CAPÍTULO XIV • Verdad Sangrienta •


El suelo temblaba ligeramente, y el sonido de los pasos comenzó a retumbar en la pequeña carceleta de la ciudad. Como este pequeño espacio se encontraba ubicado justo debajo del pueblo, cuando había movimiento en la parte superior generaba que las paredes de ese lugar temblaran y generaban una sensación nada cómoda para quien pudiera estar recluido allí.

Dentro, la pelirroja, quien se hallaba recostaba sobre una ruma de paja en la esquina, se removió con desgano mientras abría lentamente los ojos. Tardó unos minutos en recordar donde estaba, ya que aún se encontraba muy adormitada, pero luego de despertar por completo, se llevó una enorme decepción al saber que seguía cautiva allí.

—Me voy a volver loca aquí —musitó mientras golpeaba ligeramente su cabeza contra la pared.

Su mirada se centró al frente y se quedó observando unas líneas talladas en la piedra. Había dibujado diez líneas en total lo que simbolizaba la cantidad de tiempo que llevaba allí. Inevitablemente, tomó una de las piedras con la que dibujaba los trazos, y dibujó una pequeña cara triste al lado.

Al finalizar se deshizo de ella y tomó asiento en la fría superficie del suelo; encogió sus piernas hasta la altura de su pecho y posteriormente escondió el rostro allí. Una pequeña risa sarcástica escapó de sus labios, de alguna forma, le resultaba gracioso y trágico a la vez, el estar donde ella estaba en ese momento. Vivió un cautiverio de dieciocho años, luego, pasó a estar cautiva dentro de un palacio, y a hora, se encontraba cautiva en una carceleta.

Meditó sus acciones como venía haciendo desde el momento en que pisó ese lugar, y en más de una ocasión pensó en que si hubiera cedido a las exigencias de Phyalé, la sacerdotisa, era probable que ella estuviera disfrutando de un variado desayuno, una cama cómoda, y un baño más decente.

Pero no, había optado por no colaborar con los planes retorcidos que ella poseía.

Los Hanouns pudieron haberla humillado, insultado, y ninguneado. Pero Rias, su progenitora, había educado a una mujer con los valores bien definidos, quien hoy por hoy, era incapaz de traicionar a los demás.

D I E Z   D Í A S   A T R Á S

Ella se encontraba contemplando la ciudad desde la parte más elevada, André la había llevado allí para que pudiera apreciar todo en su totalidad, y ella no pudo evitar sentirse más que encantada.

Tomó asiento en un pequeño muro, luego observó hacia el frente y observó los diversos colores de los techos y las fachadas, aquellas tonalidades brillantes llenaban el espacio de una energía diferente, casi mágica. La vez que logró ver el pueblo de los humanos en My—Trent, antes del ataque, se pudo percatar de que aquellas edificaciones carecían de vitalidad. Los techos, y la fachada paseaba en tonalidades grisáceas o blancas, mientras que, las escalinatas y pórticos de madera, era lo único que daba algo de color.

El lugar era de ensueño, pero también tenía su contraparte. Se había dado cuenta de que las personas allí sentían una devoción que rallaba en lo enfermizo por la supuesta sacerdotisa, esto lo decía porque a donde quiera que mirara podía ver un retrato pintado de ella, y, aunque sonara increíble, los aldeanos en cuanto pasaban cerca de los retratos, realizaban una reverencia o dejaban algún tipo de ofrenda.

Clematis nunca había sido una mujer de religiones o deidades, respetaba las creencias de su madre, quien si creía en un ser superior, pero nunca había compartido su manera de pensar, ella prefería creer que, las personas al morir, se elevaban a una especie de plano neutral en donde hallaban el descanso eterno.

—Clematis—André se sentó a su lado y le extendió una manzana, ella negó al ver el fruto reposar entre sus dedos, pero él castaño no era alguien que aceptara un no por respuesta, así que siguió insistiendo hasta que finalmente ella accedió a aceptarla—¿Sigues pensando en lo que dijo esa mujer?

—Para serte franca, sí —ella sujetó el fruto entre sus dedos y sus uñas un poco crecidas se clavaron en la superficie—. Hay una parte dentro de mí que... se siente inquieta. No entiendo por qué diría algo así, mi hermano era un humano como nosotros ¿Por qué me ocultarían el hecho de que era un híbrido?

—No lo sé, tu madre y tu hermano deben de haber tenido sus motivos.

—¿Sabes? —ella suspiró de forma pausada mientras cerraba los ojos— Por más vueltas que le dé al asunto, siempre termino en el mismo punto, varada en la nada. Ya no puedo preguntarles directamente si es verdad o no.

—¿Por eso has estado tan callada?

—En gran parte si, trataba de enfocarme únicamente en el paisaje.

—¿Lo estabas comparando con My—Trent?

—Sí. —una sonrisa cabizbaja se formó en su rostro, André, por su parte, observó al frente— No tuve la fortuna de transitar por las calles cuando estás aún se encontraban pobladas, pero... lo poco que pude ver, no se compara a esto en lo absoluto—ella le dio una mordida a la manzana mientras que André asentía dándole la razón.

—Lo que dices es cierto, cada persona que llega de My—Trent dice lo mismo.

Clematis sonrió, luego continuó de gustando el dulce sabor del fruto. Hasta los alimentos en este lugar tenían un sabor particular, no eran nada comparados a los de My—Trent.

—Por cierto—ella volteó a observarlo para prestarle la debida atención—, Phyalé quiere reunirse contigo.

—¿La sacerdotisa? —André asintió— ¿Para qué quiere verme?

—No lo sé, imagino que escuchó que eras de My—Trent, por eso siente curiosidad —él le sonrió y palmeó ligeramente su espalda—. !Pero es un verdadero honor que quiera verte! —André dirigió su mano hacia la cabeza de ella y removió sus rizos levemente— Quizás, Shatkvi vio algo especial en ti y se lo hizo saber a Phyalé.

—No quiero sonar grosera con lo que diré—el castaño la observó atento mientras alzaba una ceja—.Pero yo francamente dudo de que alguien sea capaz de comunicarse con una deidad.

—Entiendo tu punto, yo antes también tenía mis dudas, pero créeme que te sorprendería todo lo que Phyalé ha logrado gracias a Shatkvi. !Es milagrosa! —dijo con gran convicción—Hace medio año, ella y las sacerdotisas de grados inferiores le devolvieron la vista a uno de los nuestro.

—¿Cómo hizo eso?

—No lo sabemos, pero cuando el muchacho se lastimó, yo estuve presente—André se acercó un poco más a Clematis para comenzar a relatarle lo ocurrido—. Cómo podrás darte cuenta, aquí no disponemos de ganado, tan solo tenemos unos pequeños invernaderos, si deseamos consumir carne, es necesario que salgamos de cacería.

—¿Comen carne? —ella se horrorizó con tan solo pensarlo.

