CAPÍTULO XXIX • Que comience el juego •
C L E M A T I S
Esta era la primera vez que sentí que hice las cosas bien. Al ver la enorme sonrisa de las personas que caminaban junto a nosotros en dirección al palacio, provocaba que una sensación cálida me envolviera.
Luego de varios minutos de caminata, Cael comenzó a removerse en mis brazos. Estos ya me estaban doliendo debido al peso de él, pero no me importaba cuanto dolor pudiera sentir más adelante. Cael necesitaba sentirse tranquilo, en confianza, y sobre todo a salvo, y yo quería brindarle toda esa seguridad en estos momentos.
—¿Quieres bajar? —le pregunté luego de que terminara de despertar, él asintió, así que lo deposité con suavidad en el suelo.
No dijo nada, pero pude darme cuenta que alternaba la vista de forma inquieta entre Argon y el suelo, su pequeña mano que ahora sujetaba la mía con firmeza delataba el miedo que sentía en estos momentos ya que temblaba ligeramente.
—¿Te sientes bien?
Puse un alto a mi caminata y me agaché hasta su altura para poder mirarlo de frente, sus pequeños ojos me observaron con duda, como si dentro de su mente se debatiera si debía o no decirme lo que pensaba.
—Vamos, Cael. Puedes decirme que es lo que te sucede —acaricié con suavidad su pequeña mejilla y él se sobresaltó un poco por mi tacto.
—Él... —sus pequeños ojos observaron a Argon con desconfianza mientras volvía a temblar.
En cuanto lo escuché decir eso terminé de entender que era lo que estaba pasando. Cael sentía miedo de los Hanouns, como era algo natural, desde que nosotros los humanos somos pequeños nos enseñan a tenerles miedo y siempre nos dicen que son criaturas despiadadas, aunque, aquella idea también se vio reforzada por los esclavistas que lo habían tenido cautivo hasta hace poco.
—¿Él vendrá con nosotros? —preguntó tímidamente— Es uno de ellos... los Hanouns mataron a mis papás —tras decir esto su voz se entrecortó ligeramente y sus ojos se volvieron llorosos, lo único que pude hacer en ese momento fue apegarlo a mi cuerpo.
—Cael, sé que tienes miedo de ellos —le dije con calma mientras acariciaba su espalda—. Pero créeme que no todos los Hanouns son malos con los humanos.
—Pero... ellos.
—El mundo está lleno de diferentes personas —él me observó confuso—. En todos lados siempre conocerás gente buena, como gente mala, y puedo dar fe de que Argon es uno de los buenos. La especie que tenemos no define nuestro comportamiento, lo hace la personalidad y la crianza que tuvimos.
—¿Has conocido más gente como él?
—Sí —le dije con ternura mientras lo alzaba en brazos—. Y algún día tú también podrás conocerlos.
Cael se quedó meditando lo último que dije más no respondió, únicamente se limitó a abrazar con fuerza mi cuello mientras volvía a caminar. En cuanto llegué a donde se encontraba Argon, él me recibió con una sonrisa, y luego todos seguimos caminando en dirección al palacio.
—¿Cael está bien? —preguntó luego de darle un rápido vistazo, nuevamente se había quedado dormido.
—Sí, es solo que..., te tiene miedo.
—No lo culpo —Argon sonrió forzadamente mientras emitía un suspiro—. Les pregunté a ellos sobre él —observó a los demás quienes caminaban un poco más adelante de nosotros—. Los Jackal hace poco más de un mes mandaron a su ejército a las afueras de la ciudad porque divisaron una caravana de humanos e híbridos, Cael era el único niño de allí, en cuanto los aprisionaron los llevaron a los esclavistas y los vendieron, todos provenían del mismo grupo, los demás fueron... bueno, creo que te lo imaginas.
—Entonces... los mataron.
—Los padres de Cael se sacrificaron con tal de que ellos pudieran escapar, la única condición que pusieron fue que protegieran a su hijo. Sin embargo, Cael llegó a ver como los de la guardia asesinaban a sus padres.
—Qué horror...
—Eran un grupo de treinta personas aproximadamente, todos venían desde Stretco, su objetivo era llegar a una especie de aldea, pero se perdieron en cuanto la única persona que conocía el camino fue asesinada.
—¿Una aldea?
—La persona que llegó a Stretco dijo que había una aldea donde humanos, Hanouns e híbridos convivían en armonía, eso es lo que estaban buscando.
