CAPÍTULO XIII • Señuelo •


CIUDAD PERDIDA DE DEMARRER.

Los rayos del sol acariciaron los edificios destruidos, algunas aves comenzaron a surcar el cielo en dirección al norte. La ciudad se hallaba en aparente calma, salvo por algunos ruidos provenientes de las infraestructuras destartalada. A primera vista uno podía observar una ciudad destruida y deshabitada, pero aquello no podía estar más lejos de la realidad. Allí, oculto, donde nadie podía verlo se hallaba Demarrer, la cuna de los humanos, la única ciudad liderada en su totalidad por esta especie.

Los megáfonos comenzaron a retumbar en los parlante de la ciudad oculta, y esto simbolizaba para quienes vivían allí, el inicio de un nuevo día. Los residentes fueron despertando poco a poco de su descanso dispuestos a comenzar un nuevo día. Al salir de sus casas, más de uno se saludó de forma cordial y amistosa, ya que, al ser un pueblo pequeño, quien menos se conocía.

Pasaron unas horas, pero las actividades fueron pausadas momentáneamente al oír tres campanazos provenientes del templo. El edificio poseía una estrella en la cúpula y los enormes vitrales de colores adornaban el exterior de la misma. En ese momento, todos, sin excepción, comenzaron a caminar hacia aquel lugar para dar inicio a su ceremonia habitual.

El templo representaba para los habitantes un oasis para su alma. Las sacerdotisas eran las encargadas del mantenimiento y el cuidado de ese pequeño espacio. Ellas, poseyendo una amplia gama de conocimientos, realizaban diversos favores a los residentes, tales como: rituales curativos, para poder sanar a la persona ante cualquier eventualidad que surja; cánticos y plegarias para los fallecidos, en donde hacían partícipes de toda la comunidad sin excepciones para que despidieran al difunto, y por último, ellas eran las encargadas de mantener la paz y la tranquilidad en Demarrer.

Las puertas, anticipando la cantidad de gente que asistiría se encontraba abierta, así que bastó que el primero que llegara empujara con delicadeza la fría superficie de madera para que el resto pudiera entrar. Los asientos comenzaron a llenarse, y había gente esperando entrar para poder escuchar las palabras de su líder y sacerdotisa, Phyalé.

El templo era considerablemente grande, estaba elaborado de madera, la cual fue trabajada con sumo cuidado por los mejores maestros carpinteros de los que disponían. Si uno alzaba la mirada hacia el techo, podía ver como unas largas escaleras de caracol ascendían en dirección a la cúpula donde residía la campana. Las ventanas poseían vitrales en tonalidades verdes, azules y rojas, y, finalmente, si uno prestaba la debida atención, podía percatarse de que el único lugar diferente del resto era el centro, que estaba compuesto por mármol blanco y poseía una flor dibujada en la superficie.

Desde la parte superior comenzó a descender una mujer que poseía unas rastas de color fucsia, su cabello era tan largo que le llegaba hasta las rodillas. Ella, poseía ojos de color azul, que eran resaltados por un maquillaje dorado que estaba colocado sobre sus parpados y sobre algunas partes de su rostro; Su nariz era pequeña, respingada, y colgando de esta se podía apreciar con nitidez un aro de oro con incrustaciones de joyería. Poseía una vestimenta sencilla conformada por una capa color marrón, la cual cubría su cuerpo en totalidad y no dejaba apreciar su pequeña silueta debajo.

Las sacerdotisas que se hallaban ya en ese punto exacto comenzaron a cantar, sus voces angelicales fueron elevadas y el espacio parecía haberse teñido de un aura completamente diferente.

