—Sí...

—Ella es Celine Wolfgang, es la hija de uno de los más grandes aliados que tiene Giorgio, pero tenemos la suerte de que esté de nuestro lado.

—¿Por eso estuvo en la ceremonia?

—En parte, el día de ayer... comprometieron a Zefer y Celine, pero es una alianza netamente estratégica, de esta forma Giorgio tendrá acceso absoluto a Dico y a sus tierras aliadas.

—¿Los comprometieron? —no pude ocultar la decepción que sentía en esos momentos, Argon me tomó con más fuerza de las manos.

—Zefer tenía que decirte todo esto ese día...

—¿Y porque no lo hizo? —lo interrumpí—. ¿Por qué prefirió gritarme?... ¿Por qué ni siquiera me escuchó?

—Giorgio le envenenó la mente, le dijo que habíamos adoptado a Cael y le hizo pensar que nosotros teníamos algo más que una relación de amistad. A esto se le suma el hecho de que cuando conversé con él más temprano, no le dije nada de Cael, pero es que no lo vi correcto hacerlo, eran temas que únicamente les competen a ambos.

—En resumen, no confío en mí.

Aunque Argon tratara de justificar a su amigo, algo estaba claro, Zefer no confiaba plenamente en mí, desgraciadamente, él aún sentía bastante recelo por los humanos, y aunque lo hiciera consciente, o inconscientemente, aquello no dejaba de doler.

—Escúchame —Argon hablaba de manera pausada y tranquila, era aquello lo que me impedía estar demasiado enojada con él—. Zefer confía, pero a su manera, es solo que..., hasta que no acabemos con Giorgio, estas cosas seguirán sucediendo. Aunque él no quiera aceptarlo, es demasiado confiado y crédulo, es fácil manipularlo, por eso actuó como lo hizo.

—Dime que tenemos que hacer, Argon... —desvié la mirada hacia una de las ventanas mientras ignoraba completamente lo que acababa de decir.

—Está bien —suspiró pesadamente—. Nosotros, necesitamos casarnos...

En cuanto dijo aquello lo volví a observar, pero él se mostraba sumamente tranquilo, como si lo que acababa de decir no hubiera sido nada del otro mundo. Estaba confusa, no entendía que era lo que estaba pasando en ese momento, entreabrí la boca para decirle algo, pero callé inmediatamente, estuve en medio de ese trance durante varios segundos, hasta que, por fin, decidí hablar.

—¿Casarnos? —reí con nerviosismo—. ¿Te estás escuchando?

—Sé que suena algo ilógico—sonrió—. Pero esto es únicamente para poder protegerte. Escucha, Giorgio le confesó a Zefer de que tiene espías en Wyrfell, esto significa que, si él así lo desea, podría dar la orden y podrían lastimarte o lastimar a Cael. Si nosotros nos casamos, tú pasarás a formar parte de mi familia, la guardia de Velmont podrá entrar a Wyrfell, y al menos de esta forma lograremos tener un poco de tranquilidad.

—Pero... —mi vista paseaba entre él y la colcha de la cama, mis labios se apretaron de forma lineal a medida que él me observaba.

Su semblante se tornó algo triste. No es que considerara a Argon alguien desagradable, de hecho, él era alguien sumamente apuesto, y estaba segura de que muchas señoritas de su casta morirían por desposarlo, pero yo no sentía amor de pareja por él, para mí era solo un muy querido amigo, y el que ahora me estuviera proponiendo que nos casáramos... me generaba mucha incomodidad.

—Tranquila —Argon apretó mis manos con delicadeza, volví a observarlo y sonreí cabizbaja—. El matrimonio no tendrá validez, solo será algo de nombre, una vez que todo esto termine, quedará anulado.

—Está bien... —dije no muy convencida.

—De acuerdo —una enorme sonrisa se plasmó en su rostro mientras volvía a agarrar el plato de comida, que ya había dejado de humear—. Ahora, lo más importante es ponerte fuerte —cogió la cuchara y la llenó del guiso que Tesa había preparado—. Abre la boca que viene la carroza —dijo divertido mientras ponía una cara graciosa.

—No soy una niña —sonreí por su ocurrencia.

—Déjame mimarte un poco —me respondió mientras acercaba nuevamente la cuchara.

Desde que conocí a Argon siempre me había brindado aquella sonrisa característica, él era alguien que, en muchas ocasiones me había salvado de la tristeza, ya sea diciendo o haciendo alguna cosa, siempre me hacía reír. Estaba agradecida con la vida por colocarlo en mi camino.

Pero por más que Argon buscara la forma de traer luz a mi vida, todo esto resultaba ser algo meramente pasajero, ya que cuando él se marchaba por la puerta, nuevamente aquella nube de tristeza y soledad volvía a hacerse presente, y me arrastraba dentro de un abismo. 

NACIÓN DE MY — TRENT

CIUDAD CENTRAL DE LA ALDEA HANOUN

La enorme nube gris comenzó a expandirse por el aire, los vecinos que se encontraban alrededor de esa inmensa casa, se vieron obligados a salir despavoridos de sus residencias por temor a que el fuego se propagara, y quemara sus hogares con ellos adentro.

Era algo extraño que sucedieran este tipo de acontecimientos, los nobles, al disponer de tantos sirvientes, siempre tenían gente que se percataba de inmediato si estaba por ocurrir algún tipo de siniestro.