—¡Desde luego!—soltó él con naturalidad— No muy seguido, ya que es extremadamente difícil conseguirla, pero cuando logramos encontrar algún animal, pues aprovechamos al cien por ciento todo lo que puede brindarnos. En fin, ese día, salimos de cacería, el muchacho era nuevo, no tenía experiencia con las armas.

—¿Y por qué lo llevaron?

—Él insistió en formar parte del escuadrón recolector —André se encogió de hombros—. Bueno, en cuanto logramos encontrar un animal, que era considerablemente grande, lo rodeamos, y este se lanzó sobre el pobre muchacho, le lastimó el rostro, el ojo para ser exactos. Naturalmente, nos espantamos al verlo gritando, matamos al animal, pero la situación era complicada ya que teníamos a un hombre herido, en cuanto lo vimos no teníamos muchas esperanzas de que sobreviviera, lo único que podíamos hacer era trasladarlo hasta aquí.

—¿Lo llevaron donde Phyalé y las demás?

—Sí —respondió él sin prisa—, ellas lo introdujeron al templo rápidamente. No nos dejaron entrar, pero nos aseguraron que en cuanto terminaran de orar por él, saldrían a informarnos. Tardaron muchas horas, pero en cuanto Phyalé salió, nos dijo que Shatkvi había decidido brindarle a él una nueva oportunidad—la emoción en el rostro de André no tenía comparación mientras relataba lo que había ocurrido—. Phyalé nos dijo que lo llevemos a reposar, y así lo hicimos, lo ayudamos a llevarlo hasta su hogar. Cuando las semanas pasaron, y fue hora de retirarle el vendaje nos quedamos con la boca abierta. !Él podía ver! Ellas le habían devuelto la visión en aquel ojo que fue lastimado.

—Lo que me cuentas es... increíble.

Clematis no podía evitar salir de su asombro, si bien, ella todo este tiempo había pensado que Phyalé y las sacerdotisas habían armado una especie de teatro, por lo que le acababa de contar André, parecía que ellas tenían algún tipo de conocimiento médico, ya que, devolverle la visión debía ser demasiado complicado.

—¿Lo ves? —exclamó André con emoción ante el silencio prologando de la joven muchacha.

—Es como si... hubieran empleado magia.

—No, no se trata de magia —le respondió él de forma calmada—. Es el poder de Shatkvi y Phyalé, por ellas tenemos todo lo que poseemos, por ellas salimos de ese hoyo rural e incivilizado en el cual los Hanouns nos tuvieron durante tanto tiempo. Por eso nosotros estamos tan agradecidos con ella y sentimos un gran respeto —diciendo esto, se colocó de pie y ayudó a la pelirroja a hacer lo mismo—. Vamos, no sería bueno hacerla esperar.

André y Clematis caminaron hacia la torre que poseía la estrella en la parte superior. Clematis no tenía prisa, el ir a ver a esa sacerdotisa no le generaba ningún tipo de alegría, pero era del todo sincera, debía admitir que se sentía algo inquieta.

Al llegar al templo, André golpeó la puerta tres veces, y luego de un breve tiempo en silencio, ambos pudieron escuchar como alguien se acercaba, y en cuanto esta se abrió, Phyalé se encontraba allí de pie observando a ambos con una sonrisa de oreja a oreja.

—Qué bueno que hayas venido, Clematis —ella la saludó de manera cordial, pero algo dentro de Clematis se removió, la mujer que tenía frente a si no le daba muy buena espina.

—¿Cómo sabe mi nombre? —le preguntó con algo de recelo.

—Shatkvi me hablo de ti en un sueño —soltó con naturalidad, posteriormente ella colocó ambas manos sobre los hombros de la pelirroja— Ella me anuncio tu llegada.

—¡Te lo dije! —André sonrió a su compañera, y a ella no le quedó más que corresponderle por pura cortesía—. !Alabada sea Shatkvi y Phyalé!

—Gracias por traerla—Phyalé le dirigió una mirada tranquilizadora a André, pero en aquella mirada que le brindó, también le pedía que se retirara y las dejara a ambas solas—. Bueno, pequeña, no te quedes ahí, necesito hablar contigo —ella se hizo a un lado esperando que pasara, Clematis observó a su nuevo amigo y este asintió y le dijo que entrara, pero antes de que él pudiera pasar, Phyalé le cortó el paso—. André, yo me haré cargo de ahora en adelante, no es necesario que te preocupes más por ella.

—¿Está segura? —Phyalé asintió— De acuerdo, su eminencia. Prometo visitarte luego, cuídate—le sonrió a la pelirroja y ella sonrió con evidente incomodidad.

André se despidió por última vez de Clematis, y luego se fue dejándolas a ambas solas. Phyalé, lo despidió con la mano, y posteriormente cerró la puerta del templo. Clematis observaba atentamente cada movimiento que ella realizaba, algo no le daba buena espina, desde que vio a aquella mujer sentía un mal presentimiento.

—Por aquí, Clematis —la pelirroja salió de su trance mental y comenzó a seguir a Phyalé escaleras arriba, podía buscar cualquier excusa para irse, pero hacer aquello sería una completa descortesía, toda la gente de Demarrer adoraba a Phyalé y si ella la ofendía de una u otra forma, tendría que irse, y ella se quedaría completamente sola.

Ambas comenzaron a caminar en dirección a las escaleras, Clematis observó todo el templo, este poseía un aura algo tétrica y misteriosa, pese a que la cúpula conformada por cristales permitía el ingreso de la luz artificial. En cuanto llegaron a la habitación de Phyalé, esta abrió la puerta e invitó a Clematis a que pasara. La pelirroja no pudo evitar sorprenderse por la cantidad de objetos que había allí, le pareció algo exagerado tanta ostentosidad —¿No se supone que las sacerdotisas debían llevar un modo de vida simple? — pensó.

—Toma asiento —para cuando Clematis se dio cuenta, Phyalé ya se encontraba sentada en su escritorio, ella asintió ligeramente con la cabeza y tomó asiento sin apartarle la mirada.

—¿De qué quería hablar conmigo? —preguntó con recelo.

—Ya te lo dije, Shatkvi me anuncio tu llegada y solo quería conocerte un poco más—la sacerdotisa le sonrió ampliamente dejando a la vista sus dientes perfectamente cuidados.

—No quiero sonar grosera, señorita Phyalé, pero... yo no creo que una deidad sea capaz de comunicarse con usted—quizá realizar tal afirmación era un acto suicida, pero era necesario que lo dijera, y contrarío a lo que la pelirroja pensaba, Phyalé soltó una enorme risotada.

—Veo que eres una muchacha lista, al menos más lista que el resto de los habitantes de aquí.

Phyalé se levantó del lugar donde se encontraba y caminó hacia la ventana, observó a los ciudadanos transitar por las calles, y luego de unos segundos en silencio, se volteó para observar a Clematis.