Cuando los demás se percataron de que ella se encontraba descendiendo las escaleras, todos, incluyendo aquellos que se encontraban en los exteriores, comenzaron a elevar las manos en el aire en su dirección. Phyalé bajaba peldaño por paldaño a paso airoso, con el mentón bien en alto. Sonrió a los presentes y dejó a la vista sus blancos dientes; los que se hallaban en la primera fila incluso derramaron algunas lágrimas al tenerla tan cerca de si. Phyalé era la representación de Shaktvi, su deidad en la tierra, así que creían firmemente en que ella intercedía por ellos. Aquella mujer les brindaba paz, tranquilidad y sosiego.

—Hermanos míos—habló ella de manera pausada, la potencia en su voz fue tal, que el eco llegó a ser escuchado incluso afuera—. Es hora de agradecer a la diosa Shatkvi por todas las bendiciones que nos ha dado—todos asintieron en conjunto.

Phyalé comenzó a encorvarse de forma que su cabeza quedara ubicada justo a la altura de la estrella de la cúpula, sus compañeras se sujetaron de las manos y cambiaron la melodía por una un poco más armónica. La líder de las sacerdotisas comenzó a emitir unos sonidos extraños, hablaba en un dialecto diferente, algo que ninguno de ellos había escuchado antes. Derramó algunas lágrimas en el proceso, y quien menos no pudo evitar sentir como ella en ese momento estaba siendo tocada por la diosa, quien la hacía derramar aquellas lágrimas para limpiar sus pecados.

—¡Dad gracias hermanos! —al volver a su posición inicial, ella cerró los ojos con fuerza mientras extendía los brazos abiertos en su dirección—. La Diosa ha hablado, y me ha dicho que reafirmemos nuestra fe. Esta triste —confesó con la voz entrecortada—, le duele el ver que no todos están entregando el corazón de forma correcta —apretó sus labios en forma lineal y prosiguió— ¿Acaso no fue ella quien nos trajo la libertad? —dijo a medida que comenzaba a agacharse, y una vez que estuvo al ras del suelo, comenzó a besar la fría superficie.

—¡Shaktvi nos liberó! —gritaron todos al unísono, sintiéndose preocupados porque su Diosa, por alguna razón, se había ofendido.

—Entonces, elevemos diariamente nuestras plegarías hacia ella. Seamos agradecidos, no provoquemos su ira, porque si esta cae sobre nosotros, la vida como la conocemos desaparecerá sin más.

—¡Nunca le fallaría a Shatvi! —gritó uno desde la parte trasera e inmediatamente aquel grito fue secundado por el resto.

—¡Gracias Shatkvi por todos los regalos que nos das!—exclamaron en conjunto aquellas personas.

—Recordemos, queridos hermanos, que estamos en un mes de celebración —dijo Phylaé quien comenzó a caminar para ser escuchada por todos—. Este es un mes en el cual conmemoramos nuestro aniversario número veintitrés. Por eso las ofrendas deben ser mayores, solo así nuestra diosa volverá a sentirse plena y feliz.

—¡Viva Shatkvi! —gritaron nuevamente.

—Pueden ir en paz hermanos y hermanas mías.

Phyalé besó la palma de su mano, luego en cuanto la separó, colocó la palma sobre su frente, y tras unos breves segundos, extendió nuevamente los brazos hacia los demás, ellos en respuestas extendieron los brazos y cerraron los ojos.

—Que la gracia de la diosa este sobre ustedes —exclamó Phyalé con voz firme—. Pueden ir en paz.

—Demos gracias a Shatkvi —gritaron los residentes mientras comenzaban a ponerse de pie.

Aunque sonara increíble, aquel rito era algo que sucedía todos los días sin excepción, y todos los habitantes de Demarrer asistían de forma constante, sin faltar un día.

Después de unos minutos aquel espacio terminó vaciándose completamente. Phyalé, luego de despedirse de sus compañeras, caminó hacia la puerta y cerró la entrada con pestillo. Se estiró, ya que traía el cuerpo agarrotado y comenzó a caminar en dirección a las escaleras. Necesitaba una siesta, el encorvarse de esa manera siempre terminaba destrozando su columna.