—Conozco el lugar —respondí y Argon me observó incrédulo—. En el tiempo que Zefer y yo estuvimos lejos nos encontrábamos en aquella aldea. Es una lástima que no llegaran a encontrarla a tiempo.
—No pueden creer lo que pasó allá atrás, jamás imaginaron que una humana le haría frente de esa forma a los Hanouns.
—No podía quedarme callada —respondí con franqueza—. Detesto como se rige el mundo. Soy consciente de que los seres humanos de aquel tiempo merecían todo lo que les pasó, pero no puedo ser indiferente con la injusticia. Ahora que tengo la oportunidad, me gustaría hacer un cambio positivo aquí.
—Estoy seguro que lo harás —él me sonrió y removió ligeramente mi cabello—. Será un camino complicado lleno de obstáculos, y es probable que muchos no estén satisfechos con las decisiones que tomes, pero eres la mujer más fuerte que conozco y algo dentro de mí me re afirma que podrás hacer grandes cosas.
—Gracias por tener tan buen concepto mío —una pequeña risa escapó de mis labios.
—Sé que suena gracioso oírlo de alguien que viene de una familia que ha estado siempre en el poder, pero sé que si las cosas siguen igual como hasta ahora la historia volverá a repetirse.
—Espero poder hacer todo lo que quiero.
—Eres la regente de Wyrfell —observé a Argon y este me sonrió—. Sé que Giorgio dijo que yo me encargara de estabilizar esta nación, pero mi hogar es Velmont, lo que pase de aquí en adelante será completamente tu responsabilidad.
—Necesitaré tu ayuda —le dije mientras volvía a observar hacia el frente.
—¡Desde luego! Siempre estaré dispuesto a ayudarte.
—¿Alguna sugerencia hasta ahora? —pregunté divertida.
—Te dejaré una tarea para que puedas pensar. La nación posee un gran desbalance económico, se favorece al más fuerte y se deja de lado al más débil, debes encontrar un balance en esto.
—Tengo varías ideas en mente, pero no sé por dónde empezar.
—Empieza por lo pequeño e iremos evaluando opciones. Estaré para guiarte, nunca estarás sola por completo —bufó—. Al menos, esto será hasta que puedas hacer todo por tu cuenta.
—Tengo miedo —no pude evitar removerme con cierta incomodidad, un sonoro suspiro escapó de mis labios.
—Los cambios dan miedo. Pero si es algo que nos ayudará a avanzar hacia el futuro, vale la pena intentarlo.
—Tienes razón. Gracias, Argon —sonreí, y él me correspondió
El resto del trayecto conversamos acerca de nuestros hogares con las otras personas, y ellos compartieron con nosotros como fue su travesía hasta llegar aquí. En medio de aquellas conversaciones el tiempo pasó tan rápido que no nos dimos cuenta de que ya nos encontrábamos cerca del palacio.
Los sirvientes de allí recibieron a los recién llegados con los brazos abiertos, y luego de que deposité a Cael en uno de los sillones de la sala ayudé en la cocina a preparar la cena. Para cuando todo estuvo listo nos sentamos a comer, y Cael quien acababa de despertar se sentó a mi lado mientras aún observaba algo receloso a los demás, sin embargo, Argon se encargó de disipar por completo el miedo que él sentía. Y por primera vez desde que lo rescatamos, vi como Cael sonrió.
Argon tenía razón, los cambios daban miedo, pero a la larga, resultaban ser muy buenos.
Z E F E R
Desde hacía ya varias semanas me había dado cuenta de que Giorgio tenía un comportamiento extraño. Las actitudes sospechosas que poseía, las cuales antes no me hubieran importado, se estaban volviendo cada vez más notorias para mí. Era como si, con cada día que pasara se volviera alguien más ansioso, aunque tratara de disimularlo.
Por las noches comencé a seguirlo, me resultaba fácil ya que aunque él no lo supiera, yo sabía que su sentido del olfato no era desarrollado como el mío; su rutina era siempre la misma: terminaba de cenar, se encerraba en su habitación o el despacho durante algunas horas, y cuando ya era muy entrada la noche siempre se dirigía al hala norte del palacio.