—¿Por qué les miente de esa forma? —le preguntó mientras la observaba con detenimiento— ¿Por qué los incita a alabar a alguien que nunca existió?

—Los humanos son seres simplistas —soltó ella con naturalidad mientras caminaba hasta el escritorio, se recostó ligeramente sobre este y cruzó sus brazos debajo de su pecho—. Necesitan aferrarse a algo superior a ellos para sentirse bien. Necesitan creer que hay alguien que intercede por ellos en cada aspecto de su vida, yo tan solo mantengo vivas sus ilusiones. De lo contrario, perderían la cabeza.

—¡Pero eso está mal! —Clematis entrelazó sus dedos sobre su regazo—. No se puede manipular a las personas de este modo... ellos confían en usted.

—Y no están equivocados en hacerlo —Phyalé observó con detenimiento a Clematis, estaba analizando cada gesto que realizaba—. Los humanos, e incluso los animales de antes saben que es necesario que uno sea el líder, necesitan a alguien que los instruya a hacer las cosas —ella suspiró, y luego comenzó a observar sus uñas con desinterés—. Si no hubiera un líder, cada quien actuaria por su cuenta, todo esto sería un desastre, no habría progreso ni prosperidad. !Y lo que digo es un hecho verídico! —la sacerdotisa se puso de pie y caminó hacia uno de los inmensos libreros que había en su habitación—. Antes de que sucediera la tercera guerra mundial, nosotros, los humanos, estábamos entrando a una nueva era, una era en la cual el hombre ya no dependería de las deidades, la tecnología estaba en un punto tan avanzado que prácticamente ya éramos capaces de crear vida de manera artificial. !Logramos un progreso increíble!

—¿Le llama progreso a eso? —la pelirroja no daba crédito a lo que estaba escuchando—. Un grupo de gente supuestamente pensante se encargó de devastar el planeta, lo dañaron de una manera casi irreversible, ni siquiera se detuvieron a pensar que pasaría luego de que lograran alcanzar sus objetivos. Nuestro egoísmo y el adjudicarnos el ser los dueños de todos nos llevaron a donde estamos hoy en día —ella apretó los puños con fuerza—. Avanzamos en tecnología, sí ¿Pero a que costo? Los seres humanos perdimos nuestra humanidad en el proceso, a tal punto que nos volvimos hostiles entre nosotros, robábamos, matábamos y heríamos a nuestros hermanos sin motivos aparentes.

—¿Tú que puedes saber?— Phyalé volteó con brusquedad y la observó con resentimiento—. Una niña como tú, no entendería aquellos sacrificios que tuvieron que hacer nuestros antepasados, tienes una parte de la historia. La parte que los Hanouns te hicieron saber, pero yo entiendo a la perfección cada aspecto anterior y posterior a aquel fatídico día, es por eso que he tomado la decisión de volver las cosas a cómo eran.

—¿Qué es lo que planeas hacer? —preguntó con temor mientras Phyalé esbozaba una amplia sonrisa.

—Devolverle al mundo la gloria pasada, en pocas palabras, restaurar la cadena—diciendo esto se acercó cautelosamente hasta la pelirroja y la observó con detenimiento mientras la sujetaba del mentón—. Los humanos volverán a tener el poder, los animales volverán a estar debajo de nosotros, y desde luego, por animales me refiero a los malditos Hanouns y esas asquerosas mutaciones, los híbridos.

—¡Es inconcebible lo que estas planteando! Estás actuando de la misma manera errada que nuestros antepasados, aquel pensamiento fue el que nos arrimó a estar como estamos ahora —Clematis se puso de pie mientras apretaba los puños a cada lado— ¿No se da cuenta? Si hubiéramos cuidado más al planeta... todo esto no hubiera pasado, lo único que hicieron los animales fue defenderse, de nosotros, de nuestros abusos constantes.

—¡Escúchame niña! —Phyalé golpeó con fuerza el escritorio, Clematis se sobresaltó, pero no podía permitir que ella viera que tenía miedo—. Ese es el pensamiento que los Hanouns implantaron en ti al vivir en ese palacio.

—¿Qué? —sus palabras salieron entorpecidas por un inexplicable escalofrío que la recorrió— ¿Cómo sabes que viví en el palacio?

—Tengo informantes en todos lados, —ella le sonrió de lado— no te sorprendas. Porque se muchas cosas más —sus manos tomaron con fuerza nuevamente el rostro de la pelirroja y la obligó a observarla—. Necesito que decidas ahora, llévanos a My—Trent y ayúdanos a tomar el poder, sé que Giorgio Wolfgang se encuentra en Velmont y el castillo solo está custodiado por sus hijos —la observó con fiereza, Clematis, por su parte, sentía como un escalofrío recorría su cuerpo—. Tú, decide.

—¿Qué pasara si me niego? —por primera vez en toda su vida Clematis no quería ceder a las exigencias de ella, no sentía miedo alguno. No deseaba que Jaft muriera por motivos tan egoístas, y aunque ella misma se sorprendió al pensar lo siguiente, tampoco quería que algo malo le pasara a Zefer.

—Estarás en nuestra contra—soltó con odio—. Si no accedes, le estarás dando la espalda a tu especie.

—Me niego a ayudarte —la pelirroja quitó las manos de Phyalé con brusquedad, y luego, caminó hacia la puerta.

En cuanto le dio la espalda se dirigió a la salida, sujetó el picaporte con firmeza, pero ni bien la puerta se entreabrió, sintió cómo Phyalé le apuntaba con algo en su cabeza. Era algo frío, aparentemente de metal.

—Atrévete a moverte, y tu cerebro quedara esparcido por toda esa puerta.

—Estás demente... —ella sentía como unas gotas de sudor frio recorrían su espalda.

—No, yo estoy cuerda—rio—. Es por eso que haré lo que haga falta para que los humanos volvamos a liderar la cadena.

Phyalé se separó de ella, pero Clematis aun sentía como está la estaba apuntando, no era necesario que se volteara para cerciorarse. Una pequeña campana comenzó a retumbar, y a los cuantos segundos, se escucharon pasos apresurados por las escaleras. La puerta se abrió, y por ella entraron cuatro mujeres vestidas como Phyalé, Clematis intuyó que se trataban de las sacerdotisas de las que André había hablado.

—Señorita Phyalé ¿Se encuentra bien? —le preguntó una de cabello negro.

—Esta niña tiene el corazón impuro —respondió de forma tajante—, llévenla a la cárcel hasta que recapacite.

—Sí, su eminencia —exclamaron las mujeres al unísono, menos una, que observaba a la muchacha con cierta pena.

Las cuatro mujeres inmovilizaron a Clematis y le colocaron una soga para atar sus manos. Salieron del templo y transitaron los senderos en medio de la atenta mirada de los habitantes.