Sin embargo, en cuanto puso un pie sobre el primer peldaño, escuchó como tocaban la puerta, no pudo evitar blanquear los ojos en señal de molestia, aguardó cinco segundos, rogando internamente que la persona se fuera, pero esto no pasó, así que se vio obligada a regresar. Colocó ambas manos frente a su pecho, como si estuviera rezando, y al estar frente a la puerta, retiró el pestillo.

—Mi señora —un muchacho, de no más de quince años se encontraba allí frente a ella, él, al verla hizo una pequeña reverencia y la sacerdotisa lo saludó cordialmente—. André acaba de volver de My—Trent, trajo una sobreviviente, al parecer es la última humana de ese lugar.

—¿Quedaban sobrevivientes todavía? —preguntó mientras se cruzaba de brazos, le parecía increíble que luego de tanto tiempo, alguien siguiera con vida.

De pronto, una fugaz idea rondo su mente, si se trataba de la persona que creía, todo resultaba de manera conveniente para sus planes.

—¿Oíste su nombre? —preguntó con impaciencia mientras jugueteaba un poco con sus manos.

—Sí, la oí conversando con una mujer que vivió en su aldea. Al parecer, la muchacha es la hija de la ex jefa de la aldea, se llama Clematis Garyen.

Una sonrisa de satisfacción se posicionó sobre los labios de la sacerdotisa, tanta fue su alegría que inconscientemente su pie comenzó a golpear ligeramente el suelo. Luego de que el muchacho le contara los pormenores, incluyendo la ubicación exacta donde Clematis se encontraba, la sacerdotisa introdujo una mano dentro de su túnica y sacó un pequeño saco que tenía dentro muchos vidaleons, la extendió hacia el joven y este la aceptó más que gustoso.

—Gracias, esa información me ha sido en verdad de utilidad —tras decir esto el muchacho se despidió y posteriormente salió corriendo mientras resguardaba celosamente la bolsita entre sus manos.

Luego de que se encontró sola nuevamente, cerró la puerta y se dirigió hacia su habitación. Al llegar a su destino, algunas cosas que estaban cerca de la puerta terminaron cayendo al suelo, provocando de esta forma un eco en todo el lugar. El cuarto se encontraba colmado de joyas, vidaleons, frutos, semillas y pieles, aquellas eran el diezmo que los aldeanos brindaban para la diosa, los cuales eran bien aprovechados por la sacerdotisa.

Phyalé tras alejar algunas de las cosas de su camino, se dirigió con prisa hasta estar frente a su escritorio, una vez allí, introdujo su mano dentro de su bata y se retiró un collar que tenía atado una pequeña llave. Abrió uno de los compartimentos y sacó una pequeña caja, la cual estaba llena de documentos oficiales que los regentes se enviaban entre si.

—¿Dónde te puse? —preguntó para posteriormente tirar todos los papeles sobre el escritorio, finalmente, cuando encontró el documento tan deseado, una sonrisa de oreja a oreja se plasmó sobre sus labios.

» Mediante esta vyla mensajera se hace presente a todas las naciones el compromiso de Zefer Wolfgang, segundo hijo del líder de la nación de My—Trent, con Clematis Garyen, la última humana sobreviviente de aquella nación. A su vez, tenemos el grato placer de informar que el primogénito, Jaft Wolfgang, acaba de anunciar su compromiso con una noble de la casta Wolfgang descendiente del gran Kyros, Eleonor Wolfgang. Esperamos pues de esta forma, sus respuestas como muestra de respeto con su máximo aliado para preservar el respeto y la confraternidad entre las naciones.

Phyalé quien aún mantenía la sonrisa en su rostro releyó más de una vez los nombres allí plasmados. Inevitablemente, comenzó a reír con fuerza de forma estridente. Si alguien la hubiera escuchado en ese momento hubiera jurado que su amada sacerdotisa, quien siempre se mostraba tan serena, había perdido la cabeza.