La primera vez que vi a donde iba no pude evitar sorprenderme. Aquel cuarto donde se encerraba era el depósito de las cosas de mi madre. En un inicio pensé que pese a todo lo que sucedió en el pasado, aún la seguía amando y deseaba al menos recordarla viendo sus cosas, pero había momentos donde su aroma desaparecía dentro de la habitación, y aunque pegara el oído a la puerta nunca podía escucharlo.
Únicamente cuando estuve lo suficientemente seguro de que él no había puesto vigilancia, me atreví y a entrar después de esperar un tiempo prudente. Acerqué la oreja a la superficie de madera, como había hecho ya tantas veces, pero al igual que siempre, ni un solo ruido en el interior logró llegar a mí.
Tomé la perilla, y sintiendo el corazón en la garganta la giré, lentamente asomé mi rostro hacia el interior y el aroma de mi madre terminó impregnándose en mi nariz. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que olí su fragancia que la nostalgia me invadió. Pero no había tiempo para divagar en mis recuerdos, lo importante en ese momento era Giorgio, quien brillaba por su ausencia dentro del cuarto.
—¿Dónde está?
Analicé mi entorno y vi que todos los objetos tenían una capa de polvo encima, salvo uno, que era una pequeña cómoda que tenía la marca de unos dedos sobre la superficie.
—¿Debajo? —volví a preguntar en voz baja para evitar ser escuchado.
Sin importarme que mi ropa se manchara de polvo posicioné mi oreja justo a la altura del suelo y traté de escuchar algo del otro lado, pero no logré oír nada y eso era algo que me desconcertaba por completo. Lo único que me quedaba hacer en esos momentos era esperar a que él se marchara para así yo poder entrar.
Me fui a uno de los rincones y me coloqué exactamente detrás de los cuadros donde salía mi madre. Sin pensarlo, uno de mis dedos acarició el óleo de la pintura sobre la tela.
Nunca me había percatado que en este cuadro en particular donde ella salía sola no sonreía, y la mirada que traía en ese momento era apagada y triste, a diferencia del cuadro donde salíamos ella, Jaft, y yo. En aquel cuadro ella posó con una amplia sonrisa en el rostro y en sus ojos se podía notar cierto brillo especial.
«¿Qué es lo que habría sucedido para que le fuera infiel a Giorgio a costa de su vida?»
Quizás ella no era feliz con él. Y siendo franco ahora no podía culparla. Pero en aquel tiempo mi ceguera y la manipulación por parte de este ser que llamo padre me impidió pensar en una respuesta adecuada a todas las interrogantes que surgían por mi mente.
«¿Cómo alguien tan buena había terminado con Giorgio?»
A veces trataba de encontrar la respuesta a esa pregunta que me aquejó desde joven. Pero nadie salvo los protagonistas de esa historia podría revelarme la verdad, y ninguno de los dos implicados que quedaban compartirían su versión conmigo.
Las horas siguieron pasando, y con esta la oscuridad de la noche quedó atrás dando paso a la luz de un nuevo día. Las aves cantaban afuera de la ventana, y el ruido de los sirvientes en el exterior ya se podía escuchar.
Comencé a cabecear producto del cansancio, pero antes de que mis ojos pudieran cerrarse una compuerta debajo de esa cómoda se abrió y dejó ver a Giorgio. Lo que me había dicho Argon antes de partir había adquirido más sentido ahora.
Giorgio estaba ocultando algo, y lo que escondía allí abajo podía ser el inicio de la extinción de lo que conocíamos. Mucha gente inocente podría morir injustamente.
En cuanto terminó de salir de aquel cuarto secreto dejó todo en orden y se dirigió a la salida. Debía ser cauteloso, si tocaba algo él podría darse cuenta y eso significaría que la misión que tenía ahora se truncara antes de tiempo.
Aguardé unos minutos más en el mismo lugar para asegurarme de que no volviera, luego caminé hasta la cómoda y colocando mis dedos exactamente sobre los de él empujé el pequeño mueble a un lado para revelar la compuerta. Tal y como él lo había hecho.
Al abrirla me topé con unas escaleras, todo estaba oscuro dentro, pero mis ojos podían observar a la perfección en este pequeño espacio.
Bajé mientras me sujetaba de las paredes, la oscuridad del lugar era agobiante, nunca antes había sentido tal opresión dentro de mi cuerpo, de alguna manera este lugar llevaba una carga extraña.