***

En cuanto escuchó los pasos de alguien por la escalera se puso en alerta, se paró de donde se encontraba y caminó hasta estar cerca de los barrotes, los sujetó con fuerza entre sus manos, y esperó a ver de quien se trataba.

Ella pensó que vería a Phyalé, o a alguna de las sacerdotisas, ya que estas le habían estado trayendo comida, pero se equivocó, grande fue su sorpresa al ver a su hermano, William, el cual estaba siendo arrastrado por los aldeanos; él traía el rostro golpeado y algunas gotas de sangre caían al suelo conforme lo seguían movilizando.

—Tíralo en esa celda —le dijo uno de los ciudadanos moreno a su acompañante, este asintió y haciendo caso a las indicaciones, William fue lanzado con total brusquedad en la celda continua a la de ella. Luego de cerciorarse que él aun respiraba, ambos sujetos se marcharon.

—¡William! —ella se emocionó al verlo, unas cuantas lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro—Hermanito... estás vivo—exclamó en un hilo de voz.

—Clematis... —William alzó la cabeza con dificultad y la vio, inmediatamente una sonrisa se plasmó sobre sus labios. El dolor que sentía desapareció, se pegó a los barrotes con la intención de tocar el rostro de su hermana, pero esta, al ver las filudas garras que él poseía retrocedió.

—Tú... entonces era verdad —sus manos comenzaron a temblar con fuerza mientras lo observaba con detenimiento—, en verdad eres un híbrido.

—Veo que alguien abrió la boca —trató de sonar gracioso, pero su sonrisa forzada fue opacada al ver a su pequeña hermana—. Lo siento, no planeaba que te enteraras por un tercero.

—¿Por qué nunca me dijeron nada? —dijo en un hilo de voz, estiró su mano y sujetó con delicadeza la de su hermano— ¿Por qué tú y mamá me ocultaron todo esto?

—Esa mujer... me pidió que no te dijera nada —el resentimiento que el rubio sentía por su madre quedó expuesto en ese momento, hasta ahora Clematis nunca lo había oído expresarse de aquella manera—. No quería que tú supieras la verdad.

—¿Esa mujer? —lo cuestionó—. !Era nuestra madre, William!

—No... —soltó él con frialdad— Ella jamás fue una madre para mí, y así como no tuve una madre, tampoco tuve un padre—William, levantó su larga cabellera dejando a la vista sus deformadas orejas. Por primera vez, Clematis las vio, su hermano nunca se había alzado el cabello frente a ella.

—¿Quién te hizo eso?

—Rias... la mujer que nos trajo a ambos al mundo. Ella lo hizo con sus propias manos.

—No, no puedo creer lo que me estás diciendo...

—Clematis... tengo que contarte mi historia—él tosió a causa del dolor que sentía—. No todo lo que sabes es verdad...

H A C E    D I E C I OC H O     A Ñ O S:

Algunas aves que se encontraban picoteando el suelo en busca de comida salieron espantadas en cuanto un pequeño niño de cabello rubio salió corriendo de entre los matorrales. El pequeño se movía con fuerza, golpeando torpemente su cuerpo contra las ramas bajas de los árboles. Había momentos en los cuales tropezaba, pero se reponía raudamente y volvía a emprender la huida.

A lo lejos, se podía escuchar más pasos, los cuales estaban seguidos por una larga fila de insultos que iban dirigidos hacia él. El pequeño William observó a sus alrededores buscando el mejor escondite, y luego, visualizó un árbol que se veía lo suficientemente fuerte para que soporte su cuerpo, sin dudarlo dos veces, saltó hasta arriba y comenzó a escalar con desesperación hasta que las hojas de la copa lo taparan en su totalidad.

Inhaló y exhaló para calmar su respiración, y cuando se percató que sus perseguidores se encontraban justo debajo de él, se tapó la boca con ambas manos para no hacer ningún ruido.

—Sal ya, fenómeno —dijo uno de los niños, este jugaba con un palo que tenía clavos en la parte superior—. Solo queremos jugar un poco, no te vamos a lastimar.

—Al menos, no demasiado —añadió otro, y esto provocó la risa de los tres.

—Creo que el fenómeno, se escondió—dijo el tercero mientras comenzaba a silbar.

—Esto ya no es divertido... —murmuró el primero— vamos a buscar algo más entretenido que hacer.

Tras decir esto, el grupo de niños se marchó de lugar dejando al pequeño William con la respiración entrecortada. Sentía algo caliente bajar por su brazo, y al observar aquella zona, pudo percatarse que esta se encontraba lastimada, había unos huecos que goteaban sangre, esas heridas habían sido producidas por aquel palo que esos niños habían tenido. Sin embargo, no sentía dolor alguno, quizás la adrenalina que había dentro de su cuerpo era la que le impedía sentir algo.

Olfateó el aire, y en cuanto se aseguró que ellos ya no se encontraban por los alrededores, bajó del árbol. Observó con sumo cuidado que ellos ya no se encontraran cerca, y bajó del árbol, una vez que estuvo en el suelo no pudo evitar golpear el tronco con frustración, al hacerlo sus pequeños nudillos se tiñeron rápidamente de rojo y la piel se desprendió un poco.

Miró sus manos, y allí vio sus uñas recientemente cortadas de forma irregular, retuvo el llanto lo mejor que pudo, así que aprisionó sus manos contra los ojos.

—Si tan solo las tuviera...—dijo con resentimiento mientras mordía su labio inferior—. Todo sería diferente, podría defenderme de esos matones.

Despertar cada mañana en aquel lugar representaba un calvario para él, día tras día era lo mismo, el rechazo de la gente era notorio, ni siquiera trataban de disimularlo, los niños lo acosaban y lo golpeaban, y los ancianos simplemente fingían que él no existía.

Finalmente terminó perdiendo la batalla, las lágrimas siguieron su curso sin que pudiera hacer algo al respecto. Trataba de ser fuerte, ya que si se mostraba débil eran capaces hasta de matarlo, pero había momentos, como ahora, donde quería huir muy lejos para acabar de una vez con todo ese calvario.

Caminó a paso lento hasta su hogar, sus pequeños pies se arrastraban sin prisa sobre la tierra del bosque. Para cuando llegó a su casa, la noche ya se había hecho presente.

—Ya llegué... —murmuro bajo mientras cerraba la puerta tras de si.

Un golpe seco lo puso en alerta, su cuerpo comenzó a temblar, él sabía a la perfección lo que aquel sonido significaba. Observó hacia el frente y vio un pequeño estante, no lo tuvo que pensar dos veces, abrió las puertas y allí se escondió, dejando únicamente una pequeña ranura para poder ver lo que pasaba.

—¡Déjalo, Sirthe! ¡No te atrevas a tocarlo! —gritó Rias con fuerza mientras sujetaba el brazo de su esposo.

—¡Esa asquerosa criatura se atrevió a molestar a los hijos de los vecinos!¡Suéltame ya, mujer! —él la empujó y ella tropezó, Rias cayó de bruces al suelo de madera— Ya verá, déjame que lo encuentre, le daré una golpiza que no olvidará nunca.