Para cuando su estridente risa terminó, tiró el papel junto con los otros. Su mano, de forma lenta y cuidadosa abrió un compartimiento oculto que tenía dentro de la misma gaveta y de esta extrajo un extraño aparato. Este poseía un gatillo justo a la altura de los dedos, el mecanismo con el que fue construido era tan minucioso, que todo calzaba a la perfección.

—Clematis Garyen, la prometida de uno de los Wolfgang —tras decir esto estiró su brazo y apuntó con el aparato hacia el frente—. Si las cosas salen bien, lograremos salir de aquí —dijo a medida que observaba en dirección a la compuerta que los separaba del mundo exterior—. Definitivamente, el que llegaras es muy beneficioso. Esos malditos Wolfgang van a caer. 

Z E F E R

Dos días. Dos malditos días desde que la bendita humana desapareció. Debería estar feliz por todo esto, ya que no voy a ser obligado a casarme con ella. Pero, me siento demasiado intranquilo. No como bien, no duermo bien, ni siquiera siento deseos de realizar cualquier tipo de actividad. Aunque, quizás todo este malestar se debía a que el inútil de Jaft no ha dejado de molestarme. Desde que el sol aparece en lo alto del cielo, hasta que es muy entrada la noche, me insiste en que vaya y la busque, como si se tratara de un niño.

Incluso, tal era su desesperación, que había mandado a llamar al mejor retratista de My—Trent para que elaborara un retrato hablado de ella para que pudiera enviar vylas por toda la nación, pero, tras meditarlo brevemente, llegó a la conclusión de que si Giorgio se enteraba que la humana se había escapado, o había sido secuestrada, bajo sus narices durante su gestión, el petulante de mi hermano sería desmeritado, y, por supuesto, él no estaba dispuesto a fallar en su gestión.

¡No tenía sentido que viniera a joderme a mí! , ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Qué corriera sin rumbo fijo por todos lados gritando su nombre? ¡Patrañas! La humana no merece que malgaste mi tiempo ni mis energías de esa forma.

—¡Zefer! —escuché que gritó mi nombre desde la entrada del comedor, yo, que me encontraba a punto de degustar un delicioso corte de carne, tuve que prácticamente retirar aquel pedazo de mi boca para poder responder—. !Tienes que ir a buscarla! —dijo con voz autoritaria a la par que se acercaba.

Lo observé mientras encorvaba las cejas, Jaft, impaciente por mi respuesta aguardó en silencio. Yo, por mi parte, lo observé, y de forma lenta, solo para sacarlo de quicio, introduje el pedazo de carne que hace poco iba a degustar.

—¡Por un demonio! —gritó mientras golpeaba la mesa, esto provocó que la copa de vino que tenía se tambaleara.

—¡Por Kyros! —grité—¡Me tienes harto! ¿Por qué tanto maldito interés en la humana? Ya se fue, se hizo humo, paso a mejor vida, desapareció ¿Qué más quieres? —le pregunté molesto mientras me cruzaba de brazos—¡Si decidió largarse por su propio pie es su problema!

—¡No digas estupideces, animal! —abrí la boca producto de la sorpresa; me sentí ofendido ante su insulto— Ella es una humana Zefer, allí afuera hay animales peligrosos que poseen aun su forma pura, podrían lastimarla... ¡Incluso se la podrían comer viva! Ella no posee algún tipo de protección.

Me apoyé en el posa brazos y coloqué mi rostro sobre la palma de mi mano. Estaba hastiado de escuchar las razones que Jaft me brindaba para que fuera a buscarla.

Aunque quizás, hoy saldría a buscarla, podría llevarle una hogaza de pan o algo, tal vez si lo agitaba en el aire y le silbaba aparecería.

—¿Me estás escuchando? —preguntó ante la expresión que tenía en el rostro, sin embargo, antes de que pudiera responderle, Meried entró por la puerta.