Cuando llegué a la planta baja me quedé estupefacto con lo que vi. Había una máquina igual a la de Demarrer empotrada en la pared, y lo que enfocaba en el monitor era un extraño contenedor con líquido verdoso dentro. Tuve que frotar mis ojos para asegurarme que estaba viendo correctamente.
—Por Kyros... —murmuré mientras me acercaba más a la pantalla.
Dentro del contenedor había un cuerpo en posición fetal, parecía estar durmiendo, pero por más que traté de ver el rostro de la criatura me fue imposible. La máscara que traía en el rostro abarcaba gran parte de este y no me permitía memorizar algunos rasgos que pudieran indicarme quien era, y la mata de cabello largo estaba tan esparcido por el líquido que mi visibilidad era prácticamente nula.
Mi respiración comenzó a volverse entre cortada, por inercia mi cuerpo fue retrocediendo cada vez más y más, y solo me detuve cuando choqué con una pequeña mesa que había cerca de la escalera. Viré el rostro, y sobre la superficie avejentada vi un pequeño retrato de mi madre junto a una pila de papeles amarillentos.
Lo tomé, y en cuanto lo giré pude ver que Giorgio había escrito algo recientemente ya que la tinta aún estaba fresca.
«Pronto volveremos a estar juntos».
Dejé todo tal y como lo encontré y volví a acercarme al monitor y presioné algunas teclas al azar. Recordé que Trya en Demarrer había usado un aparato para mover una flecha en la pantalla, así que luego de encontrar el pequeño objeto hice exactamente lo mismo.
Al apretar un botón fuera de esa aparente ventana todo desapareció y se minimizó en una especie de barra inferior. Traté de buscar algo que me dijera, que, o quien, era el que estaba en ese lugar, pero no encontré nada, Giorgio tenía todo cuidadosamente guardado. Lo único que me quedó hacer fue restaurar la imagen de esa cosa y fingir que nada había pasado.
Volví a la mesa y tomé los papeles, fui pasando uno por uno, y lo poco que entendí era que aquellos documentos tenían una especie de instrucciones que detallaban como elaborar esas condenadas armas que usaban en Demarrer.
«¿Qué hacía Giorgio con todo esto?»
Tardé un poco en atar cabos, pero todo lo que imaginaba me terminaba arrastrando a Phyalé y su locura. Ella quería usar estas armas para someter al los Hanouns, y si Giorgio tenía instrucciones para la fabricación de algo similar esto indicaba que tenía planeado construirlos en masa para gobernar la tierra a su antojo.
Escondí el documento en el bolsillo interior de mi ropa y me marché. Había comenzado a sentirme mal así que me fue imposible quedarme dentro de la habitación por más tiempo. Salí del cuarto, y luego de dejar todo en su sitio me marché de allí.
De alguna forma debía contactar a Argon, todo esto estaba resultando más serio de lo que había pensado. Corríamos un gran peligro.
—¿Qué haces viniendo del hala norte? —escucharla provocó que me sobresaltara, la persona que menos quería que me viera acababa de hacerlo—. ¿Y bien, no me responderás, Zefer?
—No es de tu incumbencia, Eleonor.
—Oh, claro que lo es —dijo en burla mientras yo me limitaba a caminar con ella siguiéndome los pasos—. Recuerdo claramente, que tu padre dijo que estaba absolutamente prohibido para cualquiera entrar a ese lado.
—Te diré algo —la observé con molestia a los ojos, no estaba de humor para aguantar sus niñerías—. Lo que haga, o deje de hacer, no tiene que ver contigo. ¿Eres tonta, o qué?
—Vaya, no pensé que llegaría el día en que me insultaras, Zefer —replicó con burla mientras se cruzaba de brazos.
—No tengo tiempo para esto —me dirigí hacia la escalera, comencé a bajar por los escalones, y ella comenzó a perseguirme.
—¡No me dejarás con la palabra en la boca! —sus dedos sujetaron con fuerza mi brazo y sentí repugnancia ante su tacto.
—¡Suéltame!
Grité y quité mi brazo con brusquedad, pero desgraciadamente no calculé bien mi fuerza y vi como Eleonor comenzó a caer lentamente por las escaleras. Traté de sujetarla, pero antes de que mis dedos pudieran rozar su muñeca, ella comenzó a rodar mientras su cabeza iba impactando con fuerza los escalones de mármol, dejando tras de si una hilera de sangre.