—¡Si lo tocas, Rier te matará! —lo amenazó pero este rio con fuerza.

—¡Ja! —bufó—¿Qué no te das cuenta, mujer? Ese Hanoun solo te usó, se acostó contigo y nunca más volvió. Y tú —la señaló con el dedo, Rias agachó la mirada y observó hacia el suelo—. Tú cargas con ese error que llamas hijo, esa asquerosa criatura que trajiste al mundo y trataste de hacer pasar como mía.

—¡Él volverá! Y te juro, Sirthe, que cuando eso pase, te arrepentirás por todo lo que has hecho.

—¡Cállate, me tienes harto!—una cachetada se impregnó sobre su rostro, ella dejó escapar un quejido de dolor mientras sujetaba la zona afectada—. !Mujer estúpida, mírate, me das asco! Esperando a alguien que nunca volverá por ti, albergando la esperanza luego de todos estos años. Vive tu realidad, Rias, para él tu solo fuiste una aventura.

Sirthe cerró la puerta de su casa, Rias, al ver como él se acercaba comenzó a gatear para escapar, pero fue en vano, él la sujetó con fuerza de su cabello y la tiró hacia tras, ella lloraba, pero no podía hacer nada, la superaba en fuerza.

Aquel día, después de mucho tiempo, Sirthe abusó de ella, y William fue testigo de todo. Su madre lloraba, pedía auxilio, pero nadie acudió a su llamado, y él siendo tan pequeño, no pudo hacer nada para tratar de auxiliarla.

Aún a tan corta edad aprendió a odiar. Y desde luego, la persona que encabezaba su larga lista de personas indeseables era Sirthe, su padrastro. Aquel tipejo lo golpeaba constantemente sin ningún motivo, incluso una vez lo agredió por el simple hecho de que estaba aburrido.

En segundo lugar, estaba su padre, Rier Hanton. Sabía que era el líder de la nación de Velmont, sabía que él era igual a Rier, y sabía que por algún extraño motivo Sirthe le tenía miedo, pero no más que eso. Él jamás estuvo ni para su madre, ni para él. Y William siempre creció cuestionándose el porque había sido engendrado si ambos no se amaban. Su madre siempre se mostraba rehacía a explicarle los porqués de su nacimiento.

Y, finalmente, en tercer lugar se encontraba su propia madre, Rias Garyen. El resentimiento de William partía del hecho en que ella buscaba escudarse en el recuerdo de una persona que se marchó y la dejó, y que, de manera indirecta, esto provocaba que Sirthe enfureciera aún más y se desquitara con él sin que ella pudiera hacer algo al respecto.

Después de ese día, a los dos meses para ser exactos, Rias se enteró de su embarazo, William vio cómo su madre lloraba amargamente noche tras noche cuando se encontraba sola, aunque ella jamás lo supo. Aquella imagen caló dentro de su ser, y él entendió que ese bebé que ella cargaba en el vientre era algo no deseado.

Rias trabajó hasta que su barriga comenzó a hacerse demasiado visible, luego de eso tuvieron que orquestar un teatro en el cual ella fingió estar enferma de muerte, era la única manera en la que los guardias no la obligaran a ir a trabajar. Sirthe, al ser el líder de la aldea humana emitió un documento al palacio, y para sorpresa de todos, el mismo regente Giorgio Wolfgang accedió a la petición.

Para cuando ella cumplió nueve meses, durante una noche tormentosa Rias entró en labor de parto, Sirthe fue a llamar a una vecina que era la partera, y luego de dejarla a buen recaudo, se quedó aguardando en la pequeña sala que tenía. Para cuándo dieron las doce campanadas del seis de octubre, nació una pequeña de mejillas rosada quien comenzó a llorar, la partera inmediatamente cogió una esencia relajante, y luego de aplicarla sobre la lengua de la bebé, esta se quedó dormida.

Sirthe ingresó a la habitación y tomó en sus brazos a la pequeña bebé, impidiendo de esta forma que Rias pudiera tocarla. William, quien aguardaba desde la puerta observando entre una pequeña rendija, por primera vez en toda su vida vio como aquel despreciable ser sonreía sin una intención maliciosa detrás. Aquella sonrisa y dulce mirada para él no existía, y eso provocaba cierta opresión en su pecho.

En cuanto el sol comenzó a acariciar las montañas, Sirthe se marchó a los campos, Rias, por su parte, aguardó un poco más, se encargó de alimentar más que suficiente a la pequeña, y una vez que la vio dormida, la dejó dentro de la pequeña cuna de madera.

—William, hijo, ven —el pequeño se acercó receloso, había querido entrar desde que la criatura, como él le decía, había nacido—. Mira, ella es tu hermanita, Clematis—ella le sonrió y acarició con delicadeza su cabello—. Escucha, tengo que volverá a trabajar, así que necesito que seas un buen hermano mayor y la cuides. ¿Podrás hacerlo?

Él pequeño solo se limitó a asentir con la cabeza. Rias besó su frente, y posteriormente, se marchó dejando a la pequeña a la merced de su hermano.

—No es nada personal... —le habló a la bebé quien estaba profundamente dormida. William observó a la cama de su madre y se acercó sin prisa, cogió una almohada, y regresó hasta la cuna de su hermana—. Vas a sufrir en este lugar, es mejor que cierres los ojos y no los vuelvas a abrir.

Sus manos temblaron al ver como la pequeña se removía para rascar con sus pequeñas manos su rostro. William vaciló. Le gustara o no aceptarlo, la pequeña sufriría en ese lugar, jamás sería libre, estaría confinada a vivir escondida de los guardias. Además, ella representaba un recuerdo doloroso para su madre.

—Discúlpame...

Tras decir esto, colocó la almohada sobre el rostro de su hermana. William temblaba mientras ejercía una presión fuerte hacia abajo, la bebé comenzó a moverse de forma inquieta debido a la falta de oxígeno, pataleaba para poder liberarse, pero era en vano. De pronto, sus pequeños dedos se dirigieron hacia los de su hermano y como si tratara de decirle algo, apretó aquella zona, impidiendo de esta forma que continuara con su labor.

William retiró el objeto y lo lanzó a la cama de su madre, creyó que encontraría a la bebé con lágrimas en los ojos, pero se topó con una mirada atenta y curiosa. Ella sonrió, dejando expuestas sus encillas carentes de dientes y al ver tal sonrisa William sintió como su corazón se sobre encogió. En ese preciso instante, todo pensamiento destructivo que alguna vez pudo sentir hacia ella desapareció. Ya que era la primera vez que alguien lo miraba con tanto cariño y adoración...

—Perdóname—susurró mientras la tomaba entre sus brazos y la aprisionaba con gentileza contra su pecho, el pequeño comenzó a depositar suaves besos sobre su cabeza, y la pequeña rio bajo aquellas caricias—. Juro que, de ahora en adelante, te protegeré de cualquier cosa..., mi amada Clematis.