— Lamento la interrupción, mis señores —ella hizo una pequeña reverencia, Jaft se agarró el puente de su nariz y le indicó que continuara—. Acaba de llegar una persona que solicita una audiencia con alguno de los dos, dijo que es de suma importancia.

—Ahora no estoy para atender a nadie—le respondió Jaft mientras tiraba su cabello hacia atrás—. Por favor, pídele que vuelva otro día, porque dudo que Zefer quiera ayudarlo.

—Le dije que estaban indispuestos —respondió ella con nerviosismo—. Es solo que insiste en que esto tiene que ver con la desaparición de la señorita Clematis.

—¿Cómo se llama la persona? —le pregunté.

—Me dijo que su nombre es William...

De pronto, el nombre de aquel hombre con el que ella me confundió cuando estaba con fiebre vino a mi mente. Era increíble, el sujeto en cuestión era un verdadero desvergonzado.

«¿Cómo se atrevía a acercarse al actual hogar de su ex amante?»

Para sorpresa de todos, me levanté rápidamente de la silla y caminé hacia donde se encontraba. No era necesario que Meried me dijera en que habitación estaba, aquella peste que despedía me estaba guiando paso a paso hacia él.

Al llegar, vi un muchacho de cabello rubio, este se encontraba dándome la espalda, pero al percatarse de mi presencia, volteó a observarme.

—¿Quién eres tú? —le pregunté claramente fastidiado. No entendía porque me sentía de esta forma, y eso lograba molestarme aún más.

Al observarlo bien una vez que se volteó, no pude evitar sorprenderme. No era un humano, era un híbrido, él llevaba consigo una capa de color negro atada a su cuello, sus garras estaban algo crecidas, pero se notaba a leguas que habían sido cortadas tan mal, que estaban algo deformes.

—Mi nombre es William, vine a tu palacio para pedir tu ayuda, Zefer —él me observó a los ojos con total descaro. Ni siquiera me había reverenciado y me llamó por mi nombre. El tipo era un verdadero irrespetuoso.

—¿Ayuda? —alcé una ceja tras oírlo mientras me cruzaba de brazos—. Osas venir a mi palacio, no me reverencias y me llamas por mi nombre ¿Y quieres que te ayude? —le pregunté sarcástico.

—Esto tiene que ver con tu prometida—recalcó el término con notoria molestia en su voz.

—¿Por qué tendría que interesarme algo relacionado con ella? —sonreí de manera sarcástica, pude notar como el intruso tensaba la mandíbula y sus puños.

—¿Qué pasó con ella? —Jaft entró en la habitación y no pude evitar rodar los ojos en señal de fastidio.

—Fue secuestrada —Jaft y yo nos observamos y luego miramos al intruso al mismo tiempo—. Se la llevó un humano proveniente de una ciudad que va en contra de las normas de los Hanouns... —Jaft y yo volvimos a observarnos sintiéndonos aún más confundidos que antes—Escuchen, ella está corriendo un grave peligro, es por eso que vine aquí. No puedo ir solo, necesito ayuda—el susodicho me observó y luego exclamó con indignación—¡Tú vas a casarte con ella! —dijo mientras me señalaba—. !Debería importarte el simple hecho de que corra peligro!

—El problema, es el siguiente —hablé de manera pausada y con desinterés—. Primero, no tengo porque ir a salvarla, ella decidió salir del palacio, y por su misma negligencia fue raptada ¿O me equivoco? —nadie habló, pero distinguía como el susodicho ese se tensaba aún más—. Segundo, no sé si lo que estás contando sea verdad o no, bien podría ser una trampa. Y, tercero, es un día demasiado caluroso como para que quiera salir —dije mientras agitaba una mano frente al rostro para que un poco de aire me diera en el rostro.