En cuanto su cuerpo llegó al primer piso los sirvientes y Jaft se acercaron corriendo, al ver a Eleonor tendida en el suelo, él la sujetó con sumo cuidado e inmovilizó su cabeza con sus brazos.
No supe que hacer o decir. No fue mi intención que esto pasara.
—¡Busca ayuda, deja de mirarla! —Eleonor seguía sangrando, en su frente se podía visualizar una pequeña cortada.
Tras oír a Jaft corrí enseguida a el criadero de vylas y le pedí al cuidador que enviara una nota al curandero del pueblo, este asintió e inmediatamente lo hizo.
Cuando volví adentro ambos ya no se encontraban en el lugar donde los dejé. Caminé hacia la habitación de Jaft y abrí la puerta, Eleonor se encontraba aún con los ojos cerrados, Jaft había llenado un cuenco con agua y estaba limpiando su frente para detener el sangrado.
Al sentir mi presencia, mi hermano volteó a observarme con profundo odio en sus ojos, desde que mi madre había muerto no me miraba de esa forma.
—Si ella muere... será tu culpa —espetó con frialdad sin apartar sus ojos de mí—. Cargarás con la muerte de dos Hanouns. Tus manos estarán manchadas con la sangre de mi madre, y con la sangre de Eleonor.
Retrocedí de espaldas hasta toparme con la puerta, tomé torpemente el pestillo entre mis manos y me marché de la habitación. Si bien, Eleonor se había comportado sumamente terrible a lo largo de estos años, ella no lo merecía.
Observé mis manos y estas comenzaron a temblar con fuerza, sujeté mi muñeca en un intento inútil porque dejara de temblar, pero no se detenía. Volví a sentir aquella sensación de culpa, como cuando asesiné a mi madre, y aquel sentimiento de remordimiento provocó que mi corazón se sobre encogiera.
Nuevamente, mis manos volvían a estar manchadas con la sangre de alguien.
Nuevamente, era el culpable de una tragedia.
***
Al cabo de unos minutos, un carruaje que iba a toda prisa se detuvo frente a las puertas del palacio. El médico de cabecera de los Wolfgang bajó rápidamente y se dirigió al interior del recinto, subió con rapidez las escaleras y las sirvientas le indicaron a donde tenía que dirigirse. Ni bien entró a la habitación se acercó presuroso hacia la cama para poder atender a Eleonor, que aún se mantenía inconsciente.
—¿Es grave, doctor? —preguntó el rubio mientras sujetaba la mano de ella y acariciaba con suavidad sus nudillos.
—No lo sé, amo Jaft, este tipo de golpes podrían generar daños severos en el cerebro, quizá ella podría no volver a despertar —si bien su voz era apacible, Jaft no se tranquilizaba ni un poco. Sería desastroso para sus planes que Eleonor no volviera a despertar.
El médico abrió su maletín y sacó un frasco marrón, vertió un líquido del mismo color sobre la frente y la herida detuvo su sangrado, luego tomo una aguja e hilo y comenzó a suturar el pedazo de piel que se había descolgado. Finalmente, cuando acabó con su labor, fue lo más sincero que pudo con Jaft.
—Amo Jaft, no tengo forma de saber el daño que ha causado el golpe así que he de decirle lo que puede pasar.
—Adelante —respondió el rubio.
—La ama Eleonor bien podría o no despertar. La altura de la que cayó no fue tan grande, pero al haberse golpeado con todos los escalones de ese material tan duro, su cerebro bien pudo golpear las paredes de su cráneo provocando una inflamación.
—¿Qué se podría hacer en esa situación?
—Podemos abrir un pequeño orificio en la cabeza para que el cerebro tenga por donde expandirse y luego podríamos volver a operarla para que no esté expuesto al exterior, pero esta operación también podría traerle dificultades con el habla o el pensamiento.
—¿Existe otra alternativa?
—Podríamos esperar que despierte, aunque no podría darle un tiempo estimado. Pueden pasar horas, días, semanas, o hasta incluso meses. Ella necesitaría que estén permanentemente asistiéndola, y la única forma de evitar que muera de desnutrición, es inyectándole una fórmula de suero que recientemente hemos elaborado para que se mantenga bien.
—Entonces... gracias por darme esta información.
De pronto, una idea fugaz surcó por su mente. Si Eleonor despertaba, y seguía siendo una criatura pensante, esto podía ser enormemente beneficioso para ambos.