Luego de que ella naciera la relación entre Sirthe y Rias no mejoró en lo absoluto. Muy por el contrario, el detestable padrastro de William había comenzado a acaparar la atención de la pequeña, era extraño el verlo feliz con alguien, Clematis había logrado eso en tal despreciable sujeto.

Los años pasaron, y al ya no poder fingir que Clematis vivía en aquella pequeña cabaña, Sirthe comenzó a construir el lugar que se volvería su hogar hasta los dieciocho años.

El nacimiento de Clematis en cierta forma resultó beneficioso para Rias, ya que ella y Sirthe evitaban cruzarse a toda costa y comenzaron a establecer horarios de visita donde no coincidieran. Es por eso que, cuando él se marchaba, Rias y William la visitaban, y el pequeño se quedaba a su lado hasta que el nuevo día llegaba.

Sin embargo, pese a que Rias creía que entre ambos estaba surgiendo un amor fraternal, William había comenzado a desarrollar otro tipo de emociones por Clematis. Con cada año que pasaba, y al ver lo hermosa que se volvía, él anhelaba que, en algún futuro, ambos pudieran huir de aquel lugar y vivieran felices en alguna parte.

Ambos eran medios hermanos, no compartían lazos directos, aunque a decir verdad a William no podría importarle menos que compartieran genes. La amaba. Siempre buscó apoyarla en los momentos difíciles, como cuando murió Sirthe, la pequeña había quedado devastada, no había día donde llorara la pérdida de su padre. Siempre buscó la forma de ser su soporte, veló por su seguridad, le enseñó todo lo que sabía. Y todo lo hacía con gusto con la única esperanza en mente de que ella se enamorara de él.

Pero como todo en su vida había estado repleta de sin sabores. Cuando creció, la relación entre él y su madre se volvió aún más tirante. Él quería contarle a Clematis la verdad, quería decirle quien era él verdaderamente, pero Rias se negaba, por algún extraño motivo siempre buscaba la forma de que William desistiera de su idea de decirle toda la verdad.

Ya colmado de su situación actual, días antes del ataque, William estaba decidido a ejercer un plan que le brindaría la tan ansiada libertad, no solo a él, sino también a Clematis. Se estaba jugando su última carta, le diría a Rias todo lo que había guardado celosamente esos años. Expondría sus metas, sueños, y la clase de futuro que esperaba tener con Clematis a su lado desde luego.

—Rias—el rubio se acercó hacia su madre, ella se encontraba observando unos, pero detuvo su labor para brindarle la debida atención—. Necesito hablar contigo.

—¿Qué sucede, William? —ella le sonrió como siempre hacia, pero él se mantuvo neutral.

—Tengo veinticinco años—comenzó—, y ya estoy en una edad en la cual tengo que tomar decisiones por mi cuenta. Decisiones que sean en pro de mi felicidad, y no la de nadie más.

—Lo sé, y puedo entenderte —dijo con calma mientras entrelazaba sus dedos— ¿Qué tratas de decirme? —aguardó en silencio esperando la tan ansiada respuesta de su hijo.

—He decidido llevarme a Clematis de aquí —soltó tras una breve pausa, y ambos se quedaron en absoluto silencio.

El ambiente se tornó denso de golpe, ambos seguían sin decir absolutamente nada, y tan solo el sonido de las aves afuera de la ventana era el único ruido que lograba filtrarse dentro de las ventanas. Rias entreabrió los labios como para decir algo, pero luego prefirió callar.

—Ya no pienso callar esto que siento—William se acercó hacia el lugar donde su madre se encontraba y la miró hacia abajo, ella era más pequeña que él—. Estoy enamorado de ella—soltó y su madre entreabrió aún más los labios.

Rias se puso de pie de golpe y estampó su mano sobre el rostro de él. William ni siquiera se inmutó, por triste que sonara, los golpes ya no surtían efecto en él. Había sido golpeado tantas veces a lo largo de su vida, que ahora su tolerancia al dolor era mayor.

No sentía pena, no sentía culpa, ni mucho menos remordimiento. Es más, acababa de tirar una pesada piedra que tenía atada a los hombros.

—¡Los crié a ambos como hermanos! —soltó finalmente su madre, mientras mordía su labio con fuerza, ella apretó los puños, pero William no sintió nada al verla en ese estado.

—¿Llamas eso criar? —le dijo él de manera pausada, ella lo observó sin entender a qué se refería— Toda mi infancia fue un calvario, los acosos, los golpes. Tú, fuiste todo menos una madre. !Me lo debes! —William gritó con fuerza e hizo que su madre retrocediera—¡Tú me hiciste esto! —él se levantó el cabello dejando a la vista sus mutiladas orejas.

—William, yo no...

—¿No qué? —le preguntó—¿No estuviste allí ese día en que pasó esto?

—Lo que te pasó no fue mi culpa...

—Estás equivocada, si no hubieras sido tan débil... si me hubieras protegido cuando necesité de ti, las cosas quizás serian diferentes. Me la llevaré—la amenazó mientras caminaba hacia la puerta—. No permitiré que ella siga bajo tu cuidado, tú, Rias, eres tan pútrida como Sirthe.

—¡No dejaré que te la lleves, William! —le respondió decidida a la par que alzaba los ojos y observaba a su hijo directamente, a él por su parte, ni siquiera le importó que su madre estuviera enojada— No dejaré que la lastimes, no dejaré que le hagas daño. Desde hoy, tienes prohibido verla... o acercarte a ella.

Tras decir esto, Rias pasó por el lado de William empujándolo. El rubio estaba enojado, tanta fue su impotencia, que, al golpear la mesa de la sala de su casa, esta se partió en dos.

Era la última vez que Rias le quitaba algo, ya no toleraba más todo lo que había padecido a su lado, él, estaba decidido a llevarse consigo a Clematis, costara lo que costara.

Al caer la noche, se colocó la esencia que usaban para ocultar su aroma y se dirigió al pequeño edificio donde estaban los guardias, se escabulló con habilidad, era especialista en eso después de todo.

Llevó consigo un saco, y en el metió un total de veinte uniformes; cogió los implementos de los guardias, cinturones, escarapelas y cualquier distintivo que fuera perteneciente a los Wolfgang. Una vez que tuvo todo, escondió el botín en la rama alta de un árbol, y volvió a la carceleta, esta vez asesinó a un guardia quebrándole el cuello, robó las llaves, y se deshizo del cuerpo tirándolo al rio.