—¡Manden a los híbridos a traer agua! —gritó un Hanoun anciano mientras enviaba a todo su personal disponible.

—¿Qué pasó con ellos? ¿Dónde estaban sus sirvientes? —preguntó otra de las Hanouns.

—No lo sabemos, Gertu —le respondió otra—. Ninguno dijo nada, yo me di cuenta de esto porque el humo comenzó a filtrarse por mis ventanas.

Los sirvientes de cada casa aledaña comenzaron a llegar corriendo uno tras otro mientras cargaban los baldes de agua, uno de ellos pateó la puerta de la entrada, y los demás comenzaron a tirar los baldazos dentro.

En el transcurso que iban y venían el fuego comenzó a expandirse más y más, los vidrios de las ventanas estallaron producto del fuego, y las vigas del pórtico cedieron.

La guardia real llegó en cuestión de minutos y comenzó a tirar tierra para aplacar el fuego, todo esto ocurrió ante la mirada atenta de los nobles Wolfgang, quienes no estaban dispuestos a ensuciar sus costosas prendas de vestir para ayudar.

Fue un duro trabajo, para cuando los de la guarda y los esclavos terminaron el sol ya se encontraba en el horizonte. La casa había sido consumida, el techo se venía abajo por pedazos y algunas vigas estaban completamente resquebrajadas, aquel lugar era un peligro para cualquiera.

—¿Saben si había alguien adentro? —preguntó uno de los soldados a los nobles, ellos se miraron entre sí confundidos y negaron al unísono.

—Si hubiera habido alguien dentro, por lo menos hubiera gritado pidiendo auxilio.

—Yo no escuché nada —respondió una de las Hanouns que vivía al lado de la casa—. Ni siquiera pude percibir el olor de alguien allá adentro, me imagino que todos habían salido.

—¿Pero no crees que es extraño? —preguntó otra Hanoun—. Es la casa de los padres de Eleonor. ¿No? Esos vivían encerrados disfrutando de múltiples comodidades que su hija les daba.

—Entraremos a ver —respondió otro soldado.

Tan solo dos de los guardias más ágiles ingresaron al recinto destruido, el lugar parecía que colapsaría en cualquier momento, y el que hubiera más gente merodeando por allí, dificultaría la tarea de reconocimiento.

Al entrar, se percataron de que no había absolutamente nadie allí, revisaron toda la planta baja con cuidado, pero no encontraron ni siquiera un cadáver. Aquello los puso en alerta inmediata, ese incendio quizás pudo ser provocado por la misma servidumbre a modo de venganza.

—Yo iré arriba —le dijo el soldado más joven a su compañero—. Te avisaré si veo algo.

—Anda con cuidado, Guisep —le respondió—. Esto está que se cae a pedazos, si ves que el suelo está muy inestable, regresa inmediatamente.

—De acuerdo.

Guisep de un solo brinco llegó hasta la segunda planta y comenzó a revisar cada habitación que habia. De por si, que la casa estuviera completamente vacía era algo demasiado raro, pero a esto se le sumaba el hecho de que ni siquiera él, que poseía un olfato muy desarrollado, podía sentir olor alguno.

Los vecinos acababan de decir que Preston y Arlet, los padres de la reciente esposa de Jaft Wolfgang, nunca abandonaban su casa, así que lo lógico sería pensar que al menos uno de ellos estuviera dentro de las habitaciones.

Luego de dar una pequeña vuelta mientras procuraba no pisar en las zonas donde el suelo había cedido, optó por regresar a donde estaba su compañero. El otro sujeto lo observó, y él le respondió con un gesto de los brazos que no había nadie en la parte de arriba.

—No vi nada... —una vez que él bajó se quedó pensativo, sujetó su mentón con firmeza y su compañero hizo lo mismo—. ¿No crees que es raro? Ni siquiera los sirvientes están aquí, aunque sea debería haber uno de ellos, no pudieron simplemente haber dejado la casa abandonada.

De pronto, el suelo se partió por debajo de ellos y cayeron, Guisep, al tener los reflejos más rápidos logró sostenerse de un pedazo del suelo que aún se mantenía fuerte, y en el proceso sujetó a su amigo con firmeza de la muñeca.

—¿Estás bien? —le preguntó a su compañero que colgaba en el aire.

—Por Kyros... —dijo el otro espantado mirando hacia abajo—. Los encontramos.

En ese momento, Guisep tornó su vista en dirección a donde su compañero estaba mirando y los vio. Debajo de toda la casa había una pequeña habitación que no había sido consumida en su totalidad por el fuego, las paredes de esta eran de color gris, y no había siquiera una sola ventana donde filtrara la luz.

—Necesitamos levantar el acta y catalogarlo como asesinato —dijo Guisep.

La ruma de cadáveres de los sirvientes estaba justo al centro de todo el cuarto, pero los cuerpos de Arlet y Preston estaban decapitados, y sus cabezas estaban empaladas en las esquinas de la cama de madera. Y aunque se encontraran a una distancia corta y se pudiera ver la sangre en el suelo, ninguno de los dos soldados podía oler absolutamente nada.

Quien sea que hubiera cometido esa masacre, usó el mismo método que empleaban los humanos para ocultar sus crías bajo sus casas sin que fueran descubiertas.


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