En un santiamén, «el intruso», se acercó con ferocidad hacia mí y me tomó por el cuello de la camisa, yo hice lo mismo con la de él. Ambos nos retuvimos la mirada sin apartarla, en esos momentos sentía deseos de reventarle el rostro a punta de golpes.

—Tú vendrás conmigo —soltó de repente con autoridad en su voz, yo no pude evitar soltar una leve risotada—. Escúchame bien, me da igual que seas el segundo a cargo de esta pútrida nación, ella será tu futura esposa, y tienes que traerla de regreso.

—¿O qué? —sonreí burlonamente mientras él seguía tensando la mandíbula, podía jurar que oía el rechinar de sus dientes.

—Yo iré —la voz de Jaft nos sacó de nuestra momentánea pelea y ambos dirigimos la vista hacia él—. Al parecer Zefer es incapaz de cuidar lo que le pertenece, así que iré en su remplazo.

—Nadie pidió tu opinión, Jaft—exclamé ya lo suficientemente enojado, mi hermano por su parte, se encogió de hombros.

—Escucha, Zefer. Sí no quieres ir. !Perfecto, no lo hagas! —la serenidad en su voz era tediosa—. Yo iré, pero ten en cuenta que tú ya no tendrás derecho alguno sobre ella, esto implica que ya no podrás acosarla o asustarla. Clematis pasará a estar bajo mi cargo y cuidado. Incluso, es muy probable que le pregunte a Argon si quiere comprometerse con ella —en cuanto dijo eso una sensación de ira me embargó por completo.

¿Argon con algo que es de mi propiedad? No lo creo.

—Tú no le darás nada a Argon —solté a Wilfred, o como se llame, y luego caminé hacia donde se encontraba Jaft—. La humana es mía.

—Pues demuéstralo —murmuró cuando yo me encontraba lo suficientemente cerca de su rostro.

—Mierda... —mascullé, y luego caminé en dirección a la salida. Tomé una capa del perchero, abrí la puerta, y salí sumamente molesto de allí. Podía escuchar con nitidez los pasos de Jaft y el otro tipo viniendo detrás de mí.

Ni siquiera me despedí de Jaft, estaba tan enojado que me fui así, sin más. Caminamos mucho, durante varias horas y en completo silencio. No hicimos ni el intento por entablar algún tipo de conversación. Aunque, siendo franco, es probable que, si él me hablaba, lo hubiera terminado ignorando. Era una persona indeseable.

—¿Me puedes siquiera decir a donde nos dirigimos? —le pregunté una vez que vi que él se detuvo.

—La persona que se la llevó proviene de una ciudad llamada Demarrer —el tipo de cruzó de brazos y señaló en dirección oeste—. Escucha, empleé unas vylas rastreadoras para seguir su paso, al parecer se encuentran bastante lejos, si vamos rápido, podríamos llegar en dos semanas y media aproximadamente. —Willfredo tomó un pequeño mapa que tenía guardado en el bolsillo, y luego de observarlo durante algunos minutos continuó con su camino—. La gente de Demarrer usa un aparato especial para movilizarse, es probable que ellos llegaron hace dos días.

—¿Un aparato?, ¿A qué te refieres, hablas de un carruaje?

—No —negó con la cabeza— Demarrer es una ciudad tecnológica conformada únicamente por humanos. No sé mucho al respecto, pero sé que han logrado avances tecnológicos en movilidad y medicina.

—Eso está prohibido—le respondí mientras colocaba cada brazo detrás de mi cabeza—. Cualquier indicio de tecnología está prohibido en cualquier parte del mundo. Los humanos lo saben perfectamente.

—A ellos no les interesan las reglas convencionales Hanouns. Su objetivo principal es posicionar nuevamente a los humanos como líderes del mundo.

—¿Para qué se la llevaron entonces? —bufé— Dudo que ella sea un gran aporte para los avances tecnológicos.