Exactamente dos días después, llevó a cabo su plan. Destrozó el lado norte del muro, sabía que su madre iría a repararlo, y eso le daría el tiempo necesario para poder hacer lo que tenía planeado. Durmió a los guardias y les rebanó el cuello, tenía que parecer un asesinato por parte de un tercero después de todo, si usaba su propia fuerza, sería muy fácil que le siguieran la pista. Al llegar a las deprimentes celdas, los híbridos, que llevaban bastante tiempo allí, lo miraron atento, no entendían cuál era su propósito en ese lugar, ni siquiera entendían como había logrado burlar la seguridad.

—¿Están cansados de estar allí? —les preguntó y los veinte individuos se pusieron de pie, sujetaron los barrotes con sus manos ennegrecidas y asintieron ligeramente.

—¿Qué planeas muchacho? —le preguntó uno, que con facilidad le llevaba cinco años más.

—Deseo justicia—les dijo, y seguidamente, mostró sus orejas.

—Será un placer ayudarte—le respondió otro al ver lo que hizo.

—Perfecto—William hablaba de manera pausada y calmada, como si lo que estaba a punto de pasar fuera algo natural—. Pero recuerden, la humana Rias Garyen, es mía.

William abrió las puertas y los híbridos encarcelados salieron corriendo. Se colocaron con rapidez los uniformes y los implementos, y en cuanto estuvieron listos, partieron con dirección a los campos de cultivo.

Era momento de su venganza, años de aprisionamiento injustificado por parte de esa gente, años de acoso, años de torturas, ahora era el momento perfecto en el cual se cobrarían cada pequeña cosa por la que los habían hecho pasar.

La masacre comenzó, los humanos corrían por sus vidas, pero naturalmente, los híbridos eran mucho más rápidos. Al no haber nadie que hiciera golpear la campana de alerta, los guardias reales no se enteraron de la masacre hasta muchas horas después, cuando vieron las inmensas nubes de humo en la aldea. Teniendo la distracción perfecta, William se dirigió hacia el hogar de Clematis, pero grande fue su sorpresa al no encontrarla, así que salió corriendo en su búsqueda, no lograba distinguir su aroma al cien por ciento, pero al ver sus pisadas supo con exactitud por donde estaban escapando. Debía hallarla lo suficientemente rápido, alguno de los reos podría atraparla y asesinarla, no la conocían después de todo.

Recorrió el bosque, y cuando la vio a lo lejos, comenzó a apresurar su paso para llevársela, pero ella entró en pánico al oír las ramas crujir y comenzó a correr mucho más rápido. Para cuando Clematis llegó a su hogar, y William estaba dispuesta a ir por ella, Rias apareció e interrumpió sus planes.

Vio cómo ambas salieron corriendo en una dirección contraria a la de él, chasqueó la lengua, de alguna manera Rias siempre terminaba arruinando las cosas. Dos híbridos se aproximaron a él en cuanto vieron a Rias correr, William les pidió que lo siguieran, pero que bajo ningún motivo tocaran a la muchacha que iba con ella, ellos accedieron, y comenzaron a perseguirlas.

William estaba ideando alguna manera en que Rias le entregara a Clematis sin que tuviera que lastimarla delante de ella, pero no lo veía factible, de una u otra forma tendría que usar la violencia. Para cuando corrieron un poco más, grande fue su sorpresa el ver a Rias allí parada, esperándolo.

—Aquí estoy, William... —su pecho subía y bajaba, por sus mejillas las lágrimas bajaban sin cesar.

— No voy a huir de ti... —exclamó con calma mientras limpiaba el exceso de lágrimas—. Te pido perdón. He cometido muchos errores en mi vida, soy consciente de eso... pero no me arrepiento de haberte tenido, ni tampoco me arrepiento de haber tenido a Clematis, ustedes trajeron luz a mi vida, ustedes me salvaron de un enorme vacío... Pero, soy consciente de que durante toda tu vida sufriste mucho... lo siento, he sido una terrible madre, mereces odiarme.

—Adiós, Rias —respondió de forma escueta importándole poco lo que acababa de decirle.

—Adiós, mi cielo—ella sonrió, e inmediatamente, William atravesó el abdomen de su madre. Rias gritó con fuerza mientras su carne era atravesada, y aquel eco retumbó en todo el bosque.

En cuanto dejó de moverse, le ordenó a los otros que siguieran a Clematis pero que no la lastimaran, accedieron a su petición y lo dejaron solo con el cadáver de su progenitora. William retiró su mano del interior de ella y observó su cuerpo caer con fuerza al suelo.

***

Clematis no daba crédito a lo que escuchaba. Su hermano se quedó callado al terminar con el relato y ella se alejó de los barrotes marcando distancia entre ambos. Sus manos se dirigieron hacia su boca y reprimió un grito.

Quería golpearlo, quería lastimarlo, ella todo ese tiempo había pensado que había sido la causante de la aniquilación, pero estaba equivocada, él causante había sido su hermano, él había asesinado a toda esa gente por puro placer, impulsado por deseos absurdos y descabellados.

No lo reconocía, no lograba reconocer a la persona que estaba frente a ella. Ese sujeto no era su hermano... él no podía ser su querido hermano, William.

—Tengo que sacarte de aquí...—ante el silencio de Clematis, William decidió actuar, necesitaba sacarla de ese sitio y llevarla a un lugar más seguro— El único motivo por el cual vine a Demarrer fue para rescatarte... —él sujetó los barrotes y los dobló con suma facilidad hasta hacer el espacio suficiente para que pudiera pasar, repitió la acción con la celda de Clematis, y luego estiró su mano al interior para que ella pudiera sostenerla.

—No iré contigo... —soltó ella con dolor— Eres un mounstro... —el rostro de William se tensó al oírla, era la primera vez que ella empleaba ese termino con él. Aunque era consciente que se lo merecía.

— Sé que ahora me odias... —elevó sus labios y formó una triste sonrisa— pero tengo que salvarte, no podría perdonarme que mueras aquí...

Tras decir esto, William tomó a Clematis de la muñeca y la obligó a salir de la celda. Ambos comenzaron a subir las escaleras, pese a la fuerza que ella empleaba para soltarse, era imposible escapar de su agarre, el rubio tenía demasiada fuerza.

Caminaron agazapados por todos los pasadizos, y cuando William percibía el aroma de los guardias humanos, se escabullía y la ayudaba a agacharse, como era natural, Clematis no estaba dispuesta a aceptar algún tipo de ayuda por su parte. Al doblar uno de los pasadizos escuchó a los dos fortachones que lo tiraron a la celda conversar.

—No puedo creer que ese híbrido nos haya servido en bandeja de plata al hijo de Giorgio Wolfgang —tras decir esto él y su compañero comenzaron a reír de manera escandalosa—. Quien sabe, hasta podemos pedir un rescate.

—No creo que a Giorgio Wolfgang le importe su cría. Recuerda que es el segundo, no representa nada. Además, esas cosas ni sentimientos tienen —él sujeto más alto bostezó y el segundo hizo lo mismo por reflejo— ¿Ya nos toca cambio de guardia, no es verdad?