—Doctor, en caso despierte. ¿Qué problemas podrían presentarse? —dijo de forma pausada.
—Quizás podría perder la visión, existe una posibilidad de quedar postrada en una cama, o siendo muy esperanzadores, quizás solo pierda la memoria.
—Ya veo..., entonces, tan solo quedaría esperar y ver cómo avanza.
—Me temo que sí, amo Jaft, solo necesitamos que Kyros le permita despertar.
En cuanto el médico terminó y Jaft le pagó sus honorarios, se puso de pie y se fue. Una vez que lo despidió, Jaft volvió a encerrarse en la habitación con Eleonor, colocó el pestillo para no ser interrumpido, y volvió a caminar con destino a la silla que se encontraba al lado de Eleonor, aguardando alguna señal favorable que le indicara que ella iba a despertar.
La espera fue larga, pero por fin, al cabo de algunas horas, cuando la noche ya estaba presente nuevamente sobre la nación, ella despertó. Jaft vio como ella comenzaba a moverse sobre la cama, un quejido de dolor escapó de sus labios, y poco a poco fue abriendo los ojos. Su prometido la ayudó a sentarse y colocó una almohada sobre la cabecera de la cama para que tuviera estabilidad.
—Vaya, sí que tienes suerte —exclamó el rubio mientras se sentaba a su lado y retiraba algunos cabellos de su rostro—. Fue una caída muy fuerte, incluso el médico dio puros resultados desfavorables sobre tu condición.
—Siento como si me hubiera caído un árbol encima... —murmuró con dificultad mientras se tambaleaba ligeramente.
—Bueno, no es para menos, caíste desde el segundo piso y te golpeaste con todos los escalones hasta llegar al primero —dijo de manera pausada mientras la observaba con detenimiento—. ¿Logras ver todo con naturalidad? Quizás tengas alguna molestia aparte del dolor físico que sientes.
—Sí, veo todo bien.
—¿Sabes quién eres?
La pelinegra no entendió a que se refería, lo único que atinó a hacer en ese punto fue quedarse callada y observarlo mientras trataba de pensar en alguna respuesta coherente.
—¿Tú también te golpeaste? —le preguntó.
—No —una sonrisa escapó de sus labios—. ¿No entiendes lo que va a pasar? Esto será muy beneficioso para ambos.
—¿De qué estás hablando? —la aludida frunció el ceño con molestia.
—No te enojes —le respondió él mientras sonreía—. Durante varias semanas estuvimos pensando en una forma de que pudieras acercarte a Zefer y obtener información de lo que está pasando, y esta es la oportunidad que tanto habíamos esperado.
—Jaft, me duele demasiado la cabeza como para tratar de entenderte. Sé claro.
—¿Recuerdas que te dije que nadie creería que de buenas a primeras te volvías alguien buena?
—Sí —respondió ella indignada.
—¿Qué pasaría si creen que has perdido la memoria?
—¿Estás loco? ¿Cómo creerían algo tan tonto?
—El doctor me dijo que una de las cosas que podrían pasar en caso despiertes es que sufras pérdida de memoria debido al golpe que recibiste. Le creyeron a Clematis. ¿Por qué no podrían creerte a ti también?
—Zefer no creería tal tontería, él me empujó de la escalera.
—Zefer está demasiado conmocionado como para dudar de ti en estos momentos, ni siquiera supo cómo reaccionar cuando te vio postrada en la cama.
—Y no es para menos, por su culpa tendré una horrenda cicatriz en mi hermoso rostro.
—Zefer es un tonto manipulable —dijo su hermano con malicia—. Su mismo sentimiento de culpa será el que le permita confiar ciegamente en ti.
—Ya veo —ella sonrió con gozo, su prometido hizo exactamente lo mismo—. Tienes razón, Jaft, gracias a esto podremos destruirlos desde adentro.
—Ahora, solo tenemos que seguir unos días más con este teatro, aun no diré que has despertado, fingirás estar inconsciente por al menos dos días, luego de eso, comenzará el plan.
—Me parece perfecto —respondió ella mientras agitaba la mano en el aire.
—Esa es la actitud que me encanta —murmuró mientras pegaba sus labios a los de ella, inmediatamente, Eleonor le correspondió el beso—. Solo tenemos que mover correctamente nuestras fichas y Zefer será destruido.
—Y la humana también—escupió con ira mientras ambos sonreían ampliamente.
—Que comience el juego.
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