—No lo sé, no se para que la habrán secuestrado —respondió con notoria molestia en su voz—. Lo único que sé, es que mientras ella se encuentre corriendo peligro, haré todo lo que esté en mis manos para salvarla —aquellas palabras salieron con tanta determinación que algo se removió dentro de mi pecho—. Por cierto, soy William Garyen, hermano mayor de Clematis.

Su hermano. Era su bendito hermano. Todo este tiempo había pensado que William era algún amante que murió en su aldea, ¿Por qué de cierta forma me sentía aliviado? Ni siquiera debería estar rumbo a esta misión probablemente suicida, esto iba en contra de todos mis principios.

—¿Cómo es que tu no moriste? —pude percatarme que su cuerpo se tensó ante la pregunta—. Se supone que todos los habitantes de la aldea fallecieron en el ataque ¿Por qué tú sigues vivo?

—Yo sobreviví al ataque, soy un híbrido, así que los atacantes decidieron ignorarme —él volteó a observarme—. Cuando me dejaron con vida volví a la aldea para buscar a mi hermana, pero ella ya no estaba.

—Ya veo —observé en dirección al sol, no había una sola nube, el calor que hacía era terrible— Bueno, el resto de detalles a decir verdad no me importan demasiado, lo único que quiero es acabar con esto de una buena vez. Así que —señalé el camino delante de nosotros—, muéstrame el camino —él asintió y siguió caminando en silencio delante de mí.

En todo el tiempo en que estuvimos de viaje pude ver muchas cosas. Pasamos por las afueras de bastantes naciones, atravesando pueblos que ni yo sabía que existían, pude ver la arquitectura de algunas estructuras, la diversa variedad de vegetaciones en los campos de cultivo, y la gran diversidad de humanos, híbridos y Hanouns que habitaban en aquellos lugares. Quién lo diría, en cierta forma este viaje había resultado ser enriquecedor.

Para cuando terminamos de atravesar todas las naciones que conocía, el terreno se fue haciendo cada vez más y más difícil, el agua y la comida comenzaron a escasear y el clima se volvió cambiante e impredecible.

Juraba por todo lo santo y sagrado que, en cuanto encontrara a la humana, ella me iba a escuchar. Era una desobediente, por querer jugarle a la aventurera, ahora me veía enfrascado en este calvario.

Luego de tanto trayecto, y tal y como dijo Willmurt, o como se llame, llegamos en el tiempo estimado que dio cuando salimos de My—Trent. Nos recibió una ciudad completamente destruida, la vegetación estaba tan elevada que con tranquilidad media un metro, y la cantidad de escombros desperdigados por el suelo provocaba que en más de una ocasión, tropezara. No parecía un lugar que albergara algún tipo de vida, era imposible que los humanos tuvieran una ciudad tecnológica aquí.

Analicé el aire y comencé a olfatear, el tenue aroma que ella poseía llegó a mi nariz, pero en cuanto giré para hacérselo saber a mi indeseable acompañante, todos los olores de mi alrededor se neutralizaron, y pese a que lo busqué con la mirada por todas las direcciones, no pude encontrarlo, me había dejado solo.

Aquello había comenzado a darme mala espina, quizás tontamente acababa de caer en una especie de trampa. ¡Sabía que no debía venir! Maldigo a Jaft por la presión que ejerció en mí, y maldigo a la humana porque por su culpa estaba a kilómetros de mi hogar.

Comencé a caminar mientras buscaba a ese traidor o a la humana, pero no había nada ni nadie, los únicos ruidos que lograba escuchar eran pedazos de muro desprendiéndose de algunas paredes de esos edificios.

—Bueno—exclamé a medida que me cruzaba de brazos, me incomodaba tanta quietud y silencio—. Si todos son humanos, va a ser muy fácil sacarla de donde esté—de pronto, un ave salió volando de una de las ventanas y generó que me sobresaltara un poco—. Maldito pájaro y maldita humana—refunfuñé.