—Aún nos quedan unos diez minutos, pero no creo que nadie se dé cuenta si nos vamos.

Y haciendo caso a su compañero, ambos comenzaron a alejarse de su lugar de trabajo. Clematis, quien estaba indignada con lo que acababa de escuchar, mordió la mano de su hermano para que la soltara, este, al sentir los dientes de ella clavándose con fuerza en su piel retiró la mano inmediatamente y la observó con sorpresa. La pelirroja se acercó y lo golpeó en el pecho mientras lo empujaba, al calmarse un poco apretó los puños a cada lado de su cuerpo y resopló con indignación.

—¿Les entregaste a un hijo de Giorgio? —estaba enojada, era obvio, y aquello solo logró desconcertarlo, se supone que esos salvajes la trataban mal.

—No planeaba dejarlo aquí...—le respondió algo irritado— Necesitaba un señuelo, si venia yo solo, hubieran sospechado, así que la única manera de entrar era dándoles un tributo, por eso lo usé.

—Debemos rescatarlo... Jaft, no merece estar encerrado.

—Jaft, no me acompañó—William la observó atentamente, estaba celoso, le molestaba que Clematis se preocupara por uno de ellos, y le molestaba aún más que ella estuviera enojada con él—. Tu prometido, es quien se encuentra cautivo.

Tras oírla, ella no pudo entreabrir ligeramente la boca, estaba sin palabras — ¿Zefer había venido por ella?

William la obligó a que se subiera a su espalda y comenzó a correr, había percibido el aroma de la sangre de Zefer así que fue muy fácil ubicarlo. En cuanto llegó al lugar, dirigió su vista hacia un enorme hoyo que había en el suelo, este poseía unos diez metros de profundidad aproximadamente. En la parte superior tenía unos barrotes, y las paredes del interior se veían lisas, como para que cualquier híbrido o Hanoun no pudiera sostenerse en su intento por huir.

—¿Estás vivo? —le preguntó William mientras observaba la silueta del pelinegro al fondo del lugar.

Este, al oír la voz del traidor alzó la vista y escupió un poco de sangre a su lado derecho.

—Tomaré eso como un sí.

—Zefer...—susurró Clematis, quien inclinó su rostro hacia el frente para poder observarlo, los ojos de ambos se encontraron, pero fue él quien se encargó de romper aquella conexión momentánea que se había formado.

—¡Maldito traidor! —gritó con fuerza mientras saltaba, pero sus zapatos resbalaron por las paredes generando que volviera al suelo.

—No planeaba dejarte aquí—le mintió, la verdad era que solo le importaba salvar a Clematis, en sus planes no había estado volver por Zefer—. Tenía que traerte de señuelo, y si te lo contaba, dudo mucho que hubieras accedido con tanta amabilidad—se excusó.

—¡Me importa una mierda! —gritó Zefer furioso—¡Sácame de aquí!

Clematis observó el suelo y encontró una cadena, posiblemente la habían usado para mantener sujeto a Zefer. Ella se la extendió a William, y luego de romper el candado y abrir la reja, introdujo la cadena hasta que esta llegó a la mitad del agujero.

—Tendrás que saltar y sujetarla, no hay otra cosa lo suficientemente larga para subirte.

—Oh... claro que lo hare —replicó con molestia. De un solo salto, llegó hasta la mitad del hoyo, y antes de que volviera a caer se sujetó con fuerza de la cadena, luego comenzó a treparla lentamente.

—Clematis, será mejor que te alejes—William la empujó un poco, ella no entendía porque le pidió eso.

Una vez que Zefer logró salir del hoyo, se lanzó sobre William y comenzó a golpearlo. William era consciente de que podía esquivarlo, pero dejó que Zefer se desfogara lo suficiente, en cierta forma se sentía mal por haberlo usado. Al menos, de esta forma se calmaría lo suficiente para facilitar su huida.

—¿Tu que miras, humana? —le preguntó a Clematis quien lo observaba confundida, y él, al sentirse avergonzado, gritó—¡Si no te hubieras escapado, nada de esto hubiera pasado! —Zefer se puso de pie y se dirigió hacia ella, la tomó con fuerza de los hombros, y luego de observar sus manos, ella dirigió su mirada hacia él.

«¿Acaso era una forma indirecta de decir, que estaba preocupado por ella?».

—No tenemos tiempo para esto... —exclamó el rubio con molestia mientras se interponía entre ambos—. No la toques con tanta libertad
—No tienes derecho a exigir algo —le respondió ella con seriedad en su voz, Zefer se sorprendió al ver que ella si tenía carácter después de todo—. Que me hayas liberado no significa que tenga que perdonarte, William —el nombrado tan solo se limitó a apretar los puños a cada lado de su cuerpo.

Zefer percibió la tensión entre ambos, algo había pasado, no era ciego como para no notarlo. La humana lucia diferente, no se veía débil ni temerosa, algo dentro de ella había cambiado, al menos un poco. Ni siquiera había agachado la cabeza cuando la sujetó de los hombros.

—¿A dónde pensaban huir? —la voz de una mujer los sorprendió a los tres y tornaron sus rostros hacia atrás. Allí estaba Phyalé, quien al ver a Zefer esbozó una amplia sonrisa.

—Phyalé... —exclamó Clematis con horror al ver como ella desenfundaba su arma y la apuntaba hacia el pelinegro.

La pelirroja intuyó las intenciones de ella, y antes de que pudiera halar del gatillo, se interpuso en el trayecto del proyectil. Un sonido estridente retumbó por todos los pasillos de la carceleta, esto alertó inmediatamente a los guardias que se encontraban en la parte inferior, así que comenzaron a subir con rapidez. Mientras que, Clematis, comenzó a gritar y retorcerse en el piso.

—¡Clematis! —gritaron ambos al unísono.

Zefer se tiró al sueño para sujetarla entre sus brazos evitando que se golpeara la cabeza, Clematis gritaba de una forma en que parecía que la garganta se le partiría en dos. Phyalé, al ver que falló su tiro, volvió a bajar el gatillo y lo apuntó nuevamente hacia ellos, ya no le importaba si mataba a Clematis en el camino, después de todo, era poco probable que sobreviviera luego de recibir aquel disparo. Pero antes de que lograra disparar nuevamente, William se lanzó sobre Phyalé y desgarró su garganta con sus garras.

—¡Clematis! No, no. !Por favor, no! —gritó con desesperación mientras acariciaba su rostro con gentileza.

Sus manos temblaban al tenerla así. Ella sujetaba su ojo con fuerza y la sangre no paraba de salir. Él dirigió su mano, que en ese momento acariciaba su rostro, hasta aquel lugar, y con mucho temor retiró las manos de ella para ver el daño que el proyectil había causado. En cuanto la vio, un escalofrío recorrió su espalda... en aquel lugar, donde debería de estar su ojo izquierdo, ahora no había nada más que un agujero oscuro y lleno de sangre. 


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top