Mientras me encontraba adentrado en la maleza un peculiar sonido llamó mi atención, al alzar la vista vi como una enorme pared comenzó a ceder. Me vi obligado a lanzarme hacia el frente lejos del derrumbe, en cuanto aquella estructura impactó en el suelo, provocó un ruido tan fuerte que el eco retumbó durante un tiempo considerable.

—Si no lo esquivaba, no la contaba...

Ni siquiera había terminado de reponerme de tal susto, y otro sonido llegó hasta mis oídos. Este era completamente diferente, no sonaba como una estructura, no se oía como un trueno, era un sonido constante como un ronroneo. En cuanto el portador de aquel ruido dobló una de las esquinas, pude ver que se trataba de una carrosa metálica, y dentro de aquel aparato se encontraba William, quien, al verme prendió unas luces y comenzó a avanzar a mayor velocidad en mi dirección.

Al tenerlo cerca rodé por el suelo y él pasó por mi lado, luego vi como él se tiraba hacia el exterior y dejaba que la cosa esa avanzara sin control hasta que impactó en un edificio. Al primer impacto el objetó explotó y el edificio comenzó a tambalearse.

Me puse de pie como pude y Willtonto hizo lo mismo, comenzamos a correr con todo lo que nos daba las piernas. Parecía que pasaron varios minutos, aunque bien pudieron ser tan solo unos segundos. Luego de que se disipó la espesa capa de polvo que se alzó me permití respirar con tranquilidad, o al menos traté de hacerlo.

—¿Acaso estás demente? —le pregunté con la respiración entrecortada, sentía deseos de matarlo—. !Casi me matas con esa cosa!

—Mi intención no era matarte, Zefer—exclamó con serenidad mientras volteaba a observarme.

Estaba dispuesto a tirarle un puñete en el rostro, pero en cuanto me encontraba con el puño alzado comencé a oír sonidos similares a la máquina esa acercarse a gran velocidad. Volteé a observarlo, y él se hallaba sonriendo con gran gozo.

Más de esas carrozas extrañas vinieron por el mismo lugar por donde William había aparecido, eran cuatro de esas cosas para ser exactos, estás poseían unas luces automáticas prendidas y nos estaban enfocando. Para cuando estuvieron cerca de nosotros, veinte humanos bajaron y comenzaron a apuntarnos con unos extraños aparatos.

—¡Las manos sobre la cabeza! —gritaron.

—¿O qué? —les pregunté, inmediatamente, el que me estaba apuntando, haló del gatillo de esa cosa y lo que sea que haya salido, pasó muy cerca de mi rostro, generando que mi mejilla comenzara a sangrar.

—O obedeces, o te vuelvo un colador —dijo en tono amenazante mientras apuntaba a mi cabeza.

Antes de que pudiera responderle, sentí un fuerte golpe sobre mi cabeza que me dejó atontado, al voltear, pude ver como William tenía sujetado entre sus manos un enorme pedazo de concreto. El golpe fue tal, que caí de rodillas al suelo mientras me sentía desorientado, coloqué una de mis manos sobre la zona afectada, y al apartarla, pude ver como esta estaba sangrando. Mi vista se volvió cada vez más y más nublosa, caí de rostro al suelo y comencé a escuchar tenuemente las voces de los que se encontraban allí.

—Soy William Garyen, les acabo de traer a Zefer Wolfgang, el segundo al mando de la nación de My—Trent—exclamó mientras se ponía a mi lado y colocaba ambas manos sobre la cabeza.

Sus acciones confundieron a nuestros captores, pero ellos aprovechando la situación. Se acercaron con rapidez y nos ataron con cadenas. Pude sentir como comenzaban a arrastrarme, mientras que William me observaba cada cierto tiempo. Traté de ponerme de pie, pero me fue imposible hacerlo. Quería partirle la cara a este maldito traidor, pero en cuanto me estiré lo suficiente para darle un puntapié, sentí otro golpe en la misma zona, y perdí el conocimiento.



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